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LAS “DONACIONES”

HISTÓRICAS DE TIEMPO DE LAS


MUJERES A LOS HOMBRES
Anabel Bejarano Moreno

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ÍNDICE

Introducción...................................................................................................................3
De trabajadoras domésticas a improductivas................................................................3
Medición del tiempo......................................................................................................4
El amor maternal...........................................................................................................5
Doppia presenza............................................................................................................6
El malestar del bienestar................................................................................................6
La interdependencia.......................................................................................................6
Los dos pilares del capitalismo......................................................................................7
Invisibilidad...................................................................................................................8
Conclusión.....................................................................................................................8

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Introducción

El presente documento viene a ser una recensión de la monografía “El trabajo de


cuidados. Historia, teoría y políticas”, de las autoras Cristina Carrasco, Cristina
Borderías y Teresa Torns; una obra que aborda el concepto care (cuidados, en inglés),
las tareas de atención y cuidado de la vida de las personas, desde un enfoque
historiográfico, sociológico y económico.
A nivel introductorio, cabe destacar que en base a una perspectiva histórica, la
actual organización social de los trabajos de cuidados que atribuye a las mujeres la
responsabilidad de los mismos no es más que un producto de una evolución (aunque, a
mi criterio, involución) que toma su inicio en la gestación del capitalismo. El
capitalismo es un sistema no sólo económico, sino también inmensamente social, que
sitúa en el centro de su razón de ser el capital, haciendo así que todos los demás
elementos de la sociedad orbiten en torno a él y lo tengan como principal objetivo.
Veremos cómo la desvalorización del trabajo de cuidados se dio de manera
inversamente proporcional a la sobrevalorización de la producción mercantil, agravando
las desigualdades fundamentadas en el sexo.

De trabajadoras domésticas a improductivas

Para entender lo que, en síntesis, acabo de describir, procede remontarnos a los


hogares preindustriales. Las tareas de los mismos no se repartían tanto por razón de
género, sino que obedecían a patrones más diversos, hombres y mujeres se encargaban
de la crianza y del trabajo; los hombres participaban en la matanza, en tareas de
conservación de alimentos e incluso elaboraban el pan y las mujeres confeccionaban los
vestidos. Hombres y mujeres trabajaban y, de hecho, muchas mujeres, debido a su
trabajo, ni siquiera podían ocuparse de sus criaturas, teniendo que recurrir
frecuentemente a nodrizas o vecinas.
Pero fue a raíz de la industrialización que la familia se vio despojada de sus
funciones productivas, empezando a realizarse éstas fuera del hogar, convirtiendo a los
hombres en “ganadores de pan”. Una nueva ideología situó a las mujeres como
responsables “naturales” del cuidado, dando pie a la construcción de una nueva
identidad femenina: la persona entregada a la prole, no tanto por voluntad propia sino
casi por imposición biológica. Rousseau, en La Nueva Eloísa, estableció los nuevos
códigos de maternidad, que tuvieron una gran influencia en la configuración de la
madre, llegando incluso a ser socialmente mal visto el recurso a nodrizas o al servicio
doméstico para el cuidado. La idea de que son las madres las que se encargan de sus
hijos propició que recayera sobre las mujeres el peso de una población abundante y
sana, atreviéndose incluso la sociedad de la época a atribuir la alta mortalidad infantil a
la “ignorancia” de las mujeres.
Uno de los cambios, pues, tan importantes como invisibilizados en la transición
a la época contemporánea, fue la asunción del trabajo doméstico por parte de las
mujeres, dejando de apoyarse éste de un servicio doméstico asalariado o de la ayuda de
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parientes en las familias trabajadoras. Sucedía que, en dicha época, en contra de lo que
yo en mi ignorancia pensaba, había unas altas tasas de mujeres trabajadoras que ejercían
oficios entendidos como exclusivamente femeninos, siendo cruciales en el proceso de
industrialización en las fábricas textiles, por ejemplo. Estas circunstancias, la asunción
de los trabajos de cuidados y la realización de trabajos fabriles, propiciaron que muchas
mujeres fueran físicamente incapaces de cuidar de sus hijos, por lo que reclamaban el
acortamiento de la jornada laboral, siendo apoyadas desde el movimiento obrero
masculino hasta el punto de que éstos últimos consiguieron expulsarlas del mercado de
trabajo como “solución” a la doble jornada.
Este nuevo pensamiento económico -de corte capitalista- asoció valor a salario,
contribuyendo a devaluar el trabajo doméstico por el mero hecho de que no generaba
capital. Las mujeres, realizando las mismas actividades del care, antes clasificadas
como “trabajadoras domésticas” gracias al capitalismo se habían convertido ahora
“improductivas”.
No obstante, la maternidad era concebida como un trabajo por las mujeres que lo
desempeñaban, reivindicando muchas de ellas un salario. Varias posturas defendían, a
finales del s.XIX, formas de compensarlo, ya sea mediante un “impuesto paternal” (que
se deducía del salario del marido) o mediante políticas familiares estatales cuya
finalidad era proteger a la madre y a los menores. Es curioso que se plantearan
soluciones para paliar las inmensas diferencias (en el reconocimiento de su labor) por
razón de sexo pero en ningún caso se planteara la posibilidad de cambiar el modelo de
división sexual del trabajo y muchísimo menos plantear la corresponsabilidad de los
hombres en el care.

Medición del tiempo

El primer problema sobre el que se fundamenta la desigualdad por sexo en


relación a los cuidados, no es sólo el salario (inexistente en la labor asumida por las
mujeres) sino también el tiempo. ¿Cómo medimos o valoramos el tiempo de trabajo
doméstico?
Ante esta pregunta a la que el texto responde que históricamente hubo intentos
de medición a principios del siglo XX, le añado yo otra pregunta: ¿por qué era
necesario, teniendo en cuenta que lo es, -no se trata de una pregunta retórica-, por qué
era necesario medir el tiempo que las mujeres empleaban en la labor de los cuidados?
La respuesta que me nace es: tenían la necesidad de hacerse visibles. Y la forma de
visibilizar su trabajo era a través del paradigma de lo que, a nivel capitalista, era
considerado trabajo.
A la hora de medir el tiempo, nos encontramos ante diversas limitaciones. La
primera es que la concepción de tiempo era propia de la producción mercantil, era una
concepción cuantitativa: la jornada dura tantas horas y tantos minutos. No obstante, el
tiempo de cuidados es mucho más difícil de medir, de entrada porque es absolutamente
subjetivo e incorpora aspectos intangibles materializados por la experiencia vivida de

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cada una. Como vemos, es un componente “difícilmente traducible en dinero”, porque
se utiliza una lógica masculina, una lógica de organización productivista.
La siguiente limitación con la que nos encontramos a la hora de encerrar esta
labor dentro del concepto “tiempo”, es que las mujeres gestionan el cuidado mientras
organizan otros trabajos, y el hecho de que actualmente las mujeres se incorporen al
mercado laboral implica, no tanto que hagan más horas, que también, sino que se
produzcan tensiones debido a la conciliación de ambos trabajos.
Otro hecho importantísimo a tener en cuenta y lamento citar textualmente pero
no veo forma en que pueda describirse mejor; “cuidar a una persona no significa
exactamente realizar un conjunto de actividades, supone también y especialmente un
estado mental. Significa responsabilidad y disponibilidad continua, tiempo de estar
“atenta a”, “disponible a”, más que una acción concreta representa un tiempo
potencial de realizar alguna tarea.” Son situaciones que no pueden concretarse en
tiempo medido, el estar pendiente de que puedan llamar del colegio porque el niño está
enfermo y hay que recogerlo o la vigilancia nocturna de una criatura.
Precisamente de esta idea nace el concepto que da título de esta recensión: las
“donaciones” históricas de tiempo de las mujeres a los hombres. Si observamos su labor
bajo parámetros mercantiles, el tiempo y dinero que han “donado” las mujeres a los
hombres (y digo donado entre comillas porque una donación es libre per se pero ésta
resulta ser impuesta) es inmesurable y, a mi juicio si se me permite, una vergüenza
histórica.

El amor maternal

¿Por qué el trabajo de cuidados se asocia a mujeres y el productivo a hombres?


A menudo, y hablo en primera persona, le he preguntado a mi madre por qué, si ella en
sus inicios en el mundo laboral cobraba más que mi padre, fue ella quien tuvo que dejar
su empleo para dedicarse a la crianza. Su respuesta siempre es la misma: “¿tú te
imaginas a tu padre haciendo lo que hago yo?”. Era una respuesta que me llamaba
especialmente la atención, debido a que físicamente tanto ella como mi padre pueden
llevar a cabo las mismas funciones.
Pues bien, esta monografía propone una respuesta a dicha pregunta y es que en
ese momento histórico se planteó una nueva identidad de las mujeres, poniendo el
acento en los sentimientos y emociones, propios de las mujeres, necesarios para la tarea
del cuidado. Sobra decir que esta acepción que asemeja a las mujeres a seres de luz
absolutamente generosos y asemeja a los hombres a seres carentes de cualquier tipo de
emoción no está probada empíricamente, cosa que pone de manifiesto que se trata de un
constructo social.
El asociar los cuidados a las mujeres, una asunción asumida tanto por hombres
como por mujeres, ha conllevado que los hombres no interpreten como propias esas
funciones, por lo que no reclaman, generalmente, el tiempo de dedicación al cuidado de
SUS criaturas porque no es suficientemente significativo. “Suelen asimilarlo a un
timepo vacío, o como mucho, a un periodo vacacional”.
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El problema consiste en que, basando los cuidados en la emoción y
entendiéndola como propia de las mujeres, es inevitable relacionarlos con la
maternidad, y por consiguiente, no con la paternidad.
Me gustaría hacer alusión, antes de finalizar este apartado, a un estudio realizado
por el Dr Marc Chamberlain, neuro-oncólogo del Centro de Investigación contra el
Cáncer Fred Hutchinson, de Seattle. Observó a 500 matrimonios atravesar una
enfermedad como la esclerosis o el cáncer. De ellos, 105 se divorciaron porque la mujer
estaba enferma, 15 cuando el enfermo era el marido. De los 23 divorcios entre pacientes
con esclerosis, 22 ocurrieron cuando la mujer era la enferma. Uno sólo cuando lo era el
hombre.

Doppia presenza

Este concepto me parece apasionante. Balbo (1978) lo ideó para poner de


manifiesto la situación de la cotidianidad de las mujeres adultas que deben conciliar la
vida laboral y la doméstica. La doppia presenza consiste, como su propio nombre ya
parece explicar, en que las mujeres deben estar presentes en el mercado laboral para ser
consideradas productivas y a su vez deben sostener desde la invisibilidad los cuidados.
Sobre dicha invisibilidad se profundizará en el último apartado de esta recensión.
Esta “doppia presenza” genera un malestar generalizado en las mujeres,
malestar invisibilizado por su propia condición de mujeres. Este malestar viene
determinado por la tradicional, rígida y patriarcal separación que se da entre el ámbito
mercantil y doméstico surgida como sabemos de los procesos de industrialización, que
supusieron un nueva división del trabajo por sexo. En esta nueva organización, las
mujeres viene una tensión constante al transitar ambos espacios “en un mundo que se
mueve por la lógica del capital”.

El malestar del bienestar

Siempre que pensamos en estado de bienestar lo entendemos efectivamente


como un concepto positivo, propio de sociedades evolucionadas. No obstante, jamás
nadie me había hecho reflexionar acerca de cómo afecta el estado de bienestar en las
mujeres a cargo de los cuidados. El estado de bienestar, y sus políticas, no supusieron
tan sólo un gran desarrollo en numerosos servicios públicos y avances en la igualdad
entre hombres y mujeres, sino que también una mayor presencia de las mujeres en el
mercado laboral (unida a la ausencia masculina en las tareas domésticas) y también el
envejecimiento de la población europea. Esta idea se entiende mediante el concepto de
generación sandwich, ideado por Dorothy C. Miller. Se trata de aquellas mujeres que se
encuentran entre los 45 y los 65 que, mientras deben afrontar los cuidados de sus hijos,
deben hacerlo a su vez con sus padres.

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Una población envejecida genera cada vez más personas dependientes,
requirientes de cuidados, cosa que genera casi a modo de círculo vicioso, cada vez tanta
obligación moral del cuidado femenino como ausencia del cuidado masculino.

La interdependencia

Antes de explicar qué es la interdependencia, cabe detenernos en una de las


palabras que integran esta palabra compuesta. ¿Qué es la dependencia? En primer lugar
cabe destacar que es un constructo social, y en segundo que engloba a todas aquellas
personas que por razones de edad o de salud requieran indiscutiblemente del cuidado de
otra persona. No obstante, esta visión de la dependencia es muy simplista, no sólo atañe
a niños y niñas, mayores y enfermos, sino que es algo inherente a la condición humana,
todos requerimos alguna vez de cuidados, mínimo en el momento cercano al nacimiento
y a la muerte. La dependencia no es más que la representación de la vulnerabilidad de
las personas, y todos nos vemos inevitablemente inducidos a ser vulnerables en según
qué momentos de nuestro ciclo vital. Siendo dependientes económica, biológica,
emocionalmente.
Esta percepción va ligada a la universalidad de la dependencia. Todos somos
interdependientes entre nosotros, es por ello que “su responsabilidad no debería ser
privada ni individual, sino social y política. Cada sociedad debería organizar los
cuidados para dar respuesta a las dependencias y necesidades humanas y a la vez,
mantener el respeto por las personas que lo necesitan y no explotar a las que están
actuando de cuidadoras.”
Es imprescindible que la educación ciudadana contemple el reconocimiento de
las interdependencias y prevea así la organización del propio cuidado. No hacerlo
refuerza ineludiblemente la división sexual del trabajo y genera la llamada “crisis de los
cuidados”, que pone de manifiesto que la oferta de las mujeres no es infinita, que es tan
limitada como la propia naturaleza humana.

Los dos pilares del capitalismo

A nivel personal, nunca había confrontado directamente el capitalismo como


concepto. Lo entendía como el sistema económico menos malo, aquel a emplear
necesariamente. No obstante, sin entrar en otros razonamientos políticos que aún no
tengo reflexionados y que no vienen al caso, lo cierto es que el capitalismo propone una
visión del mundo que consiste en situar en el centro de cualquier ámbito el capital, en
buscar el rendimiento económico de cada cosa que se hace, y por consiguiente, en
valorar únicamente las actividades que se realicen en base al dinero. Esto implica
excluir de lo “económico” el trabajo realizado desde los hogares, así como, si se me

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permite introducir un nuevo concepto, implica excluir también de lo “económico”
determinados recursos naturales.
El capitalismo, pues, como vemos, sienta sus bases sobre unos grandes costes
que no contabiliza. Es decir, la producción de mercado, que se muestra como un
sistema autónomo, depende y se beneficia sin vergüenza alguna de la degradación
medioambiental y del trabajo gratuito de las mujeres.
Por el mero hecho de ser gratuito, interpretando la labor de las mujeres bajo
parámetros capitalistas, el trabajo de las mujeres está inmensamente devaluado.
Folbre va un paso más allá: “el trabajo de cuidados está devaluado sencillamente
porque es un trabajo que realizan las mujeres. Ya la idea de que en un sistema
patriarcal lo que está devaluado es ser mujer y, por tanto, las actividades que estas
asuman y desalloren también quedarán devaluadas”.
Desde mi perspectiva, el sistema presenta una hipocresía descomunal: la
devaluación de una labor sin la cual el propio sistema es incapaz de subsistir.

Invisibilidad

No se podría, ni aunque existiera voluntad, evaluar económicamente el trabajo


de cuidados, principalmente porque es un trabajo que no se desarrolla bajo relaciones
mercantiles. No obstante, esto conlleva consecuentemente otro problema: “no asignar
un valor de mercado a las actividades realizadas en los hogares aumenta el riesgo de
que dichas actividades permanecieran olvidadas y, junto con ellas, se mantuviera en la
invisibilidad a las personas que las realizan, las mujeres”.
Resulta sorprende que una labor tan fundamental para la sociedad, tan necesaria
para el desarrollo de todas las personas, tan necesaria para el aprendizaje del lenguaje,
para la socialización, para la seguridad emocional, para la construcción de la propia
identidad, para la salud pública, para la educación… una labor que se había realizado
incansablemente a lo largo de toda la historia de la humanidad, hubiera permanecido
invisible tanto tiempo. “Seguramente ello de cuenta de la enorme fuerza de un orden
simbólico patriarcal y capitalista”.

Conclusión

Para finalizar, las conclusiones que yo he extraído, no tan sólo leyendo esta
monografía, sino también observando la realidad que me rodea, son las siguientes. En
primer lugar, el trabajo de cuidados es fundamental y no puede leerse bajo parámetros
capitalistas, porque aunque vivamos en una sociedad capitalista, el centro de la misma
no puede ni debe ser jamás el capital, sino la propia humanidad. En tal caso, no
viviríamos para trabajar, sino que trabajaríamos para vivir.

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El trabajo de cuidados, insisto, es fundamental, y eso implica que tiene tal
relevancia para todos que su labor no puede atribuirse única y exclusivamente a las
mujeres. Dicha atribución, además, no puede darse en base a estudios científicos
inexistentes que alegan que el trabajo de cuidados es puramente emocional y que la
emoción es puramente femenina, cuando todos, tanto hombres como mujeres, estamos
atravesados por las emociones que sentimos.
Sentar toda la responsabilidad de cuidados sobre las mujeres aparte de ser un
acto absolutamente egoísta por parte del sector masculino, también es algo que sufren
los propios hombres al verse privados de poder cuidar y querer a sus seres queridos, por
lo que a mi parecer, no es tan sólo una cuestión de mujeres, sino que afecta a toda la
sociedad, y como todo problema que afecta a la sociedad, la cuestión de los cuidados
adquiere consideración de cuestión política.
Considero que la solución, no obstante, no se obtendría mediante leyes
necesariamente, a pesar de considerar el problema, tal como he dicho, político, sino que
se obtendría mediante un cambio en la conciencia social. Una sociedad sana y
equilibrada es aquella en la que la mujer puede delegar parte de la responsabilidad que
históricamente se le ha impuesto en el hombre para poder permitirse descansar (y
descansar de verdad, no descansar pero estando “atenta a”) y es aquella en la que el
hombre puede asumir orgullosamente parte de los cuidados, sin calificar su actuación de
“ayuda a la mujer” y calificándola como “colaboración necesaria” para garantizar que
las próximas generaciones gocen de que su padre, si lo hubiere, no fuera una figura
ausente.
La conclusión a la que llego es que la sociedad que hoy día conocemos ha
avanzado “únicamente” gracias a los hombres, porque las mujeres, salvo algunas
excepciones, no han podido demostrar su gran valía, debiendo permanecer, por
imposición masculina, en la sombra, en casa, en un segundo plano. Y yo me pregunto,
¿cuán avanzados estaríamos, a todos los niveles, si a lo largo de la historia las mujeres
también hubieran ostentado el lugar que les corresponde?

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