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Cadenas globales de cuidado: el eslabón


local
PIKARA MAGAZINE
25/05/2018
OPINIÓNPLANETA
En el lenguaje corriente, la idea de cadena global de cuidados se
resume como “mujeres explotando a otras mujeres”. Isabel Otxoa
cuestiona ese relato culpabilizador y reflexiona sobre dónde se
pone el foco cuando hablamos de externalización del trabajo
reproductivo.







Isabel Otxoa*

Acción por el día internacional de las trabajadoras del hogar en 2015 en Madrid./ Bárbara Boyero

Como resultado de la reducción del costo de los productos finales


conseguido gracias a las cadenas globales de valor, el precio del
ordenador en el que escribo esto es mucho menor que si hubiese
estado íntegramente fabricado en Euskal Herria. Es más, de
haberse producido aquí, sería tan caro que yo no tendría dos
ordenadores sino uno solo, o ninguno y estaría usando el de alguna
biblioteca o el de un centro especializado en alquiler de equipos
informáticos.
El acceso masivo a la tecnología informática en la forma actual, se
sustenta en la cadena global de valor mencionada: la ciudadanía
que disfruta de las ventajas del ordenador lo está haciendo sobre la
existencia de un sistema que explota las materias primas y el
trabajo de personas en los países empobrecidos. En el relato de
este fenómeno, las palabras clave son gobiernos, instituciones
financieras y transnacionales, y el hecho de que el resultado de la
explotación capitalista del planeta tenga réditos también para
quienes habitamos el primer mundo, no es algo que se coloque en
primer plano cada vez que criticamos el sistema.
Según he leído en un artículo titulado “Cadenas globales y trabajo
rural. La producción de arándanos en Uruguay” (2013) los
hombres jornaleros no quieren participar en la recolección del
fruto porque no les gusta la organización del trabajo y la corta
duración de la zafra, y prefieren buscar otros empleos más
rentables en áreas urbanas. Los contratistas resuelven este
problema mediante una mayor incorporación de mujeres a esas
tareas, dado que ellas muestran más disciplina en el trabajo y más
compromiso con las metas exigidas por la empresa.
Quienes gestionan todo el asunto son las empresas
agroexportadoras y sus capataces. En el caso de que las mujeres
no aceptasen la tarea de recolección, parece ser que tampoco
la asumirían los hombres, y en consecuencia quizá no
encontrásemos arándanos en nuestros supermercados. En este
relato, las palabras clave son agroexportación y nuevas formas
de reclutamiento de mano de obra y en ningún momento se
representa al jornalero como causante en ningún grado de la
posición o condiciones laborales de la jornalera.
En otro terreno, dentro de las cuadrillas de trabajadores dedicados
a pavimentar las carreteras durante los meses del verano, se
observa que cuanto más lejano es el origen nacional del
trabajador, más cerca está del manejo y aspiración de los vapores
del chapapote caliente. Es posible que la técnica del vertido en el
bache sea mejorable y que la existencia de trabajadores que
necesitan aceptar un trabajo duro esté ralentizando la posible
mejora en las condiciones en que se realiza la actividad. No he
visto nada publicado a este respecto, pero supongo que las
palabras clave del relato serían dumping social, industria de la
construcción, categorías profesionales y organización del trabajo,
y nadie le encontraría sentido a mencionar al hipotético oficial de
3ª oriundo de aquí cerca, que se ha liberado de los trabajos
penosos gracias a la existencia del peón inmigrado.
La idea de cadena global de cuidados hace referencia a la división
internacional del trabajo reproductivo y aparece en la obra de la
socióloga estadounidense A.R. Hochschild en el año 2000. El
concepto se utiliza en muchos estudios posteriores y resulta una
referencia inexcusable tanto para tratar de migración como de
empleo doméstico en los países ricos. Remito al Wikigender para
conocer los términos en los que se define, porque lo que a mí me
preocupa es la incidencia general del concepto, cuyas posibles
matizaciones solo alcanzan a especialistas y estudiosas del tema.
La cadena estaría constituida por mujeres de los países ricos, que
ya no quieren o no pueden ser las responsables de los cuidados en
su entorno y consiguen salir al mercado laboral trasladando sus
responsabilidades de cuidado a mujeres de países empobrecidos,
las cuales a su vez delegan el cuidado de sus familias en mujeres
de sus propios países. Mujeres de aquí que prosperan, tienen
empleos fuera de casa, acceso a la formación… a costa de las
otras, las mujeres pobres y migradas que han ocupado su lugar.
Tal como se ha difundido, la idea de la cadena global de cuidados
nos culpabiliza se quiera o no, y en el lenguaje corriente ha
terminado por formularse así: mujeres explotando a otras mujeres.
Esta versión culpabilizadora resultaba muy previsible y tiene vida
propia.
A partir de esto, en más de un trabajo académico o periodístico
hemos podido leer que en lugar de luchar por nuestra
verdadera liberación -como era nuestro deber- nos hemos
tirado a lo fácil delegando el cuidado. Vamos, que el oficial de
3ª de la construcción, en lugar de hacer la revolución
proletaria para mejorar sus condiciones de vida, se ha hecho a
un lado para que sea otro quien baje a la zanja. También
hemos leído las declaraciones de alguna trabajadora de hogar
migrada (testimonio real) que, a continuación de decir que
trabajaba con un horario y salario buenos, señalaba que gracias a
que acudía el viernes a la noche a cuidar de las criaturas de una
familia, ella, la empleadora, podía salir a cenar con su marido, en
lo que sería una miniversión de la cadena.
Participantes en un plantón por los derechos de las trabajadoras del hogar, celebrado en 2012 en Barcelona./
Bárbara Boyero

El eslabón local de la cadena global de cuidados se forja sobre el


principio de que el cuidado pertenece, está adscrito, a las mujeres,
que lo llevan indisolublemente ligado a sus personas. Esa
atribución injusta de la que las feministas siempre hemos
renegado, se incorpora a la representación de nuestro ser y de ahí
en adelante, la ausencia de las mujeres del país rico en las tareas
de cuidado pasa a constituir una anomalía subsanada por ellas
mismas con la contratación de empleadas de hogar.
Visto de esta manera, la trabajadora que cuida a la madre de un
varón casado estaría sustituyendo a la nuera y no al hijo; en el
cuidado de una madre la trabajadora estaría sustituyendo a las
hijas y no a los hermanos de estas, y así sucesivamente; siempre
serían mujeres las que habrían trasladado sus responsabilidades
valiéndose del desigual reparto mundial de la riqueza.
Cuando muchas de nosotras nos hemos negado a cumplir el
mandato patriarcal de ser madres, o hemos tenido una sola
criatura, no estábamos delegando en las mujeres pobres de otros
países la reproducción de la especie, estábamos transformando el
ser mujer en nuestra vida individual. Lo mismo pasa con el
cuidado. Sin embargo, el relato de la cadena no incorpora el
avance que supone en sí misma la posición de muchas mujeres
que se niegan a admitir la equiparación de los términos
“mujer” y “cuidadora” y que reniegan del principio de que el
cuidado es asunto suyo. Esta posición ha llevado a intensificar
el reparto del cuidado dentro de muchas familias, ha forzado
el aumento de servicios, todavía insuficientes, y también ha
llevado a contratar más empleo de hogar. En bastantes
ocasiones son quienes necesitan o quieren cuidado quienes
contratan por sí; otras veces son sus hijos y sobrinos varones
quienes lo hacen y en otras, muchas, son las mujeres de la familia.
Podríamos razonar de otra manera. De la misma forma que no
ponemos el foco en quien valiéndose de la cadena global de valor
tiene acceso al equipo informático barato, ni en el hombre que
pudiendo hacerlo se niega a recolectar el arándano, ni en el que no
maneja el chapapote porque hay otros que lo hacen… tampoco
hay motivo para señalar a las mujeres; el que nos neguemos a ser
las responsables del trabajo doméstico y de cuidados no nos sitúa
como agentes responsables de las malas soluciones a la cuestión.
Si hoy día el cuidado sigue realizándose de casa en casa y con
un grado de colectivización ridículo es porque existe una
manera barata de obtener atención mediante el empleo de
hogar sin mover ninguna de las estructuras sociales que tienen
su origen en la división sexual/genérica del trabajo. Las
buenas salidas son complejas y a largo plazo. Junto al reparto de
tareas con los hombres y la mejora en calidad, cantidad y
accesibilidad de los servicios de atención a las personas, hacen
falta cambios transversales: empleo, educación, urbanismo,
habitación… En realidad, todas las esferas rozan con el cuidado.
Para que todo eso cambie, un buen revulsivo es reivindicar
todos los derechos laborales para las trabajadoras de hogar,
las migradas y las nacidas aquí. Aunque en el contexto del
contrato de trabajo doméstico la aplicación de muchos de esos
derechos es imposible (readmisión obligatoria en el despido por
maternidad o por el ejercicio de derechos constitucionales,
mecanismos ordinarios de prevención de riesgos laborales,
jornada, descansos y salarios homologables con el resto de
sectores…), hay que seguir exigiendo equiparación y luchando
contra la explotación en el empleo de hogar, sea quien sea la parte
empleadora.
El relato de la cadena de cuidados puso de manifiesto algunos
elementos que permanecían ignorados. El primero fue la
ampliación de la mirada sobre la explotación de los recursos de los
países pobres, que no se limita a la extracción y producción de
bienes materiales sino que se extiende a lo que Hoschschild llama
plusvalía emocional. También reveló la situación que se deriva de
la ausencia de las mujeres migradas de sus núcleos familiares de
origen, la brutalidad de la separación de sus criaturas y sus
mayores, a quienes pasan años sin ver o -con suerte- tratan por
Skype; los problemas de relación que acarrea la distancia o la
dificultad de gestionar las emociones que genera el cuidar
criaturas y personas mayores de otras familias cuando no se puede
atender a las de la propia. En este contexto hay que mencionar la
hipocresía en la gestión de la Ley de Extranjería, que somete a las
trabajadoras de hogar migradas a los mismos requisitos y plazos
que al resto de los sectores para conseguir los papeles, pero las
controla mucho menos y mira para otro lado porque la
organización actual de los cuidados las necesita.
Si me he animado a opinar sobre el eslabón local de las cadenas
globales de cuidado es porque parece haberse incorporado al
patrimonio de ideas feministas aceptadas sin mayor
cuestionamiento. En palabras de una amiga, es triste que los
hombres vuelvan a salir de rositas en este asunto. Expresado de
manera más solemne, mi crítica es que hay una asimetría
inaceptable en la designación de las mujeres del país de destino
como beneficiarias directas de la explotación de otras mujeres,
cuando en el resto de procesos en los que personas de países
empobrecidos realizan tareas necesarias en o para las sociedades
ricas, la descripción de los fenómenos va por otro lado. Además,
el supuesto traspaso de nuestras responsabilidades de cuidado se
sostiene en una atribución que las feministas negamos
radicalmente para todas las mujeres.
*Isabel Otxoa es feminista. Participó en la Plataforma por un
servicio público vasco de atención a la dependencia y en la
actualidad es integrante de la Asociación de Trabajadoras del
Hogar de Bizkaia.

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