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MÁSTER DE ESTUDIOS FEMINISTAS Y DE GÉNERO

CURSO 2017/2018

UNIVERSIDAD UPV-EHU

“FEMINISMO, SUJETO Y MODERNIDAD”

–PRÁCTICA 3. ORÍGENES HISTÓRICOS DE LA DIVISIÓN SEXUAL DEL TRABAJO –

ALUMNA: LAIA SANCHO MOYA

PROFESORA: MERCEDES ARBAIZA VILALLONGA


1. ¿Qué quiere decir Joan Scott cuando afirma que la división sexual del trabajo no es

un hecho estructural inevitable al desarrollo del capitalismo industrial sino que es un fenómeno

de carácter discursivo?

Hilandera, modista, orfebre, cervecera, pulidora de metales, productora de botones,

pasamanera, niñera, lechera o criada, así nos describe Joan Scott la diversidad de trabajos que

realizaban las mujeres trabajadoras en el siglo XIX en occidente. La mujer en la revolución

industrial se convirtió en una figura problemática y visible. Esta visibilidad que adquirió fue porque

se la empezó a considerar como un problema. En relación con ello, en esta misma época se

iniciaron unos debates sobre el papel o “el problema” de la mujer trabajadora en referencia a su

carácter como madre, esposa o mujer. La idea generalizada sobre el problema de la mujer

comprende el significado de la feminidad y la compatibilidad entre feminidad y trabajo asalariado.

Así pues, la polémica giraba en torno a las oposiciones entre hogar y trabajo, maternidad y trabajo

asalariado y, también, feminidad y productividad. A grande tintes, la base general de estos

debates radica en la sustitución de la producción doméstica por la producción fabril. Se

consideraba que de trabajar las mujeres en las fábricas, sería con periodos cortos de trabajo

asalariado con una retirada al contraer matrimonio. Asimismo, cabe decir que esta ocupación

estaba caracterizada por las malas condiciones laborales que, a su vez, le restaban tiempo para sus

obligaciones maternales y domésticas.

Por otra parte, según Scott, el problema que realmente representaba el papel de la mujer

trabajadora era una anomalía, una irregularidad, dentro un contexto de desarrollo industrial

capitalista donde tanto las responsabilidades familiares como asalariadas resultaban

imprescindibles y se conformaban en espacios separados (a diferencia del funcionamiento

preindustrial).
Según la autora, la separación de las esferas doméstica y de trabajo asalariado representa

una contribución al proceso industrial capitalista. Esta división entre las esferas del hogar y trabajo

asalariado proporcionó enfatizar las diferencias funcionales y biológicas entre mujeres y hombres,

con lo que se lleva a legitimar e institucionalizar estas diferencias como base de organización

social. De esta manera, se utilizó el sexo como categoría que diferencia a hombres y mujeres en el

mercado laboral, presentado a la figura del “trabajador” como el obrero cualificado, masculino,

como el “modelo del trabajo”. Mientras se remarcaba esta diferencia, se obviaban otras tan

importantes, como es la estabilidad en el empleo.

Asimismo, esta separación se presenta por el discurso de la economía ortodoxa como

inevitable puesto que responde a “un proceso de desarrollo capitalista industrial con una lógica

propia”, que constituye un hecho social objetivo, derivado de la naturaleza. Un discurso

hegemónico que influyó en los ámbitos científico, político y moral y en la opinión pública,

llegándose a denominar “la ideología de la domesticidad” o la “doctrina de las esferas”. Por el

contrario, Scott considera que el fenómeno de la división sexual del trabajo no responde a ello, al

desarrollo histórico inevitable del capitalismo, sino a procesos discursivos hegemónicos.

La fijación en los estudios sobre la ocupación de la mujer ha resultado ser simplista respecto

a la realidad. Se tiene en cuenta el paso del trabajo femenino de la casa a la fábrica pero no se

contemplan otras realidades del mundo preindustrial. En esta etapa histórica las mujeres

trabajaban de manera informal, sin remuneración y con una prioridad por el trabajo del cuidado

de la familia. Se muestra así, una imagen de la fuerza de trabajo cooperativa de base familiar,

donde la producción y la reproducción eran complementarias. Sin embargo, las mujeres del siglo

XVII y XVIII, en su mayoría, jóvenes y solteras, trabajaban fuera de casa en diferentes oficios para

ganar un sustento. Las casadas, también participaron en la vida activa como fuerza de trabajo

aunque con otras dinámicas y de diferente manera que las anteriores.


Por este motivo Scott afirma que “no hay que tomarse en serio el argumento de que la

industrialización provocó una separación entre el hogar y el trabajo y forzó a las mujeres a elegir

entre domesticidad o el trabajo asalariado fuera del hogar (…). Dónde trabajaban las mujeres y

qué hacían no fue resultado de ciertos procesos industriales ineluctables sino de cálculos relativos

al coste de la fuerza de trabajo”. Más bien la autora apela a que los problemas que surgen con el

aumento de la población asalariada femenina no residen tanto en paso del trabajo del hogar al

trabajo fuera del cual, sino de un tipo de trabajo a otro. Este cambio de trabajo conllevaba ciertos

problemas que no tenían como causa alejar a las mujeres de su hogar y de sus familias, sino que

respondían a la lógica y condiciones del mercado y a los ciclos económicos (como puede ser, un

cambio de horario laboral o salarios que dependían de la producción). Considera, además, que

para entender el problema de la división sexual del trabajo, es de gran interés estudiar los

procesos discursivos con los que se constituyeron las divisiones sexuales del trabajo. Es decir, un

estudio crítico sobre las interpretaciones históricas predominantes. De esta manera, se podrá

obtener un análisis que respete el carácter complejo y crítico de dichas interpretaciones.

Desde la economía política podemos ver cómo se originó un discurso sobre la división sexual

del trabajo. Por un lado, esta disciplina defendía la idea, a cabo entre la prosperidad de la sociedad

y el beneficio empresarial, de que los salarios de los hombres deberían ser suficientes para cubrir

el mantenimiento y sostén de toda una familia. Por otro lado, bajo el imaginario común de que las

mujeres dependían de los hombres por naturaleza, algunos autores no consideraban que el salario

de la esposa pudiera sostener las necesidades de toda una familia, sino que debían cubrir los

costes de su subsistencia. Sin embargo, otros consideraban el trabajo asalariado femenino como

una imposibilidad pues, no estaban destinadas a ello y al mismo tiempo desatenderían las

responsabilidades familiares propias de su rol social.


Desde este discurso se construye una división en los salarios dignificando la figura masculina

en ellos. De este modo, el salario de los varones es considerado como generador de economía,

valorizándolos al entenderse que estos salarios deben de cubrir los costes de reproducción y

subsistencia de una familia, a parte de su salario por su fuerza de trabajo en el mercado

asalariado. Por esta razón el trabajo realizado por las mujeres no adquiría importancia ni

reconocimiento. Porque no generaba dinero, no genera el valor más preciado de esta sociedad

occidental. Así, pues, las tareas domésticas quedan invisibilizadas por no formar parte del marco

económico hegemónico masculino. Bajo este paradigma, las mujeres conformaban una mano de

obra barata al considerar su salario como suplementos de los ingresos de los varones en la familia.

Esta diferente asignación del valor de los trabajos según el sexo fue contribuida y legitimada por

parte de la economía política al manifestar dos leyes diferentes sobre los salarios, dos sistemas

diferentes para calcular la fuerza de trabajo en base al sexo explicándola en términos de división

sexual funcional del trabajo.

Sin embargo, esta división de los valores dentro de la economía asalariada, entendiendo que

los varones eran más productivos, no expulsaba a las mujeres por completo de la economía

formal. Pues en diferentes países en vías de expansión del capitalismo industrial, en este proceso

de cambio de un sistema económico a otro, las familias necesitaban dinero para subsistir y, por

tanto, las mujeres se empleaban en diferentes trabajos para compensar esa necesitad indiscutible.

También es sabido que sus condiciones laborales no seguían la lógica de la empleabilidad

masculina, siendo más precarias en cuanto a salario, principalmente.

En general, el objetivo de los clásicos era entender los cambios que se estaban produciendo

en la organización económica como consecuencia del surgimiento del sistema capitalista. En otras

palabras, estábamos ante la emergencia del sistema capitalista y, por tanto, su objeto de estudio

estaba definido por unas fronteras analíticas excluyentes al centrarse en la producción y


distribución mercantil, al otorgar una centralidad al trabajo remunerado. Todos los procesos que

quedan al margen del mercado serán descuidados por sus estudios. En este caso, debemos

destacar la omisión de los trabajos reproductivos en la esfera doméstica, realizados histórica y

fundamentalmente por mujeres, los cuales resultan imprescindibles para la reproducción y

continuidad de la vida, a la vez que indispensables para que el mercado pueda funcionar.

Desde un punto de vista feminista, se considera que la economía clásica ha sido acusada -tal

como argumenta Carrasco– de una ceguera patriarcal porque no prestaron atención al trabajo

femenino. A saber, resaltan el sesgo androcéntrico de esta disciplina en tanto que ignoraban el

problema de la división sexual del trabajo y la consideraban "natural". Por consiguiente, con la

creación de nuevos conceptos básicos sobre las nuevas esferas pública (mercado

capitalista/ciencia) y privada (trabajo doméstico/moral-carácter individual), se legitima una injusta

división del mundo. Además, se trata de una ceguera patriarcal que, siendo conscientes de la

relevancia del trabajo doméstico y de cuidados (mostrando esa importancia a través del doble

carácter de los salarios -coste de reproducción - y en sus estudios teóricos), no incluyeron ni una

vez como categoría analítica las problemáticas de las relaciones sociales de las mujeres, ni

tampoco las actividades realizadas por éstas en la esfera reproductiva.

Por lo que respecta a los empleadores, según Joan Scott, también contribuyeron a la división

sexual del trabajo. Diferenciaban los empleos que se ofrecían en base al sexo con diferentes

características para cada uno (y también se empleaba en función de otros términos como la raza o

la etnia). Tareas como la delicadeza, que requieren de dedos ágiles o paciencia estaban designadas

a las mujeres. Mientras, los hombres desempeñaban funciones relacionadas con el vigor muscular,

la velocidad y la habilidad. De esta manera, se ofrecían puestos de trabajo como si tuvieran

cualidades propias para cada sexo. Estas diferencias en las tareas de los sitios de trabajo y la
ideología que hay detrás de la contratación de las mujeres en ciertos trabajos y no en otros

conllevaron a la creación de una clase de trabajo denominado “trabajo de mujeres”.

La lógica de la competitividad y de la maximización del beneficio en las fábricas hizo de

palanca de presión para considerar el ahorro de los costes laborales como un factor importante.

Existían diferentes estrategias para el recorte en los costes laborales. La instalación de máquinas,

la división y simplificación de tareas, el menor nivel educativo o de experiencia para acceder al

puesto de trabajo, la intensificación del ritmo de producción y la reducción de los salarios.

Asimismo, no siempre conllevó a una feminización en el trabajo asalariado, pero es cierto que la

contratación de las mujeres sí significaba que los empleadores querían ahorrar capital.

Por diferentes razones esta tesis sostiene, pues, que para establecer el salario de las mujeres

se tenía en cuenta el salario de los hombres asalariados. Los empleadores han utilizado la mano de

obra femenina para ahorrar costes en sus fábricas, como consecuencia de su salario menor al de

los hombres. Estas prácticas han enfatizado la segregación sexual en el ámbito laboral, hasta el

punto que se vislumbra que los sitios de empleo femenino estaban creados por los empleadores

dotando de una naturalización del sitio de trabajo apto o idóneo para las mujeres. Una prueba de

este ahorro se muestra en que, en una gran variedad de sectores, se empezó a emplear a las

mujeres como medio para disminuir los costes labores. Entre ellos, la industria del calzado, de la

impresión o el servicio postal, por ejemplo.

Por lo que respecta al trabajo “de cuello blanco”, profesional y de oficina, las mujeres vieron

su empleabilidad muy favorable por una serie de cuestiones. Estas profesiones estaban enfocadas,

por una parte, en la enseñanza y el cuidado de las niñas y niños y, por tanto, eran catalogadas

como tareas propias de su “naturaleza”. Por otra parte, los trabajo de oficina eran muy aptos para

las mujeres gracias a su carácter sumiso, tolerante, detallista y por su capacidad de repetición. Se

hacía patente, pues, una naturalización de las características de estos puestos de trabajo
relacionados con la mujer, de igual forma que se naturalizó su salario más bajo que el de los

varones.

En definitiva, la organización del espacio de trabajo, la jerarquía de los salarios, la promoción

y el status de los puestos de trabajo, la agrupación de mujeres en unos tipos de empleo y sectores

del mercado específicos condujo a la creación de una fuerza de trabajo sexualmente seccionada.

Esta creación de un mercado de trabajo segregado en base al género representó el ejemplo

estrella para justificar la “natural” división sexual del trabajo.

Sin embargo, esta naturalización de la división sexual del trabajo no es más que una falacia,

pues estas divisiones son el resultado de una toma de decisiones económicas en base al beneficio

en el sistema capitalista. Como dice Joan Scott, esta división sexual no es “natural”, sino que es un

producto de las prácticas que la han naturalizado, es decir, son un ejemplo de las prácticas de la

segregación que el mercado laboral hizo en razón del sexo.

De esta manera, podemos entender como las hipótesis que configuraron la segregación

sexual (hablamos de que las mujeres eran más baratas que los hombres por su inferior salario y

menos productivas que ellos, la afirmación de que están capacitadas para cierta clase de trabajo

sin cualificar, eventuales y de servicio, y aptas para el trabajo asalariado solamente en unos

períodos vitales) eran, realmente, el producto del modelo de los empleos asalariados femeninos

que los mismos empleadores habían creado para ellas.

A continuación, desde las organizaciones sindicales masculinas ha habido prácticas que han

facilitado o apoyado a la división sexual del trabajo. Así pues, los varones agrupados en estas

organizaciones han tratado de proteger sus empleos y sus salarios apartando a “sus camaradas”

mujeres de la organización sindical y del mercado laboral asalariado. Para ello, han consentido que

el salario de las obreras fuera menor, las han reconocido como una amenaza en vez de como

compañeras de sindicato y han contribuido al imaginario social de amas de casa y madres como
finalidad y destino social de las mujeres obreras. Estas decisiones y prácticas sindicales se

derivaron en un refuerzo a la naturalización de la división sexual del trabajo.

A pesar de ello, en sectores de la industria textil, del tabaco o del calzado, debido a su gran

proporción de fuerza de trabajo femenina, las propias trabajadoras llegaron a organizar varios

sindicatos. Un caso importante fue la Federación Nacional de Mujeres Trabajadoras (de Gran

Bretaña) que llegó a reunir a 20.000 afiliadas en 1906. Esta clase de organización sindical de

mujeres solía definirse como una categoría especial, la de trabajadoras con independencia de cual

fuere el trabajo que desempeñaban.

Asimismo, las mujeres fueron admitidas en muchos sindicatos (masculinos), sin embargo, en

estos espacios ellas desempeñaban un papel subordinado al de sus compañeros. Es decir, sus

esfuerzos no bastaron para demostrar a “sus camaradas” que eran plenamente trabajadoras y

estaban comprometidas con el trabajo asalariado y con la lucha socialista.

Desde los sindicatos era más frecuente el reclamo por la regulación de un salario familiar, lo

cual estaba relacionado con su respetabilidad en la lucha de clases. Pero, por el contrario,

descansaba en una gran contrariedad ideológica pues, mientras se reclamaba la igualdad para la

clase de trabajadores, también se apostaba por una protección de la vida familiar y doméstica de

la clase obrera (que es desde donde nace el salario familiar, y promueve la división sexual del

trabajo). Asimismo, esto complicaba la demanda social de las mujeres para adquirir un status

igualitario al de los varones como trabajadoras.

En este contexto industrial, desde la lectura del machismo sindical, la libertad y la

autonomía de las mujeres en sus vidas no estaba representando la feminidad, caracterizada por la

maternidad y la domesticidad de la época. Al mismo tiempo, este carácter de la mujer trabajadora

estaba marcando una imagen estigmatizada sobre el obrero. En otras palabras, se lo consideraba

dominado por su mujer y estaba quedándose fuera del ideal masculino, el cual estaba
representado por el poder mantener a la familia. Este pensamiento se consideró importante

dentro de un marco donde el proletariado se disputaba una lucha social por su dignidad de clase y

respetabilidad y no quería verse abatido por la clase burguesa.

Desde el Estado y legislación social, las mujeres no eran consideradas ciudadanas de pleno

derecho como lo eran los varones. Ellas no tenían acceso al poder político y por esta razón se las

consideraba vulnerables, dependientes y con necesidad de protección. También estaban relegadas

de los sindicatos y no tenían la capacidad de organización que éstos proporcionan. Cierto es que,

en este momento, las feministas que intentaban expresar su opinión no se las escuchaba y se

prefirió adoptar una postura paternalista sobre ellas, sobre todas y sin el total consentimiento.

Nacieron diferentes reformas y legislaciones laborales que atendían a temas como la maternidad,

la salud, la protección, la reducción de la jornada laboral, el trabajo nocturno. Estas legislaciones

tuvieron como consecuencia una problematización de la mujer trabajadora en tanto que no

responde a los mismos problemas que los relacionados con la fuerza de trabajo masculino. Esta

postura política exaltó la división sexual del trabajo y la brecha entre el trabajo masculino y

femenino, a la vez que se acusó y reforzó el papel reproductor de la mujer como su función

primaria, acentuando su estatus secundario en la esfera de la productividad. Además, es

importante recalcar como las diferentes leyes laborales (como la prohibición del trabajo nocturno

femenino o la reducción de la jornada laboral femenina) se aplicaban en el ámbito fabril, un sector

predominantemente masculinizado. Mientras que en sectores verdaderamente feminizados como

el servicio doméstico, tiendas familiares, establecimientos pequeños o la agricultura las leyes no

tenían aplicación.

2. La aportación del feminismo como teoría crítica a la economía del trabajo

En el siglo de la Ilustración y el siglo posterior – S XVII y XVIII– en Occidente, se fue creando

una visión de la sociedad dividida y jerárquica de los espacios asignados privilegiando a los
hombres. La mentalidad dominante de la época instauró una injusta visión de entender la

organización social y las relaciones que en ella tenían que reproducirse. Estamos hablando de la

filosofía occidental masculina. De la mano de autores como Descartes, Rousseau, Kant, los

“grandes” pensadores y políticos se encargaron de dividir el imaginario social bajo el binario

público y privado. Así, este planteamiento sentenciaba una división del mundo en dos hemisferios

totalmente opuestos en diferentes espacios asignados según el sexo. Respondían a una división de

la posición social segmentada por barreras impuestas a las dimensiones de la vida como

privado/público, reproducción-crianza/producción, sentimental/racional, familia/política,

necesidad/libertad, centro/periferia.

Se trata pues, de una sociedad patriarcal. Porque, por un lado, reproduce una jerarquización

del poder sexista al diferenciar a las personas según su sexo. Por otro lado, porque designa una

ideología de valores, creencias y características diferentes para el sujeto femenino y masculino. Es,

por tanto, la creación de una división del mundo encarnada en dos esferas opuestas, sexualizadas,

donde una estaba supeditada a la otra. Por lo cual se establecía una dependencia jerárquica entre

un centro y una periferia, una estructuración de los espacios que otorgaba supremacía a aquello

masculino sobre aquello femenino.

Esta ideología patriarcal marginaliza la posición social de la mujer porque le otorga un papel

secundario al legitimar una dicotomía del reconocimiento basada en la prioridad de unos espacios

(el masculino) sobre otros. Además, porque no considera legítimas y reconocidas de pleno

derecho las actividades del sujeto femenino en el espacio privado. En este contexto, en la sociedad

occidental del siglo XVII-XVIII las mujeres fueron consideradas prácticamente invisibles. Esta

concepción del mundo, la sexuada mentalidad dominante de la época, sería la base de la

socialización de los futuros economistas políticos clásicos, aquellos con los que la economía

política se instauró como disciplina política y académica.


A lo largo de la historia ha habido dos escuelas de pensamiento económico dominantes.

Hablamos de la economía política clásica y de la escuela marginalista - posteriormente neoclásica-.

A modo de ejemplo, podemos asociar la publicación 1776 de la obra de Adam Smith, "La riqueza

de las Naciones", como símbolo del nacimiento de la disciplina económica y, en particular, el inicio

del pensamiento clásico. Otros autores de referencia de la época como David Ricardo y Karl Marx

siguieron la misma línea analítica respecto a los procesos del mantenimiento de la vida, trabajo

doméstico y el papel desarrollado por las mujeres en la esfera socioeconómica. En este sentido, el

objetivo de los clásicos era entender los cambios que se estaban produciendo en la organización

económica como consecuencia del surgimiento del sistema capitalista. La economía política clásica

es considerada como la ciencia que estudia las leyes sociales que gobiernan la producción y la

distribución de los medios materiales para satisfacer las necesidades humanas. Dos rasgos que

remarcamos de ella (y que se desvincularán de la posterior escuela neoclásica) son los siguientes:

por un lado, habla de aspectos y actividades concretas en una sociedad y, por otro lado, las leyes

económicas tienen un carácter social.

En este contexto, estábamos ante la emergencia del sistema capitalista y, por tanto, su

objeto de estudio estaba definido por unas fronteras analíticas excluyentes al centrarse en la

producción y distribución mercantil, al otorgar una centralidad al trabajo remunerado. Todos los

procesos que quedan al margen del mercado serán descuidados por su estudio. En este caso

debemos destacar la omisión de los trabajos reproductivos en la esfera doméstica, realizados

fundamentalmente por mujeres, los que resultan imprescindibles para la reproducción y

continuidad de la vida a la vez que indispensables para que el mercado pueda funcionar.

Ahora bien, tal y como hemos mencionado anteriormente, desde un punto de vista

feminista se considera que la economía clásica posee una ceguera patriarcal porque no prestó

atención al trabajo femenino doméstico (ni prestigió tampoco el asalariado femenino). Se resalta
el sesgo androcéntrico de esta disciplina en tanto que ignoraba la división sexual del trabajo y la

consideraba "natural". Por consiguiente, con la creación de nuevos conceptos básicos sobre las

nuevas esferas pública (mercado capitalista/ciencia) y privada (trabajo doméstico/moral-carácter

individual), se legitima una injusta división del mundo. Además, los principales autores de esta

disciplina, siendo conscientes de la relevancia del trabajo doméstico y de cuidados realizados por

las mujeres (habiendo mostrado esa importancia a través del doble carácter de los salarios -coste

de reproducción- y en sus estudios teóricos), no incluyeron ni una vez como categoría analítica las

problemáticas de las relaciones sociales de las mujeres, ni tampoco las actividades realizadas por

estas en la esfera reproductiva.

Posteriormente, a finales del siglo XIX, la escuela del pensamiento neoclásico situará como

objeto de estudio el funcionamiento del sistema de mercado con un carácter ahistórico, aislado de

las relaciones sociales que se dan entre la vida laboral y doméstica. En otras palabras, el nuevo

pensamiento cambia el objeto de estudio dejando de lado la compresión compleja y holística de la

sociedad que tenían los clásicos. Este sitúa en el centro de estudio el funcionamiento del papel del

sistema de mercado como mecanismo que asigna el valor material a bienes y recursos "escasos" a

través de los precios. Las características de este sistema de mercado se pueden detallar en la

libertad de circulación de los bienes y servicios bajo la lógica de la libre competencia, que garantiza

la riqueza económica y la relación de oferta y demanda, que resuelve los deseos y la distribución

de dichos recursos.

Esta economía lo que pretende es destacar el carácter individual, masculino y autónomo de

las personas, del homo economicus, las decisiones de las cuales respecto al mercado laboral se

encuentran aisladas de cualquier carácter conflictivo. Existen algunos rasgos característicos de la

nueva economía, fundamentales para el sostenimiento de una economía capitalista y patriarcal.

Primeramente, se pasó de una teoría que reflejaba a través del salario (el precio del trabajo) el
proceso social necesario para que los trabajadores pudieran trabajar y reproducirse, a una teoría

del salario como incentivo que refleja un cálculo en el margen de utilidad del ingreso y desutilidad

del trabajo. Se sustituyen las necesidades vitales y las responsabilidades cotidianas hacia otras

personas por una racionalidad. La disciplina neoclásica tiene la convicción en una nueva economía

desprovista de los aspectos políticos, éticos y sociales. Es decir, la ontología del individuo, según

esta economía el nuevo sujeto trabajador actúa bajo una lógica axiomática, evidente, cierta,

fundamentada en una coherencia sobre el orden de preferencias, con pleno conocimiento de los

recursos, por lo tanto, el trabajador tiene la capacidad para resolver cuestiones sobre su empleo.

En otras palabras, este sujeto responde bajo los criterios de utilidad individual y egoísta, con una

fuerte autoconciencia de sí mismo, racional en sus decisiones tomadas, guiadas hacia el objetivo

de ganancia económica, es autónomo y libre de cualquier condicionamiento exterior.

Frente al paradigma económico ortodoxo, florecen diferentes perspectivas críticas que

intentan cuestionar la veracidad de sus postulados y la honestidad de sus categorías principales

para el análisis. El feminismo es una de estas corrientes críticas, y una de las principales

aportaciones de este conocimiento será la deconstrucción de los discursos dominantes sobre los

que han vivido las mujeres bajo la etiqueta "no-sujeto-femenino" o "El otro Sujeto". El

feminismo como teoría y como movimiento social ha “materializado” una parte de la realidad

social, hasta el momento oculta por la hegemonía académica y política, al situarla en el objeto de

análisis científico.

Así pues, aunque existen diferentes enfoques epistemológicos desde la perspectiva de la

economía feminista, dado su carácter interdisciplinario y por no caracterizarse de un pensamiento

único, todos tienen en común ciertos elementos compartidos. A saber, la ampliación de la noción

de economía para incluir todos los procesos de aprovisionamiento social, pasen o no por los

mercados. La introducción de las relaciones de género como un elemento constitutivo del sistema
socioeconómico y, por lo tanto, del género en cuanto que categoría analítica central más allá de

la desagregación de datos por sexo. Y, por último, la convicción que el conocimiento es siempre un

proceso social que sirve a objetivos políticos, de donde se deriva el explicitación de un

compromiso feminista.

Seguidamente, a diferencia de otras disciplinas sociales como la sociología,

la historia o la psicología que han sido más receptivas a una perspectiva de género

y han ido transformando parte de su cuerpo teórico y metodológico al aceptar algunas

conceptualizaciones – eso sí, siendo el resultado de un largo esfuerzo–, la economía como

disciplina ha sido más restrictiva a la hora de incorporar otras miradas científicas. Por esta razón se

considera que la economía feminista se ha desarrollado de manera paralela a la economía

dominante oficial. Las razones de esta negativa las encontramos en el propio marco ideológico de

la teoría económica, puesto que se caracteriza por un fuerte sesgo patriarcal y capitalista y, como

tal, no puede permitir la aceptación del pensamiento rupturista que predomina en la economía

feminista. La economía neoclásica está dotada de una gran hegemonía social en cuanto que su

discurso de poder se basa en la justificación de la actual economía neoliberal. Por lo tanto, esta

disciplina tiene la capacidad de definir las propias fronteras de su objeto de estudio, de considerar

qué es y qué no es importante y marcar los objetivos políticos.

Aunque muchas son las mujeres que se consideran como precursoras de la economía

feminista al siglo XIX (coincidiendo con el feminismo de la primera ola)

como Bodichon, Perkins, Heather-Bigg o Taylor, es cierto que el impulso de la crítica feminista a la

teoría económica se sitúa a partir de la década de los sesenta del siglo XX. En este momento, en

las sociedades occidentales, la economía feminista se empodera elaborando una teoría y análisis

empírico de gran importancia, y se inicia con fuerza como crítica epistemológica y metodológica

hacia los paradigmas neoclásicos y marxista por su manera de analizar la realidad socioeconómica
de las mujeres. Esta etapa coincide con el momento histórico de la segunda ola del feminismo, en

la que se va configurando una importante teoría feminista propia como pensamiento

independiente que recorre y presiona varias disciplinas.

En esta década y en la siguiente es cuando se da el “Debate sobre el Trabajo Doméstico”

dentro del movimiento feminista, y que más tarde pasaría a trabajarse en la academia. Un debate

que dejó unas líneas de estudio y unos objetos analíticos abiertos para el seguimiento de la

economía feminista. Pese a las diferencias políticas feministas, entre marxistas y radicales, el

debate (claramente marxista) pretendía poner de relieve el trabajo doméstico y analizar dicho

trabajo realizado por las mujeres en la esfera invisibilizada, el hogar, con la intención de averiguar

cuál era la base material de la opresión femenina en las sociedades capitalistas occidentales.

El feminismo marxista fue pionero en la ruptura de la dicotomía espacio público/privado al

poner en el centro del análisis el trabajo doméstico y la dualidad de esas esferas. Las críticas

feministas se centran en dos categorías fundamentales de la teoría marxista: la producción y el

trabajo, posicionando una clara indignación hacia la práctica política marxista clásica por su olvido

en el tema de la reproducción. De esta manera, las feministas marxistas, despertaron la conciencia

sobre el carácter imprescindible del trabajo doméstico y su repercusión en la economía.

Uno de los problemas que se hizo evidente en este debate sobre el trabajo doméstico

formado por las feministas marxistas y radicales es la denuncia urgente de redefinir los conceptos

y categorías tradicionales androcéntricas con las que se estudiaban las temáticas del mundo del

trabajo y las experiencias femeninas. Por este motivo, se empezó a manifestar la creación de

nuevos marcos teóricos para su análisis de la realidad social y económica que integren las

experiencias femeninas de los cuidados de la vida, que incorporen la dimensión subjetiva y

emocional del trabajo doméstico, tanto a nivel metodológico como epistemológico. Y así, el

enfoque de producción-reproducción nace como una alternativa para la solución.


El enfoque de producción-reproducción tiene la pretensión fundamental de conceder a la

organización social de la reproducción humana la misma importancia conceptual que a la

organización de la producción asalariada. Los cuales son dos subsistemas que están presentes en

las sociedades y su enlace permite la reproducción social. También es cierto que algunas autoras

de esta perspectiva epistemológica considerarán la reproducción social como categoría central de

análisis, alrededor de la cual se organiza el resto del sistema socioeconómico.

Este enfoque es considerado de una gran aportación crítica feminista a la teoría económica

ortodoxa. No obstante, realizan una crítica hacia las categorías analíticas tradicionales que

dotaban de centralidad a los mercados y consideraban la reproducción como una categoría

dependiente. Gracias a este enfoque, comienza a haber una preocupación en

la reconceptualización de las categorías de producción, fuerza de trabajo, trabajo doméstico, etc,

que permita la eliminación de la connotación ideológica que desvalora y no reconoce el trabajo de

las mujeres. El análisis representa, además, una crítica y un cuestionamiento a las categorías

convencionales porque estas sólo hacen alusión a una parte de la actividad productiva de la

sociedad, es decir, aquella que se da bajo las relaciones de producción capitalista a través de los

mecanismos del mercado y, además, está legítimamente asignada al colectivo masculino. De esta

manera, se está denunciando su parcialidad al identificar la producción y el trabajo con la

producción mercantil y el trabajo remunerado. Entendemos, pues, que desde esta postura crítica

se empieza a deconstruir el carácter histórico del objeto de estudio de la economía clásica y

neoclásica, muy relacionado con el sujeto que lo creó.

A partir de esta perspectiva va naciendo una línea académica de estudios, gran aportación

del feminismo a la teoría económica, que reside en la descentralización de los mercados uniéndolo

a la relación existente entre el desarrollo económico y los niveles de vida de la población. Como

hemos comentado, se trata de ir quitando del centro del análisis la categoría principal de la
economía hegemónica (los mercados) para ir situando otras categorías más representativas de las

realidades sociales.

En los años noventa el imaginario del ama de casa va entrando en crisis, desapareciendo

como ideal de futuro entre las mujeres. Fue ocupando su lugar el modelo de la mujer trabajadora.

En esta época, las mujeres reivindican sus derechos sociales, su autonomía, queriendo formar

parte del mercado asalariado y renegando del rol de la domesticidad. Sin embargo, la masificación

de las mujeres en dicho mercado confirmó la tesis de las feministas radicales. La cual consistía en

una crítica a sus compañeras marxistas. A saber, que con la incorporación de las mujeres en el

mercado asalariado no se conseguiría abolir su situación de opresión. Cierto es que no fue así, por

el contrario las mujeres experimentaron un aumento considerable de la carga de trabajo. Pues, el

trabajo doméstico seguía recayendo bajo la responsabilidad de las mujeres y, al mismo tiempo,

ellas empezaban a trabajar en el mundo asalariado. La llamada “doble jornada”, es la experiencia

histórica de una generación de mujeres que en los noventa viven un fenómeno alienante: la

“doble presencia” o “doble ausencia” que plasma como esta nueva mujer trabajadora debe de

redistribuir sus tiempos entre el trabajo remunerado y el trabajo doméstico, entre su voluntad de

adquirir autonomía y derechos laborales, sociales y económicos y, por otra parte, las obligaciones

domésticas que siguen responsabilizándose en las mujeres. De esta manera, va naciendo un nuevo

sujeto de mujer, trabajadora, madre y ciudadana.

Para finalizar, otra de las grandes aportaciones del feminismo en esta materia de economía

han sido sus trabajos en torno a los cuidados y al bienestar social, en tanto que el bienestar

cuotidiano de las personas se encuentra día a día y generacionalmente dentro de la esfera privada

(y no reflejado en un salario). Este enfoque del feminismo mantiene una posición de la economía

centrada en las personas y repiensa como se resuelven las necesidades de subsistencia en los
sistemas capitalistas occidentales, entendiendo que el objetivo principal de una sociedad son las

condiciones de vida de las personas en una situación de justicia e igualdad para todo el mundo.

Este enfoque sitúa como elemento central el trabajo de cuidados y doméstico en el análisis

del bienestar social. Pues este trabajo reproductivo posibilita la fuerza de producción necesaria

para que los procesos capitalistas puedan mantenerse en el tiempo. Así pues, este enfóquese se

declara rupturista con la economía ortodoxa porque antepone como epicentro la lógica de la vida

a la del capital mercantil y financiero. La calidad de vida en el centro del análisis es la apuesta

fuerte de esta corriente del feminismo. El cual entiende que las necesidades básicas de la vida no

son solo materiales, sino también emocionales y de cuidados. Unas necesidades emocionales que

traducimos en cuidados, necesarios e imprescindibles a lo largo de todo nuestro ciclo vital,

entendiendo que en diferentes momentos de la vida necesitamos diferentes tipos de cuidados.

Además, los cuidados es un trabajo destinado a cuidar la vida, nos permite crecer, socializarnos

adquirir unos valores y una identidad, una autoestima básicas y necesarias. Estas necesidades

emocionales, afectivas y relacionales se llevan a cabo dentro del hogar. Es un trabajo relevante

para la reproducción social porque ofrece una gran aportación a lo que es el mantenimiento de las

condiciones de vida de la población.

Este discurso, además de visibilizar las prácticas de cuidados que se llevan a cabo en la esfera

privada por mujeres, también ha querido recuestionar el concepto de trabajo del cuidado. Así

pues, se apuesta por entender el trabajo de cuidados de manera compartida y transversal,

considerando su carácter interdependiente y vulnerable de las personas, cuestionando así la figura

del homo economicus. Esta reflexión, critica la base en la que se ha creado el concepto de

cuidados: Autonomía/dependencia. Por ello apuestan por una ampliación del concepto,

podríamos decir que apelan por una universalización de los cuidados. Con un carácter

multidimensional, se considera que afecta a todas las personas y atendiendo al principio de que
todas somos vulnerables y por tanto necesitamos de afectos y curas a lo largo de nuestro ciclo

vital. Es decir, este principio también remarca el carácter social e interdependiente de los cuidados

al ser reclamada por todas, rompiendo así la dicotomía de dependencia/independencia.

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