Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
CINTA ARRIBAS
GIOCONDA BELLI
12 MAR 2023 - 05:00 CET
13
En 2010 escribí una novela que presentaba en tono de humor una utopía feminista.
La idea surgió de una experiencia real. En los tiempos de la ahora desaparecida y
traicionada revolución sandinista, las mujeres nos habíamos incorporado a la lucha
en plano de igualdad. La liberación de la ciudad de León, en la que aterrizó, desde
Costa Rica, la primera Junta de Gobierno (Daniel Ortega, Sergio Ramírez, Violeta
Chamorro, Alfonso Robelo y a la que se unió Moisés Hassan, el único que estaba
combatiendo en Nicaragua) fue un destacado éxito militar de Dora María Téllez y
su Estado Mayor de mayoría femenina.
A la hora del poder, sin embargo, sólo una mujer fue nombrada ministro de
Bienestar Social, Lea Guido. No pasó mucho tiempo sin que nos diéramos cuenta de
que los supuestos revolucionarios volvían a sus esquemas mentales previos. Ya no
nos necesitaban. Ahora ellos se hacían cargo. Se organizó el ejército y a las mujeres
combatientes se las excluyó con argumentos como que no se podría controlar la
promiscuidad entre hombres y mujeres y que acomodar el gasto de las compresas
para la menstruación y los cuidados, si quedaban embarazadas, complicarían el
orden militar.
A las militantes, tras la toma del poder, se nos demandaban horarios y jornadas de
fines de semana que para nada tomaban en cuenta que la mayoría éramos madres.
Durante la lucha armada, habíamos tenido que relegar a nuestros hijos
prometiéndoles que el triunfo sería también, por fin, la ocasión anhelada para
rehacer las familias y estar más tiempo con ellos. Sin embargo, cuando
argumentábamos eso en los trabajos, se nos veía como si pidiésemos vacaciones o
intentáramos evadir el trabajo, el único que contaba como tal para los hombres.
Muchas nos rebelamos. Insistimos. Nuestros hijos empezaban a resentir la
revolución.
Esa y otras experiencias en mi vida laboral me han hecho pensar en una pieza
fundamental para el desarrollo de sociedades igualitarias: la necesidad
de modificar sustancialmente el mundo laboral. Este es un terreno que poco se ha
abordado en el área de las grandes reivindicaciones feministas. Hemos luchado por
el derecho al aborto, hemos luchado contra la violencia, pero poco hemos
conseguido para que el entorno del trabajo, al que las mujeres nos hemos sumado
masivamente, cambie. Incorporarnos al trabajo significa, a menudo, enfrentar la
disyuntiva de escoger entre la maternidad y la realización profesional. Está claro
que el mundo del trabajo está organizado para hombres que tienen esposas; está
organizado por ellos desde la mentalidad de proveedores exentos de obligaciones
domésticas; jefes en hogares regentados por sus mujeres. La prevalencia de esta
concepción hace que las mujeres, en general, hagamos una doble jornada o
paguemos parte de nuestro sueldo para que otras mujeres, sin mejores
alternativas que cuidar casas e hijos ajenos, suplan las tareas que nos han sido
tradicionalmente asignadas. Se habla de corresponsabilidad. Creo que, en efecto,
ahora hay muchos más hombres que ayudan en las tareas en el hogar. Las
estadísticas, sin embargo, indican que el porcentaje más alto de las tareas
domésticas siguen recayendo en las mujeres, trabajen fuera de casa o no.
Es posible que esto suene a un sueño irrealizable, pero yo no lo creo así. Pienso que
padecemos de una estructura discriminatoria que ha creado una división del
trabajo sesgada que afecta sobre todo a las mujeres. Tras la celebración del 8-M,
me atreveré a exponer propuestas que nos invitan a reflexionar sobre esta brecha.
Se hace necesario renovar el pensamiento abordando lo que creo constituye un eje
central de las diferencias entre hombres y mujeres: el cuidado de los hijos.
Cierto que, en España, por ejemplo, existen guarderías públicas y privadas, madres
de día, canguros y otras alternativas, pero las plazas son pocas. El año pasado en
Madrid más de 8.000 familias no pudieron alcanzar plaza. Esta situación afecta
sobre todo a las familias monoparentales, o sea a madres divorciadas o solteras,
que no pueden pagar una niñera. Si se considera la posibilidad de los incentivos
fiscales, se podrían expandir estos servicios.
Quiero creer que esta cultura que recarga a la mujer con las tareas domésticas y la
responsabilidad de los hijos irá cambiando en la medida en que la igualdad vaya
avanzando, pero temo que esto tomará aún buen tiempo. Mientras, creo que el
feminismo debe ocuparse de luchar por que la mujer trabajadora tenga a su
disposición sistemas de calidad que le permitan conciliar la maternidad con la
realización personal.