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XXIII CONVOCATORIA
CONCURSO DE BECAS PARA REALIZACIÓN DE TESIS DE MAESTRÍA

TÍTULO DEL PROYECTO DE INVESTIGACIÓN:


Los jóvenes que infringen la ley en Quito y su experiencia con la violencia cotidiana

SEUDÓNIMO
Leonel M.

ABSTRACT
Las reformas neoliberales implementadas a finales del siglo XXI en América Latina
desplazaron las medias asistencialistas por estrategias de control cada vez más punitivas.
El resultado de este escenario es la existencia de sociedades gobernadas por la vigilancia
y el control social, las cuales se valen de la revitalización del sistema carcelario cuya
función versa principalmente en la administración de aquella población marginal que tras
la comisión de un delito ha sido categorizada jurídicamente como delincuente.
En este sentido la complejidad de la delincuencia no sólo se comprende por el acto
ilícito sino por toda la problemática que atraviesa a los sujetos que lo realizan y la cual
está estrechamente relacionada con las contradicciones que emanan a nivel estructural
donde la violencia se trasmina en cada una de las esferas de la vida cotidiana. Así el
presente trabajo aborda la problemática de un sector constantemente relegado a nivel
social, institucional y académico y del cual se tiene poco conocimiento en el contexto
ecuatoriano: Los jóvenes infractores. De esta manera el análisis explora en las trayectorias
de los infractores la edificación de dinámicas violentas que encuentran sus propias
motivaciones en un contexto minado por la vulnerabilidad y desprotección social.

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Problema de estudio

Antecedentes
A finales del siglo XX las reformas neoliberales reforzaron una violencia estructural a
escala mundial. En Estados Unidos y el occidente este hecho implicó una remodelación
pública que se caracterizó por el abandono de las políticas sociales asistencialistas y la
implementación de medidas sumamente represivas (Wacquant 2002). En América Latina
el eco neoliberal condenó una mayor precarización manifestándose en la dificultad de
suministrar plenamente a toda la población servicios sociales como la educación, salud,
empleo, cultura y participación política. En el caso de Ecuador la existencia de una
violencia estructural se delineó a partir de:
Las crisis políticas, el feriado bancario, la violenta liquidación del sucre, la tercerización
y otras formas de precarización del trabajo, el desempleo, la carencia de cobertura de
salud, los múltiples esfuerzos por desmantelar la seguridad social, la creciente
privatización y descentralización de los mecanismos de acción frente a las violencias
(Fiscalía General del Estado 2014, 49).

Ante el agravamiento del neoliberalismo que generó un mayor nivel de desprotección


hacia la población marginal, los Estados latinoamericanos entre ellos el ecuatoriano,
comenzaron a privilegiar el uso de mecanismos de control cada vez más punitivos,
estrategia política justificada ante el ambiente de inseguridad que se vive en la región
tanto por el aumento de la criminalidad1 pero más por su sobredimensión. Lo antes
referido conlleva a la consolidación de sociedades gobernadas por la vigilancia, el control
y el castigo, lo cual implica que los problemas sociales pasan a ser asuntos policiales.
El abordaje de la violencia delictiva ha cuestionado el ejercicio democrático de la
región, especialmente cuando la aparente recuperación democrática entrelaza una serie
de reformas al sistema judicial (Vargas 2008), suscitando debates hacia temas como el
incremento de las penas, la supresión de la cárcel preventiva, la pertinencia de la pena de
muerte, la reducción de la edad para la imputabilidad penal, entre otros (Gómez 2012).
En el caso Ecuador la inseguridad se ha convertido en uno de los problemas que ha
ocupado la agenda pública, tan es así que para el 2014 entró en vigencia la reforma al
Código Orgánico Integral Penal (COIP). Los ajustes que se hicieron a la tipificación de

1 Kliksberg menciona que para 1980 en América Latina el promedio de homicidios por cada 100 mil
habitantes era de 12,5 y para el 2006 esta cifra se duplicó (Kliksberg, 2008 citado en Carrión, 2008a: 11).

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las prácticas ilegales tácitamente tuvieron el objetivo de adecuar el sistema jurídico a las
necesidades de un ordenamiento social de alto control. De esta manera el COIP representa
un medio para legitimar el poder fáctico y es un canal para implementar una cultura
punitiva (Carrión 2008b).
Un tema en debate que medió la reforma del COIP fue la imputabilidad penal de
los jóvenes con minoría de edad, discusión de larga data en materia de justicia para
infractores tanto a nivel regional como internacional. La pregunta constante es qué hacer
con estos jóvenes y principalmente con aquellos que incursionan en prácticas cada vez
más violentas. Instancias internacionales como la ONU apela a respetar la construcción
moderna edificada entorno a la juventud, demandando a los estados miembros, entre ellos
el ecuatoriano que se incorporen a la repartición diferencial de justicia. Empero, este
discurso presenta tensiones en la práctica ante las presiones sociales que enfatizan el
agraviamiento social que ha hecho el infractor.
Sí bien es cierto que el COIP respetó la imputabilidad penal delegando su abordaje
en el libro cuarto del Código de la Niñez y la Infancia, en éste último se implementaron
cambios en la penalidad de los jóvenes con minoría de edad lo que generó un reajuste a
la construcción social del joven infractor. Lo que se deja ver en estos reajustes es que las
modificaciones jurídicas es que olvidan toda la problemática social que concierne a los
jóvenes que realizan actos delictivos.

Planteamiento del problema

La articulación entre delito y sistema penal ha llevado a reconocer que la


importancia de la delincuencia radica tanto por las afectaciones sociales que produce
como por su delimitación en el campo penal, sistema donde yacen sujetos que al estar
doblemente excluidos viven una constante muerte social. A nivel regional el interés por
el mundo delictivo específicamente juvenil abrió dos líneas de investigación; aquella que
reflexionó sobre la conformación de agrupaciones delictivas juveniles y la que abordó su
situación de confinamiento. En esta última línea se ubican trabajos como el de Azaola
(1990) y Eskola (2002) que analizaron la mirada jurídica en el abordaje de los infractores,
al respecto Matza (2014) menciona que justamente son las instituciones penales las que
cimientan la imagen de un sector juvenil envilecido que debido a su laxitud moral se
justifica su encauzamiento mediante un proceso de rehabilitación.

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En este sentido se aduce que el sistema penal invalida la violencia delictiva en la


que se incorporan los jóvenes y a su vez instituye su poder mediante el ejercicio punitivo.
Foucault (2009) menciona que la legitimidad de la violencia institucional que opera en el
sistema penal moderno se respalda a través de distintas disciplinas que presumen su rigor
científico y las cuales fortifican la imagen del desviado social a partir de su estudio
minucioso. Así el sujeto se vuelve un punto de análisis para explicar la delincuencia y
confeccionar un castigo selectivo y efectivo. Lo antes dicho permite mencionar la
existencia de un universo delictivo que cruza todos los sectores sociales, sin embargo se
tiende a enfatizar, sobredimensionar y punir aquellas prácticas ilegales que realiza la
población con menos capital social y económico.
Reconociendo esto y a nivel regional algunas investigaciones como las de Roberti
(2001), Miguez (2004), Mettifogo y Sepúlveda (2005) y Tapparelli (2009) dan cuenta de
la incidencia que tiene las instituciones formales para que los jóvenes se acerquen al
mundo delictivo. En el caso de Ecuador las pocas investigaciones del problema siguen
ésta ruta al referir lo innegable; jóvenes atravesados por el debilitamiento de los lazos
familiares, la fragilidad educativa, la carencia de efectivas oportunidades laborales, así
como el apego a las adicciones (Tenorio 2011).
Esta perspectiva que sostiene como razón causal de la delincuencia juvenil la
fragilidad de las instituciones enfrenta dos puntos en tensión, el primero es que no alcanza
a explicar por qué jóvenes en las mismas circunstancias sociales no incursionan en las
prácticas ilegales, y el segundo aspecto es que supone que la fragilidad de los nichos
sociales, producen jóvenes desadaptados que difícilmente se incluyen al mundo
convencional. Matza (2014) menciona que esta perspectiva positivista sobre la
delincuencia mina su complejidad porque los jóvenes infractores lejos de disociarse
completamente del marco convencional pueden adscribirse al mundo normativo. No hay
entonces una socialización diferencial que responda a la inclusión de los jóvenes en
prácticas ilegales más bien una deriva en la cual “los jóvenes pueden quebrantar ciertas
leyes en determinadas situaciones y contextos pero sin estar de modo alguno
condicionados a hacerlo y mucho menos a hacerlo todo el tiempo” (Kessler 2014, 14).
Lo importante entonces es analizar esos contextos en el que los jóvenes derivan
en prácticas ilegales, partiendo del hecho de que los infractores son parte también del
mundo convencional y de sus contradicciones; provienen de realidades excluyentes y han
atravesado por un proceso sistemático de desprotección social que tiende a denotarse en
diferentes formas de violencias cotidianas, donde ellos se posicionan como protagonistas

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o como receptores. En este sentido los jóvenes interactúan en dos lógicas violentas, por
una parte la que se instituye en el sistema penal y por otra la que acaece en sus vidas
cotidianas. Respecto a esta última y siendo un vínculo para guiar la discusión de los
jóvenes infractores, existen importantes trabajos latinoamericanos como el realizado por
Scheper-Hughes (1997) quien da cuenta de la forma naturalizada, rutinizada y anónima
en la que aparece la violencia cotidiana.
Un mérito de la autora citada es que analiza la violencia desde un contexto general
y mediante las diferentes instancias que la re-producen, sin embargo Bourgois (2002)
menciona que Scheper-Hughes confunde la violencia cotidiana con aquella que opera a
nivel estructural e institucional. Para dar más aportes el autor hace una distinción de los
diferentes tipos de violencia: estructural, simbólica y cotidiana, delimitando a ésta última
“a las prácticas y a las expresiones de agresión impersonal que sirven para normalizar la
violencia en el nivel micro” (Bourgois 2002, 76). No obstante cada una de estas violencias
en la práctica se encuentran articuladas, de hecho como Bourgois (2002) menciona la
violencia estructural aquella suscitada por el funcionamiento de la organización política-
económica se trasforma y trasmina cotidianamente en las diferentes interacciones
interpersonales especialmente en los estratos sociales más desposeídos.
Un trabajo paradigmático sobre la violencia en los márgenes es el realizado por
Auyero y Bertí (2013) quienes aluden que estas múltiples violencias cotidianas tienen sus
propias motivaciones y dinámicas pero no por ello se encuentran aisladas. Esta precisión
fue pensada alegóricamente por los autores como cadenas de violencia, metáfora que se
refiere “a las maneras en que distintos tipos de violencia, usualmente pensada como
fenómenos apartados y analíticamente distintos (por el lugar donde ocurren, por los
actores en los que pone en contacto, etc.), se vinculan y responden unos a otros […]”
(Auyero y Bertí 2013, 94).
Movilizando estos aportes se menciona que la violencia que ejercen los infractores
no está desarticulada de aquella que sucede en su cotidianidad, de hecho es parte de ella,
no obstante con esto de entrada no se afirma que la violencia cotidiana sea el único factor
causal de la violencia delictiva pero sí permite ver el contexto de hostilidades y conflictos
donde provienen los jóvenes, un escenario que los ha colocado en lugares de
vulnerabilidad y desprotección social donde las reacciones institucionales tienden a ser
más visibles cuando los jóvenes llegan al aparato penal. Por lo tanto la violencia cotidiana
no es unidireccional ni tampoco la protagonizan sólo los jóvenes, de hecho este tipo de
violencia deviene de un proceso de interacciones e intercambios sociales, de ahí la

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dificultad de posicionar a los actores sólo como receptores o como protagonistas empero
en cualquier lugar ocupado la violencia moldea la experiencia y existencia de las
personas.
Un aspecto importante de la violencia cotidiana son las distintas formas de
afectación que tiene tanto cuando se recibe como cuando se protagoniza. Esta violencia
cotidiana que sucede en los márgenes sí bien puede operar como un recurso de
sobrevivencia frente a un mundo conflictivo, lo cierto es que su práctica degrada
simbólica y materialmente la vida de los jóvenes y el medio social donde se desenvuelven
(Wacquant, 2004). Como refieren Auyero y Berti (2013) esta violencia cotidiana no es
un instrumento para destruir el sistema de dominación ni tampoco un mecanismo para
liberar positivamente a los sujetos oprimidos y marginados sino más bien es una violencia
que condena y subordina a los grupos subalternos.

Preguntas de investigación

¿Cuáles son las formas y significados de la violencia que han experimentado


cotidianamente los jóvenes infractores a lo largo de sus trayectorias de vida?

Objetivo general
Dilucidar el proceso de exclusión y desprotección social de los jóvenes infractores
mediante las diferentes situaciones violentas que han experimentado cotidianamente y
analizar la relación que guarda con la violencia delictiva.

Objetivos particulares

Comprender las dinámicas y motivaciones de las violencias vividas cotidianamente por


los jóvenes infractores en los espacios por los que han transitado a lo largo de su vida.

Analizar las distintas formas de afectación de las violencias que han experimentado
cotidianamente los jóvenes infractores.

Conocer el significado e interpretación que le dan los jóvenes infractores a las violencias
vivida en sus contextos cotidianos.

Hipótesis
Las distintas formas de violencia que viven los jóvenes infractores en su cotidianidad

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están reguladas por un sistema de valores que permite diferenciar la violencia en dos
grandes campos: legítima e ilegítima. La ubicación de la violencia en uno u otro lugar
está en relación a los agentes que la reproducen, a los motivos por los cuales se ejerce y
a las afectaciones que genera. Estas dos dimensiones de la violencia permite por una parte
resolver los problemas que presentan pero por otra parte articularlos a un proceso
constante de vulnerabilidad social.

Marco teórico

Al problematizar una situación que concierne a los jóvenes es necesario reconocer el


debate que se ha dado sobre su conceptualización. Aquí se afirma que los jóvenes son un
producto social, concepción que va más allá de las visiones que homogenizan y
universalizan la realidad de este sector a partir de su rango de edad. Al respecto Bourdieu
(2002) menciona que es arbitrario sincronizar la edad biológica y la edad social porque
un hecho natural no es decisivo para que los jóvenes compartan intereses,
comportamientos y actitudes. La sugerencia entonces es pensar a los jóvenes a la luz de
la sociedad que la produce (Unda y Llanos, s/f).
Ahora bien dado la relación que tiene este sector juvenil con el delito es preciso
señalar algunas premisas teóricas sobre este último. Ya Emile Durkheim (1997) advertía
el carácter social del delito al concebirlo como un acontecimiento normal en tanto resuena
en todas las sociedades no sin ello reprobable porque agravia la conciencia colectiva.
Siguiendo esta premisa que fracturó los preceptos de la criminología clásica se puede
referir que el delito es una construcción edificada en el campo social que funciona para
delinear históricamente el orden social, estableciendo y redefiniendo constantemente los
límites entre lo legal y lo ilegal. Por su parte Hirshi insiste en reconocer que el delito no
es un acto que cometan determinadas personas sino un acto que se realiza en todos los
estratos sociales (Hirshi 2008 citado en Miguez 2008).
La premisa anterior fue incluida en los aportes de la criminología crítica al
mencionar que el delito no sólo se remite a los pobres sino también involucra a las
personas que tienen una adecuada posición económica (Downes & Rock, 2012). Sin
embardo el sistema penal moderno tiende a punir los delitos que realizan los sectores más
vulnerables de la sociedad, generando así una definición hegemónica del desviado y
dando pauta para incentivar proceso de criminalización selectiva y de dominación. Para
la criminología crítica la inmunidad penal de la clase dominante y el encarcelamiento
masivo de las clases subalternas son características intrínsecas del sistema capitalista.

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Un aspecto sustancial a mencionar es que los delitos con mayor uso de violencia
se concentran entre los sectores más vulnerables, frente a esta premisa se vuelve cada vez
más necesario no individualizar a los desviados sino ubicarlos en el mundo de
contradicciones que surgen en el ámbito social a la luz de un contexto neoliberal. En este
sentido las teorías de la subcultura criminal brindan aportes importantes especialmente al
reflexionar la delincuencia juvenil y al estimar que lo importante de la trasgresión es el
conocimiento del infractor y su entorno social (Zetino 2011).
Sí bien es cierto que las teorías de la subculturas criminales atravesaron distintas
facetas, existen dos puntos de encuentro en esta tradición teórica, el primero es que el
delito no es algo inherente al sujeto, existe un proceso de aprendizaje de las prácticas
delictivas, y el segundo aspecto es que el delito que realizan los jóvenes de estratos
sociales vulnerables no necesariamente responde a una lógica instrumental de costo-
beneficio, de esta manera es necesario reconocer otros elementos de orden social y
cultural articulados a las prácticas delictivas.
La perspectiva culturalista de la desviación delictiva introdujo ciertos elementos
que hasta ese momento estaban ausentes. Así la subcultura criminal como recurso teórico
permitió ubicar los aspectos socio-culturales que sostenían y entretejían las prácticas
delictivas realizadas por agrupaciones juveniles que situadas en ciudades desarrolladas
no lograban incorporarse cabalmente a los beneficios citadinos. En este sentido se llegó
a comprender la adhesión de valores, normas, conductas y prácticas relacionadas al delito,
sistema cultural capaz de cimentar la identidad y pertenencia de los jóvenes en un entorno
social que constantemente los excluye y margina.
El hecho de recurrir a los aportes dados por las teorías de las subculturas delictivas
-pese a las diferentes críticas que se les han realizado- es con la intención de nombrar la
función que éstas tienen para los integrantes juveniles que las conforman. Al respecto
Cohen menciona que el carácter cultural de estas agrupaciones, ayuda a resolver los
problemas que enfrentan los jóvenes que tienen una determinada posición social (Cohen,
1955 citado en Baratta, 1986). Pero aquí es preciso reiterar que las situaciones que
aquejan a estos jóvenes no se reducen a los limitantes económicos, para esto basta ver
trabajos realizados tanto en Estados Unidos como América Latina2 donde se da cuenta de
la adquisición simbólica que se construye alrededor de estas agrupaciones.
Con estos aportes lo que se observa es que la delincuencia no sólo representa una

2 Cfr. Whyte (1971); Bourgois (2010) y Cerbino (2012)

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necesidad instrumental para adquirir bienes que permitan resolver los problemas
cotidianos, en algunos casos funciona simbólicamente para ordenar y dar significado a la
existencia de sus integrantes, tan es así que se ha mirado al delito como fuente de
identificación para los jóvenes marginales (Miguez, 2008). Ahora bien las
aproximaciones que brindan las teorías de las subculturas delictivas rompen con el
imaginario del delincuente vacío de contenido moral y disociado del mundo social. Por
su parte Kessler (2004) menciona que el delito no es una actividad exclusiva de los
infractores en la medida en que transitan en actividades legales, lo que deja ver la relación
e importancia que para los jóvenes infractores tiene incluirse a los cánones
convencionales.
No obstante es importante resaltar que existen situaciones claras en las que el
trasgresor no puede pasar desapercibido especialmente cuando éste ha llegado a
instancias de control formal como es el sistema carcelario. Y es aquí que convienen traer
las premisas postuladas por la teoría del etiquetaje. Este enfoque plantea que el desviado
solo es posible cuando se le ha incorporado eficazmente la etiqueta (Venceslao, 2012).
La desviación como construcción social tiene un impacto notorio en el sujeto etiquetado
en la medida en que se le confiere una identidad deteriorada, un estigma que degrada su
imagen y minan su campo de movilidad social. Esta identidad no sólo condiciona su
estatus sino también sus propias acciones en la medida en que se asume las atribuciones
externas que se le han conferido (Goffman, 2006).
En esta dirección la construcción de la alteridad anormal sólo es efectiva cuando
el otro la asuma como tal, cuando el joven se adentra en la anormalidad mediante sus
prácticas. Bajo estos fundamentos se han propiciado fuertes críticas al sistema
penitenciario cuya génesis se justificó ante la necesidad de “rehabilitar” al desadaptado,
pero lejos de hacerlo fomenta y encarna las prácticas delictivas. Es por ello que corrientes
como la criminología crítica cuestionan la pertenencia de la cárcel no sólo por definir al
desviado sino por consolidar su carrera criminal (Baratta, 1986).

Estrategia metodológica
Esta investigación de corte cualitativo prioriza el trabajo de campo como medio para
acceder a la problemática de los jóvenes infractores. Como menciona Guber el trabajo de
campo se concentra en la recolección de información “que permita especificar
problemáticas teóricas (lo general en su singularidad), reconstruir la organización y la
lógica propias de los grupos sociales (la perspectiva del actor como expresión de la

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diversidad); reformular el propio modelo teórico, a partir de la lógica reconstruida de lo


social (categorías teóricas en relación con categorías sociales o folk)” (2005, 49).
El campo se llevará a cabo dos zonas de estudios: el primero es el Centro de
Adolescentes Infractores (CAI) del Distrito Metropolitano de Quito “Virgilio Guerrero”,
administrado por La Subsecretaria de Desarrollo Integral para Adolescentes Infractores
en donde se encuentran recluidos jóvenes entre los 14 años y 25 años. Para el
acercamiento a este lugar y con la finalidad de ir entablando confianza entre los jóvenes
se propone una participación activa mediante la elaboración de dos talleres, uno de ellos
es cultural y el otro educativo.
Después del periodo de observación participativa en donde simultáneamente se ha
llevado un diario de campo, se continúa con el levantamiento de la información por
medio de los relatos de vida hacia los jóvenes y la aplicación de entrevistas semi-
estructurada a los agentes institucionales que interactúan con ellos y a algunos familiares
que los visitan. Antes de proseguir en las estrategias metodológicas es importante
justificar el empleo de estas técnicas de investigación. Los relatos de vida son un insumo
metodológico que permite enfocarse a un aspecto particular de la experiencia de vida de
las personas (Kornblit, 2004), esto quiere decir que son un filtro de acontecimientos del
pasado y como menciona Barteux (2005) permiten ver lo que le ha sucedido al sujeto y
la manera en que comprende lo ocurrido tomando en cuenta sus contextos sociales.
Ahora bien, solo para delinear algunos puntos sobre el análisis de los relatos de
vida, se utilizará el modelo hermenéutico el cual en términos generales y de acuerdo a la
propuesta de Barteux (2005) inicia con el ordenamiento temporal de los relatos
requiriendo de un proceso de selección e interpretación de la información que prescinde
de la movilización de los recursos teóricos. En esta organización temporal de los hechos
se recomienda buscar sus secuencias así como sus causas (Barteux 2005). Otro elemento
clave que propone el autor es identificar los hitos que han marcado la experiencia de las
personas, estos puntos de inflexión permiten ver las continuidades y descontinuidades en
las trayectorias de vida y especialmente hace énfasis en los contextos socio-históricos en
la que se sitúa la persona.
Respecto al uso de entrevistas semi-estructuradas se considera que ésta
herramienta es útil en la medida en que permite conocer a partir de otros agentes la
situación social de los jóvenes infractores. Para ello se utiliza una estructura conformada
por una serie de preguntas que enlaza los principales tópicos a partir de los cuales se van
desplegando otras preguntas que buscan profundizar los temas. Respecto al análisis de

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las entrevistas se emplea un proceso de categorización-reducción y sistematización.


Ahora bien el segundo lugar que se explora son los lugares cotidianos donde
provienen los jóvenes. En este momento el trabajo se realiza con jóvenes que han estado
previamente internados en el CAI. En esta fase las herramientas metodológicas son otras
porque se tienen acceso a la vida de las personas situándolos en su contextos social, en
este sentido se hace uso de una estrategia metodológica que prioriza la observación
participativa basada en el acompañamiento de los jóvenes donde mediante un diario de
campo se registra escrita y visualmente cada uno de los espacios por los cuales transitan.
Asimismo como recursos audiovisuales se emplea la participación de los jóvenes
por medio un taller que pretende extraer fotográficamente aquellos lugares que para los
jóvenes se presentan como violentos y aquellos que no lo son. En este taller se explora
además los significados que le dan los jóvenes a estos dos mundos: el violento y el no
violento. Cabe mencionar que las fotos recogidas no solo serán incluidas a la estructura
de la tesis sino también serán otorgadas a los jóvenes.
Ahora bien reconociendo que el antropólogo tiene una importante
responsabilidad en el momento de reflexionar sobre la violencia, en este apartado
metodológico es necesario mencionar los temas éticos que vienen de por medio. En este
sentido Borgois (2005) se preguntó cómo pensar la violencia sin hacer de ella una
pornografía, sin reproducirla y re-producir estigmas y estereotipos que recrudezcen la
condición del sujeto subalterno. En este tema Scheper-Hughes (1997) apela a una
antropología moralmente responsable que no se incline a una dimensión sensacionalista
de la violencia sino que la contextualice. La labor además implica replantearse
constantemente la relación que se teje con las personas no sólo en campo sino en cada
una de las fases del ejercicio antropológico.

Cronograma de actividades

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2015 2016
Actividades
Ago. Sep. Oct. Nov. Dic. Ene. Feb. Mar. Abril May. Jun. Jul. Ago. Sep. Oct. Nov.
Plan de tesis
Afinación del plan de tesis
Retroalimentación colectiva del plan de tesis
Defensa del plan de tesis
Sugerencias de lectores
Defensa de plan de tesis
Elección de asesor de tesis
Taller II
Revisión y organización de bibliográfia para el
capitulo I y II
Elaboración del primer capítulo: Jóvenes, violencia
y delito. Aproximaciones teóricas para su
comprensión
Entrega del primer capítulo
Elaboración del segundo capítulo: Violencia e
inseguridad en Quito en los albores del siglo XXI
Entrega del segundo capítulo
Trabajo de campo
Observación participativa y redacción del diario de
campo
Levantamiento de los relatos de vida
Organización y sistematización de la información

Análisis de la información
Elaboración del tercer capítulo: Jóvenes y violencia
cotidiana
Elaboración del cuarto capítulo: Sobre los delitos y
el uso de la violencia
Elaboración de la introducción, las conclusiones y el
ordenamiento bibiliográfico
Fase final de la tesis
Entrega del borrador de la tesis
Lectura de tesis
Incorporación de las correcciones
Defensa de la tesis

Presupuesto detallado

Materiales Gastos
Materiales de escritorio (libros, revistas, cuadernos, rasma
de papel, bolígrafos, entre otros 250
Movilidad y alimentación 200
Materiales para elaborar los talleres 300
Grabador de voz 250
Cámara fotográfica y cámaras desechables 450
Pago por servicio de trascripción 800
Gastos por refrigerio 200
Develación de fotos 50
Total 2, 500

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