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CORPUS CHRISTI

Capilla Nuestra Señora de Guadaupe


Altar 1
La celebración del Corpus Christi, es decir, del Cuerpo y la Sangre de
Cristo nos recuerda la presencia real y verdadera de Jesucristo en la
Eucaristía. En este sacrificio, que se realiza en cada celebración, se
actualiza el Sacrificio de Jesús, su ofrenda total de sí mismo a sus
discípulos. Por lo tanto, podemos decir que la fiesta del Corpus Christi
celebra la cercanía y el amor de Jesús por los hombres, el momento
más alto y significativo de su experiencia humana.
Esta procesión simboliza a Jesús caminando entre los hombres, por sus
calles, para enfatizar cómo su Sangre y su Carne nos acercan aún más a
Él y Él a nosotros.

El pan y el vino
Son los elementos naturales que Jesús toma para que no sólo
simbolicen, sino que se conviertan en su Cuerpo y su Sangre y lo hagan
presente en el sacramento de la Eucaristía.
Jesús los asume en el contexto de la cena pascual, donde el pan ázimo
de la pascua judía que celebraban con sus apóstoles hacía referencia a
esa noche en Egipto en que no había tiempo para que la levadura
hiciera su proceso en la masa (Ex 12,8).
El vino es la nueva sangre del Cordero sin defectos que, puesta en
la puerta de las casas, había evitado a los israelitas que sus hijos
murieran al paso de Dios (Ex 12,5-7). Cristo, el Cordero de Dios (Jn
1,29), al que tanto se refiere el Apocalipsis, nos salva definitivamente
de la muerte por su sangre derramada en la cruz.
Los símbolos del pan y el vino son propios del Jueves Santo en el que,
durante la Misa vespertina de la Cena del Señor, celebramos la
institución de la Eucaristía, de la que encontramos alusiones y
alegorías a lo largo de toda la Escritura.

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Es necesario destacar que la Eucaristía de ese Jueves Santo, celebrada
por Jesús sobre la mesa-altar del Cenáculo, era el anticipo de su Cuerpo
y su Sangre ofrecidos a la humanidad en el "cáliz" de la cruz, sobre el
"altar" del mundo.
Cordero de Dios
La mención del cordero se remonta a tiempos de Moisés. El libro del
Éxodo narra que cuando Dios decidió liberar a su pueblo de la
esclavitud en Egipto, ordenó que cada familia sacrificarse un cordero
sin defecto, macho, de un año, que lo comiesen por la noche y que con
su sangre untaran las jambas (pilares) de las puertas en donde se
encontraron. Así los israelitas fueron salvados de la plaga que asoló
Egipto, matando a todos los primogénitos (Ex 12,1-14). Más tarde en el
monte Sinaí, Dios consumía su alianza con Israel, sellando su pacto con
la sangre del Cordero Pascual (Ex 24,1-11).
También, al ser perseguido por sus enemigos por predicar en nombre
de Dios, el profeta Jeremías, se compara así mismo como un cordero
llevado al matadero (Jer 11,19). Más tarde, el profeta Isaías acude a esta
imagen en el cuarto canto del Siervo de Yahvé, que debe morir por los
pecados del mundo, que no abre la boca por protestar, aún recibiendo
injurias e injusticias que se cometen contra él, manifestándose manso e
indefenso como un cordero llevado al matadero (Is 53,7).
En el Evangelio se expresa que fue San Juan Bautista el que se lo aplicó
a Nuestro Señor (1,29-37): «He ahí el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo».
La tradición cristiana ha visto en el cordero, la imagen de Cristo (Cor
11,23-26). Cristo nuestro Cordero Pascual, ha sido inmolado (1 Cor. 5-
7). San Pedro, en su primera epístola, invitaba a los fieles a recordar
que habían sido rescatados de su vano vivir no con oro o plata, que son
bienes corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, Cordero sin
defecto ni mancha (1Pe 1,18-19).
El libro del Apocalipsis hace alusión en forma recurrente a esta imagen.
Aparece con tonos solemnes y dramáticos un cordero, como degollado,
rodeado de cuatro vivientes y de veinticuatro ancianos, y es el único
capaz de presentarse ante el trono de la Majestad de Dios y abrir los
sellos del libro sagrado. Entonces todos los ancianos y miles y miles de
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la corte celestial se postran delante del cordero y para tributarle honor,
gloria y adoración por los siglos (Ap. 5,5-14).
El Cordero Pascual es Jesucristo mismo, es el verdadero cordero que
quita el pecado del mundo, el Cordero Pascual de nuestra redención,
que se inmola como sacrificio perfecto.

Paloma
En la primera mitad del siglo III comienza a usarse la paloma en las
representaciones del bautismo de Jesús, donde representa al Espíritu
Santo.
La paloma con sus plumas puras y blancas, eleva la mente a la pureza
de Dios, y su aleteo en el aire nos recuerda los muchos movimientos del
Espíritu en nuestra alma.
El significado del Espíritu Santo en forma de paloma tiene que ver con
el símbolo que significa paz, esperanza y amor de Cristo en la tierra,
trayendo las buenas nuevas de la relación-reconciliación entre Dios y el
hombre.

El pez
En el siglo II la Iglesia tomó la palabra "Ictís", pez en griego, como
símbolo de Cristo. A partir del siglo III la imagen del pez se utilizaba
como símbolo de Cristo.
En esta simbología, las letras de la palabra "Ictís" representan las
iniciales de la frase: "Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador"
El símbolo del pez y el críptico "Ictís" fueron adoptados por los
cristianos de la Iglesia Primitiva para representar a Jesucristo y
manifestar su adhesión a la fe.
Los cristianos, siendo minoría en un mundo pagano, tenían sus propios
símbolos para identificarse y avivar su fe. En el pez (Ictís), encontraban
la profesión de fe, la razón por la que adoraban a Jesús y estaban
dispuestos a morir.

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Los creyentes son "pequeños peces", según el conocido pasaje de
Tertuliano (De baptismo, c. 1): "Nosotros, pequeños peces, tras la
imagen de nuestro “Ictís”, Jesús Cristo, nacemos en el agua". Una
alusión al bautismo. El cristiano no solo murió y nació de nuevo en el
bautismo sino que vive de las aguas del bautismo, es decir, en la gracia
del Espíritu Santo. El cristiano que se aparte de la vida de estas aguas
muere. Como un pez muere al salir del agua, el cristiano muere si se
deja seducir por la mente del mundo.
El símbolo del pez puede que sea inspirado por la multiplicación
milagrosa de panes y peces o por los peces que Jesús Resucitado
compartió con sus discípulos (Jn 21, 9). Al llamar a los discípulos para
Jesucristo les dijo: «Vengan conmigo, y los haré pescadores de
hombres.» Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron (Mateo
4,19-20; cf Marcos 1,17).

La mano de Dios
Dextera Domini en latín indica protección divina, también legitimación
de un poder. El estar en las manos de Dios parece sugerir que no solo
estamos bajo su constante cuidado, sino que también estamos bajo la
guardia y protección de su poder maravilloso.
A lo largo de las Escrituras se hace referencia a la mano del Señor, y su
ayuda divina se manifiesta una y otra vez.
El Papa Francisco ha dado una lección muy sencilla de cómo opera la
mano de Dios. Y utiliza la parábola de la vid (Jn 15,1-8): “Yo soy la vid y
ustedes los sarmientos”, las ramas, dijo Jesús. “La gloria de mi Padre
está en que den mucho fruto, y sean mis discípulos”.
¿Y qué nos enseña el Papa?: “Las ramas sin la vid no pueden hacer
nada, porque no les llega la savia, necesitan la savia para crecer y dar
fruto; pero aunque la tengan, la vid necesita de las ramas, porque los
frutos no están unidos al tronco, a la vid. Es una necesidad mutua, es
un permanecer recíproco para dar fruto”.

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“Nosotros sin Jesús no podemos hacer nada, como la rama sin la vid. Y
Él, -me permita el Señor decirlo- sin nosotros parece que no puede
hacer nada, porque el fruto lo da la rama, no el tronco, la vid”.
Y agrega Francisco: “¿Cuál es la ‘necesidad’ que tiene Jesús de
nosotros? El testimonio. Cuando en el Evangelio dice que nosotros
seamos luz, dice: ‘sean luz, para que los hombres 'vean sus buenas
obras y rindan gloria a nuestro Padre' (Mt 5,16). Es decir, el testimonio
es la necesidad que tiene Jesús de nosotros. Dar testimonio en Su
Nombre, porque la Fe, el Evangelio, crece por el testimonio".

El ancla
El ancla, a causa de su gran importancia en la navegación, fue
especialmente considerada desde la antigüedad como un símbolo de
seguridad. Los cristianos, por esta razón, al adoptar el ancla como un
símbolo de esperanza en una existencia futura, simplemente dieron un
nuevo y superior significado a un emblema que les era familiar. En las
enseñanzas del cristianismo la virtud de la esperanza ocupa un lugar de
gran importancia, Cristo es la esperanza que nunca falla para aquellos
que creen en Él. San Pedro, San Pablo y algunos otros de los primeros
Padres lo expresaron en este sentido, pero es en la Epístola a los
Hebreos donde se relaciona por primera vez la idea de esperanza con el
símbolo del ancla. El escritor dice que tenemos la “esperanza” colocada
delante de nosotros, “como un ancla del alma, firme y segura” (Hebreos
6,19-20). La esperanza de la que se habla aquí, obviamente no se
relaciona a lo terrenal, sino a cosas celestiales, y el ancla como símbolo
cristiano, consecuentemente, se refiere solamente a la esperanza de la
salvación.
El ancla se convirtió en el símbolo de Cristo quien evita el naufragio
espiritual. Expresa no solo lo que significa mantener una embarcación
fija en el mar, sino como alegoría de la esperanza y de la salvación.
¡Jesús el ancla del alma! Nuestra mas grande esperanza proviene del
conocimiento de que el Salvador rompió las ligaduras de la muerte.

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