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Centro de Estudios Teológicos de Sevilla

La Eucaristía en la historia de salvación


y
la historia de la salvación en la Eucaristía

Los sacramentos de la fe
Carlo Rocchetta
BREVE INTRODUCCIÓN

La Eucaristía no es sino la representación en grado máximo de la presencia de


Dios en la historia. La Eucaristía es la acción de Cristo y al mismo tiempo de la
Iglesia en y a través del Espíritu que hace memoria de una vez para siempre del misterio
pascual en un banquete de comunión en el que Jesucristo, el Resucitado, actualiza
el don de su persona para nosotros en los símbolos sacramentales del pan y del
vino, y se comunica a los creyentes, para así edificar el pueblo de Dios y
orientarlo hacia su retorno glorioso.

Cada vez que la Iglesia se reúne, sea donde sea, para celebrar la Eucaristía es el
mismo Cristo el que se hace presente para actualizar la oblación única de su ser al
Padre, completada en su muerte y resurrección de una vez para siempre. La Santa
Misa no es un simple recuerdo realizado por otros; es la presencialización del
único evento pascual llevado a cabo por el mismo Cristo: realmente se hace
presente Cristo en el sacrificio de la cruz. La comunidad eclesial y el celebrante
desempeñan un papel esencial de mediación, pero el ministro fundamental de la
celebración eucarística es el Señor glorificado. Dicha actualización es posible
gracias a la acción del Espíritu que hace que la Iglesia sea capaz de “hacer
memoria” del único evento pascual.

No hay duda en que los testimonios del Nuevo Testamento sitúan la Eucaristía
en la historia de la salvación y su cumplimiento, la pascua de Jesús. Y esto implica
dos niveles de profundización: por una parte la recuperación de la tipología
bíblica referida a la eucaristía y por otra parte la relación entre la celebración
eucarística y las estructuras cultuales hebraicas.

Así pues, en el presente trabajo intentaré exponer cómo se hace presente la


Eucaristía, el misterio pascual, en la historia de salvación y viceversa. Para ello me
basaré en la segunda y tercera parte del capítulo tercero del ensayo teológico de
Carlo Rocchetta que tiene por título “Los sacramentos de la fe 2. Sacramentología bíblica
especial”.

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1. TIPOLOGÍA BÍBLICA Y EUCARÍSTICA.

La tipología, es el estudio de las correspondencias entre las «maravillas de la


salvación» y los diversos niveles de la historia salutis; Cristo y su obra son la
realización de las figuras de la antigua ley y cómo se despliegan en la Iglesia y los
sacramentos. La Eucaristía no constituye una maravilla de Dios aislada y sin
referencia alguna al pasado, sino que se sitúa en el punto de convergencia de una
serie de acontecimientos bíblicos que forman el contexto hermenéutico. Son en
particular la pascua de liberación, el sacrificio de alianza, el banquete de comunión
y la morada de Dios en medio de su pueblo.

1. La pascua de liberación

La cena de Jesús con los apóstoles es en el ámbito de la pascua judía, era la fiesta
de primavera. Tras la liberación de Egipto, paso de la esclavitud a la libertad,
constituye el evento central de la historia de Israel, recordado todos los años.
Celebrar la pascua es conmemorar el éxodo, y renovar la fe en el poder salvador
del Señor. Los profetas anuncian una nueva pascua mesiánica mayor que la
anterior. El NT afirma que esta pascua ya se ha realizado en Cristo, es el paso de
Cristo de este mundo al Padre, después de haber «entregado su cuerpo» y «derramado su
sangre» para la redención de la humanidad. El banquete que Jesús celebra
representa la anticipación sacramental. La eucaristía, «memorial» de este evento,
actualiza el paso de Cristo de este mundo al Padre y se renueva el «éxodo» de la
salvación.

La inmolación del cordero. La sangre del cordero inmolado preservó a los


hebreos del paso del ángel exterminador inaugurando el éxodo. Comiendo cada
año el cordero pascual, participan de los frutos de aquella liberación. El pan ázimo
simboliza la salida y el camino para renovarse. Cristo es el nuevo “Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo” (Jn 1,49). En el instante de comer el cordero pascual,
Jesús proclama: «Éste es mi cuerpo entregado por vosotros... el cáliz de mi sangre derramada
por vosotros», su muerte en la cruz era la inmolación del verdadero cordero que
salva la humanidad del pecado y la introduce en la libertad de los hijos de Dios,
muestra cómo debe ser actualizada en la Iglesia como memorial de la pascua
nueva y eterna. La eucaristía es presencia de la pascua de Cristo, a través de una

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actualización simbólica se revive la muerte y la resurrección de Cristo, en espera
de la parusía final. La eucaristía es «el pan» del viajero, del peregrino en el mundo.

El camino en el desierto, el maná y la roca. El desierto fue para Israel el tiempo


de las intervenciones salvíficas. A pesar de la falta de fe e idolatría, el Señor
condujo a Israel por el desierto hacia la tierra de Canaán (Ex 19,4). Varias
intervenciones de Dios a lo largo de este camino son explicitadas en el NT dentro
del discurso sobre la eucaristía. Destacan el maná y la roca del Horeb. El maná es
el signo del verdadero pan y la verdadera bebida que el Padre da a la humanidad (Jn
6,48-55). La relación entre el maná y la eucaristía, ambas se ofrecen como
alimento y los efectos: son un don entregado por Dios, el hombre no puede
procurarse a sí mismo. Los padres de la Iglesia comentaron la tipología eucarística
del maná, subrayando la analogía y la superioridad de la realidad sobre la figura. La
roca del Horeb es interpretada por Pablo, junto al maná, en referencia a la
eucaristía (1Co 10,3-4). En la patrística, la tipología del agua del Horeb queda
vinculada tanto al bautismo como a la eucaristía.

El ingreso en la tierra prometida. Es el último episodio del éxodo. Dios


interviene a favor de su pueblo al mismo tiempo que una conquista larga y
fatigosa, revela un nuevo aspecto: el don de Dios surgido del triunfo sobre la
muerte (Lc 22,52; 11,21-22) y una conquista del creyente, triunfa sobre el mal. La
eucaristía, anamnesis de la pascua de Cristo, une y hace participar al pueblo
cristiano de la victoria de su Señor, introduce al nuevo Israel en la tierra
prometida. La eucaristía es el signo de la victoria y del combate del cristiano, para
que todo bautizado sea capaz de triunfar sobre el pecado y la muerte entrando así
en posesión de la gracia del reino.

2. El sacrificio de la Alianza

La alianza es una de las obras insistentes de Dios en la economía bíblica, marca las
grandes épocas de la historia de la salvación. Dios entabla un pacto con su pueblo
y es irrevocablemente fiel. Abraham, inmola animales y los divide en dos partes.
JHWH consume a través del fuego que pasa en medio (Gn 15,9-18). En el Sinaí
Moisés, después de haber ofrecido los holocaustos, rocía el altar con sangre. La

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sangre representa la vida; lo que se asperje entre dos partes como un signo de
alianza crea una nueva comunión que obliga al compromiso fiel. En la última
cena, Jesús alude al pacto del Sinaí para proclamar que la nueva alianza, se realiza
ahora en su sangre: «Ésta es mi sangre de la Alianza, que va a ser derramada por
muchos» (Mc 14,24; cf. Mt 26,27). La sangre de la cruz es la sangre de la alianza
nueva y eterna realizada por el Padre en Cristo (1P 1,18-19; Hb 8,6-13). Jesús
anticipa, su sacrificio redentor y muestra que su cuerpo y su sangre constituyen los
signos de la alianza escatológica ofrecida a toda la humanidad. Así se manifiestan
los esponsales de Dios con la humanidad. Participar de la eucaristía es morar en
Cristo y en su alianza, unidos todos a un único cáliz y a un único pan, formamos
un único cuerpo, el cuerpo de Cristo sobre la tierra.

Vinculado a la alianza está el sacrificio. La última cena de Jesús es anticipación


misteriosa y real del drama de su muerte sacrificial. La eucaristía es la actualización
del único sacrificio de Cristo en todo lugar y época. El sacrificio de Cristo en la
cruz recapitula toda la historia de los sacrificios. Esta dimensión aparece
expresada en la fórmula del canon romano: «Dirige tu mirada serena y bondadosa sobre
esta ofrenda: acéptala, como aceptaste los dones del justo Abel, el sacrificio de Abraham, nuestro
padre en la fe, y la oblación pura de tu sumo sacer-dote Melquisedec». La Misa recupera, el
«primer» gesto religioso de la humanidad (Abel), la ofrenda religiosa de los
pueblos a lo largo de los siglos (Melquisedec) y «el sacrificio de Abraham, nuestro
padre en la fe». El Memorial del sacrificio de Cristo abarca todas las dimensiones,
y constituye el centro de la historia del mundo.

3. El banquete de comunión

La eucaristía es un banquete que celebra el misterio de la pascua, renueva la


alianza y actualiza el sacrificio de la salvación, realidades relacionadas e
interdependientes en el AT. La pascua celebrada por la salida de Egipto era
sacrificio y banquete. Igualmente en el Sinaí Moisés, Aarón y los 70 ancianos
realizan un banquete, unión con JHWH. La liturgia del templo establece un
banquete ritual en las montañas de Jerusalén como memorial del Sinaí. Los
profetas, describen la alianza mesiánica como un banquete en el que todos son
invitados (Is 25,6; 55,1-3). El tema se enriquecerá con el simbolismo matrimonial
(Oseas, Ezequiel y Cantar de los Cantares). El reino futuro, como un banquete
nupcial con el «Hijo del hombre».

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La tarde del arresto, Jesús se refiere a un banquete semejante (Lc 22,29-30). Este
banquete mesiánico, encuentra realización en las comidas con los suyos,
penetradas de la gloria mesiánica, la presencia del esposo en su fiesta nupcial (Mc
2,18-22). Esto se manifiesta plenamente en la última cena, banquete del reino
escatológico ya inaugurado, el esposo se entrega a la esposa como alimento de
vida y bebida de salvación. Los sinópticos subrayan el don que Cristo prepara para
los suyos en el reino, en el que se entra con su muerte, resurrección y ascensión a
los cielos. Todo constituye una cadena iniciada en el banquete del éxodo y el del
Sinaí hasta la última cena y la comida escatológica definitiva, pasando por todos
los banquetes eucarísticos de la comunidad cristiana. La eucaristía se enmarca en
el tiempo intermedio que va de la última cena al banquete escatológico: es el
banquete de Cristo con los suyos donde se hace presente en los que se reúnen en
su nombre (Mt 18,20) hasta el fin de los tiempos (Mt 28,20). Esta presencia es
afirmada: «Éste es mi cuerpo»; «Ésta es mi sangre». Explica la alegría incontenible de la
comunidad primitiva (Hch 2,42-47) y que lleva a releer en clave eucarística los
milagros realizados por Jesús, la multiplicación de los panes y los discípulos de
Emaús en el acto de partir el pan (Lc 24,30-31). A la fe, se une la esperanza:
llevará a cumplimiento su reino. La Iglesia es al mismo tiempo proclamación de la
muerte y resurrección de Cristo y espera de su venida escatológica (1Co 11,26). La
espera llegaba a su culmen en la celebración eucarística. En el momento de la cena
eucarística él puede volver a aparecerse. La conmemoración del pasado y la alegría
de su presencia actual quedan vinculadas a la anticipación del banquete eterno, del
que nos separa un breve intervalo.

4. La «morada» (shekinah) de Dios

Dios se hace presente entre los suyos: habita en el cosmos, mora en Israel, ha
puesto su tienda en Cristo, habita en medio de nosotros en la Iglesia y mora en el
bautizado como en un templo, se hace presente en los sacramentos y plenificará el
mundo escatológico esperado. La eucaristía pertenece a esta presencia de Dios en
la historia, los profetas lo habían anunciado. La profecía del Emmanuel (Is 7,14;
Mt 1,22-23), se perpetúa en la eucaristía. La morada eucarística de Cristo se
encuadra las grandes obras del tiempo actual. El misterio de la presencia
eucarística se comprende a la luz de la fidelidad de Dios a sus promesas y en la
continuidad de una pedagogía de la morada que caracteriza la historia de la
salvación desde el inicio hasta el fin. Dios camina con su pueblo y acampa en

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medio de nosotros (Jn 1,14). La eucaristía: es la shekinah actual, anticipación y
preparación de la escatológica (Ap 21,3).

Los acontecimientos bíblicos de la pascua, la alianza, el banquete y la morada


constituyen, el contexto de una inteligencia del misterio de la eucaristía, se sitúa en
el punto de llegada de una economía dispuesta por Dios, que Cristo ha venido a
realizar y que la Iglesia despliega entre las dos venidas. Hay continuidad entre el
evento eucarístico y la economía bíblica de la salvación, pero diferidos por cómo
se manifiesta y realiza a lo largo de la historia: el AT fase de preparación y
prefiguración; el NT la realización; el tiempo de la Iglesia, su desplegamiento y
actualización. La acción eucarística constituye el memorial del acontecimiento
central de la historia de la salvación: la pascua de Cristo, representa este
acontecimiento único, presencializado por los signos sacramentales del pan y el
vino que se hace evento de gracia para nosotros: es el sacrificio de la nueva y
eterna alianza, el banquete escatológico y la presencia del Resucitado entre los
suyos (SC 7).

2. LOS EVENTOS DE LA SALVACIÓN Y LA EUCARISTÍA.

La eucaristía se muestra, como una acción de gracias en respuesta a la economía


de las maravillas de la salvación: es la anámnesis de estas maravillas y su
actualización en la liturgia de la Iglesia2.

1. De la «Berakah» a la Eucaristía

La berakah, la bendición cultual, representa un comportamiento bíblico


fundamental, en una relación constante con las grandes obras de Dios: la creación,
la elección de Israel, la liberación de Egipto, la alianza, el ingreso en la tierra
prometida, el don de la ley, el templo y la salvación mesiánica. Es un acto de
acción de gracias en respuesta a los beneficios, las mirabilia realizadas por JHWH a
favor de su pueblo. Implica admiración a la fe y reconocimiento de la propia
culpa. La berakah es un grito de admiración ante el carácter maravilloso de las acciones
divinas; una proclamación de aleluyas, canto de alabanza (Sal 107,1-2.31; 111; 113;

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116-118; 135-138; 146-150). Es una confesión de fe, una proclamación del Dios único
que ha elegido a Israel liberándolo de las condiciones de esclavitud y que continúa
actuando (Sal 30; 46-47; 66, 68). Implica reconocimiento de la infidelidad a la
alianza, petición de perdón y abandono en la misericordia del Señor (Sal 80,20;
103,8-13; 106; 107).

La modalidad literaria de la berakah es hímnico-exclamativa, en forma personal o


comunitaria, referida a las maravillas de la creación o de la historia (Sal 103; 144).
La bendición manifiesta un movimiento de Dios al hombre, por su iniciativa, ha
querido encontrarse con su pueblo, bendiciéndolo, éste puede celebrar las
maravillas de la salvación dando gracias a JHWH y bendiciendo su nombre (Sal
75,2; 115,12-15). Surgida fuera del culto la bendición forma parte rápidamente de
la liturgia del templo (Sal 106, Jdt 8,25-27; 2M 1,11). Al final de su evolución, la
bendición cultual comprende tres elementos: 1. La bendición propiamente breve
«Bendito seas oh Señor»; 2. El memorial o «anámnesis»; 3. El retorno a la bendición
inicial, inclusión, con una doxología final.

La acción de gracias surge entre la bendición inicial y la conclusiva, se funda en el


recuerdo de las grandes obras de Dios. La parte más desarrollada es la central,
actualiza en el presente las maravillas de la salvación del pasado y prepara para el futuro. Las
diferentes partes son expresiones de dos acta Dei fundamentales: la creación, primer
gesto de la actuación de Dios en la historia y fundamento de la relación del pueblo
de Dios; y la redención que suscita a Israel de la nada, base de su experiencia única y
singular. La acción de gracias abarca toda la historia, haciendo memoria colectiva
de todo lo grande que JHWH ha realizado y lo que habrá de cumplir. La berakah
bíblica es la expresión de la fe del pueblo proclamada en la asamblea. Un ejemplo
es la plegaria de bendición del libro de Nehemías 9.

En el Nuevo Testamento, el término eucaristía es el equivalente en griego de la


expresión bíblica de la berakah. El mismo pan eucarístico es denominado como
eucharistetheis artos: «aquello sobre lo que se ha dado gracias». La correspondencia
entre la berakah y eucaristía refleja la continuidad de la historia de la salvación y sus
grandes obras. Su equivalente neotestamentario, comprende la acción de gracias, la
alabanza, la narración y el recuerdo. Constituye la celebración de las mirabilia

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efectuadas por JHWH en la creación y en la historia, y se estructura como
adoración, demanda de perdón y abandono confiado, en un clima de viva
admiración y de asombro reconocido.

2. Cena pascual y «haggadah»

Las mirabilia Dei se resumen en un acontecimiento clave y fundamental, la


liberación de Egipto y el paso del Mar Rojo (cf. Dt 6,2-22; 26,5-8; Jos 24,3-7). El
corazón de la berakah se constituye de este acontecimiento, el Deuteronomio
afirma su carácter permanente y actual (8,2.11.18; 9,7). Se constituye la fiesta y el
rito pascual (Ex 12,14.25-27; Dt 16,1-3). En el rito de la pascua de la liturgia
hebrea, el acontecimiento histórico del éxodo es celebrado desde el estilo de la
bendición. La parte central consiste en el «Maggid» que contiene la narración de
los acontecimientos salvíficos de JHWH culminados en el evento de la pascua. El
rito está preñado de símbolos que explican el advenimiento pascual y se
concentran en el pan y el vino. El pan es el signo de la liberación en el instante de
la salida de Egipto (Ex 12,39), el vino representa el bienestar y la tierra
conquistada. Además el rito contiene expresiones de la actualización de su
intervención; a través de preguntas (Ex 12,26). En cada generación cada uno debe
considerarse como el que ha salido de Egipto (Dt 6,23). El rito contiene
expresiones que muestran su tensión escatológica hacia una liberación nueva y
definitiva.

Jesús ha encontrado en el rito haggádico de la pascua judía el ambiente cultural,


clima y género literario con los que instituir el misterio de su pascua. Desde los
Sinópticos éste es el marco en el que Cristo ha colocado su memorial (Lc
22,15-16). Cada acción de Cristo que los evangelistas mencionan hallan su
verificación en otras tantas acciones rituales del banquete judío, que confieren un
nuevo significado. Jesús ha modificado la cena pascual hebrea. Los dos ritos son
releídos por Jesús en la perspectiva de su obra: a la bendición del pan, Jesús añade
la afirmación fundamental: «Tomad, éste es mi cuerpo»; y a la bendición del vino,
«Ésta es la sangre de la nueva alianza derramada por vosotros». El pan y el vino, signo
anticipador de su sacrificio y de una nueva alianza que se realiza en su sangre.
Comulgar aquel pan no significará celebrar la salida de Egipto, sino comulgar con
el cuerpo de Cristo dado por todos. Lo mismo con el vino. La eucaristía aparece

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en continuidad con la historia de la salvación, síntesis y coronación de todas las
intervenciones realizadas por Dios a favor de su pueblo.

«Eucharistesas». Con la cena y con la cruz, inseparables, el pueblo de Dios ha


entrado en posesión de la antigua promesa. Se han cumplido los grandes hechos
de la antigua economía: de la promesa de Abraham a la pascua del éxodo. Todas
las aspiraciones del pueblo de Dios, todas las insatisfacciones, infidelidades,
arrepentimientos y recuperaciones, acaban en él; todo ese mesianismo que de un
modo claro había orientado hacia el futuro lo mejor de sus justos, alcanza ahora
su cumplimiento. En el ser de Jesús se condensa todo el pasado religioso de su
pueblo, y al Padre se eleva la primera eucaristía de la nueva alianza: para la
realización de todo lo esperado, para la consumación de lo que hasta ahora sólo se
había esbozado o prefigurado.

3. La Eucaristía como «memorial»

Proclamar las grandes acciones de Dios representa, recordar la promesa y alianza


contraída para siempre con su pueblo (Ex 32,13; Dt 9,27; Sal 74,2; 105,8; Jr
14,21). Es al mismo tiempo, el recuerdo de las intervenciones divinas para suscitar
la acción de gracias, y la fe en la continuidad. El sábado, la pascua y las otras
instituciones son recuerdos de las intervenciones salvíficas de Dios. La pascua es
el memorial por excelencia (Dt 16,3). Esta actualización no es automática, ni un
rito mágico. El memorial hace presente a Dios su promesa, sus intervenciones y
su fidelidad, también las exigencias que la alianza comporta.

El rito eucarístico instituido por Cristo se inserta en este contexto, pero lo


trasciende en razón de su contenido. Para los hebreos la historia de la salvación se
sintetiza en el éxodo, para los cristianos, la eucaristía es el memorial en la Iglesia;
se define sobre todo en relación a la cruz. La anamnesis eucarística incluye, doble
coordenada: la vertical, Jesús a partir de los dones mira al Padre ofreciéndose por
nosotros; y la horizontal, se dirige a los discípulos que le rodean y entrevé a la
Iglesia como comunidad escatológica de la salvación.

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Jesús, la creación y el Padre. El primer gesto de Jesús: «Tomó el pan y pronunciada la
bendición, lo dio a sus discípulos». Acción análoga se realiza sobre el vino. Ambos
representan la tierra que, al término del viaje en el desierto, debía ofrecer grano y
uva, requieren del trabajo transformador. Elevando ambas, se remite a la creación,
y a la historia humana, la actividad del hombre. Pronunciar la bendición, es
reconocer que todo es un don de Dios, no se agota en una fórmula verbal, acto por
el que adviene la vida divina, y en la distribución del pan y el vino vincula estos
dones al Padre. Relacionando estos dones con su persona, el don de su persona para el
perdón de los pecados. Durante la última cena es donador y don. El evento pascual,
anunciado en los gestos de partir el pan y distribuir el vino con las palabras que
los acompañan. El pan y el vino anticipación sacramental de la muerte a la que
Jesús se entrega. El pan recuerda la bondad de JHWH por su presencia. El pan, él
es el nuevo alimento, dado a los hombres para la vida del mundo (Jn 6,48-58). El
vino, gozo de la vida, el amor, la amistad y la felicidad. En la última cena la copa
elevada y bendecida revela el sacrificio de acción de gracias que se refieren los
salmos. En los textos de la institución se habla de «sangre de la alianza» (Mc/Mt)
o de «nueva alianza en la sangre» de Cristo (Pablo/Lc) refiriéndose al sacrificio del
Sinaí (Ex 24,5-8).

Jesús, los discípulos y la Iglesia. Los textos de la institución reflejan la relación de


Jesús con su Padre y entre Jesús, los discípulos y la comunidad que nacerá. La
última cena se inserta en un contexto relacional y reservado al grupo de los
discípulos. Los mismos gestos y pronombres manifiestan la voluntad de hacer de
este grupo su comunidad escatológica de su Reino. Jesús se separará de sus
discípulos, pero por su muerte se realiza la nueva y definitiva alianza de la que
brota la Iglesia como nuevo pueblo de Dios. En esta nueva comunidad, Jesús se
hará presente como alimento y bebida de salvación. Esta presencia se vincula a la
«memoria» que los discípulos harán de su pascua. Sus discípulos no son capaces
de comprender plenamente, sólo después de los eventos pascuales entenderán su
contenido. La Iglesia nacerá y renacerá de esta memoria como comunidad pascual
eucarística. El partir el pan se refiere a la unidad que se realiza, compartir el
mismo alimento y participar en la misma bendición. Sucede lo mismo con el cáliz.
El pan y el vino están inseparablemente vinculados a su persona y al misterio de la
Iglesia. «Cuerpo» en lenguaje bíblico indica la totalidad de la persona enteramente
entregada; «sangre de la alianza» refleja el sacrificio de la muerte de Jesús y el fruto
universal (el nuevo pueblo). La riqueza eclesiológica de las palabras de la

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institución: los discípulos compartiendo aquel pan, forman unidad creando una
koinónía (cf. 1Co 10,16-17). Su fundamento es la sangre de la nueva alianza
derramada por «muchos». (Mc/Mt), entendiendo esta expresión como la totalidad
de los hombres. Jesús se ofrece a la Iglesia que se desarrollará a partir de ese resto,
y entregarse a la humanidad entera. Los discípulos no están ausentes o pasivos. Su
silencio, muestra que se sienten la comunidad del Señor. Lo que interesa al NT lo
que deberán hacer en el futuro, en obediencia al mandato de Jesús. En el instante
en que se sientan a la mesa, los discípulos toman el pan y reciben el cáliz,
comiendo y bebiendo, acción dirigida a un futuro. Primero supone que ven a Jesús
como el señor de su destino, asegura la vida de su comunidad futura. Los
discípulos la celebrarán creyendo que su partida es la condición de su nueva
presencia. En segundo lugar, después de su muerte, continuará con ellos para
reunirlos como comunidad escatológica, haciéndoles existir en la presencia del
Padre como comunidad que proclama su misterio pascual «hasta que vuelva» (1Co
11,26). Para Jesús celebrar su pascua significa pasar de la muerte a la vida, para sus
discípulos será pasar incesantemente de la muerte a la vida y proclamar su venida
al mundo.

«Haced esto en memoria mía», presente en las cuatro plegarias eucarísticas en uso;
pero esta traducción no parece corresponder al texto griego de Lucas (22,19) y de
Pablo (1Co 11,24-25) donde se lee: «Haced esto en mi memo-rial». Significa la
orden que Cristo deja a sus discípulos queda vinculada, al memorial hebreo, a
partir de la nueva pascua se realizará en la sangre de la cruz. «Esto» indica todo el
misterio pascual y toda la acción eucarística. El verbo «hacer»; es conocido a
propósito de la pascua hebrea en el sentido de «celebrarla». Celebrando la eucaristía,
la Iglesia pone sobre el altar los signos del sacrificio de Cristo, el pan y el vino, su
cuerpo y sangre ante el Padre, «hace memoria» de la obra redentora de Cristo y da
gracias por todo lo que se ha hecho en nuestro favor.

3. LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA.

La comunidad cristiana, poco tiempo después del mandato de Cristo, se reunió


para hacer lo que el mismo Señor realizó, celebrando así las maravillas realizadas
por Dios con el envío de su Hijo y del Espíritu.

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En numerosos escritos apostólicos aparecen diversos ecos de esta celebración.
Encontramos ejemplos claro en Efesios, en el himno cristológico. Junto a los
testimonios apostólicos, encontramos otros tantos como el de Clemente romano,
el de Policarpo, Hipólito, San Basilio, etc.

Éste es el misterio de la eucaristía en su realidad teológica: la «acción de gracias»


de Cristo celebrado por la Iglesia, que asume toda la creación y el «recuerdo» de
las «maravillas de la salvación» que Dios realiza en el tiempo presente. Lo
específico de la celebración eucarística es ser «memoria» actualizante del
acontecimiento de la muerte del Señor y así mismo del sacrificio del Resucitado.
La eucaristía es el sacrificio sacramental de la pascua: es actualización de la muerte
redentora de Cristo y proclamación de su resurrección como aceptación del
sacrificio de la Cruz de parte del Padre. Cuando se habla del carácter sacrificial de
la Misa, no se refiere tanto a un significado abstracto del sacrificio, sino realmente
al evento histórico realizado de una vez por todas en el Gólgota.

4. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA.

La memoria eucarística es recuerdo pleno de las grandes obras de Dios en la


historia de la salvación que encuentran en el evento de Cristo su cumplimiento y
plenitud. Para los cristianos toda la historia de la salvación converge, como su
vértice y fuente, en el acontecimiento pascual de Cristo, expuesto como «misterio
de la piedad» en 1Tm 3,5. Unidos a la acción de gracias de Cristo, los cristianos
somos llamados a convertirnos en una viva acción de gracias a Dios (Ef 5,20)
«para la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para
ofrecer sacrificios espirituales, aceptos de Dios por mediación de Jesucristo» (1P
2,5). Éste es el planteamiento de fondo que caracteriza la plegaria eucarística del
actual misal: la propia del canon romano en uso, y las nuevas plegarias surgidas de
la reforma conciliar introducidas más adelante.

1. Forma eucológica común

Desde el principio, se aclara que no puede ser repetido el misterio pascual, sino es
en la segunda venida de Cristo. Eso sí, cabe representarlo y comunicarlo de forma
sacramental; y esto es la Eucaristía.

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La plegaria eucarística, desde la diversidad de su forma, según una secuencia ritual
que comprende cinco momentos esenciales. El prefacio señala el inicio. El prefacio
continúa en la epíclesis, antes y después de la consagración: una invocación del
Espíritu que configura la identidad de la memoria eucarística como acto del
Espíritu en la Iglesia, en su actuación y desplegamiento en el corazón de los fieles.
La anámnesis lleva a revivir el relato de la institución y participar de la gran ofrenda.
Las intercesiones evocan la comunión eclesial en los tres estados de su realización, en
la tierra, en el cielo y en los caminos de purificación. La plegaria concluye con la
doxología final dirigida al Padre a la que le sigue el amén de los fieles como signo de
adhesión total al evento celebrado y participación en la oblación pascual.

2. Especificad de cada plegaria

Cada plegaria eucarística, desde una estructura fundamental común, subraya los
aspectos específicos del evento pascual.

La primera plegaria reviste una particular forma coral y eclesial, tanto antes como
después de la anámnesis, con la repetida invocación a los santos que corona el
acto de la celebración. Se enmarca el contenido sacrificial de la eucaristía en la
historia salutis.

La segunda plegaria destaca fundamentalmente por su brevedad y simplicidad.


Es la más antigua que se conoce. Tiene un prefacio propio que hace un cuerpo
con todo el resto, pero que puede ser sustituido por otros según el año litúrgico.
La plegaria es una verdadera y propia acción de gracias por las «maravillas de la
salvación» realizadas por el Padre en el envío del Hijo «hecho hombre por obra
del Espíritu Santo». El prefacio subraya que la encarnación del Verbo alcanza su
cumplimiento en el misterio de la pascua, de la que como un manantial ha nacido
todo el misterio de su Iglesia.

Tras haber afirmado que todo cuanto se ha realizado es la «memoria» del misterio
pascual de Cristo, el celebrante —junto a toda la comunidad— expresa la ofrenda
al Padre del «pan de vida» y del «cáliz de salvación» como una «acción de gracias»
por lo que Cristo ha hecho por nosotros con su pascua. De este modo retorna el
tema de la berakah, la acción de gracias que llena toda la celebración eucarística y

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acompaña el gesto de la ofrenda. Con un estilo simple y preciso, se invoca después
al Espíritu Santo, para que los que participan en la comunión del cuerpo y la
sangre de Cristo se congreguen, con la gracia del Espíritu Santo, «en la unidad».

La tercera plegaria eucarística. De esta se dice que es una nueva composición


pero con elementos de la tradición. No tiene un prefacio propio por lo que puede
ser utilizado cualquier otro. Al igual que la segunda plegaria, la fórmula de paso se
caracteriza por el tema de la santidad divina, pero con expresiones más amplias y
desarrolladas. Igualmente, el objeto de la alabanza es Dios, como creador, origen
de la vida (das vida) y redentor (santificas todo). Respecto a la segunda se aprecia
una pequeña diferencia en la frase introductoria al relato de la institución: «la
noche en que iba a ser entregado», que deriva de 1Co 11,23 Esta aclamación
recupera la acción de gracias para la historia de la salvación, por la mención de los
suyos en los dos momentos capitales, la pasión y la resurrección, y orienta la
celebración eucarística hacia el cumplimiento escatológico.

En el fondo, esta plegaria quiere subrayar que la eucaristía es acción de gracias de


Cristo y de la Iglesia.

La cuarta plegaria eucarística. Esta plegaria destaca por la perspectiva histórico


salvífica que posee.Pose un prefacio propio, y por éste, por la sucesión sintética y
ordenada del mysterium salutis y por el relieve dado al memorial del Señor, se
acerca mucho al tipo de las anáforas orientales y, en particular, a la tradición
antioquena. La plegaria revela la estrecha relación de continuidad que hay entre las
«maravillas de la salvación» de la economía bíblico-cristiana y la «maravilla
eucarística del tiempo de la Iglesia», ya que ésta esta centrada sobre el tema del
amor, que la constituye como telón de fondo.

La finalidad de la plegaria es como siempre el Padre, el Dios de bondad, «fuente


de la vida» y «luz». Hacia esta dirección se dirige el canto del prefacio. En él se
relata la historia de la salvación comenzando por Dios que hizo «todas las cosas
con sabiduría y amor», junto al hombre, vértice del universo, al que se la ha dado
la tarea de llevarlo a cumplimiento, y el evento del pecado que desde el inicio
«desobedeció» el designio divino, pasando por la promesa, la preparación de las
diversas alianzas, la espera de los profetas. A esto se une el envío del Hijo
unigénito en la plenitud de los tiempos, de su obra en el mundo, la redención de

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muerte y resurrección y el don del Espíritu Santo «primicia para los creyentes [...],
llevando a plenitud la obra en el mundo». Se presenta así una «memoria» completa
de las grandes etapas de la economía salvífica.

La eucaristía constituye la actualización «aquí y ahora». El relato de la institución


evoca en este contexto que la Eucaristía es una de las «maravillas de la salvación»
que representa el designio completo de la salvación. Este relato se diferencia de las
restantes plegarias por introducir explícitamente el tema de la «hora» y del «amor
supremo», expresado sobre to do en el Evangelio de Juan.

La plegaria eucarística quinta (a, b, c, d). Esta plegaria posee algunos aspectos
particulares. Aun con eso, al margen de éstos, se aprecian las siguientes variaciones
mas clarividentes:

1. Hace ver más claramente que la celebración eucarística es una acción de Cristo
que actualiza su única ofrenda al Padre en la Iglesia.

2. Es modificada la sección de la intercesión respecto a la temática evangélica


invocada repetidamente. Junto con esto, destaca que la eucaristía aparece
constantemente como la actualización del eschaton pascual en el tiempo de la
Iglesia, como recapitulación de la completa historia de la salvación y
anticipación de la escatología definitiva.

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