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INTRODUCCION
Ficha telefónica 3
Familia
Derivada por
Dirección Fecha de la llamada
Nombre, edad, estudios, profesión del padre
de la madre de los hijos por orden de edad
F e c h a del matrimonio
Otros convivientes eventuales y su grado de parentesco
Problema
N o m b r e d e q u i e n llama
Observaciones Información de quien deriva
I la presesión
n la sesión
III la discusión de la sesión
IV la conclusión de la sesión
V el acta de la sesión
LA CONNOTACION POSITIVA
a) la tendencia homeostática;
b) la capacidad de transformación,
Marta: (gritando) ¡Su madre, su madre! Lello se vuelve aun más inso-
portable cuando viene mi suegra. Ella necesita convencerse de que
su hijo es infeliz conmigo, que como mujer soy un desastre ¡y aun
más como madre! Mi madre me repite que no soy bastante paciente
con Lello, y mi suegra, a su vez, me dice que no tengo temple, ¡que
no soy tan severa como debiera! Entonces me pongo nerviosa y grito
a Lello. Y mi marido está ahí, silencioso... no me defiende.
"Estimada colega,
l
en caso de enfermedades o desgracias. En esa cultura, el
padre de hijos varones era afortunado, ya que no solamente
tendría brazos para el campo, sino que llegado el momento
tendría nueras obedientes y laboriosas para destinar a la
casa y a la granja. Por eso, cada hijo debía casarse joven,
por orden de edad. La novia, debidamente aprobada,
tendría que ir a vivir con la gran familia y estaría someti-
da, en orden de prioridad, al jefe, a la suegra, al marido, a
los cuñados y a las cuñadas que eventualmente la hubieren
precedido.
Los Casanti se ajustaban a tal usanza secular. Los pri-
meros cuatro hermanos estaban casados desde hacía tiem-
po cuando Siró, el último, regresó de la guerra. Había esta-
do afuera algunos años, desde 1940 hasta 1945; había com-
batido y visto muchas cosas. En el cuartel había recibido
cierta instrucción: un curso de mecánica y el registro de
camionero. Dado de baja, volvió a la granja donde se en-
contró deprimido, extraño. Durante algún tiempo no logró
trabajar y fue tratado por "agotamiento". Luego, gradual-
mente se readaptó y retornó al trabajo. Muy pronto el "jefe"
comenzó a aguijonearlo: había llegado el momento de ca-
sarse. Dos de las nueras estaban embarazadas: hacía falta
una mujer para la cocina y la atención de los animales.
Ya había una candidata, hija de campesinos. Pero Siró
tenía en al cabeza a Pía, una modistilla graciosa que había
conocido en la ciudad algunos años antes, durante su ser-
vicio en el cuartel. La buscó, encontrándola un poco des-
mejorada y triste. Había sido abandonada por el novio des-
pués de varios años de compromiso y se sentía una chica
terminada. De ese modo, Pía aceptó casarse con el campe-
sino, contra la opinión de los padres y las amigas: "No re-
sistirás esa vida... verás... pronto te volverás atrás..." Pero
Pía sabía bien que no regresaría más: era como si se hicie-
ra monja. Los Casanti, después de muchas dudas y descon-
fianza "hacia la chica de ciudad", la aceptaron, Reconocie-
ron que era una chica seria, que sabía trabajar y que no
abría nunca la boca.
Pero los tiempos cambiaron: la familia estaba llena de
tensiones entre las dosn la radio y algunas veces iban a la
ciudad, veían mujeres elegantes que fumaban, que con-
ducían autos. Las jóvenes nueras maldecían al viejo que
no aflojaba el mando y que criticaba hasta un nuevo delan-
tal, y a la suegra que siempre se ponía de parte de los hijos.
Por ejemplo, sólo ellos tenían derecho a distraerse los do-
mingos en el pueblo. Todos partían con sus motonetas y las
mujeres quedaban en casa para hacer sus tareas: ordeñar
las vacas y limpiar los establos. Algunas nueras suspira-
ban por irse, las más audaces sembraban cizaña y trataban
de azuzar a los maridos. Pero ante el peligro, ellos hacían
frente común con los viejos y ratificaban una coalición si-
lenciosa. Los verdaderos Casanti eran ellos, los varones.
Debían dominar a las mujeres, imponerles silencio. Cual-
quier queja, cualquier expresión de rencor, de celos, tenía
que ser inmediatamente descalificada. Había que procla-
mar que no existía disparidad en la distribución de las ta-
reas y de los gastos: cada cosa estaba hecha con absoluta
equidad. ¿Y los niños? Tenían que ser todos iguales: esta-
ba prohibido hacer comparaciones, expresar juicios. Las
rivalidades eran impensables. Los hijos de unos eran tam-
bién hijos de los otros.
Nacía así el mito familiar que se extendía de la fami-
lia a todos los que se le acercaban. "No hay en toda la
región una familia que vaya más de acuerdo que la Casan-
ti, una gran familia donde todos se quieran, donde jamás
hay una discusión, una desavenencia, un chisme."
En la construcción del mito, Pía tuvo una intervención
muy importante. Llegada en último término y sometida a
todos, era considerada por la suegra como una santa, y no
es poco decir en una cultura como ésa. (Pero uno se aprove-
cha de los santos.) Ella era la prudente, la servicial, la ma-
dre imparcial de todos los niños del clan. Con la prole no
tuvo suerte: tuvo sólo dos niñas, Leda y Nora. Las cuidó con
la misma solicitud con que lo hacía con los sobrinos, sin
ninguna preferencia. Es más, siendo la encargada, entre
otras, de la delicada tarea de la cocina y de repartir la co-
mida, tuvo siempre cuidado de servir por último a sus hijas
y de darles los bocados menos apreciados. Esto no le cos -
taba ningún esfuerzo, le surgía naturalmente
sus hijitas la habían encontrado algunas veces llorando en
su cuarto. Pero ella siempre les había explicado que no se
sentía muy bien. Y si luego el marido regresaba agotado,
protestando porque los hermanos le dejaban a él los traba-
jos más pesados, ella era quien lo calmaba y le decía que no
era cierto, que la vida era dura para todos.
Llegados a este punto, podemos observar cómo ya se en-
cuentran en acto todas las características del mito fami-
liar, como lo puntualizó Ferreira. En la primera genera-
ción, a la que llegamos con nuestra indagación, encontra-
mos el epílogo de una creencia compartida aun viva, en
tanto conectada a la realidad de una subcultura agrícolo-
patriarcal homogénea en su aislamiento:
"La sobrevivencia, la seguridad, la dignidad de cada
uno, dependen de la familia. Quien se separa de ella está
perdido." En ausencia de alternativas, de informaciones,
de confrontaciones, no había conflicto. Pero, cuando la se-
gunda generación alcanzó la edad adulta, se iniciaron las
tensiones disolventes. Se terminó el fascismo con su énfa-
sis en la batalla del grano: había democracia. Las reunio-
nes políticas llegaban hasta las plazas de pueblitos perdi-
dos. El trabajo de los aparceros era definido como humi-
llante, de explotados. La cultura industrial se imponía a
través del cine, de la radio, de los mercados, de los contac-
tos con la gente de la ciudad que sabía vivir y hacer dinero
con poco esfuerzo.
Pero los hermanos Casanti, aún capitaneados por el
viejo, desconfiaban: eran manifestaciones de un mundo
enloquecido. La fuerza de ellos era siempre aquella anti-
gua: trabajar mucho y estar todos unidos. Para mantenerse
tenían que construir un mito, un producto colectivo, cuyo
surgimiento, persistencia y reactivación miraban al re-
fuerzo homeostático del grupo contra cualquier solicitación
disolvente. "Nosotros permanecemos como una familia
modelo, a la antigua, donde todos están juntos y se quie-
ren".
Como todo mito,
el mito 1,11 " expresa conviciones compartidas que conciernen onl.ro IHH do,
tanto a los miembros de la familia como a sus relaciones, convicciones
que se deben aceptar a priori desafiando flagrantes falsificaciones.
El mito familiar prescribe los roles y los atributos de los miembros
en sus interacciones recíprocas, roles y atributos, que si bien falsos e ilu-
sorios, son aceptados por cada uno como cosa sagrada y tabú, que nadie
osa examinar y mucho menos desafiar.
Un miembro individual puede saber, y algunas veces lo sabe, que
hay mucho de falso en esa imagen, algo parecido a la línea política de un
partido. Pero aun cuando existe, ese conocimiento se reserva para sí y se
esconde, hasta tal punto que el individuo, aun el que más sufre por el
mito, se opondrá de hecho con todas sus fuerzas a la evidencia, de modo
que, negándose a reconocer su existencia, hará lo posible por mantener
intacto el mito familiar. Ya que el mito explica los comportamientos de
los individuos en la familia pero oculta los motivos 1.
1 Cita do Ferreirn.
el boom edilicio. El dinero abundó: participaban de la so-
ciedad de consumo y podían vivir en departamentos en la
pequeña ciudad. También en este caso, el mito dicta la
modalidad de la vivienda: están todos juntos en el mismo
edificio, si bien en departamentos distintos, pero siempre
abiertos, aun para las visitas no anunciadas.
Con el crecimiento de la tercera generación, la situa-
ción se complicó. El mito tuvo que hacerse rígido ya que las
expectativas habían cambiado y las tensiones disolventes
se intensificaban. Los hijos e hijas tenían que estudiar
para satisfacer las ambiciones que el reciente bienestar
imponía a los pequeñoburgueses. Las expectativas torna-
ban inevitables las confrontaciones, la competencia: el
éxito en los estudios, el aspecto físico, las amistades, la po-
pularidad. Los celos y la envidia se intensificaron. Ru-
mores y noticias corrían entre las paredes. Las ventanas
del edificio se convirtieron en torres de vigilancia.
El mito se hizo extremadamente rígido y era comparti-
do por la tercera generación. "Los primos Casanti son tam-
bién verdaderos hermanos, juntos dividen alegrías y pe-
nas. Juntos sufren el fracaso ajeno y se alegran de su éxi-
to." La regla de hierro, jamás explicitada, prohibía no sola-
mente hablar, sino también percibir cualquier gesto o co-
municación del otro como dictado por la envidia, el rencor
o el espíritu de competencia.
Cuando Siró se mudó a la ciudad con el clan, sus hijas
tenían 15 y 18 años. Leda, la mayor, había sido siempre
una marimacho: morena, recia, enamorada del campo y
de la actividad física, sufrió cpn las nuevas condiciones de
vida. Estudió porque lograba buenos resultados sin mucho
esfuerzo, pero no tenía entusiasmo ni ambiciones. Vivía
ajena al ambiente, desencantada de la vida de ciudad,
soñando con volver un día al campo. Hacia los 16 años
manifestó durante algunos meses un síndrome anoréxico
del que salió espontáneamente. La segunda, Nora, era to-
davía una niña. Totalmente distinta de la hermana, pasa-
ba sus días con su prima Luciana, de su misma edad y
compañera de clase, con quien estaba más unida que con la
propia Luciana era delgada y fea, pero volunta-
riosa y ambiciosa; era la primera de la clase. Nora en
cambio se desinteresaba por la escuela y no mostraba en-
vidia alguna por los éxitos de la prima.
Al cumplir los 13 años, Nora se transformó física-
mente: la niña graciosa se convirtió en una joven de ex-
traordinaria belleza. Era completamente distinta de todas
las otras, tan fina y tan dulce que parecía una Virgen del
Renacimiento toscano. El padre, Siro, estaba orgullosí-
simo. Tenía en la billetera una foto de la espléndida mu-
chacha y se la mostraba a todos. A Nora no parecía gustarle
esto. Reaccionaba nerviosamente a los comentarios sobre
su belleza. Junto con Luciana y otros primos y amigos,
salía todos los domingos a hacer algún paseo o a bailar.
Pero regresaba casi siempre triste y no sabía explicar por
qué. En la escuela iba cada vez peor: aun cuando sabía la
lección porque la había estudiado mucho, se bloqueaba al
ser interrogada y no lograba responder. A los 14 años ape-
nas cumplidos, comenzó a reducir drásticamente su ali-
mentación. En pocos meses era un esqueleto.
Tenía que abandonar la escuela.
Tres hospitalizaciones y una tentativa de psicoterapia
individual no surtieron ningún efecto. Por consejo de un
psiquiatra del lugar, la familia tomó contacto con el Cen-
tro. La primera sesión se realizó en enero de 1971.
Según la praxis seguida en aquel tiempo, contratamos
con la familia un total de veinte sesiones. Estas serían
bastante distanciadas, una cada tres semanas o más, a
nuestro criterio. La familia aceptó.
El viaje, dada la distancia, significaba un gran sacri-
ficio. Llegaban después de una noche en tren y volvían a
partir después de la sesión.
Al iniciarse la terapia, Siro, el padre, tenía 50 años;
Pía, la madre, 43; Leda, de 22 años, estaba inscrita en la
Universidad pero no cursaba; Nora, de 15 años, era un es-
pantoso esqueleto. Medía 1,75 m y pesaba 33 kg. Tenía una
conducta psicòtica. Completamente ajena a lo que se decía
en la sesión, se limitaba a gemir, reiterando cada tanto la
frase estereotipada: "Debéis hacerme en¿5erpo¿ir sin ha-
cerme comer". Se dijo que hacía meser angtt 1 la
i
cama más que para abandonarse a orgías bulímicas segui-
das por vómitos que la dejaban postrada.
La primera parte de la terapia de esta familia, que se
desarrolló en 9 sesiones entre enero y junio, se caracterizó
por algunos hechos salientes:
3 Los terapeutas, en efecto, no hicieron notar por^ f ¡am ' l l?i l tfi-
fenómeno repetitivo por el que, si un miembro de la fa
5. Exponer a la ansiedad del silencio al miembro even-
tualmente reticente.
6. Impedir la persistencia de coaliciones secretas me-
diante la prohibición de retomar el tema fuera de las reu-
niones.