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El escrito y la locura de amor, en Joyce

  Por Elena Jabif
   
 

Joyce ha provocado, por generaciones, lectores que se preguntaban


si él era un loco, sus escritos inspirados por una extraña locura, sus
notas, sus cartas de amor impublicadas desnudan los pequeños hilos
de una historia donde el arte y el amor se imbrican en el alma del
artista.
En Retrato del artista adolescente, este joven hombre dice que ha
perdido la fe, expulsa de su alma las enseñanzas de la iglesia, en las
cuales él ha sido formado, y sin embargo no puede desembarazarse
porque ellas son simplemente la armadura de sus pensamientos.
¿Cómo podría él no retroceder ante las cascadas de consecuencias
que emergerían si rechazara ese enorme aparato de la creencia?
La escritura le permite modelar lo que él es, él se hace a sí mismo, se
construye un redentor, él llega a sustituirse en su lengua a los mitos
aprendidos del cristianismo. Él escribe y lo real va sucediéndose
mientras que este joven artista es Dios mismo, cuando crea.

Lo singular y lo asombroso de la operación joyceana para el


psicoanálisis es que reemplaza la carencia paterna por la escritura,
estableciendo una identidad de recorrido entre la letra y el objeto.
La psicosis maníaca deja de ser sólo una producción de síntomas sino
que produce con ella un nombre propio, apropiándose de la palabra y
disolviendo el lenguaje mismo, su inglés puede ser leído en francés,
alemán, latín, produciendo una ruptura entre la materialidad de la
letra y la estructura fonológica de su lengua.
En 1923 comienza a escribir Finnegans Wake. El título de esta obra se
refiere al personaje de una balada popular, que resucita
milagrosamente gracias al whisky. El sabía que su nuevo libro no
sería fácil de leer: recurrió a las técnicas del sueño, ya que no le
servía el lenguaje de vigilia ni la gramática corriente.
Joyce pensó que para representar esta vida en el sueño debía
descender al nivel que se encuentra por debajo, de la elección
conciente de vocablos establecidos. Así es que elige el juego de
palabras multilingüe como un esfuerzo para expresar las formas de la
lengua.

Su madre se moría de cáncer de hígado. Convocado por su padre


desde el exilio, cuando llega al puerto de Dublin, habla
defectuosamente el inglés, con el argumento “de no dar propina al
changador”. El encuentro final con la madre lo deja desolado, ya que
ella, muy preocupada por la impiedad de su hijo, le pide, por última
vez, que tome la Eucaristía. Joyce se niega, y dice “que en el último
momento de su madre, es cuando más necesitaba su aprobación, ya
que el padre lo conducía a la irreverencia y al placer sin sentido”.
Stephen escribe: “¿Qué es lo que salta adentro mío como un águila a
otra águila en vuelo?”
Desde la escena irreverente en el puerto de Dublin, hasta Stephen
Dedalus donde Joyce se nombra a sí mismo artista, el artificio
muestra como opera la letra sobre la lengua materna. Son las madres
las que donan a sus hijos nuevos sonidos, los introducen en el juego
de la repetición, agudizan el tono, sostienen la creatividad de la
nueva lengua en el espejo de su sonrisa; es función de los hombres
legalizar el cuerpo de esa lengua primera, lalangue.
De la decepción amorosa con la madre al amor exogámico con su
mujer, encontramos pistas que nos dan las cartas de amor a Nora.
Ella le ha calzado en su loca vida como un guante, no es por azar que
ha aparecido en su vida, ella es “una mujer” única, idéntica a si
misma, siempre cubierta por el mismo modelo, a veces revestida de
las más vivas repugnancias.

Ella, sexualmente menospreciada, le va como un guante, lo estrecha,


lo anuda, lo provee de un síntoma que construye el drama de la
subjetividad, ella le retorna un cuerpo alguna vez perdido en la
pubertad.
El artista es el testimonio de una imagen confusa con su propio
cuerpo, atado a un árbol en la pubertad recibe de cuatro o cinco
camaradas una feroz paliza, el joven Joyce se desprende de la
escena, la afectividad se evapora junto con su cuerpo, quizás el
masoquismo sustituye al dolor, siendo más tarde una condición de
estimulación sexual para él. En una escena de alto contenido cruel,
aleja el malestar sintiendo a su cuerpo como extraño, pierde el alma,
se deja caer y en esta caída su narcisismo es arrastrado junto a él.

Siguiendo a Freud, la sexualidad humana es perversa, sin embargo el


interés particular que Joyce mostraba por la perversión sólo
expresaba (para Lacan), el asco que experimentó ante la crueldad del
semejante, la paliza lo asqueaba, sin embargo no pudo reconocerlo,
su imaginario se había escabullido.
Joyce afirmaba que él no era el autor de sus historias, sino que eran
efecto de las personas que recorrían la vida de Dublín: en ese
laberinto se construye su amor con Nora.
Marta Merajver, en un texto titulado En busca de Nora Joyce,
recupera un comentario de Nora a su amiga María Jolas, cuando ya
llevaba largo tiempo viviendo con Joyce “No puedes siquiera imaginar
lo que fue para mi el verme arrojada a la vida de este hombre”.

¿En qué zona de riesgo el destino amoroso la echó? Un amor de


características epifánicas, que es retratado por el artista en distintos
personajes de su obra, la autora Merajver relata que, en Exiliados,
Nora emerge como Berta, quien se pregunta si su esposo, escritor en
la ficción teatral, no estará un tanto loco.
¿Cuál es el armazón de la dramática amorosa que conducen a que
Nora emerja de la pesadilla como el sinthome de un hombre loco?
Merajver recupera el comentario que Joyce padre produce cuando se
entera de la inamovible elección amorosa hecha por su hijo, y que él,
por supuesto, desaprobaba. Cito: “Las palabras de John Joyce tienen
poder profético, mientras que él francamente creía estar ironizando”.
La frase textual era: “con ese nombre, por lo menos no lo va a dejar
nunca”. Joyce padre aludía al apellido de Nora Barnacle, que es el
nombre de un molusco que se adhiere firmemente a las rocas. Este
es otro de los puntos sobre los que podemos apoyarnos para
encontrar a Nora Joyce, aún donde, al igual que el molusco, su forma
parece ser inextricable de la roca”.
En el mito cristiano, Lacan lee lo más profundo de la relación amorosa
sacrificial del amor al padre, condición estructural de la neurosis,
expulsado dicho amor, la posición pasiva y amante con el padre
queda resignada, siendo la locura de amor por Nora la reparación de
ese lapsus.

Joyce, encarnado en Gabriel, acepta “morir” por Greta, abandona lo


que más valora de sí mismo, recuperando la nostalgia amorosa, el
lazo entre la vida y la muerte. Su personaje piensa constantemente
en la muerte o en las pequeñas muertes, la del sexo, el sueño; la
imagina a ella deseando que él muera por amor. Esta posición
amante permite como síntoma que lo simbólico, lo imaginario y lo real
continúen juntos.
La carencia paterna en la estructura subjetiva de James Joyce
produce lo que Lacan nomina: lapsus de la estructura, este fracaso de
la función paterna retorna en su hija Lucía, esquizofrénica, a quien su
padre defendió ferozmente. Ante la sorpresa de los médicos, Joyce no
articulaba sino una sola cosa: que su hija era una telépata.
Joyce le atribuye esta virtud a partir de un cierto número de signos,
de declaraciones que él escucha de una cierta manera. Lucía es la
prolongación del síntoma del padre.
La invención de su arte como sinthome fracasa ante la lectura
delirante de la telepatía de Lucia.

Joyce testimonia en la pasión amorosa por su hija el resorte mismo


de la forclusión del nombre del padre; sin embargo, escribe a una
amiga “Me doy cuenta dolorosamente que Lucía no tiene futuro”.
Lacan se pregunta qué hay en el arte que pueda desbaratar lo que se
impone como síntoma. Dice: “La práctica del artista supera para
nosotros el goce que podemos sentir con su obra”
La letra de la escritura hace de borde entre padre e hijo. En el Ulises,
Joyce busca un padre en Leopold Bloom, quien conoce al joven
Stephen, a quien, con ánimo protector, sigue hasta el barrio de los
burdeles, y a quien, cuando es golpeado por un soldado, invita a ir a
su casa, como judío errante en busca del hijo que perdió en la
infancia, le brinda una taza de cacao, un acto de ternura que se
recorta de la pere-version paterna. La ficción entre Bloom y Stephen
es un medio para escribir qué es una mujer para un padre: “Siempre
se ve el punto flaco de un hombre en su mujer”. Ulises, el genio del
hacerse a sí mismo, para no ser inmolado por los propios demonios.

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