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Tumpa Pire

Comerciantes indígenas en la economía global


Roberto Ruiz Bass Werner

A principios de los 90, Silveria, nacida 50 años antes en el lago Titicaca, viajó a la China
por primera vez en su vida. Como ella misma recuerda, su primer viaje lo hizo “sorda y
muda”, con un bajo dominio del español, cero ingles y menos chino. Ahora, a sus 70 años,
todavía viaja regularmente, dos o tres veces por año a las ferias de Canton.
Guangzhou, tradicionalmente conocida como Canton, es la tercera ciudad más populosa de
la China continental y se ha convertido en un gran “hub” o centro de transporte y
distribución de mercancías; uno de los más grandes del mundo.
Ella no es la única mujer aymara que se mimetiza, con la naturalidad de su rostro asiático,
entre los 13 millones y medio de cantoneses y entre los 54 millones de seres humanos que
viven en la aglomeración metropolitana más grande del planeta.
Caminando en las calles paceñas, Silveria es la imagen misma de una campesina aymara en
su tercera edad. Pero la tradicional pollera, el sombrero, la manta, las trenzas parecen
simples símbolos destinados a disimular que es dueña de un edificio de cinco pisos y de
cuatro tiendas de artefactos eléctricos que ofertan las últimas novedades de la tecnología
china.
La mujer dejó el pueblito de Taraco cuando era adolescente y se mudó a La Paz pocos años
después de la reforma agraria del 53. En la ciudad sobrevivió vendiendo pescado del lago
por las mañanas y maquinas de cocer usadas por las tardes. Estas eran contrabandeadas
desde el Perú por su compadre, dueño de un pequeño bote. Muy pronto, Silveria estaba
vendiendo ropa, telas, baterías y radios portátiles. Su éxito y el de otras como ella convocó
a sus familiares de Taraco y de otros distritos.
Bajo un sistema de créditos rotatorios (pasanakus) ellos se establecieron en la calle Eloy
Salmón y extendieron su control comercial al vecindario. Arrendando vehículos y garajes,
desplazando a zapateros y hojalateros del barrio, fortaleciendo sus conexiones peruanas,
haciendo “amigos” en el LAB y en ENFE, los taraqueños, sin dejar nunca de agradecer al
“Señor del Gran Poder”, constituyeron el primer sindicato de comerciantes de la Eloy
Salmón.
La red comercial de Silveria pronto se expandió, primero a los “turcos”, libaneses que
habían montado sus surtidas tiendas en Arica e Iquique.
En los 70, Silveria comenzó a viajar a Panamá con su comadre Delia con la que adquirían
al por mayor productos que luego distribuían entre sus numerosos parientes en la Eloy
Salmón.
Cuando se estableció la zona de libre comercio en Iquique, Silveria llegaba en el camión de
su padre con miles de dólares amarrados a su cintura. Un importador árabe, de nombre
Mauricio, se convirtió en su “casero” principal. Luego transportaba la carga hasta la Eloy
Salmón por caminos de tierra o también, “negociando” con los agentes aduaneros. Mauricio
luego quedaría en el recuerdo cuando Silveria decidió comprar directamente de los chinos.
Los contactos chinos no fueron grandes empresas sino pequeños grupos familiares que
podían producir en la escala y calidad que demandaban los aymaras. Tampoco las garantías
fueron un problema serio. Estas relaciones, con fuerte tinte “familiar”, se montaron sobre
tratos verbales y confianza recíproca construida entre personas cuyo vínculo de sangre
podría rastrearse hasta unos 18 mil años atrás, cuando sus antepasados cruzaron el estrecho
de Bering detrás de las hordas de mamuts, para colonizar todo el continente.
Esta fascinante investigación está contenida en el libro “The Native World-System. An
Ethnography of Bolivian Aymara Traders in the Global Economy”, escrito por Nico Tassi y
publicado este año por “Oxford University Press”.
La extensión de las localidades chinas hoy vinculadas con el comercio aymara abarcan a la
provincia de Sichuan (Chengdu y Xichang), Hunan, Guangdong (Guangzhou y Shenzeng) ,
Hubei (Wuhan), Beijing, Fujian (Fuzhou, Xiamen), Zhejiang y otras.
Se trata de una nueva perspectiva sobre los pueblos indígenas y el capitalismo global que
describe la emergencia de comerciantes aymaras desde hacen varias décadas, bajo la
mirada despreocupada e incluso despreciativa de las elites blanco-mestizas.
Se trata de una mirada subversiva en relación a las tesis convencionales que colocan a los
pueblos indígenas exclusivamente en su condición pasiva y como sujetos de la “ayuda”
técnica y financiera internacional.
El libro describe también las tensiones entre estos intrépidos comerciante aymaras y Evo
Morales, a quien apoyaron decididamente en sus inicios y de quien ahora resienten la
presión del Estado Plurinacional por sacarlos de la periferia y de los intersticios y rajaduras
del sistema, en el cual ellos triunfaron como agentes económicos, para incorporarlos a la
tributación universal.
Para finalizar, un comentario adicional que merece ser objeto de un análisis más detallado:
en criterio del autor, el éxito de los comerciantes aymaras, sin educación formal y actuando
en los márgenes del sistema, sin acceso expedito a los bancos, combatidos por aduaneros y
por la renta, despreciados y excluidos, que no pertenecen a las “Cámaras de Comercio” u
otras “Asociaciones” formales, “…parece esta delineando una nueva modalidad de ser al
mismo tiempo económicamente exitoso e indígena, reconciliando la posibilidad de ser
moderno y viajar a la china a hacer negocios con el hecho de ser popular y pertenecer a los
sectores indígenas de la sociedad.”.
La idea de que son las relaciones entre el individuo y su colectividad las que obligan a
replantear los conceptos de “economías de escala”, “rendición de cuentas” y
“competencia”, parece estar apuntando a una fractura en un pilar básico del capitalismo que
se apoya en el principio de propiedad privada y de riqueza privada.
Frente a esta realidad en curso, resulta tan ridículo el desprecio que expresan ciertos
sectores conservadores en Tarija, que no alcanzan a advertir el poder y el conocimiento que
traen consigo los aymaras a quienes simplemente juzgan por el tamaño del pequeño “catu”
que muestran en el mercado!

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