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Análisis (somero) del concepto deconstrucción en el lenguaje, según el

capítulo primero de la obra De la gramatología de Jacques Derrida

«El problema del lenguaje,


cualquiera que sea lo que se piense al respecto,
nunca fue por cierto un problema entre otros»
De la gramatología, J. Derrida

En la ventura reflexiva del pensamiento de algún filósofo podemos sumirnos siempre en


refutación, pues en el común areópago de los filósofos esto constituye un homenaje.
Efectivamente, esto no destina a un ganador y a un derrotado, o en perspectiva hegeliana, a
un amo y un esclavo. No, aquí la lucha de conciencias se diluye en un sincretismo, en una
simbiosis de pensamientos que da lugar a un bien epistémico para llegar a la verdad —por
no decir síntesis del conocimiento. La contraposición de ideas que pudiese existir entre
filósofos no diluye la verdad, y mucho menos quita valor a la reflexión filosófica, sino que
muestra los distintos caminos hacia el absoluto. Ahora bien, el pretexto de esta reflexión
rinde admiración al filósofo francés Jacques Derrida, que, sin ser tan cercano a nuestro
itinerario de lectura, ha resplandecido entre tantos otros libros de biblioteca nuestra con el
título determinativo De la gramatología, causando así curiosidad cándida —semejante a la
de un escuincle. Por tanto, aunque parezca risible este pseudoanálisis —sobre todo para los
derridianos—, con este elemento grafológico pretendemos hacer un somero acercamiento a
lo que es o no es la desconstrucción —propio de una reflexión primera— pues no poseemos
un bagaje suficiente para hacer algo con mayor profundidad.
¿Hasta dónde llega el concepto lenguaje? Es el primer cuestionamiento derridiano en esta
obra. Tal vez la postura del francés con respecto al logocentrismo, nos ayuda entender que
este se abruma ante una obscena inflación del término lenguaje: estamos de acuerdo que
lenguaje —fonético, el habla, como lo entiende Derrida— posee límites espacio-temporales,
es contingente, «el lenguaje se halla amenazado por su propia vida» y es por tal motivo que
para muchos [sujetos amantes y acompañantes del lenguaje] este término se expande y abraza
a la escritura para su permanencia. Es decir, la escritura viene siendo «una forma particular,
derivada, auxiliar, del lenguaje». Con todo, es posible considerar un movimiento lúdico del
lenguaje pues lo permaneció como significado objetivo en la conciencia y, posteriormente,
en el habla, es ahora con la escritura el advenimiento de un «juego de referencias de
significantes». Derrida habla de un «desbordamiento» del concepto, es decir, «una
circulación de signos» donde van consigo todos los significados posibles o que le pueda
otorgar la subjetividad humana. En palabras nuestras, estamos hablando de una interpretación
del significante.
Con esta tendencia gramatológica, el francés barrunta en la poca objetividad que pudiese
tener el lector de una obra literaria en referencia a la del autor, así —al menos en la
escritura— la objetividad del concepto se vacía y adquiere inconsistencia en su significante.
De acuerdo con Derrida, la escritura refleja una forma de anti-estructuralismo, es decir, es
una forma de desconstruir. Ahora bien, ¿qué es la desconstrucción? Según el francés, este es
un término que no tiene un efecto negativo o diluyente como el de «destrucción», sino que
posee una connotación transformacional, que impera al cambio o como dice el filósofo, al
«juego semántico». Por lo tanto, seguramente la percepción derridiana de desconstruir no
ahonda en un aniquilamiento del concepto: la desconstrucción en el modelo lingüístico-
gramatical, semántico y ni siquiera en un contexto arquitectónico o de otra área, plantea una
teoría destructiva. La intencionalidad de la desconstrucción no es una vacuidad total del
concepto, sino que busca una reestructuración del significante para una mejor comprensión
de su significado.
Derrida explica esta “reconstrucción” tiempo después del boom de la desconstrucción en
Carta a un amigo japonés:
«Se trataba de deshacer, de descomponer, de desedimentar
estructuras (todo tipo de estructuras, lingüísticas, «logocéntricas»,
«fonocéntricas» —pues el estructuralismo estaba, por entonces,
dominado por modelos lingüísticos de la llamada lingüística estructural
que también se denominaba saussureana—, socio-institucionales
políticos, culturales y, ante todo y sobre todo, filosóficos.»
Ahora bien, posiblemente Derrida mire a bien nuestro —tal vez no— al asimilar el término
desconstrucción como un semejante al de revolución, pues la referencia que nos muestra su
«significado» es al de un cambio, a un movimiento de estructura (accidental, no sustancial).
Para Derrida todo intento de interpretación, de traducción, de «darse a entender por medio
del lenguaje» es un acto de desconstruir. Un ejemplo de esto yace en nuestro intento por
hacer explícita —más de lo que ya es— la idea derridiana de desconstrucción. Sin embargo,
tal vez, en este intento por aclarar la terminología, estemos más perdidos que nunca, pues
siguiendo la lógica del francés «la dificultad de definir y, por consiguiente, también de
traducir la palabra “desconstrucción” procede de que todos los predicados, todos los
conceptos definitorios, todas las significaciones del léxico e, incluso, todas las articulaciones
sintácticas que, por el momento, parecen prestarse a esa definición y a esa traducción son
asimismo desconstruidos o desconstruibles…».
¿Dónde podemos notar la desconstrucción? Derrida nos diría que en todo. Hace un par de
días tuvimos la dicha de conversar —al respecto— con un caudillo de la filosofía. El tema
de la desconstrucción seguía burdo en nuestra mente y nuestro interlocutor proveyó el
diálogo con el ejemplo de Plutón, el cuerpo celeste. ¿Asombro? Creemos que sí. La luz que
generó fue de tan sabático tono que comprendimos que la desconstrucción ya existía, y ha
existido desde antes que Derrida. La pregunta desde febrero de 1930 ha sido ¿qué es Plutón?
Los años han pasado y este cuerpo celeste se ha hecho de varios predicados: es un planetoide,
un satélite de Neptuno, uno de los cuerpos celestes del cinturón de Kuiper y, el próximo o
vigente desde el 2015, un planeta enano o menor. La desconstrucción ha hecho efecto en
Plutón —y en otros tantos conceptos— pues su significado se ha ido codificando y se traduce
por cada sujeto en particular —la subjetividad— con la finalidad de ser comprehendido de la
mejor forma.
Entonces ¿la desconstrucción es una herramienta o instrumento que hay que reafirmar en
nuestro favor? «No» —dirá Derrida— «basta con decir que la desconstrucción no puede
reducirse a una mera instrumentalidad metodológica, a un conjunto de reglas transportables»
Esta actividad es natural, facilita la comprensión lingüística entre interlocutores. El ejemplo
claro está en la literatura. El lector aficionado —un primerizo— cuando se encuentra con
conceptos desconocidos, de forma natural recurre a la interpretación y si el lector provee de
una descripción o definición utiliza la imaginación o asociación conceptual, pero en ambos
casos se realiza un intento de comprehensión —el cual pierde objetividad cuando se
traduce— lo cual ya indica un desarraigo, un movimiento de la estructura inicial del
concepto, la desconstrucción.
Llegado a este punto Derrida nos plantea el problema de la subjetividad lingüística-
gramatical ¿Cómo evitar la subjetividad o relativismo con el uso de la desconstrucción?
Ciertamente, nuestra racionalidad —el querer conocer y ser entendido, por no decir
comprendido— nos lleva a usar la desconstrucción de forma natural. El poder que cada
conciencia ejerce con el uso de la desconstrucción es en sí y para sí —utilizando la lingüística
hegeliana. Las problemáticas que pudiéramos encontrar en el siglo XXI por el mal uso de
desconstruir, difícilmente permean en la realidad—por no decir que no lo hacen— es decir,
la realidad no se modifica con el solo uso del lenguaje —guardando nuestras respectivas
distancias con las ideas tanatológicas, espiritistas o psico-conductuales. Siguiendo la
reflexión filosófica, sabemos que el movimiento metafísico se da con el paso de la potencia
al acto: con aquello que tiene la posibilidad de ser. Así un árbol está en potencia de ser leña
o un huevo está en potencia de ser pollo porque está en su potencialidad; sin embargo, un
hombre siendo hombre en acto, no puede estar en potencia de ser mujer. Decir lo contrario a
esta última proposición sería una aberración, pues un cambio sustancial de ese tipo no es
natural, y más aún, no es real.
Lo que ideologías del siglo XXI proponen como lenguaje inclusivo y la modificación
conceptual tan drástica o antagónica que intentan provocar es todo menos desconstrucción,
pues por más que a un hombre se le cambie de concepto a perro, gato, caballo o mujer, este
dejará de ser lo que es. En la realidad sigue siendo hombre. Una rosa no deja de ser rosa con
el sólo hecho de cambiar su significante. Por lo tanto, hemos de cuestionarnos el verdadero
sentido de desconstruir ¿podemos modificar la realidad a gusto personal con el uso del
lenguaje? Si es así ¿dónde está lo concreto, lo verdadero, lo sustancial, lo que permanece…
lo real? Nosotros, hemos de negarnos a creer que la desconstrucción sea un elemento para
empoderar el lenguaje y permear cambios en la realidad de forma trágica. Todo lo contrario,
creemos que el fin de la desconstrucción es facilitar la comprehensión lingüística-gramatical
del sujeto. Ergo, la idea derridiana de desconstrucción actúa naturalmente en la conciencia
de cada sujeto en el instante que este busca entender, comprender, traducir e interpretar
«¿Qué hace un extranjero que trata de comprender, de traducir a tal autor? Desconstruye las
frases, separa las palabras según la idiosincrasia de la lengua extranjera; o, si se quiere evitar
toda confusión en los términos, hay desconstrucción con respecto a la lengua del autor
traducido y construcción con respecto a la lengua del traductor».

Antonio Rosher, mayo de 2023

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