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Nota

La traducción de este libro es un proyecto de Erotic By PornLove.


No es, ni pretende ser o sustituir al original y no tiene ninguna relación
con la editorial oficial, por lo que puede contener errores.

El presente libro llega a ti gracias al esfuerzo desinteresado de


lectores como tú, quienes han traducido este libro para que puedas
disfrutar de él, por ende, no subas capturas de pantalla a las redes
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ha recibido retribución alguna por su trabajo. Ningún miembro de este
grupo recibe compensación por estas producciones y se prohíbe
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determinados libros no salen en español y quiere incentivar a los lectores
a leer libros que las editoriales no han publicado. Aun así, impulsa a
dichos lectores a adquirir los libros una vez que las editoriales los han
publicado. En ningún momento se intenta entorpecer el trabajo de la
editorial, sino que el trabajo se realiza de fans a fans, pura y
exclusivamente por amor a la lectura.

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¡A DISFRUTAR DE LA LECTURA!
Aclaración del staff:

Erotic By PornLove al traducir ambientamos la historia


dependiendo del país donde se desarrolla, por eso el
vocabulario y expresiones léxicas cambian y se adaptan.
ANOINTED

CHARITY B.
Nota de la autora
Como autora independiente, sus valoraciones y, sobre todo,
sus reseñas significan para mí más de lo que se imaginan. Si les
gusta el libro, por favor, consideren prestar su apoyo dejando
su opinión en una reseña.

No puedo ni empezar a decirles lo mucho que significa para mí


que hayan elegido leer este libro. Se trata de una novela completa e
independiente. El grupo religioso de este libro no se basa en
ninguna religión o iglesia real y es completamente ficticio. Su apoyo
significa todo para mí. Este libro es muy personal, y adoré
escribirlo. Espero que les guste esta historia tanto como a mí.

Aviso de activación:

Esta novela contiene escenas perturbadoras y temas


sensibles que pueden ser desencadenantes para algunos
lectores.
Sinopsis
-Zebadiah-
La última vez que la vi, estaba marcada con S A N G R E .
EXCOMULGADA.
Ahora ha regresado, junto con mi T E N T A C I Ó N .
Nuestro contacto es B L A S F E M O .
PERVERSO.
Dicen que está manchada, pero no hablarán contra mí.
La sangre santa corre por mis venas y mi palabra es verdad.
SOY EL MALDITO PROFETA.

-Laurel Ann-
Durante doce años, luché por mi alma en este mundo malvado.
Hasta que mi Dios lo envió.
Mi más viejo amigo. Al único hombre que H E A M A D O .
Lo que hacemos lo arriesga todo, pero no podemos P A R A R .
Cuando P E C O con él, es lo más puro que he sentido.
Viví la mitad de mi vida con los filisteos y sé cómo nos llaman.
CULTO. FENÓMENOS. FANÁTICOS.
Pero se equivocan. No somos ninguna de esas cosas.
PORQUE SOMOS LOS UNGIDOS.

Esta es una novela independiente que contiene escenas


perturbadoras y temas delicados que pueden ser ofensivos para
algunos lectores.
Índice
NOTA .......................................................................... 3
ACLARACIÓN DEL STAFF: ................................................. 4
ANOINTED ..................................................................... 5
NOTA DE LA AUTORA .......................................................6
SINOPSIS....................................................................... 7
DEDICACIÓN .................................................................11
PLAYLIST ..................................................................... 14
1 ................................................................................. 15
SANGRE DE LA INOCENCIA ............................................ 15
2 ................................................................................. 24
RITUAL DE LIMPIEZA DEL ALMA ..................................... 24
3 ................................................................................. 42
UN REGALO BENDITO .................................................... 42
4 ................................................................................. 52
EL HIJO DEL PROFETA ................................................... 52
5 ................................................................................. 62
MOMENTO DEL INTERROGATORIO .................................. 62
6 ................................................................................. 76
CAJA DE ARREPENTIMIENTO .......................................... 76
7 ................................................................................. 86
DÍA DE DESCANSO ........................................................ 86
8 ................................................................................. 96
LA CEREMONIA DE VINCULACIÓN .................................. 96
9 ................................................................................ 107
MARCADO CON SANGRE ................................................ 107
10 .............................................................................. 119
FLORES BLANCAS Y AMARILLAS ..................................... 119
11 ............................................................................... 134
AMIGOS DE UN FILISTEO .............................................. 134
12 .............................................................................. 150
EL GRANERO JOHNSON................................................. 150
13............................................................................... 164
LOS PECADOS DEL PADRE ............................................. 164
14 .............................................................................. 172
EL NUEVO PROFETA ..................................................... 172
15............................................................................... 184
CARNES DE CAMPO STURGIS ......................................... 184
16 .............................................................................. 194
DOS MUNDOS CHOCAN ................................................. 194
17.............................................................................. 203
CAMBIADO POR EL TIEMPO .......................................... 203
18 ............................................................................. 207
RITUAL DE LIMPIEZA PERSONAL .................................. 207
19 .............................................................................. 218
HORNEADO CON MALDAD ............................................. 218
20 .............................................................................. 231
UN ÚLTIMO ADIÓS ....................................................... 231
21 ............................................................................. 250
LA HIJA PRÓDIGA ....................................................... 250
22 ............................................................................. 268
HABLANDO CON ZAARON ............................................. 268
23 ............................................................................. 283
REUNIÓN DE LOS UNGIDOS ......................................... 283
24 ............................................................................. 305
ESCRITO EN LA PIEL ................................................... 305
25 .............................................................................. 321
LAS MENTIRAS ENGENDRAN MENTIRAS ......................... 321
26 .............................................................................. 332
EL PLAN VINCULANTE .................................................. 332
27 .............................................................................. 345
LA NOVIA DE BENJI JOHNSON ....................................... 345
28 ............................................................................. 360
EL SANTO FILISTEO .................................................... 360
29 .............................................................................. 376
SELLADO CON ROSCA ................................................... 376
30 ..............................................................................384
LA ELECCIÓN DEL PROFETA ..........................................384
31............................................................................... 399
HERMANO FITCH TRES ................................................. 399
32 ............................................................................. 407
PRUEBAS Y TRIBULACIONES ........................................ 407
33 .............................................................................. 417
NUESTRAS PROPIAS ALAS ............................................. 417
AGRADECIMIENTOS ..................................................... 436
Dedicación
Para Oliver.

Que siempre sigas tu corazón.

Te quiero más que a nada en esta tierra.


Donde hay amor no hay pecado.

-Desconocido
Playlist
1. Milagro: el marcador

2. Way Down We Go-Kaleo

3. Brillo y oro - Courtney

4. Canción del mirlo-Lee DeWyze

5. Heaven-Troye Sivan feat. Betty Who

6. Bartholomew-La Comedia Silenciosa

7. Lovely-Billie Eilish

8. Sangre/Agua-Grandson

9. Hellfire-Barns Courtney

10. Lead Me Home-Jamie N. Commons

11. I Walk the Line-Halsey

12. Hurt-Johnny Cash

13. Demonios-Imagina Dragones

14. Losing My Religion-R.E.M.

15. Hombre de trapo y hueso

16. Broken Bones-Kaleo

17. Believe-Mumford & Sons

18. Burn Fast-Bryce Fox


1
SANGRE DE LA INOCENCIA

Laurel Ann
—¡Muy bien, clase! ¿Alguien puede decirme en qué año y en qué
forma apareció Zaaron ante los humanos por primera vez?

Mechones de rizos rubios sobresalen por la parte posterior del


gorro de la hermana Madeline Adams, pegados a su cuello por el
sudor. Mirarla intensifica la sensación de mi propia frente húmeda,
así que me la limpio con la manga bordada. Puede que los filisteos
tengan que sufrir un dolor más terrible de lo que nuestras mentes
humanas puedan procesar, pero al menos se les permite enseñar
los brazos en verano.

Como los mayores podemos responder a la mayoría de estas


preguntas mientras dormimos, no solemos participar en la lección
final que, en realidad, no es más que una recapitulación de las
cosas que ya hemos escuchamos innumerables veces. Miro a
Zebadiah Fitch, que está a punto de quedarse dormido. Está
encorvado en su escritorio, con la barbilla casi tocando su pecho.
Su cabello, color caramelo caliente, está desordenado por
despeinarlo y sobresale de la cabeza. Sé que la hermana Madeline
lo ve, así que intento encontrar algo para lanzarle.
Aunque conozco a Zeb de toda la vida, no fue hasta la unión de
mi padre con su cuarta esposa, la hermana Mary, hace cuatro años,
cuando se convirtió en mi mejor amigo. Recogía flores silvestres
para mi corona con mi hermana mayor Clary. Se acercó a mí con
una tímida sonrisa mientras me tendía un ramo de flores amarillas
y blancas.

—Pensé que se verían bonitas en tu cabello —dijo.

El recuerdo todavía me hace sonreír. Mi hermana pequeña


levanta la mano, con sus largas trenzas colgando por la espalda del
vestido. La hermana Madeline le sonríe.

—¿Mia Henderson?

Aunque su voz es amable, es extremadamente fuerte,


sobresaltando a Zebadiah y haciéndolo saltar de sorpresa. Me río
de él. Todo lo que hace es tan... adorable. Cuando levanta la vista y
me encuentra mirándolo fijamente, sonríe. El corazón me late
deprisa en el pecho, y eso hace que se me apriete el estómago en el
buen sentido.

—En 1906, Zaaron se presentó ante los humanos en forma de


buey —responde Mia con seguridad y sin dudar. Estoy muy
orgullosa de ella. Es mucho más inteligente de lo que yo era a los
seis años.

—Correcto. Muy bien. —La hermana Madeline raspa la pizarra


con tiza, escribiendo la respuesta de Mia—. En el capítulo treinta y
seis de El Verdadero Testamento, Zaaron nos prepara para la
Abolición. ¿Alguien sabe en qué consiste y cuándo tendrá lugar?

Serah Johnson, una de las mejores amigas de Mia, levanta su


mano en el aire, usa la otra para empujarla hacia arriba como si
fuera a levantarla más alto. La hermana Madeline sonríe y le hace
un gesto para que responda.

—¿Serah Johnson?

—El 5 de mayo de 2055, Zaaron incendiará el mundo,


llevándonos a casa, a la Estrella del Paraíso, y enviando a los
filisteos al abismo para que sufran por la eternidad —dice
rápidamente Serah con su linda y chillona voz.
Con una sonrisa amable, la hermana Madeline se dirige a la
pizarra.

—Así es.

El gran timbre de hierro suena, enviando vibraciones desde mi


brazo hasta mis dedos que sostienen el lápiz. Mi estómago salta de
emoción cuando todos los niños de la gran aula se apresuran a
tomar sus libros y papeles. Todo el mundo está más que preparado
para salir de la calurosa y sofocante escuela.

—¡No olviden que deben memorizar 12:7 y 8 de El Verdadero


Testamento! —La Hermana Madeline dice—: Que todos tengan una
bendecida noche. ¡Que el fuego sagrado de Zaaron los limpie!

—QUE EL FUEGO SAGRADO DE ZAARON TE LIMPIE,


HERMANA MADELINE.

Todos lo decimos, aunque la mitad de los niños tienen un pie


fuera de la puerta. Meto los libros que necesito bajo el brazo y tiro
el resto en mi escritorio. Busco con la mirada a Zebadiah y lo
encuentro haciéndome señas de impaciencia junto a la puerta
abierta.

Corriendo entre los pupitres, me apresuro a salir para reunirme


con él, donde el aire fresco de Oklahoma me llena el pecho. Incluso
con el sol quemando sobre nosotros, me refresca la piel de estar
dentro durante las últimas cuatro horas.

Corro hacia él y grita:

—¡Deprisa, Laur! El último es un cebo para sanguijuelas.

Me río y persigo la nube de tierra que levanta al pasar corriendo


por delante del templo. Quiero gritarle que vaya más despacio, pero
me costará mucho esfuerzo si quiero alcanzarlo. Es más rápido que
yo, y además me lleva ventaja. Gira a la derecha, y sigo muy atrás,
persiguiéndolo más allá de las distintas casas de los seguidores.
Llegamos a la línea de árboles, y él desaparece. Como conozco el
camino, no me pierdo, pero no voy a llegar antes que él al arroyo.
No lo vuelvo a ver hasta que atravieso los árboles.

Se gira y me ve.
—¡Ven! ¡Todavía tengo un montón de tareas que hacer antes que
mi padre llegue a casa!

Su cabello castaño claro desaparece por la colina mientras me


aferro a mis libros en una mano y a la tela con estampado floral de
mi vestido en la otra para no tropezar.

—¡Es fácil para ti decirlo! No tienes que correr con este tonto y
pesado vestido.

El viento es fuerte y ruidoso, azotando las cuerdas de mi gorro


contra mi rostro, así que no sé si me escucha. Además, es culpa
suya que no haya terminado sus tareas esta mañana. Pude hacer
las mías, y él tiene muchos más hermanos para ayudar.

Cuando por fin lo alcanzo, se baja los tirantes. Se deshace de


las botas en la arena y me sonríe.

—El agua se va a sentir increíble. Apuesto a que hoy hace más


de cien grados.

No exagera. Esta mañana estaba sudando en el cubo de la


lavadora, y eso fue al amanecer. Me desato el gorro y tiro de los
cordones de mis zapatos.

—Sí, la hermana Mary ha estado quejándose de eso toda la


semana.

La hermana Mary va a tener en cualquier momento a mi nuevo


hermano o hermana. El calor la hizo aún más difícil de llevar de lo
normal, y créanme, eso es decir algo.

Se quita los pantalones y los tira junto a los zapatos. De pie,


solo con su traje sindical de manga corta, me espera.

Aunque hemos hecho esto un montón de veces, sigue siendo un


pecado vernos así.

—Date la vuelta. Voy a quitarme el vestido.

Resopla, corriendo hacia el agua.

—Date prisa, solo tengo una hora.


Mis dedos abren lo suficiente los botones para deslizar el vestido
por encima de mi cabeza antes de sacar la falda hacia abajo,
dejando solamente los calzones y el corsé. Zebadiah ya está
nadando cuando corro por la orilla. El agua fresca me alivia al
instante y sube por mi cuerpo cuanto más camino.

—¿Vas a ir a la limpieza del alma de Benji Johnson esta noche?


—le pregunto.

Aunque mi padre siempre prefiere que vaya, nunca me obliga,


hasta ahora. Anoche el Apóstol del Profeta, Keaton Fitch, vino a
anunciar que la limpieza de Benji es esta noche. Una vez que se fue,
mi papá me dijo que mi asistencia sería obligatoria.

Desprecio ir a las limpiezas del alma, aunque mis sentimientos


al respecto son irrelevantes. Es mi padre, y es mi deber honrarlo y
obedecerlo. Siempre pienso que es cruel ver cómo se golpea
públicamente a alguien. Puede que sea lo que Zaaron requiera para
su alma, pero Él no requiere que miremos.

—Cuando tu padre es el Profeta, no tienes muchas opciones —


se burla.

Luchó para que Hiram se convierta en el Profeta. El abuelo de


Zeb, Josiah Fitch, murió hace un año, y el Verdadero Testamento
establece que el hijo mayor de la línea de sangre sagrada es el
próximo Profeta. Ese es Hiram.

—¿Te quedas conmigo? —pregunto.

Me salpica y se ríe de mi mirada poco sincera.

—Por supuesto. Pensé que era obvio.

Sonríe y sus ojos se dirigen a mi pecho antes de devolverme la


sonrisa. Se me calienta el rostro, así que me paso las manos
húmedas por las mejillas.

—¿Cómo consiguió Benji una caja del Diablo, de todos modos?

—No lo sé. Siempre se escabulle para explorar los alrededores


del complejo. Me sorprende que no lo atraparan antes. —Se encoge
de hombros—. A un filisteo se le debió caer y lo encontró.
El mundo fuera de la protección de la Tierra Ungida está lleno
de maldad y pecadores. Rezan a su ciencia y tecnología en lugar de
a Zaaron. El Diablo reside dentro de ellos y de sus baratijas,
calmando su sentido de la moralidad y la humanidad. Se dejan
llevar por la violencia, la codicia y el orgullo. Solo hay una cosa que
hacer cuando te encuentras con un filisteo, y es huir.

—No entiendo qué le llevaría a tocar esa cosa, y mucho menos


a llevársela a casa.

Levanta una ceja.

—¿Estás realmente sorprendida? Su propia madre eligió irse a


vivir con esos demonios perversos.

Como Zeb es dos años mayor que yo, lo recuerda mejor, aunque
escuché la historia de cómo la madre de Benji fue poseída por el
Diablo. Ella rechazó la tumba de la abolición, eligiendo pasar el
resto de sus días con los paganos en el mundo secular.

—¿Crees que Benji puede ser poseído por la caja del Diablo?

Su cabello chorrea agua por su rostro y sacude la cabeza para


despejarla.

—No lo sé. Mi padre no me habla de ello.

Benji sabía que estaba mal, así que supongo que se merece los
latigazos. Pero él sigue siendo mi amigo. No quiero verlo.

Al menos Zeb estará ahí.

Saltamos piedras mientras nos acostamos en la orilla para secar


nuestra ropa interior. Finalmente, suspira y mira a los mirlos que
están en el cielo.

—Tengo que irme. Si alguien necesita usar el horno estaré en


un gran problema. No corté leña esta mañana.

Nos ponemos de pie, me quito la arena de la parte trasera de


mis calzones y me pongo el vestido.
—Si te levantaras más temprano y cortaras la leña antes de ir a
la escuela, no tendrías que preocuparte. —Su cara cae y sus cejas
se fruncen. No sé si está enfadado o si herí sus sentimientos. No
suele ser tan sensible—. Solo estoy bromeando contigo, sabes.

¿Va a llorar?

—Laurel Ann... eres... —Señala mi mano—. La sangre de la


inocencia.

Sé lo que quiere decir, pero no es hasta que veo el rojo en mi


mano que me doy cuenta que me pasa.

No...

El terror me envuelve como una manta de lana, haciendo que el


calor sea insoportable. Quiero llorar. No respiro. ¿Por qué siento
esto? Es una bendición de mi Dios. Es mi propósito. Debería estar
emocionada, no petrificada.

Es el fin de mi infancia, de mi vida tal y como la conozco. Ahora,


seré colocada y atada. Las lágrimas me queman los ojos cuando
pienso que se espera que dé a luz a los numerosos hijos de mi futuro
marido. ¿Quiénes son? Se supone que debo encontrar compañía y
amistad con mis hermanas-esposas mientras encuentro la plenitud
en la familia que preparamos para la Estrella del Paraíso. Se supone
que es un punto crucial y justo en mi vida, así que ¿por qué quiero
arrodillarme y purgar el contenido de mi estómago? Es lo que
Zaaron profetizó para nosotros. Es lo que Él quiere. Es un pecado
simplemente pensar en esos pensamientos ingratos. Debería querer
correr a casa y contarle a mi familia la alegre noticia, pero todo lo
que quiero hacer es averiguar cómo hacer que se detenga.

No estoy preparada.

El pecho de Zebadiah sube y baja rápidamente, y su respiración


es corta y entrecortada. De repente, pasa por delante de mí hacia el
montón de mi ropa. Levanta mi falda, y maldice la aparición de la
mancha escarlata.

—Maldita sea. —La deja caer en la orilla para tomar mi vestido,


dándole la vuelta para inspeccionarlo.
Mi voz es tan temblorosa como me siento.

—¿Qué haces?

—Tu vestido aún está limpio. Solo tenemos que deshacernos de


todo lo demás con sangre. Tienes que mantenerlo en secreto.

—Es un pecado.

Su mandíbula se endurece, su puño aprieta la tela de mi vestido.

—Entonces, ¿estás lista para esto, Laur? ¿Para acostarte con un


hombre como su esposa? ¿Para obedecerle en todo y darle tantos
hijos como Zaaron te bendiga? —Mis ojos arden. Su voz contiene el
miedo que siento—. Siempre hablas de ello como si fuera una vida
lejana, pero está aquí, ahora. Está ocurriendo. ¿Estás preparada?
—Estoy negando antes de darme cuenta, y mi corazón llora de alivio
por su comprensión en esto. Toma sus calcetines y me los da—.
Toma, usa estos hasta que puedas llegar a casa y pensar en otra
cosa.

Los tomo, junto con mi vestido, y me escondo detrás de un


arbusto para quitarme los calzones. Me ato un calcetín a la cintura
y coloco el otro entre mis piernas, atando ambos extremos al
primero. Tomo la ropa ensangrentada, me pongo el vestido y me
reúno con él en la orilla.

Es realmente embarazoso, pero la alternativa llegó muy pronto.


Toma la ropa interior sucia y la agrupa con mi falda. Me entrega
mis libros y me dice:

—Vete a casa y actúa con normalidad. Me desharé de esto.


Aguanta un par de días y luego tendremos más tiempo para resolver
esto.

Una sacudida de miedo me recorre el cuerpo, obligando a las


lágrimas a bordear mis ojos. Me pongo el gorro sobre el cabello
húmedo.

—¿Y si... y si no llegamos a la Estrella del Paraíso por culpa de


esto?

Frunce el ceño y niega.


—No podemos pensar en eso ahora. Solo tienes que llegar a casa
antes que sangres a través de los calcetines.

Arriesga su propia alma para protegerme. Aunque ha hecho


cosas increíbles por mí estos últimos años, nunca ha roto la ley
espiritual por mí.

Es más alto que yo, así que tengo que ponerme de puntillas para
abrazar su cuello.

—Gracias, Zeb —susurro.

Le doy un rápido beso en la mejilla antes de girarme y correr a


casa.
2
RITUAL DE LIMPIEZA DEL ALMA

Laurel Ann
Cuando vives con cinco madres, un padre y dieciocho
hermanos, la privacidad es un mito. Al menos, aún es temprano,
así que mi padre, mis tíos y mi hermano, Benjamin Jr., aún
trabajan en el campo. Mi familia dirige la granja más grande del
complejo. Somos los principales responsables de que haya
suficientes alimentos para comer y vender. Mi padre y mis tíos son
los encargados, y algún día lo serán mis hermanos.

La hermana Mary descansa. Durante el último mes de


embarazo, las mujeres solo hacen sus tareas por la mañana. Es
innecesario añadir una tensión extra al maravilloso regalo que
Zaaron nos concede.

Todos los demás miembros de mi familia siguen trabajando


fuera, salvo la hermana Esther, la última esposa de mi padre. Ella
es un año mayor que yo y probablemente estará en la casa con mis
hermanos más pequeños.

Mis tíos tienen cincuenta y cuatro esposas entre todos. Muchas


de ellas ayudan a mis madres en la granja, y el resto se queda en
sus propias casas para cuidar de los niños y asegurar que sus casas
estén puras y limpias.
Mientras corro por el camino de tierra que lleva a nuestra
granja, saludo a las formas oscuras en la distancia, aunque desde
tan lejos no puedo distinguir quiénes son.

—¡Hola, Laurel Ann! ¿Has tenido un buen día de clases?

Me giro y veo a mi tía Ethel cargando una gran cesta de granos.


No tengo ni idea de si los calcetines de Zeb hacen efecto, y realmente
necesito entrar. Normalmente disfruto de las conversaciones con mi
familia, si muestro mi urgencia puedo levantar sospechas, pero si
ella ve la sangre de la inocencia, no importará de todos modos.

Golpeo mis libros.

—Sí, aunque la hermana Madeline nos puso muchos deberes.


Debo ponerme a estudiar.

Es una mentira, y todo el mundo sabe que mentir es un pecado,


sin embargo, es una mentira muy pequeña comparada con lo que
trato de encubrir.

—¿No eres una niña tan buena? Ojalá pudiera conseguir que mi
Lana tuviera tantas ganas de hacer sus estudios.

La culpa me aplasta los pulmones. Sonrío y permanezco ahí todo


el tiempo que me parece educado antes de darme la vuelta para
subir corriendo los escalones de madera que conducen a nuestra
blanca casa de campo. Abro en silencio la puerta mosquitera y
empujo contra la de madera. Asomo la cabeza al interior, y
compruebo si hay alguien en la cocina.

¡Maldita sea! Mis hermanos, Robert y Samuel, beben leche en la


mesa. Intento mirar detrás de mí, y tiro de mi vestido para ver si
puedo ver alguna mancha de sangre. No hay ninguna por lo que
veo. Deslizándome hacia adentro, tomo una manzana del bol
mientras Robert levanta las cejas para mirarme.

—La hermana Mary te busca.

Intento ocultar mi irritación dando un mordisco a la manzana,


pero su risita me dice que no lo conseguí. No soy la única a la que
vuelve loca.
—De acuerdo, iré a buscarla, pero no le digas que estoy en casa
todavía si la ves antes.

Sam me sonríe y me hace señas: ¿Por qué? ¿Dónde has estado?


Aposté con Robert y Doyle las tareas de mañana a que estabas con
Zebadiah Fitch.

Samuel es mudo. Nunca dice una sola palabra. No sé por qué,


porque puede oír bien. El doctor Kilmer no tiene ninguna
explicación para ello, y Zaaron no ha creído necesario informar al
Profeta.

Pongo los ojos en blanco.

—¿Y qué? ¿Y si lo estuve? Es mi amigo.

Robert gime.

—¡Ah, hombre! Sabes que no es bueno que estés tanto tiempo


con un chico. Tus amigos deben ser chicas. Ahora tengo que
levantarme más temprano mañana.

Es mi hermano mayor y debo respetarlo. Independientemente,


mis amigos pueden ser quienes yo elija que sean.

Estoy a punto de decírselo cuando Sam me hace una señal,


evidentemente orgulloso de sí mismo. Está enfadado porque ahora
tiene que volver a limpiar los establos.

Me encanta que nunca deje de hacerme sonreír, incluso cuando


me siento tan ansiosa como ahora.

—Zaaron nunca dijo que fuera un pecado ser amiga de un chico


mientras nuestros pensamientos y acciones se mantengan puros. Y
lo son. —En su mayor parte—. Así que no me apena porque ¿sabes
qué es un pecado? El juego.

Doy otro mordisco a mi manzana antes de girar sobre mis


talones para empujar la puerta de la cocina y salir justo cuando
Robert añade:

—Mamá me dijo que te dijera que tu vestido para la limpieza del


alma está en su habitación.
—Gracias —le digo bruscamente. No es asunto suyo de quién
soy amiga. No es mi Profeta, ni mi marido, ni mi padre.

Paso por el salón y por el pasillo de la derecha, me dirijo al


dormitorio que comparto con Mia. Somos veinticuatro y solo hay
quince habitaciones, lo que nos obliga a compartirlas todas,
además de las de mi madre.

Suspiro aliviada al ver que mi habitación está vacía, el sonido


de los niños jugando fuera flota a través de la ventana abierta.
Camino por el suelo de madera para mirar por el espacio entre las
cortinas onduladas. La hermana Esther empuja al pequeño Phillip
en el columpio de cuerda, mientras hace rebotar al bebé Paul sobre
su cadera. Parece mucho mayor que en sus catorce años, y su
madurez debe ser atractiva para mi padre porque pasa muchas
noches con ella. Sonrío mientras me termino la manzana. Me alegro
que Zaaron la quiso en mi familia. Siempre es amable conmigo en
el colegio y lo es aún más desde que se convirtió en mi quinta
madre. Por no mencionar que es estupenda con los niños pequeños,
lo que también es una bendición, porque la hermana Mary parece
estar siempre gritando cuando los cuida.

Tengo que cambiarme antes de que llegue la hora de preparar la


cena y me encuentre con alguien más. Tiro el corazón de la
manzana a la papelera mientras tomo un vestido y una falda limpia
del armario. Abro los cajones, y saco unos calzones nuevos. Me doy
cuenta que no sé qué debo usar para detener la sangre, así que elijo
el par de medias las más gruesas que tengo.

Me apresuro por el pasillo, la suerte me permite deslizarme


hasta el lavabo sin ser vista. En cuanto cierro la puerta, me dejo
caer contra ella y respiro. Lo conseguí.

No se nos permite cerrar las puertas con llave, aunque nadie me


molestará si está cerrada. El vestido aún no tiene sangre, por lo que
quedan las medias de Zebadiah por limpiar. Bombeo la manivela
hacia arriba y hacia abajo, hasta tener agua suficiente para
limpiarme antes de atar la primera media alrededor de la cintura.
Tomo el papel higiénico, lo envuelvo varias veces alrededor de la
segunda media. Es un despilfarro, otro pecado. Una vez que siento
que tengo suficiente para protegerme, sujeto la media a la primera,
como hice con los calcetines de Zeb.
Algún día pediré perdón a Zaaron, y prometo que le contaré al
Profeta lo que hice, pero no estoy dispuesta a que me obliguen.
Quiero quedarme con mi familia, seguir en la escuela y seguir
divirtiéndome con Zebadiah. No quiero tener un bebé todavía. Vi
nacer a un montón de bebés, y cada vez es un poco diferente,
además una cosa, el dolor. Me parece que duele muchísimo. De
verdad, ¿cómo no va a doler? Imagina que intentas pasar un
guisante por el ojo de una aguja.

Aseguro mi vestido limpio sobre mi falda fresca y miro los


calcetines ensangrentados de Zeb. Qué hacer... Hmm... Puedo
esconderlos en mi habitación e intentar quitar la mancha la
próxima vez que me toque lavar la ropa. Sin embargo, si no consigo
quitar la mancha, estaré en la misma situación que ahora. Podría
esconderlos bajo mi vestido y llevarlos al vertedero mañana antes
de ir al colegio...

Sí. Es lo que haré. Una vez que estén allí, incluso si alguien los
encuentra, no sabrán a quién pertenecen.

Añado un poco de agua a la suela de mis zapatos, convirtiendo


la suciedad en barro, y los limpio en mi otro vestido. Envolviendo
con él los calcetines ensangrentados para ocultarlos, vuelvo
corriendo al pasillo, y justo cuando estoy a punto de ponerme a
salvo dentro de mi habitación, escucho la voz aguda y chillante de
la hermana Mary.

—Laurel Ann, te he estado buscando.

Saco el aire de mi nariz y esbozo una sonrisa respetuosa antes


de dirigirme hacia ella.

—Hola, hermana Mary. ¿Cómo se siente? —Si se siente tal y


como luce, supongo que está a punto de caerse.

—Estaría mucho mejor si quitaras la saliva de Bridget de mis


vestidos. Lavar fue una de tus tareas esta mañana.

Me abstengo de resoplar. Fregué a fondo esas manchas.

—Sí, señora, me disculpo. Prestaré más atención a partir de


ahora.
Entrecierra los ojos mientras mira mis manos.

—Ese no es el vestido que llevabas esta mañana. ¿Por qué llevas


dos vestidos en el mismo día?

Satisfecha conmigo misma por pensar en ello, le muestro la


mancha de barro de mi zapato.

—Me tropecé y lo ensucie.

Las mentiras engendran mentiras.

Trago saliva cuando su atención vuelve a centrarse en ella


misma y se abanica el rostro.

—Si sigues siendo descuidada, puedes contar con un doble


lavado.

—Sí, señora.

Gira sobre sus talones y se tambalea por el pasillo. Solo quiero


esconder los calcetines. Mañana no puede llegar lo suficientemente
rápido.

Abro la puerta de mi habitación, casi llorando cuando veo a Mia


sentada en su cama leyendo El verdadero testamento.

—Hola, Mia. Hoy has estado muy bien en clase.

Su cara se ilumina cada vez que la felicito. Casi me hace sentir


culpable por tener un motivo oculto para ello hoy.

—Gracias. Estudié mucho.

—Sé que lo has hecho. Estoy orgullosa de ti.

Intento ser informal mientras dejo el paquete de ropa sobre la


cama y busco en el armario algún lugar donde esconder los
calcetines de Zeb.

—¿Qué buscas?

—Um... una caja o algo así.


Levanta el dedo índice, saltando sobre sus rodillas, antes de
girar sobre el borde de la cama para mirar debajo.

—Puede que tenga algo.

Los ruidos de crujidos y golpes vienen de donde ella busca, y


suena como una pocilga ahí abajo. No es mi problema. Mi
responsabilidad es mi lado de la habitación.

—Aquí. Kelsey Garret, Serah Johnson y yo lo usamos para llevar


las flores silvestres para nuestras coronas. Puedo llevarlas en mi
delantal hasta que encuentre otra cosa.

Me da una caja azul mientras sonrío. Es una buena hermana.


Siempre es amable, generosa y compasiva.

—Gracias. Es perfecta. Te lo devolveré tan pronto como pueda,


¿sí?

Sonríe y asiente antes de dejarse caer en su cama. Poniéndome


de espaldas a ella, intento ocultar que meto los calcetines dentro de
la caja cuando su voz chilla.

—¿Qué haces?

Suspiro y me vuelvo hacia ella.

—No puedo decírtelo. Es un secreto.

Frunce el rostro como cuando piensa mucho.

—¿Un secreto no es como mentir?

Tiene toda la razón, un secreto es lo mismo que mentir. Solo que


no quiero arrastrarla a ella también a esto.

—Lo siento, Mia... no puedo decírtelo.

Su rostro es tan desgarrador. Sus ojos se humedecen y su labio


tiembla mientras trata de no llorar.

—Oh... de acuerdo.

Gimoteo. No tengo ni idea de cómo va a reaccionar a esto.


—De acuerdo, bien. ¿Seguro que quieres saberlo? Porque no
puedes decírselo a nadie.

Ella asiente, acercándose al borde de la cama.

—Ajá. No lo diré. Lo prometo.

Me siento a su lado, miro el techo agrietado.

—La sangre de la inocencia vino a mí hoy.

Jadea, saltó a cuatro patas, con sus trenzas color roble colgando
mientras se inclina sobre mí.

—¿De verdad? ¿Con quién crees que vas a quedar? Espero que
tu primer bebé sea una niña. —Su emoción es la que debo sentir, y
la envidio por ello. Su rostro se frunce al recordar de repente que
es un secreto—. Espera... ¡¿No vas a contarlo?! Laurel Ann, ¡es un
pecado! Uno muy grande.

—Y por eso no quería decírtelo. No sé por qué no me invade la


alegría, pero no lo hago. Tengo miedo. No estoy preparada para ser
colocada. Sé que probablemente no lo entiendas y pienses que estoy
siendo egoísta, porque lo soy... solo que aún no puedo hacerlo.

Se muerde el labio, pensando un momento antes de acostarse a


mi lado para apoyar su cabeza en mi pecho.

—No se lo diré a nadie. Lo prometo.

—Gracias, Mia. —La beso y me levanto para terminar de


esconder la caja bajo mi cama—. Tengo que ir a buscar mi vestido.

Sonríe cuando salgo para caminar por el pasillo hacia la


habitación de mi madre. Toco a su puerta y la abro. Está sentada
frente al tocador, recogiéndose el cabello claro y color fresa,
exactamente igual que el mío, en un moño.

Se mira en el espejo y su hermosa sonrisa se ilumina al verme.

—Hola, cariño. ¿Has tenido un buen día?

Bueno, realmente depende de cómo lo veas...


—Si, madre, gracias. ¿Robert dijo que mi vestido está aquí?

Asegurando el último pendiente, se levanta y dice:

—Oh, sí. Aquí tienes. —El vestido es verde pálido con encaje a
lo largo del dobladillo—. Ponte tus mejores zapatos esta noche, ¿de
acuerdo?

Asiento y ella suspira mientras su pulgar roza mi mejilla.

—Sé que Benji y tú están muy unidos, pero nos puso en peligro
a todos al traer el mal a la Tierra Ungida. Entiendes que necesita
redimirse, ¿no?

—Sí, madre.

Sonríe suavemente.

—Buena chica, ahora ve a ayudar a tu madre a preparar la cena.


Estaré ahí en breve.

Llevo mi vestido a mi habitación y veo que Mia no está. Debe


estar en la cocina. Vuelvo al frente de la casa, y encuentro a la
hermana Lydia pelando papas.

—Hola, Laurel Ann. ¿Has visto a Hope y Faith?

Tomo un poco de agua del lavabo para lavarme las manos. Como
si alguien pudiera llevar la cuenta de esas dos.

—No, señora, no desde que salí de la escuela.

Señala el porche.

—Muy bien, entonces, hay una canasta llena de maíz que


necesita ser desgranado.

—Sí, señora.

Una vez termino con el maíz, lo llevo dentro para ver a las
gemelas, Hope y Faith, preparando la gran mesa. Le entrego la cesta
a la hermana Julia.
—Gracias, Laurel Ann. Las niñas casi terminan, y Mia está
recogiendo las verduras del jardín, así que por qué no empiezas a
hervir agua.

En ese momento entra mi hermana mayor, Clary. Aunque vive


en los dormitorios de colocación desde que recibió la sangre de la
inocencia hace cuatro meses, sigue uniéndose a la familia en las
cenas y eventos comunitarios hasta que la coloquen.

—¡Clary! —Las gemelas chillan mientras corren a abrazarla.

Se ríe y se pone un delantal sobre la cabeza.

—También los extrañé.

Al final, todas mis madres y hermanas se juntan en la gran


cocina y el comedor para preparar la cena. Mi padre y mis hermanos
se adentran mientras la habitación se vuelve instantáneamente
más ruidosa.

Amo a mi familia. Estoy agradecida de tener la bendición de ser


criada en la Tierra Ungida. Soy muy afortunada de no nacer de
filisteos. A menudo me siento mal por los niños que viven alrededor
de toda esa maldad, odio y crueldad.

Todos nos tomamos de las manos e inclinamos la cabeza.

La fuerte voz de mi padre llena la cocina.

—Gracias, Zaaron, por los sacrificios que has hecho por


nosotros. Te agradecemos por tu tiempo en la Tierra, enseñándonos
lo que deseas. Te agradecemos que cuando lleves a cabo la Abolición
y hagas arder este mundo, podamos unirnos a ti en la Estrella del
Paraíso. Gracias por bendecirnos con nuestro Profeta para que nos
guíe. Que tu fuego sagrado nos limpie.

—Verdad y pureza, amén —decimos todos.


Mi plato está medio vacío cuando mi padre levanta la mano para
silenciar la habitación. Nos quedamos en silencio mientras él se
levanta.

—Hoy es un día para Zaaron, y Él nos concedió otra bendición.


—Hace un gesto a la hermana Esther, tomando su mano—.
Traeremos otro niño a nuestra familia y otra alma que vivirá con
nosotros por la eternidad.

Todos aplauden mientras especulan sobre si es niño o niña. No


es que importe, de todos modos no lo sabremos hasta el nacimiento.
Miro a la hermana Esther. Sus mejillas se pegan a los ojos para
atrapar las lágrimas con su sonrisa forzada. Estaba ahí cuando dio
a luz a Paul hace tres meses. Fue terrible. Casi veinte horas de parto
y hubo mucha sangre. La partera se puso nerviosa e hizo que todo
el mundo, aparte de mis madres, saliera de la habitación.

Dudo que este saltando para hacerlo de nuevo. Aun así, debe
sentirse orgullosa del precio que pagó por dolor. Sin él, no
tendríamos a Paul. Ayer, pensaba que estaba siendo egoísta,
compadeciéndose de sí misma cuando debería estar regocijándose.
Eso fue ayer. Hoy, entiendo sus lágrimas y su miedo.

Después de ayudar a mis madres y hermanas a limpiar, todos


nos dirigimos a nuestras habitaciones para prepararnos para la
limpieza del alma. Me aseguro de cambiar el papel higiénico y
arreglarme el cabello antes de ponerme el precioso vestido que me
regaló mi madre.

Mia me observa mientras me preparo.

—Estás muy hermosa.

Intenta hacerme sentir mejor porque sabe que no quiero ir.


Cuando papá empiece a hacerla asistir, lo odiará tanto como yo.

—Gracias, Mia. —Ato el lazo de mi mejor gorro y beso su


mejilla—. Te veré mañana.

Soy la más joven de mis hermanos en asistir. Las gemelas y mi


hermana Elizabeth, se quedan atrás para vigilar a los más pequeños
y así permitir que vayan todas mis madres.
Todos caminamos en nuestro orden, Papá, la Hermana Julia, y
mis hermanos Benjamin Jr., Doyle y Samuel. Luego la hermana
Lydia, Clary, mi madre, Robert, yo, la hermana Mary, y por último,
la hermana Esther. Al acercarnos al templo, caminamos por el
terreno común, y veo a la familia de Benji Johnson. Debe ser
horrible para ellos. Cuando era más joven, mis hermanos mayores,
Benjamin Jr. y Doyle, tuvieron rituales de limpieza del alma
después que los atraparan saltándose un servicio sagrado para
jugar. Realmente no lo recuerdo, y por eso estoy agradecida.

Todos nos juntamos en el templo, la mayor parte del recinto está


presente. Busco a Zebadiah con la mirada pero, en su lugar,
encuentro a Benji llevando el yugo cornal. Tiene los brazos en alto,
atrapados en los arcos, y me estremece ver cómo la viga de madera
le presiona la base del cuello, obligándolo a encorvarse.

Por fin veo entrar a la familia de Zeb, ocupando sus asientos en


la parte delantera mientras nuestro Profeta, Hiram Fitch, se sitúa
en la plataforma. El colgante del sigilo dorado brilla en su cuello, y
su sombrero negro proyecta una sombra sobre su cara antes de
quitárselo. Mi padre y mi madre dicen que pueden sentir
físicamente la presencia de Zaaron procedente de él. Creo que
también puedo. Es tan sagrado. Lo quiero, y doy gracias por tener
un hombre tan maravilloso que nos guíe mientras esperamos la
destrucción del planeta. Las grandes puertas de madera se cierran,
y cuando él levanta los brazos, la sala se queda en silencio.

—Hijos de Zaaron, no es una ocasión alegre. Estamos aquí


porque uno de nosotros se ha perdió. —Siempre hace una pausa
cada una o dos frases cuando habla, así que la mitad de las veces
me encuentro preguntando si terminó de hablar—. Manchó su alma
con el mal y debe ser limpiado de ella. Benji Johnson, por favor,
acérquese.

Benji se levanta de un banco contra el lateral del escenario,


lucha por moverse con los brazos atrapados. Las cuerdas caen de
las anillas de la cadena y se arrastran contra el suelo a ambos lados
de él mientras camina con los pies descalzos hacia el Profeta. Sus
ojos están llenos de miedo cuando se gira hacia los seguidores.
Debe estar asustado. El ritual de limpieza del alma es brutal por
una razón. El pecado empaña nuestra luz interna. No es algo fácil
de quitar.
El Profeta continúa.

—Te encontraron en posesión de una caja del Diablo, ¿es eso


cierto?

Benji levanta la cabeza tanto como puede.

—Sí, Profeta.

—¿Y eres consciente que es una violación directa de la ley


espiritual, dada a nosotros por nuestro Dios?

—Lo hago.

—¿Deseas que el fuego sagrado de Zaaron te limpie de esta falta?

Puedo verlo tragar desde aquí.

—Sí, acepto.

Todos aplaudimos porque tomo una decisión valiente y justa.


Ha reconocido su fracaso para permanecer puro a los ojos de
Zaaron.

El Profeta vuelve a colocarse el sombrero en la cabeza y levanta


las cuerdas atadas a las anillas de la cadena, utilizándolas para
guiar a Benji como si fuera ganado por el pasillo entre los bancos,
y de vuelta al exterior.

Al salir del templo, nos reunimos en torno a la estación de


purificación en el borde del terreno común. La estación de limpieza
consiste simplemente en dos grandes pilares de madera montados
en la tierra, colocados a un metro y medio de distancia. Hay ranuras
en la parte superior de cada columna por las que se deslizan las
cuerdas. El pequeño altar de piedra se encuentra junto a la
columna orientada al norte, y contiene la llama previamente
bendecida por el Profeta.

Miro fijamente los zarcillos de las brasas. Es increíblemente


hermoso y poderoso. No es un fuego normal y corriente. Zaaron y el
Profeta están unidos por un vínculo sagrado. El Profeta no solo es
su descendiente directo, sino que fluye a través de él, permitiendo
que el fuego sea bendecido, y poseyendo la capacidad de purificar
nuestras almas.

Miro más allá de la llama para ver a Zeb de pie junto a su madre.
Intento llamar su atención para que se ponga a mi lado como
prometió. Finalmente, levanta la vista y nuestros ojos se
encuentran. Le sonrío, pero él se aparta. Se me hunde el estómago,
sintiéndome desahuciada y vacía. ¿Qué le pasa? ¿Está enfadado
conmigo por lo de esta tarde?

El Profeta conduce a Benji entre las columnas, dando la cuerda


de la derecha al Apóstol Keaton y la de la izquierda al tío de Zeb, el
Consejero Cyrus. Ambos hombres lanzan las cuerdas por encima
de cada columna y tiran con fuerza, levantan el cuerpo de Benji tan
alto como pueden hasta que sus pies casi abandonan la tierra. El
Profeta se sitúa detrás de él, utiliza una cuchilla para cortar su
camisa.

—Benji Johnson. Cinco latigazos con el fuego sagrado, y


veintinueve horas en la caja del arrepentimiento es el precio para
liberar tu alma de las ataduras del Diablo. Te pregunto de nuevo,
¿aceptas esta penitencia?

Benji levanta la cabeza para mirar a la multitud.

—Sí, acepto.

Desplazo mi mirada hacia la izquierda, miro la caja del


arrepentimiento. Está fuera del círculo del terreno común y no es
algo que quiera experimentar nunca.

El Profeta se quita la chaqueta, se la entrega a uno de sus


sobrinos y se arremanga la camisa hasta los codos. Se quita el látigo
de la langosta, llamado así porque las espinas de una langosta de
la miel están enterradas en el cuero, y se coloca detrás de Benji.
Nuestra carne terrenal debe romperse para ser limpiada.

El Apóstol Keaton sumerge el látigo en queroseno antes que el


Profeta lo sumerja en el fuego bendito. El propósito del fuego no es
solo limpiar el alma de Benji, sino recordar a su carne el fuego del
infierno que reside en el abismo. El Apóstol Keaton retrocede con el
resto de los seguidores, dejando mucho espacio para el golpe. Los
hombros del Profeta se levantan con un suspiro mientras gira su
brazo detrás de él, aterrizando el látigo en llamas sobre la espalda
de Benji.

Con el impacto, su cuerpo se arquea y lanza un fuerte grito. El


sonido se mezcla con la oración de todo el recinto.

—¡LÍMPIATE DE ESTE MAL!

Vuelvo a mirar a Zebadiah para ver cómo se le endurece la cara


al ver cómo su padre le da un segundo latigazo. Mis ojos van a la
familia de Benji. Aunque su padre permanece tranquilo, sus madres
parecen estar luchando por su fuerza.

—¡QUEDEN LIMPIOS DE ESTE PECADO!

Las lágrimas ruedan por las mejillas de Benji, brillando a la luz


del fuego. Aunque no puedo ver, sé el daño que puede causar el
látigo ardiente. Estoy segura que ya está sangrando.

Vuelvo a centrar mi atención en Zeb y lucho contra las lágrimas


que intentan aparecer. ¿Por qué no me mira? ¿Qué pasa?

El Profeta golpea tres veces más a Benji. Con el último asalto,


sus lamentos se escuchan fácilmente por encima de los rezos.

—¡EL ESPÍRITU DE ZAARON ARDERÁ DESDE DENTRO!

Su cabeza cae y su cuerpo se hunde mientras el Apóstol Keaton


vierte agua sobre el látigo, apagando el fuego. Mientras el fuego se
apaga, el humo serpentea bajo mi nariz. El olor a quemado siempre
me reconforta. Saber que mis errores pueden ser perdonados por
su gracia me hace sentirme segura en mi mortalidad.

El Profeta entrega el látigo a su sobrino. Como no puede volver


a usarse, ahora será destruido. El Apóstol Keaton y el Consejero
Cyrus sueltan las cuerdas, dejando caer el cuerpo de Benji al suelo,
con los hombros temblando mientras llora.

Benji es un chico un poco raro, y es parte de la razón por la que


siempre me gustó. Lo considero uno de mis mejores amigos.
Aunque parece tener una curiosidad malsana por los filisteos, es
amable con todo el mundo, y también es bastante divertido. Me
gustaría poder acostarme a su lado, decirle que todo irá bien y que
lo peor ya pasó.

El Profeta lo pone de pie y lo guía, junto con el resto de nosotros,


a la caja del arrepentimiento. Aparte de los susurros ocasionales,
todo el mundo está en silencio cuando llegamos al lugar del
confinamiento de Benji. Él grita cuando el Profeta lo libera del yugo
cornal.

—Pasarás las próximas veintinueve horas rezando. Este tiempo


es para arrepentirse ante Zaaron y pensar por qué rompiste su ley
espiritual. ¿Tienes algo que quieras decir antes que procedamos?

Aunque la voz de Benji tiene un sonido nasal, sigue siendo lo


suficientemente alta como para que todos lo oigan.

—Tomé decisiones impías. Me apena defraudar a mi familia, a


mi comunidad, a mi Profeta y a mi Dios... Soy indigno de su
misericordia.

El Profeta sube al tablón de madera y abre la puerta del


cobertizo de madera de cuatro por cinco pies sin ventanas, y empuja
a Benji al interior. Una vez que la puerta está cerrada, vuelve a
levantar las manos.

—No perdimos un hijo de Zaaron esta noche. Benji Johnson fue


lavado de sus pecados y transgresiones. Alegrémonos por el regalo
del perdón de Zaaron. ¡Que tengan una noche bendita, y que el
fuego sagrado de Zaaron los limpie!

—QUE EL FUEGO SAGRADO DE ZARON TE LIMPIE, PROFETA.

Todo el mundo empieza a irse, volviendo a sus casas, pero


necesito ver qué le pasa a Zeb. Analizo la multitud y finalmente lo
encuentro de pie junto a su padre. Levanto la mano para saludar,
pero cuando lo hago, me doy cuenta que se dirigen hacia mí.

Mi corazón late rápidamente contra mi pecho, así que inhalo


una bocanada de aire para calmarme. Estoy siendo tonta. Estoy
segura que no tiene nada que ver con lo de esta tarde.

—Profeta. —Mi padre le da la mano—. Zaaron muestra una vez


más su compasión y gracia a través de ti.
Asiente y se quita el sombrero.

—¿Podemos hablar, hermano Benjamin?

—Por supuesto. —Papá mira a la hermana Julia mientras


mantengo mis ojos en Zebadiah. Ahora empiezo a preocuparme de
verdad. Ni siquiera me mira.

Papá, el Profeta y Zebadiah se alejan lo suficiente como para que


no pueda oír nada. Al cabo de un momento, la cabeza de papá se
dirige hacia mí y su ceño fruncido hace que se forme un nudo en la
garganta. Intento tragarlo mientras se dan la mano y él vuelve a
mirar hacia nosotros.

—De vuelta a casa. Ahora. Todos ustedes.

Habla en voz baja y con rabia, hace que se me ponga la piel de


gallina. Nos apresuramos a regresar en nuestro orden mientras
intentamos seguirle el ritmo. Cuanto más nos acercamos a la
granja, más enferma me siento.

Entramos en la cocina arrastro los pies y, cuando la puerta se


cierra detrás de nosotros, me doy la vuelta para ver a mi padre
viniendo hacia mí.

Señala una silla en la mesa.

—¡Siéntate!

Me siento, obedeciendo automáticamente mientras él se eleva


sobre mí.

—Tienes una oportunidad para responder. ¿Has recibido la


sangre de la inocencia?

Mi lengua se contrae en mi boca, haciendo imposible hablar. El


temor a lo que pueda resultar me hace negar en señal de mentira.
Sus fosas nasales se agitan mientras se rasca con rabia el bigote
canoso, mirándome con una decepción que nunca ví.

—Has deshonrado a esta familia a los ojos de nuestro Dios, de


nuestro Profeta y de mí.
Mi madre lo toma del brazo.

—Benjamin, por favor. ¿Por qué crees que nos lo ocultaría?

—¿Estás cuestionando a nuestro Profeta, Grace?

Su cabeza se agita lo suficiente como para que las cuerdas de


su gorro se agiten.

—N…no, por supuesto que no.

En ese momento, se escucha un rap, rap, rap en la puerta.

Creo que voy a vomitar cuando mi padre contesta y dice:

—Siento que este incidente requiera su asistencia esta noche,


Profeta.

Levanto la vista, sin saber si puedo detener las lágrimas, cuando


veo a Zebadiah sosteniendo mis calzones y falda manchados.

Él... habló.

Él me delató.
3
UN REGALO BENDITO

Laurel Ann
Mi madre inclina la cabeza antes de estrechar la mano del
Profeta.

—Bendita noche, Profeta.

Chasquea la lengua mientras se quita el sombrero.

—Me gustaría que sea mejor, Hermana Grace. No me da alegría


castigar. —Se dirige a mí—. Pero es la tarea que me encomendó
nuestro Dios, Zaaron.

Mi madre asiente y se aparta para dejarle espacio. Todo el


mundo mira, y estoy segura que al menos algunos de mis hermanos
pequeños se escaparon de la cama para escuchar lo que pasa.

El Profeta se acerca a mí para tomar mi mano.

—Ponte de pie, hija mía. —Aunque mis piernas se sienten


demasiado débiles para sostenerme, no soñaría con desobedecerlo.
Lleva la mano libre hacia atrás—. Ven aquí, Zebadiah. Muéstrale al
Hermano Benjamín lo que intentabas tirar esta tarde. —Zeb sigue
sin mirarme mientras entrega mis calzones y falda a mi padre. El
Profeta pregunta—: ¿Son de Laurel Ann?
No creo que mi padre sepa realmente si son míos porque mira a
mis madres. La hermana Mary y mi madre asienten como
respuesta.

Cierro los ojos como si eso detuviera lo que viene, pero la voz del
Profeta me obliga a abrirlos de nuevo. Le quita las prendas a Papá
y me las da. Manipularlas es humillante. Lo único que deseo es huir
de la habitación.

—¿Son tuyos, Laurel Ann?

No puedo obligarme a decir que sí. Quiero hacerlo, pero no


puedo. No quiero mentir, y menos al Profeta. Mi corazón late contra
mi pecho mientras respiro profundamente.

—No, Profeta.

Sus labios se adelgazan con su mirada.

—Te lo preguntaré una vez más. ¿Son tuyos?

Rezo por la fuerza que necesito para hacer lo correcto. Para ser
honesta.

Por favor Zaaron, quiero ser pura, quiero ser buena. Ayúdame a
ser un ejemplo santo de tu verdad.

Espero, y todavía no puedo decir las palabras.

La N está en mis labios cuando Mia interrumpe en la cocina. Se


me escapa todo el aire cuando la veo con la caja que me dio antes.

—Solo diles la verdad, Laurel Ann... ¿por favor?

Ella cree que hace lo correcto. De hecho, lo hace. Pero no cambia


lo enfadada que estoy con ella en este momento. Quiero gritarle y
chillar, decirle que no volveré a confiar en ella. Nunca me traicionó
antes, y nunca había sentido esta furia hacia ella.

El Profeta se arrodilla y le tiende la mano.

—Tráeme la caja, mi niña.


Sus ojos miran a papá y luego a mí antes de cruzar lentamente
la cocina. No puedo mirarlos a la cara, así que observo cómo el
dobladillo de su camisón se balancea alrededor de sus tobillos
mientras sus pies descalzos caminan por el suelo. El Profeta abre
la caja y sus ojos se fijan en mí después de meter mis calzones y mi
falda.

Rápidamente vuelvo los ojos hacia Zebadiah. Por fin él también


me mira. Sus ojos están profundamente tristes y húmedos de
lágrimas. Intenta decirme que lo siente o que le perdone. Tal vez
ambas cosas. Lo atraparon... como también me atraparon ahora.
No lo ha contado, no como Mia. Le hago la más leve inclinación de
cabeza que puedo.

—Laurel Ann. —Vuelvo a centrar mi atención en el Profeta para


verlo sostener la caja bajo el brazo—. Son transgresiones graves
contra Zaaron—. Su cara se vuelve de piedra, y creo que sus ojos
se oscurecen mientras arremete—. ¡Te concedió un don! ¿Por qué
le pagas con acciones malvadas y egoístas?

Tiene razón. ¿Por qué lo hice?

Sé por qué. Porque no estoy preparada, porque...

—Tengo miedo.

—Tu miedo está fuera de lugar, niña. Debes temer la condición


de tu alma. No permitiré la impureza dentro de los muros de la
Tierra Ungida. Deberías temer todo el mal del mundo fuera de la
protección del recinto.

Él no me enviaría ahí, ¿verdad? Él y otros miembros de la línea


de sangre sagrada son los únicos permitidos en enfrentarse al
nuevo y oscuro mundo desde antes que mi padre fuera un niño. Si
alguien sabe lo malo que es ahí fuera, es el Profeta. Amenaza con
echarme sin mi familia, sin mis amigos, sin Zaaron y sin Zeb. No
puedo dejar que suceda.

La excomunión no es una opción.

Asiento tan rápido como puedo.


—Sí, Profeta. Quiero hacer lo que sea necesario para volver a ser
pura. Anhelo el perdón. De ti y de Zaaron.

De repente, cierra los ojos y gira la cabeza hacia el techo. Se


queda así durante mucho tiempo. Lo vi hacerlo antes. Habla con
Zaaron. Todos los del linaje sagrado son parientes de nuestro Dios,
pero solo el Profeta puede oír su voz.

Después de lo que parece una eternidad, deja escapar un largo


y lento suspiro y murmura:

—Gracias. —Abriendo los ojos, me mira—. Sé lo que hay que


hacer para librar tu alma de este mal. —Se gira hacia mi padre—.
No hay necesidad que viva en los dormitorios de colocación.

Papá inclina la cabeza hacia un lado.

—Me disculpo, Profeta, no lo entiendo. ¿Por qué?

Me devuelve la mirada, y cuando sonríe, no siento el consuelo


que debo sentir de mi Profeta.

—Porque has sido colocada.

Por un segundo siento como si estuviera cayendo hacia atrás.


Es como si no respira, a pesar que mi pecho empieza a agitarse. No
hay nada que hacer. Es la voluntad de Zaaron. Si quiero
permanecer en su gracia y protección, debo honrarla.

Junta las manos, mi padre grita:

—¡Alabado sea Zaaron! —La hermana Mary está igualmente


emocionada. Mi madre, sin embargo, no parece ni feliz ni triste. Es
una estatua de sí misma.

Mi padre rara vez sonríe, y si lo hace, es sutil. Ahora mismo,


sonríe como lo hizo el pequeño Phillip cuando encontró con el bol
de glaseado que la hermana Mary había dejado en la encimera el
verano pasado.

—¡Es una noticia fantástica! ¿Puedo preguntar quién va a ser su


marido?
Una suave y pequeña sonrisa brota de los labios del Profeta.

—Yo.

¡¿QUÉ?!

La cara de Zeb cae de horror mientras salta hacia él.

—¡Padre! —El Profeta lo fulmina con la mirada, deteniéndolo en


seco. Baja la voz a un susurro, niega lentamente—. No, por favor...

—Has cumplido tu propósito aquí. Vete a casa a esperarme. Tú


y yo también tenemos mucho que discutir.

Se miran fijamente hasta que finalmente Zeb murmura:

—Sí, padre.

Se dirige a la puerta y se gira hacia mí por última vez antes de


salir. ¡No puede pasar! ¿Por qué quiere Zaaron esto? Zebadiah es
mi mejor amigo. No puedo ser su madre. Miro a Mia y la odio por
esto. Racionalmente no es su culpa, pero puede que fuera capaz de
mentir para salir de otra manera.

Empiezan a formarse lágrimas en sus ojos, las cintas usadas


para rizar su cabello rebotan mientras se precipita hacia mí.

—Laurel Ann...

—Gracias por tu honestidad, Mia. Es hora que vayas a la cama.


—Papá le da unas palmaditas en la cabeza y levanta ligeramente la
voz— ¡Lo mismo va para el resto de ustedes que están escondidos
en el pasillo, escuchando!

Efectivamente, suenan un montón de risitas y golpes de pies.

El Profeta se ríe.

—Las alegrías de los niños. —Me mira rápidamente y añade—:


Me rompe el corazón cuando nos decepcionan—. Odio tener que
escucharlos hablar de mí cuando todavía estoy aquí sentada. —
Antes que Laurel Ann pueda entrar en mi casa y dar a luz a mis
santos hijos, su alma debe ser purificada.
Mi padre escucha al Profeta como si le aterrara perderse una
sola palabra, asintiendo.

—Por supuesto.

Con un rápido movimiento, el Profeta se tira de la oreja derecha


y se limpia la boca antes de decir:

—Su ritual de limpieza tendrá lugar a las seis de la tarde el


miércoles. Como sabes, durante el tiempo del interrogatorio, no se
le permite salir de casa. —Se coloca a mi lado y me pone la mano
en el hombro—. Nuestra unión protegerá su existencia eterna. Está
claro que fue tentada por el Diablo, pero mi santa influencia la
ayudará a permanecer pura. Tendremos la celebración del enlace el
sábado por la tarde, después de los servicios.

No me importa el ritual de limpieza del alma. Todo lo que pienso


es del sábado. El sábado es cuando todo cambiará. No importa lo
que yo, Mia, o cualquier otro hiciera o dejara de hacer. Porque la
voluntad de Zaaron es indudable.

—Aunque estoy avergonzado por las acciones de mi hija, es una


noticia muy gloriosa. Estoy agradecido a ti y a Zaaron por tu
abrumador perdón y bondad. Gracias, Profeta.

El Profeta hace un gesto para desechar las palabras de mi padre.

—Es mi bendición y mi propósito.

Su mano se desliza fuera de mi hombro, sus dedos envían un


frío escalofrío a través de mi piel mientras los mueve lentamente
por mi espalda. Se aleja, dejando con mi estómago convertido en
lodo mientras se revuelve, y sube hasta mi pecho. Respiro
lentamente por la nariz para no vomitar delante del Profeta.

Se dirige a mis madres.

—Que tengan una buena noche, hermanas.

Todos asienten mientras responden mutuamente.

—Que tengas una buena noche, Profeta.


Estrecha la mano de mi padre.

—Su plan arde a través de todo el mal, hermano Benjamín. Que


tengas una buena noche. —Se dirige a la puerta, llevando la caja
con lo último de mi infancia mientras se gira a nosotros—. Que el
fuego sagrado de Zaaron te limpie.

—Que el fuego sagrado de Zaaron te limpie, Profeta. —Lo digo


con ellos porque sé que mi padre me mira.

En cuanto sale de mi casa, el aire pesa instantáneamente mil


libras, requiere toda mi fuerza permanecer erguida. La cara de mi
padre, que hace un momento era suave y comprensivo, ahora está
comprimida en líneas duras. Su rabia brota de sus ojos mientras
camina hacia mí, quitando el cinturón de sus pantalones.

Mi madre se apresura a ponerse delante de él.

—Benjamin, por favor, no es necesario. Ella pagará su


penitencia en su limpieza. Y ahora tenemos una hija que dará a luz
hijos en la línea de sangre sagrada.

Quiero mucho a mi madre por intentar salvarme. Que una


persona de tu familia esté ligada a alguien del linaje sagrado es un
gran honor, pero ¿tener una hija que dará a luz a los hijos del
Profeta? Es lo máximo que puede aspirar cualquier familia. Ella le
está recordando eso.

La ignora mientras dobla el cinturón por la mitad. Sus ojos se


fijan en mí, y mientras cada parte de mí quiere correr, mis pies se
funden en el suelo.

—No te crie para que mintieras y te escondieras de tu vocación


como mujer de Zaaron. Has desobedecido abiertamente a Él, a tu
Profeta y a mí. Pagarás tus pecados contra nuestro Dios y el Profeta
con tu limpieza, y ahora sufrirás por tus pecados contra mí.

Me agarra por el cuello del vestido para girarme y empujarme de


rodillas. Sé lo que viene. No es la primera agresión que cometo
contra Zaaron y mi familia. Aun así, el estallido de dolor del impacto
me hace gritar. Está muy enfadado, así que no hay alivio de tiempo
entre los golpes.
El hombro.

El cuello.

La cintura.

La espalda.

La intensa agudez me atraviesa, el volumen de mis gritos es la


única forma de distinguir los golpes individuales.

Mi madre llora, rogándole que se detenga, pero es como si la


escuchara a través de una ventana... lejana y pequeña. Finalmente,
los intensos rayos de agonía desaparecen y lo único que queda es
una sorda radiación de dolor que se extiende por mi espalda. Sus
pesadas pisadas son ruidosas y, aunque no puedo levantar la
cabeza para mirarlo a la cara, soy capaz de ver sus botas.

—Ya no eres de mi incumbencia.

Mis mejillas están calientes y mojadas por las lágrimas cuando


me permito acostarme, lloro contra las tablas del suelo.

Unas manos tiernas me sujetan los brazos, tirando de mí.

—Vamos, Laurel Ann, cariño. Tienes que levantarte. Vamos a


llevarte a la cama. —Mi madre me ayuda a ponerme de pie mientras
miro para ver a la hermana Mary frunciendo el ceño. Seguramente
está encantada que casi me fuera. La hermana Esther y la hermana
Lydia me miran con lástima, y la hermana Julia no me mira en
absoluto. Mi madre me lleva por el pasillo hasta el lavabo, donde
abre el armario para sacar una caja y un extraño cinturón. Saca de
la caja un grueso algodón blanco y me lo entrega.

—Colócalo dentro del cinturón y cámbialo cada pocas horas


mientras tengas sangre.

Con los ojos aún húmedos por las lágrimas, asiento mientras
me deja hacerlo. Una vez que termino, la sigo hasta mi habitación,
donde Mia duerme. La luz de la luna nos permite ver lo suficiente
para que me ayude a quitarme el vestido, y me muerdo el labio para
detener las lágrimas cuando levanto los brazos. Me quita el gorro y
me quita las horquillas del cabello para dejarlo caer en ondas por
la espalda. Me aferro a su hombro mientras me quita los zapatos,
las medias, la falda y los calzones. Hago una mueca de dolor,
aunque no hago ningún ruido. Abre silenciosamente la cómoda
para sacar un camisón y lo desliza suavemente sobre mi cabeza y
mis brazos. Con una sonrisa triste, me toma de la mano y me sienta
en el tocador. Me cepilla lentamente el cabello, y está tan quieta y
silenciosa que, cuando habla, doy un respingo.

—Recuerdo lo aterrador que fue para mí. No conocía a tu padre


más que de vista, y no quería dejar a mi familia. Pero es lo que
Zaaron quiere enseñarnos, a ser desinteresados por el bien de
todos. Nuestras emociones y sentimientos son mínimos en
comparación con el panorama general. Necesitamos permanecer
puros para poder llegar juntos a la Estrella del Paraíso y pasar la
eternidad en el amor de Zaaron. Superarás esto, Laurel Ann. Y un
día, estarás agradecida por ello.

Siento su dedo seccionando mi cabello mientras me hace una


trenza.

—Papá me odia ahora.

Ella suspira.

—Él no te odia. Te ama, y le aterra que alguien a quien ama no


pase la eternidad con nosotros. Por eso está enfadado. Está furioso
que arriesgues eso. Arriesgues tu alma.

—Sí, madre.

Me sonríe en el espejo y me besa la cabeza.

—Buenas noches, cariño. Ve a la cama.

Mis pies descalzos se deslizan entre las sábanas mientras ella


sale de la habitación. Me doy la vuelta para mirar a la pared.

—¿Laurel Ann? —Mia susurra. No sé qué decirle. Demasiado


cansada para escuchar sus disculpas, no digo nada. Hay silencio
durante un largo rato hasta que ella dice—: Lo siento. No quiero
que te vayas al infierno.
Estoy enfadada, triste y asustada. Miro el viejo y rasgado papel
pintado de flores de mi pared. Es todo. Es la última noche que
dormiré en mi cama. Es la última noche en mi casa.

Es mi última noche libre.


4
EL HIJO DEL PROFETA

Zebadiah
Las lágrimas son como fuego, así que presiono las palmas de las
manos contra mis ojos hasta que las manchas salpican mi visión.
Hace esto para hacerme daño. No creo que Zaaron le dijera una
mierda sobre Laurel Ann. Creo que trata de castigarme por ayudarla
a romper la ley espiritual.

Sabía que estaba mal desde el momento en que lo sugerí. No


podía quedarme de brazos cruzados y dejar que le pasara a ella. El
terror en su rostro cuando vio la sangre de la inocencia puso una
pesadez física en mi pecho. Se filtró en mi piel para sacar mis
propios miedos.

Con las miles de oraciones que recé, realmente pensé que sería
mi esposa algún día. Pensé que lo sentía. Ahora toda esperanza de
se derrumba.

Es cierto, la ayudé no solo para protegerla, sino para protegerme


a mí mismo. No puedo soportar la idea que se acueste con otra
persona. Su pequeño vientre volviéndose redondo con un niño. La
imagen mental de su cuerpo, siendo tocado e infiltrado por mi padre
me destroza la mente.
Pateo el suelo, maldiciendo haber nacido como hijo del Profeta.
Aunque sé que debo estar agradecido por ser miembro de mi
sagrada familia, no nos sentimos santos. Mi padre es cruel, mis
madres son débiles y la mayoría de mis hermanos son unos
mentirosos. No digo que no quiera a mi familia, solo digo que no me
parecen tan espirituales.

Sintiendo el aire fresco en la cara, tomo el camino largo a través


del bosque. La hora a la que vuelva a casa es irrelevante. Mi padre
se asegurará de castigarme de cualquier manera. La noche es
silenciosa, aparte del crujido de los palos bajo mis botas mientras
la luna brilla entre los árboles. Tenía tantas ganas de ir a verla en
la limpieza del alma, para advertirle lo que iba a ocurrir. La traición
en su expresión fue suficiente para que se me revolviera el estómago
cuando me vio en su puerta, sosteniendo la evidencia de su
feminidad.

Aunque sé que es algo inútil, sigo preguntándome qué podría


hacer diferente para alterar el resultado.

Fui inmediatamente al lugar de los desechos después de dejar


el arroyo con ella. Tal vez ese fue mi primer error. Tal vez debí dejar
que el agua se llevara su ropa interior.

Aunque reutilizamos las cosas en la medida de lo posible,


todavía hay artículos que deben ser eliminados. Esos artículos van
al vertedero comunitario. Como todo el mundo en el recinto lo
utiliza, pensé que era el lugar más seguro para deshacerse de su
ropa.

Mi tío Cyrus me encontró antes que pudiera colocar sus prendas


ensangrentadas en la pila que, irónicamente, está ardiendo en estos
momentos. Me las arrancó de las manos y las levantó. De alguna
manera, sentí que violentaba a Laurel Ann, por la forma en que las
miraba con desprecio. Después de negarme muchas veces a decirle
de quién eran, me arrastró hasta mi padre.

Nunca la nombré. Fue Zaaron quien se lo dijo. Incluso si no lo


hiciera, todos los seguidores del recinto vieron que somos
inseparables últimamente. Mi padre no es diferente.

Sigo sintiendo que fui traicionado por mi Dios.


¿Cuántas veces te supliqué que fuera mía? Te dije cada noche
durante años lo mucho que ella significa para mí. ¿Cómo puedes
querer que esté con él? Sé que aún no soy el Profeta, pero ¿por qué
no hablas conmigo?

¿Todas mis oraciones caen en oídos sordos? ¿Son mis deseos y


sueños completamente irrelevantes? ¿Por qué me permite sentir
este afectos por ella si se niega a permitirme actuar sobre ellos? ¿Y
por qué mi padre? No entiendo cómo puede ser mejor que yo. Ambos
somos de sangre santa. Ella no habría estado tan asustada si fuera
a quien estuviera atada.

Mis pensamientos guían mis pies a donde voy antes de saber


qué es lo que quiero. Me acerco a la pequeña caja que contiene a
Benji Johnson.

—¿Benji? Es Zeb. ¿Estás bien? —Solo hay silencio. Toco la


puerta, susurro—: ¿Benji?

—¿Zebadiah? ¿Qué haces aquí? Se supone que estoy en


soledad. Nos vas a meter a los dos en problemas.

Escucho el miedo en su voz. Sé que le estoy pidiendo que


ensucie su alma recién limpiada al hablar conmigo. También sé que
necesito el consejo de alguien en quien confío.

—Lo sé... Solo necesito hablar contigo. No sé qué hacer.

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

Escucho un golpe en las paredes de la caja. Me siento culpable


por algunos de los pensamientos poco amables que tuve sobre él y
su familia, porque nunca estuvo más que ahí para mí. Después de
Laur, es mi mejor amigo.

—Laurel Ann recibió su sangre hoy. Intentamos ocultarlo y mi


padre lo descubrió.

Con un fuerte suspiro, dice:

—Ser limpiado es mucho peor de lo que imaginé. No sé cómo lo


soportará.
—La limpieza del alma no es la peor parte. La van a colocar con
mi padre. —Mis palabras se atascan en la garganta, toso sobre
ellas—. ¿Cómo se supone que voy a pasar todos los días con ella en
la misma casa, actuando como si fuera su hijo? Veo la evidencia de
lo que les hacen a mis madres, y no es más amable con nosotros.
No quiero eso para Laurel Ann. ¿Cómo puede Zaaron?

Un sonido de arrastre se desliza por la madera, y creo que se


apoya en la pared.

—¿La quieres con alguien? Comprendo que el hecho que sea tu


padre lo empeora, pero ¿qué pasaría si estuviera ligada a mi padre?
¿O a uno de sus otros tíos? ¿Sería mejor?

—¡No, pero no me pasaría todos los días presenciándolo! Y al


menos tu padre no es cruel.

Su risa suena dolorosa.

—Ves lo que quiere mostrarte.

Sentado en el suelo, me apoyo en la caja.

—¿Alguno de ellos es lo que dice ser?

—No lo sé. Antes que mi madre se fuera, me dijo que las


mentiras desbordan este recinto. Dijo que se siente más segura con
un lobo que enseña los dientes que con uno que se esconde bajo la
piel de cordero.

Me burlo de su comentario sin sentido.

—Bueno, tu madre estaba poseída. El diablo dice muchas cosas


para confundirnos. Ella era tan confiable como un filisteo. No
puedes tomar sus palabras al pie de la letra. —No dice nada, así
que apoyo mi oído en la madera—. ¿Benji?

—Creo que es mejor que te vayas, Zeb. No quieres acabar aquí


también.

Asiento, aunque él no pueda verme.


—Es solo temporal. Pronto saldrás. —Cuando no responde, me
levanto para quitarme la suciedad de los pantalones y me dirijo a
casa.

El terreno común está vacío cuando lo atravieso para llegar al


rancho de mi familia. A lo lejos, la luz de las velas arde y me
pregunto quién estará aún despierto para presenciar mis latigazos.

Atravieso la puerta y algo duro aterriza sobre mi espalda,


haciendo que mi pecho se arquee al expulsar el aire de mi boca.
Caigo al suelo y apenas consigo agarrarme a tiempo.

—Hoy me has avergonzado, Zebadiah. —Me pongo de espaldas,


luchando por respirar—. De todos mis hijos, esperaba más de ti, y
me has defraudado repetidamente.

Me golpea en el brazo con lo que ahora veo que es un


encapsulador de ganado. La larga herramienta de latón, destinada
a alimentar a nuestro ganado con sus medicinas, me golpea la
pierna y dejo escapar un grito.

—Lo sé, padre.

Me da una patada en las costillas antes de ponerme de pie por


la parte delantera de la camisa.

—Tu relación con la chica Henderson es ofensiva y pecaminosa.


No lo permitiré. —Golpea el encapsulador con fuerza contra mi
costado, sin dejar de mantenerme erguido, habla entre dientes
apretados—. No quiero que tengas nada con ella fuera de lo que es
apropiado con cualquiera de tus madres, ¿entiendes?

Me tira al suelo mientras me doblo y me agarro el costado,


escupo el exceso de saliva en la tierra.

—Sí, padre.

—Sabes lo que opino acerca de la familia recibiendo limpiezas


públicas, así que no es algo que me complazca. Sin embargo, serás
un ejemplo. —Asiento porque temo que me duela hablar. Arroja el
encapsulador al suelo mientras pasa junto a mí—. Esta noche
dormirás afuera. Una cama es un derecho para los que son
obedientes.
Tumbado en el suelo, me permito gemir por el dolor que me
recorre el cuerpo. Ruedo sobre mi espalda y miro a las estrellas,
preguntándome cuál es el paraíso por el que sufrimos.

El agua cae en grandes gotas sobre mi cara, obligándome a abrir


los ojos. El cielo aún está oscuro mientras la lluvia me golpea. Cae
con tanta fuerza que no consigo llegar al porche antes de
empaparme por completo. Me duele mucho el costado. Pongo la
mano sobre el involuntariamente y me siento en la silla del porche.

Laurel Ann suele ser una de las primeras cosas en las que
pienso al despertarme, y hoy no es una excepción. Me pregunto
cómo reaccionó su padre a lo ocurrido anoche. Seguramente saber
que estará ligada a mi padre suavizará el golpe. Parece orgulloso, y
nadie quiere que todo el recinto mire por encima del hombro a su
familia por las acciones de uno.

Voy a tener que hacerlo mejor. No es un secreto en la casa Fitch


que cuando papá se enfada con uno de nosotros, todos pagamos el
precio. Nunca desearía que Laurel Ann recibiera la peor parte de su
furia por algo que hice. Después de anoche, estoy seguro que nadie
de mi familia estará muy contento conmigo.

El gallo despertará pronto a todo el rancho. Podría adelantarme


a mis tareas y tal vez consiga poner a mi padre de mejor humor.

Llevo en ello lo que parecen horas cuando escucho el cacareo de


una nueva mañana que comienza. Miro por la ventana del granero
y me limpio el sudor con la manga. Como terminé mis propias
tareas hace una hora, empecé con las de mi hermano Ezekiel.
Terminaría antes, pero el costado y la espalda me duelen
terriblemente, lo que me hace avanzar más lentamente.

Cuando termino de limpiar el último establo, se abre la puerta


del establo.
—No tenías que hacer eso —dice Ezekiel, dándome un vaso de
leche.

Me lo tomo de un trago antes de limpiarme la boca.

—Sí, bueno, de todas formas, no dormí nada.

Asiente hacia la casa.

—Tu mamá tuvo una noche difícil con papá. Tal vez quieras ir a
ver cómo está antes de ir a la escuela.

La ira corre en mis venas como el agua en la estufa. Su problema


es conmigo, no con mi madre. Lo peor, lo aceptará y se disculpará
como el resto.

—Mierda.

—No dejes que papá te escuche maldecir así.

Me burlo mientras me dirijo a la casa. ¿Qué más podría


quitarme de lo que ya tomo anoche?

Subo los escalones del porche y me cruzo con algunas de mis


madres y hermanas en el comedor. La hermana Karen, la madre
biológica de Ezekiel, me dedica una triste inclinación de cabeza.

—Bendita mañana, Zebadiah.

—Buenos días, hermana Karen. ¿Dónde está mamá?

Asintiendo hacia el pasillo, vuelve a su limpieza.

—Está en su habitación, querido.

—Gracias, señora.

La dejo para ir a la habitación de mi madre. Al entrar en su


habitación, la encuentro en su tocador. En cuanto veo los
moretones azulados alrededor de su cuello, en el espejo, contengo
un sollozo.

—Lo siento mucho, mamá.


Me da una pequeña sonrisa que no hace nada para
reconfortarme.

—Ven aquí, cariño.

Pongo los ojos en blanco.

—No soy tu bebé, mamá. Soy casi un hombre adulto.

—Siempre serás mi bebé. Ahora ven aquí.

Me acerco a ella y hago lo posible por disimular mi propio


malestar mientras me arrodillo en el suelo a sus pies.

—Te hizo daño por mi culpa.

Alarga la mano para sujetar mi cara.

—¿Por qué lo has hecho, cariño? ¿Por qué has arriesgado tu


alma por esa chica?

Quiero a mi madre más que a nada, pero odio que hable de


Laurel Ann como si todo fuera culpa suya.

—Esa chica es mi mejor amiga, y se aterrorizó cuando le llegó la


sangre. Con razón, ¡mira lo que pasó!

—Es su propósito, Zebadiah. Sé que te preocupas por ella, pero


sabes que también pasará.

—Sí...

—Zaaron siempre tiene un plan. Lo sabes.

A veces tengo la sensación que no puede tener un solo


pensamiento original. Todas sus palabras son de mi padre. A
menudo me pregunto cómo era la niña de doce años que estaba
unida a él.

—Tengo que ir a la escuela.

Asiente mientras vuelve a su tocador.

—Por supuesto, cariño. Que tengas un buen día.


Me pongo de pie y beso su sien.

—Que tengas un buen día también, mamá.

Salgo por la parte de atrás para minimizar las posibilidades de


ver a mi padre, y me voy a la escuela. Por el camino, me doy cuenta
que nunca fui a la escuela sin Laur. No quiero ir sin ella ahí, y en
este momento, decido que no voy a hacerlo.

Me escondo detrás de la tienda general, vigilo a través del


terreno común hasta que la hermana Madeline cierra las puertas
de la escuela. La zona se llenará de gente si espero mucho, así que
atravieso la tierra y corro entre el templo y la escuela. Una vez que
estoy detrás del templo, me aferro al dolor punzante en mi costado
y aprieto la espalda contra las tejas de madera. Respiro hondo y me
agacho para arrastrarme por debajo de la ventana del despacho de
mi padre, en la parte trasera del sagrario. Levanto lentamente la
cabeza para asomarme al interior, miro lo suficiente como para ver
a mi padre sentado en su escritorio.

Mis pies salen lo más rápido posible y trato de ignorar la agudeza


que se intensifica en mi costado hasta llegar a casa. Cuando llego
a la carretera frente a mi casa, por fin reduzco la velocidad.

Subo los escalones del porche, atravieso la puerta principal y


casi me choco con la hermana Karen.

—Dios mío, niño, ¿por qué no estás en tus clases?

Agarrándome el estómago y gimiendo, digo:

—Me siento mal. No creo que aguante un día entero en la


escuela. —No es exactamente una mentira.

Me presiona la mano en la frente.

—Estás sonrojado y un poco caliente. —Señala con la cabeza


hacia el pasillo—. Acuéstate. Descansa un poco.

Camino hacia mi habitación, miro por encima del hombro para


asegurarme que no me mira y cruzo el pasillo hasta el estudio de
mi padre. Una vez que estoy detrás de la puerta cerrada, mis ojos
buscan en la habitación la ropa de Laurel Ann. Odio que las tenga.
Busco en su escritorio cuando mis ojos miran la puerta del
armario. Al abrirla, veo la caja que le regaló Mia en el estante
superior. Me subo a un taburete para alcanzarla y tomarla. Una vez
que la tengo en mis manos, levanto la tapa y encuentro los calzones
de Laurel Ann encima. Los saco de la caja, arranco un trozo de tela
y los meto en mi bolsillo. Mi corazón late con fuerza por lo que
podría pasarme si me atrapan, y el miedo aumenta mi urgencia.
Meto rápidamente el resto de los calzones y la falda bajo el brazo,
cierro la caja vacía y la devuelvo al armario. La puerta cruje cuando
la abro, haciendo que me congele y escuche a mis madres. Asomo
la cabeza, me aseguro que no haya moros en la costa, y me
escabullo por el pasillo.

Se me revuelve el estómago al estar a punto de completar mi


tarea. Cierro silenciosamente la puerta de mi habitación, me
arrastro hasta la cama y meto la mano en el bolsillo para sacar el
trozo de tela ensangrentada. El material es suave entre mis dedos
cuando lo meto debajo del colchón. Una vez que hago una bola con
el resto de la ropa interior, la envuelvo con una de mis camisas más
viejas. Con un tierno toque, abro lentamente la ventana y salto a
través de ella. Aterrizo con un ruido sordo en el suelo y muerdo mi
mejilla para reprimir mi gemido.

Con un golpe de suerte, escapo de mi rancho sin ser visto.


Poniendo el bulto de ropa al hombro, corro hacia el vertedero.
5
MOMENTO DEL INTERROGATORIO

Laurel Ann
Durante el tiempo de preguntas, la acusada no debe tener
contacto con nadie en el recinto que no sea su familia inmediata y
las personas del linaje sagrado. Este tiempo es principalmente para
reflexionar sobre lo que más deseo en la vida. ¿Son los deseos de
mi propia carne, o es servir y obedecer a Zaaron, nuestro Dios? No
hay mejor manera de buscar el alma que el trabajo duro.

Estoy obligada a limpiar cada parte del interior de la casa. Friego


los suelos que pisan los niños, limpio todas las ventanas, lustro
todos los muebles y hago otras cuatrocientas tareas tediosas que
hacen que me duela el cuerpo. Como no puedo salir de casa, ayudo
a la hermana Esther con los niños. Hago la comida mientras ella
amamanta al bebé Paul, lavo los pañales sucios mientras intenta
que William, de dos años, deje de comerse el cabello del bebé
Bridget, y llevo al pequeño Phillip al lavabo para que no se ensucie
los pantalones.

Me gustaría poder hablar con Zebadiah. Quiero saber qué pasó


después de que se fuera y cómo fue atrapado en primer lugar. Recé
en secreto para que no me llegue la sangre hasta dentro de tres
años, porque entonces Zeb sería un hombre a los ojos de Zaaron y
podría ser atado. Que un hombre sea atado tan joven es
extremadamente raro, pero no completamente inaudito para un
futuro Profeta. Le pedí a Zaaron que por favor dejara que Zebadiah
fuera quien Él eligiera para mí.

No sucederá nunca ahora.

Mi suspiro llena la habitación... no importa.

¿Cómo será ser la madre de Zeb? Pensar en ello me da ganas de


vomitar sobre la ropa limpia que acabo de doblar en la cama. Me
pregunto si seguiremos siendo amigos. Será imposible pasar el
tiempo que solíamos pasar juntos. Extrañaré estar a solas con él, y
al final pasará su tiempo con otra persona. Me duele el pecho.
Quiero llorar cuando pienso en él con otra chica.

Las cosas con Zeb empezaban a cambiar. Era diferente, y


aunque no quiero admitirlo, me gustaba... mucho. Hacía que mi
cuerpo cosquilleara con cálidas ondas de suaves vibraciones que
bailaban por mi piel. Ahora, cuando pienso en lo que será nuestra
relación, se me hace un nudo en la garganta y me duele la cabeza.

Tiro de los pomos dorados de la cómoda de roble, el cajón chirría


en señal de protesta. Las flores de color rosa pálido pintadas en la
madera agrietada están astilladas y desgastadas. Ha sido mi
cómoda toda la vida. Es la última vez que la utilizaré. Apoyo la
cabeza contra el borde, dejo que las lágrimas caigan en el cajón de
la ropa limpia. Tengo miedo. Tengo miedo de estar atada al Profeta,
tengo miedo de tener hijos y tengo miedo de dejar a mi familia.

Le pido a Zaaron que me ayude a quererlo, que me ayude a


desearlo. Ayúdame a comprender que Su plan es mucho más
grande que la pequeña brizna que es mi tiempo en la Tierra.

Por favor Zaaron, ayúdame a ser lo que se supone que debo ser.
Lo que tú quieres que sea.

Al cerrar la cómoda no hay más silencio, y cuando me giro para


salir de mi habitación, Mia está de pie en la puerta. Tiene los ojos
llenos de lágrimas, a punto de caer en cualquier momento.

—No quiero que me odies. —Le tiembla el labio y se permite


llorar—. No quiero que te vayas.
Quiero gritarle y decirle que debió pensarlo antes de llevar la
prueba de mis mentiras al Profeta, pero no me queda mucho tiempo
con ella. Solo la veré durante los servicios, las reuniones, las
ataduras, las limpiezas y tal vez de vez en cuando, y será todo. No
quiero que las palabras hirientes sean las últimas que le diga.
Además, ese temblor de labios que hace es lo más triste que vi. Sé
que su mayor temor es que todos sus seres queridos no lleguen a
la Estrella del Paraíso. Ella no quiere pasar la eternidad sin mí.
Tampoco quiero pasarla sin ella.

Me acerco a ella, tomo su mano sentándonos las dos en su


cama.

—Nunca te odiaré, Mia. Nunca, jamás. —La subo a mi regazo y


me aseguro de experimentar cada sensación. Su cabeza contra mi
pecho, el volante de su gorro haciéndome cosquillas en la barbilla,
su cálido aliento contra mi brazo, la forma en que sus piernas
cuelgan sobre el borde de las mías. Nunca volveré a abrazarla así—
. Solo estabas siendo obediente. Eres una buena chica. Sé que
Zaaron está orgulloso de ti. —Se limpia la nariz mientras me mira
con una expresión de esperanza—. También te extrañaré. Seguiré
viéndote todos los sábados y miércoles, ¿de acuerdo?

Ella asiente, aunque está lejos de ser ella misma.

—De acuerdo.

—Vamos. Vamos a ayudar a mamá a hacer la cena.

No he visto a mi padre desde anoche, y cuando entra en la


cocina desearía poder esconderme. No habla mientras besa a mis
madres y se sienta a la mesa. Nadie más parece prestarle atención
cuando él es lo único que presto atención. Quiero que me mire y, al
mismo tiempo, me aterra que lo haga.
La comida se pone en la mesa y todos se sientan antes que mi
padre hable.

—Sé que todos son conscientes que es la última noche de Laurel


Ann con nosotros. Rezo que fuera en circunstancias más festivas,
aunque me complace que vaya a estar unida a nuestro Profeta. A
veces, el plan de Zaaron no es siempre claro. Todos asistiremos a
su limpieza mañana por la noche, a excepción de tu madre, Julia,
que se quedará con los niños. —Finalmente me mira directamente,
hace que quiera deslizarme bajo la mesa—. Quiero que Laurel Ann
sea un ejemplo de lo que ocurre cuando se peca contra Zaaron y se
rompe la ley espiritual.

La sala permanece en silencio mientras mi padre continúa en


oración, agradeciendo a Zaaron por nuestra comida, sus
bendiciones, por nuestro Profeta, y pidiendo que me conceda el
perdón.

Nadie vuelve a hablar de mi limpieza. Es casi la hora, y aunque


no comí desde el almuerzo, no me atrevo a comer mucho. Espero
que mi ruina sea señalada, especialmente por parte de la hermana
Mary, pero no escucho nada al respecto. No soy capaz de
concentrarme en la conversación que me rodea, me entristece
porque es la última noche que podré participar en ella.

El toque de la puerta principal hace que el tiempo pare. Todo el


mundo se congela en sus posiciones hasta que mi padre se levanta
para responder. Sé quién está en la puerta incluso antes de levantar
la vista para verlo.

El Apóstol Keaton se quita el sombrero mientras saluda con la


cabeza a mis madres, y todos nos ponemos de pie para saludarlo.

—Es hora de llevar a Laurel Ann a la sala de espera. ¿Está lista?

¡No! ¡No estoy lista!

Quiero gritar lo arrepentida que estoy. Cómo me gustaría poder


retractarme. Antes de este momento estaba preocupada, pero ahora
estoy tan petrificada que mis pies se hunden en el suelo, y mis
labios están cosidos con un hilo invisible.
—Sí, lo está. —Mi padre me hace un gesto para que me ponga
de pie—. Es hora que nos despidamos.

Quiero tirarme al suelo. Quiero llorar y suplicar, rogarles que no


lo hagan, pero todos mis hermanos menores miran y debo ser un
ejemplo para ellos. Me levanto para ir a ponerme al lado del Apóstol.

Los niños pequeños son demasiado jóvenes para entender lo que


sucede, aun así, uno a uno todos mis hermanos me abrazan,
diciéndome que me quieren. Cuando le llega el turno a Mia, se
aferra a mi delantal mientras llora contra mi estómago.

—Te extrañaré, Laurel Ann. Te quiero. Gracias por perdonarme.

Le beso la cabeza.

—También te extrañaré y te quiero. Sé una buena chica y sigue


estudiando mucho, ¿de acuerdo?

Ella asiente antes de caer en el abrazo de Robert. Mis madres


me abrazan, incluso la hermana Mary parece sincera. Mi madre me
besa la cabeza mientras me acaricia el rostro.

—Sé obediente, Laurel Ann, y todo caerá en su sitio. —Las


lágrimas me ahogan, así que dejo caer algunas—. Te quiero, cariño.

El único que queda es mi padre. Mientras me mira, creo que me


va a dejar ir sin despedirse. Finalmente, dice:

—Sé una esposa honorable para nuestro Profeta, y honrarás a


nuestro Dios.

No me abraza, no me dice que me quiere, ni que me extrañará.


Solo asiente en señal de despedida. No se me permite traer nada.
Miro por última vez a mi familia y a mi casa, sigo al Apóstol Keaton
por la puerta principal, escucho todavía los sollozos de Mia durante
todo el camino hasta la escalera.

El Apóstol apenas me habla en todo el camino hacia el terreno


común, e incluso entonces, todo lo que dice es.

—Trata de mantener el ritmo.


Al ver la escuela se me saltan las lágrimas y me duele el corazón
ante la idea de no poder ir nunca más. El Profeta no permite que
sus esposas estén en la escuela. Las cosas no serán igual con mis
amigas, nunca lo es cuando una chica es colocada. Siempre pensé
que es como si crecieran y nos dejaran atrás a los niños, pero ahora
parece lo contrario.

Miro la caja del arrepentimiento mientras pasamos por la


estación de limpieza. Benji sigue ahí dentro, y pronto lo estaré.

Subimos los escalones del templo para entrar en el vestíbulo. La


sala de reuniones tiene ventanas en los lados, y ahora que el sol
empieza a ponerse, proyecta un resplandor anaranjado en la sala.
Hay unas quince filas largas de bancos, todos orientados hacia la
plataforma en la parte delantera. El Apóstol Keaton me guía por el
pasillo central y hacia el escenario, llevándome a la puerta de la
esquina trasera izquierda. Nunca estuve en esta parte del templo.

El corto pasillo tiene cinco puertas, una a nuestra izquierda,


tres a nuestra derecha y una directamente frente a nosotros. Se
dirige a la última a la derecha y me guía hacia lo que parece un
pequeño dormitorio. Hay una manta y una almohada sobre la cama
y el Verdadero Testamento sobre una pequeña mesa auxiliar. No
hay ventanas en la habitación, pero hay dos lámparas de aceite que
permiten una luz más que suficiente. Una puerta abierta me indica
que es un lavabo.

Escucho un clic.

Me doy la vuelta para ver la puerta cerrada mientras la


cerradura gira en su sitio. Dejo escapar un suspiro y tomo una
lámpara para entrar en el lavabo, donde me rocío agua para
mojarme el rostro. Sin nadie con quien hablar y sin nada que hacer,
me acuesto. De repente, me siento agotada. Me subo la manta de
lana hasta la barbilla, deseando mi propia cama.
Me despierto cuando uno de los hermanos pequeños de Zeb me
trae el desayuno. No me dice ni una palabra mientras pone la
comida en la mesa, se va por donde vino y cierra la puerta con llave.

Me tomo mi tiempo comiendo para tener algo que hacer durante


el mayor tiempo posible. Mis pensamientos flotan hacia mi familia.
Me pregunto si me extrañan y si repartieron mis cosas. Si no lo
hicieron, lo harán esta noche.

Duermo la mayor parte de la mañana, y cuando llega la hora de


comer la tarea está en manos de una de las hijas del Profeta. Intento
hablar con ella, aunque va y viene igual que su hermano.

La tercera vez que escucho abrir la puerta, asumo que es para


mí cena. Mi suposición es equivocada. Mi mirada se dirige a la
puerta donde está el Apóstol Keaton.

—Es hora de prepararte para la limpieza.

Lo sigo hasta la habitación situada justo enfrente de la entrada


de la sala de reuniones. La habitación tiene una ventana, lo que me
permite ver que es casi la misma hora de cuando llegué aquí ayer.
Parece ser un despacho con un escritorio, dos sillas, una estantería
desgastada, una lámpara de aceite, un gran baúl y una pila de
agua.

—Siéntate y levanta los brazos. —Obedezco mientras él busca


detrás de mi silla el yugo cornal. Lo baja por encima de mis brazos,
guiándolo a través de los arcos, hasta que la viga se asienta sobre
mis hombros, manteniéndome cautiva. Luego ata dos cuerdas a
través de las anillas de la cadena a cada lado, dejando que los
extremos caigan al suelo.

—Quédate en este asiento hasta que el Profeta venga por ti.

Cierra la puerta y jadeo cuando intento bajar los brazos, lo que


hace que la viga del yugo cornales se clave en mi cabeza. Cuanto
más intento ponerme cómoda, peor es, así que me muevo lo menos
posible.

A través de la ventana, observo cómo el cielo pasa del dorado al


púrpura. La luz de la habitación no tarda en desvanecerse.
El tiempo transcurre a un ritmo pausado, dando espacio a mi
mente para vagar. Es una tontería que una parte de mí se
mortifique porque mis amigos van a mirar. Es bastante vergonzoso
estar en problemas en la escuela. Esto va a ser mucho peor. La
gente hablará de mí después, igual que estoy segura que hablan de
mí ahora mismo.

Me duele el cuello y los brazos al pensar en lo que voy a soportar.


Espero que me haga sentir mejor después, más agradecida y no tan
egocéntrica.

Cuanto más tiempo pasa, más nerviosa me pongo, hasta que


golpeo mi bota contra el escritorio. La ventana está abierta, lo que
me hace agradecer el aire fresco que trae la noche. No dejo de sudar
a través de mis pantalones desde que entré aquí. La habitación es
pequeña y me vuelve loca. ¿Cuánto tiempo pasó?

Finalmente, escucho el chirrido del pomo. Intento girar la cabeza


a la puerta mientras el Profeta camina hacia la habitación, y hasta
eso me duele.

Me mira durante unos largos y tortuosos instantes antes de


hablar. Su voz es fuerte en mis oídos, parece resonar en mi cabeza.

—Voy a quitarte las botas y las medias.

No estoy en posición de sobrepasar los límites, pero si me quita


las medias, mis tobillos podrían mostrarse bajo el vestido.

—Profeta...

Se acerca, entrecierra los ojos y elimina todo rastro de su


suavidad. Se me revuelve el estómago y me pone la piel de gallina.
Se arrodilla para desabrochar mis cordones y me baja las medias
por las piernas. Siento que es un momento íntimo, pero lo hace con
tanta frialdad que me avergüenza.

—No serás la destinataria de otro ritual de limpieza después de


esto, ¿entiendes?

Realmente no lo sé. ¿Sabe con certeza que no volveré a meter la


pata? ¿Se lo dijo Zaaron?
No hay nada de la amabilidad que suele aparecer en su cara
mientras apoya las manos en las rodillas. Me mira, y mi corazón
rebota contra mi pecho. ¿Le dice lo que pienso?

—No permitiré el pecado en mi casa, ni que ninguna de mis


esposas se convierta en un espectáculo público.

Trago. Todavía no lo sigo del todo, y también pienso que no


quiero hacerlo. Asiento en señal de aceptación. Me toma de las
cuerdas, me sube con él y me aprieta la viga contra la cabeza.
Siguiéndolo a la sala de reuniones, me aseguro de permanecer
cerca. Me ordena que me siente en el mismo banco en el que se
sentó Benji. Me vuelvo invisible para él cuando se aleja, dejándome
insegura. No me lo dijo, pero dudo que deba moverme. Me quedo
quieta, miro a Joanna Fitch, que pronto será mi hermana-esposa,
encendiendo velas por el pasillo.

Las grandes puertas de madera se abren de golpe mientras la


gente entra, por orden, moviéndose por los bancos como cintas
transportadores. Cuando veo a mi familia, quiero volver a llorar. Me
arrepiento de mentir sobre la sangre. Si pudiera volver atrás, lo
haría de otra manera, aunque probablemente sea porque me
atraparon.

La primera persona con la que hago contacto visual es Samuel.


Hace señas que se acabará antes que te des cuenta.

No soy capaz de afirmar eso, y no quiero que el Profeta me atrape


de todos modos, así que le hago un gesto con la cabeza. Luego miro
a Mia. Pobrecita. Puedo ver desde aquí que estuvo llorando,
probablemente desde que me fui.

El Profeta está de pie frente a mí, detrás de la plataforma. Miro


hacia la primera fila y veo a Zeb sentándose con su familia. Se
sienta torpemente, sujetándose el estómago, con cara de dolor.
¿Está enfermo?

El Profeta levanta la mano, y la pequeña charla y los susurros


se apagan inmediatamente.

—El Diablo trata de apoderarse de los adolescentes en este


recinto. Nos ataca a través de nuestra juventud. Hijos de Zaaron,
debemos luchar contra este mal. Dos veces en tres días, uno de
nuestro rebaño fue desviado. —El desagradable movimiento de
cabeza al otro lado del pasillo casi hace que parezca como si
estuviera latiendo—. Laurel Ann Henderson, párate, niña. —
Obedezco y me hace un gesto para que me ponga a su lado—. En la
oscuridad, la luz de Zaaron arde con fuerza. Él nos bendice
mientras el Diablo intenta condenarnos. Su santa voz deja claro que
el alma de Laurel Ann está en peligro. Para proteger su lugar en la
Estrella del Paraíso, Él ordena que la haga mi esposa.

Todo el mundo aplaude al instante. Se escuchan susurros de


¡Alabado sea Zaaron! mientras las manos se elevan al cielo por toda
la sala de reuniones. El Profeta les permite un momento de
alabanza y luego continúa.

—Sin embargo, antes que podamos recibir la bendición de una


atadura, debemos lavar la suciedad del pecado. —Se gira hacia mí—
. Se te concedió el don de la sangre, y sin embargo has rechazado
ese don mintiéndome, a tu familia y a todos en la Tierra Ungida. —
Mi rostro y mi cuello están calientes. Nunca consideré que traicioné
a todos los que conozco. ¿Cuántos de ellos me odian?— ¿Niegas
esto?

—No, Profeta.

—¿Entiendes que es una agresión grave que requiere el fuego


sagrado de Zaaron para librarte de la mancha de tu pureza?

—Lo hago.

—¿Aceptas esta penitencia?

—Sí, Profeta.

La sala estalla en alabanzas y gritos cuando me lleva entre ellos.


Cada tirón de las cuerdas casi me hace caer y mis oídos arden de
humillación.

Una vez que las columnas de la estación de limpieza están a la


vista, la bilis sube a mi garganta. El sudor me sale por los poros y
la visión se me nubla, por los latidos de mi corazón y a las
inevitables lágrimas. Me guía por los ásperos escalones del templo
y casi tropiezo en el último, con los pies resbalando en la suave
tierra. Aprieto los ojos, dejo que las lágrimas caigan sobre mis
mejillas.

Saldré de esto. Zaaron no pediría a sus hijos que hagan algo que
no puedan. Elegí actuar fuera de su gracia, y así es como
permanezco dentro de ella. El aire es fresco en mis fosas nasales
mientras inhalo. Quiero ser pura. Quiero obedecer las leyes de
Zaaron, y definitivamente quiero estar en la Tierra Ungida. Puedo
hacerlo.

Tengo que hacerlo.

El Profeta me guía a la estación de limpieza mientras el Apóstol


y el Consejero se sitúan a ambos lados, lanzan las cuerdas sobre
las columnas. Lentamente tiran, hasta que mi cabeza amenaza con
ser empujada fuera de mis hombros. Aunque los dedos de mis pies
tocan la tierra, tengo que apoyarme en las puntas de los mismos
para aliviar el dolor de mi cuello. Los murmullos suenan con fuerza
en mis oídos palpitantes, hace que la agonía de mis hombros se
dispare hasta mi estómago. Intento levantar la cabeza, hago
contacto visual con mi padre. Su aspecto es el mismo que el de la
limpieza de Benji, pasivo y neutral. Podría ser un completo
desconocido. A mi madre se le caen lágrimas por las mejillas, que
brillan a la luz del fuego. Su rostro se suaviza cuando se da cuenta
que la miro, y me hace una seña, "Te amo".

Casi toda mi familia está aquí, y agradezco que estén de pie


frente a mí cuando el cuchillo del profeta empieza a rasgar, rasgar,
rasgar mi vestido, permitiendo que el aire azote mi espalda
desnuda.

Zeb no está en mi línea de visión, así que sus ojos deben estar
entre los que siento en mi piel expuesta. Sé que no debe ser
agradable, sin embargo, no quiero nada más que desaparecer.
Estoy segura que esta humillación es un castigo peor que el dolor.

—Laurel Ann Henderson. Recibirás ocho latigazos con el fuego


sagrado y treinta y ocho horas en la caja del arrepentimiento.
¿Pagarás el precio para ser purificada una vez más?

La respiración me quema el pecho y los hombros.


La quema ni siquiera comenzó.

—Sí, Profeta.

En mi periferia, el Profeta retira el látigo de la columna. Aunque


no puedo verlo empapando el queroseno, escucho el chapoteo,
chapoteo, chapoteo de algo mojado y el ruido de la llama que
enciende el látigo.

La anticipación es desalentadora, pero el dolor que recorre mi


cuerpo llega rápidamente mientras mi voz grita en mis propios
oídos.

—¡LÍMPIATE DE ESTE MAL!

El mundo se inclina a mi alrededor, la gente se convierte en una


distorsión de rostros y colores. Las lágrimas se calientan en mis
ojos, picando mis iris. Mi espalda se ve invadida por el calor cuando
el fuego besa mi piel expuesta, pequeños trozos de llamas que se
posan en mis brazos y mi rostro como pinchazos abrasadores. Soy
incapaz de recuperar el aliento antes que más tortura, en forma del
nuevo látigo de langosta del Profeta, consuma mi cuerpo. Hay gritos
en mi cabeza... no, espera, no en mi cabeza... El grito está en mi
garganta. La base de mi columna se abre mientras intento alcanzar
cualquier cosa, cualquier cosa para agarrarme, pero solo hay aire
nocturno.

—¡QUEDEN LIMPIOS DE ESTE PECADO!

El calor del fuego me arranca el sudor de la piel y me gotea en


los ojos. Apretarlos es mi única opción mientras lloro libremente.
No intento ser fuerte. Otro latigazo desgarra mi carne mientras mi
cuerpo se arquea en señal de protesta. Necesito que termine.
¿Cuántos fueron? No puedo abrir los ojos. Una luz blanca estalla
detrás de ellos y mi espalda estalla una vez más. Levantar
lentamente los párpados no ayuda a mi visión cuando el blanco se
vuelve negro...

La realidad se convierte en trozos de cristal rotos. La luz se abre


paso en la oscuridad solo para ser consumida de nuevo por la
noche. La agonía me sobrepasa hasta que la libertad de la oscuridad
me lleva al alivio. No pasa mucho tiempo antes que sea absorbido
de nuevo por mi cuerpo, donde cada centímetro se lamenta por ser
liberado del tormento.

—¡EL ESPÍRITU DE ZAARON ARDERÁ DESDE DENTRO!

El aire se abre paso en mi garganta con cada respiración. El


tiempo no tiene sentido.

La voz del Profeta parece aclarar mi mente, y el mundo vuelve a


encajar como un rompecabezas.

—Cualquier pensamiento pecaminoso o tentación que tengas


será lavado por la gracia de Zaaron y el fuego sagrado.

Mi cabeza no se sostiene y mi vista se reduce. Los párpados me


pesan, e incluso cerrados, el humo me quema los ojos cuando sopla
contra mi rostro. Creo que lloro mientras intento abrirlos, viendo
cómo mis pies sucios y pintados de rojo se arrastran por el suelo,
sin fuerzas para cumplir su propósito.

La cuerda atada al pilar derecho se afloja, hace que el suelo salte


más cerca. La otra cuerda se deshace, y soy incapaz de agarrarme,
me entra tierra en la boca y golpeo mi cadera al caer.

Mi cuerpo lucha, no queriendo nada más que estar en el suelo.


El Profeta tira de las cuerdas, llevándome con ellas. Tira con mucha
fuerza y camina muy rápido, haciéndome tropezar con el dobladillo
de mi vestido. Los murmullos siguen mientras me arrastra hasta la
caja del arrepentimiento. Cuando me saca del confinamiento del
yugo cornal, mis brazos caen inertes, gritando de alivio.

—Has rebatido la profecía de nuestro Dios, Zaaron, y has


pagado lo que te pidió. Ahora es el momento de estar en soledad
con Él, explicando por qué lo has traicionado a Él y a nosotros.
Suplica por su perdón, niña. Tienes treinta y ocho horas para
convencer a Zaaron que estás realmente arrepentida y que
comprendes plenamente el error de tus actos. ¿Hay algo más que
quieras decir?

Tengo mucho que decir. Sé que lo tengo... al menos creo que lo


tengo. No pienso con claridad mientras mi garganta se resiste, así
que inhalo por la nariz. Mis ojos luchan por abrirse y mi voz sale
rasposa.
—Lo siento. No... no te decepcionaré de nuevo.

Me dirijo al Profeta, a mi Dios, a mi padre, a mi familia, a Zeb y


a todos los compañeros de Zaaron.

También me dirijo a mí misma.

El Profeta me acompaña por el tablón de madera, abre la puerta


y no veo nada más que oscuridad dentro. Es una oscuridad infinita.
Su mano empuja mi espalda, sus dedos se clavan en mis heridas y
grito. Mi hombro se golpea contra el duro suelo cuando caigo
dentro, el último hilo de luz se evapora cuando él cierra la puerta.

La madera se clava en mi mejilla húmeda. Tengo los brazos y las


piernas retorcidos en una posición incómoda, pero mi cuerpo y mi
mente son muy débiles para preocuparse. El país de los sueños me
arrastra, y estoy demasiado dispuesta.

La voz del Profeta se cuela por las rendijas de la puerta. Es lo


último que oigo antes de alejarme de aquí.

—Hay mucho que celebrar esta noche. Otro niño fue salvado de
las garras del mal. ¡Regocijémonos en Zaaron al comenzar la
reunión!
6
CAJA DE ARREPENTIMIENTO

Laurel Ann
Risas, un gruñido raro, algo de conversación para interrumpirlo
y luego, más risas. Abrir los ojos no supone ninguna diferencia. Solo
hay negro. Aunque no vea nada, lo siento todo. Mi cuerpo grita en
protesta con cada movimiento, y mis miembros no se sienten bien...
sueltos.

Mover los dedos de los pies me ayuda a ponerme en posición


sentada sin demasiada agonía. Las heridas son tiernas y sensibles,
enviando rayos de agudeza por mi columna con cada movimiento.
Tomo aire lentamente, respirando y dejo que mis ojos se adapten.
Entonces lo veo: luz.

Una luz parpadeante, fina, larga y horizontal. Mis gruñidos y


gemidos me impulsan mientras muevo las piernas para arrastrarme
hacia mi única salida de la oscuridad. El suelo bajo mis manos se
agrieta cada pocos pasos, raspando con fuerza mis rodillas. De
repente, mi cabeza se golpea contra la puerta, provocando un
zumbido en mis oídos. Me vuelvo a acostar de modo que mi rostro
quede directamente frente a la franja de iluminación danzante. Es
imposible distinguir alguna forma, así que escucho el susurro de
los pasos, las conversaciones y más risas. No sé lo tarde que es,
pero está claro que la reunión continúa. Todos los niños pequeños
deberían acostarse ya.

Parece que escucho durante horas antes que el ruido se apague.

Entro y salgo del sueño hasta que un resplandor anaranjado


ilumina detrás de mis párpados. La conciencia del calor y la
humedad de mi vestido por el sudor me orientan. Una fuerte
punzada arranca lágrimas de los ojos cuando intento abrirlos. Se
me secan las pestañas. Me lamo los labios, haciendo entrar una
pequeña cantidad de humedad en mi boca, y la uso para volver a
humedecer mis pestañas. Se abren de golpe, y al instante me ciega
un hilo de amarillo.

—¡Ufff!

Me alejo rodando, olvidándome de mi espalda hasta que se


presiona contra el suelo de madera. Las lágrimas brotan hasta
correr por mis mejillas. Levantándome, escucho un ruido muy
suave.

Splat, splat, splat.

Al escuchar con atención, soy capaz de ver un poco mejor que


la noche anterior. La habitación es corta y pequeña. Podría estar de
pie, aunque mi cabeza tocaría el techo. Me concentro en seguir el
sonido cuando mis ojos se fijan en algo en la esquina. Me arrastro
hasta él y extiendo la mano para tocarlo. Es liso y cilíndrico, como
un gran barril. Se siente algo fresco, así que presiono mi mejilla
contra él, y aunque el alivio es minúsculo, sigue existiendo. Mis
dedos bajan hasta descubrir una pieza metálica larga y delgada. En
su extremo, paso los dedos por la punta, y el corazón me salta a la
garganta cuando siento la humedad. Sé lo que es. Me río a pesar de
mi situación poco cómica.

¡Es un tanque de agua!

Intento moverme con rapidez y cuidado, situándome debajo del


tanque y acercando mi boca a la boquilla lo más cerca posible.
Busco la palanca y grito de frustración cuando me doy cuenta que
la palanca se rompió. El agua solo sale a gotas y, aun así, lo
agradezco. La bebo a lengüetazos, como un gato que bebe leche,
hasta que se me quita el ardor de la garganta y la sed deja de ser lo
más importante.

Ahora mi hambre lo es.

Entrecierro los ojos para mirar alrededor de la habitación como


si fuera a encontrar una despensa. Sé que está vacía, tuve suerte
de conseguir el agua, pero aquí estoy, arrastrándome, tanteando la
habitación, esperando encontrar algo.

Todo lo que encuentro es un balde vacío, y permito revolcarme


en mi desafortunada situación. El sudor arde en mis heridas frescas
y el desgarro de mi vestido hace que sea difícil mantenerlo sobre
mis hombros. Ojalá hubiera estando usando mi gorro cuando el
Apóstol vino a buscarme. Me ayudaría a mantener algo de sudor
fuera de mis ojos. Me conformo con atarme el delantal a la cabeza,
pero al cabo de un rato me da mucho calor. Tengo los pies heridos,
cortados por andar descalza. Me duele el estómago por el hambre,
y me siento desesperada por el hecho que después de todo esto,
todavía tengo que atarme al Profeta.

El año pasado, seguí a Benji hasta el límite del recinto sin


querer. Íbamos caminando, perdidos en nuestra conversación, y
antes que me diera cuenta, me tapó la boca con la mano mientras
se llevó un dedo a la suya. Quitó el dedo de sus labios para señalar
a unos pocos metros a través de la valla hacia donde los veía.

Los filisteos.

La rabia que sentí por ellos me revolvió el estómago. Paganos


traicioneros. Son los primeros y únicos que veía. Había un hombre
y una mujer que parecían ser un poco mayores que nosotros. Me
quedé en silencio porque están jugando, riendo y besándose. Se
persiguieron mutuamente hasta que, finalmente, el chico abordó a
la chica en el campo. Pensé que la hirió hasta que su risita se elevó
para frenar mi corazón. De vez en cuando, cuando se incorporaban,
podía ver cómo se rodeaban con los brazos mientras se besaban.
Recuerdo que pensé que no parecían malvados o perversos.

Parecían enamorados.
Desde que recibí la sangre de la inocencia, hay cosas que
desearía que no fueran como son. No entiendo todas las leyes de
Zaaron, y aunque creo en ellas, hay cosas que empiezo a cuestionar
en mi cabeza.

Las ataduras, por ejemplo. ¿Por qué tenemos que estar atados
antes de prepararnos para ello? ¿Por qué Zaaron espera tanto
tiempo para colocar a los hombres, pero coloca a las mujeres al año
de recibir su sangre? Sé que es en parte porque las mujeres no
pueden tener hijos tan tarde como los hombres. Tampoco vivimos
tanto, y entiendo que es nuestro deber poblar la Estrella del Paraíso,
pero ¿por qué no puede ser con quien elija? ¿Y con alguien que me
elija a mí también?

Las voces me distraen de mi autocompasión y vuelvo a


acercarme a la línea de luz. Es la primera vez que escucho algo
desde que me desperté. Sigo sin poder ver más que un poco de
tierra, y tampoco puedo distinguir lo que se dice. Están muy lejos.

Es el punto, supongo. Aislamiento. Solo yo y Zaaron.

Sé que mentir sobre la sangre estuvo mal. Por favor, perdóname.


Me asusté, no sabía qué hacer. ¿Por qué no me quitas este miedo si
es lo que quieres de mí? Deseo ser una mujer santa para ti, solo
necesito más fuerza. Todavía hay muchas cosas que quería hacer
antes de estar atada. Yo... me gusta mucho Zeb. Tenía la esperanza
que él fuera quien tenías en mente para mí. Ahora que sé que es el
Profeta, tengo miedo de perderlo. Es mi mejor amigo. Es el miedo que
te ruego que me quites. No puedo sentirme así para siempre...

No sé si termino mi oración. El calor y el hambre hacen que todo


parezca una realidad a medias... la mitad de un sueño.

Tengo la lengua seca y los labios tan apretados que temo que se
rompan si abro mucho la boca. La plenitud de mi vejiga se vuelve
dolorosa, y no sé qué hacer hasta que me acuerdo del balde.

Empujo los calzones hasta las rodillas mientras el sudor rueda


por mi sien, goteando hasta mi cuello. Aunque está muy oscuro
para ver, noto la sangre seca en mis muslos, y me pregunto si
sangré a través del algodón que me dio mi madre. Tenía que
cambiarlo ayer.
Cuando termino con el balde, busco la boquilla del depósito de
agua. Apenas puedo respirar, el aire húmedo se atasca en mi
garganta, y podría llorar cuando una sola gota cae sobre mi lengua.
No sirve de mucho para calmar mi sed, pero la humedad es un
pequeño alivio.

No sé si llegaré a la noche. El sudor fluye por todos los poros de


mi cuerpo. Como el vestido apenas se mantiene en pie, me lo quito
de los brazos. Siento un alivio instantáneo y momentáneo cuando
el rancio aire golpea mi carne. Me bajo el vestido y lo tiro contra la
pared. Me subo los cazones todo lo que puedo por los muslos, y aún
no es mucho mejor.

Me paso todo el día bebiendo del tanque de agua. Tengo la


lengua completamente en carne viva y me duele la mandíbula, y el
agua es mi única sensación de alivio.

Golpe... Golpe.

¿Qué fue eso?

Golpe.

Viene de justo al lado.

Golpe. Golpe.

Me levanto, mis dedos me guían hacia el sonido, y aprieto el oído


contra la madera.

—¿Hola? —GOLPE. Los paneles se mueven, y el sonido es tan


fuerte contra mi cabeza que me alejo de un salto. Hay alguien ahí
fuera, escucho pasos y conversaciones—. ¿Hola?

Sus voces cantan.

—¡Tu alma apesta! No podemos soportar el olor. Creemos que


perteneces al infierno. El ardor de tu pecado nos revuelve el
estómago. Queremos que ardas, ardas, ardas.

Son niños por lo que parece, pero eso no hace que la agudeza
en mi pecho sea menor. No sé qué decir. De todos modos, no
importa cuando escucho sus risas retroceder.
La gente tiende a guardarse sus pensamientos en público,
aunque sé que en mi propia casa las opiniones de mi madre y mi
padre quedan claras. Hay quienes seguramente están disgustados
con mis acciones. Como debe ser.

Nunca pensé que el Diablo podría tentarme... introducirse en mi


mente para engañarme. Tal vez me equivoqué. Tal vez por eso me
siento así de asustada. El Diablo me hace sentir esto.

Un horrible olor flota en la caja. Estiércol. Es lo que los niños


tiraron.

El vacío de mi estómago se revuelve ante el indeseado aroma.


Dejo que mi mente divague hacia el arroyo con Zeb en un intento
de distraerme, pero con el calor y estando en un espacio tan
pequeño, el olor se vuelve rápidamente insoportable.

Estoy frenética en la búsqueda de mi vestido. Cuando mis dedos


agarran la tela, doy las gracias a Zaaron. Me tapo la nariz mientras
me arrastro de nuevo al tanque de agua. El vestido no ayuda
mucho, y pronto mi estómago no puede soportarlo más,
obligándome a tener arcadas y a vomitar en seco.

No como desde ayer, y sube muy poca agua, hace que tenga más
náuseas.

Tumbada bajo la boquilla, casi lloro de alivio cada vez que una
gota de agua gotea de la boquilla sobre mi rostro. Tengo mucha sed,
y recibir solo gotas a la vez empieza a volverme loca. Volvería a hacer
el ritual de limpieza solo para tener una taza en este momento.

Mi mente se desplaza a media conciencia. Pienso que tal vez


estuve muy centrada en mi miedo para ver esto de la manera
correcta. Tal vez mi madre tiene razón. Tal vez el plan de Zaaron
tome tiempo para verse. Tal vez me enamore perdidamente del
Profeta, sin querer nada más que darle todos los bebés que pueda.
Tal vez mire hacia atrás en este tiempo y esté agradecida que esté
sucediendo de la manera en que lo hace. Tal vez me haga feliz.

Pero antes era feliz.


La corriente de luz se ha atenuado con lo que debe ser el
atardecer. El estiércol debió haber perdido su efecto porque ya no
lo huelo.

Los grillos comienzan a sonar en la distancia, y aunque al


principio es algo relajante, ahora nada me gustaría más que pisar
cada una de sus agudas y chirriantes cabecitas.

Mi línea de visión prácticamente desaparece. El tacto es mi


única forma de navegar por la habitación. Con la bajada de
temperatura por la noche, es mucho más cómodo, así que me
acomodo en mi sitio bajo el tanque de agua.

—¡Laur! —Mis ojos se abren de golpe ante el grito susurrado—:


¡Laur! ¿Puedes oírme?

Casi vomito mi corazón. Me dirijo a la puerta tan rápido como


puedo, sin preocuparme por el dolor agonizante.

Es Zeb.

Mis dedos arañan las costuras de la puerta, intento que ceda un


poco.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Estoy tan feliz de escuchar tu voz!

—¿Estás bien? Quería hablar contigo desde el lunes después


que me atraparan.

No puedo mentirle. Nunca lo hice antes, y siempre le cuento


todo.

—No quiero estar atada al Profeta.

Hay un golpe sordo en la madera, y su suspiro se cuela por las


rendijas.
—Yo... tampoco quiero que lo hagas. No quiero que estés atada
a nadie, y menos a él. —Suena tan derrotado que me duele el
pecho—. Ojalá fuera yo el Profeta. Las cosas serían diferentes.

—¿Cómo lo sabes? Si Zaaron lo desea, lo será.

Gruñendo de frustración, dice:

—No lo sé. Solo quiero detener esto más que nada.

Agradezco la pared que nos separa porque estoy segura que la


sonrisa que se extiende por mis mejillas parece ridícula. Mis
pensamientos viajan de regreso a la noche en que cambió mi vida,
lo que me hace recuperar la sobriedad rápidamente, como si me
rociaran con agua helada.

—Has intentado detenerlo, Zeb. No hay nada más que puedas


hacer. Solo... prométeme que podemos intentar seguir siendo
amigos una vez que sea tu madre.

Su risa está cargada de tristeza.

—Todavía no puedo creer que esté sucediendo.

No es una respuesta a mi pregunta, aunque la urgencia de mi


siguiente afirmación se siente terrible.

—Me gustas, Zeb. Me gustas mucho. Y no de la forma en que


una madre debería querer a su hijo —suelto.

—¿Puedes dejar de llamarte mi madre? Todavía no llegamos a


eso. Y tú también me gustas... mucho. Simplemente no veo qué
podemos hacer al respecto ahora.

—No hay nada que hacer al respecto. Solo quería que lo


supieras. Quería que lo supieras desde hace un tiempo.

Se queda en silencio durante un largo rato antes de decir:

—Pon tus dedos aquí, a lo largo de la parte inferior de la puerta.


—Hago lo que me dice, pasando las almohadillas por la costura.
Cuando mis dedos tocan los suyos, mi estómago baila con mi
corazón—. Siempre serás mi amiga, Laurel Ann. ¿Crees que salirte
con la tuya es difícil en tu familia? En la mía es el doble de difícil.
No ocurrirá a menudo, pero te prometo que me aseguraré que
pasemos tiempo juntos sin que nadie lo sepa, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. —Mi voz solo permite un susurro. No sé cómo


expresar el alivio que me recorre ante sus palabras—. Es... Gracias.
Y gracias por venir a verme. He extrañado hablar contigo.

—También extraño hablar contigo. Odio irme, pero estoy metido


en un montón de problemas. Solo... tenía que hablar contigo.

—¿Vas a estar bien?

—Nada que no se cure. También estaré aquí dentro de unos


días. Mi tiempo de interrogatorio comienza el sábado después de...
las festividades. Mi limpieza es el lunes.

Esperaba que ser el hijo del Profeta lo librara de una limpieza.


El Profeta no parece muy emocionado que se hagan públicos los
pecados de los miembros de su familia, algo que todavía me
confunde.

—Lo siento mucho. No debería haberte puesto en esta situación


—digo, conteniendo las lágrimas.

—No me has puesto en ninguna situación. Hice lo que pensé


que era correcto. Pagaré con gusto mi penitencia. —Exhala un
profundo suspiro—. Tengo que irme. Casi has terminado, Laur.
Puedes hacerlo.

La madera de la puerta se siente áspera cuando presiono mi


cabeza contra ella.

—Gracias, Zeb.

Cada uno de sus pasos es más silencioso que el anterior hasta


que no los escucho en absoluto. Es extraño que sonría, teniendo en
cuenta dónde estoy, pero que Zebadiah salga a escondidas a verme
hace que quiera reír, o gritar, o saltar, o algo para liberar el
enjambre de abejas que tengo en el estómago.

—Gracias, Zaaron. Gracias por dejarlo venir esta noche.


La oración es un himno en mi alma. Libera una presión en mi
pecho al saber que Zeb hará lo que sea necesario para seguir siendo
amigos y pasar tiempo juntos. Aunque no pueda estar nunca con
él como marido y mujer, al menos seguirá siendo una parte
importante de mi vida. Zaaron tiene un plan para todos nosotros.
Desearía tanto poder ver el futuro, entonces sabría lo que hay para
mí y Zeb.

No entiendo cómo puedo estar tan cansada cuando estuve


durmiendo casi todo el día. No es que haya algo más que hacer.
Vuelvo al tanque de agua y me acomodo sobre mi estómago. Cierro
los ojos y repaso nuestra conversación en mi mente.

No quiero que estés atada a nadie.

Tú también me gustas... mucho.

Siempre serás mi amiga, Laurel Ann.

Mis dedos son suaves cuando los presiono contra mis labios
agrietados, y sonrío a pesar de ello. Zebadiah Fitch se escapó solo
para hablar conmigo... y dijo que le gusto.

Mucho.
7
DÍA DE DESCANSO

Laurel Ann
CLICKETY-CLANK. CLICKETY-CLANK.

Salto ante la interrupción del silencio, lo que provoca que un


terrible dolor recorra mi cuerpo. Mis ojos apenas se han adaptado
a la oscuridad cuando la puerta se abre. La luz del sol interrumpe
en la habitación, haciéndome gemir y taparme los ojos con las
manos.

—Cúbrete, ahora.

Obligo a mis ojos a abrirse de par en par para ver la figura


oscura de la puerta. El brillo de la luz cae en cascada a su alrededor
y lo convierte en la sombra de hombre. No necesito verlo para saber
que es el Profeta. Su voz es inconfundible.

Me apresuro a encontrar mi vestido, soltando un suspiro


cuando mis dedos se aferran al suave algodón. Se aclara la garganta
cuando meto los brazos en las mangas, mi piel resbaladiza se pega
a la tela. Después de atarme el delantal, me paro tan erguida como
puedo para alisar el vestido. El rápido movimiento hace que mi
cabeza se maree y mi estómago tenga náuseas.
Cuando su cara aparece, no parece mucho más feliz conmigo
que antes de mi limpieza.

—¿Te has arreglado con Zaaron?

Pienso en la respuesta más honesta que puedo dar. Como


Zaaron no me habla como al Profeta, lo único que hago es buscar
señales. Que Zebadiah viniera a verme anoche fue una señal de Su
perdón, lo sé.

—Lo hice, Profeta.

Su asentimiento es duro y cortante.

—Me alegro de oírlo. —No parece satisfecho. Mira por encima de


su hombro, dice—: Puedes llevártela ahora.

Se da la vuelta, baja por el escalón de madera mientras el


Apóstol ocupa su lugar.

—Sígueme.

Asiento con la cabeza a modo de saludo. Sin reconocerme, se


marcha de la misma manera que el Profeta. Intento seguirle el
ritmo, pero mi cuerpo se mueve en cámara lenta, cada músculo se
estira al máximo solo para permitirme caminar.

La hierba apuñala mis pies, la suave tierra da un bienvenido


alivio a mis dedos. El sol brillante me marea cuando me vuelvo para
ver a unas cuantas personas cargando sus carros fuera de la tienda
general. Veo a mi padre y a la hermana Mary saliendo de la sala de
medicina y me quedo helada. Nuestras miradas se cruzan,
permanecen conectadas solo un momento antes que ambos desvíen
la mirada, y padre asienta al Apóstol. Actúan como si no me
conocieran.

El Apóstol Keaton gira en dirección a la escuela y va a los


dormitorios. Se me hace un nudo en la garganta al pensar en
Zebadiah, mis amigos y mis hermanos sentados en clase.

Subimos por el camino de tierra, tomando el único escalón de


madera que lleva a los dormitorios de colocación. Este y la guardería
contigua son los únicos edificios de todo el recinto en los que nunca
estuve, así que admito tener cierta curiosidad. El viento arrebata la
puerta de malla del agarre del Apóstol y ésta se golpea contra el
lateral del edificio. Gira el pomo de la puerta de madera, abriéndola
a una habitación casi tan grande como la sala de reuniones del
templo. Hay filas y filas de camas alineadas a lo largo de la
habitación, todas bien hechas. Hay sábanas y ropa doblada debajo
de muchas de ellas. En la sala solo hay unas pocas personas, las
chicas menores de dieciocho años todavía se les permite asistir a la
escuela hasta que sean colocadas, si así lo desean. Muchas mujeres
están aquí por segunda vez porque sus primeros maridos
fallecieron, aunque si tienen hijos pequeños, se quedan en la
guardería.

El fondo de la sala tiene unos tabiques con olor a comida que


serpentean a su alrededor, haciendo que mis ojos se llenen de
lágrimas y se me retuerza el estómago de emoción. Inmediatamente
después de pasar los delgados tabiques, puedo ver una gran cocina
en la que hay unas cuantas mujeres trabajando. Hay filas de mesas
y asientos con algunas señoras sentadas en ellos, comiendo. Mi
esperanza de comer se cae cuando me lleva más allá del delicioso
aroma a través de otra puerta. Hay un pasillo abierto a mi derecha
y dos puertas a mi izquierda. La segunda puerta de la izquierda es
la que él elige. Golpea la madera con una ligera presión y la abre
sin esperar respuesta.

—Hola, Apóstol Keaton. Es un placer verlo como siempre. —La


voz de la mujer es difícil de ubicar hasta que me pasan a la sala
para ver a la hermana Evelyn Taub. Todos los miembros de su
familia son costureros, tejedores o sastres, y visten a todo el mundo
en la Tierra Ungida. Como no hace falta una familia entera para
dirigir los dormitorios de colocación y la guardería, ella, junto con
algunas otras mujeres del recinto, lo controlan. Yo, bueno, solía ir
a la escuela con sus hijos e hijas—. ¡Y hola, querida! —Ella extiende
sus brazos hacia mí—. Un alma limpia te queda bien, pero pasa
factura a la mente y al cuerpo. ¿Por qué no te aseamos y
alimentamos, y luego te enseño tu cama?

—Sí, señora.

El Apóstol Keaton se gira para marcharse no sin antes añadir:

—Vendré a buscarla por la mañana, antes de los servicios.


Hace una reverencia.

—Estará lista.

La puerta se cierra tras él y ella sonríe.

—Vamos a prepararte un baño.

Aunque el agua caliente del baño me duele por las heridas, la


sensación es increíble. Estar limpia me hace sentir más yo,
permitiendo que mi cuerpo sea flexible. Al terminar en la bañera,
me complace ver que la sangre cesa. No puedo creer que vaya a
ocurrir ahora todos los meses. Como el cinturón no es necesario, la
hermana Evelyn me entrega solo un camisón antes de sentarse para
ver cómo me trenzo el cabello.

—¿Tienes hambre o prefieres descansar primero?

—¡Sí! —Bajo mi voz una octava cuando ella salta—. Sí, me


gustaría comer algo primero, por favor.

El suelo está fresco contra mis pies cuando la sigo de nuevo a la


gran sala. Me guía hasta una mesa con tres mujeres, todas mayores
que mis propias madres.

—Hola, señoras. Laurel Ann se quedará aquí hasta los servicios


de mañana por la mañana. Hay que hacerla sentir bienvenida, ¿sí?
—La humedad de su mano se filtra a través de la tela de mi bata
cuando pone su mano en mi brazo—. Te prepararé un plato. Toma
asiento.

Levanto el camisón para pasar la pierna por encima del banco.


No importa que se me vean los tobillos, aquí solo hay mujeres. Me
resultan familiares, pero mi mente no me deja ubicarlas.

—Hola —las saludo.


Todas me sonríen cuando habla una mujer pelirroja con
manchas de sol en el rostro.

—Hola, querida. ¿Te encuentras bien?

—Ahora sí, gracias.

La del gorro azul toma su leche antes de girarse hacia mí.

—Tú eres la que va a estar colocada al Profeta mañana, ¿no es


así? Es una gran bendición. Debes estar emocionada.

Como acabo de limpiar mi alma, no quiero empañarla


mintiendo, así que dejo que mi sonrisa sea mi única respuesta.

Aparece ante mí un plato de huevos, patatas, bacon y pan, y el


hambre me hace olvidar la oración. Tomo el tenedor para clavarlo
en los huevos cuando siento que cuatro pares de ojos me observan.
Muevo el utensilio hacia el plato a cámara lenta y junto las manos.

Digo mi bendición y me meto cuatro bocados antes de


acordarme de dar las gracias a la hermana Evelyn.

—Gracias por el desayuno.

Su sonrisa no es tan brillante como hace un momento. Asiente


y se limpia las manos en el delantal.

—Cuando termines, puedes acostarte en la cama número


veinticuatro.

Asiento con el tenedor a medio camino de la boca.

No hablo más que unas pocas palabras, estoy más interesada


en mi comida que en la conversación. No es que a mi compañía le
importe. En cuanto lo mencionan, me acuerdo del fallecimiento de
su marido hace unas semanas.

Con el estómago lleno y mi piel limpia pronto me alcanza el


agotamiento y me despido de las viudas parlanchinas. Camino
entre los pasillos, miro los carteles de papel pegados a cada cama.
Busco el número veinticuatro, como me dijo la hermana Evelyn.
Cuando lo encuentro, un número nunca fue tan hermoso.
Ni siquiera sé si mi cabeza toca la almohada cuando el sueño
me abraza con fuerza.

No me despierto hasta pasado el mediodía, y solo lo hago porque


necesito ir al baño. Almuerzo sola y le pregunto a la hermana Evelyn
si hay algo en lo que necesite ayuda. Ella solo me dice que descanse.
Es extraño para mí no tener ninguna tarea o cometido que hacer.
La tarde transcurre mientras leo El verdadero testamento, pero las
palabras son garabatos para mis ojos.

Aunque las mujeres con las que hablé son agradables en


apariencia, percibo un nivel de hostilidad en sus voces. Cuando las
chicas más jóvenes llegan después de la escuela, me alivio al ver a
algunas de mis amigas.

Dawn Garret recibió la sangre de la inocencia solo dos semanas


antes que yo, y cuando me ve, me saluda y se dirige a mi cama.
Traza una sonrisa triste y se sienta a mi lado.

—Hola. ¿Qué tan malo fue?

Me encojo de hombros, intento parecer valiente.

—Me alegro que terminara.

—Sí, estoy segura. ¿Estás emocionada por lo de mañana?

Me muerdo el labio mientras contemplo mi respuesta. Sus cejas


se alzan en forma de pregunta, y escupo una respuesta.

—Me entusiasma cumplir el plan de Zaaron.

—Bueno, felicidades. —Se pone de pie, sostiene sus libros


contra su pecho—. ¿Has cenado?

Niego y ella me agarra de la mano.

—Vamos, me muero de hambre.

Aunque mi mente no se concentra del todo en nuestra


conversación, sigo agradeciendo la distracción que supone hablar
con Dawn.
Siento una mano caliente en mi espalda cuando la voz de la
hermana Evelyn interrumpe nuestra discusión.

—Es hora que descanses, Laurel Ann. Mañana temprano tienes


un día lleno de acontecimientos importantes.

Sonriendo a Dawn, asiento a la hermana Evelyn.

—Sí, señora.

Los dedos de Dawn me saludan antes de pasar por delante de


los tabiques y volver a mi cama.

Puede que sea porque he dormido mucho en los últimos días o


puede que sea por todo lo que pasará mañana, pero paso la mayor
parte de la noche dando vueltas en la cama.

—Laurel Ann, es hora de despertar.

El susurro cansado de la hermana Evelyn entra en mis oídos. El


pavor me consume y no quiero otra cosa que darme la vuelta. No
quiero que llegue este día.

Está oscuro, aparte de la luz de la luna que atraviesa la


habitación en forma de rayo. La sigo entre los cuerpos dormidos,
envidiosa de sus sueños.

Me lleva al baño, donde me esperan tres de las madres de Benji


Johnson. Me llenan la tina con un aceite afrutado y dulce, y me
lavan la piel y el cabello con un jabón que huele a flores silvestres.
Me ponen un bálsamo en las heridas y me frotan la piel
rejuvenecida con un aceite que hormiguea cada trozo de carne que
toca.

Su familia hace toda la higiene y los remedios básicos del


recinto. No hablan más que para decirme que me mueva de esta o
aquella manera. Me trenzan el cabello y me ponen más cremas en
el cuerpo hasta me acarician de pies a cabeza con polvos. La
habitación huele divinamente, y yo también.

Me envuelven en una manta y me llevan a la sala contigua al


despacho de la hermana Evelyn. La pared del fondo tiene dos
ventanas donde el sol naciente brilla sobre tres pequeñas mesas
cubiertas de flores, cintas, tarros y pinceles. Hay montones de sillas
arrinconadas contra la pared y algunas extraviadas por toda la
habitación. Hay un gran espejo en la esquina, y colgado junto a él...
está el vestido más elegante y aterrador que jamás vi.

Me empujan a una silla, aplicando color en mis labios y mejillas.


Mis ojos se van al vestido que parece burlarse de mí hasta que una
de ellas lo toma para traérmelo.

No me dejan hacer nada. Ni siquiera ponerme mi propia ropa


interior.

Deslizo una pierna en cada agujero, me quedo quieta mientras


una de las mujeres me sube la tela blanca por el cuerpo. Los
calzones son finos y adornados con encaje blanco que cuelga a
mitad del muslo. El cordón es una cinta de raso y, aunque son
suaves y bonitos, tardo un momento en comprender por qué alguien
pondría tanta artesanía en una prenda que nadie verá... Es porque
alguien sí los verá.

Mi marido.

El Profeta.

Me voy a enfermar.

Una de las mujeres es rápida y tiene un cubo debajo de mi boca


antes que la bilis salga de mis labios.

—Ahí, ahí. Shhh. Deja que todo salga, niña. Son solo nervios.

¿Nervios? ¿Es eso lo que han sido la duda y el miedo?

La mitad de mi desayuno desapareció, permitiendo que mi


estómago se relaje por el momento.

—¿Es normal sentirse así?


—Por supuesto. —Me limpia la boca con un pañuelo—. Tendrías
que haber visto el desastre que fui el día de mi unión.

Su afirmación es reconfortante y desata uno de los nudos de mi


pecho. Continúan como si nada hubiera pasado, haciéndome entrar
en una combinación de cuerpo entero. No tiene mangas, aparte de
la fina tira de encaje que hace cosquillas en los hombros. La de
cabello rubio, la hermana Kelly Johnson, me abrocha los pequeños
botones blancos hasta la cintura. Más encaje separa los paneles
horizontales de la parte inferior de la falda. Si no estuviera
temblando y tratando de contener el resto de mi desayuno, sería
una fantasía.

La mujer de cabello oscuro me levanta la bata y me quedo


boquiabierta. De lejos es precioso, pero de cerca... es
impresionante.

Levantan mis brazos adoloridos, deslizan el vestido por encima


de mi cabeza. Las mangas están ajustadas desde mis muñecas
hasta los antebrazos, con más botones en una línea a los lados.
Desde el antebrazo hasta el hombro, la tela de los cordones queda
suelta, creando un ligero efecto de ondulación. El vestido se ciñe
alrededor de mi torso cuando se abrocha en la espalda. Toda la
parte inferior está formada por capas de encaje entrelazado con un
lazo rosa entretejido en el dobladillo.

Unos dedos me quitan las trenzas del cabello y las ondas de


color rojo claro caen en cascada sobre el ribete con volantes del
corpiño del vestido. Lo atan con cintas blancas y flores rosas
después de deslizar por mis piernas unas medias blancas de
ganchillo.

La mujer rubia sostiene un par de botas blancas a la altura del


tobillo con un tacón corto. Nunca llevé un par de zapatos nuevos, y
mucho menos unos como estos. Al ponérmelos, se abrochan más
botones a los lados.

Las tres mujeres se paran frente a mí para admirar su trabajo.

—Eres una novia encantadora. —La morena sonríe, señalando


al espejo.
Respiro profundamente, sigo su invitación. No me reconozco,
aunque admito que estoy preciosa. El escote de encaje se ajusta
alrededor de mi garganta y parezco muy sofisticada. Ojalá hubiera
alguna forma de tener un recordatorio de mi aspecto.

—Gracias —susurro antes de dirigirme a ellas—. Nunca estuve


tan linda.

—¿Tienes alguna pregunta sobre tus votos? —La esposa rubia


pregunta.

Escuché el intercambio de votos tantas veces que podría decirlos


al revés mientras duermo.

—No, señora.

Un golpecito en la puerta atrae toda nuestra atención hacia ella


cuando la hermana Evelyn asoma la cabeza en la habitación.

—El Apóstol está aquí por Laurel Ann. ¿Está preparada?

Unas manos me empujan hacia adelante cuando una de las


esposas Johnson responde con una mentira.

—Sí, está lista.


8
LA CEREMONIA DE VINCULACIÓN

Laurel Ann
El Apóstol me espera sentado en una de las mesas junto a la
cocina. La hermana Evelyn lo saluda, recibe apenas una inclinación
como respuesta.

—Debemos partir hacia el templo —me informa.

Murmura molesto por todas las chicas que siguen


deteniéndonos para felicitarme por mi conjunto. Lo sigo y levanto el
delicado vestido para no ensuciar el dobladillo. Al salir por la
puerta, veo que el terreno común se transformó para la celebración
del enlace después de la ceremonia. Mesas y sillas adornadas con
cintas y flores están dispuestas en círculo alrededor de una gran
zona abierta. Los adornos de papel cuelgan de postes de madera, y
la pirámide de unión está en el centro de todo.

Las puertas del templo son de roble pesado, talladas con una
intrincada ilustración de Zaaron consumiendo de la vasija y
preparando la Tierra Ungida. Siempre lo encontré reconfortante,
hasta ahora. Hoy me revuelve el estómago.

El templo está vacío, los bancos también, rodeados de un


silencio inquietante. Los tapices y los cuadros de las paredes
parecen inquietantes a la luz de los acontecimientos que se
suceden. La plataforma se ve como un faro para mi destino a través
de las puertas del vestíbulo. Camino detrás del Apóstol Keaton, y él
me guía a la sala de la novia, ubicada a la izquierda de la entrada.

—Esperarás el servicio aquí, con la familia.

Una vez que las palabras salen de sus labios, abre la puerta,
poniéndome cara a cara con la familia Fitch. Todas las esposas se
desmayan, diciéndome lo maravillosa que estoy, pero cuando mis
ojos se fijan en los de Zebadiah, mi corazón se estremece ante la
angustia que hay en ellos. Parece que no respira mientras su
mirada recorre mi conjunto. La última vez que hablamos me hizo
sentir segura de nuestra amistad, pero ver su expresión trae dudas
a mi mente.

Mientras mantengo conversaciones con mis futuras hermanas-


esposas, mis pensamientos están en la esquina de la habitación con
Zeb.

Hay un golpe en la puerta, y el Apóstol asoma la cabeza dentro.

—El servicio está a punto de comenzar.

La hermana Ava Fitch, madre de Zeb y primera esposa del


Profeta, hace pasar a todos por orden. El aire se va de mis pulmones
cuando Zebadiah se detiene a mi lado. Su ceño fruncido me calienta
la piel, y parece estar luchando por forzar las palabras.

—Estás preciosa, Laur.

No espera mi "gracias". Simplemente se aleja para ocupar su


lugar en el orden. Intento contener mis ganas de llorar, hace que
mi garganta esté en carne viva. No lo entiendo. Él sabe que no
quiero.

Ocupo mi último lugar en la fila, me pongo detrás de la hermana


Cora Fitch con su bebé en brazos. Cientos de ojos se clavan en mí
mientras sigo a la familia hasta la primera fila de la sala de
reuniones. Sé que el Profeta subió a la plataforma por el sonido de
los pasos que cruzan el escenario, pero no puedo obligarme a
mirarlo.
—Bienvenidos, hijos de Zaaron. Hemos sido bendecidos con un
día tan encantador para esta ocasión tan alegre. Hoy voy a tomar
una nueva esposa. Laurel Ann, por favor ponte de pie. —Mi rostro
se calienta ante la mención de mi nombre, y tiemblo al obedecer.
Mantengo la mirada en el suelo de madera cuando la sala estalla
en aplausos—. Espero que todos se queden para nuestra ceremonia
de unión y celebración inmediatamente después del servicio de hoy.
El resto puede ponerse de pie.

La sala se llena de sonidos de pisadas mientras una de las hijas


menores del Profeta ocupa su lugar en el piano.

Canto los himnos y rezo las oraciones, aunque no siento nada


de lo que digo. Me limito a seguir los pasos, insensible a la presencia
de Zaaron. Observo cómo el Profeta realiza el ritual de las
bendiciones en el altar del sanctorum, levanta el sigilo dorado del
Ungido hacia el cielo en señal de oración.

No sé qué enseña el Profeta en su sermón. Creo que puede tener


que ver con la bendición de la servidumbre. Solo espero que nadie
me pregunte al respecto.

Nos ponemos de pie para el himno de clausura, pero no


encuentro las palabras por las fuertes vibraciones en mis venas. El
profeta libera a los seguidores, recordándoles que deben tomar una
vela al salir. Familia por familia se retiran hasta que solo quedamos
los Fitch y yo. Miro al Profeta por primera vez. No me importa
admitir que tiene buen aspecto. Su sombrero negro es nuevo y hace
juego con la chaqueta que lleva sobre su camisa blanca abotonada.
Sus botas están recién pulidas y su cara está bien afeitada. La
familia vuelve a alinearse en su orden, y todos los mayores de edad
toman una vela, a excepción de mí y del Profeta.

Salimos del templo y encontramos a todo el recinto esperando


en una formación de cuatro círculos, uno dentro de otro, siendo el
exterior el más grande. Se rompen las manos para permitirnos
atravesar cada anillo. El Profeta y yo caminamos hacia la atadura
vinculante ahora encendida mientras la familia Fitch crea un
círculo más pequeño a nuestro alrededor, tomándose de las manos
para cerrarlo.
El Profeta realiza todas las ceremonias de atadura, incluida la
suya. Sus frías manos envuelven las mías, que están húmedas.

—Zaaron eligió a Laurel Ann para mí y a mí para ella. Nuestras


almas deben ser atadas en su presencia para que todos ustedes
sean testigos. Se profetiza que, como hijos de Zaaron, debemos
multiplicarnos bajo su santa guía, preparando una población para
cuando Él queme este mundo hasta las cenizas y nos lleve a casa,
a la Estrella del Paraíso. —Me mira, con ojos amplios y amables.
Veo al Profeta que llegué a amar y respetar. Su dedo recorre mi
barbilla en un momento que debería ser conmovedor e íntimo, pero
en cambio hace que mis entrañas se revuelvan—. Nuestra unión
dará lugar a muchos hijos nacidos con sangre sagrada, y nuestros
inmaculados descendientes ayudarán un día a guiarnos a todos de
vuelta a Zaaron.

Ya lo entendí, ¿sí? Voy a tener un millón de bebés. Solo deseo


que todo el mundo deje de recordármelo.

Obligo a mis labios a sonreír, espero que no parezca un gruñido.


Me aprieta la mano antes de darme una vuelta en círculo para
presentarme libre por última vez. Volviéndonos hacia el fuego,
coloca su mano libre sobre las llamas. Deja caer la cabeza hacia
atrás para mirar al cielo, y sus labios se mueven con oraciones
murmuradas. Una vez bendecido el fuego, recoge las dos velas de
la repisa.

Me da una, sin soltar nunca su agarre en mi mano. Sostenemos


nuestras velas sobre el fuego bendito hasta que la llama les da vida.
De dos en dos encendemos las velas de mis casi hermanas-esposas
e hijos.

Cuando me detengo frente a Zeb para encender su vela, no


puedo evitar mirar su cara. Resulta ser una decisión imprudente
para el bien de mi corazón. Me mira de una manera que me hace
sentir mal. No entiendo lo que le pasa. Sabe que no es culpa mía,
así que ¿por qué parece que está enfadado conmigo? Le suplico
tanto como puedo en silencio dentro de la fracción de segundo que
tarda en encender su vela. Llega el momento de pasar a la siguiente
hasta que el círculo que nos rodea es un anillo de llamas sagradas.
Al dispersarse por el resto del recinto, la familia Fitch utiliza sus
velas para comenzar a encender el siguiente anillo. Una vez que esta
ceremonia sagrada está protegida por los cinco anillos de fuego, el
Profeta envuelve una cinta blanca satinada alrededor de mi muñeca
y sube por mi mano.

—Laurel Ann Henderson, juro que la pureza de tu alma será mi


mayor preocupación. Te guiaré a ti y a nuestra familia por el camino
sagrado profetizado por Zaaron. Juro ser un esposo y Profeta justo
para ti y nuestra familia. Tus mejores intereses serán siempre mi
intención en todo lo haga. Obedeceré a nuestro Dios y haré todo lo
que esté a mi alcance para asegurar que tú y el resto de los hijos de
Zaaron lleguen a la Estrella del Paraíso.

Ojalá tuviera más fe en mí misma de la que tengo. Es mi turno


de decir mis votos, y aunque esta mañana tenía cierta confianza en
ellos, ahora desearía que la tierra temblara y se abriera,
permitiéndome caer en ella.

Mi agarre de la cinta es inestable mientras envuelvo la otra


mitad alrededor de la muñeca del Profeta igual que él hizo con la
mía. Respiro profundamente y el aire vibra en mi garganta. Estoy a
punto de hacer una promesa que no quiero hacer delante de
Zaaron, mi Profeta y mis compañeros. Esperaba que los nervios de
los que hablaban las esposas Johnson desaparecieran, pero en este
momento son peores que nunca.

Por favor, no me dejes llorar delante de todos.

Cometo el error de levantar la vista, y me encuentro con la


mirada furiosa de Zebadiah. No sé qué espera que haga. Empujo
con todo lo que tengo para contener las lágrimas.

¿Le dirás lo siento? ¿Que solo estoy siendo obediente contigo? Por
favor, Zaaron, ¿lo ayudarás a entender y a perdonarme?

—Hiram Fitch, mi Profeta, juro servir a Zaaron, nuestro amable


Mesías, honrándote en todo lo que haga. Te obedeceré sin
cuestionar y me uniré a ti en nuestra tarea de poblar la Estrella del
Paraíso. Daré a luz a tus santos hijos y guiaré a nuestra familia por
su camino. Juro aceptar tus palabras como las de Zaaron y la
verdad absoluta.
Los pocos que tienen tambores los tocan a un ritmo unificado
mientras atamos los extremos de la cinta.

Nos guía alrededor del círculo final y dice:

—Este día y todos los días, nuestras almas están unidas, para
no separarse ni romperse nunca.

Me relamo los labios, permitiendo que la humedad necesaria


entre en mi boca. Las palabras que voy a prometer se convierten en
cuchillas en mi garganta.

—Aunque nuestros cuerpos se desplacen a la tierra, nuestras


almas permanecerán junto a Zaaron, por toda la eternidad —
termino.

Mete la mano en el bolsillo y saca un brazalete de plata con


intrincadas enredaderas talladas en el metal que rodean una
pequeña piedra pálida. Me lo pone en la muñeca libre.

—Ahora somos uno. —Deja que sus dedos se deslicen entre los
míos y levanta nuestras manos atadas—. ¡Celebremos en la gloria
de las muchas bendiciones de Zaaron!

El estruendo de los vítores hace que mi pecho se apriete tanto


que, por un momento, es imposible respirar.

Eso es todo. Se acabó.

Estoy atada... al Profeta.

Los invitados colocan las velas en los soportes de las mesas y


las cambian por puñados de pétalos de flores que nos lanzan. Sacan
la comida y, aunque parece deliciosa, no se va a comer en este
momento.

Aunque el término "atado" se refiere al sentido espiritual, en este


momento es cien por cien literal. Nuestras muñecas permanecen
atadas durante toda la celebración, eliminando cualquier
posibilidad de tener un momento a solas con Zeb.

Toda la noche es una felicitación tras otra. Mi familia me recibe


con los brazos abiertos, mi padre me sonríe por primera vez desde
antes de recibir la sangre de la inocencia. Mia no para de hablar de
lo guapa que estoy, y me duele el corazón por lo mucho que la
extrañaré. Mis músculos se relajan después de verlos. Me permito
intentar disfrutar de los festejos, y funciona... si no miro a Zebadiah
claro.

Todas las chicas actúan como si hubiera conseguido el premio


al marido. Supongo que según los estándares lógicos lo hice. Para
mí, mi marido premiado es ahora mi hijo. Aun así, me río mientras
se desmayan con mi vestido y mi pulsera. Ser el centro de atención
tiene sus ventajas, y disfruto hasta que la voz del Profeta me
susurra al oído.

—Es hora de mostrarte tu nuevo hogar.

Es como si los lazos serpentearan desde mi cabello y se


enredaran alrededor de mi cuello cuando nos ponemos de pie.

—Hijos de Zaaron, me siento humilde por su amor y amabilidad


esta noche. Por favor, quédense. Disfruten de la velada mientras mi
nueva novia y yo continuamos nuestra noche de enlace.

Formando un camino, todos los asistentes se ponen de pie para


despedirnos, lanzando pétalos de flores hasta que pasamos.

Los gritos y los aplausos se desvanecen en el fondo, guiándome


al silencio con mi nuevo esposo. Nunca estuve sola con él más que
unos momentos.

—Lo has hecho bien esta noche. Estoy satisfecho. Al igual que
Zaaron.

No puedo decidir entre "de nada" o "gracias", solo sé que estoy


agradecida que no esté enfadado conmigo.

—Me alivia oírte decir eso, Profeta.

—Es la misma lección que te enseñé en mi sermón de esta


mañana. Hay libertad en la servidumbre. Rápidamente verás que
renunciar a tu confianza y a la toma de decisiones en mí es un tipo
de liberación poderosa. Y por favor, ahora eres mi esposa. Para ti,
soy Hiram.
No sé qué decir, pero cumplir es siempre honorable.

—Por supuesto, Hiram.

Caminamos en silencio. Estoy a punto de hablar para aliviar la


incomodidad de todo cuando él suspira.

—Sé que las cosas empezaron mal entre nosotros. Entiende que
puedo ser un marido justo y equitativo mientras vivas dentro de la
ley espiritual.

—Deseo ser una mujer santa. Quiero que lo sepas.

—Lo sé, Zaaron me lo dijo.

Sus dedos aprietan mi mano y tomamos el camino que lleva al


rancho de los Fitch. Es la casa más grande del complejo, con
diferencia. Llamarla "casa" no le hace justicia porque está más
cerca de tener el tamaño de tres casas unidas.

Entramos en lo que parece ser la entrada principal de la casa.


Me guía a través de un comedor que lleva a una cocina y luego a
una zona de asientos. Me pregunto cuánto tiempo vamos a estar
atados mientras recorremos esta casa interminable.

Se para ante una puerta y la abre de un empujón. El atardecer


comienza a ascender, pintando el cielo de violetas oscuros a través
de las cortinas de flores. La habitación es más pequeña que la que
compartíamos Mia y yo en casa.

Enciende una cerilla para encender una lámpara y la coloca


junto a un ejemplar de El verdadero testamento en la mesilla de
noche. Hay un armario abierto, pero no tengo ropa para llenarlo,
aparte de mi vestido de unión. La mesa blanca del tocador me pide
que me siente en el taburete a juego. Anhelo pasar mis dedos por
sus detalles dorados y los diseños tallados en la madera. La colcha
y los cojines que adornan la cama parecen mullidos y suaves.

La cama.

La cama me devuelve el miedo con una fuerza tan dura que


agradezco la parte de la cinta que me mantiene en pie.
—Es tu dormitorio. Las noches que duermas sola, debes estar
en esta habitación a las diez y debes permanecer aquí hasta que se
te diga que puedes irte a la mañana siguiente. El uso del baño está
permitido durante estas horas. Sin embargo, te sugiero que
mantengas la frecuencia al mínimo.

No es raro que un marido le dé a su nueva esposa reglas


estrictas cuando se unen por primera vez, pero reduce mis
posibilidades de tener tiempo a solas con Zeb.

Asiento.

—Lo entiendo.

Levanta nuestras manos atadas y desata la cinta, liberándome


de él por primera vez en horas.

—Aunque esta noche no hay que preocuparse por eso.

La habitación empieza a reducirse. Siento que las paredes van


a aplastarme. Cierra la puerta y se quita el sombrero y la chaqueta
antes de colgarlos en las perchas de la pared. Cuando sus pulgares
se enganchan bajo sus tirantes para bajarlos, no puedo evitar que
las lágrimas me nublen la vista.

Se coloca frente a mí, y levanta mi barbilla. No mirarlo es


imposible, y cuando lo hago, la amabilidad presente en ellos hace
unos segundos se ha desvanecido.

—No llores. Es tu deber.

Por favor, ayúdame a ser fuerte. No creo que pueda hacer esto.

Cuanto más intento sofocar las lágrimas, más rápido caen. Sus
dedos desabrochan su camisa mientras dice:

—Date la vuelta.

Hago lo que me pide mientras mis lágrimas se niegan a parar.


El vestido se afloja mientras él se abre paso por la espalda. Me quito
las mangas de los brazos y salgo de él antes de girarme hacia él. Me
arden las orejas cuando su mirada recorre mi carne expuesta, e
instintivamente levanto la mano en un intento de cubrirme.
Me quita el hermoso vestido de las manos y lo tira en la silla del
tocador mientras se acerca a mí. Mete la mano en el bolsillo, saca
un cuchillo de caza y presiona el filo de la hoja contra mi hombro.

—Nos lo dice nuestro Dios, Zaaron, en El Verdadero Testamento:


"La sangre es la forma más sagrada de amor. Cuando un esposo
toma la sangre de su esposa, la toma dentro de él, para siempre". —
Pasa la hoja por mi piel y jadeo. Avanza, su lengua recorre la herida
antes de succionar mi carne expuesta. Cuando está satisfecho, se
endereza y me entrega la hoja. Mi sangre brilla en sus labios cuando
empujo el lado afilado del cuchillo contra su pecho. Continúa—:
Además, cuando la fuerza vital del novio es ingerida por la novia, el
vínculo del Ungido se vuelve irrompible, un círculo impenetrable.

Apretando mis ojos cerrados, lo hago pasar el cuchillo por su


pecho. Lentamente, abro los ojos y veo cómo el carmesí brota de su
piel. Su impaciencia disminuye con cada segundo que pasa, así que
me inclino hacia delante, y acerco mi boca al corte. Una vez que el
sabor metálico llega a mi lengua, succiono el líquido caliente hasta
que parece calmado.

Al retirarme, un gran sollozo salta de mis labios.

—¡Deja de llorar! —Levanta la mano y me golpea en la cara—.


Perra sin gracia.

Vuelvo a llorar ante su maldición, odio no ser más fuerte y


obediente.

—Me disculpo, Pr... Hiram.

Me agarra del brazo y me tira sobre la cama antes de


desabrocharse los pantalones. Me arrastro por el edredón cuando
me agarra por los tobillos y me tira hacia el borde. Me arranca las
botas, me sube la falda y me baja los calzones.

—Hubiera querido que esto fuera más placentero, pero de todos


modos, cumplirás con tu propósito.

Me separa tanto las piernas que temo que disloque mis caderas.
Lloro mientras él se pone encima de mí. La pesadez de su peso me
asfixia... me aplasta. Agarro su espalda, rogando que el aire llegue
a mis pulmones, cuando mi cuerpo es desgarrado por la mitad. Abro
la boca para gritar, pero sus manos me cortan la garganta.

—¡Es un regalo divino! —Me golpea una vez más, y el dolor es


tan insoportable que me pregunto si estoy muriendo—. No te lo
volveré a decir. Deja de llorar o te obligaré, mierda.

Su colgante del sigilo dorado me roza el pecho, y acepto que mi


rebeldía empeora las cosas. Mientras las lágrimas siguen cayendo,
dejo de luchar, quedándome quieta.

Dejo que se apodere de mi cuerpo y de mi alma mientras


contemplo el hermoso tocador blanco con relieves dorados.
9
MARCADO CON SANGRE

Laurel Ann
No hay ninguna mancha seca en mi almohada. No importa. El
sueño no está de mi lado y no quiere tener nada que ver conmigo.
Su espalda se extiende con su respiración constante. No debería
sentir esto hacia mi marido y Profeta, pero justo ahora, lo odio.

Mi primera vez con un hombre fue la peor experiencia de mi


vida. Me dolió más de lo que pude imaginar, y cuando terminó, no
dijo ni una palabra. Se bajó de mí para darse la vuelta e irse a
dormir, dejándome llorar en silencio.

Tu falta de voluntad para obedecer es repugnante.

Sus palabras se deslizan por mi mente haciendo que las


lágrimas ardan en mis ojos. Me duelen las costillas y me arden los
muslos. Solo quiero dejar de llorar. Canta un gallo y Hiram se
mueve. Necesito salir de la habitación antes de ahogarme. Necesito
alejarme de él. Me quito la pesada colcha de las piernas y me bajo
de la cama. Tomo la bata y los calzones, los ajusto todo lo posible y
salgo hacia el pasillo. Cada paso es doloroso, y no tengo ni idea de
dónde está el lavabo.

—Laurel Ann.
La voz de Zebadiah, incluso como un susurro, es inconfundible.
No sé qué esperar de él, solo sé que no puedo soportar su ira ahora.
Me giro hacia él, y su cabeza cae antes de sacudirla de un lado a
otro.

—Mierda.

Su maldición me sobresalta y me tapo la boca para acallar mi


jadeo.

—Zeb...

—Te golpeó. No pudo esperar a que pasara tu noche de unión.


—No entiendo cómo pudo saber eso. Como si leyera mi mente,
responde a mi pregunta no formulada—. Tu rostro, está herido.

Me toco el punto sensible debajo de mi ojo.

¡Deja de llorar! ¡Estás siendo tocada por la santidad!

No tengo mucho tiempo para hablar con él. No sé lo que voy a


decir, incluso mientras los pensamientos se forman en mi cabeza.
Anoche no es algo que puedo seguir viviendo. Darme cuenta de eso
hace que las palabras sean casi muy densas para pronunciarlas.

—No puedo quedarme aquí... con él. Me voy a casa.

Mi declaración queda suspendida en el aire, entre nosotros, y


ahora que lo dije en voz alta sé lo que tengo que hacer. No quiero
volver a sentir el toque del Profeta.

Sus ojos se agrandan tanto que creo que podrían salirse.

—¿De qué estás hablando?

Utilizo mis manos para callarlo.

—Fue horrible, Zeb. Voy a pedirle a mi padre que me lleve de


vuelta.

Niega como si estuviera organizando mis palabras en su cerebro.

—No funciona así. Has dicho tus votos. Eres suya para siempre.
Me sorprende que todavía pueda producir lágrimas, pero se
derraman como un río.

—No puedo vivir así. Lo siento... tal vez me convierta en alguien


indispensable.

Se frota la frente con frustración.

—¿Indispensable? ¡No existe! Tienes que aceptarlo.

—Yo... no puedo. —Ignoro el dolor de mi cuerpo y lo rodeo con


mis brazos, apoyando mi cabeza en su pecho—. Lo siento. —No sé
cómo va a resultar, solo sé que cualquier cosa es mejor que repetir
lo de anoche una y otra vez. Me inclino hacia atrás para ahuecar su
rostro. Es un pecado y lo sé. También dejar a mi nuevo marido. Lo
atraigo hacia mí mientras me pongo de puntas y presiono mis labios
contra los suyos. Mi corazón late violentamente en mi pecho y me
alejo para mirar sus desconcertados ojos azules—. Adiós, Zeb.

Regreso por el camino que me llevó Hiram la noche anterior con


Zebadiah siguiéndome, suplicándome que me quede hasta llegar a
la puerta principal. Él no puede salir de su casa, es su tiempo de
interrogatorio. Me levanto la falda y corro. De pie frente a su puerta,
ya no intenta susurrar, sino que grita mi nombre.

—¡Laurel Ann! ¡No lo hagas! ¡Laurel Ann!

El rancho de Fitch está en el lado opuesto del recinto de mi


granja. Ojalá hubiera tomado mis zapatos, pero esta decisión no fue
premeditada. Las rocas me dificultan correr, así que atravieso todos
los parches de hierba que puedo. Un dolor agudo apuñala mi
costado, y voy más despacio para recuperar el aliento cuando llego
al terreno común. Me cruzo con Henry Taub y Doc Kilmer, que me
lanzan miradas interrogativas.

El sol está desvaneciéndose en el horizonte, y sé que mi padre


debe estar despierto. La vista de mi granja es un consuelo para mi
alma destrozada. Tomo mi vestido, dejo al descubierto las medias
rotas, y subo corriendo el camino de tierra. Atravieso a toda prisa
el patio y subo al porche con pasos desesperados. Abro la puerta de
un empujón y cruzar el umbral es un alivio para mis pies cortados.
Mi padre está sentado en la mesa comiendo huevos y tostadas
cuando salta desde mi entrada. Su cara parpadea a través de la
confusión antes de convertirse en furia. Se pone en pie y se dirige
hacia mí, levanta la mano, pero cambia de opinión a mitad de
camino.

—¡¿Qué haces aquí?!

Caigo a sus pies y me agarro a sus botas.

—Por favor, déjame volver a casa, papá. No puedo estar atada al


Profeta... por favor, no me hagas volver.

Me duele más el ojo cuando lloro, aunque no es mi mayor


preocupación ahora. Necesito que lo entienda.

Su puño se cierra alrededor de la tela en mi hombro, y tira de


mí para ponerme de pie.

—¡No eres mi hija!— Me empuja hacia la puerta y caigo de


espaldas por los escalones, provocando más agonía en mi adolorido
cuerpo.

—Levántate.

Me pongo de rodillas y él no espera más. Me agarra por el brazo


y me arrastra hasta el costado de la casa, donde los caballos están
enganchados al carruaje. No espero a que me diga que entre. Fue
un error. No tengo ni idea de lo que me hizo pensar que me iba a
traer de vuelta a la familia.

Imaginar lo que va a hacer el Profeta mezclado con el rebote del


carruaje me revuelve las entrañas, empujándolas hacia mi
garganta. Me levanto de un salto para inclinarme sobre el costado,
viendo cómo los peones trabajan la tierra detrás de nosotros. Mi
padre se gira y me mira fijamente, sin decir nada.

Ni siquiera consigue detener el carruaje frente al templo cuando


Hiram sale.

—Profeta, no puedo disculparme lo suficiente...

El Profeta levanta la mano para detenerlo.


—No es tu culpa, hermano Benjamín. —Me mira con repulsión—
. Ella hizo su elección.

El Apóstol Keaton sale del templo.

—¿Qué necesitas de mí, Profeta?

Hiram me grita.

—Sal del carruaje. —Me apresuro a obedecer. No creo que nadie


tuvo nunca dos rituales de limpieza en una semana—. Llévala a la
sala de espera y reúnete conmigo en mi oficina.

El Apóstol Keaton asiente. Doy un paso para seguirlo cuando el


Profeta me agarra de la muñeca y me quita el brazalete. Mi padre
se burla de mí. No soy nada para él. El Apóstol me hace entrar en
el templo y me encierra en la primera sala de espera. No es así como
se hizo la última vez, hace que un malestar se adentre en mis poros.

La excomunión siempre es un temor para mí, especialmente


cuando era niña, pero nunca vi que le ocurriera a alguien. Creo que
una parte de mí no creía que lo hicieran realmente. Sentada aquí,
no lo dudo. No voy a recibir otra limpieza. Zaaron me perdonó y yo
se lo tiré en cara.

Oh, Zaaron, por favor no me reprendas. Lo siento. Estoy más


apenada de lo que nunca estuve.

Ha pasado mucho tiempo, pero para mí podrían haber sido solo


unos instantes. En esta habitación estoy a salvo, y no tengo prisa
por cambiarlo. Las medias rotas se me pegan a los pies
ensangrentados, así que me las quito, gimo por el dolor. La
cerradura de la puerta tintinea y el pomo gira. Cierro los ojos de
golpe, negándome a dejar pasar los siguientes momentos.

—Quítate la bata de unión.

El Profeta me habla como si cada palabra estuviera por debajo


de él. Si me quito el vestido, no tendré nada más que el corpiño y
los calzones. Por supuesto, él lo sabe.

Alargo la mano detrás de mí, suelto todos los pasadores que


puedo antes de dejar de lado mi humillación y obedecer. A pesar del
calor de la habitación, cuando el aire golpea la piel expuesta de mis
brazos, un escalofrío recorre mi cuerpo.

Me arranca el vestido de los dedos, toma la cuerda que lleva bajo


el brazo y me la ata alrededor de las muñecas, lo suficientemente
apretada como para clavarse en mi piel. Abre la puerta de un solo
golpe, y me arrastra por la sala de reuniones vacía. Estoy tentada a
luchar contra él y no dejar que haga esto. Pero sé que cualquier
intento sería inútil.

Las puertas del templo se abren, y las mismas caras que me


felicitaron y halagaron anoche, ahora me gruñen y me ven con
desprecio. Todos me odian. Sus expresiones son tan claras como el
cristal. Me conduce a través de la multitud que vomita su repulsión
por mis acciones.

Algo me golpea el estómago y el olor se me revuelve en la nariz.


Miro hacia abajo y veo un tomate rojo y podrido embadurnado en
mi falda blanca. El primero se convierte en una invitación para más.
Mi cuerpo, débil, es acribillado por la comida vieja. Todos me gritan
sobre las torturas que me esperan en el infierno y en el mundo
exterior. La humillación me hace llorar más que el dolor. Odio que
puedan ver mi carne y conocer mis pecados.

Todos nos siguen mientras él me lleva a la puerta principal del


recinto. Me hace girar el cuerpo para que mire a la multitud, y la
primera persona que encuentran mis ojos es mi padre. Se adelanta
a los furiosos seguidores para escupirme a los pies.

Sacando la hoja de la noche anterior, el Profeta me toma las


manos atadas y me atraviesa con el cuchillo la mano derecha,
haciéndome jadear por el pinchazo. Introduce su dedo en el corte,
cubriéndolo de carmesí mientras grito. Dibuja la X de excomunión
en mi frente, marcándome con sangre. Escucho los gritos de Mia
desde la multitud. Miro a través de los rostros furiosos para ver a
mi madre conteniéndose mientras se acerca a mí.

Benji Johnson se abre paso hacia el frente de la multitud. Su


pecho se agita y el terror consume sus rasgos. Obviamente, desea
hablar conmigo. No puedo verlo desde antes de su limpieza.
Mi corazón se hace añicos en la tierra alrededor de mis pies, y
las consecuencias de mis actos pesan sobre mis hombros. Zebadiah
ni siquiera está aquí, está confinado en el rancho. La certeza que
no volveré a verlo amenaza la fuerza de mis piernas y me ahoga el
pecho. ¿Por qué lo hice?

Lo siento mucho...

—Laurel Ann Henderson. Quedas excomulgada de la Tierra


Ungida. —Las palabras suenan en mi cerebro, consumiendo todo lo
que viene después de ellas—. Tu alma fue alcanzada por el Diablo,
y tus decisiones pecaminosas le dieron acceso al recinto. No estarás
bajo la gracia y la protección de Zaaron. Estás destinada a caminar
por esta tierra durante el resto de tus días en ausencia de su santa
presencia. No te reunirás con nosotros en la Estrella del Paraíso, y
nunca más sentirás la paz. Tu alma estará siempre atormentada.

Las puertas se abren y, cuando paso por el borde del recinto, mi


cuerpo se consume en escalofríos. El deseo de arrodillarme y
suplicar es insoportable, pero está hecho. No haría más que
aumentar mi mortificación.

El campo frente a mí se extiende por kilómetros. Me giro hacia


el único lugar que conozco, observo cómo las personas que solían
ser mi mundo se alejan de mí. Los miro fijamente hasta que
desaparecen y me quedo verdaderamente sola.

Los mirlos vuelan a través de un cielo azul y brillante sin saber


que mi mundo se rompe. No sé a dónde ir, y no hay forma de evitar
a los filisteos. Es su mundo. Mis pies me hacen avanzar, y los dejo.
No importa a dónde me lleven.

No será a casa.

El borde del campo está cortado por una línea de árboles, así
que lo sigo hasta llegar a una carretera. La tierra abierta y los
campos se extienden a mi alrededor en todas las direcciones. El
corazón se me clava en el pecho y no sé si es pánico o angustia.
Ahora no soy nada. Me aparté de mi Dios y lo perdí todo. Aunque
los paganos me acepten, no los aceptaré. No permitiré que
oscurezcan mi alma más de lo que ya está. Prefiero estar sola por el
resto de mi vida.
Aparte de una casa ocasional en la distancia, no hay nada
alrededor. Apenas pienso en la suerte que tengo de no ver un filisteo
cuando escucho un ruidoso estruendo. Se hace más fuerte con cada
segundo que pasa. Giro la cabeza en busca de algún lugar donde
esconderme, pero no hay nada más que el vacío. Está justo detrás
de mí y, aunque mi mente me ruega que no lo haga, me doy la
vuelta. Comienza como un punto negro que se agranda a una
velocidad aterradora. Una nube de tierra se arrastra detrás de él, y
no importa que tan rápido corra, estará sobre mí antes que logre
avanzar unos pocos metros. Aun así, tengo que intentarlo.

Mis muñecas atadas me limitan más de lo que espero. Las rocas


se clavan en mis pies y mi pierna cede, haciéndome caer. El sonido
comienza a disminuir hasta que una máquina metálica que parece
un caballo sobre dos ruedas de goma, salta y se detiene a toda
velocidad justo al lado de donde estoy. Una bota negra atada lo que
sin duda es un filisteo, aterriza en el suelo junto a mis manos
atadas. Los latidos de mi corazón son tan rápidos y fuertes que no
puedo entender lo que dice. Levanto las manos en un intento de
bloquear el sol que me ciega. El hombre va todo de negro, aparte
del metal plateado que lleva. Tiene el cabello oscuro recogido y su
barba es la más larga que vi nunca.

Se agacha frente a mí y sonríe.

—¿Está bien, señorita? ¿A dónde vas?

Me tiende la mano y sé la devuelvo. No hay manera que ponga


sus sucias manos sobre mí.

—No me toques. Eres un hombre malo.

Su risa agita todo su cuerpo, e intento apartarme lentamente.

—Así es. Pero por suerte para ti, no para las niñas que parece
que lo pasan bastante mal. ¿Por qué no te subes a la moto, te desato
las manos y te llevo a una comisaría, de acuerdo?

—¡No voy a ninguna parte contigo!

Vuelve a alcanzarme, así que uso toda mi fuerza para patear su


rodilla con mi tacón.
—¡Ah! ¡Mierda, chica, trato de ayudarte!

Me arrastro hacia atrás mientras sus dedos agarran mi falda.


No miro si me persigue cuando me pongo de rodillas y me pongo de
pie. Mi velocidad aumenta una vez que piso el campo, pero sé que
no puedo correr más rápido que él.

Si todavía estás escuchando, por favor no dejes que me haga


daño.

El rugido de la máquina del hombre me hace detenerme. Miro


por encima del hombro para ver cómo se aleja.

Estoy bien. Estoy a salvo.

Gracias, Zaaron.

A medida que mi corazón disminuye, el miedo se va y el alivio


momentáneo se apodera de mí. ¿Es así como va a ser ahora? ¿Cada
minuto de cada día corriendo y escondiéndome del mal que cubre
este lugar? ¿Sustituirá el terror al amor y la felicidad que una vez
sentí? La vergüenza, el arrepentimiento y el miedo se unen en un
nudo que sube por mi garganta. Las lágrimas se derraman como la
lluvia mientras caigo al suelo y lloro.

Me permito unos momentos para llorar la pérdida de todo lo que


he conocido, porque necesito cada una de todas las fuerzas que me
quedan para sobrevivir aquí.

Cuerpo y alma.

Tiro de las ataduras. Por una vez, agradezco haber sudado


cuando mi mano se libera de la cuerda. Exhalo un suspiro de alivio,
y suelto la otra muñeca. Finalmente, me pongo de pie, me sacudo
el polvo y continúo mi viaje a ninguna parte. Llego de nuevo a la
carretera, donde me quedo con la paz de estar sola.

Me duelen los pies, me duelen las piernas, tengo hambre, estoy


empapada de sudor y creo que podría deshidratarme pronto si no
tomo agua. El hecho de saber que no tengo una cama en la que
recostar la cabeza esta noche me devuelve las náuseas.

Beep-boop. Beep-boop.
La piel me salta de los huesos ante el sonido intrusivo. Hay voces
que suenan pequeñas, como si estuvieran atrapadas. Me giro y veo
luces azules y rojas que parpadean en círculo sobre una caja
metálica blanca con ruedas. Un hombre con pantalones, camisa y
sombrero negros camina hacia mí con una mano en la cadera y la
otra extendida. Se escuchan más pitidos y voces, pero no veo a
nadie más cerca.

Muevo mis pies, corriendo incluso antes de darme la vuelta.

—¡Para!

Sus pasos se acercan, instándome a correr más rápido. Pero es


inútil, porque sus manos me rodean los hombros.

—¡No me toques! —Intento zafarme de su agarre, pero mi fuerza


es inexistente en comparación con la suya. Pataleo y grito, y aunque
sus manos son resbaladizas por el sudor, todavía es capaz de
aguantar.

—¡Señora! ¡Está sangrando! ¡Deténgase! Estoy aquí para


ayudarla. Solo voy a llevarla a la estación.

—¡Ayúdame dejándome en paz! —Piso sus pies y le doy un


codazo en el estómago. Gruñe y forcejea, pero sigo en sus manos.

—Es su última advertencia. Deja de moverte. No quiero


esposarte, pero lo haré —Su brazo me rodea, y pasa por mi rostro,
así que aprieto mis dientes en su muñeca, mordiendo con toda mi
fuerza.

—¡Ugh! ¡Maldita sea!

Arranca su brazo de mi boca mientras dobla el mío por detrás


de mi espalda. Algo duro se clava en mis muñecas y no puedo
separarlas.

—¡¿Qué me has hecho?!

No llevo ni un día fuera del recinto y ya me han capturado.


Intento no pensar en las cosas aterradoras que me esperan una vez
que llegue a "la estación".
—¿Qué te hice? Me has roto la piel, pequeña delincuente.
Tendrás suerte si no presento cargos.

Me empuja a la parte trasera de la caja metálica que lleva escrito


en el lateral Kiowa County Sheriff, y cierra la puerta de mi lado.
Debe tratarse de algún tipo de auto, porque cuando se sienta en el
asiento frente a mí, este se pone en marcha y comenzamos a
avanzar. No entiendo cómo es posible cuando no hay caballos que
tiren de nosotros. En unos instantes, los campos pasan a mi lado
de forma borrosa. No me gusta la forma en eso hace que mi cuerpo
se sienta. Apuesto a que esto es una especie de truco filisteo.

—¿De dónde eres? —Estoy segura que le encantaría saberlo. No


le contesto. Puede obligarme a ir a "la estación", pero no puede
obligarme a hablar con él. Aunque hay una reja que nos separa,
puedo ver cómo sus hombros se levantan con su suspiro—. ¿Vienes
de ese extraño lugar de culto de hace unos años? —Mantengo los
labios cerrados y lo miro fijamente en el pequeño espejo que hay
sobre su cabeza—. Es solo tu ropa. Son... diferentes. “Vintage” como
diría mi hijastra. —No sé ni la mitad de las cosas que habla.
Resopla—: Si no me dices de dónde eres, ¿cómo voy a llevarte a
casa? —Por alguna razón, en su retorcido cerebro pagano, cree que
mi silencio es una invitación a seguir haciendo preguntas—. ¿Cómo
te llamas?

Los campos se dispersan, sustituidos por casas y edificios. Los


carros metálicos están ahora por todas partes.

Nos detenemos ante un semáforo en rojo y él se gira en su


asiento para que pueda verlo.

—¿Me dirás al menos a dónde ibas?

Sus preguntas son un crudo recuerdo de mi situación. Odio al


hombre. Lo odio por secuestrarme. Lo odio simplemente por lo que
es, un malvado y sucio pecador.

—Tu alma es un montón de bilis. Me da asco. No te voy a decir


nada.

Su cabeza retrocede antes de girarse para conducir de nuevo.


—Bien. Entonces no me queda más remedio que llamar a los
servicios sociales.

No se nos permite saber casi nada del mundo exterior. Está


prohibido, y me parecía bien hasta ahora. No sé de qué habla, y
podría significar cualquier cosa.

—¿Van a hacerme daño?

—¿Qué? No. —Niega, y el extraño carruaje reduce la velocidad


hasta detenerse por completo. El ruido se calma, dejándonos
sentados en silencio—. Te llevarán al hogar de niños de Tipton
hasta que haya una familia de acogida disponible. ¿A menos que
quieras empezar a hablar?

¿Hogar para niños? No suena tan mal. Tal vez los niños filisteos
aún no son tan corruptos como sus homólogos adultos. ¿Por qué
actuó como si tuviera una opción? Aquí es donde viviré y moriré.
Sola. Ya no estoy protegida por Zaaron. Sin embargo, todavía sé la
verdad. Mantendré mi alma pura. No permitiré que estos paganos
la ensucien. Viviré una vida tan santa como sea posible fuera de las
puertas del recinto, y tal vez cuando muera, todavía llegue a la
Estrella del Paraíso. Sé que la profecía dice que los expulsados de
la Tierra Ungida están destinados a morir de hambre para siempre
por la presencia de Zaaron, pero tengo que intentarlo. Tengo que
hacerlo.

Por favor, déjame mostrarte cómo anhelo ser consagrada una vez
más.
10
FLORES BLANCAS Y AMARILLAS

Zebadiah
Me quedo inmóvil. La forma que habla me aterra, pero su sabor
es en lo único que pienso. Sus labios tocan los míos por primera
vez. Pensé tantas veces en besarla, pero sabía que no era justo
forzarla a cometer ese pecado. No quería que se enfadara conmigo.
Ahora, desearía haberme arriesgado.

Sus labios se separan y susurra:

—Adiós, Zeb.

El corazón se me cae a mi estómago mientras ella gira para irse.


Ella no puede hacerlo. La harán pagarlo, y será cruel. Me apresuro
a seguirla. Solo tiene que calmarse.

—Mira, sé que estás asustada, y estoy seguro que te hizo pasar


mucho dolor, pero si lo obedeces, puede ser soportable. Por favor,
escucha. Si te vas, las cosas serán peores. —Me apresuro a decir
mis palabras mientras ignora mis intentos de hacerla entrar en
razón. No puede entender la magnitud del daño que está a punto
de causar. Abre la puerta de un tirón, y sale corriendo de la casa,
el miedo a cómo reaccionará me revuelve el estómago—. ¡Laurel
Ann! No lo hagas. ¡Laurel Ann! —Llega al borde del patio. Por una
fracción de segundo, considero romper mi tiempo de interrogatorio
para seguirla, pero está claro que está decidida. Enfadarla más solo
lo hará más difícil para ambos. No puedo creer que lo haga. Golpeo
mi mano contra el marco de la puerta.

—¡Mierda!

El cuello de mi camisa se estrecha alrededor de mi cuello


mientras me arrojan y me empujan contra la pared. Mi padre está
de pie frente a mí, furioso. Sin camiseta y descalzo, solo lleva
pantalones. El dorso de su mano golpea con fuerza mi mejilla.

—¡No hables así en esta santa casa! —Mira por encima de mi


hombro, por la puerta abierta—. ¿Dónde está ella?

Me trago cualquier palabra que pueda tener. Quiero tirarlo al


suelo, golpearlo una y otra vez, convertir su cara en nada más que
rasgos ensangrentados. Lo odio por tomar a Laurel Ann como
esposa, lo odio por acostarse con ella y lo odio por haberle hecho
daño. Alargo la mano para empujarlo.

—¡Fue a cualquier sitio para alejarse de ti! —grito y aprieto los


puños para no volver a golpearlo.

Me rodea el cuello con la mano, me aprieta con fuerza y me


golpea la cabeza contra el marco de la puerta.

—¡¿DÓNDE ESTÁ?! —grita en mi rostro.

Me ahogo, mi garganta amenazando con ser aplastada. Agarro


su mano, incapaz de responder, aunque tenga la intención de
hacerlo. Mi visión se vuelve borrosa y mi mente pierde el foco.

Mi madre grita en la distancia hasta que, finalmente, me libera


de sus garras. Me desplomo en el suelo, y jadeo en un intento de
volver a llenar mis pulmones de aire.

Antes que pueda regular mi respiración, me agarra por el brazo


y me arrastra por el pasillo. Miro por encima de mi hombro a Zeke,
vestido solo con su traje de unión, que frunciendo el ceño con
preocupación. Jacob está a su lado disimulando su sonrisa. Pongo
los ojos en blanco, me arrastran por el pasillo hasta mi habitación.
Me arroja al interior y caigo al suelo.

—No dejarás este lugar hasta que Keaton te lleve a la sala de


espera.

La puerta se cierra de golpe tras él y vuelve pisando fuerte por


el pasillo, donde escucho a mis madres preguntar qué está
pasando.

Me arrastro por la cama, me froto la garganta, y gimo mientras


me acuesto y miro las vigas de madera del techo. Una parte de mí
está orgulloso de ella por enfrentarse a él. Nunca tuvo miedo de
decir lo que piensa, al menos no a mí, y es una de las millones de
cosas de ella que la convierten en mi persona favorita de la Tierra
Ungida. Siempre desee que mis madres fueran más fuertes y se
defiendan, aunque lógicamente veo por qué no lo hacen. Ahora,
deseo que ella se parezca más a ellas.

Si tan solo fuera el Profeta. Entonces Zaaron me diría qué ella


sería mía. Su ira puede ser espantosa y vengativa. A menudo me
pregunto cómo será compartir una mente con Él.

El mes pasado, Rose Taub fue sorprendida robando frutas del


almacén general por tercera vez. Henry Taub tiene la costumbre de
utilizar la comida como herramienta para mantener a sus esposas
a raya, y a Rose la mataba de hambre por faltarle al respeto. Por el
pecado de robo, Zaaron ordenó a mi padre que le quitara los tres
dedos centrales de la mano derecha.

Si se lo hizo a una mujer que solo tenía hambre de comida, ¿qué


le hará a Laurel Ann por escupirle su bendición en la cara?

Sin darme cuenta, me quedo dormido y me despierto


sobresaltado cuando la puerta de mi habitación se abre de golpe.

—Levántate —grita mi padre.


Poniéndome en pie, miro su cara enfadada.

—¿Qué le vas a hacer?

Sus fosas nasales se agitan mientras me mira fijamente durante


un largo y tedioso momento.

—Solo hago lo que me ordena Zaaron. Ahora, muévete. Tu tío


está aquí para llevarte a la sala de espera.

—Solo dime que estará bien... por favor.

Se estremece como si fuera a golpearme, pero en vez de eso da


un paso más.

—Escúchame. Eres Zebadiah Immanuel Fitch. Tienes un


destino. Un plan establecido para ti por nuestro Dios. —Agarra mis
brazos, y me sacude—. ¿No ves que, luchando contra mí, estás
luchando contra Él? Las cosas van a cambiar, hijo mío. Si tengo
que repetirlo, no disfrutarás del resultado.

Pierdo el equilibrio y tropiezo hacia atrás. No me importa mi


maldito destino. Solo quiero saber que va a estar bien.

Me burlo y paso junto a él para salir de mi habitación.

—Sí, señor.

Cuando llego al comedor, mi tío Keaton está con mis madres.


Me gruñe como saludo. Mi madre corre hacia mí, abraza mi cuello
y me besa.

—Sé obediente, cariño. Nada te puede pasar, no podría


soportarlo —susurra con urgencia.

Se me hace un nudo en la garganta, mis ojos se abren de par en


par ante lo que podría estar insinuando su comentario.

—¿Qué no me puede pasar, mamá?

Justo cuando mi padre aparece en la puerta, mi tío dice.

—Debemos irnos, Zebadiah.


Es difícil encontrar mi aliento. Mi padre me estuvo presionando
durante los últimos meses para que estudie el Verdadero
Testamento y otros textos religiosos. Es importante que el Profeta
tenga un amplio conocimiento de todo lo relacionado con nuestro
sistema de creencias. Lo estuve posponiendo, pero ahora estoy
enfadado por mi demora. Si conociera la ley espiritual por dentro y
por fuera, tal vez tendría una mejor idea de los horrores que le
esperan.

Apartándome de la mirada de mi padre, hago lo que me dicen y


sigo a mi tío Keaton por la puerta principal. Caminamos por el
sendero, y espero hasta que estemos a una buena distancia de la
casa antes de hablar.

—¿Me dirá qué va a ser de ella? Por favor, tío Keaton.

Suspira y se adelanta a mí.

—Me ordenaron específicamente que no te diera esa


información.

Apresurándome a seguirle el ritmo, camino a su lado con paso


ligero.

—Dime, ¿va a seguir unida a mi padre?

Con el ceño fruncido, gruñe. No creo que vaya a responder


cuando finalmente dice:

—No.

El pulso me late en las sienes y me paso la mano por la boca. La


están despojando de su posición como esposa del Profeta, para la
mayoría sería una pérdida devastadora. Pero no para ella. Mi padre
lo sabe, y Zaaron también. Tiene que haber algo más reservado para
ella.

—¿Recibirá otra limpieza?

Niega y camina más rápido.

—Basta de hablar de la chica. No hablemos más.


Me muerdo la lengua ante el deseo de llamarlo perro de mi
padre. Insultarlo no me llevará a ninguna parte.

Mientras caminamos por el terreno común, busco cualquier


señal de ella. Mi tío no vuelve a hablarme hasta que me lleva a mi
sala de espera. Utiliza una cerilla para encender la lámpara antes
de dirigirse a la puerta.

—Tus decisiones van más allá de ti. Todo tiene una


consecuencia. —No habla tan a menudo, así que sus palabras me
sorprenden. Se quita el sombrero mientras sale de la habitación—.
Descansa un poco, chico.

Ella no está ahí.

Mi respiración sale entrecortada mientras me froto la cabeza.


Creo que el yugo cornal me cortó cuando me lo quitaron. Estoy
encorvado en la esquina de la caja del arrepentimiento, junto al
tanque de agua. Incluso con mi cuerpo en agonía, mis
pensamientos se niegan a abandonarla.

Busqué su rostro entre la multitud durante toda mi limpieza.


Grité mientras mi padre me quemaba y cortaba mi espalda, todo el
tiempo, solo quería ver sus ojos.

Mis hermanos siguieron sus aparentes órdenes negándose a


dirigirme una palabra cuando me llevaron la comida a la sala de
espera. Los pocos momentos que pasé con mi padre antes del ritual
no fueron más que amenazas e insultos.

El peor escenario posible me persigue. Nunca vi una


excomunión aparte de la madre de Benji, y fue su elección. Tengo
que creer que Zaaron no la expulsaría por esto. Ella no quiere nada
más que ir a la Estrella del Paraíso.

Probablemente esté en la otra sala de espera. Tiene que estarlo.


Muevo mi cuerpo para yacer debajo el tanque de agua y aprieto
los dientes por el dolor. Me gustaría creer que cada decisión tomada
por mi padre, si se trata de la ley espiritual, es sancionada, pero
hoy se sintió como algo personal. Doce latigazos y cuarenta y cinco
horas en la caja es excesivo, incluso para las peores ofensas. Dando
un ejemplo de mí.

Utilizando mi camisa rota como almohada, me acuesto debajo


de la boquilla y abro la boca, esperando que caiga una gota de agua.

Intento imaginar todos los mejores resultados. Tal vez me esté


asustando sin razón. Sin embargo, hay una inquietud que se niega
a disolverse.

Cierro los ojos cuando una gota de agua cae en mi boca, y la


saboreo. Me doy cuenta que, siendo el tanque de agua la única
fuente de alivio en la caja, probablemente pasó su tiempo aquí
acostada en el mismo lugar. Eso hace que mi pecho se sienta en
carne viva al pensar que ella pasó por esto también. Estoy
acostumbrado a los abusos de mi padre, pero no me preparó para
ésto. Hubo momentos, cuando el látigo desgarró mi carne, en los
que temía mi capacidad de sobrevivir.

La culpa me golpea en el pecho y apenas puedo respirar. Ella


nunca habría mentido sobre la sangre si yo no se lo hubiera
sugerido. Esta reacción en cadena de acontecimientos recae sobre
mis hombros. Lo que le ocurra es culpa mía.

Por favor, no dejes que ella sufra por mis acciones. Aunque
respondió por miedo, mis decisiones nacieron del egoísmo. Si alguien
merece su ira, soy yo. Ella significa tanto para mí que pensé en mis
propios deseos y no en el bien de la Tierra Ungida. Sé que debo
hacerlo mejor si quiero ser un Profeta honorable, y juro tomar las
decisiones más santas. Simplemente te pido que la perdones. Sé que
estoy destinado a gobernar el recinto, pero no asumí la
responsabilidad de ello. Por favor, muéstrale tu gracia, y seré el
hombre que quieres que sea. El hombre que has profetizado que
sería.
La luz que no he visto durante lo que parecen ser días me quema
los ojos cuando mi padre llega para liberarme de mi confinamiento.

—Ve inmediatamente a casa y espérame en tu habitación. —Su


voz rebota en las paredes de la caja de madera.

Asiento y me muerdo la lengua hasta sentir dolor para evitar


preguntar por ella. De todos modos, no me responderá. Mi camisa
cuelga abierta, dejando al descubierto la sensible carne de mi
espalda. El sol deslumbrante, me nubla la vista, y mis piernas no
fueron usadas en horas. Se tambalean debajo de mí, y me caigo de
la tabla al intentar salir.

Mi padre no intenta ayudarme a levantarme ni me habla en


absoluto. Me obligo a ponerme de pie antes de darle la espalda y
caminar hacia el rancho.

A lo lejos, suena el timbre del colegio. El sonido solía encender


la alegría por el fin de otro día de clases, y ahora solo trae ansiedad.

Nunca antes tardé tanto en llegar a casa, y cada vez es más


difícil no parar y caerme al suelo. Lo único que me impulsa es la
posibilidad de obtener respuestas de alguien de mi familia.

La hierba cruje detrás de mí, y me giro para ver a mi hermano,


Jacob, corriendo hacia mí.

—Así que, finalmente estás fuera, ¿eh?

—Está claro que tú eres el que tiene el cerebro en la familia.

No se ríe de mi sarcasmo, solo aprieta los dientes y se burla de


mí.

—Lástima que todo fuera en vano.

Mi sangre se convierte en piedra en mis venas.


—¿Qué quieres decir?

Encogiéndose de hombros, continúa caminando.

—Solo quiero decir que eres el futuro Profeta. Has arriesgado tu


alma por esa perra manchada, y Zaaron la excomulgó de todos
modos.

Mi cuerpo se consume con un ardor tan intenso como el fuego


de mi limpieza. Mi agotamiento es tragado por la vehemencia,
alimentada por la angustia.

¡¿Excomulgada?! ¡¿La ha excomulgado?!

Un rugido sale de mi garganta antes de tirarlo al suelo. No noto


el dolor de hace unos momentos. No siento nada más allá de la
traición, la pena y la rabia. En algún lugar de mi mente, sé que mi
hermano no es quien realmente quiero que reciba mi furia, pero
dejo que mis puños caigan sobre su cuerpo de todos modos.

Sé que le grito, pero no recuerdo las últimas palabras que salen


de mi boca. Intenta cubrirse la cara, aprieta las rodillas contra su
pecho. Algo me rodea el brazo y me aparta de él.

—¡Zeb! ¡Zeb! ¡Detente! —Los temblores detrás de mis ojos cesan,


permitiéndome concentrarme en Zeke—. ¿Estás loco?

Jacob escupe al suelo y se limpia el labio.

—Espera a que papá se entere de esto.

La mandíbula de Ezekiel se aprieta mientras señala con un dedo


a nuestro hermano.

—Mantendrás tu engañosa boca cerrada o te la cerraré. —Su ira


es rara, sin embargo, si lo presionan lo suficiente, su temperamento
puede ser despiadado. Girándose hacia mí, su expresión se
suaviza—. ¿Qué haces?

De todos mis hermanos, soy con diferencia el más cercano a


Zeke. Se burló de mí por todo el tiempo que pasé con Laurel Ann,
pero siempre estuvo ahí para escuchar, y es el único que sabe lo
que realmente siento por ella.
No tengo que ser fuerte delante de él, no lo soy. Dejo que las
lágrimas caigan libremente.

—¿Realmente se fue?

Cierra los ojos y me hace un leve gesto de asentimiento. Mi


pecho se agita y niego como si mi negación pueda deshacer lo que
ha hecho. La ira es la fuente de vida de mi nuevo vigor mientras
corro desde mis hermanos hasta la valla. Zeke me llama por mi
nombre, y lo bloqueo, uso cada gramo de energía para llegar al
borde del recinto.

Mis dedos agarran la valla. Observo el campo más allá en busca


de alguna señal de ella, y solo encuentro el vacío. Mirar hacia abajo
me destroza aún más cuando veo las flores amarillas y blancas que
crecen contra la madera de la valla. Una sonrisa aparece entre mis
sollozos al recordar el día en que por fin me armé de valor para
hablar con ella.

Tengo las manos pegajosas y sudorosas alrededor del ramo que


sostengo en la mano. Me recuerda a una estrella fugaz, por la forma
en que brilla cuando sonríe. Su risa me hace cosquillas en el
estómago cuando me acerco a ella entre las flores silvestres. Espero
que esté contenta con las que elegí para ella. El blanco y el amarillo
contra su cabello rojo lo harían parecer como si estuviera en llamas.
¿Por qué me siento tan raro? No decido si estoy asustado o
emocionado.

Levanta la cabeza y nuestros ojos se encuentran. Sus mejillas,


llenas de pecas se sonrojan y sus labios carnosos y rosados trazan
una sonrisa. Se coloca el cabello detrás de la oreja y agita sus largas
pestañas.

—Hola, Zebadiah.

Creo que voy a vomitar.

—Eh, hola, Laurel Ann... elegí estas para tu corona. —Se los doy,
y mi corazón da un vuelco ante su dulce expresión—. Pensé que se
verían bonitas en tu cabello.

Ella los acepta con una suave sonrisa.


—¿Son solo para mí? —Asiento y me meto las manos en los
bolsillos—. Son perfectas. Gracias.

Me da un abrazo mientras una sonrisa estira mis mejillas. Ella


huele como las flores en las que nos encontramos.

Caigo de rodillas, llorando mientras maldigo a mi Dios.

¿Cómo has podido quitármela?

Sé que esta noche voy a lamentar mi desobediencia. El dolor de


mis azotes y la intensa necesidad de comida vuelven a consumir mi
cuerpo. No sé cómo voy a aguantar los pasos hasta el porche y
mucho menos más palizas de mi padre. No puedo dejar de mirar
fuera de la valla, como si hubiera una posibilidad que apareciera.

—Oye... ¿estás bien?

Salto ante la inesperada voz y me giro para ver a Benji Johnson.


Se mueve para sentarse contra la valla a mi lado.

—No puedo creer que realmente la envió ahí. —Niego y escucho


las lágrimas en mi propia voz—. ¿Y si le hacen daño?

Su expresión se suaviza con una pequeña sonrisa.

—Ella es fuerte. No tengo duda que puede cuidar de sí misma.

Puede que mi enfado esté fuera de lugar, parece que soy el único
que entiende que no la volveremos a ver. ¿No se dan cuenta que se
fue no solo en esta vida, sino en la de después?

—¡Es tu maldita familia, Benji! ¡¿Cómo no puedes estar más


molesto por esto?!

Ignora mi arrebato, y apoya su cabeza en la valla.

—Solo es mi prima segunda, no más pariente que la mayoría de


la gente. Y estoy disgustado, también era mi amiga. Si pudiera
hacer algo para evitarlo, lo habría hecho.

El inevitable sentimiento de culpa por gritarle se apodera de mí


y me paso las manos por la cara.
—Lo siento. Sé que te preocupas por ella. Estoy enojado con
Zaaron y mi padre, no contigo.

Su cabeza se inclina mientras rodea sus rodillas con los brazos.

—¿Cómo puede ser esto culpa del Profeta? Solo obedece a


Zaaron.

Estuve apretando la mandíbula sin saberlo, así que me obligo a


relajarme.

—¡No tenía por qué hacerlo! Zaaron deja claro que la penitencia
por el pecado es una limpieza, pero los miembros de mi familia no
reciben ni una cuarta parte de las limpiezas que deberían. Podría
elegir tomar su propia decisión. Podría mantenerla aquí.

Con la mirada perdida en sus pensamientos, mira fijamente


hacia el terreno común.

—¿Lo habrías hecho? Cuando te conviertas en Profeta,


¿obedecerás todo lo que te diga Zaaron?

Me resulta difícil admitir incluso a mí mismo que no poseo el


deseo de ser Profeta. No quiero pasar mi vida siendo el secuaz de
Zaaron.

De pie, me quito la suciedad de los pantalones.

—No lo sé. Solo sé que seré un Profeta mejor que él. Gobernaré
con amabilidad, no con crueldad.

Levanta las cejas y ladea la boca como si se esforzara por


creerme.

—Espero que lo hagas. Probablemente serás el que nos lleve a


todos a la Estrella del Paraíso.

Mi padre me lo recuerda con frecuencia. Tendré sesenta y cuatro


años cuando se produzca la Abolición y, muy probablemente, el
Profeta final.

—Será mejor que me vaya, mi padre me espera.


Lucho por volver al rancho. Estoy tan hambriento y cansado,
que mi cama y la posibilidad de comer son las únicas cosas que
mantienen mis pies avanzando uno frente al otro. Llego a los
escalones del porche y me da miedo subirlos. Me siento al borde del
colapso.

Cuando llego a la puerta, esta se abre y la hermana Karen me


ayuda a entrar.

—Zebadiah, ¿dónde estabas? Hace más de una hora que te


espero. —Mis hermanos y hermanas se sientan a la mesa, pero no
levanto la vista para ver cuáles son. Me lleva al baño tan rápido
como puedo—. El agua estará ahora fría, y debes comer en la
bañera si quieres comida. Hiram volverá pronto.

Cada vez que mis madres hablan de él hay un tono oculto de


miedo. Como si caminaran por un lago helado y un paso en falso
las hiciera caer.

—Acabo... acabo de descubrir lo de Laurel Ann.

Sostiene mi cara entre sus manos y me besa en frente antes de


quitarme la camisa hecha trizas de mis brazos. Desabrocho los
pantalones, y me los quito y también el traje roto de sindicato
mientras ella me quita los zapatos. Una vez desnudo, me ayuda a
meterme en la bañera apenas tibia.

—Vuelvo enseguida con un poco de guiso.

Se apresura a volver al pasillo y hago lo posible por limpiarme.


Incluso el agua fría, cura y lava la suciedad. Cuando la hermana
Karen regresa, me pone un cuenco en las manos y me ordena que
coma.

Con el primer bocado siento alivio en el estómago. Físicamente,


empiezo a revivir mientras me lava el cabello.

Una vez limpio, saca el bálsamo del armario y me envuelve la


toalla alrededor de la cintura, moviéndose ahora mucho más
rápido. Sus suaves dedos frotan la medicina en mis heridas. Gimo
por el ardor, sé que mañana me sentiré mucho mejor. El frasco
suena al cerrar la tapa.
—Ve a tu habitación y espera a tu padre.

—Sí, señora.

Se apresura a mi lado para llevarse el cuenco de estofado vacío


a la cocina, dándome una palmadita en el brazo antes que baje por
el pasillo hasta mi dormitorio. Al entrar, me recibe inmediatamente
Ezekiel, como si me estuviera esperando.

—Hola.

Su voz está llena de compasión, y enciende el fuego que hierve.


No quiero que sienta pena por mí. Quiero que se enfade por mí. Por
ella. Voy al armario por un nuevo pantalón y una camisa. Abro mi
vestidor, saco un traje de sindicato nuevo.

—¡¿Alguien intentó siquiera detenerlo?! ¿Alguien luchó por ella?

Dejo caer la toalla para ponerme la ropa interior y los


pantalones. Se burla, mira por la ventana antes de encontrar mi
mirada.

—¿Qué debíamos hacer, Zeb? Ninguno de nosotros podría


evitarlo.

Camino hacia él con la camisa aún en la mano, lo señalo con un


dedo mientras mi furia vuelve a salir.

—¡Deberías haberlo intentado!

—¡Zebadiah!

La voz de mi padre suena detrás de mí, y enciende mi


vehemencia. Giro sobre él, y ver su cara me impulsa hacia adelante.
Lo empujo tan fuerte como puedo, una, dos veces.

—¡¿Cómo has podido?! ¡¿Cómo has podido enviarla ahí?! —Le


grito, con la saliva volando y las lágrimas caen por mi cara—. ¡Me
lo has quitado todo!

Su respuesta es su puñetazo contra mi mandíbula. Caigo hacia


atrás para que me tire de los cabellos y me golpee con fuerza en las
costillas.
—¡Padre, detente! Está de luto. Se acaba de enterar de ella.

Las manos de Zeke están en mi brazo para intentar alejarme.


Su interferencia hace que mi padre se centre en él. Le da un golpe
tan fuerte que su cabeza se golpea contra el suelo de madera.
Intento recuperar el aliento mientras mi padre lo arrastra por la
camisa y le da una patada en la espalda. Me mira, con la cara
retorcida en una mezcla de agonía y furia.

—No es de su incumbencia y no le corresponde intervenir. Me


ocuparé de ti en un momento. —Quita su cinturón de su pantalón—
. No vuelvas a ponerme una mano encima.

Al dirigirme el primer golpe en el pecho, se retira para dar otro,


y lo escupo.

—Golpéame todo lo que quieras, hipócrita. Has elegido


excomulgarla, y nunca te perdonaré por ello.

El cinturón cae sobre mi estómago, obligándome a gritar


mientras me doblo. Su puño está en mi cabello, tira de mi cabeza
hacia atrás para que lo mire.

—No deseo tu perdón.


11
AMIGOS DE UN FILISTEO

Laurel Ann
Parecen casi felices en su vida sin Dios. Recogiendo el manto
azul, observo a los niños en el patio. Al mirarlos nunca sabrías lo
horribles que son en realidad. En las seis semanas que llevo fuera
del recinto, he aprendido que este lugar es tan malvado como me
enseñaron. Los niños son más crueles y egoístas que los adultos. O
eso o los adultos lo ocultan mejor.

Estoy acostumbrada a que todos se burlen de mí. Como no


llevaba ropa ni pertenencias, tuve que usar lo que había en el hogar
de niños. No había mucho que pudiera ponerme porque la modestia
no es una virtud que posean estos paganos. Una de las mujeres que
dirige el hogar infantil me llevó a un lugar llamado "tienda de
segunda mano". Me encantaron algunos de los vestidos y faldas que
pude encontrar. Incluso conseguí un gorro. Los niños no dejan de
burlarse de mi ropa desde entonces. Me llaman "rara" y "friki". Se
burlan de mi forma de hablar y de lo exigente que soy con la comida.
Al principio, no me importaba lo que dijeran. Sus opiniones no
influyen en mi alma. Ahora, se me revuelve el estómago y se me
llenan los ojos de lágrimas. Me niego a que sepan que tienen ese
poder sobre mí, así que intento distanciarme lo más posible.
El zumbido que suena en el patio es la señal de la hora de comer.
Sin embargo, no me levanto. Siempre soy la última en entrar en la
cafetería y la última en salir. Cuando el último niño sale del patio,
me levanto para quitarme la hierba de la falda y me dirijo al interior.
Me aseguro de mantener la cabeza agachada, y aun así me patean
en la fila mientras espero mi comida. Al levantar la mirada en busca
de una mesa vacía, me alivia encontrar una pequeña y redonda en
la esquina desocupada.

Me siento cerca de la pared, y hurgo en mi pedazo de "pizza"


grasosa, cuadrada y con queso. Es terrible y apenas puede
considerarse comida, pero es eso o morir de hambre. Incluso las
judías verdes son difíciles de tragar.

—Oye, ¿vas a comer eso?

Levanto la vista y veo a una chica bajita con el cabello negro y


rizado que me señala la bandeja. Se deja caer frente a mí y ladea la
cabeza, esperando mi respuesta.

—¿Qué? ¿Mi comida?

—Solo el brownie. No soy tacaña.

Sigo esperando el comentario cruel mientras empujo mi bandeja


hacia ella.

—Por favor.

—Malvada. Gracias. —Se mete el brownie en la boca, rebota en


su asiento como si no pudiera quedarse quieta—. ¿Qué pasa con el
atuendo? ¿Eres amish o algo así?

Me hacen esa pregunta varias veces desde que llegué aquí, pero
todavía no estoy cerca de saber lo que significa.

—¿Qué significa eso? ¿Amish?

—Entonces, es un no... Los amish no viven como nosotros. No


conducen autos ni tienen televisores ni nada. Se visten raro, como
tú. —El corazón me salta en el pecho y siento emoción por primera
vez desde que dejé las puertas de la Tierra Ungida. Deseo más que
nada encontrar a esos amish para preguntarles si me dejan vivir
con ellos. La idea me da ganas de llorar con mi primera chispa de
esperanza. Hace un gesto alrededor de la cafetería—. ¿Por qué estás
aquí?

Las mentiras brotan de mis labios más en las últimas semanas


que el resto de mi vida combinada. Los filisteos no deben conocer
el recinto. Seguramente tratarían de tomarlo, profanándolo con sus
modernos artefactos y formas malvadas. Esta chica, sin embargo,
no parece una gran amenaza. ¿Qué es lo que realmente va a hacer?
Es la primera persona de mi edad que me habla amablemente.
Quiero que siga haciéndolo.

—Vengo de un lugar llamado la Tierra Ungida. Reprendí a mi


Dios y fui excomulgada por ello. Por eso estoy aquí, viviendo fuera
de su gracia.

Sus cejas saltan hasta la mitad de su frente.

—Vaya... tranquilízate. Eres una persona seria, ¿no? Si te


sacaron, ¿por qué sigues vistiendo como el elenco de ¿La Casita de
la Pradera?

—Porque creo en la ley espiritual. Me está prohibido permitir


que un hombre que no es mi marido vea la piel por encima de mis
muñecas y tobillos. Aunque sea arrojada a un mundo de pecado,
seguiré los mandamientos de Zaaron.

Sus ojos se abren de par en par y se tira hacia atrás, cruzando


los brazos.

—Um... de acuerdo. Está bien. Lo que sea que te identifique. De


todos modos, ¿cómo te llamas?

—Soy Laurel Ann Henderson. ¿Cuál es el tuyo?

Su labio se tuerce, haciéndola parecer traviesa.

—Kaila Paisley. —Me pone delante unas uñas relucientes


cubiertas de esmalte desconchados y brillante en el rostro cuando
me tiende la mano. Dudo, pero la estrecho de todos modos—.
¿Quieres un cigarrillo? No nos atraparan si vamos juntas a los
contenedores de basura.
Desde que llegué aquí, solo me he alojado en otro lugar aparte
del hogar de niños, y fue con una familia. Fue solo por una semana
y es más que suficiente para mí. El padre del hogar fumaba algo
llamado cigarrillos. Odiaba la forma en que me tiraba el humo en el
rostro mientras hablaba. Aunque definitivamente no quiero uno, sí
quiero alguien con quien hablar, y ella es interesante... para un
filisteo.

Extraño a mi familia, extraño a Zeb, extraño a mis amigos y


extraño mi vida antes que la sangre de la inocencia lo arruinara
todo. No tengo la opción de no asociarme con esta gente. Si debo
pasar tiempo con un filisteo asqueroso, creo que me gustaría que
sea ella. Además, por lo que vi, ella es la mejor opción con
diferencia.

—De acuerdo.

La sigo fuera del comedor y a través del vestíbulo. Se supone


que es alegre, pero en cambio es totalmente deprimente. Se detiene
en la recepción y saluda a Jaida, una de las encargadas. Mi corazón
cambia de lugar con mi estómago. Me está tendiendo una trampa.
Me va a meter en problemas de alguna manera. Debería saberlo.
Ninguna de ellas es de fiar.

—Oye, Jaida —canta Kaila.

La piel de Jaida es del mismo impresionante color oscuro que la


de Kaila. Nunca vi una piel de ese color antes de salir de la Tierra
Ungida. Los filisteos pueden ser todos malvados, pero no significa
que no puedan ser hermosos.

Jaida mira a Kaila y su expresión es una contradicción. Tiene


las cejas fruncidas y los labios torcidos en forma de sonrisa.

—Oh…oh. Aquí hay problemas.

Kaila se lleva la mano a la cadera y le da un beso.

—Sabes que me quieres, Jaida.

—Lo que me encantaría es que me llamaras Sra. McElroy.

Kaila da una palmada.


—¡Ooh! Me gusta este juego. Me toca a mí. Lo que me encantaría
es... otro televisor en el salón. Necesito mi dosis de “American Idol”.
Bien, ahora vas tú.

Jaida niega y se ríe.

—Sal de aquí, Paisley.

Sonriendo, Kaila engancha su brazo en el mío.

—Vamos. Sé cuándo no me quieren.

Atravesamos las puertas que siempre saben cuándo venimos


porque se abren para nosotros siempre. Todo por sí mismo, como
si fuera controlado por el Diablo.

Al salir a la calle, pasamos por el parque infantil, donde hay


niños pequeños columpiándose en el centro del patio. Unos cuantos
niños, incluidos los que se metieron conmigo, están jugando a un
juego en el que rebotan una pelota naranja y luego intentan lanzarla
a través de una red. Creo que es una pelota de baloncesto.

Kaila canta una ridícula canción sobre la recuperación de su


sensualidad mientras nos lleva más allá del patio, por el costado
del edificio. Hay tres grandes cubos metálicos azules donde se
deposita la basura. Se apoya en la pared junto a ellos, saca dos
cigarrillos blancos de una caja blanca y me da uno. Tengo
curiosidad por saber qué la trajo a este lugar de niños no deseados.
¿Por qué no está con sus padres?

Copio sus acciones y me meto el cigarro a la boca. Ella sostiene


el pequeño cilindro rosa que contiene la llama. Un mechero.
Enciende el mío, aunque en lugar de prender fuego, suprime la
llama como si fuera carbón. Un humo que sabe a tostada quemada
flota en mi boca. Me llena la garganta, bloquea el aire y me hace
toser y ahogarme. Las lágrimas me queman los ojos y me agacho
para aliviar el ataque a mi cuerpo.

Kaila se ríe.

—¿No has fumado nunca? —Cada vez que abro la boca para
hablar, vuelvo a toser, así que niego. Ella se lleva el cigarrillo a la
boca, expulsa el humo sin aclararse la garganta—. No sientas que
tienes que fumarlo si no te gusta.

Oh, gracias a Dios. Se lo devuelvo.

—Lo siento.

Lo apaga en el lateral del edificio y lo vuelve a meter en la caja


blanca.

—No te preocupes. —Sonríe, y sus ojos de cacao brillan a la luz


del sol—. Me sigues gustando.

—¿Por qué estás aquí? ¿Dónde están tus padres?

Tiene una energía relajante, así que pregunto antes de pensar.


Justo cuando las palabras salen a tientas, me arrepiento. Estoy
siendo entrometida. Ella me preguntó, sí, pero es una pagana. No
puedes culparla por no tener modales sociales.

La sonrisa se le cae el rostro y patea las piedras de la acera con


su sandalia. Creo que las llaman así por el sonido que hacen al
caminar. Me dicen que es una sandalia. Difícilmente. Ni siquiera
califica como calcetín.

—Mi madre está en rehabilitación. Estuvo entrando y saliendo


durante años. Y mi padre... bueno, mi padre me quería mucho. —
Ella levanta una ceja—. Demasiado, ¿sabes?

Estoy completamente perdida. No tengo ni idea de lo que es una


rehabilitación ni de cómo un padre puede tener "demasiado" amor
por su hija. Ojalá mi padre me quisiera más.

—¿Es malo?

Suspira y entorna los ojos hacia el cielo soleado.

—No era amor de verdad. Él hacía cosas. Me hizo hacer cosas.


Sabes, cosas sexuales.

Mis dedos siguen oliendo a humo cuando me tapo la boca. Se


me revuelve el estómago al pensarlo. ¿Su propio padre? Sé que la
gente del mundo exterior es malvada y miserable, pero esto es
repulsivo.

De repente quiero que sepa, aunque no fue con mi padre, sé lo


que es que te obliguen a hacer esas cosas con alguien a quien
veneras y quieres.

—Yo... tuve que tener sexo una vez. Fue horrible.

Agradezco su consideración de soplar el humo en el aire por


encima de ella y lejos de mi rostro. Sus ojos se abren de par en par
mientras ladea la cabeza.

—¿Con quién?

¿Por qué se lo digo? ¡Es una filistea, por Dios! Sin embargo, sigo
hablando.

—Mi marido. Él era mi Profeta.

—¿No existe esa mierda? Sí que es un lío. ¿Qué tienes? ¿Cómo


trece años?

Asiento.

—Sí.

—Maldita sea. ¿Sigues casada con él?

—No a los ojos de Zaaron.

—¿Quién diablos es Zaaron? ¿Es ese su nombre?

—No, es mi Dios.

Parpadea un par de veces.

—Claro... De todos modos, al final se lo conté a mi abuela. Ella


me llevó y llamó a la policía. No lo he visto desde entonces.

—¿Por qué no sigues con tu abuela?

Deja caer el cigarrillo al suelo antes de pisarlo.

—Murió el año pasado.


—Oh... es triste.

Suspira mientras rodea mi hombro con su brazo.

—Vamos, princesa de la pradera. Has dicho que solo los


hombres no pueden ver tus brazos y esa mierda, ¿verdad? —Asiento
y ella hace un movimiento con las caderas—. Bien, porque voy a
hacerte un cambio de imagen secreto.

Su habitación es compartida con otras cinco chicas, dos de las


cuales están en la habitación con nosotras. Una tiene puestas unas
orejeras eléctricas que reproducen música, la otra está leyendo un
libro y ambas nos ignoran.

Kaila envuelve una banda alrededor de mi cabello para hacer


una "cola de caballo". Por qué todo el mundo por aquí quiere hacer
que su cabeza parezca el trasero de un caballo está más allá de mí.
Los filisteos. No trato de entenderlos. Saca un cesto de debajo de la
cama y busca en él mientras revuelve la ropa a su alrededor. Me da
sus opciones antes de buscar en una pequeña bolsa azul con
estrellas amarillas.

Levanto lo que me da y me preocupa que alguien se ponga esto.


Apenas hay tela aquí. ¿Qué van a ocultar exactamente? Levanto los
pesados pantalones azules, que parecen ser una especie de bolsa
con arco iris de colores pastel en los bolsillos traseros.

—Están cubiertos de agujeros.

Se ríe, poniendo un conjunto de polvos y brochas de colores


sobre su cama.

—Solo póntelos.

¡Mi ropa interior cubre más que estos! Los bordes deshilachados
son la única razón por la que son tan largos. Tomo la siguiente
prenda. ¿Es un sujetador? Me quito la delicada tela negra por
encima de la cabeza y extiendo la camisa rosa brillante. No tiene
mangas y dice "Otro día de no ser rica y famosa" en letras negras
rizadas. La tela es fina y no me cubre el estómago. Los agujeros de
los brazos casi me llegan a la cintura, y no sé si tiene sentido
ponérmela. Esta ropa es muy llamativa. Mis vestidos en casa nunca
fueron de colores llamativos como estos. Llevar estas cosas es un
claro signo de vanidad. Me pone cosas pegajosas y polvos por todo
el rostro antes de atarme un lazo rosa en el cabello. Me lanza un
par de tenis de deporte de color rosa y negro brillantes con puntos
y cordones blancos. Un collar multicolor y tosco completa su
"maquillaje".

Se sacude algo del hombro antes de empujarme frente al espejo.

—¡Ta tan!

Apenas me reconozco. No puedo evitar pensar en lo horrorizada


que estaría mi familia si me viera ahora mismo. Parezco mucho más
joven de lo normal y, aunque odio admitir que es algo bonito, sigo
queriendo tapar la piel expuesta.

—¿Qué te parece?

—Eh... no lo sé. ¿Qué te parece?

Se golpea la barbilla.

—Creo que te ves adorablemente incómoda.

Me río.

—Sí, un poco... Gracias. Fue divertido.

—Para eso están las amigas.

La sonrisa se niega a abandonar mi rostro.

Amiga. Y de un filisteo.

Nunca pensé que vería el día.

Paso todos los días de esta semana con Kaila, y aunque parece
romper muchas reglas, son reglas filisteas que no me sirven ni
respeto. Incluso ahora, nos escapamos al sótano con un grupo de
otros niños, después de que apagan las luces.

Sus susurros y risitas nos van a meter en problemas. Un


malestar me invade el estómago y aprieto más la mochila contra mi
pecho.

—Relájate —susurra Kaila—. Si nos atrapan, lo único que harán


será mandarnos de nuevo a la cama.

Le hago un gesto con la cabeza mientras bajamos las escaleras.


La habitación es grande y llena de cajas y almacenes. Sigo a Kaila,
copiando lo que hacen los demás chicos dejo mi mochila en el suelo.

Parece que le gusta a todo el mundo. Los chicos siempre le


sonríen y las chicas parecen imitarla. Ella no se da cuenta o no le
importa porque casi siempre los ignora.

Uno de los chicos con la cabeza rapada se acerca a nosotros y le


da una botella a Kaila.

—¿Quieres un trago, K?

Lo toma, se lo lleva a los labios y bebe un gran trago. Su rostro


se tuerce y se limpia la boca.

—Ugh. —Me acerca la botella y me dice—. Toma.

Se lo quito, aunque no parece tener muy buen sabor.

—¿Qué es?

—Tequila.

—¿Alcohol? No, gracias.

Se lo doy y el chico resopla.

—Tú te lo pierdes, fanática de la Biblia.

Me muerdo la lengua, y me conformo con mirarlo fijamente. En


el poco tiempo que llevo aquí, los he escuchado hablar mucho de
su falso Dios y de sus textos blasfemos. No me gusta que me
comparen con eso.
Kaila se burla.

—Gracias por el licor, Patch. Ahora vete. No me gustan los tipos


que hablan mal de mis amigas.

—Oh, vamos. No seas así, chica. Solo jugaba.

Le sonríe y se lleva la botella a la boca.

—Hasta luego, Patch.

Se agarra el pecho como si estuviera herido antes de sonreír y


irse con sus amigos.

—Gracias por defenderme.

Se deja caer sobre su manta.

—No sería una gran amiga si no lo hiciera.

—No eres como ellos, ¿verdad? —pregunto. No sé cómo se qué


es diferente, simplemente lo hago.

—¿Cómo quién? —Señala a los otros niños—. ¿Ellos?

Asiento.

—No eres tan malvada como el resto de los filisteos de este lugar.

Toma otro trago sin mirarme.

—También son mis amigos, sabes. Que les digas malvados no


es diferente a que ellos te llamen friki.

La culpa me oprime el pecho. ¿Tiene razón? Zaaron nos enseña


a ser amables, pero no se refería a ellos. ¿Lo hizo?

—Me disculpo. No es mi intención ofenderte.

Se encoge de hombros.

—Quiero decir, pueden ser imbéciles.

Entrecierro los ojos, confundida, y ella empieza a reírse.


Se hace muy tarde y no puedo creer que no nos hayan atrapado
con lo ruidoso que se han puesto. Creo que soy la única que aún
puede hablar y caminar correctamente. Me sorprende que hay una
pareja besándose y tocándose abiertamente en la esquina.
Cualquiera de nosotros podría mirar hacia ahí y verlos. No puedo
creer su falta de vergüenza.

Siguen fumando hierba por alguna razón, hace que la


habitación apeste con el extraño hedor que desprende. Me pesan
los ojos y me siento como una extraña toda la noche. Estoy lista
para ir a dormir, para poder reír con mis hermanos y hacer coronas
de flores con mis hermanas. Paso mis horas de sueño en el arroyo
con Zeb y caminando por los campos con Benji.

Cuando sueño, es con el hogar en presencia de Zaaron.

Le digo a Kaila que me voy a dormir, y aunque intenta que me


quede, finalmente me deja ir.

Estoy muy cansada y todavía me cuesta mucho conciliar el


sueño. El ruido y el suelo duro hacen que sea difícil ponerse
cómoda.

El dolor. Es lo primero que registro. Alguien me apuñala. Los


gritos brotan de mi garganta, y mis manos vuelan hacia mi
estómago, sin encontrar ningún cuchillo. Abro los ojos y veo a Kaila
arrodillada a mi lado, llorando. Sus manos tiemblan y están
mojadas. A medida que mis ojos se adaptan, el tono rojo se enfoca.
Está cubierta de sangre.

Intento incorporarme cuando la insoportable sensación en mi


estómago se intensifica, haciéndome gritar antes que me haga
callar.

—No te muevas. Vas a estar bien.


De repente me doy cuenta que estoy mojada. Ignoro sus
instrucciones, y me quito la manta de un tirón. Cuando veo la
sangre acumulada entre mis piernas, la bilis me sube por el pecho.
Me tiro a un lado, libero el contenido de mi estómago.

—Eww. Qué asco —grita uno de los niños.

El sudor me cubre y se me pega la ropa al pecho. Vi suficientes


abortos para saber qué es lo que me pasa. Zaaron me bendijo con
un hijo antes que le diera la espalda. Ahora Él está recuperando lo
que es suyo.

Los brazos de Kaila me rodean, manteniéndome en pie mientras


susurra:

—Jaida está en camino. Ella te ayudará.

Fiel a su palabra, Jaida baja corriendo las escaleras. Cuando


me alcanza, sus dedos rozan sus labios en un intento de contener
su sorpresa.

—Oh, Laurel Ann, cariño. —Se arrodilla junto a mí—. ¿Estás


bien? —Asiento incluso con las lágrimas empapando mis mejillas—
. Vamos, cariño. Vamos a limpiarte, ¿de acuerdo?

Me ayuda a ponerme de pie y Kaila se apresura a mi otro lado.

—¿Cómo puedo ayudar?

—Lleva a todos a sus habitaciones. Me ocuparé de ti mañana,


Paisley.

No puedo moverme muy rápido, aunque Jaida me ayuda a subir


las escaleras. Si no me doliera tanto, me preguntaría por qué no
vamos al ala de las chicas. En lugar de eso, me guía por la puerta
que hay detrás del mostrador y que conduce a un largo pasillo
blanco.

—Es el ala de los empleados —me informa, abriendo una puerta


que dice, MUJERES.
La sala es similar a un baño público, aparte que hay filas de
duchas. Jaida se dirige a una fila de casilleros y abre una sin
cerradura, saca dos toallas y un trapo.

—¿Necesitas ayuda, o estarás bien para ducharte sola?

Va al casillero que hay debajo y saca dos botellas. Intento


sonreírle en señal de consideración mientras deja las toallas y las
botellas en el banco.

—Estaré bien.

Me frota ligeramente el hombro y dice:

—Estaré fuera si me necesitas.

Lentamente me dirijo a la ducha. Tengo que reconocer, que de


todos los males que trae su tecnología, acertaron en algo con el agua
caliente instantánea.

Me lavo los restos de mi bebé no nacido de mis muslos, me


pregunto quién sería si no hubiera pecado. Pongo mi rostro en el
agua y lloro una disculpa silenciosa para él o ella.

Siento quitarte la oportunidad de vivir.

Sé que su alma está en la Estrella del Paraíso porque fue


concebido dentro de la Tierra Ungida dentro de un enlace aprobado.
Su carne nunca entró en el mundo, y por lo tanto nunca fue
contaminada y quedó protegida por el útero.

Si no llego, quiero que sepas que te quería.

Me tomo mi tiempo para lavarme el cabello y la piel porque una


vez que salgo del agua, tengo miedo de sentirme diferente.

Giro las llaves de la ducha, salgo y me envuelvo en una toalla.


Miro mi reflejo en el largo espejo, me pregunto si soy la misma.

—¡Tenemos que hacer algo! Pobre niña. —La voz de Jaida se


eleva detrás de la puerta, y habla de mí. Me acerco para escuchar
lo que dice.
—No sabemos el estado del embarazo. No hay nada que hacer.
—No soy capaz de ubicar la otra voz, aunque me resulta familiar.
Creo que es Peggy.

—¡Oh, vamos, Peg! ¿Parece que es de las que se acuesta por ahí?

Pongo la oreja contra la puerta, escucho a Peggy decir.

—Mira, respeto que estés para ayudar a los niños, pero eres muy
joven para entender lo difícil que es conseguir que una mierda como
esta, pase por el sistema. Especialmente sin pruebas. A menos que
Laurel Ann dijera algo y esté dispuesta a declararlo, entonces estás
desperdiciando tu energía, Jaida.

—Entonces, ¿cuál es el maldito punto? Si no podemos


ayudarlas, ¿para qué estamos aquí?

—Los ayudamos, pero quizá no tanto como nos gustaría poder


hacerlo. Lo siento. También me siento mal por ella.

—Bien. Voy a volver a entrar para ver si necesita algo.

Me separo rápido de la puerta y me siento en el banco, tomo la


toalla y empiezo a secarme el cabello.

Jaida sonríe al entrar y toma asiento junto a mí.

—¿Cómo te sientes?

—No me duele tanto. Solo tengo calambres.

Se inclina hacia adelante, apoya los antebrazos en las rodillas y


suspira.

—Puedo preguntarte... —Hace sonar los nudillos— Cuando te


has embarazado... ¿cómo fueron las condiciones? ¿Era algo que
querías hacer? ¿Fue con un chico de tu edad?

Mi boca se congela. Mi cabeza me pide que niegue, así que me


quedo quieta. No debo hablar de nada relacionado con la Tierra
Ungida a un filisteo, y me arrepiento de decírselo a Kaila.

La mano de Jaida se aferra a la mía, haciéndome ver que mi


silencio está diciendo más de lo que pretendía.
—¿Alguien te obligó? Puedes confiar en mí.

Cierro los ojos porque me gustaría que sea cierto.

—No, Sra. McElroy. Estaba dispuesta.


12
EL GRANERO JOHNSON

Zebadiah
3 años después...

—Escucha Zeke, esto no es sobre ti. Esto entre él y yo. No tiene


sentido que después te azote a ti también.

Tiro de las ubres de Mable, vertiendo un chorro de leche en el


tarro Mason. Ezekiel chasquea la lengua.

—Odio al viejo tanto como tú. Lo estás llevando al límite de su


cordura, y voy a ayudarte a empujarlo, así que habla. —No puedo
evitar mi sonrisa. Estoy muy orgulloso de algunas de mis
"fechorías", como dice mi padre. Sello bien la tapa, y agito mi
brebaje especial mientras él lo señala—. ¿Qué hay dentro?

Levanto el tarro Mason, y agito el contenido.

—Huevos, leche y vinagre. Lo dejaré aquí un par de semanas y


luego lo verteré en el cáliz antes de los servicios. —Se ríe mientras
escondo el tarro Mason dentro del puesto de Dandelion.

—Es asqueroso.

Me cruzo de brazos.
—¿De verdad quieres ayudar? —Su sonrisa solo se amplía como
respuesta—. Bien. Tengo una idea, pero implica baratijas filisteas.

Se ajusta el sombrero de paja, y deja escapar un silbido.

—Vaya. Eso es ir un poco lejos, ¿no crees? Quiero decir, Zeb,


vamos. Es literalmente jugar con el Diablo.

—En realidad no las usaremos. Solo debemos asegurarnos que


alguien nos encuentre con ellas en un lugar público. Entonces
Padre no podrá castigarnos en privado.

—¿Dónde podríamos conseguir algo así?

—Conozco a alguien. Solo déjame ir solo, puede que no nos de


nada si se pone nervioso.

Aunque asiente, es evidente que la idea le incomoda. Salgo del


granero, me subo al montón de heno y salto la valla para ir a casa
de Benji.

Al pasar por el terreno común, devuelvo el saludo a los que


levantan la mano a modo de saludo, sonriendo ante el desastre que
voy a provocar.

Con o sin Zeke.

Le juré a mi padre que nunca lo perdonaría por lo que le hizo a


Laurel Ann, y siempre cumplo mi palabra. Desde ese día, aprovecho
cualquier oportunidad para humillarlo. La mayoría de las cosas
fueron pequeñas, lo suficiente como para requerir una penitencia
pública, cosas que no podía esconder bajo la alfombra. Le quito su
capacidad de elegir, igual que él me quitó la mía.

Benji no vive lejos de la granja Henderson. Todavía me duele el


pecho cuando la miro, así como también cuando veo el arroyo. Es
el único lugar en el que me siento cerca de ella, pero me duele
mucho. Me pregunto quién es ella ahora. El miedo me revuelve las
entrañas, al pensar que tal vez ni siquiera esté con vida. No pasa
un solo día sin que piense en ella y me arrepienta de no haber
intentado buscarla. Podría haberla protegido. Aunque sé que es
muy probable que no la habría encontrado, y posiblemente
condenándome sin razón, la idea de vivir en un nuevo y oscuro
mundo no parecería tan terrible si pudiera estar con ella.

Paso por delante del granero de Benji cuando mis pasos se


detienen ante el sonido de gritos y llantos apagados. Con cuidado
de no pisar las ramitas bajo mis pies, me escabullo hasta la puerta
del granero parcialmente abierta. Los gritos ahogados no cesan ni
un segundo. Al mirar dentro del granero, mis ojos se abren de par
en par con horror, liberando lágrimas que no he llorado en años.

Benji está inclinado sobre el banco de trabajo, con los


pantalones alrededor de los tobillos y un pañuelo metido en la boca.
Las lágrimas humedecen su rostro enrojecido mientras sus dedos
arañan la madera del banco. Mis pies se hunden aún más en el
suelo, dejándome inmóvil. Lo único que puedo hacer es ver cómo
su padre, Jameson Johnson, le clava el mango de madera de una
horquilla de jardinería en el culo.

—¿Es lo que quieres? ¿Te gusta esto, maldito sodomita?

Benji grita alrededor de la tela en agonía mientras se lo clava,


sacudiendo su cuerpo hacia delante. Le suplico a mis pies que se
mueva mientras saca el mango de Benji, arrojándolo al suelo
cubierto de heno. La sangre que gotea por el mango hace que mis
entrañas se retuerzan hasta tener náuseas.

—Si te vuelvo a atrapar haciendo algo así, te mataré yo mismo


antes que el Profeta tenga la oportunidad de limpiarte. Ningún hijo
mío será un marica. —Niega y escupe en la espalda de Benji—. La
sangre perversa y sucia de tu madre corre por tus venas. Debería
haberte llevado con ella.

Como liberado por una fuerza invisible, por fin soy capaz de
moverme cuando el hermano Jameson se dirige a la puerta. Me
apresuro a acercarme a un lado del granero y me limpio las lágrimas
mientras espero unos instantes antes de asomarme a la esquina
para verlo entrar en la casa.

Tomo un gran respiro, y me apresuro a entrar en el granero. Al


ver a Benji sollozando y sangrando en el suelo, caigo de rodillas
junto a él. Se ha quitado el pañuelo de la boca, y su llanto es ahora
mucho más silencioso. Me acerco a él, pero no sé qué hacer. No
quiero empeorar las cosas.

—Benji —susurro—. Soy Zeb. —Solloza con más fuerza,


mientras mi mente lucha con mi corazón sobre lo que debo hacer,
si ir a confrontar al hermano Jameson o quedarme aquí y ayudar a
mi amigo—. Por favor, dime qué hacer.

Intenta levantarse con los codos temblorosos.

—Ayúdame a levantarme.

Pongo mis brazos bajo los suyos para ayudarlo.

—Lo siento mucho, Benji. Debería haberlo detenido. ¿Por qué te


hizo esto?

—Ayúdame con mis pantalones. —Tose.

—Estás sangrando.

—¡Lo sé, Zeb! —grita—. Por favor, ayúdame a vestirme.

Su sangre está por todas partes, y llena mi mano mientras le


ajusto los pantalones.

—Estás realmente herido. Tenemos que llevarte al doctor


Kilmer.

—¡NO! —Se abalanza sobre mí, y hace inmediatamente una


mueca de dolor—. No, se lo dirá al Profeta.

—¡Tal vez mi padre debería saberlo! No hay nada que pudieras


haber hecho que mereciera un castigo así.

Niega.

—Estoy bien, solo necesito descansar.

Camino por el suelo, físicamente incapaz de quedarme quieto en


este momento. Tengo tantas ganas de tomar esa maldita horquilla
y devolverle el favor al hermano Jameson. Si tan solo pudiera
retroceder en el tiempo cinco minutos antes lo habría detenido. Solo
quiero quitarle el dolor.
Necesito hacer esto bien.

—Benji...

—¿De verdad quieres ayudar?

—Sí, sí, cualquier cosa.

Se recuesta en el banco de trabajo para apoyarse.

—Tengo un lugar... mi lugar seguro. Si juras no decírselo a


nadie, te mostraré dónde está.

—¿Qué tan lejos está?

—Pasando el terreno común, al borde del recinto.

Mis hombros caen. Nunca será capaz de caminar tan lejos.

—No te muevas. Enseguida vuelvo. Voy a buscar el carruaje.

Me asomo por la puerta del granero, asegurándome de no ver al


hermano Jameson. En cuanto estoy seguro que está despejado,
corro tan rápido como puedo.

Creo que nunca he llegado tan rápido a mi rancho. Me arde el


costado cuando me apresuro a llegar a la parte trasera de nuestro
granero y veo que el carruaje no está enganchado.

¡Mierda!

La puerta del establo se abre de golpe cuando irrumpo para


tomar un caballo. No tengo tiempo para esto.

—¿Qué haces?

Mi corazón golpea contra mi pecho antes de ver a Ezekiel


apoyado contra un poste, comiendo una manzana. Suelto un
suspiro de alivio.

—Me has asustado. Pensé que eras papá. Necesito el carruaje.

—¿Por qué? ¿Qué pasó con las baratijas filisteas? —Quita el


collar del gancho, y me lo entrega.
Lo coloco sobre la cabeza del caballo y agarro la correa.

—Vamos, Dandelion. —Chasqueo la lengua luego lo saco del


establo—. Solo lo necesito para ayudar a un amigo. Y no sé nada
sobre las baratijas en este momento.

—¿Qué amigo?

Suspiro cuando llegamos al carruaje.

—No puedo decirte eso.

Me mira con el ceño fruncido.

—Dímelo o le diré a papá que te has llevado el carruaje sin


permiso.

La respuesta es tan poco Zeke que me habría reído en mejores


circunstancias.

—¿Eres un niño? —Ajusto las correas mientras él se cruza de


brazos.

—Está claro que estás agitado por algo, y quiero saber qué es.

Mis fosas nasales se dilatan. Si puedo confiar en alguien, ese


alguien es Ezekiel.

—Ayúdame a terminar esto y luego podrás verlo por ti mismo.

Una vez que Dandelion está enganchado, saltamos al interior.


Recojo la rienda izquierda y tiro de la derecha.

Ezekiel se echa hacia atrás el sombrero y levanta una ceja.

—¿Me vas a dar alguna idea de a dónde vamos?

Me doy cuenta que me rechinan los dientes mientras intento


averiguar cómo explicar lo que vi.

—Benji era a quien iba a preguntar por las baratijas. —Su boca
abierta hace juego con sus ojos muy abiertos mientras tiro de las
riendas. Sé que puede ir más rápido que esto—. Cuando llegué a la
casa de Johnson para preguntarle, encontré a su padre...
haciéndole daño.

Frunce el ceño.

—¿Como azotándolo?

Niego, me duele el pecho al recordar la horrible mirada de terror


y tortura de Benji.

—Mucho peor. Está muy mal. Me pidió que lo llevara a un lugar


para curarse en paz. Créeme, no está en condiciones de caminar.

—No lo entiendo. ¿Por qué haría eso el hermano Jameson?

Alguien grita detrás de nosotros para que reduzcamos la


velocidad mientras atravesamos el terreno común.

—No lo sé.

Le grito a Dandelion que se apresure hasta que tiro de las


riendas para detener el carruaje en el camino detrás del granero de
Johnson.

—Vamos, está aquí atrás.

Corro hacia el costado del granero, levanto la mano para detener


a Zeke y compruebo primero si está el hermano Jameson. Cuando
veo que el patio está despejado, le hago un gesto para que me siga.
Una vez dentro, encuentro a Benji tirado en el suelo. El miedo me
envuelve al ver su cuerpo inmóvil.

—¿Benji? —susurro.

Gime y me permito respirar. Me acerco a él y me siento mal al


ver la sangre filtrándose a través de sus pantalones.

—¡Santo fuego de Zaaron! ¿Qué hizo? —Ezekiel jadea. Señalo


con la cabeza a la horquilla ensangrentada que está en el suelo.
Todo el color se escapa de su rostro mientras niega—. No...

—¡Zeke, vamos! —grito, y él sale de su aturdimiento lo suficiente


como para ayudarme a levantar a Benji—. ¿Puedes caminar? —le
pregunto.
—Sí. —Tose y más lágrimas caen, empapando sus mejillas—.
Creo que sí.

Dejamos que se apoye en nosotros para llevarlo de vuelta a


nuestro carruaje. Intentamos ser suaves, pero cada cierto paso
gime de dolor. Finalmente, lo metemos dentro y tiro de las riendas.

Ninguno de nosotros habla hasta que llegamos al terreno


común.

—¿Dónde está el lugar?

Benji señala detrás de la sala médica.

—Detente aquí. Tendremos que caminar el resto del camino. —


Hago lo que dice, y Ezekiel se apresura a ayudarlo a bajar—. No
suelo venir aquí cuando todavía hay luz de día... así que los dos
tienen que... estar atentos. Caminen derecho hasta que les diga.

Cada palabra parece ser más dolorosa para él que la anterior.


Me gustaría saber a dónde nos puede llevar porque no quiero que
tenga que hablar.

Apenas damos cinco pasos en el campo abierto cuando la voz de


la hermana Madeline suena detrás de nosotros.

—¿Qué diablos hacen, chicos?

Todos nos miramos mientras tropiezo con mis palabras.

—Estamos... estamos...

Me giro para mirarla justo cuando sus ojos se dirigen a los


pantalones de Benji. Se tapa la boca antes de abalanzarse sobre
nosotros.

—¡Dios mío, hijo! ¿Qué pasó? —Sus ojos rebotan entre los tres
mientras su rostro cae—. Vamos, deprisa, entren.

Nos guía a través de la entrada trasera y entra en la clínica.


Después de ayudarnos a acostarlo en la cama, nos indica que
pasemos a la sala de espera mientras ella trabaja.

—¿Qué pasa con el doctor Kilmer? —pregunto.


—Está en casa de los Garett atendiendo la pierna rota de uno
de los niños.

Sé que Benji no quiere que se sepa, así que tengo que saberlo.

—¿Vas a decírselo a mi padre?

Me hace callar mientras pasa su mano por mi cabello.

—Tengo que atender a Benji. El Profeta no se enterará por mí.


Tienes mi palabra.

Me siento en silencio con Zeke durante lo que debe ser más de


una hora. El sol comienza a descender, proyectando una sombra
oscura en la habitación.

—¿Qué crees que hizo? —Zeke pregunta en voz baja.

Me rasco el picor de la frente y mi estómago se revuelve.

Si te vuelvo a atrapar haciendo algo así, te mataré yo mismo...

—Por lo que oí, Benji hizo algo para que el Hermano Jameson
tuviera la impresión de ser un sodomita.

Su expresión inicial es de horror, aunque su cara se endurece


rápidamente cuando me levanto para encender un candelabro. La
hermana Madeline sale de la parte de atrás, y ambos nos reunimos
con ella cuando se acerca a nosotros.

—Hay muchos cortes y desgarros, así como varias astillas que


necesitaban ser retiradas, aunque la hemorragia ha disminuido. —
Mira entre nosotros con pena en los ojos mientras sus hombros se
desploman—. Es el Hermano Jameson, ¿no es así?

Asiento antes de considerar que estoy traicionando a Benji, pero


para mí alivio ella solo suspira.

—Era mi suposición.

—¿Está bien? —No puedo decir si Zeke suena triste o enojado.


Si se siente como yo, tal vez ambas cosas.
Busca en el bolsillo de su delantal, y saca un montón de
pañuelos finos.

—Le di un poco de láudano y parece que se mueve mejor. Como


va a quedar entre nosotros, confío en que ambos lo vigilen por si
hay algún signo de infección, vómitos, fiebre, fatiga o si el dolor no
disminuye. —Ella coloca los pañuelos en mi mano—. Deben durarle
hasta que la hemorragia se detenga.

La puerta detrás de ella se abre y Benji sale con la ropa limpia


y el cabello mojado. Empujo los pañuelos en mi bolsillo trasero, y
me apresuro a ayudarlo.

Levanta una mano para detenerme.

—Estoy bien. Vámonos. —Se vuelve hacia la hermana


Madeline—. Gracias... por todo.

Le dedica una pequeña sonrisa y pone una mano en su espalda.

—Ahora, vete. Mi marido volverá pronto.

Nos guía hacia la salida trasera y nos dedica una última sonrisa
antes de cerrar la puerta detrás de nosotros. Benji está más erguido
y, aunque sigue caminando despacio, se mueve mucho más rápido
que antes.

—Está lo suficientemente oscuro como para que no nos vean.


Síganme.

Ezekiel me mira y yo me encojo de hombros mientras avanzo


detrás de Benji. Justo cuando estamos a punto de llegar a la gran
valla que rodea el recinto, se deja caer al suelo. Sacudiendo la
suciedad y los palos, revela una gran puerta de madera de un
sótano. Saca una llave de su zapato para abrir la cerradura.

—Dame una mano con esto.

Me arrodillo junto a él.

—¿Nadie más sabe de esto?

—No.
Retrocedo hasta que la puerta golpea el suelo con un ruido
sordo. Benji se da la vuelta, baja lentamente hacia lo que parece un
agujero negro.

Al cabo de unos instantes, escucho el chasquido de una cerilla


mientras la luz brilla desde el suelo. Miro hacia abajo y lo veo
sosteniendo una lámpara de aceite. Hay una escalera que conduce
al sótano, así que hago lo mismo que él y bajo. No puedo creer lo
que es este lugar. Miro a mi alrededor con asombro. La artesanía
no solo es impresionante, sino que es increíble que fuera capaz de
hacerlo solo y mantenerlo en secreto. Gruesos trozos de madera
recubren las paredes en forma de paneles para evitar que la
estructura colapse sobre sí misma. Incluso hay un colchón en el
extremo opuesto del espacio.

—Cierra la puerta detrás de ti —le dice Benji a Ezekiel mientras


baja.

Al saltar el último escalón, Zeke pregunta:

—¿Cuánto tiempo hace desde que tienes este lugar?

Benji da pasos vacilantes hacia el fondo de la habitación, con


cuidado de sentarse sobre su cadera, se acuesta en el lado más
lejano del colchón, dejando suficiente espacio para mí y para
Ezekiel.

—Un par de años.

Mientras me siento junto a Benji, Zeke se acerca a mí y dice:

—Es extraordinario.

El silencio entre nosotros hace que la habitación, de por sí


pequeña, sea asfixiante, no puedo mantener las preguntas dentro.

—¿Qué pasó, Benji? —Las visiones de antes me asaltan—. ¿Por


qué diablos te hizo eso? —Resopla y niega. Así que añado—: Puedes
confiar en nosotros. Te juro que lo que nos digas no saldrá de aquí.
—Miro a mi hermano—. ¿Verdad, Zeke?

Asiente a Benji.
—Lo juro.

Apoyado en la pared de madera, deja caer la cabeza, y suelta un


largo suspiro.

—Hay un... tipo. —Su voz se tensa con la última palabra—. No


te diré quién, así que llamémoslo simplemente mi "amigo". Al
principio era exactamente eso, una amistad. —Se mueve de un lado
a otro y hace una mueca de dolor, claramente todavía con mucho
dolor—. Luego, hace un año y medio, me di cuenta que lo deseaba...
de una manera que un hombre no debería desear a otro.

Se niega a mirarnos, bajando la mirada a sus pies. Mi mente da


vueltas y mi estómago se retuerce. El hermano Jameson tenía
razón.

—Descubrí que el sentimiento era mutuo, y finalmente, dormí


con él—. Una pequeña sonrisa asoma en su expresión de dolor.

Quiero ver la reacción de Zeke, pero no quiero que Benji deje de


hablarnos, aunque ahora tengo una buena idea de lo que pasó.

—Lo mantuvimos en secreto desde entonces. —Aprieta la


mandíbula mientras sus manos aferran el colchón entre los dedos—
. Fuimos cuidadosos. Rara vez se nos veía juntos en público, y
nunca nos encontramos a la misma hora o en el mismo lugar. Hoy
mi padre debía estar en el terreno común, haciendo su entrega, así
que planeamos encontrarnos en mi granero. —Las lágrimas ruedan
por sus mejillas mientras sus palabras se vuelven tensas—. Volvió
mucho antes de lo que debía y nos encontró en el granero mientras
yo estaba... de rodillas... chupándosela. —Suena asqueado consigo
mismo. Me obligó a cerrar la boca e intento evitar que mis ojos se
abran ante la imagen mental que intento no imaginar—. Nunca lo
vi tan enfadado. Nos dijo que nos vistiéramos y que lo
esperáramos... —Caen más lágrimas mientras se las limpia
nervioso y susurra—: Ojalá hubiera hecho que mi amigo se fuera.
Estaba aterrorizado, y todo fue culpa mía—. Tira de una pelusa del
colchón, suspira—. Cuando mi padre volvió, lo hizo con mi hermana
pequeña, Serah. Me dijo que iba a "purgar la perversión". No lo
entendí hasta que le quitó la ropa y me dijo que hiciera lo mismo.
Dijo que necesitaba estar con una mujer, y como Serah aún no ha
recibido la sangre de la inocencia, no había posibilidad de
embarazo. —Ahora sí miro a Zeke, y se ve pálido, incluso bajo la luz
amarilla de la lámpara. Los sollozos de Benji obligan a que mi
atención vuelva a él—. No pude hacerlo... físicamente. No fui capaz
de ponerme a... —Hace un gesto hacia su regazo—, ya sabes. La
obligo a que me hiciera unas cuantas cosas, y nada sirvió—. Se tira
del cabello, y coloco mi mano en su espalda mientras se balancea—
. Ella hizo todo lo que él le decía porque es una buena chica y solo
quería ser obediente. Pero vi sus ojos... ahora ella está jodidamente
aterrorizada de mí. —Sus hombros se agitan, y espero que grite en
cualquier momento mientras veo que su ira sube a la superficie—.
Mi amigo se sentó ahí, observo todo aquello hasta que finalmente
mi padre hizo que ambos se marcharan, tomó el asunto en sus
manos. —Inclina la cabeza, aunque no lo suficiente como para
mirarme—. Tú has llegado poco después. —Finalmente, levanta la
mirada hacia nosotros, sus ojos brillan con humedad—. Y aquí
estamos.

Zeke y yo nos quedamos en silencio. Creo que ninguno de los


dos sabe qué decir en este momento. Siento que mi cerebro pasa
por una picadora de carne. El hermano Jameson no puede salirse
con la suya y ahora me preocupa Serah. Probablemente esté
asustada y confundida. Temo por su seguridad con un hombre que
puede hacerle esto a sus hijos. ¿Y qué pasará cuando sea atada?
No será pura para su marido. Si ese hecho sale a la luz, será
castigada por adulterio mientras que el verdadero mal sigue suelto.

Lo que sí sé es que Benji tiene que dejar lo que está haciendo.


No puede ser atrapado de nuevo.

—No vas a volver a verlo, ¿verdad? ¿A tu “amigo”? Por favor,


prométeme que has terminado con eso, Benji.

Se burla, y creo que lo enfadé cuando su cara se queda pasiva


de repente.

—Sí, bueno, no tienes que preocuparte por eso. Vi cómo me


miraba. Hemos terminado. —Está completamente destrozado por...
quienquiera que sea. Odio que esté sufriendo, pero lo que desea es
un pecado.

Asintiendo a la escalera, dice:


—No tienen que quedarse aquí conmigo. Estoy seguro que el
Profeta se preguntará dónde están.

—No voy a ninguna parte. La hermana Madeline dijo que


debemos tener cuidado con la infección. —Me muevo más atrás en
la cama y miro a Zeke—. Vete a casa. Tenemos que regresar el
carruaje de todos modos. Hablaremos mañana.

Duda antes de bajar los hombros y ceder. Se acerca al borde del


colchón y mira a Benji.

—Lo siento mucho. Tienes que saber que no te lo mereces.

Benji se limita a asentir. Con una última mirada, Zeke sube la


escalera y cierra la puerta del sótano detrás de él.

Suelto un gran suspiro.

—Realmente creo que deberías dormir un poco.

Se pone de costado, dejando suficiente espacio para mí en el


extremo de la cama.

—¿Ahora crees que soy un asqueroso sodomita?

—No, por supuesto que no. Creo que has pecado y has pagado
mucho más que tu penitencia por ello.

Su padre, sin embargo, tiene muchos pecados por los que


responder.
13
LOS PECADOS DEL PADRE

Zebadiah
Me doy un golpecito en el muslo y miro continuamente a Serah
Johnson mientras mi padre da su sermón. Rara vez levanta la vista
del suelo desde lo ocurrido hace un par de semanas.

Me aseguré de hacer notar mi presencia al menos una vez al día


en la casa de los Johnson hasta que descubra cómo manejar al
hermano Jameson. Estoy seguro que es menos probable que haga
algo cuando sabe que puedo estar cerca.

Benji parece estar manejando lo sucedido muy bien, además del


hecho que se niega a hablar de ello. Solo quiere olvidar lo que pasó.
Pero yo no puedo hacerlo. Nunca me quitaré de la cabeza la imagen
de la horquilla. Intenté hablar con Serah varias veces para ver cómo
está. No tiene ni idea que lo sé, y cada vez que me acerco a ella
responde menos a mis preguntas.

Finalmente, mi padre hace sus declaraciones finales, y una vez


que dice:

—Que el fuego sagrado de Zaaron te limpie. —Me levanto de mi


asiento y voy en busca de Serah.
La alcanzo en el terreno común, de pie, mientras todos los
demás miembros de su familia disfrutan de sus conversaciones
individuales.

Metiendo las manos en los bolsillos, me acerco a ella.

—Hola, Serah. Tu vestido es bonito. ¿Es nuevo?

Asiente y susurra:

—Hola. —Sus ojos siguen fijos en la tierra.

—¿Cómo van tus clases? —Es una pregunta estúpida, pero solo
quiero que me hable. Necesito saber que estará bien. Creo que, si
Laurel Ann estuviera aquí, sabría qué decir.

—Bien.

Suspiro y alzo la vista para ver a Benji abriéndose paso hacia


nosotros. Mira a Serah como si le aplastara desde dentro.

—Hola, grillo. —Él la envuelve en su brazo, y ella se pone rígida,


haciendo que deje caer el brazo y mire hacia otro lado antes de
dirigirse a mí—. Hola, Zeb.

—Hola, Benji.

No ha habido ninguna reunión desde lo ocurrido, y estoy


contando los días hasta la próxima, para poder preguntar a Zaaron
por qué permitió que esto les ocurriera a Serah y Benji. ¿Por qué
dejaría que un hombre tan malvado como Jameson Johnson
permaneciera dentro de las puertas de la Tierra Ungida, y sin
embargo expulsó a Laurel Ann?

Solo tuve la oportunidad de hablar con Zaaron una vez, y no


estaba en absoluto preparado. El último encuentro fue el primero
como adulto, y fue la experiencia más increíble que viví. Aunque no
pude escuchar su voz, sí sentí su toque. No tenía ni idea de que
tuviéramos esa capacidad.

Miro a mi padre, y hace un gesto para que me acerque a él. Miro


a Serah y me inclino para estar a su altura.
—A veces es difícil hablar de las cosas con nuestras familias. Si
estás triste y quieres hablar con alguien, sé que la hermana
Madeline Adams es una gran oyente. También es la mejor
guardando secretos.

No responde ni levanta la vista de sus pies. Suspiro y le doy una


palmada en la espalda a Benji antes de dirigirme a mi padre. Habla
con el hermano Benjamin Henderson y me pregunto si piensa en
Laurel Ann con la misma frecuencia que yo. Lo culpo en parte por
haberla enviado lejos, aunque sé que es completamente injusto.
Ocurriría de todos modos.

Mi padre me tiende la mano como si no me hubiera golpeado


con ella esta misma mañana.

—Ah, el futuro Profeta. Ven aquí, hijo mío.

Hago lo posible por disimular mi mueca y le tiendo la mano al


padre de Laurel Ann.

—Bendito día, hermano Benjamín.

Me da la mano.

—Sí, bendito día hijo.

—La hija menor del hermano Benjamín estuvo muy enferma


esta última semana, y el doctor Kilmer no sabe que más hacer. Le
haré imposición de manos después de salir de aquí, y me gustaría
que me acompañaras.

Casi me hace reír cómo lo dice, como si pudiera elegir.

—Sí, padre.

Se tira de la oreja antes de limpiarse el labio y juntar las manos.

—Maravilloso. Nos dirigiremos hacia ahí cuando estés listo.

El hermano Benjamin inclina la cabeza.

—Alabo a Zaaron por su santa gentileza.


Odio ir a la granja Henderson. Despertarme cada mañana
sabiendo que tengo que pasar otro día sin verla es bastante malo.
Estar dentro de la casa de su familia arrancará la costra de la herida
que nunca cicatriza.

El sol sube por el cielo mientras pateo una piedra por el patio
de los Johnson. Ni siquiera llego al porche cuando Benji irrumpe en
la puerta principal.

—¡Serah! —llama. Baja los escalones de madera, mirando


frenéticamente en todas las direcciones—. ¡Serah! ¿Dónde estás?

El pánico que se desprende de su voz me hace sentir una gran


frialdad y corro a su encuentro.

—¡Benji! ¡Espera! ¿Qué pasa?

—Mis madres no encuentran a Serah por ningún lado. —Tengo


que trotar para seguir su ritmo—. No durmió en su cama y va a
llegar tarde a la escuela.

—¡Serah!

Corre hacia el invernadero mientras le grito:

—Voy a comprobar el granero.

Grita su nombre de nuevo como única respuesta. Cruzo el patio


y abro de un tirón la pesada puerta de madera.

Las pequeñas botas suspendidas en el aire son lo primero que


ven mis ojos, antes de ver a la niña que cuelga de las vigas. Una
cuerda rodea su cuello, y sus ojos vacíos miran al vacío.

Mi visión se oscurece y la cabeza me da vueltas mientras me


apoyo contra un fardo de heno. Me estremezco y tengo arcadas
hasta que oigo a Benji llamándola detrás de mí. Me encuentro con
él justo en frente del granero y, cuando ve mi cara, niega y se lanza
al interior del granero.

Agarrándolo de los brazos, tiro de él hacia atrás, haciendo todo


lo posible para evitar que la vea.

—¡No, no, no! ¡No entres ahí, Benji!

Su fuerza y determinación son mayores que las mías, y se libera


para atravesar las puertas.

—¡SERAH! —Corre hacia el desván antes de agarrar la cuerda—


. ¡Mierda, Serah, qué has hecho! —La levanta y le quita la cuerda
del cuello, cae al suelo con ella en su regazo. Intenta reanimarla,
pero por el color de su piel, hace horas que ha muerto—. Lo siento,
grillo. Lo siento mucho. —La aprieta contra su pecho, meciéndose
y gimiendo contra su cabello.

—¡NO! —Una voz femenina grita detrás de mí.

Mis propias lágrimas corren por mis mejillas cuando me giro


para ver a la madre biológica de Serah detrás de mí. Pasa a mi lado,
se levanta las faldas para subir al desván. Grita de dolor y cae de
rodillas al llegar junto a su hija muerta.

Desesperado por salir de ahí, salgo del granero y corro.

Avanzo hasta que estoy en el terreno común frente a la tienda


del traficante de la muerte. Golpeo su puerta, sin poder evitar que
mi corazón palpite con fuerza dentro de mi pecho.

El comerciante Gunter Adams abre la puerta con el ceño


fruncido.

—¿Qué pasa, hermano Zebadiah?

—Hay... alguien que murió... en la casa de los Johnson.

Gruñe, se dirige a su mesa de trabajo y toma una bolsa antes


de pasar junto a mí hacia el cobertizo del ataúd.

—¿Adulto o niño?

Me ahogo con mis propias palabras.


—Una niña. Es Serah Johnson.

Serah no tuvo una ceremonia de liberación del alma. El suicidio


es un boleto de ida al abismo, sin importar si es hombre, mujer o
niño. La enterraron fuera de las puertas, y nadie habla de ella.
Todos actúan como si nunca hubiera existido.

Benji apenas me dirige la palabra desde su muerte, y tampoco


quiere hablar con Zeke. Sé que se culpa a sí mismo, pero lo que no
entiendo es por qué no hace pagar a su padre por esto. Apenas
puedo mirar al hombre sin querer golpearlo hasta que se me
rompan las muñecas, gritar hasta que me estallen los pulmones.

Llevo horas sentado en este fardo de heno. Mi estómago ruge de


hambre y mi boca está seca por la sed. Hago lo posible por ignorar
mi malestar porque no me moveré hasta que haga lo que vine a
hacer. No sé cuándo volverá el hermano Jameson, y no importa.
Estaré aquí esperando cuando lo haga.

Miro fijamente las puertas del granero mientras giro la horquilla


en mi mano y miro las vigas. Todavía puedo ver su pequeño cuerpo
colgando ahí.

La puerta se abre con un chirrido y me tenso, preguntándome


qué voy a decir si Benji me atrapa aquí dentro. El hermano Jameson
entra y, al verme, entrecierra los ojos.

—¿Zebadiah Fitch? ¿Puedo preguntar por qué estás en mi


granero?

Aprieto la horquilla en mi mano, y me pongo de pie para dársela.

—Estoy aquí para hacerte pagar por tus pecados.

Se ríe. El malvado se ríe y se acerca a mí.


—¿Mis pecados? Estás exhibiendo violencia hacia tu mayor.
Entonces, pregúntate, joven. ¿Quién de nosotros es el que peca?

—Serah se suicidó por tu culpa. Benji estuvo sufriendo durante


días por lo que le has hecho. Son tus hijos. Zaaron te los dio para
que los amaras, cuidaras y protegieras. ¡No para que violaras y
abusaras de ellos!

—Zaaron también me dio el derecho de dirigir mi casa como me


parezca. Mi hijo es un sodomita. Era mi deber poner fin a sus
acciones perversas. Y Serah tomó sus propias decisiones.

Agarro la horquilla, mis manos resbalan contra el mango.


Aprieto con fuerza.

—¡Apenas superaba la edad de entendimiento! ¿Por qué


involucrarla? Ella no tenía nada que ver con esto.

—Serah fue una herramienta que me dio Zaaron.

¿Cómo puede ser tan insensible a la muerte de su propia hija?


Apenas la conocía, y el solo hecho de pensar en ella me hace difícil
respirar.

—Tu falta de remordimiento me enferma.

—No cargaré mi alma con los pecados de mis hijos.

No vine aquí con un plan. Pensé que mostraría alguna pena,


algún dolor. Todo lo que veo es un hombre que sirve a su propio
propósito, no al de Zaaron. Da su siguiente paso, y mi furia por todo
lo que causó, arde en un torbellino por todo mi cuerpo. Una vez que
llega a mis ojos, todo lo que veo son llamas, y arremeto contra él.
Grito como si fuera a liberar la rabia, pero mi movimiento se detiene
en el momento en que la horquilla atraviesa su estómago. La sangre
se acumula en su boca, goteando sobre sus labios y bajan por su
barbilla. Sus ojos, muy abiertos, se dirigen a su estómago antes de
quedarse vacíos.

Al instante, lo que hice me devuelve a la realidad como si me


golpeara el látigo de mi padre.
Suelto el agarre que tengo sobre la horquilla, y su cuerpo cae
hacia delante, las púas se le clavan más profundamente cuando cae
al suelo.

Oh, Zaaron, por favor, perdóname.


14
EL NUEVO PROFETA

Zebadiah
9 años después...

Últimamente mi padre me ha hecho participar mucho más,


pidiéndome hacer cosas que normalmente haría el Apóstol. Me
prepara para el día en que me convierta en Profeta, y creo que
finalmente acepté la idea. La Tierra Ungida demostró no ser lo que
pensaba, y anhelo el día en que pueda hablar con Zaaron yo mismo,
para preguntarle si es así como Él desea que se desarrolle su plan.

Las cosas llegaron a un punto crítico con mi padre hace unos


cinco años. Acababa de tener mi cuadragésima sexta limpieza en
menos de siete años... Me volví un poco loco tras la muerte de
Serah. En ese momento, se convirtió menos en lo que mi padre le
hizo a Laurel Ann y más en mi ira contra Zaaron y la injusticia de
todo. Creía que no tenía nada que perder, pero me equivocaba. Mi
padre siempre encontrará formas de amenazarme.

Me di cuenta que todas mis travesuras infantiles no iban a


traerla de vuelta ni a cambiar nada. Decidí que la mejor manera de
marcar la diferencia era prepararme para ser el mejor Profeta que
pudiera ser. Puse toda mi energía en estudiar las leyes de Zaaron,
y por fin puedo decir que creo que estoy siguiendo el camino que Él
desea para mí.

Subo los escalones del templo con el Verdadero Testamento bajo


el brazo. La madre biológica de Ezekiel, la hermana Karen, enfermó
estas últimas semanas. Es muy difícil para todos nosotros, ver
cómo la salud de nuestra madre disminuye. Papá me dijo ayer que
teme lo peor. Luego, esta mañana, me despertó llamando a la
puerta de mi casa, anunciando que Zaaron había hablado con él y
le dijo que reuniera el recinto.

Vamos a tener un renacimiento.

Me ordenó que hiciera las rondas por la Tierra Ungida y que


informara a los seguidores de los acontecimientos que tienen lugar.
Hace muchos años que no tenemos un renacimiento. El servicio,
dura una semana, es una adoración constante de Zaaron, que solo
se detiene para comer y dormir unas horas. Las mujeres del recinto
se turnan para cocinar las comidas, y cualquiera puede pedir la
curación, sea una dolencia física o espiritual. El último día,
presentamos nuestro sacrificio animal a Zaaron por todo lo que
hace por nosotros.

Aunque el templo está actualmente vacío, dentro de una hora


eso cambiará. Todos los hombres, mujeres y niños llenarán estos
asientos.

Mi padre está de pie en la plataforma mientras mi madre


enciende las velas en la sala. No levanta la vista de sus notas
cuando se dirige a mí.

—¿Todos fueron informados del renacimiento?

—Sí, señor. Todos hacen los arreglos necesarios para la semana.

—Maravilloso. Necesito que te asegures que hay mucho aceite


disponible para esta noche. Trae tres jarras de mi oficina. Una vez
que termines, comprueba que hay velas de sobra, y luego mira si
tus madres necesitan ayuda. Voy a volver al rancho para preparar
a Karen para los servicios.
Recoge sus papeles, sale de detrás de la plataforma y pasa junto
a mí entre los bancos.

—¿Padre? —Se gira hacia mí, así que continúo—: ¿La hermana
Karen estará bien? ¿Zaaron ha dicho algo?

—No lo sé, hijo mío. Zaaron revela lo que Él cree que es


necesario.

—Por supuesto.

Me da la espalda antes que termine de hablar y me dirijo al


pasillo trasero que lleva a las oficinas. Busco el maldito aceite por
todas partes y solo encuentro un frasco. No quiero enfadarlo, tiene
mucho que hacer ahora con la hermana Karen. Volveré al rancho y
me meteré en su estudio. Siempre tiene frascos extra de aceite ahí.

Me quedo sin aliento cuando corro desde el templo hasta el


rancho, así que me permito detenerme antes de entrar
sigilosamente por la puerta trasera. Lo último que quiero es ver a
mi padre y darle una razón para pensar que soy muy incompetente
para realizar una tarea tan insignificante. Tengo tanta prisa por
tomar el aceite y salir que casi irrumpo en la cocina sin darme
cuenta que está dentro.

Me detengo y espero detrás de la pared mientras prepara unas


gachas para la hermana Karen. Me asomo por el borde, ladeo mi
cabeza confundido cuando se arrodilla en el suelo y levanta una
tabla. ¿Qué diablos hace? Saca una botella azul y la levanta sobre
el cuenco de la papilla. Sale un líquido azul que se vierte en la
comida. Lo mezcla con una cuchara antes de devolver la botella al
suelo. Me agacho detrás del mueble de porcelana cuando pasa para
llevarle la comida a la hermana Karen.

Una vez que se va, me deslizo hasta la cocina y tomo un cuchillo


de mantequilla para aflojar la tabla. Meto la mano, sintiendo una
textura extraña. No estoy del todo seguro de lo que veo
exactamente. Anticongelante y Summer Coolantis está escrito en el
frente. Esto no vino de la Tierra Ungida.

La meto en el bolsillo, me apresuro a sustituir las tablas y me


apresuro a ir al estudio de mi padre por el aceite.
Salgo sin ser visto, pero se siente como si todo aquel con el que
me cruzara supiera de la botella de "anticongelante" que llevo en el
bolsillo. ¿Por qué lo trajo aquí? Quiero pensar que es un tipo de
medicina filistea, pero tengo un mal presentimiento que me dice que
no es medicina en absoluto.

Necesito encontrar a Benji. Si alguien puede decirme qué es, es


él.

Se sienta en su colchón, mira la botella como si fuera una piedra


preciosa de valor incalculable, y pongo los ojos en blanco.

—Bueno, ¿sabes para qué es?

Mueve la boca hacia un lado, y se frota la nariz.

—No estoy seguro, aunque puedo averiguarlo fácilmente. ¿De


dónde lo has sacado?

—Lo encontré.

Su expresión me dice que no le parece divertida mi falta de


sinceridad.

—Creo que me he ganado un poco más de confianza que eso,


¿no crees?

—¿Me vas a perdonar alguna vez?

Se burla.

—¿Alguna vez vas a admitirlo?

—Benji...

—Fue apuñalado hasta la muerte por una horquilla. La


horquilla.
Hemos dado muchas vueltas a esto. Nunca lo dejará pasar, y
nunca dejará de preguntar. Me meto las manos en los bolsillos.

—Debe haberse caído.

—Sí, eso has dicho. ¿No crees que es una gran coincidencia?

—El plan de Zaaron siempre prevalecerá.

Sus fosas nasales se agitan con su duro aliento.

—Tengo derecho a saber esta mierda, y quiero oírla de ti. ¿Has


matado a mi padre, Zeb? ¿Sí o no? Es todo lo que pregunto.

Me giro para subir la escalera de su sótano secreto.

—Estaré pendiente de tu asistencia al renacimiento.

Cuando cierro la puerta, suena un fuerte estruendo como si


hubiera lanzado algo. Suspiro y me dirijo de nuevo al terreno
común.

En más de una ocasión, pensé en admitirlo ante él. En este


punto, creo que está más enojado por el hecho que sigo mintiéndole,
que por no admitir la verdad. Lo cierto es que decírselo le daría algo
sobre mí. En el fondo, sé que él no es así, pero he utilizado el
chantaje como moneda de cambio en múltiples ocasiones, y me
siento más seguro al no darle una oportunidad. Además, que piense
que lo sabe es una cosa, que lo sepa de verdad es algo totalmente
distinto.

Lo peor es que el remordimiento que esperaba nunca llegó. En


cambio, gané un sentido del deber. De honor. La Tierra Ungida es
un lugar mucho más santo sin Jameson Johnson.

Mi padre se dio cuenta de mi mínima participación en el


renacimiento. No puedo mirarlo sin que mi mente piense en los
peores escenarios respecto a sus razones para usar el brebaje
filisteo. Si bien no ha mencionado su ausencia, no es un hombre
estúpido. Si no lo devuelvo a su sitio, se dará cuenta antes que sepa
a qué me enfrento.

Lamento mi decisión de rechazar su oferta de ir con él fuera de


las puertas. Quizá si lo hubiera hecho, sabría lo que es el
anticongelante.

Me serví una abundantemente ración de comida, ya que no


había comido nada desde el desayuno, y ahora me arrepiento de mi
glotonería. Obligándome a meterme en la boca otra cucharada de
papas, miro hacia arriba y veo a Benji sonriéndome.

Trago saliva y luego lo miro.

—¿A qué viene esa sonrisa?

—Descubrí lo que es tu botellita azul.

La leche que estoy bebiendo baja por el lado equivocado y toso.

—Aquí no, idiota.

Llevo mi plato y mi vaso a la estación de platos sucios, y hago


un gesto para que Benji me siga detrás del templo.

Después de comprobar una última vez que no hay nadie


alrededor, suelto un suspiro.

—Muy bien, ¿qué es?

Chasquea la lengua y se cruza de brazos.

—No tan rápido. Si quieres que te diga lo que sé, vas a tener que
decirme dónde lo has encontrado.

Mi mandíbula cae en estado de shock. Tal vez el chantaje no


está por debajo de él después de todo.

—¿Hablas en serio, Benji? Es importante que sepa qué es eso.

Inclina la cabeza.
—No soy irracional. Te dejaré elegir. Puedes decirme dónde lo
has encontrado o puedes admitirme que has matado a mi padre.

Me paso la mano por la barba sin afeitar, recordándome que


tengo que afeitarme antes que mi padre diga algo al respecto.

—Bien. Lo encontré bajo las tablas del suelo en la cocina de mi


padre.

Su engreimiento se convierte en confusión.

—No entiendo... es para un artilugio filisteo. Un vehículo. Es


como un carruaje pero sin caballos.

—¿Qué le hace a la gente?

—Nada bueno. El frasco dice que no lo bebas y que te


comuniques con algo llamado “control de veneno” si lo haces.

—Mierda. Me tengo que ir. ¿Lo has traído?

Lo saca del bolsillo y se lo arrebato de la mano antes que me


agarre del brazo.

—¿Qué pasa, Zeb?

Me alejo sin responder. ¿Cómo empezaría a decir las palabras


de todos modos? ¿Mi padre estuvo envenenando a una de mis
madres para poder "curarla"? ¿Por qué lo haría? ¿Por qué lo
necesita? Todo el recinto besa el suelo que pisa. ¿Qué tiene que
demostrar al casi matar a la madre de Ezekiel?

Camino tan rápido como puedo sin correr mientras busco a Zeke
en el terreno común. Finalmente lo encuentro hablando con
nuestro hermano menor, Jacob.

—Oye, Zeke, necesito hablar contigo... ahora.

Jacob frunce el ceño y Ezekiel da un paso para seguirme. Nos


guío en dirección al rancho.

—¿Adónde vamos? El renacimiento está a punto de comenzar


de nuevo.
—No vamos a ir al renacimiento.

—¿Qué? —Corre delante de mí para detenerme—. ¿Qué pasa?

Suspiro y miro por encima del hombro para asegurarme que


estamos lejos de ojos y oídos entrometidos.

—Hoy vi a papá haciendo algo. —Las palabras son espesas como


el lodo, y me cuesta sacarlas.

—¿Y...?

Saco el anticongelante de mi bolsillo y se lo doy.

—Lo vi poner esto en la comida de la hermana Karen. Según


Benji, es algo que los filisteos usan en sus máquinas. Es peligroso
para la gente.

Mira la botella, pero sus ojos no se enfocan, solo se oscurecen.

—¿Por qué haría eso?

—Creo que la enferma para poder mejorarla. Hacer un milagro.

Cuando sus ojos se dirigen a los míos, siento un escalofrío, y no


es por la brisa. Incluso en su momento más furioso, nunca ha
mostrado una rabia así. Suelta la botella y se lanza detrás de mí,
hacia el terreno común.

—Espera, espera, espera. Vamos a esperar hasta que esté solo.


¿Quién sabe cuántas mentiras inventará con el fin de poner a todos
los seguidores en nuestra contra? Debemos ser pacientes, y esperar
hasta que vuelva a casa esta noche.

Su nuez de Adán se balancea al tragar mientras pasa junto a mí


hacia el rancho.
Las horas se alargan con cada tic-tac, tic-tac del reloj. Los rayos
de luna que brillan a través de la ventana son nuestra única fuente
de luz. No hablamos. Simplemente nos sentamos con nuestros
pensamientos y dejamos que la traición se hunda. ¿Amó alguna vez
a alguno de nosotros? Siempre viene a su estudio antes de
acostarse, así que es aquí donde nos enfrentaremos a él.

Debí quedarme dormido porque me despiertan unas voces.


Escucho las "benditas noches" de mi madre y veo la forma
ensombrecida de Zeke en la oscuridad. Cuando el pomo gira, mi
corazón se detiene, y ninguno de los dos se mueve mientras mi
padre se abre paso por el estudio. Enciende una lámpara de aceite
en la pared que le ilumina su cara antes de dirigirse a su escritorio.

—Ella podría haber muerto—murmura Ezekiel, saliendo de las


sombras—. ¡¿Y si hubiera muerto?!

Mi padre salta ante la inesperada intromisión en la intimidad.

—Hijo. —Se agarra el pecho—. Me has asustado.

—Deberías estar asustado. Has intentado matar a mi madre —


susurra con rabia mientras golpea con su puño el escritorio.

—Siéntate, muchacho. Estás en un terreno peligroso. No sabes


nada de lo que hablas.

—Entonces explícate, Profeta —digo desde mi lugar en la


esquina de la habitación—. ¿Es mi madre la siguiente?

La cabeza de mi padre se mueve en mi dirección justo cuando


la hermana Wanda llama a través de la puerta.

—¿Hiram? ¿Estás bien? He oído algo.

Sus ojos se dirigen a Zeke antes de volver a mirarme.

—Todo está bien. Vete a la cama.

Los tres nos miramos fijamente, escuchando las pisadas en


retirada. Zeke es el primero en romper el silencio cuando se saca el
cinturón del pantalón. Mi labio se tensa en una sonrisa. Le va a
pegar con él como nos ha hecho a nosotros infinidad de veces.
—Has abusado de todas las personas de esta familia bajo el
pretexto de ser nuestro Profeta y has permitido que otros en la
Tierra Ungida hagan lo mismo. No creo que estés ciego a lo que
ocurre dentro de estas puertas, solo permites lo que no afecta
directamente a cualquier agenda que tengas.

Los ojos de mi padre no se apartan del cinturón. Extiende la


mano, y es evidente que está nervioso incluso sin que se note en su
voz.

—No solo soy tu padre, también soy tu líder. Tu Profeta. Te


sentarás y te diré cómo estás confundido. No...

—¿Confundido? —Ezekiel camina hacia el fondo de su


escritorio—. No, padre. Hay muchas cosas que siento en este
momento, y la confusión no es una de ellas.

Alinea su cinturón alrededor del cuello de nuestro padre, y lo


aprieta con fuerza. Mis ojos se abren de par en par, viendo cómo
elimina su capacidad de respirar. Esta no era la dirección que
pensaba que iba a tomar esto.

Padre se toma al cinturón, y no siento compasión por él. Todo


lo que siento son emociones recicladas del pasado. El terror y el
dolor de las palizas, la humillación de su constante degradación y
la furia al rojo vivo por lo que le hizo a Laurel Ann.

Matar a mi padre nunca fue una opción que considerara


realmente. Sí, pasaron por mi mente pensamientos fugaces al
respecto, pero hasta el momento nunca los consideré una opción
real. Verlo luchar en las garras de Ezekiel me da un placer para el
que no estaba preparado.

El tiempo parece ralentizarse mientras camino hacia ellos. Lo


siguiente que sé, estoy al lado de mi padre, mirando a sus ojos
horrorizados y saltones.

No sé si intenta hablar o gritar, y no importa. El tiempo de


escuchar sus mentiras ha llegado a su fin. Busco la navaja en su
bolsillo y aprieto la empuñadura. La piel me arde más con cada
latido de mi corazón.
Me inclino, miro sus ojos rojos, acuosos y malvados mientras
escupe y se agita en la silla.

—¿Qué dice el Verdadero Testamento sobre los que hablan con


lengua falsa? —Su cabeza se agita y trata de gritar. La expresión de
Zeke es de asombro, y asiente, muy ligeramente, en señal de
aprobación. Obligo a mi padre a abrir la boca para sacarle la lengua.
Intenta zafarse de mi agarre, así que clavo las uñas en la carne
resbaladiza para sujetarla mejor—. El engañador que continúa
dando falso testimonio pierde toda credibilidad, volviéndose incapaz
de reconocer la verdad. —Presiono la hoja contra el costado de su
lengua, cortando el músculo y viendo cómo se parte y sangra.
Intenta gritar, y Zeke endereza los brazos, apretando más el
cinturón. Una vez que llego a la mitad, tiro con más fuerte para
añadir tensión, corto el órgano viscoso con mucha más facilidad.
Una vez retirado el tejido carnoso de su boca, lo arrojo sobre el
escritorio antes de dirigirme al recipiente de agua—. La verdad es
imperativa —Su intento de gemido falla debido al cinturón que
restringe el paso del oxígeno. Lleno el gran cuenco de agua y me
giro hacia mi padre—. Debemos librar a la Tierra Ungida de sus
falsedades eliminando aquello de lo que habla. —Coloco el cuenco
sobre la mesa antes de volver a girarme para mirarlo. Tiene los ojos
caídos y se están desvaneciendo—. 23:4D y E. —Tomo un puñado
de cabello mientras la sangre resbala por los lados de la boca—.
Esto es por nuestros hermanos y hermanas. —Veintisiete años de
odio hacia él hacen que el fuego corra por mis venas, y meto su
cabeza en el cuenco. La sangre cae en el agua, floreciendo como
una flor. Ezekiel mantiene un agarre firme en el cinturón—. Por
nuestras madres y por todos a los que has defraudado en el recinto.
—Se agita debajo de mí, y uso todo mi peso para ahogar cada parte
del hombre que solo me ha causado sufrimiento—. Esto es por
Laurel Ann.

Cierro los ojos e imagino que la energía de Zaaron sale de su


cuerpo y entra en el mío. Me araña la mano y tira de mi chaqueta.
Cuanto más se resiste, más fuerte lo sujeto y más aprieta Zeke.
Parece una eternidad hasta que sus miembros por fin cuelgan sin
vida debajo de mí.

De repente me cuesta respirar y el corazón me rebota con fuerza


en el torso. Miro a Zeke y espero ver remordimiento y tristeza. Su
sonrisa es loca y salvaje, su pecho se eleva con la respiración
agitada.

¡Diablos! ¿Y ahora qué? No pensé más allá de este punto. Suelto


mi agarre de su cabello, presiono mis manos contra mis ojos.

Espero que la voz de Zaaron sea instantánea, para sentir que


me consume, pero solo hay silencio.

Puedes hablar conmigo ahora. Dime qué hacer...

Camino por el suelo, espero. Zeke me mira en busca de la


orientación que ahora recae sobre mis hombros, y tiro la primera
solución que se me ocurre.

—No podemos dejar que nadie lo encuentre. —Miro a mi padre


sin vida, y no hay ni una pizca de amor perdido. Incluso muerto, es
un castigo—. Volveremos temprano, antes que cante el gallo, y le
diremos a las madres que tenemos negocios con él. Después que lo
encontremos, vas a ver al comerciante Gunter y le pagas lo que sea
necesario para que se guarde los detalles. Dile que no queremos
incitar el miedo entre los seguidores. Por lo que se sabe, murió por
causas naturales.

Se burla con una sonrisa impresionada y levanta a mi padre,


con el agua ensangrentada cayendo sobre su camisa. Arranca el
colgante del sigilo dorado de su cuello y me lo tiende con una
inclinación de cabeza.

—Por supuesto, Profeta.


15
CARNES DE CAMPO STURGIS

Laurel Ann
—¡Whoo! ¡Vamos Osos! ¡A eso me refiero, Bronson! —grita Kaila
desde nuestros asientos en las gradas. Niego ante su teatralidad
mientras doy un sorbo a mi té dulce con una pajita de rayas
azules—. Toma esa mierda, Mangum —añade, agitando su puño en
el aire.

No estoy segura de cuál es el atractivo de ver a chicos


adolescentes lanzando una pelota de cuero, pero el fútbol es un
pasatiempo favorito entre los filisteos, Kaila incluida, así que le doy
el gusto.

—Hola, Kaila. —Levanto la vista hacia la voz de Ricky Willis, que


me sonríe—. Hola, Laurel Ann. —Levanto la mano en un saludo que
él toma como una invitación a sentarse junto a nosotras—. ¿Vais a
ir a Bedlams después del partido?

Gimo interiormente, y miro a Kaila poner una expresión que me


preocupa.

—Cuenta con nosotras —dice.


Tengo que trabajar por la mañana, y realmente esperaba poder
descansar toda la noche. Sin embargo, es obvio que Kaila ha
tomado una decisión, y no hay manera que me permita saltármelo.

—Genial —Nos regala una gran sonrisa que solía hacer perder
la cabeza a las chicas del instituto—. Las veré ahí.

Baja de las gradas hacia sus amigos, y entrecierro los ojos hacia
ella.

—¿Qué pasa con Brently?

Ella cambia de un novio a otro más rápido que yo con el


champú. Brently es su más reciente conquista, y todavía aguantan
después de cuatro meses juntos.

La monogamia es la práctica habitual entre las parejas filisteas,


y el concepto me intriga. Dirigir una familia con una sola madre
parece imposible, pero la idea de otra mujer en la relación se ve
como algo negativo.

Se burla y se mete un nacho en la boca.

—¿Y qué pasa con él? Le pedí que viniera, pero prefiere jugar a
los videojuegos con sus amigos perdedores. Y es solo Ricky Willis.
Lo conocemos desde el instituto. Además, creo que le gustas más
que yo.

Me aliso la falda y me río. Antes me afeitaría la cabeza que salir


con un filisteo.

—Bueno, qué pena por él. Sabes que no salgo con... gente.

Ella suspira.

—Sí, lo sé. Sigo esperando que se te pase.

Sus problemas con mis creencias son la principal lucha en


nuestra relación. Le frustra, y por mucho que intente entenderlo, la
verdad nunca podrá hacerlo.

Y eso me frustra.

—¿Esperabas que "superará" mi fe?


Dejando caer la cabeza hacia atrás, gime mientras la gente que
nos rodea salta y grita.

—No voy a tener esta discusión esta noche. Todo lo que digo es
que no quiero que mires atrás y desees hacer algunas de estas cosas
que te pierdes.

Asiento y me muerdo la lengua porque lo que realmente quiero


decir es: ¿Qué pasa con todas las cosas que hice y que no puedo
deshacer?

Suenan las trompetas de la banda y todos los que nos rodean


estallan con la canción de la escuela. Me inclino alrededor de la
mujer que bloquea el marcador. Hobart gana cuarenta y tres a doce,
y me siento culpable por haberle robado el momento a Kaila con
nuestra conversación.

Por suerte para mí, ella siempre es rápida para perdonar. Pasa
su brazo por el mío, guiándome por las gradas.

—Vamos, no hay forma que camine hasta ahí. Voy a usar la


tarjeta del auto esta noche. Conseguiremos que nos lleve Ricky.

Sabe lo que pienso de los autos, así que caminamos la mayor


parte del tiempo, pero de vez en cuando la dejo sacar la "tarjeta del
auto". No es una tarjeta real, y ninguna de las dos lleva la cuenta.
Lo utiliza con mucha moderación cuando se siente especialmente
perezosa o tenemos que llegar a algún sitio con prisa.

Arrastrándome detrás de ella, alcanzamos a Ricky mientras


sube a su camioneta. Agitando su brazo hacia él grita:

—¡Eh, Ricky! ¿Podemos dar un paseo contigo?

Asoma la cabeza por el capó con una sonrisa y corre a abrir el


lado del pasajero. Cuando subo a la cabina, me inclina su sombrero
de vaquero.

—Señora.

Sonrío ante su cursilería campestre y miro a Kaila sonriendo


mientras subo a la camioneta. Ella le hace una reverencia antes de
subir detrás de mí.
—Señor.

Riéndose de su respuesta sarcástica, cierra la puerta. Tarda


cinco minutos en conducir lo que tardaría unos veinte minutos
caminando. El bar está bastante lleno esta noche debido a que es
noche de juegos y el único bar de la ciudad.

Sigo a Kaila a un taburete y Ricky nos pregunta qué vamos a


tomar.

—Un chupito de Wild turkey para mí y un vodka con tónica para


ella.

Hace la mímica de dispararnos con una pistola y se vuelve hacia


la barra. Kaila se hecha hacia atrás.

—¿Cuáles son las posibilidades que realmente vayas a beber


eso?

Me encojo de hombros y observo a una mujer mayor que se


mueve con tres hombres diferentes en la pista de baile.

—Más o menos las mismas de que no bebas nada está noche.

Se ríe cuando Ricky vuelve con nuestras bebidas, poniéndolas


en la mesa.

—Aquí tienen, señoras.

Kaila toma el suyo y señala el tocadiscos.

—¿Qué te parece si pones algunas melodías de esta década? —


Retrocede con un guiño, y Kaila toma mi bebida para bajarla—. Ve
por tu agua tónica antes que vuelva.

Hacemos esto cada vez que me lleva a beber. Como me niego,


pido un agua tónica y digo que es vodka. Nadie lo cuestiona nunca.
Miro el reloj de Budweiser de la pared y gimo al ver que es casi
la una. Kaila está pasando su mejor momento en la pista de baile
cuando Ricky se desliza a mi lado en la barra.

—¿Quieres bailar?

—No, gracias.

Tomo un sorbo de mi bebida, y él se acerca más, arrastrando las


palabras.

—Estaría dispuesto a apostar que no eres tan inocente como


aparentas. —Su mano se dirige a mi muslo, y lo único que puedo
hacer es mirarlo con asombro—. ¿Por qué no me enseñas lo que
guardas aquí debajo? —Desliza sus manos entre mis piernas, y
ahueca mi sexo por encima del vestido.

Me quedo con la boca abierta y levanto la mano, dándole una


bofetada por su atrevimiento. Me pongo de pie para irme enfadada,
señalándole con el dedo a la cara.

—No me iría a la cama contigo aunque fueras mi última


oportunidad de ir a la Estrella del Paraíso, cerdo filisteo.

Voy a escupirle antes de decidir que eso podría ser demasiado.


Giro para ver a Kaila tropezar consigo misma. Es hora de irse. Corro
al lavabo porque tomé una tonelada de agua tónica, tratando de
seguirle el ritmo de Kaila. Va a ser un largo camino a casa.

Al volver al bar, la busco. Busco por todo el establecimiento,


incluso en los baños, en ambos, pero ella no está a la vista.
Atravieso las puertas para salir corriendo al exterior, en busca de
cualquier señal de movimiento. Mientras me dirijo a la parte trasera
del bar, escucho el sonido de una fuerte respiración cerca del
santuario de fútbol del instituto Bearcats. Las bandas tocan allí a
veces en verano, y está escondido en la alcoba detrás de los negocios
vecinos. Está muy oscuro para verlo ahora, pero estuve aquí las
suficientes veces como para saber que el número 1 de los HOBART
BEARCATS está pintado en las láminas metálicas que recubren la
pared, y que hay cacerolas pintadas con los colores de la escuela,
el azul y el dorado, colgadas detrás, donde veo figuras sombrías y
en movimiento.
Paso de puntillas alrededor de ellos para acercarme a la pared,
oigo un gemido que tiene que ser de Kaila. Me doy cuenta que no vi
a Ricky cuando la buscaba dentro. Alargo el brazo para levantar
una de las cacerolas de su gancho, golpeando accidentalmente la
ojalata.

—¿Qué diablos? —dice la voz de hombre. Llevo la sartén por


encima de mi cabeza, golpeándolo en alguna parte de su cuerpo—.
¡Arrgh! —grita de dolor.

Bien.

Kaila salta a mi lado y grita:

—¡Brently! ¿Estás bien?

¿Brently? Oh, no.

Uy.

Vuelvo a colgar la sartén en la pared, avergonzada.

—Lo siento mucho, Brently. Pensé que eras Ricky.

En la oscuridad, su sombra se levanta más firme.

—¿Por qué diablos crees que Ricky Willis estaría aquí con mi
novia?

—Es lo que quiero saber —añade Kaila.

—Porque fue muy grosero conmigo antes, y cuando no pude


encontrar a Kaila ni a él, asumí que intentaba algo con ella. Lo
siento de verdad.

—Vaya, Laurel Ann. A veces me sorprendes. Es bueno saber que


puedo contar contigo para proteger a mi chica. —Comienza a
caminar de vuelta a la barra, y se frota el hombro, aparentemente
donde lo golpeé—. ¿Quieres que le patee el culo a Ricky? Será un
placer. Nunca me gustó ese idiota engreído.

Kaila está a mi lado mientras la sigo.

—No, la violencia no logra nada.


Se burla.

—Lo dice la chica que acaba de golpearme con una sartén.

—Mierda, Laurel Ann, ¿sabes qué hora es? —Kaila se coloca el


cabello negro y rizado sobre el rostro para bloquear la luz.

—Sé exactamente qué hora es. ¿Y tú?

Se revuelve en el sofá para tomar el celular de la mesita.

—Es antes del mediodía. Muy temprano para que me despiertes


en mi día libre.

Nunca entendí cómo puede dormir todo el día,


independientemente de si trabaja o no. Pongo los ojos en blanco,
recojo su sujetador del suelo y se lo tiro.

—Tienes un dormitorio. Agradecería que tú y Brently lo usaran


cuando hagan sus actos sexuales pecaminosos.

Ella echa la cabeza hacia atrás contra el sofá, riendo.

—Dios, chica, te quiero.

Entrecierro los ojos hacia ella, aunque no puedo evitar sonreír.

—Hay algunos huevos y tocino en la estufa, y algo de pan fresco


en la tostadora, pero será mejor que lo comas pronto o se enfriará.

—Gracias, mamá.

Alcanzo más allá de sus hombros y saco mi sudadera gris de


entre su espalda y el sofá. Me la pongo por encima de la cabeza y
me aliso el cabello.

—Si fuera tu madre, me habría asegurado que no maldijeras


tanto como lo haces.
Me guiña un ojo, enciende un cigarrillo y camina hacia el
televisor para poner uno de sus vídeos de "yoga exótico",
"stripaerobics" o "bailar como una puta y llamarlo ejercicios". Tomo
algo de dinero y meto unos cuantos dólares en el bolsillo de mi
maxifalda de retazos antes de dirigirme hacia la puerta principal.
Tomo mis llaves del gancho, y la veo agacharse y mover su trasero
mientras sigue dando caladas a su cigarrillo.

—¿No es eso contraproducente?

Su cabeza me asoma por entre sus piernas.

—No.

Sonrío a mi amiga y comienzo el trayecto de quince minutos al


trabajo. Caminando por la acera irregular, veo a una de mis
personas favoritas para observar. La veo a menudo cerca de la
iglesia de San Pedro y Pablo cuando voy y vengo de la carnicería.
Es una religiosa llamada "monja". Me encanta verla agarrada a su
cruz mientras reza a su Dios.

Nunca me planteé que hubiera otros sistemas de creencias


cuando me fui de casa. Asumí que no creían en nada, sin pensar
más allá del hecho que todos eran paganos. La verdad es que creen
que están en el camino correcto, y puedo respetarlos por intentarlo,
aunque estén equivocados.

Lleva el mismo vestido cada vez que la veo. Es modesto, cubre


todas las zonas apropiadas, así que la repetición parece irrelevante.
Admiro su lenguaje corporal de dama y su manera educada de
caminar. Hay una estatua blanca de un hombre con una corona
justo encima de las puertas dobles con paneles de madera de su
iglesia, y ella se detiene a mirarla antes de entrar en el edificio de
ladrillo.

Paso por delante de Molly's Doughnuts and Café, saludo a


Crackhead Mike, que fuma un cigarrillo y da vueltas en sus patines.
Me parece un apodo mezquino teniendo en cuenta que, por lo que
sé, ni siquiera fuma crack, pero así es como se presentó. Inclina su
sombrero de vaquero mientras baila al son de lo que sea que
escucha en sus audífonos, lleva unos pantalones cortos que le
quedan muy pequeños.
Llego a la calle Jefferson y encuentro la puerta de la carnicería
abierta. Me apresuro a entrar en la carnicería Sturgis Countryside
Meat y murmuro:

—Perdón. —Mientras me abro paso entre los clientes.

—Vuelves a llegar tarde —dice Cameron cuando corro detrás del


mostrador por un delantal.

—Sí, lo sé, lo sé. Yo…

—Agradece que estemos ocupados y que haya poco personal.

Pongo los ojos en blanco. Su definición de "ocupados" es ocho


personas, y "falta de personal" significa que solo tiene un empleado.
A mí.

—Lo hago.

Los clientes siguen llegando porque todos en la ciudad se están


preparando para el Día del Trabajo. Es una de sus tradiciones más
normales, no tan extraña como la del día de Pascua. Durante sus
celebraciones de Pascua, los adultos esconden huevos de plástico
llenos de caramelos para que los niños los encuentren, y a veces la
gente se disfraza de conejitos de tamaño humano. Esa parte es
bastante aterradora, en realidad. Parece que siempre hay algún tipo
de tradición festiva. Incluso celebran el día en que nacen, como si
se tratara de una especie de logro supremo. Así de vanidosos son.

De todos los filisteos que conozco, mi jefe, Cameron, es uno de


los más difíciles de entender. Algunos días es directamente
mezquino conmigo, pero en otros casi tengo la idea que se preocupa
por mí. Llevo más de un año trabajando aquí y no estoy cerca de
entenderlo.

Finalmente, el último cliente se va y Cameron se da la vuelta


para ir a su despacho.

—Tengo que revisar algunas cosas antes que llegue mi nuevo


distribuidor.

Le hago un gesto con la cabeza, e inicio sesión en el ordenador


para ver los pedidos de los clientes. Hay cosas que tengo que hacer
a diario que empañan mi alma. La electricidad, los ordenadores, la
caja registradora, el teléfono... Aunque por supuesto no me gusta,
tengo mis propias formas de intentar limpiarme.

Dentro del congelador de carne, saco dos kilos de bistec de


falda1 de res. Me encanta el tacto de la carne cruda contra mis
dedos, siempre me tranquiliza. Me recuerda a mi casa, cuando
ayudaba a mi hermano mayor, Benjamin Jr., a preparar la carne
de los cerdos y los pollos, y me pregunto si alguna vez mi corazón
dejará de doler al pensar en mi familia y mi hogar. Suspirando,
envuelvo el filete en el papel de carnicero mientras suena el timbre
de la puerta, anunciando la llegada de un nuevo cliente.

Pongo mi sonrisa más amable para saludarlos, pero al levantar


la vista se me paralizan todos los músculos del cuerpo. No
entiendo... ¿Cómo es posible? Mis palabras huyen hacia las colinas,
y mi mano aún está en la carne a medio envolver cuando me
encuentro con una mirada llena de desprecio.

—Soy Zebadiah Fitch. Tengo una cita con Cameron Sturgis.

1
La falda es la pieza situada en la parte baja del lomo, entre la pierna y el costillar. Es
un corte sin hueso que se localiza en la panza del animal y que proporciona una carne
buena y jugosa.
16
DOS MUNDOS CHOCAN

Laurel Ann
Mis ojos son la única parte de mi cuerpo que actualmente
funcionan. Si me reconoce, lo disimula muy bien. Ha crecido mucho
y ya no es el chico con el que me escabullía al arroyo. Lleva el cabello
oculto debajo del sombrero, con algunos mechones leonados
alrededor del ala. Ahora se parece mucho más al Profeta. Sus brazos
cruzados son considerablemente más grandes, y esos tirantes se
envuelven alrededor de su pecho mucho mejor que antes. Su rostro,
una vez juvenil, ahora está definido con una mandíbula cuadrada
y rasgos fuertes.

A cada lado de él hay otros dos hombres... Dios mío, ¿son esos
sus hermanos? Ezekiel sigue siendo tan guapo como lo recuerdo,
solo que mucho más grande. Jacob, sin embargo, era un ratoncito
chillón la última vez que lo vi. Ya no lo es.

¿Por qué están afuera de las puertas? Mi corazón parece ponerse


al día con la situación, acelerando el ritmo y sacando el sudor de
mis poros. Debería decir algo, cualquier cosa, pero lo único que
quiero hacer es correr hacia él y tomar su cara entre mis manos.
Quiero mirarlo a los ojos para confirmar que son del mismo azul
brillante. Quiero decirle lo mucho que lo he extrañado y que sueño
con él todas las noches. Quiero preguntarle por mi familia, quiero...
—¿No hablé claro, chica? Tengo una cita con el dueño del lugar.

Se me cae el estómago con tanta fuerza que doblo las rodillas


para evitar que cedan. Me mira como si fuera el estiércol debajo de
su bota. Nunca me habló con ese tono.

—Yo... yo... u-um...

—Laurel Ann, ¿puedes venir aquí un segundo?

La voz de Cameron detiene mis balbuceos, y si Zeb no sabía


antes quién era, ahora sí. Su expresión pasa de neutra a
sorprendida antes de contorsionarse en líneas duras y
contrariadas. Me mira, me mira de verdad, por primera vez, y no sé
por qué me dan ganas de esconderme detrás del mostrador. Paso la
mirada de Zebadiah a Ezekiel y Jacob que están mirándose el uno
al otro con las cejas levantadas y las mandíbulas abiertas.

El camino de vuelta a la oficina de Cameron es agonizante. Mi


garganta solo admite pequeñas porciones de oxígeno a la vez, lo que
me hace respirar más rápido y con mayor dificultad.

Empujo la puerta para abrirla y lo encuentro hablando por el


celular. Los celulares parecen ser lo peor. Tendrías que ver cómo
todo el mundo camina como si estuviera drogado, miran fijamente
a sus cajas del Diablo, sin darse cuenta del mundo que les rodea.
Me mira, a punto de decir algo, cuando inclina la cabeza hacia un
lado.

—¿Estás bien? Te ves pálida.

Me paro más derecha, irguiendo mi postura.

—Sí, estoy bien. Zebadiah Fitch está aquí para verte.

No quiero que Cameron sepa que Zeb y yo tenemos una historia,


al menos no antes que tenga la oportunidad de hablar con él por mi
cuenta. Los filisteos no necesitan saber nada sobre nosotros o
nuestro mundo, pero ahora...

Soy una filistea.


El pensamiento salta en mi cabeza con la suficiente fuerza como
para provocar un dolor de cabeza. Mis entrañas se revuelven,
amenazan con vomitar los huevos de esta mañana. Siempre he
estado en contra de ellos. Nunca he encajado con ellos, además de
Kaila. Sí, hay unas cuantas personas buenas y algunas a las que
me atrevería a llamar "amigos", aunque ahí no hay una lealtad real.
Nunca he sentido que perteneciera a este mundo. Incluso sabiendo
que se ha deshecho, todavía me siento como una hija de Zaaron.
Sigo rezándole todos los días, esforzándome por ser la persona que
Él quería en un principio. Incluso cuando parece imposible, estando
rodeada en un mundo de tanto pecado, donde nadie entiende mis
creencias.

Al ver a Zeb y a sus hermanos de nuevo, queda muy claro que


no soy como ellos. Para ellos, solo soy otro pagano que vive en la
impureza.

En mi mente, siempre supuse que Zeb me extrañaría tanto como


yo a él. Nunca imaginé que me culparía o pensaría mal de mí. Pero
al recordar la mirada que me dirigió, lo veo, su ira por en lo que me
he convertido. Su decepción. Quiero aliviar el ardor de mis ojos
dejando caer las lágrimas, pero las retraigo.

—Oh, bien. —Se levanta, estirando los brazos—. Tiene la mejor


oferta de carne que vi en años, pero es un hijo de puta raro. —
Mirándome, sonríe—. Apuesto a que ustedes dos se llevarían bien.
—Se ríe y luego debe darse cuenta que está siendo ofensivo porque
su sonrisa desaparece de su cara sonrosada. Se aclara la garganta
y dice—: Adelante, hazlo pasar. Después de comprobar las fechas
de todos los productos del cerdo en la vitrina, puedes salir.

—Bien, gracias, Cameron. Te veré mañana.

—Aunque a tiempo, ¿sí?

Ya me disculpé una vez. No lo haré de nuevo.

—Sí.

Mis pies saben cómo me siento porque se arrastran por las


baldosas mientras me dirijo de nuevo al vestíbulo. No quiero
enfrentarme a él de nuevo, no si va a seguir mirándome de esa
manera.

Los tres hombres están de pie exactamente en la misma posición


que tenían antes de salir: Zeb al frente con Ezekiel y Jacob detrás
de él a cada lado, en un triángulo. Abro la boca para hablar, cuando
las palabras se enredan en mis cuerdas vocales. Cuantos más pasos
doy, más espeso se vuelve el aire. No quiero que me vea flaquear.
Puede que me vea malvada y repulsiva, pero no me verán débil.
Empujo los hombros hacia atrás y mi garganta se abre, permitiendo
que el aire fluya libremente.

—Cameron está listo para usted, Sr. Fitch. Puede ir atrás a


verlo.

Es lo más raro del mundo llamarle así, pero así es como yo


trataría a un cliente normal, y Cameron puede oírnos si nos está
escuchando.

Me mira fijamente y hace un gesto con la cabeza para que sus


hermanos lo sigan. No me muevo ni un centímetro cuando pasan a
mi lado, y no podría hacerlo, aunque quisiera. Casi espero que me
escupan. Aunque Jacob y Ezekiel me ignoran, Zebadiah se detiene
a mi lado. No puedo obligar a mis ojos a encontrarse con los suyos,
y me preparo para cualquier abuso verbal que me espere. Se queda
ahí el tiempo suficiente para que se vuelva incómodo, haciéndome
saltar cuando habla.

—Espérame afuera cuando me vaya. —Su tono es duro y bajo.


¿Qué ha pasado con el dulce chico que dejé atrás en el recinto?

Le hago un rápido gesto con la cabeza, porque es todo lo que


puedo reunir. Se pone detrás de sus hermanos y desaparecen en el
despacho de Cameron. Me doblo, y agarro mis rodillas para regular
mi respiración. Deslizo mi mano sobre mi boca y noto que el pulso
late en la punta de mis dedos.

No puedo creerlo. Él está aquí. Zeb está aquí. No volver a ver su


cara ni oír su risa es una verdad que acepté. Dijo que lo esperara.
Eso tiene que significar que quiere hablar conmigo. De lo que planea
hablar no tengo ni idea. Solo sé cómo me percibe ahora. Tengo la
esperanza que si me odiara o le diera asco no perdería el tiempo. Si
me considerara un filisteo, sería casi invisible para él.

Me apresuro a terminar de envolver la carne de cerdo con mis


órganos retorciéndose dentro de mí todo el tiempo. Registro en el
ordenador los dos kilos de carne que se estropearon, encogiéndome
todo el tiempo. Usar esta cosa tan cerca de Zeb me hace sentir muy
mal.

Tiro el delantal en el cesto y me lavo las manos antes de salir


corriendo por la puerta principal. El viento otoñal gira en torno a
mi cabello, haciéndolo volar por delante de mí rostro.

Su carruaje está justo delante, junto al Toyota de Cameron,


luciendo tan perdido en un mundo al que no pertenece. Los caballos
rechinan y extraño poder estar cerca de ellos todos los días. Cruzo
la acera con pasos seguros y firmes para no asustarlos. Seguro que
están nerviosos con todos los autos. El caballo negro de melena
blanca sacude la cabeza y patea el suelo. Le tiendo la mano y le toco
la nariz con dedos tiernos y seguros.

—Estás harto de estar atado aquí, ¿eh?

Deslizo mi mano por su brillante pelaje que parece tinta cuando


el caballo castaño hace su propio espectáculo de relinchos y
patadas.

—Aww ¿te sientes excluido?

Acaricio a ambos con la misma dulzura, porque me lo harán


saber si no lo hago, observo a la gente que va y viene. He vivido en
Hobart y sus alrededores durante los últimos doce años, pero
todavía me resulta desconocido. El único lugar que tiene algún
sentido de hogar es mi casa, aunque estoy segura que eso tiene más
que ver con Kaila que con el espacio en sí. Nunca pertenecí a este
lugar. Ver a Zebadiah hace que ese hecho pase a primer plano,
brillando con claridad.

No entiendo por qué está aquí. ¿Por qué está fuera de las
puertas? Tal vez el Profeta le dio más responsabilidades,
preparándolo para cuando tome el título.

—¡Oye! ¿Qué haces? ¡Aléjate de los caballos!


Mis pies retroceden ante la advertencia mientras mi mente sigue
registrando quién me grita. Jacob se lanza hacia mí y Zeb lo agarra
del brazo, negando.

Jacob extiende su mano hacia mí.

—¡Es una filistea!

Zebadiah lo mira como si fuera un niño confundido.

—Ella es Laurel Ann. Puede acariciar a los caballos si así lo


desea. —Su respuesta me quita el oxígeno. Mi corazón bombea
sangre con toda su fuerza por mis venas. Ezekiel se sitúa detrás de
ellos, observando su intercambio con los brazos cruzados, y Jacob
parece a punto de pisotear—. Ambos, espérenme en el carruaje.

Jacob se queda con la boca abierta y frunce las cejas antes de


obedecer. Zebadiah se quita el sombrero y se lo entrega a Ezekiel,
quién sigue a su hermano hasta el carruaje.

—Camina conmigo.

Desliza las manos en los bolsillos de sus pantalones, haciéndolo


parecer más relajado y más parecido al Zeb que recuerdo. Me sudan
las manos. No tengo ni idea de lo que voy a decirle ni de lo que él
va a decirme. Intento seguir el ritmo de sus largas piernas y sonrío.
Algunas cosas nunca cambian.

Caminamos unos instantes en silencio, hasta el punto que me


inquieta. Doce años es mucho tiempo. Gira en el pequeño espacio
que hay entre el Bingo de la Legión Americana y el BancFirst. Aquí
atrás no hay nada más que un contenedor de basura, aunque estoy
segura de que ese es el punto. Se gira para mirarme, sus ojos azules
son oscuros en las sombras mientras me mira fijamente.

—Tu ropa... es apropiada.

¿Mi ropa? ¡¿Doce años y quiere hablar de mi ropa?! Me duele


por la necesidad de envolver mis brazos alrededor de él y presionar
mi cabeza contra su pecho, y no hablar de mis elecciones de
vestuario. Sin embargo, ver la expresión de satisfacción en su cara
me hace sentir orgullosa de mí misma.
—Gracias. Todavía intento seguir la ley espiritual, pero no es
fácil.

Sus ojos brillan y me dedica la más pequeña de las sonrisas.

—Imagino que no.

No puedo aguantar más. He fantaseado con esto desde que me


echaron. ¿Qué pasa si el Profeta viene a lidiar con la carne la
próxima vez, hace que esta sea mi única oportunidad de volver a
hablar con él? Aunque rechace mis palabras, al menos sabré que
las dije. No intento detener las lágrimas. El alivio de su presencia
me abruma.

—Te he extrañado todos los días. Debí haberte escuchado y


haberme quedado con el Profeta. Lo siento mucho.

Sus ojos brillan y sus fosas nasales se dilatan cuando dice:

—Lo hecho, hecho está.

La crudeza y la brevedad de su voz me sorprenden.

—Zebadi...

Sus labios se presionan juntos, haciendo que su mandíbula


palpite.

—No tengo tiempo para discutirlo ahora. Te traje aquí para


hacerte una pregunta. —Traga saliva como si tuviera miedo de
continuar mientras devoro cada una de sus palabras como un niño
hambriento—. ¿Deseas recuperar tu lugar en la Tierra Ungida?

El callejón se cierra, y casi puedo sentir la pared de la Sala de


Bingo empujando contra mis hombros. Antes esta hubiera sido una
respuesta clara. Por supuesto que quiero volver a casa, pero Kaila
se ha convertido en una hermana para mí. No puedo imaginarme
no tenerla en mi vida. Si vuelvo a casa, no volveré a hablar con ella.
Su irritación ante mis dudas hace que suelte la primera respuesta
que sube a mis labios.

—Sí.
Sus hombros y cejas se relajan con su asentimiento.

—Bien. Hablaremos más de esto en una semana. ¿Hay algún


lugar donde podamos reunirnos en privado? ¿Tienes una casa?

Es difícil procesar lo que está sucediendo, y estoy sorprendida


por su sugerencia. Que un hombre esté a solas con una mujer en
su casa, a la que no está atado, es definitivamente un pecado.

—Sería inapropiado. —En parte estoy bromeando con él, intento


aligerar la tensión, aunque sus cejas fruncidas dicen que no está
de humor para bromas—. Podríamos quedar en el bar Bedlams.
Créeme, será mucho más privado que en mi casa con mi compañera
de piso alrededor.

Su labio se levanta con disgusto.

—¿Compartes casa con uno?

La reacción es esperada, pero me calienta la barriga igualmente.


Para empezar, nunca quise que se conocieran, y ahora esa
sensación se multiplica. Seguramente no se llevarán bien. No puedo
soportar la idea de estar dividida entre ellos.

—Sí. Y ella es la única persona que ha estado siempre a mi lado


en este terrible lugar.

Creo que está a punto de hacerme otra pregunta hasta que se


endereza la chaqueta y se da la vuelta para irse. Me sube el pánico
por la espalda al pensar que está anulando su pregunta, pero
cuando lo tomo del brazo agrega:

—En tu casa dentro de una semana a las seis. No más tarde. Un


filisteo es mejor que una habitación llena de ellos, y no pondré un
pie dentro de un establecimiento que sirve alcohol.

Me mira, su dura expresión me hace retirar la mano.

—Es un restaurante.

—Es un burdel —espeta.


No es un "burdel". Su principal clientela son agricultores de
mediana edad y sus esposas.

—Muy bien entonces, mi casa es la verde en la esquina de la


Tercera y la calle Randlett.

—Muy bien. Una semana.

Todo es casi demasiado para soportar. Me levanté esta mañana


pensando que iba a ser otro día normal. Tengo mis temores sobre
dejar a Kaila, aunque ahora mismo mi euforia está en primer plano.
Todo lo que siempre quise podría estar ocurriendo. Tan rápido como
llegó, mi emoción se ve desplazada por la inquietud. ¿Se espera que
vuelva a mi atadura con el Profeta?

—¿Y tu padre?

Sin la pena que hubiera esperado, dice:

—Zaaron se lo llevó a casa.

Espera... ¿Hiram está muerto? Entonces eso significa...

Oh, Dios mío.

—¿Eres el Profeta?

Asiente bruscamente y se aleja de mí, con paso seguro. Mi


cuerpo se hunde contra la pared de ladrillos cuando su voz flota en
el callejón. Levanto la vista y veo que me da la espalda.

—Recé cada mañana y noche para que Zaaron te trajera a casa.


Te extrañé más de lo que podrías saber.
17
CAMBIADO POR EL TIEMPO

Zebadiah
Mantengo la cabeza alta y los hombros rectos hasta que giro
detrás del primer edificio al que llego. No puedo creerlo. Ella está
aquí. Mi corazón late tan fuerte que siento la necesidad de
desabrochar el botón superior de mi camisa. No es un reencuentro
para el que estaba preparado. Casi le prometí que podría volver a la
Tierra Ungida. ¿En qué diablos estaba pensando? Aunque soñé con
su regreso durante muchos años, nunca creí que fuera a suceder.
Las palabras salieron antes que pudiera evitar que mi boca las
dijera.

¿Era usted quien me hablaba?

Me río a pesar que mi mente no deja de correr. El tiempo hizo


maravillas con ella. Nunca la habría reconocido como la linda niña
de cabello rojo y rostro pecoso de la que me enamoré. Sus palabras
son tan perfectas como ella. Intentó obedecer las enseñanzas de
Zaaron, y todavía quiere volver a casa.

Esta mañana temía esta reunión porque desprecio salir del


recinto. Se me ponen los cabellos de punta y siento la piel cubierta
de suciedad. ¿Quién iba a pensar que unas cuantas vacas preñadas
de más me llevarían a ella? Zaaron nos bendijo con múltiples
inseminaciones exitosas de nuestro ganado a principios de este
año, y los terneros estarán listos para el sacrificio el próximo mes.
Cameron Sturgis es el carnicero más cercano al recinto, y vine la
semana pasada para hablar de su interés en convertirse en
comprador. Tenía la impresión que él mismo dirigía el lugar, así que
lo último que esperaba era encontrarme cara a cara con una Laurel
Ann Henderson muy crecida.

Verla despertó emociones que nunca soñé. Es absolutamente


impresionante. Verla de nuevo, después de perder todos esos años,
despertó la furia dormida que tenía no solo contra mi padre, sino
contra mí mismo por haber puesto todo en marcha. Sin embargo,
nunca olvidaré la explosión de energía que recorrió mi cuerpo
cuando me di cuenta que la chica del mostrador era la misma que
se llevó mi corazón hace algunos años cuando se marchó.

Me cuesta sacar la sonrisa de mis labios mientras vuelvo al


carruaje y subo.

—¿Qué fue todo eso? —pregunta Jacob, su curiosidad nunca


falla.

—Si es necesario que lo sepas, entonces lo sabrás.

Zeke resopla y tira de las riendas para llevarnos de vuelta a la


Tierra Ungida. Recostado en el carruaje, me pongo el sombrero
sobre la cara. Ellos captan la indirecta, así que hablan entre ellos y
me dejan al margen.

Los filisteos tienen máquinas que les dan la capacidad de


atrapar el tiempo en algo llamado fotografía. Su cara mirándome
desde detrás del mostrador está ahora grabada en mi mente de
forma muy parecida. Si fuera completamente sincero conmigo
mismo, no esperaría para hablar con ella si Zeke y Jacob no
estuvieran conmigo. Aunque realmente necesito pensar en esto.

Siempre hay un periodo de ligera desconfianza con un nuevo


Profeta, especialmente uno tan joven como yo. Nunca es una falta
de respeto obvia o pública, pero hay susurros. No puedo hacer nada
que altere el tierno equilibrio en este momento. Tampoco voy a
rendirme hasta que la tenga de vuelta en el recinto, donde sé que
estará segura y pura.
Llegamos a las puertas, y levanto mi sombrero, toco a Ezekiel
en su hombro.

—Déjame en el templo.

Hace lo que le digo, y cuando entro en el oscuro lugar de culto,


enciendo la lámpara que hay junto a la entrada. Me dirijo a mi
despacho y, aunque sé que estoy solo, cierro la puerta con llave
detrás de mí. Arrodillándome detrás de mi escritorio, abro el cajón
inferior, muevo las notas de servicio de los Profetas anteriores y
saco el trozo de tela ensangrentada. Me lo llevo a la nariz. Hace
tiempo que perdió su olor, así que invoco su aroma de hoy,
imaginándolo todavía en la vieja tela.

Mi polla crece contra mi pierna en los pantalones, y la agarro


mientras vuelvo a inhalar.

¿Es lo que deseas? ¿Me has llevado a ella hoy?

Me desabrocho los pantalones para liberarme, acariciándome al


pensar en su recuerdo.

Muéstrame. Háblame. Por favor, Zaaron, dime que es para mí.

Envuelvo mi erección con el trozo de tela de su infancia y me


hace palpitar al instante. Mis pelotas se levantan al recordar sus
curvas de mujer que son evidentes, incluso bajo su modesta falda.

Dime, Zaaron. Dime cómo mantenerla aquí.

Su pequeña mano se sentiría tan suave envuelta alrededor de


mi brazo. La imagen me hace bajarme los pantalones para tener
mejor acceso. Pienso en ella lamiéndose los labios en el callejón.
¿Cómo se sentiría su lengua moviéndose contra mí? Al bombear
más rápido, cierro los ojos e imagino cómo se vería desnuda debajo
de mí. En mi mente, entro en su cuerpo, y la presión es cegadora
mientras pulso bajo mis dedos.

—Oh, mierda, Laur.

Mi semen fluye sobre mi mano y salpica la sangre de la inocencia


seca, desde hace mucho tiempo, en la tela.
La uso para limpiarme antes de enjuagarlo en la pila de agua.
Me siento en mi escritorio y saco el Verdadero Testamento junto con
las notas de los sermones del cajón de abajo para tratar de idear
una manera de hacer que se sienta legítimo.

Mi cabeza cae mientras me quedo dormido. No sé si estoy más


cerca de una respuesta. Todos los rituales que puedo encontrar que
sean lo suficientemente fuertes como para que los seguidores
vuelvan a confiar en ella son brutales. La idea de hacerla pasar por
cualquiera de esas cosas me da náuseas. Todavía tengo cinco días
para resolverlo. Tal vez Zaaron se decida por fin a intervenir de aquí
a entonces.

Cerrando la puerta del templo, atravieso el terreno común vacío


y vuelvo al rancho. Todo el mundo está dormido, y estoy más que
preparado para ello.

Mantengo mis pasos en silencio, entro en mi casa y cierro la


puerta con cuidado. Mis ojos están pesados por el cansancio.
Después de quitarme los zapatos y el sombrero, me dirijo en silencio
hacia el pasillo. Me deslizo hasta mi habitación, me bajo los tirantes
y me desvisto antes de deslizarme entre las sábanas de olor fresco.
Me doy la vuelta y beso a mi mujer mientras deslizo mi mano por
debajo de su camisón. Ella se pone de espaldas con un suspiro de
sueño.

—Hola, esposo.

Me levanto para cernirme sobre ella, levanto su camisón y bajo


mis bóxers de franela. Cuando embisto dentro de su cuerpo, rezo
para tener por fin la oportunidad de hacer lo mismo con Laurel Ann.
18
RITUAL DE LIMPIEZA PERSONAL

Laurel Ann
Los quince minutos de camino a casa parecen más bien veinte
segundos. Necesito más tiempo para pensar en lo que pasó, pero
todavía se siente como un sueño. Kaila lo sabe todo sobre Zeb.
Hablo de él todo el tiempo, aunque el chico del que le hablé es muy
diferente del hombre que es hoy. Ha madurado y ahora es el Profeta.
Me cuesta entender eso. Es difícil imaginarlo realizando limpiezas,
ataduras y servicios. No puedo entender la presión que hay ahora
sobre sus hombros. Toda la gente que busca su guía.

Puede que tenga una oportunidad real de volver a casa. Pero no


lo sabré con seguridad hasta que hable con él la semana que viene,
y la semana que viene va a tardar meses en llegar. Saber con certeza
que lo volveré a ver se siente como si una pluma me hiciera
cosquillas por dentro.

Si consigo volver, por fin volveré a ver a mi familia de nuevo. Me


dolerá ver a mi madre y a mis hermanos. La mayoría de mis
hermanos y hermanas son ahora mayores. A menudo me pregunto
si piensan en mí como yo en ellos, y qué ha sido de ellos.

Con la muerte de Hiram, no tengo que preocuparme por las


consecuencias de deshacer nuestra atadura. La idea de no tener
que estar obligada a usar ordenadores y electricidad, o escuchar
música pecaminosa y a ver programas de televisión violentos, sería
como una cuerda que se afloja alrededor de mi pecho. Ser la única
que aprecia la modestia y la pureza es enloquecedor. Volver a
rodearme de los que tienen mis mismas creencias sería un gran
alivio para mi alma.

Si soy sincera conmigo misma, hay razones por las que no


quiero irme, o al menos no estar aislada de todo. Hay cosas de este
lugar y de su vida moderna que me gustan bastante. Lucho mucho
para que no me gusten muchas de estas cosas, pero Kaila tiene una
forma de hacerme ceder. Como cuando me obligó a ver una película
con ella. Ni siquiera había gente en ella. Bueno, no personas reales,
más bien dibujos en movimiento. A mitad de camino, me encontré
riéndome del muñeco de nieve que quería vivir en verano. La sonrisa
de Kaila era petulante, y nunca admitiré que me divertí viéndola.

Está claro en el Verdadero Testamento que el consumo de


alcohol está prohibido, y nunca ha tocado mis labios. El tabaco
también es un pecado contra Zaaron. Si hubiera sabido en ese
momento que los cigarrillos son lo mismo, nunca habría fumado
aquel día con Kaila, y no he vuelto a fumar desde entonces. No
maldigo, ni salgo con nadie, ni me visto de forma inapropiada, y
aun así estoy rodeada de mucho pecado a diario. Ahora, después
de ver a Zeb hoy, mi deseo de limpieza parece urgente.

La puerta de mi casa está a unos pasos, la necesidad de


purgarme de mis transgresiones semanales se hace urgente. Me
levanto la falda para subir corriendo los escalones, con la mano
busco en mis bolsillos. Agarro las dos llaves del llavero y meto la
necesaria en la cerradura. La casa está vacía, pero todas las luces
del salón y la cocina están encendidas.

Atravieso la planta baja, apago todas las luces antes de abrir el


grifo para tomar un vaso de agua. Hay pequeños paquetes de
patatas fritas de manzana en el recipiente junto a la nevera, y tomo
uno de camino a las escaleras de la muerte. Las llamamos así
porque nunca han sido restauradas, al menos no en nuestra vida,
y suenan como si cada paso que das las matara.
La luz de la habitación de Kaila está encendida, su puerta está
abierta, y su habitación debe estar infestada. No recuerdo haberla
visto nunca limpiarla. Apago la luz y cierro la puerta.

Mi amistad con Kaila me ha enseñado muchas cosas, una de


ellas es que preocuparse, profundamente por alguien, también
significa que es posible vacilar entre querer abrazarlo o
estrangularlo con tus propias manos.

Mi habitación es el polo opuesto a la de Kaila. Mientras que la


suya está cubierta de trastos sin sentido, como un trozo de madera
que dice "Amor", la mía solo tiene lo necesario. Su cama está
cubierta por una montaña de almohadas, en la que ni duerme,
mientras que la mía tiene una sola almohada, sábanas y una
colcha. Mis paredes están tan desnudas como las suyas
desordenadas, y mi armario es modesto y organizado, el de ella está
en un estado de desorden con la mitad de su amplísimo armario en
el fondo. No creo que haya visto una cuarta parte de su ropa en más
de un año.

Cierro la puerta de mi habitación de una patada, tiro las patatas


fritas en la cama, coloco el vaso de agua en la mesita de noche y
abro de un tirón el cajón.

La primera vez que intenté una limpieza personal fue unos


meses después de llegar a este nuevo y oscuro mundo. Zaaron no
terminó de castigarme. Para demostrarle cuánto deseaba aún su
gracia, puse mi mano en la estufa de mi madre adoptiva. Sin
embargo, tuve que ir al hospital, así que después empecé a usar
agujas calientes, perchas de metal e incluso probé una vez uno de
los cigarrillos de Kaila, cualquier cosa para quitar el pecado. Con el
tiempo, aprendí a cuidar las quemaduras y protegerlas para que no
se infectaran.

Ahora uso un pequeño marcapáginas de metal. Tiene


aproximadamente una pulgada de largo, un cuarto de pulgada de
grosor y se curva en la parte superior para guardar el sitio al leer.
Lo pongo junto al agua para sacar un pequeño encendedor. Tomo
un pañuelo, lo coloco dentro del vaso de agua hasta sumergirlo por
completo, listo para enfriar mi piel una vez que termine.
Cuando Kaila se enteró que hacía esto, se enfadó muchísimo.
Tardó un tiempo en comprender por qué lo necesitaba.
Eventualmente, ella empezó a ablandarse y a entender, sugiriendo
que me las hiciera con algún tipo de diseño para no estar cubierta
de cicatrices al azar. Tenía razón. Ponerlas de forma ordenada no
solo es más agradable estéticamente, sino que permite hacer más
marcas en un área más pequeña.

Me quito la zapatilla y la media izquierda para inspeccionar el


espacio en mi tobillo. Las largas y rectas cicatrices se encuentran
en un ángulo de cuarenta y cinco grados, una detrás de otra,
creando un anillo de líneas alrededor. Tengo un anillo completo en
el tobillo y la muñeca derecha, dos en la muñeca izquierda y estoy
terminando el segundo círculo en el tobillo izquierdo. El segundo
anillo está inclinado en sentido contrario al que está debajo,
creando un efecto de flecha en zigzag. No quiero hacerlo al lado de
mi marca más reciente estando aún tierna, así que me coloco para
alcanzar el espacio del extremo opuesto.

Presiono el botón del encendedor y mantengo el extremo largo


del marcador bajo la llama.

Límpiame de este mal.

Límpiame de este pecado.

Deja que tu fuego arda desde dentro.

Repito las palabras en mi mente. Una y otra vez, cada vez más
rápido, como si cuanto más las dijera, más probable será que Él
responda a mi súplica. El metal arde con fuerza cuando lo aprieto
contra mi carne. El olor a piel quemada llena mi habitación,
mientras el sonido de la epidermis derretida me reconforta, a pesar
de las lágrimas que caen por mi rostro. El conocido dolor me
atraviesa la pierna, y susurro mi oración a través de mi gemido.

Golpe, golpe, golpe.

Levanto la vista al oír el sonido. Mi puerta se abre con un


chirrido y Kaila asoma la cabeza.

—Oye, ¿necesitas algo?


Aparto el metal de mi tobillo y niego.

—No. He terminado. ¿Cómo fue tu día?

No sé cómo hablarle de Zeb. Nunca le gustó el complejo. Quiero


que hable de sí misma, lo que no es precisamente difícil, hasta que
pueda averiguar qué diablos voy a hacer.

Presiono el pañuelo húmedo contra la quemadura reciente y el


alivio me invade. Mientras coloco el pañuelo en la mesita de noche
para que se enfríe, ella se sienta en la cama.

—Estuvo bien. Brently me llevó a disparar latas y vimos una


película. ¿Y tú? ¿Cameron se enojó porque volviste a llegar tarde?

Evito sus ojos, volviendo a ponerme la media y la zapatilla.

—Estuvo bien, y sí, dijo que es mi último aviso. ¿Por casualidad


conseguiste algo de comida hoy?

—Pedí una pizza. —Me detengo para no quejarme de la comida


chatarra y vuelvo a colocar el encendedor y el marcapáginas en el
cajón. Ella se acuesta en la cama, abre la bolsa de patatas fritas de
manzana—. ¿Eso es todo? Normalmente te encanta quejarte de
Cameron.

Sabía que no podría estar mucho tiempo cerca de ella sin que
notará algo extraño. Ella me hace eso. Es como si pudiera succionar
mis sentimientos. Me acuesto a su lado y ambas miramos mi techo
lleno de asbesto mientras ella mastica las patatas fritas.

—Alguien vino a la carnicería hoy...

—Sabes que no hago juegos de adivinanzas.

El aleteo en mi estómago ante el mero pensamiento de su


nombre, hace aparecer una sonrisa en mis labios.

—Zebadiah.

Se levanta en un codo, y en cualquier momento sus ojos van a


salirse y rodar sobre la cama.

—¡¿Como el Zebadiah?! ¿Cómo tu Romeo religioso?


Resoplo.

—Para.

—Entonces, ¿qué pasó? ¿Qué dijo el semental santificado?

Gimoteo antes de levantarme para bajar las escaleras, pero ella


está a mi lado con la boca llena de patatas fritas, y el cabello
rebotando por los escalones.

—No te diré nada hasta que puedas ser seria.

Me sigue hasta la cocina y salta sobre la encimera mientras


busco algo apetecible para comer. La fulmino con la mirada cuando
tira la bolsa de patatas fritas vacía en el fregadero y abre la nevera.

—Estoy siendo seria. Nunca te gustó un solo chico aparte de


este santo galán. —Da una palmada, agitando las pestañas—. Es
tu amor espiritual.

Mis ojos no pueden rodar más.

—Está bien, he terminado.

No hay nada que comer en esta casa, lo que me deja con la pizza.
La saco de debajo de los restos de comida china y la ignoro mientras
se divierte.

—De verdad, ¿qué pasó?

Doy un gran mordisco a la pizza fría, como si hablar con la boca


llena facilitara las palabras.

—Quiere que vuelva.

Todo rastro de humor desaparece. Ella sabe lo mucho que deseo


esto, aunque ninguna de las dos pensó nunca que fuera una
posibilidad real. Algo así como que gane uno de los concursos de
talentos que ve en la televisión.

—Pensé que nunca podrías volver. ¿No es lo que significa la


excomunión?
—Así es. —Termino mi bocado y me limpio la boca con una
servilleta—. No sé lo que piensa. Cambió mucho... Me pregunto si
sigue siendo lo que quiero. Vendrá la semana que viene para hablar
de ello.

Señala el suelo.

—¿Aquí? ¿Viene a nuestra casa?

Me encojo de hombros.

—Es lo que dijo.

Salta del mostrador, saca el paquete de cigarrillos del bolso y se


sienta en la mesa, antes de encender un cigarrillo.

—¿Qué le has dicho? Cuando te preguntó.

No quiero herirla, pero sé que mi respuesta lo hará. No es que


me haya decidido, solo sé que se me está ofreciendo algo que he
querido durante la mitad de mi vida.

—Kaila...

Solo se ha enfadado conmigo una vez. Tenemos nuestras peleas


en las que acabamos olvidándonos de lo que estamos discutiendo a
mitad de camino, pero solo se ha enfadado conmigo una vez. Fue
por un sucio imbécil que la trataba fatal, y ella, por la razón que
fuera, estaba loca por él. No lo hice de la manera correcta, pero no
me escuchó cuando le dije que era un mentiroso desleal. Me
encargué de demostrárselo. Lo arreglé para que ella lo sorprendiera
besándome. Es el único chico filisteo al que besé, y la única vez que
me miró como ahora.

—Sí.

Entra en el salón y la sigo. ¿Qué le digo para que lo entienda?

—Sabes qué es lo que siempre quise. Si tuvieras la oportunidad


de ir a California y ser famosa, querría que fueras.

Se burla y se deja caer en el sofá.


—Si me fuera a California, traería tu culo conmigo. —Su cabeza
vuelve a mirar hacia mí mientras me fulmina—. Sin embargo, no
me negarían salir o verte. Entiendo que extrañas a tu familia, pero
estás dispuesta a dejarme atrás para siempre, sin pensarlo dos
veces, para volver a una secta que te controla.

Respiro por la acalorada punzada en el pecho. Cuando empecé


a estudiar en Hobart, me sorprendió mucho saber que la gente del
pueblo conocía la Tierra Ungida. Ninguno de ellos lo ha visto nunca,
por supuesto. Kaila y yo mantuvimos en secreto que soy de ahí,
pero oí la forma despectiva que hablaban de mi hogar, como si todos
estuviéramos locos y fuéramos estúpidos.

—Sabes lo que pienso de esa palabra.

—¡Es lo que es, Laur! Intenté guardarme mis opiniones para mí


porque sé que te importa ese lugar, ¡pero todo es una mierda!
Quiero decir, vamos, nadie ha oído hablar del imbécil de Zaaron.
¿No crees que si fuera “Dios” la gente lo sabría?

—¡Es una blasfemia! ¡No hables así delante de mí! ¡Y tú no sabes


de Él porque eres una filistea!

Ella nunca ha hablado descaradamente en contra de mis


creencias o de mi Dios. Aunque puede que se haya enfadado
conmigo antes, es la primera vez que tengo el deseo que se vaya. No
me gusta la mezcla de dolor y furia que siento por ella en este
momento. Ella puede bromear sobre mi ropa y las cosas que no
entiende, sin embargo, degradar abiertamente su nombre no lo
puedo tolerar. Lo que más duele es que ella lo sabe. Por eso lo dijo.

—Es todo lo que soy para ti, ¿no? Una "filistea". Siempre te has
creído mejor que yo, pero no lo eres. Solo te lavaron el cerebro. —
Se levanta de nuevo del sofá, dirigiéndose a las escaleras—.
Entonces, ¿sabes qué? Vuelve con la familia que te obligó a casarte
a los trece años con un hombre que te triplicaba la edad. Que
cuando intentaste decirles que no querías ser violada, te enviaron
a un mundo que te enseñaron a temer. Solo vete, porque por mi
vida, no entiendo por qué quieres eso por encima de la libertad y de
alguien que te quiere más que a una hermana.
Ella pisa más fuerte con cada escalón de madera que sube,
hasta que llega a su habitación y la fuerza de su portazo hace saltar
mis lágrimas. Se equivoca. No pienso en ella de esa manera, no
realmente. También la quiero, y dejarla me romperá el corazón. Sí,
quiero ver a mi familia. Extraño a Zeb y quiero estar rodeada de
personas con valores similares. Pero, sobre todo, quiero llegar a la
Estrella del Paraíso y proteger mi alma del infierno. Ella no puede
entender porque no tiene creencias. Al menos no que se tome en
serio. Agarro su almohada con forma de tubo de lápiz de labios rosa
y lloro en ella. No sé qué hacer. Siempre pensé, si alguna vez se me
daba esta oportunidad, no sería una elección.

¿Me pones a prueba? Sabes lo mucho que ella significa para mí.

No creo que pueda tomar una decisión clara hasta que hable
con Zebadiah, y no puedo pensar con esto que pasa entre Kaila y
yo. Necesito que ella sepa lo que significa para mí. Que ella es la
única razón por la que no me he vuelto loca en este mundo.

Le encantan las galletas de chocolate y, milagrosamente,


tenemos todos los ingredientes que necesito. Bueno, además del
huevo extra y las chispas de chocolate. Por suerte encuentro
bastantes snickers en nuestros viejos dulces de Halloween y
Navidad. De todas las tradiciones festivas filisteas, esas dos son mis
favoritas. Trituro los caramelos en un bol antes de mezclarlos con
la masa.

Mientras se hornean, saco las botellas de vodka, Baileys y


Kahlua. Aunque apenas tengamos comida en casa, siempre hay
una provisión completa de alcohol. Lo vierto todo en la batidora con
un poco de leche y hielo. Confieso que la batidora es un aparato
fantástico. Puede triturar, picar o licuar casi cualquier cosa en
cuestión de segundos.

Vierto la bebida en un vaso de plástico rosa que compramos en


el Wal-Mart una vez que saco las galletas del horno. Están
pegajosas, casi se deshacen cuando las coloco en un plato de
plástico para subir ambas cosas por las escaleras.

Su música suena fuerte a través de la puerta mientras golpeo


con el pie.
—¿Kaila? ¿Podemos hablar? —Espero hasta que no responde
antes de añadir—: Tengo galletas y mudslide2.

Un respiro después, la puerta se abre y ella me arranca las


golosinas de la mano. La sigo sin invitación y espero a que tenga la
boca llena de galletas.

Todavía no tengo palabras elegidas, aunque rezo a que Zaaron


me las muestre.

Mientras come de todo, su incapacidad para hablar me da


coraje.

—Tú eres la única razón por la que no me decido. Eres mucho


más que una amiga para mí, Kaila. Eres mi refugio contra la
tormenta en este lugar. Nunca he encajado aquí, y aunque
seguramente no es lo que imaginé, todavía hay mucho pecado. Se
vuelve más fácil de tratar con los años, y me aterra. No quiero arder
en el infierno. Quiero pasar la eternidad con mi familia en la Estrella
del Paraíso. No puedo hacerlo fuera de la Tierra Ungida.

Sus hombros se aflojan y sus cejas se relajan.

—No quiero ser irrespetuosa con tus creencias. Sabes que


siempre intento apoyarte, pero escucha lo que dices. ¿Todos en el
mundo entero, además de los pocos cientos de personas que viven
dentro de esos cuatro kilómetros cuadrados de Oklahoma van a
arder en el infierno para siempre? —Se encoge de hombros—. Solo
estoy diciendo. Se va a llenar de gente.

Duele terriblemente saber que su alma sufrirá tal agonía cuando


el mundo se acabe, y desearía más que nada poder salvarla.

—Zaaron les dio a tus ancestros la oportunidad de seguirlo. Les


pidió que abandonaran su maldad y vivieran bajo su gracia en la
Tierra Ungida. Se les advirtió que condenaban sus almas y la de
sus hijos y de los hijos de sus hijos, pero se burlaron de Él. Sellaron
su destino y el tuyo al hacerlo.

2El Mudslide es uno de los cócteles de postre más populares jamás creados. Su
popularidad quizás tiene que ver con el hecho de que la mayoría de los ingredientes se
utilizan para crear otras bebidas populares al etilo de postre.
—¿Entonces, aunque quisiera unirme a la... familia tuya, no
puedo, y mi existencia eterna sigue estando jodida?

La piel se me pone rígida y el corazón me da un vuelco. Nunca


consideré la idea de traerla conmigo. Zeb es el Profeta ahora. Si ella
está dispuesta a seguir la ley espiritual...

—¿Harías eso? ¿Dejarías todo esto para vivir una vida de pureza
conmigo?

Se mete otra galleta en la boca.

—Mierda, no.

Resoplo. Ahí va eso.

—No sé qué hacer. Me siento perdida sin mi Dios, sin mi familia,


sin Zebadiah. Pero también me sentiría perdida sin ti. Viví cada
mitad de mi vida en mundos opuestos. Tengo miedo por mi alma, y
honestamente, tengo un poco de miedo de volver. Te necesito a
través de esto. —Dejo escapar un gran suspiro—. Te pido que
apoyes cualquier decisión que tome.

Se levanta de la cama.

—Realmente quiero que seas feliz. Es lo único que quiero para


ambas. Solo esperaba que fuera juntas. —Se acerca a mí,
abrazándome contra su cuerpo—. Te apoyaré, pase lo que pase. —
Se aparta de mí, gira y se acuesta en la cama—. Pero solo porque
haces un mudslide de muerte.
19
HORNEADO CON MALDAD

Laurel Ann
Hoy es el día.

Zebadiah estará en mi casa en las próximas tres horas. Durante


toda la semana, Kaila estuvo recordándome de forma no tan sutil
todas las cosas maravillosas que componen el mundo filisteo,
mientras, sin quererlo, acaba de reforzar toda la oscuridad. Anoche
apenas dormí una hora. Estuve limpiando arduamente toda la
semana, y anoche repasé todo para retocarlo. No estoy segura de sí
estoy nerviosa o emocionada, o una mezcla de ambas, pero el
hombre del mostrador tuvo que repetir su pedido dos veces.

—Me disculpo, señor. Son tres libras de bistec de falda, dos


libras de cordero molido, cinco libras de lomo de cerdo deshuesado
y ocho libras de costillas asadas...

Suspira.

—Cuatro libras de cordero molido.

—Bien. Dame unos diez minutos.

—Obviamente no tengo prisa —murmura a mi espalda.


Que sean veinte minutos.

Introduzco las últimas piezas envueltos del pedido del hombre


en una bolsa de Sturgis Country Meats mientras Cameron sale de
la carnicería.

—No sé dónde está tu cabeza hoy. Si puedes mantenerla el


tiempo suficiente para limpiar la cortadora antes de irte, te lo
agradecería.

Asiento y lo imito internamente. Quizá si no fuera tan pasivo-


agresivo, tendría una novia.

Una vez que la máquina de cortar está limpia, friego el suelo


detrás del mostrador y ficho. Hace un tiempo estupendo, ni frío ni
calor. Corro todo lo que me permiten mis pulmones y me apresuro
a llegar a casa para asegurarme que todo esté en orden para cuando
él llegue. Kaila salió del trabajo hace dos horas y rezo para que no
haya destrozado la casa.

El salón sigue limpio, y los platos que Kaila utilizó en la cocina,


afortunadamente, se guardaron.

El pastel favorito de Zeb es el de manzana, y voy a hacerle uno.


La idea de hornear algo solo para él me emociona. Derrito la
mantequilla antes de precalentar el horno y añado la mezcla de
harina y azúcar. Utilizo las manzanas Granny Smith, con la
esperanza que le guste el sabor picante que aportan, y admiro mi
perfecto trabajo de enrejado una vez que rocío el relleno en los
agujeros.

La piel me canta al quitarme la chaqueta y subo corriendo las


escaleras para ducharme. No quiero oler a carne cruda cuando
llegue.

—¡Mierda, sí! ¡Oh, Dios mío, fóllame, ¡Brently! ¡Sí!

Los gemidos de Kaila flotan a través de su puerta cerrada, y


aunque no son nada nuevo, no puede pasar cuando Zeb llegué. De
hecho, Brently tiene que irse del todo.

Me apresuro a ducharme, dedico un poco más de tiempo a mi


cabello. Me envuelvo en una toalla y me apresuro a ir a mi
habitación a elegir mi ropa. Reduje la lista a tres vestidos que creo
que le gustarán, pero no consigo decidirme. De todos modos, tengo
que asegurarme que el pecado que se está produciendo en el pasillo
está terminando, así que, después de ponerme el jersey y el vestido
de noche, me dirijo a su habitación y golpeo la madera para
asegurarme que se me escucha por encima de sus gemidos.

Abriendo su puerta, me saluda desnuda.

—¡Uf, Kaila! —Desvío la mirada, y cometo el error de elegir la


cama para posar mis ojos. Brently está acostado sobre su manta,
con su erección apuntando al techo. Su mirada se encuentra con la
mía antes de sonreír y rodear su polla con la mano, deslizándola
hacia arriba y hacia abajo. Me doy la vuelta, dándoles la espalda a
ambos—. Zeb va a llegar pronto y necesito que me ayudes con la
ropa. Además, lo vas a incomodar bastante, no creo que Brently
ayude a la situación.

—Oh, no querría hacer que su rectitud real se sintiera incómoda


en mi propia maldita casa.

Pongo los ojos en blanco con tanta fuerza que lo noto en las
sienes.

—¿Quieres ponerte algo de ropa, por favor? Me gustaría hablar


contigo.

—Dios, bien. —Oigo el portazo detrás de mí, y no tengo la suerte


de alejarme lo suficientemente rápido como para que no oír cuando
dice—: Parece que me la vas a meter por el culo. Necesito que lo
rompas lo antes posible, ¿está bien?

Bruta.

Introduzco la tarta en el horno, pongo el temporizador antes de


asegurarme que tenemos leche. Zeb solía beber una cantidad
insana de leche. Tal vez por eso se hizo tan grande.

Oigo cómo se abre la puerta de su habitación y su despedida,


que consiste más en besarse que en palabras reales, mientras
ahueco los cojines del sofá y enderezo la mesa de centro por
quincuagésima vez. Como no tengo el jersey puesto, vuelvo a la
cocina hasta que oigo salir a Brently por la puerta principal.
Cuando vuelvo a su habitación, Kaila se está poniendo la
camiseta por encima de la cabeza y aún no tiene puesto los
pantalones. Probablemente porque Brently acaba de hacerlo.

—Hay tres vestidos entre los que no puedo elegir. Necesito que
me digas cuál crees que es el mejor.

—El rosa-borgoña. —¿Cómo sabía que es una de mis


elecciones?— Es mi favorito de entre todos los que tienes. Queda
increíble con tu cabello y tus ojos. —Siento que mis labios se
extienden en una sonrisa. Sus cumplidos son tan genuinos que
siempre me hacen sentir bien—. Venga, vamos a elegir alguna joya.

La sigo fuera de su habitación, guardo mis pensamientos sobre


el hecho que dejó la luz encendida. Una vez en mi habitación, me
quito el camisón y ella sostiene el collar de camafeo que compré en
Now and Then Antiques.

—Este. Ojalá me dejaras perforarte las orejas. Tengo unos


pendientes de marfil que quedarían de muerte con esto.

Deslizo el vestido sobre mi cabeza.

—Alterar el cuerpo con fines vanos es un pecado.

—Por supuesto. —Me coloca el collar antes de alisarme el


cabello—. Ya está. Te ves perfectamente virginal.

Ojalá.

—Gracias por tu ayuda. No causé ningún problema con Brently,


¿verdad?

Se encoge de hombros.

—Se puso las pilas. —Ugh. Se tapa la boca y se ríe—. Dios mío,
me encanta tu rostro cuando hablo de mierda sexual.

Me burlo, pero no puedo evitar sonreírle. Un fuerte golpe en la


puerta me hace caer sobre la alfombra. Me quedo congelada,
incapaz de mover un músculo. Es como me imagino que es la
parálisis. Puedo sentir mis extremidades, pero son inútiles.
—¿Lo vas a hacer tú o lo hago yo?

Espera tratar predominantemente conmigo. Cuanta menos


interacción tenga con Kaila, mejor.

—Yo lo haré.

Sus ojos miran alrededor de la habitación, y se balancea sobre


sus talones.

—¿Hoy?

—Cállate.

La pesadez de mis pies desaparece, permitiéndome correr por el


pasillo y las escaleras.

O bien la puerta parece más grande de lo normal, o bien me


siento mucho más pequeña al rodear con mis dedos el frío pomo.
La abro y me encuentro con un Zebadiah muy apuesto.

Los tirantes negros se arquean desde su pecho, cubierto por una


camisa térmica color crema que no oculta sus abdominales y
pectorales. Su chaqueta esta sobre su brazo y sus ojos, que sé que
son azules, están ocultos bajo la sombra de su sombrero. De
repente se me seca la boca y trago saliva.

—Hey, hola... erm, hola.

Sus labios se mueven en una sutil sonrisa.

—Hola, hola, hola a ti también.

No dudo que mis mejillas están rosadas mientras extiendo el


brazo para invitarlo a entrar. Duda durante un instante, lo que me
produce un retorcimiento en las tripas, recordándome que lo que
hacemos está mal.

Se quita el sombrero y deja que las hebras de color marrón claro


caigan sobre sus ojos antes de alisarlas. Su piel es más oscura que
antes y adquirió un precioso brillo dorado. Es extraño verlo con la
sombra de las cinco, pero me gusta. La última vez que lo vi, apenas
se afeitaba. Sin mencionar que la limpieza es extremadamente
importante en la Tierra Ungida. Se le exigirá que se afeite pronto,
independientemente de ser el Profeta.

Odio lo nerviosa que estoy. Debería ser la única persona en el


mundo, además de Kaila, con la que me siento completamente
cómoda.

Le tiendo la mano.

—¿Puedo tomar tu sombrero y chaqueta? ¿Quieres un vaso de


leche? Ah, y te hice una tarta de manzana. Debería estar lista
pronto.

Mis palabras salen una detrás de la otra y siento que el calor me


sube por el cuello. Me alivia su sonrisa y me inquieta la forma en
que saca el brillo de sus ojos.

Me entrega sus cosas y, mientras las cuelgo en el armario, dice:

—La leche sería maravillosa. Gracias.

Hago un gesto hacia el salón, deseando tener algo más que


nuestro sofá de treinta años para que se siente.

—Toma asiento, ahora vuelvo.

Me dirijo a la cocina y agradezco poder escapar de su mirada.


Compruebo la tarta y le sirvo la leche antes de volver a encontrarlo
con el ceño fruncido frente al televisor en blanco.

—¿Tienes uno de estos en tu casa?

Coloco la leche frente a él en la mesa de café y me siento a su


lado, aunque a una distancia educada.

—Es de mi amiga Kaila. Hay muchas cosas pecaminosas con las


que me veo obligada a asociarme, así que hago lo posible por pagar
mi penitencia por ello.

Arquea una ceja con curiosidad.

—¿Y cómo haces eso exactamente sin la presencia de la


santidad? —Toma la leche y, en cuanto llega a sus labios, su cara
se tuerce de repulsión—. Oh Laur... Por favor, dime que no acabo
de beber leche pasada por una máquina.

Oh, no. Me olvidé de la leche. A mí también me costó


acostumbrarme, pero como Kaila odia la no pasteurizada, no se me
ocurrió comprarla.

—¡Lo siento mucho! No pensé. —El temporizador de la tarta de


manzana suena, y casi podría llorar de gratitud. Mientras su rostro
se suaviza hasta volverse neutro, aparta la leche. Me pongo de pie
para ir a buscar la tarta—. Disculpa.

¡Estúpida! Si estuviéramos en la Tierra Ungida, sería una ofensa


grave. Aunque no haya sido intencional, le hice ingerir una
sustancia contaminada por el pecado. Tampoco querrá este pastel.
Fue puesto en un horno eléctrico. Un pastel horneado con maldad.

Hasta ahora, esta noche está siendo terrible.

Pongo la tarta en la estufa. No hay más comida ni bebida. Quiero


escuchar lo que tiene que decir y cómo cree que es posible mi
regreso a casa. Aliso mi vestido, me pongo de pie, asegurándome
que el resto de la velada transcurrirá sin problemas.

—¡Oh, hola! ¡Así que tú eres el príncipe piadoso! Soy Kaila.

Oh, no, no, no.

—¿Perdón?

Corro hacia el salón y veo a Zeb apartándose de su mano


extendida mientras ella mueve los dedos para que la tome. No le
pedí abiertamente que se mantuviera fuera de la vista, aunque sabe
que es lo que preferiría.

Le lanzo una mirada a la que ella responde ampliando su


sonrisa. A veces me vuelve loca. Voy a esconder todas sus pinzas.
Se volverá loca si no puede "mantener sus cejas".

—Está bromeando. —La miro con el ceño fruncido—. No es muy


graciosa.
Deja caer la mano, se encoge de hombros antes de frotarse las
manos.

—¿Huelo a pastel? ¿Quieres un poco, granjero Zeb?

—Si debes dirigirte a mí, insisto en que lo hagas como Zebadiah.


Y no, no comparto el pan con los filisteos.

Sus cejas saltan sobre su frente, y sus manos abiertas vuelan


por sus hombros.

—Oh, bueno, maldita sea. Es así, ¿eh? De acuerdo entonces. —


No es bueno. Ella puede ser un poco dura, especialmente con los
hombres. Siempre es así, pero si le pega, esta visita tendrá un
desafortunado final. Ella se inclina lo suficiente como para que él
pueda ver por debajo de su camisa. La mira como si oliera mal, y
su postura grita modo pelea—. Las cosas son así: Me importa un
carajo lo que pienses de mí, pero juro por cualquier Dios que no sea
el tuyo que si esto no es legítimo y haces algo que dañe a Laurel
Ann, destruiré tu preciosa "Tierra Ungida". Y esta filistea cumple
sus putas promesas, imbécil disimulado.

Gira hacia la cocina y me mira para ver si se pasó de la raya.


Aunque, por supuesto, me gustaría que se quedara en su
habitación, tiene derecho a sentirse ofendida. Zeb podría guardarse
sus pensamientos para sí mismo, incluso si ella se puso dura. No
hizo nada más que reforzar su opinión sobre ella.

Cierro la boca y le hago un guiño. Ahora mismo, solo necesito


que se vaya de aquí. Zeb me frunce el ceño en silencio, y Kaila se
pasea por la cocina. ¿Cuándo se volvió tan gruñón? Sé que está
fuera del recinto, pero está conmigo. Debería contar para algo. Al
menos, solía hacerlo.

La puerta trasera de la cocina se cierra de golpe. No espero con


ansias saber cuánto tiempo voy a escuchar sobre esto de ella esta
noche.

Mira alrededor de mi casa como si estuviéramos en un pozo


negro.

—¿Cómo puedes vivir así? —Si estuviera en su lugar me sentiría


igual, pero sus palabras me escuecen físicamente en el pecho.
Preferiría que me escupiera a la cara antes de juzgarme como lo
hace él—. ¿Con ella?

El hecho que hable de Kaila más que de los pecados me recorre


la espina dorsal. Me acerco a él y se levanta para saludarme.

—Ella solo trata de protegerme, y tú fuiste muy grosero con ella.


No le gusta que la menosprecien.

Mueve la cabeza como si hablara en francés.

—Es una filistea ruidosa y odiosa. No hay razón para ser amable
con ella.

Oh, vaya. Tiene razón. Es un idiota. Lucho contra el impulso de


golpearlo en su increíblemente duro pecho.

—¿Qué tal porque es mi amiga? ¿Y pensé que tú también lo


eras? Hice lo mejor que pude aquí, pero nunca podría haberlo hecho
sin ella. Siempre me apoyó, y ha sido mi única fuente de amor y
afecto en este mal lugar. No tiene que gustarte, aunque te
agradecería que fueras cordial.

¿Por qué sonríe así?

—Tienes razón. Me disculpo por mi antipatía. No tengo ni idea


de lo que has pasado estos últimos años. Aunque en parte, por eso
estoy aquí. —Hace un gesto hacia el sofá—. Por favor, siéntate
conmigo.

¿Siempre está de un humor tan extremo? Acepto su invitación


a sentarme mientras él hace lo mismo. Solo me mira. ¿Se supone
que debo hablar primero? Levanta la mano y mi vestido se convierte
en un horno. Va a tocarme.

Su mano es mucho más grande de lo que solía ser mientras me


toma el rostro.

—Siempre has sido hermosa, pero ahora... eres simplemente


impresionante —susurra. No puedo evitar que una sonrisa se
dibuje en mis labios ante sus inesperadas palabras. Mi estómago
da vueltas dentro de mí y espero no tener el rostro rojo. Se inclina
hacia delante y, por un momento, creo que va a besarme—. Quiero
que vengas a casa.

Asiento rápidamente para no parecer indecisa.

—Como yo, pero ¿cómo? La excomunión es permanente.

—Es la voluntad de Zaaron.

Casi salto cuando una ráfaga de excitación explota en cada


célula de mi cuerpo.

—¿Te dijo eso?

—Soy el Profeta.

Quiero simultáneamente reír, gritar, llorar y rezar. Finalmente,


cedo a lo que ha sido el deseo constante de abrazarlo. El calor de
su cuerpo irradia hacia el mío cuando rodeo con mis brazos su gran
cuerpo y recuesto mi cabeza en su hombro.

—Es todo lo que soñé desde que fui expulsada.

Al principio vacila, pero luego su cuerpo se relaja para


abrazarme. Lo escucho inhalar en silencio mientras me da un
pequeño beso en la cabeza.

—Dime cómo te has mantenido pura.

Me alejo de él, la inseguridad se abre paso en mis pensamientos.


¿Y si considera que mis métodos son ridículos o, peor aún,
ineficaces?

—Necesito que entiendas que hay cosas malas que tengo que
hacer a diario, casi constantemente. Todo lo que sabía hacer era
tratar de expiarlas todas, periódicamente.

—Hay muchos pecados, Laurel Ann, y la mayoría pueden ser


perdonados. Sin embargo, hay algunos de los que es imposible
volver. —Asiento porque, que yo sepa, no cometí ningún pecado
imperdonable—. ¿Has ingerido de alguna manera la sangre de un
filisteo?

—No.
—¿Has reprendido a Zaaron como tu Dios y Mesías?

—No.

—¿Has tenido alguna vez un hombre filisteo dentro de tu


cuerpo?

Mi rostro está rojo, aunque me alegro de poder decir.

—No.

La idea que toque a otra mujer me golpea la mente y aprieto el


vestido con los puños. Es muy posible que esté atado al menos a
una esposa. Es su propósito. Siempre lo supe, así que ¿por qué este
sentimiento en mi estómago me hace querer gritar en la almohada
de lápiz de labios que él sigue mirando?

Sonríe y sus ojos recorren mi vestido.

—Por favor, continúa. ¿Cuál es tu fuente de limpieza?

Me desabrocho los botones del puño de la manga y lo subo lo


suficiente para mostrarle el brazalete de cicatrices.

—Le pido a Zaaron que me limpie mientras quemó mi piel


malvada. —Me cubro rápidamente—. Tengo muchos más.

Sus ojos se abren ligeramente mientras parece luchar contra


una sonrisa.

—Esto salva tu alma.

Las palabras suenan tan definitivas, como si la decisión


estuviera tomada.

—¿Puedo volver a casa?

—Será un proceso un poco largo, pero sí, te sugiero que ates los
cabos sueltos.

Las preguntas comienzan a desbordar mi mente, superándose


unas a otras.

—¿Dónde me quedaré?
—Es una situación poco ortodoxa. Aunque has pagado la
penitencia con tu carne, has estado en un lugar de pecado
constante durante años. Se necesitará algo mucho más extremo
que una limpieza para purificarte de su mancha. También tendrás
que disculparte con todos los hijos de Zaaron. Primero
permanecerás en la sala de espera. Una vez que vuelvas a ser pura,
vivirás en los dormitorios de colocación hasta que la voluntad de
Zaaron sea clara.

—¿Crees que me aceptarán? Tengo miedo que me rechacen.

Levanta la mano y duda un momento antes de colocarme un


mechón de cabello detrás de la oreja.

—No puedo prometer que sea tomado con aprobación, al menos


no de inmediato. Sin embargo, los hijos no desafiarán a su Profeta
ni a la palabra de Zaaron. —Toma mi mano—. Desharé lo que hizo
mi padre.

Sentir su contacto cierra una puerta en mi garganta,


requiriendo un esfuerzo considerable para hablar.

—¿Qué le pasó?

—Zaaron lo deseó en la Estrella del Paraíso. Sin embargo, no


sabemos cómo murió su cuerpo físico.

—¿Cuándo?

—La semana que viene se cumplirán cuatro meses desde que lo


enterramos.

—Lo siento mucho.

Se encoge de hombros con indiferencia.

—Tenía que ser así. —Quiero preguntarle si al final me volverán


a colocar, pero teniendo en cuenta mi historia, no quiero parecer
desagradecida—. Debo despedirme. Yo o Ezekiel te llamaremos para
informarte de cuándo debes estar lista y dónde te recogerán.

Voy a suponer, por ahora, que Ezekiel es el Apóstol, si Zeb lo


envía a realizar tareas. Se pone de pie y lo sigo hasta la puerta.
—Esto significa todo para mí, Zeb. Gracias.

Vuelve a girar hacia mí, empuja mi barbilla hacia arriba para


encontrar su mirada.

—Profeta. Soy tu Profeta. —Su tono duro y su cara rígida me


obligan a tragar una gran bola en la garganta con mi asentimiento.
Sus dedos recorren mi mejilla, sacando el aire de mis pulmones. Se
inclina, y puedo sentir sus labios apenas rozando mi oreja—. Quiero
que lo digas.

Mi corazón se agita en mi pecho y me relamo los labios.

—Gracias, Profeta.
20
UN ÚLTIMO ADIÓS

Laurel Ann
Cierro la puerta detrás de Zeb y apoyo mi cabeza en ella. ¿Qué
acaba de pasar? Acepté volver sin ni siquiera pensarlo. Ahora que
se ha ido, y sé que Kaila volverá en cualquier momento, la culpa
crece en mi pecho, superando mi alegría.

No sé cómo voy a decírselo. Está sucediendo de verdad, y la idea


de no volver a verla me aplasta. La duda me consume. Las ganas
de ir a mi habitación a dormir me invaden.

No me molesto en ponerme un camisón ni en taparme con mi


colcha. Los sollozos son amortiguados por mi almohada, y nunca
hubiera imaginado sentirme así después de recibir lo único que he
deseado durante años. Puedo decir sinceramente que la quiero. Es
parecido a lo que siento por Mia y mi familia, pero desde que nos
elegimos mutuamente, hay algo más entre nosotras.

Nunca me va a perdonar, y no puedo culparla. Tengo que volver.


Aunque lo sé, esto va a partir mi corazón en dos.

Tap. Tap.

La cabeza de Kaila asoma en mi habitación.


—Hola. ¿Cómo te fue con el divino imbécil? —resoplo y me doy
la vuelta para mirarla. Cuando nuestras miradas se cruzan, sus
hombros se desploman y se sube a la cama, tumbándose a mi
lado—. ¿Estás bien?

Mi visión está oscurecida por las lágrimas cuando la rodeo con


mis brazos. La abrazo tan fuerte como puedo. Después de que ella
se entere, es posible que no vuelva a hacerlo.

—No quiero dejarte —sollozo contra su cabello. La agonía de mi


corazón me hace cuestionarme si puedo o no hacer esto. Ella ha
sido todo mi mundo durante casi la mitad de mi vida.

—Vas a volver. —No se aparta. No grita ni se enfada, solo me


abraza más fuerte. Sus lágrimas mojan mi cuello mientras
lloramos. Levanta la cabeza y me aparta el cabello mojado de la
cara—. ¿Qué voy a hacer sin ti? —Al oír sus palabras, nuevas
lágrimas resbalan por mis ojos—. Vuelvo ahora.

Mi cuerpo se hace un ovillo. Me aferro a una almohada y


agradezco a Zaaron que no me odie. Dejarla así habría sido
insoportable. Después de volver con un sobre, se sienta de nuevo.

—Esto es lo que vamos a hacer —dice. Cuando abre el sobre de


papel, caen un montón de fotografías—. Vamos a quedarnos
despiertas toda la noche recordando y despidiéndonos como es
debido, ¿de acuerdo?

Me obligo a sonreír mientras tomo su mano.

—Gracias por no enfadarte.

—No estoy segura de lo que siento, pero no estoy enfadada. —


Endereza las fotos y me entrega la pila con un suspiro—. Sé lo que
sientes al hacerte una foto, pero aun así te he tomado algunas fotos
aquí y allá.

Las únicas fotografías que he visto de mí misma son las que me


obligaron a hacer para mi identificación y las fotos de clase. Me
negaba a sonreír en ellas, odiando que fueran la prueba de mis
pecados. Sin embargo, al hojear estas fotos, en todas ellas salgó
riéndome o sonriendo, sin ser consciente que me robaron el
momento. Ver estos alegres recuerdos en mis manos me hace
ahogar una carcajada. Muchas de ellas son de estilo "selfie" con
Kaila en la esquina de la foto luciendo su hermosa sonrisa. La
última es de las dos riéndonos de algo, en nuestro sofá.

La señala.

—Brently tomó esa el mes pasado. Espero que esté bien que
tenga estas. Sé que no puedes llevártelas. Solo quería mostrarte que
eras feliz aquí. Conmigo.

Me limpio la cara. No quiero mojar las fotos y no quiero soltar la


que estoy sosteniendo. Sería una idea horrible llevarla conmigo. No
es una buena manera de empezar mi regreso trayendo a la Tierra
Ungida algo tan moderno y que daña el alma como una fotografía.
Y, sin embargo, la idea de tener este trozo de ella para sostenerlo y
mirarlo cuando la eche de menos es uno de los deseos más fuertes
que he sentido nunca.

—Por favor, ¿puedo quedarme con esta?

Su cara se ilumina un poco.

—Por supuesto, solo pensé que no te dejarían.

Paso mis dedos sobre la copia brillante de su cara.

—No lo harán.

Se ríe.

—Intenta que no te excomulguen de nuevo en tu primera


semana, ¿de acuerdo? —Eso no debería ser un pensamiento
gracioso, y realmente no lo es, pero una risa surge de todos modos—
. Y déjame conseguirte una copia antes que... ¿cuánto tiempo
tienes?

—No lo dijo. Solo me dijo que pusiera mis asuntos en orden.

Sus ojos se vuelven vidriosos cuando aprieta mi mano.

—Bueno, entonces, será mejor que aprovechemos lo que


tenemos.
Resulta que tengo dos "cabos sueltos": Kaila y el trabajo.
Cameron está más molesto porque no puedo darle una fecha para
mi último día de trabajo, que por el hecho de que voy a renunciar.
No importa que hayan pasado casi dos semanas desde que se lo
dije. Se queja de tener que contratar a alguien con poca antelación
y que espera que sea más fiable. Creo que está siendo un poco
injusto. No he sido tan mala empleada. Claro que he llegado tarde
algunas veces, pero nunca he faltado un solo día, en el año que he
trabajado para él y he aceptado venir en mis días libres muchas
veces. Además, él mismo ha dicho que soy muy trabajadora. Es
como tantos otros en este oscuro y nuevo mundo: infeliz con todo.

Pienso en todos los filisteos que he conocido durante mi tiempo


aquí. Todos hacen cosas impías, pero no todos son crueles. No todos
son asesinos, violadores o ladrones. Son madres y padres, maestros
y curanderos. Se entristecen y se alegran, igual que nosotros. Me
pregunto si debería decirle a alguien lo que siento por ellos ahora,
cuando vuelva a casa. A casa. Es surrealista que vaya a ver a
Samuel y a Mia, a las gemelas, a Robert y a Benjamin Jr, a mi madre
y a Benji. Es lo que he soñado durante años, así que no entiendo
por qué mi estómago tiene estos pequeños saltos y siente náuseas
cada vez que pienso en volver.

No sé si me recibirán con los brazos abiertos o si me reprenderán


por haber vivido fuera de la gracia durante todos estos años.
Todavía me cuestiono si soy capaz de estar atada. Me pregunto cuál
será mi propósito, y si estoy destinada a no tener marido ni hijos
por el resto de mis días. La idea me pone terriblemente triste.
Siempre he querido tener hijos. Me sacudo el pensamiento porque
eso es más de lo que puedo considerar ahora mismo.

Cameron me dice que tiene trabajo que hacer en su oficina y que


puedo irme cuando limpie los mostradores y friegue el vestíbulo.
El agua de la fregona ha adquirido un tono marrón-grisáceo
cuando suena el timbre de la puerta al abrirse.

—Ho... —Miro hacia arriba para ver a Ezekiel de pie en la parte


delantera de la tienda— la.

Mira a su alrededor mientras se acerca a mí y habla en voz baja:

—¿Estás sola?

Hago un gesto con la cabeza hacia el despacho de Cameron.

—Mi jefe está ahí.

—Ven al este de la ciudad, junto a la entrada, esta noche al


atardecer.

—¿Esta noche? —Los aleteos detrás de mi ombligo me hacen


sujetarme el estómago.

Cruza sus grandes brazos y su ceja se arquea bajo el ala de su


sombrero.

—¿Es eso un problema?

—Por supuesto que no. Gracias, Ezekiel.

En un tono casi preocupado, dice suavemente:

—Por favor, dirígete a mí como Apóstol.

Asiento con la cabeza. Bueno, eso responde a mi pregunta sobre


si Zeb lo nombró o no para el puesto.

—Estaré allí. Gracias, Apóstol Ezekiel.

Termino de fregar e intento explicar a Cameron que no volveré.


Para mi total sorpresa, me da una palmadita en la espalda y me
dice que ha disfrutado del tiempo que pase trabajando para él.
Desde luego tenía una forma interesante de transmitir esa emoción.
Sonrío y le doy las gracias antes de dejar Sturgis Country Meats por
última vez. Tengo una extraña sensación de tristeza cuando miro
hacia atrás y veo el lugar que me ha servido de hogar durante todo
un año. Aunque Cameron y yo no hayamos sido los mejores amigos,
me entristece el hecho de saber que no volveré a ver su cara de
tonto.

Llego al final de la calle Randlett, pasando por la iglesia de la


que siempre veo entrar y salir a la monja. La estatua sobre la puerta
siempre me ha intrigado, y esta será la última oportunidad que
tendré de admirarla.

La primera vez que me llevaron a una iglesia filistea, fue cuando


vivía con una de mis primeras familias de acogida. Por mucho que
me resistí, me obligaron a asistir de todos modos.

—¡No voy a ir! No pondré un pie en ese lugar maligno.

—Irás y rezarás a Jesús para que te perdone. No has sido más


que un dolor de cabeza desobediente desde que llegaste a nosotros.

Mi madre adoptiva, Claudine, se burla de mí. Le espera otra cosa


si cree que le rezaré a alguien más que a Zaaron.

—Tu Jesús es un blasfemo y falso Profeta, y nunca pronunciaré


una palabra de alabanza a su nombre.

Golpea con el dorso de su mano mi la cara.

—¡Cuidado con lo que dices! Acabas de perder tu derecho a una


cama esta noche.

No me importa si me hace dormir con el perro. Me niego a hacer


lo que ella exige.
—Cuando tu carne se derrita de tu cuerpo y tus gritos de agonía
no tengan fin, estaré con mi familia y mi Dios en la Estrella del
Paraíso. ¡Así que hazme dormir donde quieras, sucia filistea!

Su cara se llena de rabia mientras me arrastra por la acera. Su


hijo, Marvin, tiene más o menos mi edad y se divierte viéndonos a mí
y a su madre discutir. Es un chico glotón, con granos y egocéntrico,
lleno de demonios. Se ríe detrás de mí, y ella me empuja delante de
su "iglesia". Una mujer hecha de piedra blanca, con velo y bata, nos
mira desde la entrada. Sus manos están abiertas en un gesto de
bienvenida, y me pregunto si la versión viva de ella estará dentro.

—Por favor, cállate y haz lo que hacemos —susurra mi padre


adoptivo en mi oído. No ha sido desagradable conmigo, pero tampoco
evita que su mujer me trate como basura. Parece que ella lo trata
igual de mal a veces. Sin embargo, Marvin se sale con la suya. La
forma en que ella lo mima es nauseabunda. Él le habla con una
horrible falta de respeto, y ella sigue actuando como si él fuera la
perfección personificada.

—¿Quién es esa? —Señalo la estatua antes que mi padre


adoptivo me haga entrar.

—Esa es María. Si no quieres rezar por tus propios pecados, quizá


puedas pedirle que lo haga por ti.

Eso no va a suceder. No me importa un Dios inexistente y fingido


que no tiene relación con mi alma.

La carne de ella no está dentro, pero una mujer con un velo negro
y un vestido adornado de blanco está de pie en el púlpito recitando
sus mentiras. Su vestido y su comportamiento son dignos de
veneración, y me encuentro incapaz de apartar los ojos de ella hasta
que un hombre vestido de negro con un cuadrado blanco en el cuello
ocupa su lugar. No deja de hablar de sus oraciones malignas y de la
Biblia demoníaca. Intento bloquear las palabras, pero no puedo
negar la familiaridad del ritual y el vínculo que se aprecia en quienes
tienen creencias similares. Habla de amor y perdón, aunque mis
padres adoptivos son un indicio, no lo escuchan.
Atravieso su "cuerpo" y no pierdo tiempo en salir de allí. Ni
siquiera espero a mi familia de acogida. Tan pronto como nos
despiden, me apresuro a salir, volviéndome para mirar a su "María".

—No te atrevas a murmurar ni una sola palabra de tus venenosas


oraciones por mí. Soy yo quien rezará por ti.

Con mucho gusto dormiré en el suelo. No dejaré que me rompan.

No dejaré que empañen mi alma.

—¿Estás bien?

Salto al oír la voz a pesar de su suavidad. Mis ojos se encuentran


con unos color avellana no muy mayores que los míos. Es ella. La
"monja".

—Oh, sí. Estaba pensando.

Pone suavemente una mano en mi espalda y me lleva al edificio


que hay junto a la iglesia. El edificio de ladrillo lleva escrito en letras
negras "Parish Hall". Se sienta en los escalones y me sonríe.

—Parece ser algo confuso por tu expresión.

A esta gente le gustan mucho sus estatuas. Hay una pequeña y


gris en el último escalón de piedra de un hombre calvo que sostiene
una cruz. No quiero sentarme al lado de la estatua, pero me siento
rara al estar a su mismo nivel de altura, así que, me siento en el
escalón debajo de ella.

—No debería serlo.

—¿Es algo de lo que quieres hablar? Soy una excelente oyente.

Me río. Buscando consejo sobre mi alma de un filisteo. Eso es


bastante gracioso.
—¿Te gusta ser monja?

Sonríe.

—Sí, sin embargo, todavía no soy monja. Soy una hermana. —


Me sorprende el título. Es el mismo que el de las ungidas adultas—
. He dedicado mi vida a La Iglesia, y no me cabe duda que es lo que
Dios desea para mí. Así que sí, me hace muy feliz.

Sé que tengo la boca abierta. No puedo creer que pueda sentirme


identificada con esta mujer.

—¿Realmente crees que tienes razón? ¿Que tu Dios existe y no


te estás condenando?

Ahora le toca a ella quedarse boquiabierta. Lentamente, ella


vuelve a sonreír.

—Bueno, sí, sé que mi fe está puesta en el único Dios. Creo


absolutamente que existe, pero...

—¿Crees que voy a ir al infierno porque no creo en tu falso Dios?

Sus nervios son evidentes en su risa. No sé por qué la estoy


interrogando. Estoy enfadada por mis sentimientos sobre volver a
casa, no por el sistema de creencias de esta mujer.

—Dios... Bueno, en primer lugar, mi nombre es Hermana


Emma. Siento que deberías saber mi nombre antes de confesarte
esto. En segundo lugar, no creo que la gente vaya o no al infierno
en función de su religión. Creo que hacer lo mejor posible para
seguir nuestra conciencia y ser amables con los demás es todo lo
que Dios realmente nos pide, aunque muchos no estarán de
acuerdo conmigo. Si bien mis principios y las respuestas a mis
oraciones me dicen que debo dedicar mi vida a Dios, sé que no todos
tendrán esa vocación. Hay hombres malos en la Iglesia, y hay
hombres buenos y puros que nunca han pisado una capilla.

No sé qué decir porque sé que está equivocada, pero lo dice con


tanta convicción que no quiero decírselo. Nada de lo que pueda
hacer en este momento puede salvar su alma. ¿Qué hay de malo en
dejarla vivir felizmente en su ignorancia?
Señala detrás de nosotros.

—Hace bastante calor aquí fuera. ¿Quieres entrar y refrescarte?

La verdad es que una parte de mí quiere quedarse y hablar con


ella. Simplemente no me queda mucho tiempo, y quiero pasarlo con
Kaila. Además, no hay manera que entre en ese edificio.

—Lo siento, no puedo. Gracias por su amabilidad. —Me pongo


de pie, sacudiendo mi vestido antes de extender mi mano—. Fue un
placer conocerla, Hermana Emma.

Parece un poco decepcionada, aunque curiosa.

—El placer fue mío...

—Laurel Ann.

—Laurel Ann. Es un nombre precioso. Por favor, vuelve cuando


quieras.

Estoy encantada de haberla conocido y de haber disfrutado


hablando con ella. No quiero ensuciar eso diciéndole que no voy a
volver. Sonrío y doy media vuelta para regresar a casa.

Kaila está sentada en el sofá limándose las uñas, y mirando la


televisión, cuando entro. Me duele el corazón cuando me sonríe.
Esta es la última vez que volveré a casa. ¿Cómo voy a decirle que
me voy? Que después de esta noche, nunca más podremos reír,
hablar o comer palomitas de maíz juntas.

—Hola, Laur, ¿qué pasa? —Extiende la mano, admirando su


trabajo. Debe estar satisfecha porque inmediatamente después
enciende uno de sus cigarrillos.

—Hola.

Mi voz suena malhumorada y quejumbrosa, incluso para mí


misma. Ella frunce las cejas y palmea el sofá.

—¿Qué pasa? ¿Está todo bien?

Me dejo caer, escuchando gemir los muelles.


—Zeke, el Apóstol de Zeb, vino hoy. Me voy esta noche.

Arranca el cigarrillo de sus labios, dándome una mirada llena


de dolor.

—¿Esta noche?

Inspiro por la nariz para no llorar, y asiento rápidamente.

—Sí. Al atardecer.

—No puedo creerlo. —Sacude la cabeza, dando una calada—.


¿Qué demonios se supone que voy a hacer sin ti?

Intenta ser fuerte, pero se le quiebra la voz y las lágrimas corren


por su rostro. La rodeo con mis brazos mientras me derrumbo,
dándonos permiso a las dos para llorar.

—Nunca te olvidaré. Siempre serás mi mejor amiga.

—No puedo creer que te vas.

No hay una sola cosa en la que pueda pensar para hacer esto
más fácil.

—Diría, "Te escribiré", pero... ya sabes.

—¿Puedo al menos esperar contigo hasta que te vayas? —Ella


solloza contra mi hombro, y nada me gustaría más que poder decirle
que sí.

—Lo siento. Debo reunirme con ellos a solas.

Mira hacia la ventana y luego a su teléfono.

—Solo tenemos unas horas.

—Entiendes por qué estoy haciendo esto, ¿verdad?

Se limpia la nariz mientras apaga el cigarrillo.

—¿Lo entiendo? Sí. ¿Me gusta? Joder, no.

—¿Tienes que maldecir tan a menudo?


—¿Ves? ¿Quién diablos me va a decir ahora mierdas como:
"tienes que maldecir tan a menudo?" —Me río a pesar de su boca
sucia y la abrazo de nuevo—. ¿Necesitas hacer la maleta?

—No. No hay nada que pueda llevar conmigo. Tu fotografía es


todo lo que llevo, y estará escondida debajo de mi vestido.

Se aleja de nuestro abrazo.

—Esto es lo que realmente quieres, ¿verdad?

—Esto es lo que necesito. Para mi alma.

Vuelve a apoyar la cabeza en mi hombro y me aprieta con fuerza.


No me suelta hasta que el sol comienza a descender. Me rompe el
corazón despegar sus dedos de su agarre.

—Lo siento, Kaila, tengo que irme. Te amo.

Intento ser fuerte para ella mientras cierro la puerta tras de mí.
Mantengo la compostura hasta cruzar la calle, donde los sollozos se
apoderan de mi cuerpo. Tengo que llorarla ahora porque si me vean
llorar podría confundirse con inseguridad en mi elección.

La sensación de melancolía que tengo al caminar por Hobart es


inesperada. Por primera vez, me pregunto si he llegado a amar este
lugar más de lo que quiero darme cuenta o admitir. Este fue el
primer lugar que vi fuera de la Tierra Ungida. Pasé tres años
viviendo aquí con mis padres adoptivos, Curtis y Jordan, y fui a las
escuelas de Hobart durante la mayor parte de mi educación filistea.
He vivido aquí con Kaila durante años. No volver a ver los edificios
y las personas que me son familiares me entristece por razones que
no estoy segura de entender.

Rozo con mis dedos la piedra del letrero de la ciudad de Hobart


y dejo caer otra lágrima. Limpiándola suavemente de mi cara,
presiono mi dedo contra el letrero, imaginando que se filtra en las
rocas, guardando una parte de mí para siempre.

La silueta de un caballo y un carruaje se ve en la distancia.


Aunque el horizonte detrás de él oscurece su rostro, sé que es Zeb.
El aire sale de mis pulmones con alivio mientras mi corazón se
acelera. Me preocupaba que enviara a Ezekiel, o peor aún, a Jacob
para traerme de vuelta.

¿Cuánto tiempo voy a sentirme así por él? Antes, nuestra


relación era fluida como un río, natural y pacífica. Ahora no sé qué
esperar de él. Ha pasado mucho tiempo y es mucho más frío que
antes. ¿Qué espera que ocurra cuando vuelva a entrar por las
puertas? ¿Ha preparado a los seguidores?

El caballo resopla mientras Zeb tira de las riendas y salta del


carruaje. No lleva el sombrero y a la luz de la calle, veo su sonrisa.

—Hola, Laurel Ann. ¿Estás ansiosa por tu regreso?

Está más feliz de lo que lo he visto desde que éramos niños.


Levanto la vista hacia su rostro y me sobresalta cuando me atrae
hacia él, envolviéndome en un abrazo.

—He soñado con esto —susurro.

Me suelta, y su sonrisa trae de regreso al Zeb que recuerdo.

—Como yo. —Me toma de la mano y me guía hasta el carruaje.


Estar de nuevo aquí hace que las burbujas de mi estómago estallen.
Sube detrás de mí—. ¿Tienes hambre? Sé que es tarde, pero he
pensado que podríamos hacer un picnic nocturno. No sé cuándo
tendremos la próxima oportunidad de intimidad. —Como si quisiera
convencerme, añade—: Te he traído un poco de la tarta de fresas y
ruibarbo de mi madre.

Este es un Zebadiah completamente diferente al que estaba en


mi casa y en la carnicería. Así es como lo imaginaba en mis sueños.
Siento que una sonrisa estira mis mejillas cuando el farol encendido
que cuelga en la parte de atrás proyecta una sombra sobre su rostro
esperanzado.

Aunque creo que estoy demasiado triste, emocionada y nerviosa


para comer, el hecho de que haya planeado un picnic me llena de
alegría. Es casi como una cita a la que iría un filisteo. Las "citas" no
existen en la Tierra Ungida. Una vez escogido, la unión se producirá
dentro del plazo de una semana. A menos que una mujer sea la
primera esposa, su tiempo personal con su marido está reservado
para su dormitorio.
Si me hubiera quedado, ¿habríamos encontrado la manera de
escabullirnos y hacer picnics secretos? Ahora que voy a volver, ¿lo
haremos?

—Eso suena perfecto. Gracias.

Todavía estamos a un kilómetro y medio del recinto cuando tira


de las riendas, haciendo que el caballo relinche y el carruaje
detenerse.

—Aquí estamos.

Gira para desenganchar el farol, me da un par de mantas y toma


una gran cesta de mimbre. Sostiene el farol y este ilumina en sus
ojos, haciéndolos brillar cuando sonríe. Haciendo un gesto con la
cabeza para que lo siga, me lleva al campo. Está casi
completamente oscuro y, al no haber nadie más, nos quedamos
cerca del carruaje. Pone el farol en el suelo y alisa una de las mantas
que hay junto a su lado.

Señala la otra, hecha de una gruesa lana de cordero.

—Por si tienes frío.

—Gracias, Zeb.

Su sonrisa se desvanece de su rostro, revelando una mirada


seria en su lugar.

—Te he dicho que debes dirigirte a mí como Profeta. Una vez que
estés dentro de las puertas, no lo toleraré. No puedo darte un trato
especial. Tienes que entenderlo.

Me resisto a mi deseo de encogerme de vergüenza manteniendo


la cabeza alta. Lo entiendo de verdad. Pero eso no cambia el hecho
que me duele. Ni siquiera sé qué más esperaba de él. Por supuesto,
tiene que mantener la ley espiritual, independientemente de
nuestra amistad. Me cuesta verlo como mi Profeta, pero tiene razón.
Es casi una blasfemia llamarlo por otro nombre que no sea su título,
a menos que lo hagan sus hijos o sus esposas.

Suspiro. No quiero que esto sea más difícil para él de lo que


estoy segura que ya es.
—Sí, lo sé. Y me disculpo. Debo confesar que me siento un poco
conflictiva con tu posición. No volverá a ocurrir.

Su comportamiento se relaja una vez más con su invitación no


verbal a sentarme en la manta.

—Por favor.

Ajusto mi vestido mientras él saca vasos y platos de la cesta.


Saca sándwiches y rodajas de patata envueltos en un pañuelo y los
coloca en los platos. Toma la jarra de cristal con leche, y llena
nuestros vasos de hojalata.

Lo miro y me muerdo el labio.

—¿Puedo preguntarte algo?

Su sonrisa es un poco triste.

—Cuando estemos solos tú y yo, siempre podrás preguntarme


cualquier cosa.

Tengo un libro lleno de preguntas, aunque hay una que se sitúa


en el frente de mi mente.

—¿Sabe mi familia que voy a volver? ¿Lo sabe el resto del


recinto?

Se aparta el cabello de la cara.

—No estaba completamente seguro que vendrías esta noche. No


quería alterar el orden si ibas a cambiar de opinión. Así que no, más
allá de ti y de mí, Ezekiel y Jacob son los únicos que lo saben.

No puedo decidir si eso me hace sentir mejor o peor.

—¿Cómo es? ¿Hablar con Él?

Se ríe.

—Basta de preguntas por ahora. Cómete el sándwich.

Sorprendentemente, soy capaz de comer. La exquisitez de los


ingredientes casi me hace gemir. Los grillos cantan en la distancia
mientras masticamos el silencio. Tomate, pollo y lechuga sobre pan
de centeno. Inhala profundamente en el silencio antes de tomar mi
mano.

—¿Me harás un juramento? —Me pica la curiosidad, pero no voy


a aceptar algo antes de saber de qué se trata. Inclino la cabeza en
señal de pregunta, y una ráfaga de viento me agita el cabello
alrededor de la cara. El calor bajo mi piel se enciende cuando
acomoda algunos mechones sueltos de mi cabello detrás de mi
oreja—. Quiero que me hagas la promesa que, pase lo que pase
después que entremos por las puertas, sabrás que me sigues
importando profundamente. Aunque no entiendas mis métodos,
necesito que sepas que todo lo que hago es por tu bien.

No me gusta especialmente cómo está sonando esto. También


sabía que probablemente no iba a ser fácil. Se está preparando para
lo peor, al igual que yo. Ni una sola alma ha sido devuelta a la
protección de la Tierra Ungida una vez expulsada, así que la
oposición de los seguidores es una reacción comprensible.

El hecho es que tomé la decisión de volver. Debo cambiar mi


forma de pensar a lo que se espera de mí. Me siente bien o no,
Zebadiah es mi Profeta, y confiar en mi Profeta es sinónimo de
confiar en Zaaron. Si él dice que solo hará lo mejor para mí, puedo
aceptarlo.

—Tienes mi palabra. Confío en ti... Profeta.

Sus dedos son largos y tienen una ligera aspereza al frotar su


pulgar sobre mis nudillos. La luz del farol hace que parezca brillar.
Su labio se levanta en una media sonrisa antes de darse la vuelta y
rebuscar en la cesta. Saca una tarta y dos tenedores, colocándolos
sobre la manta.

—No podemos llevar nada de vuelta, así que come.

Me río, clavando el tenedor en el centro para tomar un gran


bocado. El relleno y los trozos de ruibarbo son dulces y picantes y
están deliciosamente cubiertos por una corteza hojaldrada y
mantecosa.
—Mmmm. —Mi boca expresa su placer mientras me deleito con
un sabor que siempre me hará pensar en mi infancia—. Esto es
delicioso.

Mastica su bocado y sonríe antes de alargar la mano y pasar el


pulgar por mi labio. El relleno pasa a su dedo y me observa,
llevándoselo a la boca. Mi corazón tartamudea, junto con otro
sentimiento en mi estómago, pero... más bajo. Separo las piernas y
cruzo los tobillos, manteniendo la boca llena de tarta para no tener
que ocuparla con palabras incómodas.

—No recuerdo haber esperado nada con la emoción que tengo


hoy. Gracias por volver a casa.

—Agradece a Zaaron. Él es el que lo hizo posible.

Inclinándose más cerca y extiende la mano para tocar mi cara


como lo hizo antes, pero esta vez presiona sus labios contra los
míos. Mi pecho explota, enviando réplicas por mi cuerpo cuando su
beso pasa de ser tierno y cauteloso a ser profundo y desesperado.
Su mano pasa de mi cara a la nuca.

Mi mente está mareada. Apenas me han besado, ¡y mucho


menos me han besado así! El dolor bajo mi estómago está ahora
palpitando entre mis piernas. Esto está mal. No estamos atados, y
no estamos tratando de tener un hijo. Esto es un acto reservado a
los esposos. Sé que debería apartarlo, pero Zaaron perdóname, lo
único que quiero es que siga adelante.

Gime contra mis labios y me pone de espaldas antes de


acostarse sobre mí. Su erección es dura contra mi muslo y tengo
ganas de acariciarlo. ¿Qué estamos haciendo? Mi mente cede el
control a mi cuerpo y jadeo, balanceándome contra su vientre.

De repente, se queda quieto. Aparta su boca, casi haciéndome


llorar. Nunca había experimentado algo así.

A la luz del farol, su mandíbula se contrae y sacude la cabeza.

—No podemos hacer esto. Lo siento. —Asiento porque no tengo


el oxígeno suficiente como para hablar, ni función cerebral para
producir una respuesta. Se aparta de mí—. Es hora que nos
vayamos.
Recogemos en silencio todo excepto la comida y lo sigo hasta el
carruaje. Una vez que ambos estamos sentados, chasquea la lengua
y tira de la rienda derecha.

Parece incómodo, y aunque en mi mente sé que acabamos de


pecar, en mi corazón, no siento la culpa que normalmente conlleva.

—Sabes que no le diré a nadie lo de nuestro picnic, ¿verdad? —


Asiente, pero no creo que eso lo relaje en absoluto.

La valla que rodea el recinto es difícil de distinguir en la


oscuridad, pero sigue siendo una de las vistas más reconfortantes
que he visto en años. El carruaje se detiene frente a las puertas y el
guardia nocturno las abre de un tirón. Como no puedo ver su cara,
estoy segura que él no puede ver la mía. Aun así, diré que tiene
curiosidad.

Estar de nuevo dentro del recinto me produce una sensación de


tirón en todo el cuerpo, y no sé si es desagradable o no.

Nos detenemos frente al templo y él toma el farol, señalando


hacia las puertas. Se baja del carruaje y yo lo sigo por los escalones
de madera. No hay velas encendidas en el interior del edificio, por
lo que los rayos de la luna y el farol de Zeb son nuestras únicas
fuentes de luz.

Me lleva a la misma sala de espera en la que estuve antes de mi


limpieza del alma hace doce años. Ezekiel está sentado en la silla
junto a la cama leyendo El Verdadero Testamento a la luz de una
lámpara.

Zebadiah pone su mano en la parte baja de mi espalda,


empujándome delante de él mientras Ezekiel se levanta y asiente.

—Bendita noche, Profeta.

—Bendita noche, Apóstol.

Zeb se dirige a mí.

—Debes entregar cada prenda de tu ropa al apóstol Ezekiel.


Quiero que te despojes de todo lo que te ata al exterior.
Siento un malestar en mi interior al recordar la fotografía en mi
ropa interior.

—Sí, lo entiendo.

Retrocede hacia la puerta, mirando a Ezekiel.

—Lleva su ropa al vertedero de camino a casa.

—Sí, Profeta.

Ezekiel sale de la habitación para esperar en el pasillo, dejando


a Zebadiah mirándome fijamente. Al cabo de un momento, me
dedica una sonrisa tan genuina que devolverla es automática.

—Bienvenida a casa, Laurel Ann.


21
LA HIJA PRÓDIGA

Laurel Ann
Ésta no es mi colcha… Ésta no es mi cama.

Abro los ojos, y me impulso hacia arriba, dejando que los


recuerdos de ayer me inunden.

Estoy aquí.

Estoy en casa.

Anoche Ezekiel me regaló una falda larga con botones y unos


calzones bombachos a cambio de mi ropa filistea. Bajo mis
calzones, saco la foto mía y de Kaila. Espero que esté bien esta
mañana. Tengo que creer que ella seguirá adelante y, con el tiempo,
yo me convertiré en un recuerdo lejano en su mente. Aunque ese
mismo pensamiento hace que las lágrimas llenen mis ojos, su
tristeza me entristecería aún más. Ella tiene a Brently, y si no
funcionan, encontrará a alguien más que la haga feliz. Conseguir
un chico nunca ha sido una tarea difícil para ella. Paso mis dedos
por su brillante y congelada sonrisa.

—Te extraño.
Devuelvo el trozo de papel de tiempo a mis calzones y aparto las
mantas de mis pies. Paso los dedos por mis cicatrices de limpieza
personal y sonrío al ver que esa época de mi vida ha terminado.
Llaman a la puerta antes que Ezekiel entre. Intento cubrirme los
brazos mientras él coloca un plato de tostadas y un vaso de agua
sobre la mesa.

—Apúrate y come. Debemos irnos.

¿Irnos? ¿Ir a dónde? ¿A los dormitorios de colocación?

Trago el pan junto con mis preguntas. Justo acabo de terminar


cuando noto la cuerda en sus manos. Se me cae el estómago
aunque lo esperaba. Zeb había dicho que no podría volver a entrar
aquí sin pagar algún tipo de penitencia.

Me hace una seña con la mano, y toda esperanza de recibir un


vestido se derrumba. Me pongo delante de él y me ata las muñecas
con la cuerda, tirando de mí hacia la puerta. Espero que la sala de
reuniones esté llena de gente, pero está vacía. Ni siquiera he pasado
por el púlpito antes de oír las voces de fuera: voces airadas que se
animan unas a otras. Las puertas se abren, obligándome a cerrar
mis ojos para protegerlos de los brillantes rayos del sol.

—¡Esto no está bien!

—¡Ella no pertenece aquí!

—¡No quiero su maldad cerca de mis hijos!

Ezekiel me conduce por las escaleras y a través de la furiosa


multitud. Cuando me esfuerzo por abrir los ojos, veo a Zebadiah en
el centro de ellos. Está vestido con su sombrero y su chaqueta
negra, con todo el aspecto del Profeta que es. Me escupen y me
silban al oído.

—Hijos, sé que este es un territorio que aún tenemos que


descubrir. Les pido que confíen en mí, y además, que confíen en
Zaaron. Esta es su voluntad y deseo. Si alguien quiere cuestionar
Su plan, se verá en el extremo receptor de un ritual de limpieza. —
Su cacofonía se reduce a murmullos indistinguibles—. Zaaron me
ha hablado de su plan para Laurel Ann. Su alma ha sobrevivido al
nuevo y oscuro mundo. Cuando estaba rodeada por el pecado y la
ausencia de gracia, hizo todo lo posible para mantener a raya la
mancha. Ella obedeció la ley espiritual, y durante doce años nunca
cometió un pecado imperdonable. ¿Podría alguno de ustedes
garantizar lo mismo si hubieran sido ustedes? —Mi corazón se
hincha ante su defensa. Está funcionando; casi se callan. Toma la
cuerda de Ezekiel y me levanta las muñecas, mostrando a la
multitud mis cicatrices de limpieza personal—. Aunque el fuego no
haya sido ungido, pagó con dolor y cicatrices para demostrar su
devoción. Entiendo sus dudas. Rompió una de las leyes espirituales
más sagradas al negar el camino que Zaaron había trazado para
ella. Él trabaja en formas misteriosas, ¿no es así? Él tiene un nuevo
camino para ella ahora. Quiere que todos ustedes la acepten de
nuevo en la cuna de la Tierra Ungida como si nunca se hubiera ido.
—Me empuja al suelo, sin importarle el maltrato a mis rodillas. Mis
ojos se dirigen al agujero poco profundo en el suelo, lo que hace que
mi corazón palpite con fuerza en mi pecho. Nunca he visto exorcizar
a un demonio, aunque sé lo que implica—. Comprendo su miedo al
mal que ha traído consigo y la posibilidad que esté poseída,
buscando una forma de manchar nuestra tierra sagrada. —¿Por
qué Zaaron elegiría esto como mi castigo? Él debe saber que no
estoy siendo controlada por el Diablo.

Al levantar la vista, veo a Ezekiel y a Jacob cargando la tumba


de la abolición. No es más grande que un ataúd, y siento náuseas
mientras quitan la tapa de madera.

—Nunca arriesgaría la seguridad de ustedes o de nuestra tierra.


Si alguna oscuridad o maldad reside en ella, Zaaron se encargará
de eliminarla. Una vez que haya pasado esta noche, cualquier mala
voluntad que tengan hacia ella debe ser disipada o se realizará una
limpieza.

Inhalo una bocanada de aire tan fuerte que siento cómo se


desliza por mi garganta. No estoy segura de poder sobrevivir a esto.
Poco después de mi excomunión, desarrollé una aversión a los
espacios pequeños. No me gustan las cosas que me cubren la cara
o son estrechas. En una de mis casas de acogida tuve lo que se
llama un ataque de pánico cuando uno de los otros niños me atrapó
con una manta. No me dejaban salir y creí que iba a morir dentro
de ese lugar.
Aquí es donde mi fe debe entrar en juego. Seguramente la ira de
Zaaron es despiadada, aunque no creo que vaya a imponer una
penitencia que yo no pueda pagar.

Mi corazón intenta escapar de mi cuerpo mientras veo las botas


de Zeb desaparecer para caminar detrás de mí.

Entiendo que Zebadiah tiene que hacer esto, pero incluso


sabiendo que tiene que seguir siendo un ejemplo santo, todavía no
puedo apartar el aguijón en mi pecho.

—Ella permanecerá en la tumba por no más de dos horas. Eso


es tiempo más que suficiente para que cualquier mal que haya
obtenido sea eliminado por el enviado.

Tengo que creer que el límite de tiempo es una salvaguarda para


tratar de protegerme. No estoy segura de sí se trata de Zaaron o de
Zebadiah, aunque supongo que, en cierto modo, son lo mismo.
Aunque el sol es demasiado brillante para que pueda mirar sus
caras, oigo sus susurros. Zebadiah les indica que hagan un círculo
alrededor de nosotros y de la tumba de la abolición. ¿Están mi
madre y mi padre entre ellos? ¿Mia? Ya es una mujer adulta. Tendrá
18 año. ¿La reconoceré siquiera?

De repente, mi cara es cubierta por lo que parece un saco de


arpillera y asegurado alrededor de mi cuello. Hay agujeros a través
de los cuales puedo ver, oscureciendo mi visión. La pequeña
abertura para la boca no parece ayudarme a respirar. El saco se
aparta de mis labios cada vez que exhalo, haciéndome sentir
asfixiada. Mi pecho sube y baja rápidamente mientras Ezekiel se
acerca a mí, levanta las cuerdas y me pone en pie. Todo en mi
interior quiere luchar contra él, apartarse y huir, pero esto es lo que
requiere mi alma. Esta vez no lo negaré. Me lleva a la tumba y
levanto el pie para entrar. Cometo el error de mirar a Zeb justo a
tiempo para verlo tomar la jaula del enviado de las manos de Jacob.

Siento que voy a enfermar cuando escucho una voz familiar:

—Has deshonrado a esta tierra, a mí y a nuestro Dios. Todavía


puedo olerlos en ti. Que Zaaron limpie tu asquerosa alma.
Es más áspero y ronco de lo que recordaba, pero no hay duda
que es mi padre. Sé que ver la decepción en su cara me va a romper,
pero miro de todos modos.

Después de todos estos años, sigue odiándome. Mis lágrimas


resbalan por mi rostro ante la confirmación que no seré acogida de
nuevo en mi familia sin un abundante esfuerzo, y tal vez ni siquiera.
Sus palabras inician una lluvia de odio, los hijos de Zaaron gritan
su repugnancia:

—¡Desgraciada!

—¡Asquerosa!

—¡Corrupta!

—¡Malvada!

—¡Vergüenza!

—¡Maldad!

—¡Pecadora!

Vierten sus juicios, confirmando mis errores y fracasos. Sabía


que habría cierta discordia, pero nunca imaginé este nivel de
aborrecimiento. Sus palabras pueden ser diferentes, pero lo que
dicen es lo mismo:

No eres bienvenida aquí.

Ezekiel me ayuda a acostarme en la tumba y cierro los ojos como


si eso hiciera más soportable el temor. Eso solo empeora la
expectación, así que miro al claro cielo de Oklahoma.

No puedo verlo desde mi posición, pero la voz de Zeb llena la


tumba.

—El enviado es una criatura milagrosa. En la sabiduría de


Zaaron, Él nos ha dado la capacidad de eliminar los demonios que
puedan habitar en nuestra hermana caída. Si está poseída, Su
enviado la morderá, consumiendo cualquier mal dentro de ella,
permitiéndonos destruirlo de una vez por todas.
Cuando se coloca sobre la tumba, mi aliento se vuelve
demasiado espeso para salir de mi cuerpo. Baja la tarántula
conmigo y me quedo paralizada, tratando de permanecer
perfectamente inmóvil.

Me mira y susurra:

—Mantén los ojos cerrados.

Hago lo que me indica y le oigo cerrar la tapa. El corazón se me


sube a la garganta cuando el ligero peso de unas piernecitas se
arrastra por mi espinilla. Las lágrimas caen y dejo escapa un
gemido al son de los seguidores que rezan por mí. La tumba se
levanta y, de repente, estoy flotando. Mi estómago se revuelve al
sentir que me bajan al agujero. Intento ralentizar mi respiración
mientras mi corazón martillea en mi pecho lo suficientemente fuerte
como para poder oírlo.

Espera... ese no es mi corazón.

Thud. Thud. Thud. Thud.

La tierra cae contra la tapa mientras me entierran. Pequeños


cabellos rozan mi tobillo, sobresaltándome y haciéndome gritar.
Sacudo involuntariamente el pie ante la sensación de piernas
ligeras que se mueven frenéticamente alrededor de mis pies,
intentando con todas mis fuerzas permanecer inmóvil.

Thud. Thud. Thud.

Cuanta más tierra cae, más rápido se me acelera mi pulso. Estoy


sudando como si me estuvieran cociendo en un horno, y mi
garganta se cierra. Cuanto más intento respirar, más difícil me
resulta. Jadeo e intento salir del espacio cerrado, lo que enfurece
más a la criatura. Un dolor punzante atraviesa mi pierna y grito. Se
mueve más rápido por mi cuerpo. Grito, cerrando los ojos con más
fuerza. Los pequeños pelos de sus patas me tocan el pecho, y no
puedo evitar ahogarme. El grito irrumpe en mi diafragma haciendo
imposible la entrada de oxígeno. Los mocos y las lágrimas ruedan
por mi mejilla bajo la máscara, y me aferro a mi garganta, no solo
para respirar, sino para deshacerme de la araña.
En mi mente, sé que los golpes y los gritos solo la enfurecen
más. También sé que necesito salir de esta tumba, o moriré. Me
golpeo contra la tapa, rezando para que la oscuridad me lleve, pero
mi mente me obliga a aguantar como si el propio Zaaron deseara
que sintiera cada momento de esta incursión. La bilis rueda en mi
estómago, haciendo que mi garganta arda. Necesito salir de aquí.
Mis gritos se convierten en hojas de afeitar en mis cuerdas vocales,
e imagino el tejido sangrando por el desgarro. La agonía me recorre
de pies a cabeza y mis pulmones han dejado de expandirse. No sé
si podré superar esto. En este momento siento que pasaré la
eternidad en este agujero en la tierra.

Entonces, de repente, el tiempo se detiene temporalmente.


Bueno, no se detiene, solo dejo de experimentarlo antes de ser
arrojada al caos. Mi cuerpo ha tomado el control, y yo solo soy la
observadora que mira a través de un cristal agrietado cómo mis
miembros se agitan alrededor la tumba.

De ida y vuelta.

Entrando y saliendo.

Aquí y allá.

—Intenta abrir los ojos, Laurel Ann. Si puedes oírme, abre los
ojos.

Por mucho que quiera obedecer la orden, el peso sobre mis


párpados se niega a disiparse. Es una voz masculina que creo
reconocer, pero que no puedo ubicar. Intento comunicarme con mi
voz, aunque siento mi garganta cerrada.

—¿Estará bien? —Zeb pregunta.


Me gustaría poder hablar porque quiero gritarle que no estoy
bien. Estoy demasiado cansada. Sé que una penitencia era
necesaria, pero él es el Profeta. ¿No podría haber negociado un
castigo más suave? Zaaron tiene que saber que nunca estuve
poseída. ¿Lo estuve?

Me duele todo el cuerpo, incluso el corazón. ¿Cómo pudo Zeb


hacerme pasar por eso? Dado que no hay forma que se sancione lo
que sucedió anoche en nuestro picnic, sé que está dispuesto a
tomar sus propias decisiones.

—La tumba le ha quitado mucho. Te sugiero que le des una


noche de descanso antes de continuar con su castigo.

Quiero escuchar lo que dicen, pero me está costando toda la


energía que me queda luchar contra el sueño.

—Si eso es lo que sugiere, entonces eso es lo que se hará.


Gracias, doctor Kilmer. ¿Puedo pedir que pase la noche en la
clínica?

—Por supuesto, Profeta. Haré que Madeline se quede con ella


esta noche. Sé que siempre le gustó Laurel Ann.

Doctor Kilmer Adams. Por eso reconozco su voz. Él y su familia


suministran las necesidades medicinales y educativas al complejo.
Está hablando de mi antigua maestra de escuela, la hermana
Madeline. Saber que volveré a verla me hace sonreír en mi mente,
aunque estoy segura que no se traslada a mi cuerpo.

—Llámame si su estado empeora. Enviaré al Apóstol mañana a


recogerla.

—Sí, Profeta. Que tengas una buena noche.

—Tú también.

La conmoción y las voces bailan dentro y fuera del alcance de


mi oído, pero no sé lo que dicen. Hay momentos en los que me siento
asustada y enfadada con Zeb, y otros en los que estoy desolada. Me
encierro en mi cuerpo, poniendo el dolor en una caja donde no
pueda tocarme. El sueño me tiende la mano una vez más, y la tomo,
con gusto.
—¿Laurel Ann? ¿Te acuerdas de mí? —Es la hermana Madeline.
Si tuviera control sobre mi cuerpo, levantaría mis labios en una
sonrisa. Creo que soy capaz de mover la cabeza y asentir porque
ella me acaricia suavemente la mejilla—. Shhh. Descansa ahora.

Tener una persona conocida que no me odia es un bálsamo para


mi alma. Mis músculos se relajan y obedezco su petición de
descansar. Su voz es una calidez que por fin hace que este lugar se
sienta como un hogar. Me canta para que me duerma con una de
mis canciones infantiles favoritas.

Un día, niña, no habrá más dolor,

Se acabara el sufrimiento y la vergüenza.

Un día, niña, cuando tu cuerpo esté bajo tierra,

Y tus labios ya no puedan susurrar un sonido.

Un día, niña, estarás libre de pecado,

En la Estrella del Paraíso cuando estemos juntos de nuevo...

Me limpian la cara con un maravilloso paño húmedo y frío. Los


escalofríos corren bajo mi piel, rompiendo el calor asfixiante que me
oprime el pecho. Mis pulmones se expanden y aspiro el aire con
avidez.

—Respiraciones lentas. Relájate.

Consigo abrir los ojos con un gran esfuerzo. Una vez que el
desenfoque de la habitación se desvanece, veo a una hermana
Madeline algo mayor.

—Gracias. —Las palabras tienen púas, se abren paso y se llevan


mi voz con ellas.

Ella ahueca mi cuello, levantando mi cabeza lentamente. Me


duele el cuerpo en señal de protesta, y un gemido se abre paso
mientras ella sigue ajustando y silenciando mi cabeza. Un vaso de
hojalata es presionado contra mis y el agua fría baja por mi
garganta, refrescando el ardor. Me aferro a la taza y bebo con avidez.
Me ayuda a retirar las piernas del borde de la cama antes de
impedir que me baje.

—Tómalo con calma, no demasiado rápido. —Moverme y saciar


mi sed hace maravillas con mi movilidad, y mis palabras fluyen
mucho más fácilmente.

—Gracias por ser amable conmigo.

Ella suspira.

—Como mujer, siempre he entendido tu miedo y por qué hiciste


lo que hiciste. Sé que eres una buena chica y que siempre has hecho
todo lo posible por seguir la ley espiritual. —Ella baja su voz a un
susurro—. Y entre tú y yo, creo que tu excomunión se basó en el
orgullo herido de nuestro antiguo Profeta, no en tus pecados. —
Sonríe y devuelve la voz a la normalidad—. Me alegro mucho que
estés en casa.

Me lleva a una bañera llena de agua deliciosamente caliente


recién salida de la estufa. Sumerjo una pierna y veo una marca roja
e hinchada en la espinilla. Froto mi dedo sobre la tierna piel de la
picadura.

La hermana Madeline sumerge un paño en el agua y me ayuda


a sentarme.

—Aquí hay una más. —Me pasa el paño por el cuello y me


estremezco por la sensibilidad—. ¿Cómo es eso? —El calor del baño
es un respiro que no puedo expresar, siendo mi gemido mi única
respuesta—. Le has dado un buen susto al Profeta. —Me levanta el
brazo para limpiar por debajo—. A mí también.

Me cosquillean los oídos al mencionarlo y giro la cabeza para


mirarla.

—¿Qué pasó exactamente?

Toma una jarra, la llena de agua antes de verterla sobre mi


cabeza y enjabonar las hebras cubiertas de suciedad.

—Dejaste de gritar y de golpear la tumba. No hiciste ningún


ruido. El Profeta se paseó por el agujero, constantemente, hasta que
llegó el momento de desenterrarte. Cuando quitó la tapa, estabas
inconsciente. Te sacó inmediatamente para traerte aquí.

Me sumerge para enjuagarme el cabello y me ayuda a


levantarme cuando termina. Intento recordar lo que está diciendo.

—No recuerdo nada, en realidad. Estaba muy asustada. No


podía respirar y no me sentía bien. Pensé que iba a enfermar. Todo
lo que pasó después es difícil de recordar, como cuando te
despiertas de un sueño. —Asiente con la cabeza y me da el paño.
Me han mordido. Siento el corazón como una piedra en el pecho y
rompo a llorar. ¿Cuándo pudo ocurrir? ¿Cómo no lo he sabido?—
¿Crees que he sido poseída? —Lloro.

Me hace callar y aparta el cabello de mi cara.

—No lo sé. No tengo otra explicación para que te hayan mordido,


pero ahora eres pura, niña. Se acabó. —Quiero hacerme un ovillo y
hundirme en el fondo de la bañera. En cambio, me pone de pie y
me envuelve en una toalla—. Pronto te sentirás mejor. Te lo
prometo.

Cuando por fin me dan un vestido, nos sentamos a la mesa y


comemos el guiso que ha preparado. La comida me llena el
estómago y vuelvo a sentir una pesadez en los ojos. Mi mente se
aleja y la hermana Madeline me ayuda a levantarme de la mesa.

—¿Por qué no te acostamos de nuevo? —Justo cuando estoy a


punto de conseguir el indulto de la cama, un golpe en la puerta me
hace saltar. Sus ojos están tristes cuando dice—: Quédate aquí.

Apoyada en la cama, oigo su voz mezclada con falsa alegría.

—Buenas noches, Apóstol Ezekiel. Por favor, entre.

—¿Está preparada? —La voz baja de Ezekiel entra en la


habitación.

—Todavía está agotada, aunque supongo que el Profeta es


consciente de ello.

Hay un momento de silencio antes que Ezekiel diga:


—Confío en que él sabe lo que es mejor.

—Por supuesto. Iré a buscarla.

Aparece en la habitación, extendiendo la mano con una sonrisa.

—Estás donde debes estar, Laurel Ann. Bienvenida a casa. Todo


esto terminará pronto.

Me conduce fuera de la seguridad de la clínica hasta la sala de


espera, donde Ezekiel me dedica algo parecido a una sonrisa. Abre
la puerta, y me hace señas con la cabeza para lo siga. La zona
común está casi vacía mientras me conduce a la estación de
limpieza.

No me ha hablado ni una sola vez, y cuando lo hace, me


sobresalto.

—El Profeta está muy contento de tenerte de vuelta.

—Me reconforta escuchar eso, Apóstol Ezekiel

Delante de nosotros nos espera Jacob, con una cuerda en cada


mano y el ceño fruncido. Asiento con la cabeza en señal de respeto
cuando llegamos a él. Me agarra con una mano fuerte por el brazo
y me empuja a su lado. Nunca conocí bien a Jacob, pero por la
forma brusca en que me ata la cuerda a la muñeca, supongo que
no me ha perdonado por haber dejado a su padre.

Ezekiel es más amable en su tarea de atar mi otra muñeca,


dejando más espacio. Jacob me tira entre los pilares, y cada uno de
los hombres desliza su extremo por las ranuras de la parte superior,
sujetándome a la estación de limpieza. Mi cuerpo se desploma, y
aunque la incomodidad es inmediata, no es dolorosa. El fuego
sagrado arde en el costado de mi visión, y justo cuando me pregunto
si ya ha sido bendecido, la voz de Zeb suena detrás de mí,
hundiéndose desde mis oídos hasta mi estómago.

—Déjame con ella.

Sus murmullos se alejan hasta que el único sonido es el viento


en mis oídos. ¿Por qué no habla? Odio sentirme mucho más
pequeña que él. Mucho menos. Estoy contaminada, pero él es el
Profeta. Mi cuerpo cuelga frente a él, un pecador en presencia de la
santidad. Sé que tiene la sangre de Zaaron dentro de él, y sé que es
la persona más santa en esta tierra en este momento, pero parece
que no puedo hacer que mi mente se concentre en esa verdad. El
cansancio va a acabar conmigo en cualquier momento, y aunque la
ira que siento por él es injustificada, me hierve por dentro
igualmente.

¿Por qué no me habla?

—¿Sientes poder en mi humillación, Profeta?

Digo las palabras entre dientes. Me enfurece que no me facilite


las cosas y, al mismo tiempo, sé que tiene que seguir lo que desea
Zaaron.

Sin embargo, no deja pasar ni un solo sonido por sus labios.


Sus pasos solo se oyen por el inquietante silencio del terreno
común. Son lentos, y puedo sentir sus ojos recorriendo mi cuello y
mi espalda. El toque de sus manos en mis brazos hace que mi
cuerpo dé un salto de sorpresa, y no hay forma de detener el latido
de mi corazón.

Sus labios están en mi oreja y los roza contra el lóbulo.

—Calla. —Unos dedos suaves presionan la tela de mi vestido,


recorriendo lentamente mis costillas—. Me diste tu palabra. —A
pesar del sudor que gotea de mi frente, pequeños escalofríos
recorren mis venas cuando sitúa mi cabello por encima del hombro
y me da un beso en la nuca.

—Sé que esto es degradante. Esa es la cuestión. Dijiste que


confiabas en mí, así que hazlo ahora. Esto es lo necesario para que
te acepten plenamente aquí. Lo hago porque me importas, Laurel
Ann.

Se aleja de mí, y no entiendo por qué su ausencia hace que la


humedad se acumule en mis ojos. Me quedo para ser un faro y una
advertencia de lo que les sucede a aquellos que desobedecen.

Ha pasado al menos una hora, y el dolor en mis brazos ya es


insoportable cuando Zeb por fin regresa con Ezekiel y Jacob. Deseo
dormir más que mi próximo aliento, pero sé que no hay esperanza
de ello hasta que me liberen de mis ataduras. No puedo girar la
cabeza para ver completamente, pero en el borde de mi vista, Zeb
está frente al fuego con las manos extendidas hacia el cielo.

Su voz es profunda a mi lado.

—Zaaron, nuestro Dios. Nuestro Mesías. Somos la sangre de tu


sangre y la carne de tu carne. Te agradecemos tu protección contra
el mal y el perdón de nuestros pecados. Nos has proporcionado las
herramientas para permanecer ungidos, puros, y te pedimos que
este fuego arda con tu gracia limpiadora. —Hay una pausa y luego
añade—: Gracias por tu infinita misericordia.

Veo que sus manos bajan para alcanzar algo. Una vez que el
hierro de la Unción está a la vista, lo pone en el fuego, y me doy
cuenta de lo que está pasando.

Cuando un bebé nace como hijo de Zaaron, debe ser marcado


en consecuencia. No recuerdo mi primera Unción, y no será peor
que mis limpiezas personales, pero el simbolismo es primordial. No
habrá duda de si pertenezco aquí o no, una vez que vuelva a recibir
la marca. Nadie podrá dudarlo.

Las voces se hacen más fuertes con la llegada de la multitud. Se


colocan alrededor de la estación de limpieza mirándome. No puedo
oír lo que dicen, aunque sus murmullos me rodean. Levanto los ojos
a pesar que mi mente me grita que no lo haga. Conectan con unos
verdes que tienen doce años más que la última vez que los vi. Mia
es ahora una mujer adulta, y su visión absorbe la poca cantidad de
oxígeno que queda en mi cuerpo.

Tiene la misma mirada triste que tenía el día que me


excomulgaron, aunque ahora está teñida de lástima. No retiro mi
mirada de la suya hasta que la voz de Zebadiah parece retumbar
detrás de mí.

—Bienvenidos. Sé que esto ha sido difícil para todos nosotros.


Esta es una situación a la que no estamos acostumbrados. El
mundo exterior tiene tentaciones a las que no queremos
enfrentarnos. Sé que muchos de ustedes tienen sus reservas sobre
sus propias almas y las almas de su familia. Les pido que piensen
en esto: Cuando nace un niño, su alma está tan manchada como la
de un filisteo, y sin embargo no tememos a un infante. Piensen en
Laurel Ann como ese infante. Ella no tiene mala voluntad hacia
nosotros y solo desea ser acogida en la Estrella del Paraíso sobre su
carne que descansa bajo la tierra.

El agua se precipita sobre mi cabeza, el frescor del líquido gotea


por mi cuerpo. Aunque la sensación es increíble, me entra en la
boca, llenándome los pulmones y haciéndome toser por la
necesidad de respirar.

—Limpia la suciedad de este mundo. Purifica a esta hija para


que sea digna de tu gracia y protección. —Las oraciones practicadas
de Zeb se hacen más fuertes mientras me rodea, continúa
salpicándome agua—. Fuiste reprendido por esta pecadora, y sin
embargo la deseas en la Estrella del Paraíso. Estamos asombrados
de tu infinita compasión y honraremos tu voluntad con una Unción.
—Levanta mi pie derecho y vierte el agua restante sobre la
almohadilla. Sus dedos resbaladizos masajean mi pie con lo que sé
que es aceite bendito. Toca suavemente los dedos de mi pie antes
de agarrarme el tobillo—. Te pedimos que bendigas a esta hija
mientras la marcamos como una de las tuyas, desde ahora hasta
siempre.

El agua y el aceite hacen que la quemadura chisporrotee mucho


más fuerte que cuando lo hice por mi cuenta. El calor del hierro me
consume el pie y trato de apartarlo, pero el agarre de Zeb se aprieta
alrededor de tobillo. Un agudo sonido sube por mi vientre y sale
desde mi garganta, cortando el aire a mi alrededor antes que sepa
que está sucediendo. Zebadiah presiona el hierro de la Unción con
más fuerza en el arco, y mis gritos se vuelven borrosos con los
sollozos. El olor a piel quemada y aceite es repugnante y me
revuelve el estómago. Las plantas de mis pies siempre han sido
sensibles, y cuando el metal caliente se funde en mi pie, los
pensamientos de duda entran en mi mente.

¿Les hacemos esto a los bebés?

Una vez satisfecho, retira el hierro, y lo que más deseo es poder


agarrar mi pie y envolverlo en un paño húmedo.

Cuando se pone delante de mí, no tengo energía suficiente para


levantar la vista más allá de su pecho. Los músculos causan líneas
en su camisa, y me centro en ellos con la esperanza de que me
distraigan del dolor. Sus manos sujetan mi rostro con tanta fuerza
que sus dedos me aprietan las mejillas.

—Has sido perdonada porque adoramos a un Dios


misericordioso. —Liberándome, se hace a un lado para presentarme
a la multitud—. Su excomunión no debe ser mencionada nunca.
Les pido a cada uno de ustedes que coloquen sus manos sobre ella
y oren para que nunca más sea tentada por malos pensamientos.

La esperanza de que por fin liberará mis brazos doloridos se


desvanece cuando pone su palma sobre mi cabeza y mira al cielo.

—Te pido que guíes a esta hija. Es evidente que tienes planes
para su alma, y confío en tu decisión. Gracias por su regreso
seguro, mi Dios. Tu bondad es infinita.

Una a una, las mismas personas que ayer me reprendían, me


ofrecen sus manos y me ofrecen palabras de amor y aceptación.
¿Cómo es posible que sus sentimientos hayan cambiado tan
rápidamente? No escucho sus sentimientos individuales, solo
mentiras repetidas.

El dolor de mis brazos se ha adormecido. No los siento hasta


que Ezekiel y Jacob me desatan de mis ataduras y caigo de rodillas.
Gimo de alivio ante el dolor de la libertad que me invade. Lucho con
la decisión de masajearme el hombro o sujetarme el pie que me
arde, pero me vuelven a poner de pie antes que pueda elegir.

La mano de Zeb está en mi espalda mientras hace un gesto a la


multitud.

—¿Tienes algo que quieras decir, Laurel Ann?

Trago, y la falta de saliva no sirve para aliviar mi garganta


irritada.

—Estoy realmente arrepentida por el sufrimiento que les he


causado a todos. Estaré siempre agradecida por su disposición a
perdonarme y acogerme en casa.

Mi respuesta es esperada. Solo desearía haberla dicho con más


convicción. ¿Cuánto podrían haber sufrido realmente? Ninguno de
ellos fue expulsado solo y confundido. Zebadiah retira las cuerdas
de mis muñecas, y todo lo que quiero es caer en el suelo y dormir.

Al parecer, eso no llegará hasta dentro de un tiempo.

—¡Alegremos el alma recién ungida de nuestra hija pródiga y


comencemos la reunión!

Las voces comienzan todas a la vez, la multitud florece como


una flor mientras se dispersa. La charla y la emoción por la
celebración mensual me rodean. Estoy más que agradecida cuando
Zeb pasa uno de mis brazos por su cuello y Zeke hace lo imita. Me
ayudan con delicadeza a sentarme en una silla en medio de la fiesta.

—Puedes sentarte aquí hasta que te sientas segura de poder


moverte.

Le hago un gesto con la cabeza y me hundo en la silla. El aroma


de la comida flota bajo mis fosas nasales y me sorprende el deseo
de mi estómago. Sonrío al ver a un grupo de niños pequeños que se
persiguen en un juego de etiqueta y a las mujeres que hablan y ríen
en círculo.

Por fin. Estoy en casa.

Levanto la vista y veo a Mia caminando hacia mí con una niña


pequeña saltando a su lado. La niña es demasiado mayor para ser
su hija, y eso me reconforta. La niña corre hacia Zeb y lo abraza
mientras él le sonríe.

Mia nos saluda.

—Zebadiah, tu santidad nunca deja de sorprenderme.

Mi piel se empapa de sudor por el uso de su primer nombre, y


la humedad de mi lengua casi se evapora.

Su sonrisa nunca abandona su rostro, aunque es la sonrisa


entrenada, no la genuina de mis sueños.

—No soy más que un instrumento para ver los deseos de Zaaron.
Se vuelve hacia mí y su sonrisa vacila. Sus cejas se fruncen y
su mandíbula se tensa antes de señalar a Mia.

—Está claro que conoces a mi primera esposa. —Voy a


hiperventilar o a vomitar cuando pasa la mano por el cabello de la
joven que lo abraza... la niña que lo abraza—. Y esta es Marybeth
Adams. Mi segunda esposa.
22
HABLANDO CON ZAARON

Laurel Ann
Lucho contra las lágrimas y la presión en mi pecho que me
hacen difícil respirar. Lo que siento por encima de todo es ira.

¿Cómo pudo olvidar mencionar el hecho de que está atado?


¿Con mi hermana? Y luego están las náuseas iniciales al pensar en
él estando con esa niña. En el mundo filisteo, las mujeres no
consideran el matrimonio hasta bien entrada la edad adulta, e
incluso entonces, eligen a su propia pareja. Verlos juntos es algo
extraño y perturbador.

Estoy segura que no me lo dijo porque le preocupaba que no


volviera. No sé cómo habría reaccionado yo. Lo que pasó en el picnic
definitivamente nunca habría ocurrido. Las lágrimas vuelven a
subir a mis ojos al pensarlo. Hasta ahora, había una parte de mí
que esperaba que Zeb y yo estuviéramos juntos algún día bajo la
ley espiritual, pero ahora, al pensar en sus manos... no quiero ser
parte de eso.

Puede que no sea capaz de expresar mis sentimientos en este


momento, sin embargo, la próxima vez que tengamos algo de
intimidad, con o sin Profeta, va a escuchar lo que tengo que decir.
La niña, Marybeth, me sobresalta cuando me envuelve en un
abrazo.

—¡Mia me ha hablado mucho de ti! Es un placer conocerte.

Coloco mis manos en su espalda, clavando mis ojos en los de


Zeb. Quiero gritar con todas mis fuerzas, pero debo quedarme aquí
sentada y alegrarme de mi alma recién purificada. Su rostro se
suaviza como si me rogara que lo entendiera.

No lo entiendo, y no lo haré. En lo que a mí respecta, me mintió.

La chica me suelta y Mia extiende sus brazos para abrazarme.

—Te extrañé, hermana. Bienvenida a casa.

No es así como me imaginaba nuestro reencuentro. Pensé que


me invadiría la felicidad, no la envidia y el resentimiento. ¿Por qué
tengo estos sentimientos hacia ella? Ella no puede evitar a quién
está atada. Aun así, mi abrazo es poco entusiasta y apenas puedo
forzarme a hablar.

—Y yo te extrañé, hermana.

La voz de Zeb interrumpe nuestro reencuentro:

—Estoy seguro que ustedes dos están ansiosas por


reencontrarse. Solo quiero vendar el pie de Laurel Ann primero,
para que le sea más fácil participar esta noche. La haré salir en
breve.

¿Por qué no hace que la hermana Madeline lo haga? Mia me


mira con incertidumbre antes que la niña la empuje hacia la
celebración.

Una vez más, coloca mis brazos sobre sus hombros, envolviendo
una mano alrededor de mi cintura para ayudarme a ponerme de
pie. Hago toda la presión que puedo sobre mi pie y cojeo a su lado
de camino a la sala médica. Ninguno de los dos habla, ni siquiera
cuando estamos fuera del alcance del oído de los asistentes a la
reunión. Si no fuera porque su abrazo es una necesidad, ya me
habría alejado de él. No quiero estar cerca de él en este momento.
Los escalones de la sala médica son una tortura, pero él es gentil
en su asistencia.

Cuando las puertas se cierran detrás de nosotros, no soy capaz


de soportar más su toque. Empujo sus las manos lejos de mí y
retrocedo a trompicones, agradeciendo poder mantenerme en pie.

—¡¿Cómo pudiste no decirme?! ¡¿Mia?! —grito, y sé que tengo


que calmarme un poco o de lo contrario me escucharán afuera—.
Estás atado y aun así me besaste. Me tocaste y deliberadamente me
ocultaste ese hecho.

—No lo vi relevante.

Mi boca se abre ante su idiotez.

—¡¿No lo viste relevante?! ¡¿Estás hablando en serio?!

Estoy confundida en cuanto a por qué estoy tan enfadada.


Siempre he sabido que, con el tiempo, estaría atado a otras mujeres.
Independientemente de todo eso, imaginarlo en sus camas hace que
mi interior se oprima y se caliente.

Se acerca a mí y mi pie no me permite apartarme con la


suficiente rapidez. Sus manos aprietan mi cintura para levantarme
y empujarme a una silla.

—NO me hables de esa forma. —Se agarra al reposabrazos y se


inclina, a centímetros de mi cara—. Al igual que tú no tuviste
elección al follarte a mi padre, yo no tuve elección al estar atado a
tu hermana. O a Marybeth, para el caso.

Su maldición me sobresalta, aunque el golpe bajo que acaba de


asestar exige más mi atención. ¿Está metiendo a su padre en esto?
De acuerdo, si así lo quiere.

—¡No eres diferente de tu padre! ¡Marybeth es más joven que yo!


Te has acostado con una niña, Zebadiah.

—¡No me acuesto con ella! —ladra, con los nudillos blanqueados


por su agarre a la silla. Una vez que las palabras salen de sus labios,
su arrepentimiento es evidente. Toma mi rostro entre sus manos y
su tono se vuelve suave—: Jamás la obligaría a acostarse conmigo,
como tampoco obligué a Mia.

Sus palabras me hacen olvidar mi enfado.

—¿No has estado con ella? ¿Cómo vas a tener hijos?

Sus fosas nasales se agitan cuando aprieta los labios.

—No vuelvas a hablar de lo que te acabo de decir. —Baja la voz


hasta un susurro, como si tratara de ocultar un secreto al propio
Zaaron—. Hice lo que me ordenó mi padre. Nunca han significado
para mí lo mismo que tú. Lo entiendes, ¿verdad?

No puedo evitar que las lágrimas piquen mis ojos.

—No lo sé.

Me mira fijamente durante un largo rato y se levanta para


recuperar un cuenco y una jarra de agua del lavabo. En silencio,
coloca mis pies dentro y vierte el agua fría por mi espinilla hasta los
dedos de los pies. El agua rodea mi marca de la Unción, y no puedo
decidir si es un placer o una tortura. Sumerge una pastilla de jabón
en el agua para lavarme el pie. Sus dedos acarician mis cicatrices
de limpieza personal con un suave toque mientras limpia la herida
con ternura.

Este mismo acto va en contra de la ley espiritual. ¿Qué clase de


Profeta peca tanto? Las palabras están escritas en El Verdadero
Testamento, claras como un día de verano: No es nuestro Profeta
quien lava los pies de los hijos, sino los hijos quienes lavan los pies
del Profeta. -3:4A.

Al terminar, coloca suavemente mi pie en una toalla limpia para


secarlo.

Dejo escapar:

—¿Te has acostado con ella? ¿Mia? —No sé por qué lo pregunto,
por supuesto que sí. Ella es hermosa.

Evita mi mirada mientras responde:


—Sí. Se entregó a mí el año pasado.

Mientras me envuelve el pie en la toalla, la furia salada de


autocompasión burbujea en mi interior. Ella es la razón por la que
fui excomulgada. Es por ella que tuve que pasar esa horrible noche
con Hiram, y ahora es recompensada al poder estar abiertamente
con el único chico que he deseado. Ella también pudo elegir el
momento en el que él entrara en su cuerpo. Puede que haya sido
atada de niña, pero durante años Zeb esperó a que estuviera lista.
No puedo ni pensar en los pecados que hay entre eso porque me da
rabia que no sea yo la que esté en su lugar. ¿Cuántas veces oré y
rogué a Zaaron para ser atada a Zeb?

Un sinfín de veces.

—¿La amas? —Desprecio el rencor en mi voz. Pensé que la había


perdonado por todo esto.

—La amo como amo a Marybeth y a todos los hijos de Zaaron.

Se levanta y camina detrás de mí hacia un armario. Mi sonrisa


lucha por mostrarse ante sus palabras. Para él no son más que lo
que le exige su puesto. Sí, se preocupa por ellas, pero no de la forma
en que yo me preocupo por él.

Las medias están colgadas sobre mi hombro. Las tomo,


congelándome cuando aparta mi cabello y sus labios rozan
suavemente la parte posterior de mi cuello.

—Antes no podía protegerte. Estaba indefenso. El día que


descubrí que te habías ido, fue el peor de mi vida. —Intento
concentrarme en sus palabras, pero su boca contra mi piel es lo
único que soy capaz de registrar. Su voz susurrada es áspera y casi
tensa—: Eso ha cambiado ahora. Nunca pensé que volverías a mí,
y sin embargo aquí estás.

Apenas me toca. Su mano recorre suavemente mi cuello hasta


llegar a mi pecho, y mi respiración se detiene por completo cuando
las yemas de sus dedos empiezan a desaparecer bajo el dobladillo
de mi escote.

El clic de la puerta y la voz de la hermana Madeline son


simultáneos.
—¿Profeta? Es...

Tengo el corazón en la garganta y me alejo de él todo lo que me


permite la silla. Salta lejos de mí como si hubiera sido expulsado
por un cañón, y la hermana Madeline se queda helada.

Mientras sigo jadeando, mi corazón amenaza con explotar, Zeb


se desentiende y actúa como si nos hubieran visto rezando, y no
cometiendo un pecado de lujuria.

—¿Sí, hermana Madeline? —dice en un tono casi coqueto.

Todos sabemos lo que vio, pero ella se endereza y parece borrarlo


de su memoria.

—Quería asegurarme que lo encontrabas todo bien. —Puede que


sea el Profeta, pero la hermana Madeline nos conoce desde que
éramos niños. Hubo un tiempo en el que le echó una bronca por
interrumpir la clase. Ella estrecha los ojos mientras sus palabras
siguen siendo respetuosas—. Puedo terminar aquí. Su presencia es
requerida por la hermana Mia, su esposa.

Su tono está impregnado de desaprobación. No es que Zeb esté


en posición de señalarlo.

—Se agradece. Gracias, hermana Madeline.

Se escapa por la puerta, dejándome a solas con ella. Me pongo


la media para evitar mirarla a la cara, oyéndola suspirar de camino
al armario, donde se guarda la ropa de recambio.

—¿Talla siete?

—Sí, señora.

Me entrega las botas y las tomo, encontrándome con sus ojos.


Espero ver en ellos juicio y decepción, pero en su lugar hay tristeza.

—No puedes hacer esto, Laurel Ann. Sé que siempre han estado
muy unidos, pero si esto se supiera... ¡Por Dios, niña, acabas de
volver! Imagina lo que esto le haría a la hermana Mia.
Seguramente me arde la cara de vergüenza y bochorno porque
sé que tiene razón. Como no encuentro ninguna palabra que mejore
la situación, elijo las sinceras.

—Ya no sé qué hacer aquí.

No me había dado cuenta de esa verdad hasta que la dije. Me


apresuro a atarme las botas y agradezco tener algo más que ella
para concentrarme.

Se ríe y miro sus sensibles ojos azules.

—Por supuesto que no. Doce años es mucho tiempo para estar
fuera de la gracia de Zaaron. Debes darle tiempo... y tomar
decisiones sagradas. Tu penitencia ha sido pagada, así que vamos
a regocijarnos en ella, ¿de acuerdo?

Extiende su mano, y me ayuda a levantarme. Me sorprende que


el apoyo de las botas alivie bastante el dolor, facilitándome caminar.

Me ayuda a salir de la sala médica para encontrar la celebración


en pleno apogeo. Hay muy pocas cosas que se nos permite tener
para el placer y los instrumentos musicales son una de ellas. Los
ojos de los seguidores se clavan en mi espalda mientras la hermana
Madeline me ayuda a sentarme en una silla. Se coloca a mi lado,
jugueteando con sus mangas y moviéndose sobre sus pies.

Tomo su mano.

—Hermana Madeline, por favor, no sienta que tiene que pasar


la noche cuidando de mí. Vaya y celebre con su familia.

Su tacto es suave contra mi espalda cuando se inclina junto a


mi oreja y su cabello me hace cosquillas en la mejilla:

—Soy de confianza —susurra rápidamente—. Si necesitas a


alguien, yo lo seré para ti. —Se pone de pie y camina hacia la
fiesta—. Bienvenida a casa, hermana Laurel Ann.

Asiento con la cabeza hacia ella y busco a mi familia entre la


multitud. Es imposible no ver a Zebadiah, a Mia y a su niña novia,
ya que todo el mundo parece reunirse a su alrededor. Me duele el
corazón de solo mirarlos, así que me aseguro de evitar hacerlo. El
aire huele divinamente y la brisa sopla fresca contra mi rostro
mientras me deleito en mi momentánea soledad.

—Bueno. Laurel Ann Henderson, mírate.

Giro en mi asiento, y miro fijamente al dueño de la voz


masculina. Se sienta a mi lado y se cruza de brazos. Cuando sonríe,
por fin lo reconozco.

—¡¿Benji?!

—En carne y hueso.

Ahora es enorme. En realidad, todos los hombres del recinto


parecen mucho más grandes que la mayoría de los hombres del
exterior debido a que los hombres filisteos suelen ser mucho más
sedentarios. Su cabello castaño se ha oscurecido, y su rostro, una
vez aniñado, ahora está esculpido. Sin embargo, esa sonrisa. No ha
cambiado nada.

Envuelvo mis brazos a su alrededor. Esta es la emoción y la


felicidad que he estado esperando, y le agradezco por habérmela
dado.

—No tienes idea de lo bueno que es verte.

Sonríe, metiendo los pulgares bajo los tirantes.

—Tengo una idea bastante buena. Me miro mucho en el espejo.


—Pongo los ojos en blanco mientras él se ríe.

—Me alegra ver que tienes tu vanidad controlada.

Mueve la cabeza hacia la multitud que baila.

—¿No estás de humor para la alegría?

Siempre he sido capaz de decirle a Benji cualquier cosa, o al


menos solía hacerlo.

—Esto no está yendo exactamente como lo imaginé.

De pie, me tiende la mano para que la tome.


—Vamos, salgamos de aquí un rato. Además, un paseo podría
relajarte.

Estar a solas con un hombre que no es mi marido no es


necesariamente un pecado si no estamos en casa de ninguno de los
dos, pero no es una acción favorable y puede que no sea la opción
más sabia en mi primera noche de vuelta. Miro a la multitud de
personas que ahora son en su mayoría extraños. Un descanso de
todo esto suena bien.

Sonrío y acepto su mano.

—Guíame por el camino.

Rodea con su brazo mi cintura para sostenerme mientras me


lleva detrás de la tienda del traficante de la muerte y se aleja del
terreno común. Seguimos caminando por la pradera abierta, y no
es hasta que los sonidos de la reunión se convierten en silenciosos
murmullos cuando por fin habla.

—No puedo creer que hayas vuelto. Nunca pensé que volvería a
ver tu cara pecosa.

Me burlo. Odio mis pecas.

—Cállate, ya no tengo tantas.

—Aww, siempre pensé que eran lindas.

Me da un codazo en el hombro y me doy cuenta que mis pasos


son mucho más seguros.

—Creo que ahora puedo caminar sola. —Trato de ver delante de


nosotros, pero está oscuro. Vamos a llegar al límite del recinto si
avanzamos mucho más—. ¿A dónde vamos de todos modos?

Su brazo se engancha alrededor del mío. Acercando su mano a


su boca, dice en un fuerte susurro:

—Mi espacio secreto de soledad.

Me río de él. Sigue siendo el mismo Benji de siempre.

—¿Y eso sería?


—Es un refugio contra tormentas —responde rotundamente—.
Qué manera de quitarle la diversión.

Me río y aprieto su brazo.

—¿Y por qué es tan secreto?

Mis ojos han empezado a adaptarse a la noche, lo que me


permite ver cómo me sonríe.

—Porque solo un par de personas lo saben. —Estoy a punto de


preguntarle cómo demonios ha sido capaz de hacer eso cuando oigo
un ruido sordo—. Aquí está. —Se agacha y mueve un cuadrado
como si fueran ramitas—. Construí esto más o menos un año
después que te expulsaran.

Saca lo que supongo que es una llave, de su bolsillo, antes que


una cerradura haga clic. Las bisagras rechinan cuando abre la gran
puerta de madera, y las nubes de tierra se levantan a la luz de la
luna cuando la deja caer al suelo.

—¿Hiciste esto sin que nadie se enterara? ¿Cómo?

—Pasé muchas noches sin dormir. Espera aquí. —Deja caer sus
pies en un espacio grande y abierto donde todo lo que veo es
oscuridad. Hay un ruido sordo cuando pisa algo. Lentamente,
desaparece en la tierra.

Tink. Tink.

—Maldita sea.

Ya no me molestan tanto las maldiciones, no desde que Kaila


me hizo inmune a ellas, pero al oírlas aquí, saliendo de él,
curiosamente hace que mis labios se curven en una sonrisa.

—¿Estás bien? —llamo abajo.

—Sí, es que no encuentro el... oh, aquí está. —Un silencioso tic,
tic, tic, suena antes de que, de repente, una luz parpadee y brote del
agujero, permitiéndome distinguir la forma de Benji sosteniendo un
farol—. ¿Crees que puedes bajar hasta aquí con tu pie?
—No lo sé, pero esto es demasiado bueno para dejarlo pasar. —
Levanto mi falda y me arrodillo para colocar mi pie bueno en el
primer escalón.

Coloca el farol en una mesita a su lado y extiende los brazos.

—Solo cae hacia adelante. Yo te atraparé.

—¿Estás loco?

—Te prometo que no te dejaré caer. Vamos, no podemos estar


fuera mucho tiempo.

Hace un gesto con la mano para que me apresure. Dejo escapar


un suspiro y suelto mi agarre del suelo, dejándome caer hacia
delante. Su cuerpo es duro y cálido cuando aterrizo contra él. No
ha estado tan mal.

—¡Uf! La comida filistea te hace pesar una tonelada.

Me quedo con la boca abierta y le golpeo el brazo mientras me


deja en el suelo con una sonrisa. El espacio tiene probablemente
dos metros de profundidad, y la habitación es larga y estrecha.
Podemos estar cómodamente uno al lado del otro y yo puedo
alcanzar fácilmente la mesa con la farola detrás de mí. Las paredes
están revestidas de gruesos paneles de madera.

—¿Cómo has hecho esto tú solo? —Aunque haya sido capaz de


conseguir tanta madera sin que nadie sospechara, cargar con ella
él solo sería casi imposible.

—Nunca dije que lo hubiera hecho yo solo.

Camina hacia la parte trasera de la sala subterránea, pasando


por un colchón en el suelo, para dirigirse a las estanterías que
recubren la pared del fondo. Hay cajas apiladas a lo largo de ellas.

—Entonces, ¿quién? ¿Quién te ayudó?

Recorre con sus dedos los bordes de las cajas y me dirijo hacia
él. Sacudiendo la cabeza, sonríe.

—Lo siento, pecas, no puedo decirte eso.


—Bien entonces, ¿qué hay en todas las cajas?

Soltando una profunda bocanada de aire, toma una de color


verde oscuro.

—¿Cómo fue? —Se vuelve para mirarme, toda su ligereza de


antes se ha disipado por completo—. ¿Allí afuera, con ellos?

Retrocedo y me siento en su colchón.

—Había mucho pecado. Y al principio, daba mucho miedo... —


Me arrimo para apoyarme en la pared, y él se une a mí—. Pero
también hay cosas increíbles. —Se aferra a la caja con fuerza, al
igual a que cada una de mis palabras—. ¿Conoces los ruidosos
pájaros de metal que vuelan a veces sobre nosotros? —Asiente con
urgencia—. He estado dentro de uno.

—¡De ninguna manera!

Sus ojos se abren de par en par y su emoción fluye hacia mí,


haciéndome sonreír.

—Se llaman aviones. Y tienen unas cosas llamadas microondas.


Pueden cocinar casi cualquier cosa en menos de cinco minutos.

—Vaya —susurra.

Definitivamente ya no es un niño, pero en este momento, su


fascinación lo hace parecer al niño que conocí hace tantos años.

Señalo la caja que tiene en sus manos.

—¿Qué hay ahí?

Mi curiosidad se maximiza cuando levanta la tapa e inclina el


recipiente para mostrármelo. Sus ojos verdes brillan y su sonrisa
está llena de orgullo. Miro hacia abajo y jadeo. ¿Está loco? Está
lleno de cosas filisteas. Un teléfono, pilas, un carné de conducir, un
llavero... la lista es interminable. Mis ojos se levantan para coincidir
con los suyos, vacilantes.

—¿De dónde has sacado todo esto?

Se encoge de hombros, y sus hombros se desploman.


—Conocí a un filisteo. Me trae cosas. —Levanta una ceja—. No
se lo vas a decir a nadie, ¿verdad?

—Oh, Benji, por supuesto que no.

—¿Ni siquiera a nuestro Profeta? —Se ríe de la palabra como si


fuera una broma.

Pongo los ojos en blanco y suspiro.

—Definitivamente no a él. Todavía no puedo creerlo. Zeb es el


Profeta.

—Sí, ha cambiado mucho desde que te fuiste. Solo ten cuidado.


No confíes en él hasta que sepas que puedes hacerlo, ¿de acuerdo?

Me sorprenden sus palabras. Él y Zeb siempre fueron muy


amigos, y me pregunto qué habrá pasado entre ellos en estos
últimos años.

—¿Qué pasó con él después de que me fui?

—Se perdió un poco después de saber que te habías ido. Tuvo


más limpiezas en los siguientes años de las que he visto tener a
nadie. Hizo todo lo posible para humillar y desafiar a su padre.
Entonces, de repente, se convirtió en el hijo perfecto de Zaaron.

Siempre quise que Zeb me echara de menos, pero nunca quise


que sufriera. Su padre tenía una crueldad en él que no dudo que le
mostró a Zebadiah. Me rompe el corazón saber que estaba sufriendo
por mi culpa. Aunque Benji no lo diga abiertamente, he visto con
mis propios ojos algunos de los rasgos que ha heredado de su
padre.

—Yo también he cambiado, sabes.

Sonríe.

—Ya lo veo. —Empujándose contra el colchón, se levanta—.


Probablemente deberíamos regresar. —Extiende una mano para
ayudarme a levantarme—. Solo quería enseñarte este lugar por si
alguna vez quieres venir aquí y descansar de todo. Me aseguraré de
dejarlo sin cerradura hasta que se nos ocurra otra cosa. —Siempre
ha sido un alma bondadosa, y me hace sentir cálida que me este
confiando esto. Su cabeza se inclina un poco mientras se cruza de
brazos—. ¿Crees que lo echarás de menos? ¿Vivir con los filisteos?

No tengo que pensar mucho en mi respuesta, y estoy feliz de


poder ser sincera con él.

—Sé que lo haré.

Señala con la cabeza el techo de la habitación.

—Venga, vamos.

Básicamente me lleva por la escalera, me ayuda a salir de la


bodega y me mantiene agarrada del brazo mientras caminamos. Me
muero por preguntar, y ya casi estamos de vuelta a la reunión.

—¿Ya te han atado?

Se ríe y sacude la cabeza.

—No, Zaaron ha sido amable conmigo en ese sentido.

—¿Qué quieres decir? ¿No quieres tener hijos y esposas?

Su suspiro es pesado mientras el ruido de la reunión se hace


más fuerte.

—No estoy preparado para tener una familia.

Puedo entenderlo. No estaba preparada hace doce años, y la idea


todavía me da algo de miedo.

—¿Sabe Zebadiah que te sientes así?

Se encoge de hombros.

—No se lo he ocultado exactamente.

Aprieto su brazo para hacerle saber que no hace falta que


hablemos más del tema.

—Solo deseo saber el propósito de Zaaron para mí. ¿Por qué me


trajo de vuelta?
Caminamos por la parte delantera de la sala médica, y los pies
de Benji se ralentizan mientras se inclina para susurrarme al oído:

—Esta es tu primera reunión desde que eres adulta, ¿no?

Se retira con una sonrisa pícara extendiéndose por sus mejillas.


Sonrío, y levanto una ceja. ¿A qué viene esa mirada pícara?

—Sí, ¿por?

—Porque ahora, puedes pedírselo tú misma.


23
REUNIÓN DE LOS UNGIDOS

Laurel Ann
Inmediatamente dejo de caminar y me detengo frente a él.

—¿Qué quieres decir?

—Espera y verás. —Benji sonríe, pero una vez que mira detrás
de mí, su sonrisa cae en una línea dura—. Se acabó la diversión,
pecas.

Frunciendo el ceño por el apodo, giro para ver a Zebadiah


caminando hacia nosotros. Y no parece contento.

Cuando está lo suficientemente cerca para hablar, nos mira a


los dos.

—¿Dónde han estado ustedes dos?

¿Por qué demonios está tan molesto?

—Solo fuimos a dar un paseo, Profeta. Queríamos ponernos al


día después de todo este tiempo. —Tengo que morderme la lengua
ante el tono condescendiente con el que responde Benji.

La falsa sonrisa de Zebadiah no sirve para disimular su enfado.


—Eres libre de volver a la reunión, Benji.

Me burlo antes de poder contenerme. Su desprecio por Benji me


hace querer darle un puñetazo. En cuanto lo pienso, la vergüenza
nubla mi alma. Nunca debería tener pensamientos violentos hacia
nadie, y mucho menos hacia mi Profeta. El nuevo y oscuro mundo
realmente me ha empañado.

Benji pone su mano en mi hombro.

—Me alegro que hayas vuelto, Laur. Hablaremos más tarde.

Caminando detrás de Zebadiah, Benji se da la vuelta y me sonríe


a sus espaldas. Rápidamente aparto la mirada de ambos, forzando
una tos para disimular mi risa.

—No se ve bien que desaparezcas sola con un hombre que no es


tu marido. —El tono áspero de Zebadiah me sacude y vuelvo a
centrar mi atención en él.

—He estado a solas contigo muchas veces —digo bruscamente.

Acorta la distancia entre nosotros, bajando la voz:

—No soy solo un hombre, soy tu Profeta. No vuelvas a hacerlo.


No es una petición.

Mis ojos están rogando por dar vueltas, incluso si hay verdad en
sus palabras.

—Solo era Benji. No hay nada más platónico que eso. ¿Cómo
puedes decirme que no pase tiempo con un amigo que no he visto
en más de una década?

Sus puños se aprietan mientras su cuerpo se pone rígido.

—Entonces no hagas un maldito espectáculo de ello.

Hay estrés en su voz, y acaba de maldecir, así que obviamente


lo estoy molestando. No quiero eso. Ya no es solo Zebadiah. Es el
hombre más sagrado de la tierra. Necesito aceptarlo y dejar estos
pensamientos de duda y rebelión.

—Me disculpo, Profeta. No estaba pensando.


—No. No lo estabas. Ahora date prisa, hay quienes desean
hablar contigo. —Sus hombros se relajan—. ¿Necesitas ayuda para
caminar?

—No, me siento mucho mejor. Gracias.

Se da la vuelta y vuelve a caminar hacia la celebración. Lo sigo,


y justo cuando llegamos al borde del terreno común, una mujer se
precipita hacia nosotros. Cuando las luces de la reunión iluminan
su rostro, mi corazón intenta saltar a través de mi pecho, las
lágrimas llenan mis ojos al instante.

—¡Laurel Ann! —me llama, recogiendo su vestido para correr.

Lucho contra el dolor para mover los pies lo más rápido posible.
Nuestros cuerpos chocan y nuestros brazos se envuelven en un
fuerte abrazo.

—Mamá. —Sale lloroso a través de mis lágrimas, y ella me


sostiene con mayor fuerza—. Te he echado mucho de menos.

Se retira para sostener mi cara. Parece mucho mayor de lo que


recordaba. Hay líneas y arrugas que antes no estaban ahí, y las
canas de su cabello brillan con las luces.

—Por fin estás en casa. —Besa mi cabeza—. Y más hermosa de


lo que jamás soñé.

Mientras nos separamos de nuestro abrazo, ella mantiene su


brazo alrededor de mí mientras nos dirigimos hacia la multitud.
Zebadiah ya se ha reunido con sus esposas y no veo a Benji. Mis
ojos miran hacia adelante y encuentran a la hermana Mary y a la
hermana Esther. Hay muchos niños a su alrededor, y no reconozco
a ninguno. La mayoría de ellos no existían cuando me fui. Sé que
mi padre está de pie junto a la hermana Esther, pero me niego a
encontrar su mirada.

—¡Laur! —Mis pasos vacilan cuando relaciono la voz con Dawn


Garrett. Le entrega un bebé a la hermana Esther antes de correr
hacia mí. Sus brazos me rodean en un abrazo tan fuerte que no
puedo evitar mi risa. Saber que está unida a mi padre me inquieta,
así que sacudo la cabeza, apartando los pensamientos negativos—.
¡No puedo creerlo!
Me arrastra hacia las personas que una vez fueron mi familia.
Le agradezco sinceramente su aceptación y me siento culpable por
haber perdido el hilo cuando me cuenta los nombres de todos sus
hijos.

—Son preciosos, hermana Dawn.

Mi padre se acerca a mí y sigo sin poder mirarlo, pero lo veo con


el rabillo del ojo.

—Me alegra que Zaaron haya tenido gracia para su alma,


hermana Laurel Ann.

Sinceramente, no sé cómo prefiere que me dirija a él. ¿Hermano


Benjamín o Padre? Definitivamente no papá. Ahora mismo, solo
quiero mantener la paz.

Volviéndome para mirarlo a los ojos, le digo:

—Sí, señor.

Eso parece apaciguarlo, ya que asiente con la cabeza y se agacha


para recoger a uno de sus hijos que aún no lo ha decepcionado.

Dawn abraza mi brazo.

—Venga, vamos por algo de comida.

Sonrío a mi madre y a mi familia antes de seguirla, pero me


siento aliviada de estar lejos de ellos. ¿Por qué? ¿No he deseado esto
más que nada?

Dawn apenas se ha separado de mi lado. Me arrastra a ver a


nuestras antiguas compañeras de clase, lo que me facilita el éxito a
la hora de evitar a Zeb y sus esposas. La mayoría de las chicas con
las que solía cantar y recoger flores están ahora embarazadas o ya
han dado a luz, y todas ellas están atadas. Me siento como una
marginada, una anciana que nunca conocerá las alegrías de la
maternidad. Algunos de los chicos con los que fui a la escuela
también están atados, pero hay muchos que no lo están. Hablo con
mis hermanos y hermanas, y me sorprende que tanto Faith como
Hope estén unidas al hermano mayor de Benji, Jethro Johnson.
Parecen felices y claramente han permanecido cerca.

—¡Hermanos y hermanas! —La voz de Zebadiah se abre paso


entre el ruido. Enseguida se hace el silencio, aparte del ruido
ocasional de un niño—. La noche ha estado llena de compañerismo
y celebración. Zaaron está satisfecho. Tomemos un breve descanso
para acostar a nuestros hijos antes de continuar con los eventos de
la noche. Que el fuego sagrado de Zaaron los limpie.

—QUE EL FUEGO SAGRADO DE ZAARON TE LIMPIE,


PROFETA.

La multitud se dispersa y Dawn me da un rápido abrazo.

—Bienvenida a casa.

Después de todo lo ocurrido en los últimos días, el cansancio


vuelve con fuerza. Aprovecho el tiempo para mí, doy un pequeño
paseo por el exterior del terreno común, detrás del templo y de la
escuela.

Las palabras de Benji saltan en mi cerebro. ¿A qué se refería con


lo de hablar con Zaaron? Que yo sepa, esa es una habilidad
reservada solo al Profeta. Como si pensar en él fuera una
invocación, Zebadiah aparece delante de mí, saliendo desde el
costado de la escuela.

Mi corazón da un salto y me digo que es porque me ha


sorprendido. Cuando abro mi boca para hablar, no soy capaz de
contener mi ira, su falta de verdad sobre sus ataduras arde en mis
entrañas.

Me burlo.

—¿No deberías estar con tus esposas?

—Están ayudando a mis hermanas con sus hijos.


—¿Qué quieres, Zeb?

—¡Quiero que te dirijas a mí como Profeta! Si alguien te oye usar


mi nombre entonces...

—¿Entonces qué? Claramente eliges qué leyes quieres seguir y


cuales hacer cumplir.

Se adelanta, obligándome a dar un paso atrás.

—¿De qué estás hablando?

Extiendo un dedo para contar.

—Estar atado significa que te reproduces. El hecho que hayas


esperado a mi hermana y esperes a tu niña-novia es un pecado.
Ellas conocen su deber, y que tú no las hagas cumplir es un
atentado contra Zaaron. —Mi segundo dedo se levanta, y él lo mira
fijamente—. No estamos atados, sin embargo pusiste tus manos y
tus labios en mi piel, y lavaste mis pies. Y finalmente, creo que Benji
no ha sido atado porque sabes que no está listo, pero a Zaaron
claramente no le importa eso porque yo tampoco estaba lista. Si Él
quiere que lo ates y no lo haces, eso también es un pecado, pero
acabo de llegar, así que dame más tiempo, estoy segura que
encontraré algo más.

Paso junto a él hacia la línea de árboles cuando me agarra del


brazo.

—Hago lo mejor que puedo, y tengo que hacer lo que creo que
es correcto. —Su voz es baja y profunda mientras sus palabras
salen entrecortadas—. La línea que camino cada día es casi
translúcida. La corona espiritual pesa sobre mi cabeza, y no puedes
comprender lo que es esto para mí... estar constantemente dividido
entre la justicia y mis propios sentimientos.

Zafo mi brazo de su agarre.

—No se trata de tus sentimientos o de lo que crees que es


correcto. Se trata de la voluntad de Zaaron.

Una vez que digo las palabras, sé que debo seguir mi propio
consejo. Los últimos días y los sucesos de esta noche me hacen
desear nada más que estar sola. Paso junto a él y me permite
adentrarme en los árboles, aunque escucho el sonido de las ramitas
crujir detrás de mí, un claro indicio de que me está siguiendo.
Acelero el paso, desesperada por poner algo de distancia entre
nosotros.

No tengo un destino en mente. Miro al cielo entre las ramas


cuando un sonido antinatural me detiene en seco. ¿Qué es eso?
Sigo el sonido, asomándome alrededor de un árbol, lo que
encuentro, hace que mis pies se congelen.

Mi hermano Samuel está apoyado en el tronco de un árbol con


los ojos cerrados, y su rostro enrojecido de placer. El hombre
arrodillado frente a él mueve la cabeza rápidamente sobre el pene
de Sam. Sam se agarra a su cabello, metiéndose más
profundamente en la boca que está violando. Sé que no debería ver
esto, ni siquiera creo que quiera hacerlo, pero no puedo moverme.

Cuando el hombre desliza sus labios fuera de Sam, por fin veo
su cara, y mi mandíbula cae al suelo.

—Algún día te haré gemir, Sammy. —La voz de Benji es


seductora mientras se levanta y junta sus pollas, acariciándolas.
Besa el cuello de Sam, inclinándose hacia atrás para señalar algo.

Samuel sonríe. Sí, fóllame.

Benji lo agarra por el hombro, le da la vuelta y moja la cabeza


de su erección con saliva. Sus dedos masajean el recto de Samuel
antes de presionar su punta contra el agujero. Su cuerpo se
estremece mientras se introduce en mi hermano. Sam, por
supuesto, no hace ningún ruido. Sus manos palpan el árbol
mientras se mece contra Benji.

—Joder, Sammy, llevo todo el día pensando en este agujerito. —


Empuja con más fuerza y se le escapa un gemido. La cara de Sam
se retuerce, y su semen blanco brota contra la corteza. Benji gime—
: Oh, sí, tu culo está tan jodidamente apretado... joder, vas a hacer
que me corra otra vez. —Benji tira de la cabeza de Sam hacia atrás
por el cabello, y no puedo creer que todavía esté aquí viendo esto—
. ¿Se siente bien mi polla? —Sam asiente, y Benji bombea más
fuerte—. Voy a estar caminando duro el resto de la noche, pensando
en mi corrida en tu culo. —Deja escapar un sonido gutural por su
ritmo acelerado.

Oigo el crujido de un palo, y puedo sentir a Zeb de pie detrás de


mí.

—Laurel Ann...

En el momento en que habla, los ojos de Benji se encuentran


con los míos, ampliándose. Samuel se aleja del árbol, casi
tropezando, mientras Benji tantea sus pantalones y suelta:

—¡Mierda!

El pecho de Zebadiah se agita mientras pasa junto a mí, con los


hombros tensos.

—¿Qué estoy viendo aquí?

Samuel comienza a hacer señas frenéticamente, pero hace


mucho tiempo que no las veo. Tengo problemas para seguir la
mayor parte de la conversación.

Benji se sube los tirantes y suplica al borde de las lágrimas:

—Por favor, Profeta, esto no puede darse a conocer entre los


demás seguidores. Te ruego que nos castigues en privado.

Zeb arranca el sombrero de su cabeza y lo lanza en su dirección.

—Lo prometiste, Benji. —Mis ojos se estiran mientras miro


fijamente a Zeb. ¿Sabía él de esto? La boca de Benji se mueve sin
hablar, y Zeb se burla—. Discutiremos este asunto mañana. —Sus
palabras se deslizan entre sus dientes apretados—. Esta noche es
para regocijarse. No voy a dejar que se manche con... esto. Ahora
vete. Preferiría no hablar con ninguno de los dos durante el resto
de la noche.

Los dos me miran cuando pasan a mi lado, con el rostro cubierto


de vergüenza. Deseo más que nada alcanzarlos y abrazarlos a
ambos. Es cierto, antes de salir de la Tierra Ungida, este tipo de
cosas me habrían repugnado. Las relaciones sexuales sin
posibilidad de reproducción son un pecado, y siempre me
enseñaron que un hombre estando con otro hombre es una
blasfemia.

Quizá debería seguir sintiéndome así, pero no es así. El mayor


tiempo que viví en un hogar de acogida fue con dos hombres.
Fueron amables y cariñosos no solo entre ellos, sino también
conmigo. Cambiaron para siempre mi opinión al respecto.

—Laurel Ann, ¿quieres dar las gracias? —El hombre llamado


Curtis me sonríe. Solo llevo aquí un par de horas y ya está intentando
que rece a su falso Dios.

—No lo haré. Ni hoy ni nunca. Tu Dios me enferma.

El otro hombre que vive aquí, Jordan, resopla antes de taparse la


boca.

—Tienes algo de coraje, ¿no?

¿Cree que esto es divertido? Aprieto los puños y lo fulmino con la


mirada. Cogiendo su mano, Curtis me mira.

—Mi marido solo está bromeando y no quería ofenderte. Te


pedimos disculpas.

—¿Cómo es tu marido? Los dos son hombres. No pueden crear


hijos juntos. Lo que están haciendo es una abominación.

La estúpida sonrisa de Jordan se borra al instante.

—De acuerdo, ya no es tan linda —dice rotundamente.

La amabilidad de Curtis desaparece de su rostro, pero en lugar


de ser sustituida por la ira, está cubierta de tristeza.

—En esta casa se aceptan las creencias y opiniones de todos,


siempre que se mantengan deferentes. Puedes rezar al Dios que
quieras. Tal vez puedas enseñarnos sobre Él. En cualquier caso, nos
tratarás con respeto en nuestra casa. No tienes que estar de acuerdo
o gustarte, pero serás civilizada. ¿Entendido?

Asiento.

—Sí, señor.

Está siendo amable a pesar que le molesto, y esta es, por mucho,
la casa más agradable en la que me han puesto. Soy la única niña
aquí, y su casa está limpia. Puedo intentar ser cordial si ellos van a
serlo conmigo también.

—Bien, entonces. ¿Por qué no dices las oraciones de la noche?

Agradezco la libertad mientras cierro los ojos y aprieto las palmas


de las manos.

—Zaaron, mi Dios. Te pido que me ayudes a alejarme de todo el


pecado y el mal de este mundo. Tengo miedo de no ser capaz de
mantener mi alma intacta. Quiero permanecer Ungida e ir a la
Estrella del Paraíso. Es todo lo que quiero. Por favor, déjame
demostrarte que puedo ser pura y que puedo seguir tus leyes.
Humildemente te pido que cuides a mis hermanos y hermanas,
Mamá, Zeb, y Benji. Por favor, no permitas que estén demasiado
tristes. Que tu fuego sagrado me limpie. Verdad y pureza, amén.

Abro los ojos y tanto Curtis como Jordan están mirándome


fijamente, con los ojos muy abiertos, antes de mirarse el uno al otro.

—Eso fue... muy bonito, Laurel Ann. Gracias. —La sonrisa de


Curtis vuelve a estar presente mientras se levanta para servirnos la
comida. Pollo, judías verdes y patatas pequeñas cubren el plato
cuadrado de color crema. Se me hace la boca agua al ver comida de
verdad. Las cosas que comen los filisteos son asquerosas. Todo viene
en una caja o una bolsa, y ni siquiera parece comestible. Esto, sin
embargo, va a ser delicioso.

—Tengo que decir —habla Jordan, y levanto la mirada de mi


plato—. Llevo años intentando que Curtis se pase a lo orgánico.
Cuando tu asistente social nos habló de tu aversión a los alimentos
procesados, fue justo el empujón que necesitaba. Supongo que debo
agradecértelo. —Se lleva una patata a la boca y sonríe.
Es un sucio pecador y un perverso filisteo, pero me resulta muy
difícil no devolverle la sonrisa. Corto un trozo de mi pollo, y está tan
sabroso que no me importa gemir contra el tenedor.

Curtis mezcla toda su comida en un plato mientras pregunta:

—¿Podemos hacer un trato?

¿Es esto un truco? Entorno los ojos hacia él.

—¿Qué clase de trato?

—Intentaremos algunas cosas a tu manera, si tú intentas algunas


cosas a la nuestra.

Dejo el tenedor en la mesa y me cruzo de brazos, mientras mi


curiosidad ocupa un lugar en primera fila.

—¿Qué quieres decir?

Pasa una mano por su cabello corto y negro, y baja por su nuca.

—Bueno, si aceptas que te llevemos a un parque de atracciones


este fin de semana, el próximo no usaremos electricidad. Sin
televisores, ni teléfonos móviles, ni ordenadores.

—¡¿Qué?! —pregunta Jordan con la boca llena de pollo.

Curtis lo ignora y levanta una ceja hacia mí.

—¿Y bien? —Extiende la mano por la mesa—. ¿Qué dices?

Creo que es justo, y algo llamado parque de atracciones puede no


ser tan malo. Tomo su mano y la estrecho.

—Trato.

Estaban más enamorados de lo que he visto nunca a dos


personas, y me cuesta creer que eso pueda estar mal.

Zebadiah se gira para mirarme como si estuviera a punto de


decir algo, pero hablo primero.

—¿Lo sabías? ¿Qué te prometió Benji?


Niega, se revuelve el cabello y gime.

—No sabía qué lo hacía con Samuel, solo sabía que había estado
con un hombre en el pasado, pero me aseguró que había terminado
con él. —Suspira, y aunque no he estado muy feliz con él en los
últimos días, es evidente el dolor que esto le está causando. No
quiero nada más que consolarlo—. ¿Cómo puedo mantener el mal
fuera de este lugar? Benji es mi amigo. Samuel es tu hermano y el
de Mia, así que por supuesto no quiero limpiarlos, pero ¿cómo se
supone que voy a ignorar esto?

—¿Estás seguro que es malo? —la pregunta sale antes de que lo


piense.

El ceño fruncido en su cara está marcado por la confusión.

—¿Qué clase de pregunta es esa? —Pasa por mi lado para volver


al terreno común—. Por supuesto que la sodomía es un pecado.

Suspiro, siguiéndolo más allá de la línea de árboles, en silencio.


Un pequeño grupo ha comenzado a formarse frente al templo, y Zeb
se dirige a unirse a ellos. Se ríe y sonríe mientras saluda a algunos
de los seguidores. Es sorprendente lo rápido que puede ponerse la
máscara para ellos.

Lo dejo para ir a buscar a Benji y Samuel. Estoy casi segura que


Samuel es la otra persona que ayudó con la construcción del
refugio. Asegurándome primero de que nadie me observa, atravieso
el terreno abierto hasta el límite del recinto.

Me duele el cuerpo y lo único que quiero es dormir. De hecho,


espero que no estén allí para poder tumbarme en el colchón que
tiene Benji. Mantengo los ojos abiertos en busca de los cuadrados,
pero debido a la oscuridad que trae la noche, en realidad solo busco
cualquier cosa fuera de lo común.

Creo que lo veo, y una vez que estoy lo suficientemente cerca


para distinguir la puerta cerrada del sótano, la luz se cuela a través
de los tablones.

Golpeando suavemente la madera, susurro a través de las


grietas:
—¿Benji? ¿Sam? Soy Laurel Ann. ¿Podemos hablar?

Se escuchan pasos caminando por el suelo y luego subiendo por


la escalera.

—Atrás, voy a subir. —Hago lo que dice cuando Benji levanta la


puerta para asomar la cabeza—. Ven.

Samuel me ayuda a bajar, e inmediatamente después que mis


pies toquen el suelo, lo miro. Su mirada está en el suelo cuando
alargo la mano para tocar su brazo.

—Hola. —Levantando sus ojos hacia los míos, apenas contiene


las lágrimas. Me concentro en mis señas para transmitir las
palabras correctas. No tienes que avergonzarte conmigo. Te amo.
Aunque soy consciente que puede oírme, hablar en su idioma
demuestra mi sinceridad. Benji baja en silencio del último escalón
y pasa junto a nosotros para ir a las estanterías.

Los ojos de Samuel se entrecierran con incredulidad. ¿De


verdad?

Todavía no he tenido la oportunidad de mirarlo bien. Su cabello


sigue siendo oscuro, pero mucho más largo, con mechones sobre
sus ojos color miel. Es considerablemente más alto y ancho que
antes, y su piel está bronceada. Le acaricio la cara y lo beso. Mi
hermano se ha vuelto un hombre muy guapo.

¿Estás enamorado de él?

Su sonrisa se extiende por su rostro. Sí, sí, sí.

Me río. ¿Cómo puede esto alejarlos de la Estrella del Paraíso?


Esto es amor, no lujuria, ¿y no es el amor lo más puro de la tierra?
Miro a Benji, que se ha dirigido al colchón. Está rebuscando en una
caja.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto, tomando a Sam de la mano


y caminando hacia el fondo de la sala. Benji saca una pequeña
botella con Jim Beam escrita en el frente, y la sostiene con una
sonrisa—. Benji Johnson, ¿eso es alcohol?
—Lo he estado guardando para una ocasión como esta. Si voy a
ir al infierno, voy a salir con fuerza.

Me siento a un lado de él mientras Samuel se sienta al otro,


apoyado contra la pared de madera, cruzando los brazos.

—¿Le has preguntado a Zaaron si está enfadado contigo? Dijiste


que podías hablar con Él en las reuniones.

Benji se burla mientras gira la tapa.

—Le he preguntado todos los meses durante los últimos nueve


años, y nunca me ha dado una respuesta clara. No tengo ninguna
idea de por qué soy así. Creo que las mujeres son hermosas, solo
que no me hacen sentir esa palpitación de adentro hacia afuera
como lo hace él. —Mira a Samuel y le guiña un ojo, haciendo que
se sonroje—. Lo intentamos, Laur. Intentamos con todas nuestras
fuerzas alejarnos el uno del otro. Pero no pudimos.

Miro a Samuel.

—¿Le has preguntado?

Entrecerrando un ojo como si estuviera tratando de recordar,


hace señas: No habla como si estuviera pensando. Es más bien un
sentimiento.

Benji da un trago a la botella y se la entrega a Sam mientras yo


frunzo el ceño.

—¿Cómo has conseguido una botella de licor? —Samuel da un


trago e intenta dármela—. De ninguna manera.

Se encoge de hombros y se la devuelve a Benji. La compró.

Benji levanta los brazos.

—¡Sammy!

—¿Qué? ¿Has dejado el recinto?

Suspira y se termina la botella.

—No, mi amigo filisteo me la compró.


—Benji...

Se levanta de la cama para devolver la caja a su sitio.

—Ya no importa. Dudo que nuestro Profeta nos permita


permanecer aquí ahora.

Cruzo los brazos y sacudo la cabeza.

—No te va a excomulgar. Ni siquiera te va a limpiar. Va a


mantener la boca cerrada.

Samuel se aparta de la pared con los ojos muy abiertos. ¿Qué?


¿Cómo sabes eso? ¿Lo ha dicho él?

—Ha dicho que no quiere, pero me aseguraré de ello. Nuestro


Profeta no es tan santo como parece, y se lo recordaré si intenta
castigarte.

La risa de Benji es fuerte en la pequeña habitación.

—¿Estás chantajeando al Profeta por nosotros? Estoy


conmovido. ¿Hay alguna posibilidad que nos digas lo que hizo?

Mis mejillas se calientan al recordar su beso, su tacto y sus


palabras.

—Ha sido infiel a sus esposas.

Los dos se quedan boquiabiertos. Al mismo tiempo que Benji


dice:

—De ninguna manera.

Samuel hace señas: ¿Contigo?

Asiento con la cabeza y me arde la cara. Sam sigue de pie,


sorprendido, mientras Benji se ríe y mete los pulgares bajo los
tirantes.

—Tengo el presentimiento de que las cosas están a punto de


ponerse interesantes por aquí.
Aunque no soy una chica especialmente alta, tampoco soy baja,
y estar entre Sam y Benji me hace sentir como una niña. Estamos
todos reunidos frente al templo mientras Zebadiah se sitúa por
encima de nosotros en los escalones.

Se ha quitado el sombrero y el viento le aparta el cabello de la


cara. Sostiene el cráneo de la cabeza de un buey que representa la
forma original de Zaaron. Habla del primer encuentro, entre Zaaron
y el humano. Cómo la llegada de la electricidad empujó a los
humanos a una espiral de pecado, obligándolo a venir a la tierra,
donde se presentó como un buey al hombre que se convertiría en
su recipiente. El recipiente escuchó su voz en su mente y aceptó la
petición de Zaaron de habitar su carne. Zeb habla que el cuerpo del
recipiente estalló en llamas ungidas al ser invadido por la energía
sagrada de Zaaron.

Intento concentrarme en sus palabras, pero mis ojos se fijan en


el aspecto de la mandíbula de Zeb cuando habla y en la forma en
que sus brazos rellenan su camisa mientras sostiene la calavera.

—Esta noche, iremos al lugar más sagrado de esta tierra: el


cementerio del recipiente humano de Zaaron. —De repente, me
concentro en lo que está diciendo. Siempre he sabido que cuando
Zaaron regresó a la Estrella del Paraíso, su recipiente humano
pereció y fue depositado bajo la tierra. Lo que no sabía era que el
cuerpo del recipiente yacía dentro del recinto—. Aunque le reces, y
Él reciba sus oraciones, no pueden oírle como yo. Pero esta noche,
hijos míos de Zaaron, ¡esta noche lo oirán!

Los seguidores aplauden y aúllan, pero yo me quedo helada.


Esta no será mi única oportunidad de hablar con Él, ya que
aparentemente esto ocurre en cada reunión, pero esta es la primera.
Sinceramente, es algo en lo que nunca había pensado porque no
sabía que fuera posible.
Inclinándome hacia Samuel, susurro:

—Tengo miedo. ¿Qué se supone que debo decirle a Zaaron?

Mira a Zeb para asegurarse que no nos está prestando atención


antes de decir: No es como te lo imaginas. No tengas miedo.

Sonrío y entrelazo mis dedos con los suyos.

—Te amo, Sam. —Besa mi sien mientras la voz de Zebadiah se


abre paso entre la multitud.

—Piensa en tus luchas, en tus penas, en lo que hace que tu


mente se aleje de la gloria de Zaaron. Reflexiona sobre estas cosas,
y llévalas contigo esta noche mientras saboreas un trozo de Él.
Ahora venid, y alegrémonos en nuestro camino.

Una vez más, los seguidores se deshacen en elogios, las risas y


la charla bullen a mi alrededor. Zeb le da la cabeza de buey a
Ezekiel, y lo veo besar a mi hermana antes de ocupar un lugar junto
a ella. Aunque he sentido celos en el pasado, era por el cabello, la
cara o el ingenio de otra chica. Nunca los había sentido por una
persona, y esto es un nivel completamente nuevo. Es más que
desear al marido de mi hermana. No siento que sea de ella en
absoluto. Era mío antes que todo saliera tan mal.

Sacudo la cabeza, sintiendo el impulso de limpiarme por mis


malos pensamientos. Pero eso ya no funcionará, porque ahora debo
confesar mis transgresiones a Zeb.

Prefiero hacer una limpieza personal.

Mia, Zeb y su novia-niña se dirigen al frente de los seguidores.


Al pasar, me roza suavemente el brazo, y odio el cosquilleo que me
recorre la piel.

—¡Laurel Ann! —llama la voz de hombre. Me doy la vuelta y, una


vez más, se me revuelve el estómago al ver a mis seres queridos por
primera vez en años.

—¡Robert! —Corro hacia mi hermano, que me levanta, dándome


vueltas. Le aprieto el cuello con fuerza y él se ahoga con su risa. Me
coloca de nuevo en el suelo—. Estás completamente diferente. Ya
no eres un patito feo.

Resoplo, enlazando mi brazo con el suyo mientras caminamos


con los seguidores.

—¿Gracias?

Se ha hecho más grande y se parece tanto a papá que es un


poco inquietante, pero entonces sonríe, y nuestra madre brilla como
un rayo de sol.

—He intentado hablar contigo toda la noche. Pero te sigues


escabullendo.

—He estado tratando de orientarme de nuevo. Todo es un poco


abrumador.

Caminamos hacia la dirección del rancho Fitch mientras los que


me rodean rompen a cantar.

Somos los ungidos,

Los limpiados por el fuego.

Somos los Ungidos,

Los del santo deseo.

Somos los Ungidos,

Lanzaremos la última piedra.

Somos los Ungidos,

Seguiremos a Zaaron a casa.

Hace muchos años que no canto esta canción, y aun así,


recuerdo cada palabra.

—Quiero invitarte a cenar pronto. Me gustaría que conocieras a


mis esposas e hijos —dice Robert entre versos.
No puedo creer lo mucho que me he perdido. Nunca volveré a
tener la oportunidad de estar allí para su primera atadura o el
nacimiento de su primer hijo.

Aprieto su brazo.

—Me encantaría. ¿Cuántos hijos tienes?

—Tres hijos con mi primera esposa, sin embargo, mi segunda


esposa aún no ha concebido.

—Lamento escuchar eso. Consuélate sabiendo que el plan de


Zaaron es cierto.

—Eso es. —Me besa la mejilla y sonríe—. Diviértete esta noche.


Que el fuego sagrado de Zaaron te limpie, Laurel Ann.

—Que el fuego sagrado de Zaaron te limpie, hermano.

De vuelta a su familia, se cruza con Samuel y aprieta su hombro.

El canto de la multitud disminuye hasta convertirse en un


murmullo silencioso cuando dejamos atrás el rancho de los Fitch y
continuamos hacia el río. Las antorchas encendidas sobresalen del
suelo y proyectan un inquietante resplandor sobre el campo y el
bosque. Cuando nos acercamos a un gran árbol, veo que las madres
de Zebadiah les entregan a Mia y a su hermana-esposa una cesta
de mimbre a cada una. Ambas la llevan lejos de la multitud y detrás
del árbol.

Zebadiah se detiene y, a su vez, todos los demás lo hacen.


Levanta las manos y esboza su sonrisa de "Profeta" antes de
proyectar su voz hacia la multitud.

—Hermanos y hermanas, bienvenidos. Zaaron nos ha regalado


una noche tan hermosa para deleitarnos en Su presencia. Esta
noche es especial porque tenemos una hermana que experimentará
Su voz por primera vez. Laurel Ann, ¿podrías venir aquí por favor?

Hay una pequeña cantidad de luz de los faroles, y agradezco que


no sea lo suficientemente brillante como para mostrar el color de
rojo que debe tener mi cara. Trago saliva y tomo la mano de Samuel
antes de obedecer. Las miradas de los seguidores se adhieren a mí
como el sudor mientras camino entre ellos para llegar a Zeb.

Me tiende la mano cuando salgo de la multitud.

—Has pasado por muchas pruebas y tribulaciones, y sin


embargo aquí estás, con un alma tan pura como la nieve.

La multitud grita sus alabanzas con las manos levantadas hacia


el cielo. Zeb hace un gesto detrás de mí, llamando a mi hermana
hacia nosotros. Metiendo la mano en su cesta, habla lo
suficientemente alto como para que se le oiga por encima de la
multitud.

—Cuando Zaaron terminó de escribir El Verdadero Testamento,


supo que su misión en la tierra había llegado a su fin. —Como no
tengo ningún deseo de mirar a Mia, no entiendo por qué al final lo
termino haciendo. Ella me sonríe antes de pasar entre la multitud
con su hermana-esposa, repartiendo lo que llevan en sus cestas.
Zeb continúa—: Había completado su tarea de exponer sus deseos
para nosotros y debía regresar a la Estrella del Paraíso. Les dijo a
sus esposas que dejaría el reino de los mortales, y que debían
colocar su recipiente humano vacío en el suelo bajo este hermoso
Roble Rojo. Cuando sus palabras se cumplieron, ellas honraron su
petición, enterrándolo justo debajo de este mismo árbol. Aunque su
hijo primogénito, Lazarus Fitch, se convirtió en nuestro primer
Profeta y podía escucharlo, sus esposas se sintieron perdidas sin
su presencia. Visitaban el lugar de su entierro todos los días,
llorando y rezando para que les hablara. Al quinto día de su
fallecimiento, descubrieron que les había dejado un regalo. —
Sostiene lo que saca de la cesta entre el pulgar y el índice para
mostrarlo a la multitud—. Por pura fe, las esposas consumieron sus
regalos y se encontraron de nuevo en presencia de su marido y de
Dios. —Se gira para mostrármelo, y tardo un momento en darme
cuenta de qué es... ¿Es una seta?— Abra la boca, hermana Laurel
Ann. —Espera. ¿Son lo que creo que son? Kaila tomó setas una vez,
y fueron las seis horas más largas de mi vida. Nunca antes había
escuchado algo así, y conozco cada versículo del Verdadero
Testamento. No sé qué hacer. ¿Cómo están estos en el mundo
filisteo si son un regalo de Zaaron? No entiendo. ¿Cómo no es esto
un pecado?
Todo el mundo me mira y la mandíbula de Zeb hace tictac. Hago
lo que me dice y abro la boca. Lo presiona contra mi lengua y
susurra:

—Cómetelo. —Muerdo, y el sabor es tan vil que me tapo la boca


para no tener arcadas. Esto es malo, muy malo. Finalmente se
aparta de mí y vuelve a dirigirse a la multitud—. Hasta el día de
hoy, todavía nos concede este don. Ahora, ir, hijos míos, y hablad
con nuestro Dios.

Los que ya han recibido su "regalo" se dispersan, y los últimos


esperan a meter la mano en una cesta para recibir el suyo.

—¿No participas? —le pregunto.

—¿Por qué habría de hacerlo? Soy el Profeta. —Ojalá pudiera


odiar la petulancia de su voz y lo guapo que es. También desearía
poder verlo como el hombre santo que es.

—Como me sigues recordando.

Una vez que lo digo, sé que es una falta de respeto, y cuando lo


miro a los ojos, está claro que lo he enfadado.

—Te sugiero que pases la noche pidiendo a Zaaron que te ayude


a recordar tu lugar aquí. Te quiero en el templo mañana a las siete
en punto. Hay cosas que claramente tenemos que discutir.

Se pone rígido y se da la vuelta para alejarse de mí e ir con sus


esposas. Me duele el corazón al verlas, así que miro al cielo y
suspiro. Quizá tenga razón. Puede que mi alma sea pura, pero mi
mente ha vivido fuera de la gracia durante la mitad de mi vida.

Quiero estar sola y en algún lugar que tenga recuerdos felices.


Camino entre los árboles hasta que me abro paso y llego a la orilla.
Mis pies me llevan en dirección contraria al Roble Rojo, y no es
hasta que cruzo la colina que me doy cuenta de dónde estoy. El
último lugar donde todo fue perfecto. La última vez que estuve feliz,
sin dudas, fue en este mismo lugar. Me quito las botas y las medias,
y las dejo junto a una roca. Levanto mi vestido, teniendo cuidado
con mi marca de la Unción, mientras camino hacia el arroyo.
El agua está fría bajo mis pies y me hace temblar, pero suspiro
por los recuerdos que tengo de este lugar. Hay un movimiento a mi
lado y me giro para ver una pequeña cervatilla detrás de un árbol.
Contengo la respiración y no me muevo ni un centímetro. Se dirige
al arroyo que está a pocos metros de mí. Mientras se agacha para
beber agua, me acerco muy lentamente a ella. Le tiendo una mano
tentativa y estoy a escasos centímetros de ella cuando me mira. Nos
miramos a los ojos y, cuando cierro esos últimos centímetros, me
permite tocar su suave cabecita.

Una ola de emoción me invade, y en ese momento sé que ha sido


enviada por Zaaron. Me siento conectada con ella de una manera
que no sabía que era posible.

Puedo sentir el viento mientras corre por los campos, saborear


las bayas de las que se alimenta y sentir el deseo que tiene de
encontrar a su madre. Un estallido de alegría pura se apodera de
mi cuerpo y lloro porque no puedo contener la intensidad de este
sentimiento. Es Zaaron. Me está hablando.

Mi llanto sobresalta a la cervatilla, haciéndola correr de nuevo


hacia los árboles. Espero que su madre la encuentre. El agua me
rodea los pies y nunca antes me había dado cuenta de lo magnífica
que es su sensación. Deseo ese increíble placer en todo mi cuerpo.

Me acuesto boca arriba en el agua poco profunda y jadeo al


sentir el cosquilleo en mi piel. El agua levanta mi vestido mientras
miro las estrellas que salen por la noche. Casi puedo tocarlas.
24
ESCRITO EN LA PIEL

Zebadiah
Marybeth ríe histéricamente mientras Mia se pasa las manos
por el cabello.

—Hace cosquillas, solo que diferentes —dice Marybeth, frotando


la tela de su vestido entre sus dedos.

Mia me sonríe y sacude la cabeza con una suave carcajada.


Antes de ver a Laurel Ann en la ciudad, pasar tiempo con mis
esposas sería una velada bastante agradable. Ambas son mujeres
amables y santas, y cualquier hombre del recinto se sentiría
bendecido por estar unido a ellas. Ahora, sin embargo, apenas
puedo estar en su presencia. Todo en lo que puedo pensar es en
pasar tiempo con Laur.

Las cosas no están saliendo como planee. No es que realmente


tuviera un plan, simplemente supuse que ella sería mucho más
obediente. He hecho lo que tenía que hacer para mantener las cosas
en paz en el recinto, y sin embargo, ella aparece luchando contra
mí en todo momento. Sé que estoy siendo duro con ella, pero eso es
solo porque si parezco estar dándole un trato especial, mi
credibilidad, junto con sus posibilidades de ser aceptada, serían
borradas. Entiendo que esté molesta por lo de Mia y Marybeth, pero
no he hecho nada que no estuviera dentro de mi deber como
Profeta. Ella actúa como si lo hubiera hecho por deseo. Y solo se lo
oculté porque no quería que influyera en su elección.

Luego está la mierda que está pasando con Benji. ¿Cómo espera
que reaccione? Ser sodomita es uno de los peores pecados que hay.
Y con Samuel Henderson de todas las personas. Cuando Benji me
habló por primera vez de sus perversos deseos, traté de encontrar
todo lo que pude sobre el tema en El Verdadero Testamento. Deja
claro que un hombre estando con otro hombre es una abominación.
Las órdenes de Zaaron para la expiación están claramente escritas:
Y durante tres días, el sodomita debe pagar la misma penitencia que
un adúltero. Cerrando el orificio usado con el hilo evitará que se
cometan más pecados antes de la limpieza de su alma. -12:16B.

Me paso la mano por la cara y observo a los numerosos hijos de


Zaaron deleitándose en su divina felicidad. Todos me miran en
busca de las respuestas que no tengo y las palabras que no
escucho. Hago aquello para lo que nací, cumplo con mi vocación,
porque si no, ¿por qué no intenté encontrarla? Esa pregunta ha sido
un elemento permanente en mi cerebro durante doce años, y tengo
que creer que fue por algo mayor.

Marybeth salta y grita de alegría mientras Faith y Hope Johnson


la persiguen con una rana. Mia se levanta para seguirlas y tomo su
mano.

—Tengo algunas cosas que quería hablar con Ezekiel y Jacob.


Te veré en casa esta noche, ¿de acuerdo?

Me dedica una ligera sonrisa.

—Por supuesto, marido.

La beso y siento una punzada de culpabilidad cuando se inclina


hacia mí. Mis pensamientos sobre Laurel Ann han sido todo menos
puros. Cada vez que estoy con ella me resulta más difícil no romper
mis votos. Aunque la culpa me ahoga, mis manos recorren la
cintura de mi mujer mientras pienso en su hermana.

Si no nos hubiera interrumpido la hermana Madeline esta


noche, ¿hasta dónde habrían llegado las cosas? Mi erección crece,
apretando mis pantalones al recordar la piel sonrojada de Laurel
Ann bajo mis dedos.

Rompiendo nuestro beso, me alejo hacia la línea de árboles.

—Vigila a Marybeth.

Asiente antes de girar para unirse a su hermana-esposa y ser


perseguida también con una rana por las gemelas.

Mantengo los ojos abiertos en busca de Laurel Ann, aunque


estoy seguro que sé dónde está. Recibo algún que otro: Bendita
noche, Profeta. Pero la mayoría de la gente está perdida en su estado
de gracia. Me deslizo hasta el Bur Oak y meto en mi boca uno de
los sombrero de las setas. Las he comido en varias ocasiones
intentando que Zaaron me hablara. Cuanto más como, más lo
siento, y más cerca estoy de la Estrella del Paraíso. También saca
mi mente de este mundo. Mia me encontró una vez, y estaba
aterrorizada. Dijo que yo estaba hablando un galimatías. Fue a
buscar al doctor Kilmer, y tuve que asegurarle que era una aflicción
sagrada. Zaaron nunca me habló, incluso entonces, así que nunca
he consumido más de uno a la vez desde entonces.

Estoy lo suficientemente lejos de Mia y Marybeth como para


tomar cómodamente un farol y deslizarme entre los árboles. Al
cruzar la colina y llegar al arroyo, mi corazón se desploma ante su
ausencia. Me siento como un tonto por pensar que estaría aquí.

No puedo negar que este lugar me aporta una paz que necesito
terriblemente, y estar a solas con mis pensamientos y Zaaron puede
ser beneficioso para mi situación. Al acercarme al río, mis pasos
vacilan. Mi corazón golpea como un mazo en mi caja torácica.

Está tumbada en el agua, con el cabello flotando a su alrededor


como la criatura etérea que es, tarareando una vieja canción
infantil. Me trago los nervios y coloco el farol en el suelo para
dirigirme hacia ella. Me quito las botas, los calcetines y la chaqueta
antes de llegar al agua y sentarme junto a ella hasta que abre los
ojos.

Se levanta sorprendida.
—¡Profeta! —Se pone de pie, lanzando agua por todas partes y
retrocede—. ¿Qué estás haciendo aquí? Pensé que este era mi
momento a solas con Zaaron.

Meto las manos en mis bolsillos porque me resulta físicamente


difícil no tocarla.

—No quería esperar hasta mañana para hablar contigo. No me


gustan como están las cosas así entre nosotros.

Sus dedos suben y bajan por su manga mojada mientras deja


escapar un suspiro tan parecido a un gemido que los pelos de mi
nuca se erizan.

—No sé a qué te refieres.

Cierro el espacio entre nosotros y retiro el cabello mojado de su


hombro.

—Sí, lo sabes. Estás enfadada conmigo por Mia y Marybeth, y


estás enfadada conmigo por la tumba de la abolición. Así que, dime,
¿qué hubieras querido que hiciera?

Se queda con la boca abierta antes de cerrarla de golpe y


entrecerrar los ojos.

—Hubiera querido que fueras sincero conmigo al respecto. No


que me arrojaras a ciegas. —Se inclina más hacia mí, y su cuerpo
se estremece mientras susurra enfadada—: La forma en que me
besaste en nuestro picnic me hizo creer que podríamos estar unidos
una vez que llegara aquí.

Tomo aire porque no tiene ni idea de cuántas veces deseé que


fuera mi esposa. Mi primera esposa. Mi única esposa. Saber que
era imposible nunca me impidió desearlo.

—¿Es eso lo que quieres?

Las lágrimas ruedan por su cara mientras sacude la cabeza.

—Es lo que siempre he querido, pero ahora... viéndote con tus


otras esposas... con Mia, no sé.
Está siendo más sincera debido a las setas. Fuerzan la verdad y
derriban los muros que levantamos. Puede que magnifiquen sus
emociones, pero siguen siendo suyas. Solo que ahora no puede
ocultarlas.

Intento no ofenderme por sus palabras. Seguramente han sido


unos días difíciles y le llevará tiempo adaptarse. Levanto mis dos
manos y limpio las lágrimas de sus mejillas.

—Tengo una propuesta.

Inclinando la cabeza con confusión, e inhala.

—¿Qué tipo de propuesta?

—Del tipo en el que nos olvidamos de todo lo que ha pasado


desde que volviste... un armisticio. Solo por esta noche. Esta noche,
disfrutamos de nuestro tiempo juntos, bajo las estrellas en el lugar
más hermoso del recinto.

Su respiración sale entrecortada y mueve la mano hacia mí


antes de retirarla de repente.

—No lo sé. Es mucho para olvidar.

El miedo a que se aleje de mí después de todo este tiempo


amenaza con cerrarme la garganta. Necesito estos momentos con
ella más de lo que pensaba. Necesito que sepa que no quiero nada
de esto; simplemente no sé qué hacer.

—Una noche. Es todo lo que pido.

Se muerde el labio mientras mira al otro lado del arroyo. Su


silencio me está matando. Me toma de la mano y suelto una risita
de alivio.

—Una noche —susurra.

Me lleva a la orilla del agua, se sienta y yo la sigo. Su cuerpo


tiembla ahora con más fuerza. La idea que se quite el vestido hace
que la sangre se dirija a mi polla, aunque la verdadera razón por la
que quiero que se lo quite, es porque no quiero que se enferme.
—Tal vez deberías quitarte el vestido. Te da más calor.

Una sonrisa parpadea en su rostro antes de desaparecer y


levantarse el cabello de los hombros.

—¿Me ayudas con los botones?

La Laurel Ann que conozco no tendría ni idea de cómo seducir


a un hombre a propósito, por lo que la lujuria que desprende su
lengua es tan natural que resulta embriagadora. Dejo que mis
dedos rocen su cuello, y ella suelta otro de esos suspiros, dándome
ganas de bajar y acariciarme.

Los dones de Zaaron surten efecto, y hacen que los cientos de


botones que recorren la espalda de este vestido parezcan palpitar
bajo mis dedos. Con cada uno que desabrocho, se me presenta más
de su pálida piel, las tenues líneas de sus cicatrices de limpieza del
alma decorando su piel, por lo demás impecable. El ribete de encaje
de su falda blanca parece suave como las pinceladas de un cuadro
contra su espalda. Acaricio ligeramente el material, y empujo las
mangas húmedas de su vestido por sus delicados hombros. Antes
que pueda detenerme, presiono mis labios contra su espalda e
inhalo su aroma. Mis sentidos se vuelven hiperconscientes del
cosquilleo de su piel bajo mis labios.

Ella susurra el más suave, "Profeta", mientras yo beso su


columna.

Una vez que el vestido baja por sus brazos, se lo quita hasta el
final, dejándola solo con las faldas y los calzones, se adhieran a la
figura por estar mojadas. Se vuelve hacia mí y la luz del farol
muestra sus duros pezones a través de la tela blanca. Tengo que
apretar los puños para no rozarlos con mis dedos. Mi mirada se
dirige a sus labios temblorosos antes de encontrar sus ojos llorosos.
Levanta una mano y la sostiene contra mi mejilla. Su tacto es tan
increíble que mi polla se agita en mi pantalón.

Giro la cabeza para besar la palma de su mano cuando dice:

—¿Te dice Zaaron qué será de mí?

La honestidad está en la punta de mi lengua. Quiero decirle que


soy un fraude. Que Zaaron no me habla en absoluto. Que todo el
recinto ha puesto su fe y confianza en un hombre que no sabe qué
demonios está haciendo.

—Él me dice lo que considera necesario. —Me observa con esos


ojos verdes y serios, y me gustaría poder decirle que todo estará
bien—. Tu futuro aún se está por determinar.

El desafío es sutil pero evidente cuando pregunta:

—¿Te ha dicho qué será de Benji y de mi hermano?

Me da rabia que me pongan en esta situación, pero sé que no


puedo dejar que el recinto se entere de esto. Ser marcado como
sodomita se queda con alguien. Incluso una vez que están limpios,
son tratados de manera diferente. No puedo dejar que eso les
suceda.

—Ha guardado un extraño silencio al respecto. Hasta que me


diga lo contrario, lo tomaré como otro ejemplo de su infinita gracia.

Por la expresión que recibo, estoy seguro que está cuestionando


mi respuesta. Tengo que mentir con tanta frecuencia, que la mitad
de las veces me pregunto si mis falsedades parecen estar
desgastadas. Si duda de mi honestidad, no dice nada al respecto.

Asiente con la cabeza y mira al otro lado del agua en silencio.


Cuando finalmente habla, no mueve su mirada.

—Estaba embarazada cuando salí del recinto.

Las vibraciones en mi piel hacen que cobre vida, como si fuera


a separarse de mi cuerpo en cualquier momento para envolverla.
Mi lengua se hincha y mi cabeza se llena de aire, haciéndome sentir
mareado. He alejado los pensamientos de mi padre tomando su
cuerpo cientos de veces. Saber que puso un niño dentro de ella hace
que mi odio hacia el hombre muerto sea más ardiente de lo que ha
sido desde el día en que lo matamos.

—¿Qué fue de él?

No contesta de inmediato, y me pregunto si he hecho la pregunta


o solo la he imaginado cuando por fin responde:
—Zaaron me lo arranco del cuerpo.

Las mujeres pierden niños todo el tiempo, en el recinto. Las


situaciones pueden ser desde leves hasta fatales. La idea de ella
pasando por eso sola en el oscuro y nuevo mundo me hace
envolverla en mis brazos y atraerla a mi regazo. No hay palabras
que puedan decirse para esto. No hay nada más que hacer que
abrazarla contra mí. Me rodea el cuello con los brazos y, al apretar
su pecho contra el mío, cada una de sus respiraciones fluye hacia
mí, uniéndonos con una cadena invisible. Nuestra piel empieza a
moldearse y yo sonrío contra su hombro. Tengo que creer que esta
es la forma que tiene Zaaron de decirnos que nuestras almas están
destinadas a ser una. No sé cómo, no sé cuándo, pero el núcleo de
nuestro ser se reconoce a un nivel majestuoso.

La estrecho contra mí mientras mis dedos recorren suavemente


su espalda. Deja escapar un suspiro erótico y gira su cuerpo para
rodear mi cintura con las piernas. Puedo sentir el calor entre sus
piernas a través de la tela de mi camisa.

—Oh, Profeta... eso se siente muy bien —gime. Tengo que tragar
saliva ante la visión de su balanceo contra mi estómago—. Cada
toque es como una pequeña explosión. —Sus dedos acarician la
cadena de mi collar con el sello, y de sus labios salen pequeñas
bocanadas de aire. Mi polla dolorida se aprieta contra su culo, e
incluso sin que ella la toque, la sensación es tan abrumadora que
me preocupa que me lleve a la culminación así como así—. ¿Esto es
Zaaron? ¿Está haciendo esto? —jadea.

No puedo soportar esto sin correrme en mis pantalones. Le doy


un ligero mordisco en la oreja y susurro:

—Voy a acostarte.

—No quiero moverme —gime en señal de protesta, haciéndome


reír y mi polla palpitar. Mi contención disminuye cuando aprieto
mis labios contra los suyos, saboreando su deseo.

La tumbo lentamente y, como un relámpago en un cielo


tormentoso, el sentimiento de culpa por mis actos de infidelidad
parpadea en mi mente. Mis ojos recorren su piel ligeramente
pecosa, ahogando mis transgresiones en mi excitación. Su boca
está ligeramente abierta y cedo a mi deseo de recorrer con la lengua
el interior de su labio inferior.

Agarro el dobladillo de su falda para empujarlo por encima de


sus calzones.

—¿Qué estás haciendo? —Ella levanta la cabeza medio aturdida


por la excitación y la confusión.

Sigo levantando la tela, dejando al descubierto su estómago,


deteniéndome a regañadientes antes de llegar a sus pechos.

—Vamos a jugar a un juego.

Su risa es ronca mientras recuesta la cabeza en la orilla y mira


al cielo nocturno.

—Bien... ¿a qué jugamos?

Mi mano roza su estómago y ella se estremece.

—Voy a usar mi dedo para escribir algo, y tienes que adivinar


qué es.

Su respiración se vuelve más rápida.

—Está bien.

Me tumbo de lado, lo que me permite ver cómo se mueve su


cuerpo mientras toco con el dedo su ombligo.

—¿Lista?

Ella asiente y una bocanada de aire sale de sus labios. Trazando


una línea vertical en su piel, añado dos horizontales más pequeñas,
una arriba y otra abajo.

—Yo. —Suspira. Trazo una línea vertical antes de arrastrarla


hacia abajo en diagonal, hacia arriba en diagonal y hacia abajo de
nuevo en vertical. E. Una vez que adivina la siguiente X, hago un
movimiento de serpiente sobre su torso, y ella arquea la espalda
mientras gime—. También te extrañe, Profeta.

Sonrío y le doy un suave beso justo debajo del ombligo.


—Creo que esto es demasiado fácil para ti —murmuro contra su
piel. Presionando besos continuos sobre su estómago en línea
diagonal, empiezo a escribir una Y en su piel con mis labios. Ella
no adivina las letras tan fácilmente, así que cada vez llevo mi boca
más abajo en su cuerpo. Su pelvis se empuja sola cada cierto tiempo
hasta que no puedo más. Arriesgándome a bajar la mano para frotar
la cabeza de mi polla por encima de mis pantalones, gimo por la
sensación. Para cuando llego a la U, me arriesgo aún más y le bajo
las bragas. Como ella no me detiene, las bajo un poco más para
terminar de hacer la "R" cuando algo asoma por sus bragas.
Agarrando el trozo de papel, lo saco de su ropa interior antes que
ella se levante de golpe y trate de quitármelo de las manos.

Lo retiro y me río.

—¿Qué es esto?

Cuando miro hacia abajo y la luz del farol ilumina el papel, me


doy cuenta de lo que estoy sosteniendo y casi lo dejo caer.

La verdadera ira no es algo que haya sentido nunca hacia ella.


Incluso cuando tuve que ver cómo se ataba a mi padre, incluso
cuando lo dejó sabiendo que habría consecuencias, e incluso
cuando supe que estaba viviendo con una filistea. ¿Pero esto? Ella
lo trajo intencionalmente a nuestra tierra sagrada, y desobedeció
deliberadamente nuestras leyes.

—¡¿En qué estabas pensando?! —Salto para agarrar el farol,


listo para ver arder esta blasfemia antinatural.

—¡No! —grita, agarrando mi brazo—. Por favor, Zeb, por favor


no. Es todo lo que me queda de ella. ¡No volveré a verla nunca más!
¡Por favor!

Parece a punto de caer de rodillas para suplicar. El uso de mi


nombre me provoca un dolor en el pecho, y la angustia en su rostro
es casi demasiado para soportar. No entiendo cómo ha podido
desarrollar sentimientos por una filistea. En cualquier caso, la
chica era claramente un salvavidas para Laurel Ann. Es obvio lo
mucho que se preocupa por ella.
Suspiro. Esto no fue un acto de rebeldía. Las fotografías fueron
creadas por hombres que intentaron ser más astutos que Zaaron y
detener el tiempo, pero incluso yo puedo admitir que tengo el deseo
de guardar un momento en el bolsillo. Manteniendo la foto húmeda
entre mis dedos, se la tiendo, y ella se apresura a recuperarla,
apretándola contra su pecho. La llama de la antorcha hace brillar
su cabello parcialmente seco y lo aparto de su rostro.

—Dado que te dije que esta noche no se trataba de nada más


que de nosotros, elijo ignorar esto. Solo tienes que saber que si lo
vuelvo a ver lo destruiré. Mantenlo mejor escondido.

Ella asiente.

—Sí, Profeta.

Se apresura a acercarse a sus botas y se agacha para colocar la


foto en su interior mientras yo me detengo detrás de ella. Se da la
vuelta rápidamente y casi choca conmigo. Jadea al verme tan cerca
y se tapa la boca.

—Me has asustado. —Mirándome a los ojos con los suyos bien
abiertos, se acerca y pone sus manos en mi pecho—. Gracias —
susurra, poniéndose de puntillas para besar mi mejilla.

Agarro su nuca y aprieto mi boca contra la suya antes de


sonreír.

—No hemos terminado nuestro juego.

Exhala una suave carcajada cuando la agarro para llevarla de


regreso a la orilla. Una vez que tocamos el suelo, me inclino y su
pecho se levanta cuando me rodea con sus brazos, abrazándome
más fuerte. Mi mano recorre el lado derecho de su cuerpo hasta
encontrar el dobladillo de su falda. Sus piernas se abren, lo que me
permite situarme entre ellas y besar su cara, y su cuello.

—Todas las noches, desde que tengo uso de razón, he pensado


en esto.

Se queda quieta, y sus manos rozan mis hombros hasta llegar a


mi pecho, apartándome lentamente.
—¿Qué estamos haciendo, Zebadiah? Esto está mal, pero se
siente... todo se siente mucho... más. No soy lo suficientemente
fuerte para decirte que no. Necesito que pares esto.

Muerdo ligeramente su oreja antes de susurrar:

—Lo siento, Laur. Cuando se trata de ti, soy débil. —Alternando


entre mordiscos y besos, desciendo por su cuello mientras ella
inhala bruscamente y se agarra al suelo—. Y esta sensación es un
regalo de Zaaron. —Mis dedos se deslizan por debajo de la correa
de su corpiño para tirar de ella por encima de su hombro, dejando
al descubierto un bonito pezón rosa. Levanto la vista y me observa.
Sonrío y lamo el pequeño pezón—. Así que disfrútalo, joder. —
Chupo la carne endurecida en mi boca, y ella llora con lágrimas de
verdad.

—No maldigas.

Su mano se dirige a mi nuca, apretándome más mientras me río


contra su pecho. Recorro lentamente su estómago con los dedos
hasta llegar a la cintura de sus calzones. Apoyando la mano en su
piel, me deslizo por debajo de la tela. Cuando llego al suave vello,
mi corazón late con fuerza y ella se estremece, obligando a mis
dedos a deslizarse por su humedad.

—¡Profeta! —Dejo que mi mano se deslice suavemente,


introduzco un dedo en su interior y su cuerpo se aprieta alrededor
de él. Me deslizo lentamente hacia dentro y hacia fuera para que se
adapte a la sensación. Cuando ella se empuja contra mi mano,
muevo mi dedo más rápido—. Esto es... nunca había sentido esto
antes... es increíble... —murmura, sus palabras se desvanecen bajo
la niebla de la presencia de Zaaron.

La sola idea que se corra es casi demasiado para soportar. Es la


única oportunidad que tendré, y tengo tantas ganas de saber a qué
sabe. Solo la idea de este acto me hace desabrochar mis pantalones
y envolver mi polla en mi puño. Retiro mi mano de sus calzones y
recorro con la punta de mi dedo húmedo su vientre hasta llegar a
su ombligo.

—¿Por qué te detuviste? —dice.


Tirando de la cinta, le bajo los calzones y se los quito. Su piel
pálida se ve embriagadora a la luz de la luna mientras contemplo
su forma natural por primera vez. Verla así ha sido objeto de
muchos de mis sueños.

Mi gemido sale suave cuando pregunto:

—¿Sabes lo que iba a escribir antes? —Hace un ligero


movimiento de cabeza y me inclino para besarla—. Eres preciosa.
—Sonriendo, se muerde el labio y vuelvo a inclinarme para pasar el
pulgar por su coño húmedo—. ¿Te han lamido alguna vez aquí?

Sus ojos se abren de par en par con horror y ligero asco.

—¡Claro que no! ¿Por qué diablos iba a dejar que alguien pusiera
su boca ahí?

Su reacción no es sorprendente. Solo quiero experimentarla de


todas las maneras posibles. Mia nunca me ha dejado hacerlo, pero
siempre he querido hacerlo. Sé que es perverso, y por alguna razón,
en parte por eso quiero hacerlo. Me inclino hacia atrás para separar
más sus piernas, y desciendo por su cuerpo.

Cuando mi boca está a centímetros de su clítoris, ella sacude la


cabeza.

—Profeta, esto es... —Mi lengua sale, lamiendo suavemente el


pequeño capullo. Su cuerpo se tensa por un momento antes de
relajarse por completo. Aunque nunca lo he hecho personalmente,
vi a Ezekiel haciéndoselo a Gretchen Adams hace unos años en el
sofá. Como antes parecía gustarle mis dedos, deslizo uno dentro de
ella y gime, empujando contra mi lengua—. No —grita suavemente.

El pequeño nudo se endurece más, así que lo meto en mi boca.

—¿No qué? No te detengas. —Aplico mayor presión con mi


lengua y la deslizo desde su agujero hasta su punto sensible—. ¿O
no sigas?

Su mano se aferra a mi cabeza.

—No te detengas.
No es difícil introducir otro dedo con lo mojada que está, así que
lo hago. Acelero el ritmo y vuelvo a acercar mi boca a su coño,
usando mi mano libre para acariciar mi polla. Amenaza con
arrancarme el cuero cabelludo mientras se restriega
descaradamente contra mi lengua.

Mi polla palpita, y la sangre vibra en mis venas. Bombeo más


rápido y la humedad de mi excitación se filtra en mi pulgar. Estoy
a punto de correrme en el suelo cuando ella exclama:

—Hay algo diferente. —Su empuje se acelera y, con un gemido,


palpita alrededor de mis dedos. Su sabor se vuelve más dulce a
medida que mi boca se llena de los jugos que me proporciona su
orgasmo—. ¡Profeta!

Como si el placer absorbiera hasta la última gota de su energía,


su cuerpo se debilita. Su pecho sube y baja con rapidez. Me limpio
la boca y subo por su cuerpo, presionando mi erección
dolorosamente dura contra su resbaladiza entrada. La deslizo entre
sus labios, viendo cómo mi longitud los separa.

Observo su cara, rozo sus mejilla y sus ojos se abren de golpe.

—¿Te ha gustado?

Con una respiración temblorosa, asiente y dice apenas


audiblemente:

—Sí. —Se lame los labios y una sonrisa apacible y aturdida


adorna su rostro—. Fue... no sé cómo explicarlo... —Vuelvo a mirar
hacia abajo para ver cómo me deslizo por su coño, y ella hace lo
mismo. Creo que va detener esto cuando dice—: ¿Vas a...?

Su voz se interrumpe, casi dándome permiso. La excitación


recorre mi cuerpo y me inclino hacia atrás para mojar la punta con
su crema.

—Solo quiero sentirte.

Me empujo dentro de ella, aunque está demasiado apretada


para entrar hasta el fondo. La intensidad de mi placer se multiplica
gracias al regalo de Zaaron, y gimo al sentir que su cuerpo se
contrae alrededor del mío. Ella grita ante la intrusión, arañando mi
espalda. La beso con fuerza y me introduzco más profundamente,
sus gritos estrangulados se escapan de su garganta mientras limpio
sus lágrimas.

—¿Estás bien? —le pregunto.

Ella sonríe a través de su aparente dolor, asintiendo y


acariciando mi mejilla. Aunque no pueda oír a Zaaron, puedo
sentirlo en este momento. Ella abre más las piernas para recibirme
y yo levanto el culo, deslizándome de nuevo, esta vez con más
facilidad.

—Eres el único hombre que he deseado —dice en voz tan baja


que no la habría oído si sus labios no estuvieran junto a mi oído.

El sigilo dorado cuelga de mi cuello mientras me cierno sobre


ella para ver su cara, empujando más rápido.

—Es curioso, porque eres la única mujer que deseo.

No es la primera vez que me pregunto qué habría sido de


nosotros si hubiéramos nacido como filisteos. Cómo sería vivir
libremente juntos, sin todas las reglas y responsabilidades. Cómo
sería dormir en su cama cada noche. Sé que esto es solo mi carne
teniendo estos pensamientos. ¿Qué sentido tiene una vida juntos
aquí, si tenemos que pasar la eternidad separados?

Mirar sus brillantes ojos verdes, su hermoso y desnudo cuerpo,


mezclado con su coño apretando mi polla construye mi orgasmo, y
la follo con años de fantasías. El deseo de querer que esto dure para
siempre no es lo suficientemente fuerte cuando mi nombre
susurrado sale de sus labios. Le rodeo los hombros con los brazos
para mantenerla en su sitio mientras la envisto. Moverme dentro
del cuerpo con el que he soñado, en el que he pensado al acariciar
mi polla, es demasiado con su voz en mi oído. Sé que debería parar
ahora. Debería salir de ella y correrme en la orilla. Debería...

La presión genera un calor eufórico, y mientras me recorre,


gimo:

—¿Puedes sentirlo? Como estoy llenando tu cuerpo. —Ella gime,


levantando sus caderas para tomar todo lo que le doy.
Ambos estamos jadeando cuando alzo la vista para ver su rostro
cubierto de incertidumbre, y debo decir que yo también lo siento.

¿Qué demonios acabamos de hacer?


25
LAS MENTIRAS ENGENDRAN MENTIRAS

Zebadiah
Nos quedamos en silencio durante mucho tiempo, ninguno de
los dos sabe a qué atenerse ni qué significa esto. Sé que debo volver
a casa. Mia y Marybeth seguramente se preguntarán dónde he
estado. No me atrevo a mencionarlo, así que me quedo con ella
hasta que se queda dormida contra mi pecho.

Con dedos suaves, la acuesto en la orilla, cubriéndola con su


vestido. Aprieto ligeramente mis labios contra su frente antes de
ajustarme la ropa y regreso atravesando los árboles.

Aunque la mayoría de los seguidores se han ido a casa, me


encuentro a unos pocos en mi camino hacia el rancho. Es lo
suficientemente temprano como para que el sol aún no haya salido,
pero conozco este recinto lo suficientemente bien como para
navegar sin él. Rezo una oración silenciosa de agradecimiento
cuando al llegar a casa no encuentro ninguna lámpara ni luz de
velas en las ventanas. Me quito los zapatos y abro las puertas
delanteras de la casa, maldiciendo el suelo cuando cruje bajo mis
pies. Me arrastro hasta mi estudio y suelto un suspiro cuando
cierro la puerta detrás de mí.

—¿Zebadiah?
Salto al oír la pequeña voz.

—¿Marybeth? —Aparece la iluminación de una cerilla y ella


enciende una lámpara, proyectando un resplandor sombrío por la
habitación. Levanto la vista y la veo de pie junto a mi escritorio,
completamente desnuda. Me quedo congelado en mi lugar, sin
poder hacer nada más que verla caminar hacia mí—. ¿Qué estás
haciendo? Deberías estar en la cama.

Extiende su mano para frotar sobre mi pantalón, agarrando mi


polla que estaba justo hace un momento dentro de Laurel Ann.

—Quiero darte un hijo. Estoy lista para que tomes mi cuerpo


como tu esposa.

Toma mi mano, frotando mis dedos contra su resbaladizo


interior. Inmediatamente, la retiro. Ojalá pudiera creer, que mis
razones para no querer follar con ella, se deben a que acabo de
cometer adulterio. Si soy sincero conmigo mismo, sé que,
independientemente de lo que haya pasado con Laurel Ann, he
estado temiendo esto.

La culpa es asfixiante cuando su cara cae. Es mi deber como su


marido hacer exactamente esto. Ella es mi esposa, elegida para mí
por Zaaron, así que ¿por qué la idea de tocarla, y que ella me toque,
me revuelve el estómago? Fue diferente con Mia. Estuvimos atados
durante años antes de que ella viniera a mí. Tenía cabello entre las
piernas, pechos llenos y la misma sangre de Laurel Ann corriendo
por sus venas. Aunque no tengo sentimientos únicos por ella, la
visión de su cuerpo hacía que la sangre corriera hacia mi polla. Ver
a Marybeth desnuda ante mí hace que mis ojos busquen un
edredón para envolverla.

Las lágrimas llenan sus ojos cuando rodea su cuerpo con los
brazos.

—¿He hecho algo malo? ¿Me encuentras fea?

La vergüenza pesa en mi estómago mientras extiendo la mano y


la atraigo hacia mí.
—Mi dulce Marybeth. No has hecho nada malo y no eres en
absoluto fea. —Sus brazos se aprietan alrededor de mis caderas
ante mis palabras.

—Si voy a pasar la mitad de mis noches en tu cama, entonces


debemos consultar a Mia y hacer un horario. También he tenido un
día muy agitado y estoy simplemente agotado. —Alargando la mano,
le levanto la barbilla para que me mire—. Lo entiendes, ¿verdad?

Ella asiente y susurra:

—Sí, marido.

Me inclino para besarla.

—Ahora vete a la cama. Hablaremos de esto mañana.

Su ánimo parece haberse levantado momentáneamente cuando


sale de la habitación. Una vez que la puerta se cierra tras ella, me
desplomo en la silla más cercana.

No tengo idea de cómo voy a mantenerla alejada durante mucho


tiempo. Va a ser lo suficientemente difícil ir a la cama con Mia,
ahora que he manchado nuestra unión.

Tengo que hablar con Laurel Ann antes de hablar con cualquiera
de mis esposas. Me pongo en pie y gimo mientras el cansancio se
instala en mi cuerpo. Parece que esta noche dormiré en el templo.

Incluso con mi fatiga, el sueño me evade. Doy vueltas en la cama


de la sala de espera hasta que no puedo seguir aquí. Me pongo los
pantalones, tomo mi camisa y me dirijo a mi despacho.
El sol naciente brilla a través de las ventanas proyectando un
cálido resplandor en la habitación. Apenas me siento, cuando llama
a mi puerta.

—¿Profeta?

Su voz me congela en mi silla. Anoche estábamos bajo la


influencia de Zaaron, pero ahora, a la luz del sol de la mañana,
¿cómo reaccionará a lo que hemos hecho?

Cuando abro la puerta, el aire se queda atrapado en mi garganta


al verla con el mismo vestido de la noche anterior. Los recuerdos de
su suave piel bajo mis dedos y de lo exquisita que se sentía
alrededor de mi polla pasan por mi mente. Su cabello rojizo está
alborotado mientras mira fijamente mi pecho.

Miro hacia abajo y me doy cuenta que mi camisa está abierta.


Giro sobre mis talones, abrocho rápidamente los botones y vuelvo
a sentarme.

—Entra y cierra la puerta detrás de ti.

Sus movimientos son lentos y vacilantes, o tal vez es lo que


siento al verla. Al sentarse en la silla, juguetea con su vestido
mientras descansa sus manos en su regazo.

—Profeta... anoche... —Su voz se quiebra cuando continúa—.


Estoy más confundida que antes.

Ella me mira a través de sus pestañas, haciendo que mi polla


cobre vida. Más que nada, quiero levantarme, agarrarla por los
brazos y besarla. La noche anterior no hizo más que aumentar mi
deseo, así que me quedo donde estoy, luchando contra mi erección.

—No creo que sea tan confuso. Quieres que te folle, solo que no
quieres ser mi esposa.

Sé que las palabras son injustas y duras en el momento en que


salen de mis labios. Como su Profeta, no debería dejar que mis
sentimientos personales se interpongan en el camino. Se cruza de
brazos y su rostro oscila entre el dolor y la ira.
—Dijiste que anoche seria cosa de una sola vez. Tenía la
impresión que esta mañana sería como si nunca hubiera pasado.
—Ella suspira, cerrando los ojos—. Anoche traicioné a Zaaron.
Traicioné a mi hermana. —Cuando sus pestañas se abren y me
mira, la cruda lujuria de sus ojos me hace ponerme de pie—. Pero
solo con mirarte... no puedo dejar de pensar en ello. Aunque tienes
razón, no puedo ser tu tercera esposa.

Soy consciente de que ella lo dijo anoche, pero escucharlo


después de lo que pasó entre nosotros, con la mente despejada, me
irrita más de lo esperado.

—¡¿Por qué?! Siempre iba a tomar otras esposas, fueras tú la


primera o no. No entiendo la diferencia. —Mis pasos son el único
sonido que se escucha cuando rodeo mi escritorio para colocarme
frente a ella. Pongo las manos en los reposabrazos de su silla y me
inclino hasta estar a su nivel. Sus ojos se iluminan y sus carnosos
labios apenas se separan con un pequeño suspiro. Me inclino hacia
adelante y beso suavemente las pecas de su mejilla antes de
recorrer lentamente con la mano la parte delantera de su cuerpo,
por encima del vestido—. Podría tocarte todos los días, siempre que
quisiera, si fueras mi esposa. —No sé lo que estoy haciendo cuando
beso su cuello y muevo la mano para frotar entre sus piernas—.
¿No quieres esto? ¿Me quieres?

Su susurro sale tembloroso.

—Por supuesto que sí, pero...

El pero me pone la piel de gallina. ¿Pero qué? Me dirijo con furia


hacia el gran baúl de la esquina de la habitación porque es lo más
lejos que puedo estar de ella en este momento.

—Pareces olvidar que soy tu Profeta. Si es la voluntad de Zaaron


que estés atada a mí, lo haré. —Estar de espaldas a ella hace que
mi amenaza salga más fácilmente, aunque me arrepiento una vez
que la digo.

El leve golpe, golpe, golpe de las pisadas detrás de mí me hace


rechinar los dientes. Entonces, su mano toca mi brazo y mis
músculos se relajan instintivamente.
—Zeb.

Susurra mi nombre y me doy la vuelta para verla mordiéndose


el labio con incertidumbre.

—¿Qué esperabas que pasara, Laurel Ann? Estás aquí, pero


podrías seguir atada a mi padre si te niegas a esto.

Sus ojos recorren mi cuerpo y se posan en mis labios.

—No lo sé. Solo quería volver a casa. —Se encuentra con mis
ojos y se endereza—. Tal vez esto fue un error. Zaaron me rechazó
por una razón.

La idea de que ella me deje de nuevo, irrumpe en mi mente como


el encendido de una llama. Mi mano rodea su hombro para
empujarla sobre el baúl de roble. Presiono mi cuerpo contra su
espalda antes que mi mente se dé cuenta de mis acciones. Su culo
se aprieta contra mi polla mientras retiro el cabello de su oreja con
dedos tiernos.

—¿Un error? Él no comete errores. —En cualquier momento,


ella podría parar esto. El mero hecho de pensar en ello me pone
febril al subirle el vestido. Se estremece en el momento en que mis
labios rozan su lóbulo. Tiro del cordón de su falda y agarro la
cintura con los dedos para tirar de ellos por su culo.

—No podemos hacer esto, Zeb —jadea, con la mejilla apoyada


en la madera del baúl.

Cuando deslizo mis dedos entre sus piernas, se vuelven


resbaladizos por su excitación.

—Entonces dime que pare.

Desabro mis pantalones, estando ya duro por la anticipación y


gimo ante el alivio de acariciarme. Ella intenta mirarme por encima
del hombro, su falta de respuesta es más que cualquier palabra.
Agachada, la luz del sol ilumina su cuerpo pecoso, su hermoso y
húmedo coño reluciente. Me alineo y ella empuja su culo hacia
atrás, rogándome que la penetre.
Gime y sus dedos se enroscan en el borde del baúl. Empujo
dentro de ella, y me envuelve con tanta fuerza que me hago más
grande dentro de su cuerpo. Nunca había estado en esta posición.
Se siente jodidamente increíble, pero la verdad es que no sé qué
está pasando con nosotros. Acaba de negarse a ser mi esposa por
segunda vez.

Siento cómo su coño me agarra con fuerza mientras me deslizo


lentamente hacia fuera. Los dos soltamos un gemido al sentirme
empujar de nuevo hacia dentro.

Agarrándola por el brazo, la hago girar, la levanto y la siento en


el borde del baúl para que quede frente a mí. Le quito los calzones,
preparándome para penetrarla de nuevo, cuando su mano rodea la
base de mi polla. Me acaricia lentamente al principio, acelerando a
medida que toma impulso. La miro mientras se masturba.
Finalmente, sus ojos se dirigen a los míos y aprieto mis labios
contra los suyos.

—Esto no es un error, Laur. Di que serás mi esposa, y podremos


tener esto para siempre.

Mueve sus caderas debajo de mí, deslizándose sobre mi cuerpo.


Ese pequeño movimiento dice que desea esto tanto como yo. No
entiendo por qué se resiste a atarse. Mi lujuria, mis frustraciones y
mi ira me hacen ir más rápido. Ella se empuja contra mí, con sus
brazos rodeando mi cuello como si soltarse la hiciera caer al
abismo. No solo me entrega su cuerpo, sino que toma el mío con un
hambre que hace que mi polla se retuerza contra la presión de su
entrada. Me besa y yo deslizo mi lengua en su boca. Nunca había
besado de esta manera. No sé por qué lo hago, y no importa, porque
ella responde poniendo la suya en la mía. Con nuestros cuerpos
conectados de esta manera, parece que podríamos seguir para
siempre en nuestro círculo perfecto.

Esto tiene que parar si no estamos atados, pero con su sabor en


mi boca y mi carne en su carne, no sé si puedo dejar esto. Dejarla.

Toc, toc.

—¿Zebadiah?
Mis ojos se abren de par en par ante la voz de Mia y rompo
nuestro beso. Laurel Ann tiene una expresión similar mientras se
tapa la boca con la mano.

—Estoy en medio de algo, Mia. —Mi polla palpita, y me odio a


mí mismo cuando sigo moviéndome lentamente dentro y fuera de
ella.

—Anoche no viniste a la cama. Estaba comprobando que


estabas bien —habla a través de la puerta.

El placer creciente se abre paso y aprieto los dientes mientras


mi semen salpica las paredes del coño de Laurel Ann.

—Estoy bien. —Mi voz tiembla con mi orgasmo menguante—.


Empieza con tus deberes, saldré en breve.

Su mirada me hace sentir un poco de náuseas. Hay un claro


disgusto, pero no sé si es conmigo o con ella misma.

—Sí, marido —responde Mia, a escasos metros de mí


profanando nuestra atadura.

Nos miramos fijamente hasta que los pasos de Mia se alejan.


Cuando saco mi polla semirrecta, mi semen sale de ella, baja por
su coño y cae al suelo. Ella salta febrilmente y sube los calzones
mientras yo me vuelvo a abrochar los pantalones. Su respiración se
vuelve pesada y pasa su mano por su rostro hasta la boca.

Trago saliva, despreciando la vergüenza que siento. ¿Qué estoy


haciendo? Soy su Profeta. Se supone que debo ser un ejemplo santo
para todos los hijos de Zaaron.

Te estoy fallando... les estoy fallando a todos.

Me mira en busca de orientación, y yo respondo de la única


manera que sé.

—Esto tiene que terminar. No puedo seguir siendo infiel a mis


esposas. —Con sus labios en una línea dura, asiente. Arreglo mi
camisa, y agarro la chaqueta y el sombrero—. Voy a atender a Mia.
Ve a los dormitorios de colocación. Te asignaré tus tareas esta
tarde.
Sin darme la cortesía de mirar a los ojos, dice:

—Sí, Profeta.

—Espera cinco minutos, y luego puedes irte.

El aire de la habitación se ha vuelto glacial. Aunque tengo que


luchar contra mi deseo de consolarla, ella ha hecho su elección, y
no soy yo. Mentiría si dijera que no me siento traicionado y
confundido. Por fin tenemos la oportunidad de estar juntos,
realmente juntos, y ella se niega.

Abro la puerta y me aliso el cabello antes de ponerme el


sombrero. Me dirijo a la sala de reuniones y encuentro a Mia
recogiendo los portavelas del altar, colocándolos en su delantal.

—Aquí, déjame ayudarte.

Recogiendo las piezas de latón, atravieso los bancos para


conducirla a la sala de la novia en el vestíbulo del templo. Una vez
dentro, cierro la puerta y dejo las piezas sobre la mesa antes de
dirigirme a Mia.

—Me alegra ver que estás bien —dice con una sonrisa—.
¿Marybeth dijo que necesitabas hablar conmigo?

Me froto la nuca y suspiro. Necesito rezar. No sé qué demonios


estoy haciendo.

—Dice que está dispuesta a acostarse conmigo, pero creo que


necesita más atención. Me gustaría que ustedes dos hicieran un
horario, dividiendo las noches de la semana, dándote a ti cuatro y
a ella tres. Tienes que decidir si hay alguna excepción, y debes
establecer las reglas básicas.

Toma un paño y lo moja en betún para empezar a sacar brillo a


un candelabro.

—Por supuesto, Zebadiah.

—Le daré una semana, y luego pondremos en marcha lo que


haya decidido. Tiene que entender que, como mi primera esposa,
tienes antigüedad y, en última instancia, la última palabra. No dejes
que te manipule.

Ella ladea la cabeza divertida.

—Con el debido respeto, marido, no me dejo manipular por ella.


Simplemente me relaciono bien con ella. Si soy culpable de algo, es
de dejarla tomar sus propias decisiones.

Levanto la mano en señal de rendición porque todos los maridos


de la Tierra Ungida saben que es mejor dejar que sus esposas
resuelvan la mayoría de las cosas por sí mismas.

—Sobre lo de anoche, me disculpo. La noche se me escapó con


Zeke y Jacob.

Sus ojos brillan.

—¿Estuviste con el Consejero y el Apóstol toda la noche? —Se


me hincha la lengua en la boca, así que asiento con la cabeza en
señal de decepción. Su expresión se queda en blanco y vuelve a su
tarea—. Bueno, me alegro que lo hayas pasado bien con tus
hermanos.

Un malestar rueda en mi estómago. Ella sabe algo. Me pongo a


su lado y levanto su barbilla para besarla.

—Te veré esta tarde.

Cierro la puerta de la habitación de la novia tras de mí, me quito


el sombrero y dejo caer mi cabeza contra la madera, dejando que el
aire corra por mis labios. Incluso mi culpabilidad es confusa. Miro
hacia mi despacho. No me arrepiento ni un segundo de lo que hice
con Laurel Ann, pero odio saber que he traicionado a Mia y a
Marybeth.

Saliendo por las puertas delanteras, saludo a los seguidores que


pasan en mi camino hacia la parte trasera del templo, hasta el
carruaje que trajo Mia.

Vuelvo al rancho que comparto con mi familia. Tras la muerte


de mi padre, permití que mis madres y hermanos se quedaran en el
rancho hasta que se ataran. Detengo el carruaje en el camino frente
al granero, me quito el sombrero y entro en mi casa para encontrar
el comedor lleno de mis madres, hermanos y esposa. Todos me
dicen: "Buenos días", antes de recibir un beso de mi madre y de
Marybeth. Zeke se sienta a la mesa a desayunar y me saluda con la
cabeza.

—¿Podemos hablar, Apóstol?

Frunce el ceño mientras se limpia la boca y me sigue fuera.


Caminando a su lado, espero a que nos alejemos lo suficiente de la
casa para no arriesgarnos a que nos escuchen.

—¿Hablaste con Mia anoche?

Su nariz se arruga y me da una mirada llena de confusión.

—Uh, sí, solo un minuto. Me preguntó dónde estabas.

Mierda, mierda, mierda.

—¿Qué has dicho? —pregunto, sin aliento.

Levantando una ceja, se rasca el vello de la mandíbula.

—¿Qué quieres decir? La verdad. Que no te había visto desde la


dispersión de los regalos de Zaaron.

Joder.
26
EL PLAN VINCULANTE

Laurel Ann
No puedo respirar. En silencio salgo del templo y me dirijo a la
parte trasera del edificio. Tan pronto como estoy a salvo de las
miradas indiscretas, caigo al suelo y me permito llorar. Estoy
cubierta de pecado, y mi Profeta no puede limpiarme sin
condenarse a sí mismo. No entiendo cómo tengo tan poco control
sobre mis deseos carnales cuando se trata de Zeb. Anoche parecía
un sueño, pero esta mañana mis pensamientos eran claros. Sabía
que lo que estábamos haciendo estaba mal, y aun así abrí mis
piernas para él como una puta.

Todo este tiempo soñando con estar con él, y ahora no puedo
hacerlo. Su toque es imposible de negar para mí, pero saber qué
hace lo mismo con mi hermana y eventualmente lo hará con
Marybeth es sofocante. Y habrá más. Continuará tomando esposas
hasta que Zaaron lo desee en la Estrella del Paraíso. Tiene razón,
siempre supe que tendría muchas esposas, pero verlo realmente es
increíblemente más doloroso de lo que estaba preparada.

Él es todo lo que quiero. Nunca he tenido un solo deseo por


nadie más que él, pero no puedo compartirlo. No puedo vivir así el
resto de mi vida, y estoy furiosa conmigo misma por ello. Lloro y me
froto el pecho, el corazón me duele físicamente. La realidad de mis
pecados me aplasta mientras la vergüenza me cubre con una
espesa capa.

Tengo que purificarme.

Manteniendo los ojos bien abiertos por si alguien me ve, me


apresuro a llegar al sótano de Benji. Llego a la puerta de madera y
el corazón me da un salto al ver la cerradura que falta antes de
abrirla de un tirón. Una vez que bajo por la escalera, encuentro un
farol, lo enciendo y giro el pomo para iluminar el espacio.

Mis ojos escudriñan los estantes llenos de cajas. Dudo que haya
un orden en ellas. Tomando la primera a mi derecha, me siento en
el colchón, rebuscando algo que pueda utilizar.

Las reviso una por una. Tras ocho cajas diferentes, encuentro
un Zippo y un collar con un pequeño colgante metálico en forma de
estrella.

Sujetando la cadena, cuelgo la joya por encima de la llama hasta


que veo un resplandor. Coloco con cuidado la estrella en el interior
de mi codo, y gimo al contacto con el calor. Aprieto los dientes y uso
una manta para presionarla más profundamente contra mi piel.
Gimo y jadeo por el dolor, pero acojo con agrado el pequeño peso
que quita de mi alma.

Las lágrimas caen por mi rostro mientras despego el colgante de


mi piel. En un intento de aliviar el ardor, aprieto la manta contra la
herida, aunque no hace nada por disminuir el dolor.

Estoy devolviendo los artículos a la caja, cuando escucho pasos


detrás de mí.

—Oye, Laur, ¿qué haces? —Me doy la vuelta para ver a Benji
saltando de la escalera. Como no quiero hablarle de mi limpieza
personal, intento pensar en una buena excusa cuando el
pensamiento que tuve anoche sobre la foto de Kaila, hace ping-pong
en mi cabeza.

—Me gustaría que me guardaras un secreto.


Me agacho y me quito la bota para sacar la foto. Benji arquea
una ceja ante mis acciones hasta que sus ojos encuentran la foto,
entonces se ensanchan.

—¿Eso es una fotografía? —Asiento con la cabeza y se la tiendo.


La toma con ternura y la sostiene con ternura en la palma de su
mano, como si fuera a convertirse en cenizas en cualquier
momento—. ¿Quién es ella? —susurra.

No puedo evitar la sonrisa que se dibuje en mis labios, no solo


por la delicadeza con que toma la foto, sino también al pensar en
ella.

—Se llama Kaila. Fue la primera persona que fue realmente


amable conmigo ahí fuera.

Su boca se tuerce mientras pasa los dedos por la foto brillante


antes de tendérmela lentamente.

—Es muy bonita.

No tomo la foto. En su lugar, trazo mis manos a lo largo de las


diferentes cajas.

—Zebadiah ya la encontró. Me advirtió que la destruiría si la


volvía a ver. —Me doy la vuelta y lo encuentro mirándome como si
me hubieran salido alas—. ¿Puedo guardarlo aquí?

Sacude la cabeza.

—Espera. ¿Zeb sabe que tienes esto? —Asiento y pregunta—


¿Cuándo ocurrió esto?

Dejo caer mi mirada al suelo y jugueteo con los bordes de mi


vestido. Me siento agotada de repente.

—Anoche.

Silba y toma la caja más pequeña de la parte superior. Es una


caja de madera con un pájaro tallado en el medio. Levanta la tapa
y coloca con cuidado la foto dentro.

—Anoche, ¿eh? —Se vuelve hacia mí y sonríe—. ¿Cómo fue eso?


Dejo escapar un suspiro y me siento en su cama.

—No como debería haber sido.

Sentado a mi lado, me da un golpecito en el hombro.

—¿Pasó algo más entre ustedes dos?

Sacudo la cabeza y me río porque si no lo hago, me pondré a


llorar.

—No importa. Me convertiría en su esposa, independientemente


de los deseos de Zaaron, y aun así... no puedo. No puedo pasar
todos los días viendo al hombre que amo tocar a otras mujeres.
Especialmente a Mia. El hecho que sea su esposa, su primera
esposa, me hace sentir una ira que no debería.

Ladea la cabeza como si estuviera dudoso ante mi afirmación.

—Supongo que lo entiendo.

—No lo sé. Debería aceptarlo como sea, pero incluso pensar en


él con ellas me hace sentir mal. —Lo miro, y de repente un
pensamiento ilumina mi mente como una tormenta eléctrica—.
Amas a mi hermano, ¿verdad?

Su rostro brilla con una sonrisa.

—Sammy es... —Se ríe y se revuelve el cabello—. Sí, lo amo.


Mucho.

—¿Qué pasaría si nunca tuvieras que preocuparte por estar


atado a otra persona? ¿Y si pudieras estar con Samuel sin miedo a
que te atrapen?

Levanta las cejas, asintiendo pensativamente.

—Eso sería increíble, pero ¿cómo piensas hacerlo realidad?

Me vuelvo hacia él y respiro profundamente. Sé que este es el


único camino. Para todos.

—Benji, ¿quieres ser mi esposo?


Suelta una sonora carcajada.

—Eso fue frío, pecas. Pensé que hablabas en serio.

—Lo estoy haciendo. Si estás de acuerdo, informaré a nuestro


Profeta, y él lo permitirá. Puedo prometerte eso.

—¿No estás bromeando? —Me mira atónito, aunque hay una


clara esperanza detrás de su sorpresa.

—No. Esto es lo mejor para todos nosotros. Puedes estar con mi


hermano en nuestra casa, y yo no tendré que preocuparme que me
aten con otra persona.

Su pulgar se desliza bajo los tirantes con su risa.

—Bueno, que me aspen. Laurel Ann Johnson.

Subo los escalones que conducen a los dormitorios, abro la


puerta mosquitera y considero llamar antes de decidirme a entrar.
Las camas ya están hechas y la mayor parte del movimiento está
en la parte de atrás, hacia la cocina. Ni siquiera he pasado los
separadores cuando una Evelyn Taub mucho mayor se precipita
hacia mí.

—¡Laurel Ann! Bienvenida a casa, niña. —Me lleva a toda prisa


al pasillo detrás de la cocina, llevándome directamente al lavabo—.
Haré que pongan agua en la estufa, y luego te pondremos ropa
limpia y algo de comida en el estómago. Ya tengo una cama
guardada para ti. La número dieciséis. —Señalando uno de los
cestos del rincón, dice—: Pon tu ropa sucia ahí. La devolveremos a
tu cama cuando esté limpia.

—Le agradezco su amabilidad, hermana Evelyn.


—Por supuesto, querida. —Abre un armario y me da una
pequeña bolsa—. Esto debería tener todos los artículos de aseo que
necesitas. La hermana Delilah y yo volveremos con tu ropa y agua.

Me deja sola en el lavabo mientras abro la bolsa. Podría chillar


cuando encuentro un cepillo de dientes y un pequeño frasco de
pasta dental. Después de cepillarme los dientes, uso un pequeño
para desenredar las puntas.

La hermana Evelyn vuelve con mi ropa, mis zapatos y una toalla.

—Adelante, desvístete. La primera olla está casi lista. Se está


ajustando hasta una temperatura más agradable ahora.

Una vez más, desaparece antes que saque el jabón y el champú


de la bolsa y los coloque junto a la bañera. Cuando me quito el
vestido, noto los dedos de Zebadiah empujando mi falda. Contengo
un sollozo ante la extraña mezcla de excitación y angustia que me
consume. Hay una parte secreta de mí que está egoístamente
agradecida por haber podido experimentar lo que es acostarse con
alguien a quien amas. Me pregunto cuándo mi conciencia se volvió
tan confusa.

Me meto en la bañera cuando la hermana Delilah entra con la


olla de agua caliente. Con cuidado de ocultar mi herida de limpieza
reciente, aprieto el brazo contra mi costado y me pongo cómoda. Me
echa el agua por la cabeza y el calor me recorre la piel, haciendo
que mi cuerpo zumbe de alivio. El líquido me escuece en la
quemadura de estrella que tengo en el brazo y, aunque me duele,
saber que ayuda a purificar mi alma hace que sea fácil ignorar el
dolor. Sin decir nada, se va y vuelve momentos después con la
siguiente olla. Me enjabona el cabello y el cuerpo, y me encuentro
disfrutando de la sensación de limpieza.

Mi estómago está lleno, mi piel limpia y mi ropa está fresca


cuando salgo de los dormitorios de colocación. Paso por la escuela
y me dirijo al templo para hablar con Zeb. Subo los escalones y
agarro el pomo cuando la puerta se abre, y me encuentro cara a
cara con mi hermana.

Me dedica una sonrisa forzada y cierra la puerta detrás ella.

—Hermana, qué conveniente. Quería hablar contigo. —Baja las


escaleras, y hace un gesto delante de nosotros—. ¿Quieres dar un
paseo conmigo?

Mis oídos se calientan y mi estómago se tensa. Si antes no la


evitaba, seguro que ahora sí. Lo último que quiero hacer es
quedarme a solas con ella con la inevitable mención de Zebadiah.

—Me disculpo, pero debo reunirme con el Profeta para hablar de


unos asuntos y no quiero hacerlo esperar.

Ella asiente con la cabeza, su gorro les hace sombra a los ojos.

—Por supuesto. Esperaré hasta que hayas terminado.

Trago y asiento.

—Sí, por supuesto.

Me apresuro a entrar en el templo, desesperada por librarme de


su mirada. Cerrando la puerta detrás de mí, suelto un suspiro y
rezo para que la culpa disminuya con el tiempo.

—¡Laurel Ann! ¿Qué estás haciendo aquí? —Me doy la vuelta


para ver a Zebadiah marchando hacia mí—. No podemos estar
juntos a solas. Mia lo sabe, o al menos sospecha algo.

Mi cuerpo se balancea ante sus palabras.

—¿Qué? ¿Qué ha dicho?

—Nada, solo sabe que no estaba donde dije que estaba anoche.
No debemos ser vistos juntos.

Aunque puede tener razón, su brusquedad hace que cruce los


brazos.
—Entonces te alegrará lo que he venido a decirte. —Sus manos
se meten en los bolsillos mientras arquea una ceja en señal de
curiosidad—. Quiero que me coloquen con Benji Johnson.

Su rostro y hombros caen, y una mirada cruda cruza su


expresión.

—¿Qué es esto, Laur?

—Esta soy yo averiguando mi lugar aquí. Mi lugar es con Benji.

—No puedes hablar en serio. ¿Prefieres estar atada a Benji


Johnson antes que conmigo?

Una expresión furiosa mezclada con aflicción llena sus ojos y


rompe mi corazón tan profundamente que anhelo agarrarme el
pecho. No sé cómo explicar los sentimientos que yo misma no puedo
entender.

—Lo siento.

Se burla y me mira como si esperara que me retractara. Sus


rasgos se endurecen hasta el punto que no hay ninguna emoción
en ellos.

—Bien. Si eso es lo que deseas. Anunciaré su vinculación al final


de la semana.

Sin decir nada más, se da la vuelta y camina hacia la parte


trasera del templo. Las lágrimas caen por mis mejillas y las limpio
porque no van a arreglar nada.

Mis pies se mueven lentamente, sabiendo que Mia me espera


fuera. Tengo que eliminar cualquier pregunta que tenga sobre mí y
Zeb. Ya se terminó. Nada saldrá que ella lo sepa.

Empujo la puerta del templo y allí está ella con una dulce
sonrisa en su rostro.

—¿Está todo en orden?

Asiento mientras bajo los escalones.

—Sí, gracias.
Enlaza su brazo con el mío, guiándome fuera del templo

—Pensé que sería agradable conversar lejos de oídos y ojos


curiosos. —En todas las veces que fantaseé con volver aquí, nunca
soñé que me sentiría tan incómoda cerca de ella. No se me ocurre
nada de qué hablar, así que agradezco que ella retome la
conversación—. ¿Qué tan malo fue? —susurra— ¿El oscuro y nuevo
mundo?

Suspiro, debatiendo si decirle algo. Aunque ser amiga de un


filisteo no está especificado como un pecado, definitivamente no es
algo que se vea como aceptable.

—No fue como pensé que sería. Hay maldad, pero los filisteos
son todos muy diferentes. Son todos pecadores, por supuesto, pero
algunos de ellos nunca hicieron nada más que ser amables
conmigo. —Su ceja se levanta en forma de pregunta, aunque no lo
expresa—. Me hice muy amiga de una en particular. Se llama Kaila.
Es muy... —Me río recordando todas las veces que tuvo que "hacer
una entrada" o cómo era casi imposible estar de mal humor cerca
de ella—. Vibrante. Gracias a ella, la vida se hacía soportable.
Incluso buena, a veces.

Parpadea sorprendida por mis palabras.

—¿Realmente te importa uno de ellos? —Hay juicio allí, pero es


evidente que intenta ocultarlo. A cambio, me guardo mi réplica. Me
aprieta ligeramente el brazo y dice—: Me alegro que hayas
encontrado consuelo allí.

No parece que estemos yendo a ninguna dirección en específica


cuando llegamos a la casa de Job Talbott. Hacen toda la impresión
de El Verdadero Testamento, himnarios, libros escolares y otros
textos espirituales. Hay lindos corderitos corriendo en el corral, y
me agacho para acariciarlos.

Balan y se acercan todos a mí, para ver si tengo algo sabroso


que darles.

—Lo siento, chicos, no tengo nada.

—Laurel Ann. —Su tono me obliga a mirarla, y hay lágrimas en


sus ojos. Mi piel se humedece cuando el sol me golpea. Va a
hablarme de Zeb, lo sé—. Hace muchos años, me confiaste un
importante secreto. No guardé ese secreto, y por culpa de mi
traición, sufriste una vida sin Zaaron, tu familia y... Zebadiah.
Quiero que sepas que vivo con la culpa de eso.

No sé a dónde quiere llegar. La lengua me da vueltas en la boca


mientras intento hablar.

—Hiciste lo que tenías que hacer, que es obedecer la ley


espiritual. No hay nada por lo que debas sentirte culpable. —Hay
una parte de mí que realmente cree en lo que estoy diciendo, sin
embargo, la parte que ha sido contaminada por el mundo exterior
agradece que haya tenido que soportar algún tipo de sufrimiento
por sus acciones—. Y en cuanto al Profeta, él y yo somos mayores.
Estuvimos cerca hace una vida, pero ahora somos personas
diferentes.

Por una fracción de segundo sus ojos se oscurecen antes de


bajar los hombros y suspirar, mirando hacia la casa de los Talbott.
Cuatro de las esposas de Job Talbott salen de la imprenta con cajas
de libros recién impresos para cargarlos en un carruaje.

—Comprendo tu indecisión a la hora de ser sincera conmigo. —


Mi cara ardiente junto con los golpes en mi pecho están a punto de
forzar la verdad de mis labios—. No tienes ninguna razón para
confiar en mí. Cuando me enteré que habías vuelto, supe que tenía
que contarte mi secreto. —Los hilos de su gorro se agitan en su
cuello mientras llora en silencio. Sus lágrimas me ponen nerviosa e
insegura sobre querer saber su secreto—. Y puedes hacer con él lo
que quieras.

—Mia, realmente no necesitas decirme nada.

Ella asiente y toma aire con una respiración temblorosa.

—Lo hago. —Agarrando el corral de las ovejas, observa a las


mujeres Talbott—. Estoy enamorada de alguien, y no es el Profeta.
—Su voz se quiebra después de su declaración, y mi boca se abre,
pero la cierro rápidamente—. La he amado antes de saber lo que
era el amor.
Sigo su mirada. No está mirando a las esposas Talbott, sino a
una en particular. Entrecerrando los ojos, me doy cuenta que es
una Kelsey Garrett adulta, la hermana pequeña de Dawn.

Hago todo lo posible por disimular mi conmoción porque el


hecho que me lo diga es primordial. De alguna manera, alivia parte
de mi culpa por lo de Zebadiah.

—Mia...

Se vuelve para mirarme, con la cara torcida de asco.

—Sé que es repulsivo, y tienes todo el derecho a informar al


Profeta de mis perversiones. —Quiero decirle que lo entiendo. Sé
mejor que nadie que el amor no es siempre una elección, pero
hacerlo expondría mis verdaderos sentimientos hacia su marido—.
No sé por qué el Diablo me manchó con esta enfermedad. No quiero
sentirme así. Zaaron me bendijo con el marido más sagrado del
recinto, y sin embargo mi deseo por ella no hace más que crecer.
Por favor, entiende que nunca fue intencional. Simplemente
sucedió. —Mis oídos arden con una rabia silenciada porque ella
tiene razón. Tiene todo lo que siempre he querido y lo da por
sentado. Cuando abro la boca para responder, cada palabra que
surge se siente egoísta. Nos quedamos en silencio, observando a las
ovejas, cuando de repente dice—: ¿Te acuerdas de Serah Johnson?
La hermana menor del hermano Benji.

Era la tercera de Kelsey y Mia cuando eran niñas. Cuando veías


a una, normalmente veías a las otras dos.

—Sí —respondo, dándome cuenta que no he visto a Serah desde


que he vuelto. El tono y la expresión de Mia hacen que una pesadez
caiga en mi vientre.

—Unos años después de que te fueras, las cosas cambiaron con


Serah de la noche a la mañana. Dejó de hablarnos e ignoró a todo
el mundo. Kelsey y yo intentamos muchas veces jugar con ella, pero
al final nos dimos por vencidas, pensando que vendría a nosotras
si quería volver a ser nuestra amiga. —Se lame los labios y vuelve a
mirar a Kelsey—. Entonces, un día, simplemente... se fue. Se colgó
de las vigas de su granero.
—¡¿Qué?! —No sé por qué me molesta que Benji no me lo haya
dicho. No es como si fuera algo que normalmente sale en la
conversación—. ¿Por qué?

Mia deja escapar un suspiro inestable y se quita el gorro de la


cabeza.

—No lo sé. Nunca lo sabremos tampoco, porque por alguna


razón, ella no confiaba en nosotros. No se nos permitió llorarla
públicamente. Todo el mundo actuaba como si ella nunca hubiera
estado aquí, y nunca hubiera existido. Kelsey y yo estábamos
sufriendo, y todo lo que teníamos era la una y la otra. Nuestra
amistad se hizo más profunda, y con los años empecé a sentir cosas
por ella... cosas románticas. No pasó de los besos, pero eso es más
que suficiente. Le rogué a Zaaron que me quitara el amor por ella.
Tal vez su negativa a hacerlo sea mi penitencia. Cuando estuve
atada a Zebadiah, le puse fin. —Apenas puede apartar su mirada
de Kelsey. Suspirando, dice—: Mirarla, observarla todos los días y
no poder tocarla es demasiado para soportar. —Secándose las
lágrimas, se para más erguida—. Quería que supieras que yo
también soy incapaz de estar donde mi corazón quiere que esté, y
he conocido la pérdida.

—Mia, lo siento mucho. Nunca te deseé ningún sufrimiento.

Cuando me encuentro con su mirada, sus ojos se entrecierran,


y no me cabe duda que sabe lo mío con Zeb.

—Tienes que tomar una decisión. Me lo confieses o no, soy


consciente que hay algo entre tú y mi marido.

Mi cuerpo se balancea, y es como si cada gota de sangre se


hubiera evaporado de mis venas. Mis pecados se sienten más
grandes desde que volví a casa de lo que alguna vez fueron en el
exterior, y sin embargo, aquí estoy continuando con mi engaño.

—No sé lo que piensas, pero voy a ser la esposa de Benji


Johnson. —La sorpresa aparece en su rostro—. Tu marido no es
más que mi Profeta.

Su rostro se endurece y dirige una última mirada a Kelsey antes


de volver al terreno común.
—Miénteme si quieres, pero él es mi marido. No me humilles,
hermana.
27
LA NOVIA DE BENJI JOHNSON

Laurel Ann
La noticia del enlace entre Benji y yo se extiende por la Tierra
Ungida como pólvora en el viento. Es lo único de lo que han hablado
conmigo en los últimos dos días. Teniendo en cuenta los últimos
acontecimientos, Zebadiah tomó la decisión racional de asignarme
a trabajar con la familia Johnson, donde acabaré aprendiendo a
fabricar todos los productos de higiene que se utilizan en el
complejo. Ayer pasé el día en el invernadero con las hermanas de
Benji aprendiendo sobre las plantas y sus usos, aunque poco o
nada se retuvo.

Zeb y yo nos hemos mantenido alejados el uno del otro. Cuando


me mira, apenas puedo soportarlo. Ha habido momentos en los
últimos días en los que me encuentro cuestionado esta decisión.
¿Qué más quiero de él? No ha hecho nada malo. Simplemente es
más fácil para mi corazón estar con un hombre amable al que no
quiero, que tener solo una parte del hombre que sí quiero. Tal vez
me sentiría de manera diferente si nunca me hubiera ido, no lo sé.
Solo sé cómo me siento ahora. Mis celos se agudizarían y me temo
que solo harían crecer mi resentimiento hacia él, por decisiones que
ni siquiera son suyas. Eso no sería una vida para ninguno de
nosotros.
Aunque mi discusión con Mia alivió parte de mi sentimiento de
culpa, no afecta a mi decisión sobre el asunto. Respiro hondo,
porque no pueden verme llorar el día de mi atadura. El proceso de
preparación no se ha alterado desde la última vez que me ataron.
La mayor diferencia es que esta vez no estoy aterrorizada. Esta vez
es mi elección.

Espero en la habitación de la novia, disfrutando de estar sola


mientras doy vueltas con mi hermoso vestido de atar. Como voy a
ser la primera esposa, esta vez no hay hijos ni hermanas-esposas
conmigo.

Mi atención se dirige a la puerta al oír cómo se abre. Ezekiel se


encuentra en el umbral y me indica que lo siga.

—Es hora de presentarse.

Respiro profundamente, recojo mis faldas de novia y entro en el


vestíbulo. Cientos de ojos miran en mi dirección cuando entro en la
sala de reuniones. Mantengo la cabeza alta y encuentro a Benji en
un banco delantero, sonriendo. No le quito los ojos de encima. No
solo por las apariencias, sino también porque no puedo hacer esto
si miro a Zeb.

Benji sonríe cuando me detengo a su lado.

—Hola, novia —susurra.

—Hola, novio.

No creo estar imaginando que el sermón de Zebadiah va dirigido


a mí. Habla del egoísmo y la avaricia. Sobre estar agradecidos por
las cosas con las que hemos sido bendecidos en lugar de pensar en
las cosas que no tenemos. No ayuda el hecho que nuestras miradas
se crucen en múltiples ocasiones mientras proyecta a través de la
sala de reuniones, haciendo que mi corazón se detenga cada vez.
Me pregunto cuánto tiempo me dolerá esto. Las lágrimas llenan mis
ojos por mucho que las reprima.

Al final del sermón invita a todos a la atadura mía y de Benji,


indicándoles que se lleven una vela a la salida.
Pronto la sala de reuniones está vacía, aparte de mí, Benji y Zeb.
Benji me toma de la mano mientras nos dirigimos a nuestro Profeta.
Mirándonos con desprecio, se dirige hacia el escenario.

—¿De verdad quieren seguir con esto?

Aprieto la mano de Benji mientras dice:

—Por supuesto, Profeta.

—Sí, Profeta —respondo.

—Bien. —Pasa por delante de nosotros y nos giramos para


seguirlo—. Vamos a terminar con esto.

—Sí, vamos —dice Benji, tirando de mí detrás de él—. No puedo


esperar a ver bajo este vestido.

Está tratando de irritar a Zeb, y está funcionando porque Zeb se


pone más tenso a cada paso. Golpeo ligeramente el brazo de Benji
para que deje de burlarse de él. No estoy haciendo esto para herir
a Zebadiah.

Lo seguimos hasta el terreno común, donde los seguidores


esperan en sus círculos, rompiendo sus manos unidas solo para
permitirnos el paso. La pira vinculante ya está encendida, y
mientras Zeb bendice las llamas, escupe las palabras como si
tuvieran mal sabor en su boca.

Benji y yo empezamos a encender el primer círculo antes que


ellos se giren para encender las velas del siguiente anillo, creando
los cinco círculos de fuego a nuestro alrededor.

Benji ata la cinta alrededor de mi muñeca, y yo alrededor de la


suya, jurando nuestras falsas promesas el uno al otro. Cuando me
pone el brazalete y Zeb nos anuncia oficialmente como marido y
mujer, los vítores estallan a nuestro alrededor como fuegos
artificiales filisteos.

Me sorprende no sentir nada. Ni miedo, ni felicidad.


Simplemente estoy pasando por los movimientos para sobrevivir en
esta vida.
—¿Sigues contenta con tu elección, Laurel Ann Johnson? —
Benji pregunta mientras mira nuestras muñecas atadas.

—Lo estoy. ¿Lo estás, marido?

Sonríe.

—No hay otra mujer en este recinto a la que preferiría estar


atado.

La música suena a nuestro alrededor mientras él me lleva al


centro de los seguidores para bailar. Y bailamos. Nunca he sido una
gran bailarina, ni siquiera de niña, pero Benji me hace saltar y reír
en un santiamén. Me hace girar en círculo para ver a un Samuel
sonriente. No he tenido la oportunidad de hablar de esto con él. Sin
embargo, Benji dijo que estaba a bordo, y por la expresión de su
cara, está más que encantado. Me abraza con fuerza antes de rozar
con sus dedos la mano de Benji.

Incapaz de borrar la sonrisa de su cara, dice en señas: No sé por


qué has hecho esto. Solo sé que significa todo para mí.

Eres bienvenido en nuestra casa cuando quieras, hermano.

Sus mejillas se sonrojan porque sabe lo que estoy insinuando.


Palmea el hombro de Benji, pasando rápidamente los dedos por su
cuello, haciendo que Benji sonría. Felicidades por tu hermosa novia,
hermano Benji.

—Gracias, hermano Samuel.

Sammy se aleja con un guiño mientras los olores de la comida


llegan a mi nariz, haciéndome darme cuenta del hambre que tengo.

Comemos y reímos con mis antiguos compañeros de clase y,


aunque he intentado ignorar mis pensamientos sobre Zebadiah, me
encuentro buscándolo durante toda la velada. Se mantiene lo más
alejado posible de nosotros sin dejar de participar en la celebración.

Pronto se hace de noche y ambos sabemos que debemos irnos a


nuestra cama de ataduras. No hemos tenido mucho tiempo para
hablar en los últimos dos días y en absoluto sobre cómo vamos a
pasar nuestra noche de enlace. Mientras decía mis votos, el hecho
que se esperen niños se deslizó en mis pensamientos y ha
permanecido allí toda la noche.

Inclinándome hacia su oído, le susurro:

—Creo que es hora de anunciar nuestra salida.

Estoy segura que su cara palidece un poco con su asentimiento.

—Por supuesto. —Se pone de pie y habla lo suficientemente alto


como para que se le oiga en todo el terreno común—. Hermanos y
hermanas, gracias por su amabilidad hacia mí y mi esposa en esta
alegre noche. Por favor, disfruten mientras nos retiramos por la
noche.

Mi atención está en Zebadiah con los aplausos y el regocijo


sonando en mis oídos. Él no hace ninguna de las dos cosas. No
sonríe ni asiente. Se limita a mirar cómo mi nuevo marido me lleva
a nuestra casa mientras nos arrojan flores.

El camino hasta nuestra casa es corto y lo dedicamos a una


conversación sin sentido, contando los acontecimientos de la
noche. Sin embargo, una vez que nos acercamos a la antigua
granja, nuestras voces se silencian. Lo sigo por las escaleras y
dentro de la casa, donde enciende una lámpara.

Alborotándose el cabello, deja escapar una risita incómoda y


pregunta:

—¿Estás cansada? ¿Quieres ir a la cama?

—Tenemos que hablar, Benji.

Me da una expresión de despreocupación.

—¿De verdad, mujer? ¿Hemos estado atados cinco minutos y ya


tengo problemas?

Me gustaría poder bromear sobre esto, pero es algo que


realmente tenemos que resolver.

—Llévame a nuestra habitación.


Su nuez de Adán se balancea mientras caminamos hacia la
parte trasera de la casa y entramos en un pasillo. Al abrir la
segunda puerta a la que llegamos, coloca la lámpara sobre el
mueble alto y coloca sus manos en los bolsillos. Le doy la espalda,
y aparto los rizos rebeldes de mi cabello que se me han caído
mientras bailaba.

—¿Me ayudas con mis botones? —Un momento después, siento


sus dedos tanteando mi vestido—. Tenemos que hablar de ello,
Benji. Aunque quiero que puedas estar con Sammy, la gente
acabará preguntándose por qué no hemos concebido. Oigo lo que
los seguidores susurran acerca de que Zeb y sus esposas aún no
tengan hijos.

Mi vestido de atar se afloja mientras él suspira.

—Lo sé. Ya estás haciendo mucho por nosotros. Quiero hacer


esto por ti... sí es lo que quieres.

Asiento.

—Lo es.

No sé por qué le miento. Me quito el vestido y lo dejo caer al


suelo. Como él no se mueve para tocarme, me quito la enagua del
corpiño y me descubro los pechos. No tengo ni idea de lo que estoy
haciendo. Zeb fue quien dirigió las cosas. Dando un gran suspiro,
me bajo los calzones, revelando mi cuerpo desnudo al amante de
mi hermano, mi primo y uno de mis más antiguos amigos. Doy
pasos lentos hacia él. Me mira como si estuviera a punto de infligirle
dolor. Paso la mano por encima de su pantalón y me avergüenzo de
su falta de excitación. No quiero mantener el contacto visual por
más tiempo y me concentro en desabrocharle los pantalones. Bajo
sus bóxer lo suficiente como para liberar su polla flácida.

No tengo ni idea de cómo infundir deseo a un hombre que no lo


tiene. Recuerdo haberlo visto con Samuel en el bosque, y caigo de
rodillas. Envolviendo mi mano alrededor de su base, abro la boca y
lamo la punta antes de inhalar por la nariz y poner mis labios
alrededor de la cabeza. Imitando lo que le vi hacer a mi hermano,
me lo meto en la boca, chupando lentamente. Rápidamente se
endurece contra mi lengua mientras una lágrima cae por mi mejilla.
Siento que estoy traicionando a Zeb y a Samuel. No entiendo cómo
puedo sentir más culpa estando con mi marido que cometiendo
adulterio.

Coloca una mano contra mi cabeza y empuja entre mis labios.


Este es mi deber. He hecho muchas cosas que desafían a Zaaron, y
ésta es mi penitencia. Dejando salir un gemido ahogado de sus
labios, se agranda en mi boca. Si lo llevo a la culminación de esta
manera, entonces esto habría sido para nada. Levanto la vista y veo
que tiene un brazo sobre los ojos. La humillación me hace arder los
oídos, pero me lo tomo con calma y me pongo de pie.

Me tumbo en la cama, abriendo las piernas para él. Un momento


después, sube encima de mí, y su polla, ahora dura, descansa
contra mi clítoris. Lo veo bajar la mano e intentar mojar la punta
con mi entrada, optando finalmente por escupir en su mano para
lubricar mi entrada. Pensé que podría estar bien con esto.

No lo estoy.

Esto se siente sucio y mal. La punta de su polla comienza a


abrirme mientras un sollozo se libera de mis labios, y las lágrimas
se abren paso entre mis pestañas.

Sus ojos se dirigen a los míos.

—Oh, Laur. —Se aparta de mí y se tumba boca abajo, apoyando


la cabeza en los brazos cruzados—. ¿Por qué estás presionando
esto? Está claro que no es lo que quieres.

Cohibida por mis lágrimas, las aparto de mi cara.

—No entiendo por qué no puedo aceptar el plan de Zaaron para


mí. Solo puedo pensar en querer estar con Zebadiah.

Se ríe.

—He pensado exactamente lo mismo muchas veces. —Arruga la


nariz y añade—: Excepto que no la parte de Zeb.

Me río a pesar de estar más confundida que antes. Inclinándome


hacia él, beso su mejilla.
—Gracias por ser un marido tan maravilloso.

Me pesan los párpados y sigo sin poder dormir. Benji, sin


embargo, no tiene problemas y ronca a mi lado. Quitando el
edredón, salgo de la cama. Hace tiempo que todos se habrán
dormido. Me abrocho la falda del corpiño y quito la bata
transparente de la parte trasera de la puerta. Decido no traer una
lámpara porque así me verán más fácilmente.

Salgo tranquilamente de mi nuevo hogar, y no tardó en llegar al


terreno común donde aún son evidentes las pruebas de nuestra
celebración vinculante.

Necesito respuestas reales porque todas las decisiones que he


tomado desde que pisé la Tierra Ungida han sido equivocadas.
Empujo la gran puerta mientras me deslizo dentro del templo.
Necesito rezar a solas, y es aquí donde me siento más cerca de
Zaaron.

La sala de reuniones está a oscuras, aparte de la luz de la luna


que ilumina los bancos. Me dirijo al altar cuando veo una figura
moverse y escucho un acalorado murmullo.

—¿Por qué traerla de vuelta a mí solo para quitármela de nuevo?


—La voz airada de Zebadiah retumba en la antes silenciosa sala de
reuniones, haciéndome saltar mientras subo lentamente los
escalones hacia el escenario—. ¡No entiendo! Háblame, maldita sea.
—Golpea con los puños el sanctorum antes de pasar los brazos por
encima con un gruñido, enviando los utensilios para rituales al
suelo de madera junto a mis pies.

—¿Profeta? —susurro.

Se da la vuelta para mirarme, me mira fijamente mientras sus


rasgos se oscurecen a la luz de la luna. Se mueve por el escenario
tan rápido que de repente está de pie frente a mí. Sus mejillas están
húmedas y su pecho agitado. Nunca lo había visto así. Mi corazón
se rompe al saber que está sufriendo por mi decisión. Extiendo la
mano, toco su rostro y él se apoya en mi mano. De repente, me
agarra de la muñeca y me empuja contra él. Golpea con fuerza su
boca contra la mía y nuestros dientes chocan. Me besa como si
estuviera desesperado por respirar. Mi espalda se arquea mientras
él agarra mi cabello y tira de mi cabeza hacia atrás.

—¿Qué haces aquí? —gruñe.

Si fuera cualquier otra persona me asustaría la mirada de sus


ojos.

—Necesito orientación.

Me quita la bata de los hombros y presiona su frente contra la


mía.

—Entonces déjame guiarte. —La ligera tela cae al suelo y él me


agarra de la cintura para levantarme. Lo rodeo con las piernas,
mareada por el momento. Nuestros labios chocan y él nos baja al
suelo. Me tumba de espaldas mientras él permanece de rodillas,
mirándome. Las palpitaciones entre mis piernas me vuelven loca
cuando se quita los tirantes y se arranca la camisa. Empujando mi
falda por mi torso, levanta mis brazos para tirar de la ropa por
encima de mi cabeza, con su colgante del sigilo recorriendo mi
pecho. Con una fuerza sorprendente, agarra mi muñeca y tira de
mi brazalete de unión, arrojándolo al suelo. Es violento con sus
besos. Sus labios recorren mis brazos hasta llegar a mi pecho. Su
lengua caliente me roza el pezón mientras mis muñecas luchan
contra su agarre. Su fuerza y su deseo hacen que me arquee contra
su boca.

—No pasó nada entre tú y Benji después de tu atadura —dice


de forma perezosa, entre lametones.

Dejo de respirar y mi cuerpo se paraliza. Nunca imaginé


confesar lo que ocurrió entre nosotros con nadie, y menos con
Zebadiah.
Levanta lentamente la cabeza, y parece que está mirando en mi
interior, viendo lo que he hecho. Su mandíbula se estremece
mientras su cuerpo tiembla sobre mí.

—No consumamos. —Me ahogo.

Sus cejas se relajan ligeramente aunque sus palabras salen


lentamente.

—¿Qué has hecho? —No puedo soportar decirlo en voz alta. Es


perverso, y seguramente se disgustará conmigo—. Dímelo.

Intento calmarme porque técnicamente me hizo lo mismo en el


arroyo cuando me besó entre los muslos.

—Yo... lo tomé en mi boca.

Se echa hacia atrás, poniéndose en pie de un salto como si


estuviera desesperado por alejarse de mí. Tengo el impulso de
cubrirme el cuerpo debido a la furia que emana de él. Se pasea por
el suelo, tirándose del cabello. Sentada, intento explicarme, pero mi
atención se centra en sus manos que abren de un tirón sus
pantalones y los bajan por las caderas.

—Ponte de rodillas. —Hay algo oculto en su voz que de alguna


manera me obliga a obedecer. Se toca la polla hinchada con
violentos golpes, y no puedo apartar los ojos de la acción—. ¿Te has
tragado su semilla?

Sacudo la cabeza, inmensamente agradecida de poder darle esta


respuesta.

—No.

—Abre la boca y enséñame lo que has hecho. —Me inclino hacia


adelante, sintiendo una gruesa vena bajo mis labios. Beso el
costado de su eje, y él me peina con sus dedos. Algunos hombres
filisteos dejan la piel con la que nacieron alrededor de su virilidad,
pero no los hombres de la Tierra Ungida. En el Testamento
Verdadero se dice que a todos los varones se les debe quitar el
exceso de carne en su ceremonia de Unción, ya que inhibe la
reproducción. Por eso, puedo ver la suave punta de su cabeza por
donde se filtra la humedad. Tengo el intenso deseo de lamerla.
Pasando la lengua por el agujero, pruebo el líquido ligeramente
salado antes de volver a besar su carne palpitante.

A diferencia de Benji, Zeb es sólido contra mis labios. Succiono


la suave punta en mi boca, y abro todo lo que puedo, deseando más
que nada ser lo que él necesita que sea en este momento. Temo
ahogarme, pero continúo hasta que no puedo aguantar ni un
centímetro más.

—Joder —gime. Su respiración se acelera y se agarra a un lado


de mi cara, moviendo las caderas y provocándome arcadas—. ¡Soy
un descendiente directo de Zaaron! —brama—. ¡Su sangre arde en
mis venas! —dice como si pensara que no me lo creo. Las lágrimas
corren por mi cara mientras clavo mis uñas en sus muslos. Aun
así, me obligo a seguir. En este momento, mi único deseo es
complacerlo—. Acoge mi sagrado veneno en tu vientre, y agradece,
porque esto es lo más cerca que estarás de chupar la polla de Dios.

Sus palabras blasfemas me chocan, y no parecen realmente algo


que Zeb diría. Me debato entre apartarme y preguntarle qué pasa
cuando un líquido espeso y cálido baja por mi garganta. Gime,
sosteniendo mi cabeza con más fuerza, y su cuerpo se estremece
con lo último de su orgasmo. Me trago todo lo que puedo. Es curioso
cómo me calienta tener esos trozos de él dentro de mí.

Está claro que hay algo más que mi atadura que le molesta.
Librera el agarre que tiene en mí y pasa suavemente el pulgar por
mis labios, untándolos con su semen.

Cuando estoy con él de esta manera, no me siento yo misma.


Me convierto en otra persona, en otra vida, una que la que soy libre
de amar. Sé que esto es un pecado, pero...

Quiero pecar con él.

Limpiándose la frente, asiente detrás de él.

—Siéntate en el altar. —¿El altar? ¿Qué le pasa? Su


temperamento hace que mi mente se sienta insegura, pero mi
cuerpo está ardiendo, hambriento de su contacto. Me pongo en pie
y obedezco—. Abre las piernas todo lo que puedas.
Subo al sanctorum con el corazón, la mente, el cuerpo y el alma
en guerra.

Lo quiero.

Esto es un error.

Lo quiero.

Esto es malo.

El tintineo del metal suena fuerte en la sala de reuniones


mientras él recoge los utensilios para rituales del suelo. Empujando
mi trasero hacia el borde, abro las piernas para él y clavo los talones
en las esquinas del sanctorum.

Estoy a punto de preguntarle qué está haciendo cuando se


arrodilla, como si fuera a rezar, chupando mi endurecido clítoris en
su boca. Echo la cabeza hacia atrás y jadeo. Mis gemidos resuenan
en la silenciosa habitación. Su lengua me hace retorcerme contra
su boca y el altar.

—Deja de moverte —murmura antes de abrirme con sus dedos.


Algo frío se desliza por mi cuerpo, haciendo que el aire que hay en
mis pulmones salga disparado ante la intrusión. Miro hacia abajo
para ver lo que me está haciendo. Su lengua me lame a lo largo de
la entrada y mis ojos se abren de par en par cuando me doy cuenta
de lo que está pasando. Lentamente, desliza el extremo largo y
puntiagudo del sigilo dorado del Ungido dentro y fuera de mi
cuerpo.

—¡Profeta! —Me alejo al instante, aunque no lo suficiente como


para sacarlo de mí. Estar en el altar del sanctorum ya es bastante
malo, ¿pero profanar nuestro símbolo sagrado? ¿En qué está
pensando?— ¡¿Qué estás haciendo?!

No se detiene. Sigue follándome lentamente con el instrumento


sagrado.

—Haciendo que me hable.

—¿Qué? —respiro.
¿Se refiere a Zaaron?

Se levanta, dejando el sigilo dentro de mí mientras me besa y


sostiene un frasco de aceite bendito. Sus movimientos son casi
bruscos cuando mete los dedos dentro.

—Mi padre tomó tu inocencia, tu marido tomó tu boca, ahora


yo... voy a tomar tu culo. —Se mete entre nosotros y frota el aceite
sobre mi apretado agujero. Aunque hay una pizca de miedo, la idea
que reclame esa parte sagrada de mí hace que mi cuerpo lo pida a
gritos—. Necesito respuestas. De ti y de él.

Parece que no puedo respirar bien mientras veo cómo bombea


su puño sobre su erección. Mientras sigue follándome con el sigilo,
utiliza la otra mano para introducirse en un lugar que nunca ha
sido tocado. Incluso con el dolor caliente que atraviesa mi cuerpo y
mis gritos ante la intrusión, no le pido que se detenga. No sé lo que
quiere decir sobre Zaaron, y no sé lo que no le he respondido, solo
sé que voy a ser lo que él necesita que sea en este momento.

Lágrimas calientes fluyen por mi rostro con mi sollozo mientras


mis manos se agarran a sus sólidos brazos. Él presiona su mejilla
contra la mía, haciéndome callar.

—Shhhh, escucha mi voz. —Tomo aire por la nariz y mi cuerpo


se afloja, aliviando parte del dolor. Sigue siendo muy incómodo,
pero la agonía se ha vuelto mucho más soportable. El sigilo roza mi
clítoris, y la sensación de estar a punto de estallar se apodera de
nuevo de mi cuerpo. La unión de placer y dolor me hace arañar su
espalda, sus viejas cicatrices de limpiezas del alma se levantan bajo
mis dedos. No puedo evitar los sonidos de excitación que salen de
mis labios y lo abrazo con más fuerza. Más lágrimas ruedan por mis
mejillas mientras el placer se apodera de mi cuerpo, destrozándome
bajo él. Se introduce en mí con un movimiento constante, con una
pequeña sonrisa en los labios—. Solo responde esto: ¿me amas,
Laur?

Odio que tenga que preguntar, aunque con la forma en que ha


ido todo esto, no puedo culparlo por su incertidumbre. Calmo mi
respiración después de una descarga de dolor. Alcanzo su nuca y
pongo mis labios junto a su oreja.
—Siempre te he amado, Zebadiah Fitch.

Su ritmo aumenta y se inclina hacia atrás, extendiendo la mano


por el altar. La hoja del cuchillo ceremonial brilla frente a mi cara
mientras la gira.

—Dijiste que no consumaste tu unión con Benji. ¿Tomaron la


sangre del otro?

Quiero sacudir la cabeza porque sé lo que está pensando. No


podemos hacer esto. Esto es más sagrado que el coito. Esto es lo
que finaliza que los cónyuges puedan estar juntos en la Estrella del
Paraíso. Si hacemos esto sin estar atados, también podemos
rechazar todo.

—No, pero Profeta, dime que no estás sugiriendo que tomemos


la sangre del otro.

Su labio se crispa al pasar la hoja por su torso; su sangre parece


negra al gotear sobre los afilados músculos de su abdomen.

—¡¿Por qué no?! ¡Soy el maldito Profeta, y Zaaron se niega a


hablarme! No puedo escucharlo. Me ha dejado solo para dirigir este
recinto, ciego y sordo. Si Él no me guía, entonces debo guiarme yo
mismo. —Aprieta los dientes y temo que vaya a derrumbarse—. Si
es demasiado tarde para tenerte en esta vida, entonces tengo que
hacer todo lo posible para tenerte en la siguiente. —Aprieta sus
palmas de las manos contra sus ojos, aun sosteniendo la hoja. Mi
corazón late ante sus palabras—. Hice... cosas pecaminosas antes
de convertirme en Profeta. Fueron hechas a hombres malvados,
pero hechas de todos modos. —Deja caer las manos, y cuando me
mira, veo al chico que me regaló flores porque pensó que quedarían
bonitas en mi cabello—. ¿Esta es mi penitencia?

Siento que lo he perdido muchas veces. No sé si tiene razón o si


nos estamos condenando, pero sí sé que, vayamos donde vayamos,
quiero que sea juntos.

Presionando contra su pecho, lo empujo fuera de mí, retiro el


sigilo y me deslizo de rodillas. Agarrando sus caderas, toco con mi
lengua la sangre que gotea y lamo su estómago, sintiendo cómo se
flexionan sus músculos al hacerlo. Cuando mis labios encuentran
la herida, chupo todo el líquido de sabor metálico que puedo antes
de besar su corte.

Con la mano que no sostiene la hoja, envuelve su brazo


alrededor de mi cintura y me levanta hasta que estoy de puntillas y
nuestras narices casi se tocan.

—Yo también te amo —susurra. Un gemido sale de mis labios


mientras él pasa el cuchillo por la parte superior de mi pecho—. Ni
siquiera en la muerte nos separaremos.
28
EL SANTO FILISTEO

Zebadiah
Paso mis dedos por su suave cabello mientras ella recuesta su
cabeza en mi pecho y juega con mi colgante del sigilo.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Cualquier cosa.

La abrazo más fuerte porque sé que no tenemos mucho tiempo


hasta que tenga que irse. La lámpara está en la mesita de noche de
la sala de espera, proyectando sombras sobre mi pecho, donde ella
traza con su dedo.

—Crees que Zaaron no te habla por algo que hiciste, ¿verdad?


¿Me dirás qué fue?

Esto es algo que planeaba decirle eventualmente. En mi mente,


ella lo entendería porque ama a Benji y había sufrido personalmente
a manos de mi padre. Pero ahora, con mi confesión en los labios,
temo que después de todo, esto pueda ser lo que realmente me haga
perderla. Trago saliva y sostengo su mano en mi pecho como si eso
la ayudara a entender por qué hice lo que hice.
—Unos años después que te fueras, encontré al padre de Benji
sodomizándolo con el mango de una horquilla.

Agarra mi pecho y se levanta para mirarme. Su boca está girada


hacia abajo en señal de disgusto, sus ojos contienen angustia y
confusión.

Sacudiendo la cabeza, se ahoga:

—¿Por qué?

—Lo atrapo en una situación con un hombre... una situación


sexual.

—¿Fue Sammy?

A menudo me he preguntado lo mismo. Froto mi mano por su


brazo porque no sé si aceptará mi consuelo al final de esta historia.

—No lo sé. Definitivamente es una posibilidad. Aunque Benji


nunca lo menciono. —Ella asiente y yo continúo—: Estaba en mal
estado. Sangró durante mucho tiempo, y Zeke y yo tuvimos que
cuidarlo durante días. —Hace tiempo que no me enfrentaba a esto,
y nunca había repetido la historia en voz alta. Mis emociones se
agitan en mi pecho, y me sorprende que después de todo este
tiempo, me esté ahogando—. Más tarde me enteré que el hermano
Jameson había intentado obligar a Benji y a su hermana pequeña
Serah a mantener relaciones sexuales en un intento de purgar sus
deseos antinaturales. Cuando no pudo actuar, el hermano Jameson
recurrió a la horquilla.

Se tapa la boca y se sienta a mi lado, abrazando sus rodillas.

—¿Es por eso que Serah se ahorcó?

Me levanto para sentarme a su lado y la rodeo con mi brazo. Me


sorprende que se haya enterado, teniendo en cuenta que está
prohibido decir su nombre.

—¿Sabes lo de Serah?

De repente parece nerviosa mientras se muerde el labio y


asiente.
—Mia me lo dijo.

Definitivamente quiero indagar más sobre esa conversación y


averiguar de qué más hablaron, pero se nos acaba el tiempo, y
ahora que he empezado, quiero que ella escuche mi confesión.

—Sabía que estaba luchando, y aun así no dije nada. Le había


prometido a Benji que no le diría a nadie lo que había pasado, y no
sabía cuál sería el resultado si lo hacía. Tal vez si lo hubiera hecho,
Serah no habría pensado que morir era su única salida. Ni siquiera
pudo ser enterrada adecuadamente, y ahora pasará su eternidad
en el abismo.

—Zeb, no puedes cargar con esa culpa, y no creo que Zaaron te


oculte su voz por eso.

Le doy una sonrisa y acaricio su mejilla. Ojalá guardar un


secreto fuera mi única transgresión.

—Ese no es el final de la historia. Me enfrenté al hermano


Jameson. —Nunca he murmurado estas palabras a nadie más que
a Zaaron, y las siento tan pesadas como una roca subiendo por mi
garganta—. Y yo... lo maté. —Sus ojos se abren de par en par y se
inclina lentamente hacia adelante. Su pecho se agita, así que tomo
su mano. Sorprendentemente, me devuelve el apretón—. No era mi
intención. Nunca fue mi plan. Simplemente... sucedió.

Mientras se sienta en silencio, le permito reflexionar sobre sus


pensamientos. No suelto un suspiro hasta que me mira y susurra:

—Tal vez ésa era la respuesta de Zaaron. ¿Y si te está hablando


a ti, Zeb? Esperabas oírle de forma audible, pero ¿y si no es así
como funciona? Lo sentí la noche de la reunión. Estaba conmigo,
pero nunca me habló con palabras.

Esperaba que fuera claro, incuestionable, aunque no puedo


evitar preguntarme si tiene razón. Si es así, puede que mi blasfemia
de anoche no haya hecho otra cosa que enfurecerlo. Solo quería
presionarlo para que me hablara.

Me siento como un niño por debajo de la edad de entendimiento.


Cuando un niño menor de seis años infringe la ley espiritual, se le
rechaza. Nadie les habla ni les reconoce durante el tiempo que dure
su castigo. Fue una experiencia aterradora, y así es como se siente
esto.

—Hay más. —Ella traga y se sienta más recta, preparándose—.


Te mentí sobre mi padre. —Ladea la cabeza, confundida, y no puedo
creer que siga aquí conmigo. Me inclino hacia adelante para besar
sus pecas—. Hace seis meses, ayudé a Zeke a matarlo. —A estas
alturas, creo que lo mejor es arrancarle la costra. Se queda con la
boca abierta, pero no se separa de mí—. ¿Y si es por eso? Arranqué
al Profeta de su posición y le robé la corona espiritual.

Inclina los labios con tristeza, mientras pasa sus dedos por mi
pelo.

—Admito que no siento ninguna pérdida por Hiram. Sé la clase


de hombre que era tu padre, y estoy segura que tenías tus razones.
—Se sube a mi regazo, rodeando mi cuello con sus suaves brazos—
. No sé por qué no lo escuchas, pero te conozco, Zebadiah Fitch.
Nunca harías esas cosas por beneficio personal o por deseos
egoístas. Ese no es el hombre que eres. Gracias por confiar en mí.

Hay una ligereza en mi pecho que no ha estado presente desde


que me convertí en Profeta. Contarle a Laurel Ann sobre el silencio
de Zaaron ha quitado la opresión en mi garganta, y divulgar mis
secretos más oscuros me tiene aliviado. Estoy más confundido que
nunca, pero me siento más fuerte. Con ella a mi lado, incluso en
secreto, me dará la fuerza que no me da mi Dios. No volverá a darme
la espalda. Puede que haya pasado por su farsa de atadura, pero
me ha dado su alma.

Supongo que si tiene que estar atada a otra persona, Benji es la


mejor opción con diferencia. Ella no lo tocará de nuevo, eso es lo
que prometió. Me gustaría poder jurar hacer lo mismo con mis
esposas. No puedo seguir pasando las tardes aquí "rezando", y
Marybeth se está enfadando conmigo por evitar claramente
continuar nuestra conversación.

Laurel Ann se fue hace una hora para volver con Benji, y yo
tengo que limpiar el desorden del escenario antes que llegue Mia.
Después de ponerme la ropa y hacer la cama en la última sala de
espera, entro en la sala de reuniones, iluminada por el sol de la
mañana.

El cáliz y el mortero están en el suelo, detrás del púlpito, y


encuentro el mortero de camino al altar. Hay velas por todas partes
y el censor de incienso está abierto a mis pies. El paño negro que
cubre el altar está desordenado, así que lo levanto para enderezarlo
cuando veo una mancha que viene justo en el centro. La visión
evoca recuerdos de la noche anterior, y mi polla se estremece al
recordar su cuerpo.

Mierda. Si me ven lavándolo, parecerá sospechoso, y aunque no


lo esté, no hay forma de limpiarlo y secarlo antes que llegue Mia.

Lo arranco para darle la vuelta cuando me doy cuenta que hay


algo en el suelo bajo el sanctorum. Es extraño, porque todos los
utensilios para rituales están contados. Me agacho, envolviendo con
mis manos una caja de roble. Un candado de plata en la parte
delantera me impide abrirla. Cuando miro debajo del altar, una
trampilla cuelga abierta desde el fondo.

Al pasar los dedos por los diseños tallados en la madera, no


puedo evitar la esperanza que sea un mensaje de Zaaron. De
repente recuerdo la llave que encontré en el escritorio la primera
vez que pasé por el despacho del templo tras la muerte de mi padre.

Tal vez sí llamé la atención de Zaaron anoche.


Me apresuro a terminar de montar el sanctorum, y mientras
cruzo el escenario hacia mi despacho, la voz de Mia suena detrás
de mí.

—Zebadiah. —Me vuelvo hacia ella y me pongo nervioso al ver


su expresión de pánico. Su gorro cuelga alrededor de su cuello, con
mechones de cabello pegados por todas partes. Está sin aliento,
como si hubiera estado corriendo—. Hay un filisteo en las puertas...
está preguntando por Hiram.

Mi estómago cae al suelo del escenario, mi mente explota con


preguntas sobre las intenciones de este hombre.

—Gracias, Mia. Déjame tomar mi chaqueta y me reuniré con él.


—Ella se retuerce las manos y asiente.

Me apresuro a esconder la caja de madera y me dirijo a mi


despacho para colocarla en el cajón inferior de mi escritorio. Saco
mi chaqueta del respaldo de la silla y agarro mi sombrero de la
cómoda. Los latidos de mi corazón son como un tambor en mis
oídos mientras me apresuro a volver con Mia.

—¿Dijo por qué lo necesitaba?

Sacude la cabeza mientras intenta seguir mi ritmo.

—No, acaba de anunciar que estaba aquí para hablar con


Hiram. El hermano Joe lo dejó en la puerta y vino al rancho a
decírtelo. —Hay un ligero rencor en su voz, y sé que es por no haber
vuelto a casa anoche.

—Muy bien. Quiero que vuelvas al rancho y te quedes allí hasta


que te recoja. Ve a buscar a Marybeth a la escuela y tráela contigo.

Me toma de la mano mientras entramos en el vestíbulo.

—¿Estamos en peligro?

Le he mentido mucho. La verdad es que si mi corazón no se


hubiera entregado a Laurel Ann, podría haber llegado a amarla. Es
una mujer amable y hermosa, y aun sabiendo que nunca podré
alejarme de Laur, sigo odiando lo que le estoy haciendo.
Rozando mi mano sobre su mejilla, soy tan sincero como puedo
ser.

—Realmente no lo sé, pero es una posibilidad segura. Ahora, ve


a buscar a Marybeth.

Salimos del templo y ella levanta su falda para correr hacia la


escuela. Mientras me dirijo a las puertas, el sonido de las pisadas
de los caballos detrás de mí me hace girar. Benji Johnson cabalga
a mi lado en su carruaje, con su entrega para el almacén general
traqueteando en la parte trasera.

—Yo diría que bendita mañana Profeta, pero por la expresión de


tu cara, asumo que no lo es.

Miro su sonrisa ladeada. Su carruaje nos llevará allí


rápidamente, y siempre le han gustado demasiado los filisteos.
Conocer a uno en carne y hueso seguramente curará su curiosidad.

—Llévame a las puertas y podrás verlo por ti mismo.

—Eh... por supuesto. Sube.

Me subo junto a él mientras tira de la rienda y, en un par de


minutos, llegamos a las puertas. El hombre que espera parece más
joven que yo. Por su postura, no parece amenazante, pero los
filisteos tienen muchos trucos. Lleva unos pantalones jeans azules
y una camisa de manga corta con las manos en los bolsillos.

Me bajo del carruaje para preparar mi interrogatorio cuando


Benji jadea detrás de mí.

—¿Shayne?

Mi cabeza gira hacia él.

—¿Conoces a este hombre? —Benji ignora mi pregunta y mira


hacia otro lado, dándome la respuesta. Gruño en voz baja. Ya me
ocuparé de él más tarde.

Caminando hasta la entrada, miro al hombre a través del


alambre de las puertas.
—¿Parece que tu nombre es Shayne?

Su cabello castaño se agita con su asentimiento.

—Sí, señor. Estoy aquí para hablar con Hiram Fitch.

Deslizo mis manos en mis bolsillos, preguntándome cómo es


posible que este chico conozca a mi padre.

—Así me han dicho. Me entristece informarte que Hiram ha


fallecido. Ahora, debo pedirte que te vayas de aquí y no vuelvas.

Su rostro se arruga como si lo hubiera aplastado.

—¿Está... muerto?

La curiosidad me sube por la espina dorsal. La devastación en


su comportamiento sugiere que fueron cercanos. No trato con
filisteos a menos que sea absolutamente necesario para el bien de
la Tierra Ungida, y sin embargo me encuentro preguntando:

—¿Puedo preguntar cuál era tu asunto con mi padre?

Su mirada se desplaza por mi rostro, mirándome fijamente de


forma inquietante.

—¿Eres su hijo?

—Sí, aunque no he heredado el acuerdo que hayan podido tener.

Se aferra a la puerta.

—No, no lo entiendes. Él era... tú eres mi hermano.

El oxígeno se evapora de mis pulmones y mi pecho se siente


como si me hubieran golpeado con un puño. Lo que está diciendo
es imposible. Tiene que ser una artimaña.

—No sé qué pretendes conseguir de nosotros porque es absurdo.


Soy muy consciente de todos mis hermanos.

Se ríe.
—Lo siento hombre, pero no es así. Mi madre no es de... aquí.
—Agita la mano haciendo un gesto detrás de mí hacia el recinto—.
Vivimos en Hobart.

Mi mente se tambalea y me marea lo que está diciendo. Sacudo


la cabeza y me froto las sienes.

—Perdona que dude en creerte. Mi padre apenas hablaría con


un filisteo y mucho menos se acostaría con una.

Su cara cae mientras traga y busca en su bolsillo trasero,


deslizando un papel doblado a través de la puerta. Tomando el
papel, lo abro, y hace que mis rodillas se conviertan en tambaleen.

Es una foto de mi padre con el brazo alrededor de una mujer


muy joven hinchada con un bebé.

—Nunca lo conocí. Le dio esto a mi madre antes que naciera.

Lentamente enderezo el papel, mis ojos arden de lágrimas.

Shayne,

Nunca me conocerás mientras seas un niño. Soy un hombre


poderoso, y el conocimiento de tu existencia podría destruir
todo lo que mis antepasados han construido. Solo debes saber
que eres mi hijo, y que mi sangre sagrada corre por tus venas.
Cuando te conviertas en un hombre, encuéntrame. Tu madre
te dirá dónde, y para entonces, tendré una manera de darte
la bienvenida al recinto. Eres un Fitch, y tienes una vocación.
Rezaré todas las noches para que cuando llegue el día, la
honres.

Tu santo padre,

Hiram Fitch

La carta está escrita con pluma y tinta en lo que es claramente


la caligrafía de mi padre. Arrugando la foto y la carta en una bola,
la tiro por encima de la valla.

—No tienes vocación ni lugar aquí. Al parecer, eso murió con mi


padre. No vuelvas nunca a este recinto. —Quiero caer de rodillas y
gritar. Quiero maldecir a mi padre y a Zaaron. Siento que ambos
me han mentido y traicionado.

Marcho hacia Benji de pie junto a su carruaje.

—¿Te importaría explicarme cómo conoces a ese hombre?

Se lame los labios y traga antes de enderezar los hombros.

—Lo conocí mientras se escabullía por el borde del recinto.


Intentaba ver el interior y me preguntó por Hiram. Era mucho más
joven entonces... fue hace unos cuatro años. Me cayó bien, era
curioso, y me identifico con eso. Hicimos un trato. Yo le contaba
sobre la vida aquí, y él... me contaba cosas sobre la vida allá afuera.

Podría alcanzarlo y estrangularlo. Podría habernos puesto en


peligro a todos.

—Recibirás un castigo por esto. Creo que no hace falta decir que
no debes volver a hablar con él ni con ningún otro filisteo.

Es lo suficientemente inteligente como para decir simplemente:

—Sí, Profeta.

Me burlo de su idiotez y su rebeldía y me alejo de él. Mis


agradecimientos a los comentarios de los seguidores que pasan son
forzados mientras regreso al templo.

Atravesando la sala de reuniones vacía, me dirijo


inmediatamente a mi despacho. Necesito ver qué hay en esa caja.
Me dirijo directamente a mi escritorio y abro de un tirón el cajón
inferior que contiene la caja de madera. Con cuidado, lo coloco en
mi escritorio, justo delante de mí. Siento que aquí hay respuestas.
Respuestas que necesito desesperadamente. Rebuscando en la
parte superior de mi escritorio, contengo la respiración cuando mis
dedos rodean la llave maestra.

No entiendo por qué mi corazón late con miedo cuando se


desliza en el agujero con tanta facilidad. Tras una gran exhalación,
finalmente giro la llave. La cerradura se abre con un clic y mis dedos
levantan suavemente la tapa.
La decepción me consume cuando no encuentro más que una
pila de cuadernos. Suspirando, cojo uno de la parte superior y lo
abro. La fecha garabateada en el encabezamiento de la primera
página es julio de 1907. Cuando mis ojos se dirigen a la inscripción
del interior, un manto hecho de sombras se cierne sobre mí.

Nada en este mundo es más poderoso que el miedo. Crea el


terror dentro de ellos mientras te conviertes en su único medio
de escapar de él, y gobernarás la tierra. Te seguirán
ciegamente y te convertirás en su Dios. -Zaaron Fitch

No puedo tragar ni respirar mientras mis ojos siguen


recorriendo las palabras. Hacen falta muchas páginas antes de que
por fin entienda lo que estoy leyendo. Son planes para la Tierra
Ungida y para todo nuestro sistema de creencias.

Hay poder en los números. Si nos criamos entre los


seguidores, podemos moldear las mentes de las generaciones
venideras.

Página tras página leo las mentiras que mis antepasados


contaron a las multitudes. Habían planeado que la Tierra Ungida
se expandiera mucho más de lo que lo ha hecho. Las lágrimas
ruedan por mi cara mientras todo lo que he creído que era verdad
es arrancado. Ésta elaborada artimaña ha sido seguida por todos
los Profetas durante más de cien años. Hay instrucciones para que
los futuros Profetas mantengan su plan. Maté a mi padre antes que
pudiera contarme el secreto familiar.

Al pasar el título de "Profeta" al primogénito, y afirmar que


el poder está en la sangre sagrada, el control permanecerá
dentro de la línea de sangre Fitch.

Cinco cuadernos. Cinco cuadernos que controlaron la vida de


multitud de personas a lo largo de los tiempos. Habla de estar
seguros de mantenernos ocultos, encerrados de los futuros
avances, y de utilizar el miedo al abismo y a las limpiezas para
mantener a raya nuestras curiosidades. En los años 20, salir de la
Tierra Ungida se convirtió en algo muy desalentador. Las leyes de
edad de consentimiento estaban cambiando en toda América,
haciendo que las relaciones sexuales con un niño fueran ilegales.
Aterrorizando a los seguidores con historias del exterior, se
minimizaba el riesgo de ser descubiertos. Las historias que he
escuchado de los seguidores más antiguos dicen que para la década
de 1930 cualquier persona que no fuera funcionario religioso tenía
prohibido salir de las puertas.

Las leyes espirituales están escritas como una forma de


controlar y engañar. Los rituales son para implementar el miedo.
Zaaron, como yo lo conozco, no existe. No era más que un
ilusionista fracasado de la ciudad de Nueva York, un embaucador.
Su vanidad es evidente en sus escritos cuando habla que su
inteligencia está por encima de la de los agentes que lo rechazaron.
Se trasladó a Oklahoma en 1906 y convenció a sus primeros
seguidores que era Dios en el cuerpo de un hombre realizando
milagros. Tiene listas de ilusiones, estafas y la forma de llevarlas a
cabo, el truco de envenenamiento de mi padre entre ellas.

Las mismas palabras se utilizan a lo largo de las páginas.

Miedo.

Muerte.

Tormento.

Aislamiento.

Sufrimiento.

Control.

Poder.

Dios.

Zaaron era solo un hombre; un hombre arrogante y egoísta que


quería ser adorado y era capaz de aterrorizar y convencer a la gente
de sus engaños. El sentimiento de hundimiento en mi pecho
amenaza con tragarme entero cuando me doy cuenta que no hay
Estrella del Paraíso. No hay abismo. ¿Existe Dios? ¿Existe el mal?

Aprieto los ojos. En la oscuridad, veo a Jameson Johnson


profanando a su hijo antes que remolinos de naranjas y rojos
empañen mi visión. Los colores se aclaran a medida que mi padre
golpea a mis madres y hermanos y pasan por mis párpados.
Lanzándome al pasado, mis recuerdos corren desbocados, y me
encuentro en el pasillo la mañana después que Laurel Ann fuera
violada por mi padre. Al pasar la lengua por mis labios, casi puedo
saborear su beso. Puedo ver el terror en los ojos de mi padre cuando
le corté la lengua, las hermosas formas que su sangre hizo en el
agua. Como si se estuviera reproduciendo ante mí, veo cómo la luz
abandona los ojos de Jameson Johnson cuando le clavo la horquilla
en el pecho. Todo se repite en mi mente una y otra vez hasta que
grito. Los pies de Serah Johnson colgando en el granero, Laurel Ann
inconsciente en la tumba.

Sí, el mal existe. Lo he visto. Solo que estaba escondido detrás


de mis creencias.

Estoy asustado y confundido. Siempre he rezado durante la


agitación... ahora, nadie me escucha. Lloro por la pérdida de mi fe.
He desobedecido, sí, pero nunca dudé, nunca cuestioné si era
verdad. Había mucha más seguridad en eso de lo que yo creía.
Ahora que me la han quitado, no tengo ni idea de quién soy.

El vacío que hay en mi interior se desvanece con los recuerdos


de Laurel Ann riéndose de mí cuando me metía en problemas en
clase, la hermosa forma en que se sonrojaron sus mejillas el día que
le di las flores para su corona. Pensé que quedarían bonitas en tu
cabello. La forma en que estaba seguro que mi corazón iba a
explotar cuando me di cuenta que era ella en la carnicería. Nuestros
besos, su piel bajo mis dedos, sus gemidos, mi nombre entre sus
susurros.

Nuestros votos robados.

Ni siquiera en la muerte nos separaremos.

Recojo los cuadernos, colocándolos dentro de la caja tallada y


luego de nuevo en mi escritorio antes de correr por la puerta de la
sala de reuniones. Ella es lo único de lo que estoy seguro. Siempre
he estado seguro, y en este momento, necesito algo más que su
recuerdo.
La luz del sol atraviesa el suelo de madera del vestíbulo cuando
Laurel Ann entra corriendo en la sala de reuniones como si pudiera
sentir a mi corazón llamándola.

Deja caer el dobladillo de su vestido y respira:

—¿Es cierto? Se dice que un filisteo llegó a las puertas. La gente


se está asustando.

No sé cómo decírselo. No sé cómo decírselo a ninguno de ellos.


Me apresuro a bajar los escalones para encontrarme con ella entre
los bancos. Necesito algo, alguien que sea real. Ya no hay nada que
me aleje de ella. Ningún honor, ninguna devoción, ninguna fe.

Agarro su mano y tiro de ella hacia el templo.

—Profeta, ¿qué está pasando? ¿Qué ocurre? —Apretando su


mano, la conduzco al pasillo trasero y a la última sala de espera.
Una vez cerrada la puerta, le quito el gorro de la cabeza y la beso
mientras la acerco a la cama. Aparta sus labios y frunce las cejas,
dedicándome una sonrisa insegura—. ¿Seguro que estás bien?

Desato las cuerdas de su gorro y tiro de su cabeza hacia atrás,


exponiendo su cuello ante mí.

—Ahora mismo, lo único que tengo claro es que necesito estar


dentro de ti.

Beso su cuello y la hago girar, ella gime suavemente mientras la


inclino sobre el colchón. Mi polla se esfuerza con la necesidad de
liberarse. Desabrocho mis pantalones y los empujo hacia abajo lo
suficiente como para apretar mi polla. Le acomodo las capas del
vestido en la cintura hasta que puedo alcanzar sus calzones,
bajándolos por sus muslos.

Mis dedos acarician su resbaladizo coño antes de introducirme


en él. Su cuerpo se contrae en torno al mío, acogiendo mi intrusión.
Gimo y trato de ir más profundo... todo lo que puedo.

—¡Zeb! —Ella tira de la colcha con su grito.

—Si me voy, ¿vendrías conmigo?


Su cabeza se vuelve hacia mí.

—¿Qué? —gime.

Me inquieta que su respuesta no sea inmediata. Embistiéndola


con fuerza, vuelvo a preguntar.

—Si dejara la Tierra Ungida, ¿vendrías conmigo? —Le cuesta


procesar la pregunta, así que la follo con más fuerza—. ¡¿Sí o no,
Laur?!

—¡Sí! —grita.

Empujo su vestido más arriba de su cuerpo y levanto sus


caderas lo suficiente para que sus pies se levanten del suelo. Mi ira
por todas las mentiras, mezclada con la pérdida de la vida que
podría haber tenido, y el miedo a lo que sucederá a continuación,
estallan dentro de mí. Cada vez empujo con más fuerza. Ella gime,
goteando sobre mi polla, mientras la puerta de la sala de espera se
abre.

—Ahí tienes...

Jacob está de pie con la mandíbula floja junto a Ezekiel, Mia y


Marybeth.

Salgo de ella de un salto para subirme los pantalones mientras


Laurel Ann se sube a la cama. Marybeth se pone a llorar al instante,
pero Mia... Mia está enfadada.

—De acuerdo, escucha. —Intento formar algún tipo de


justificación cuando Jacob vuela por la habitación y saca a Laurel
Ann de la cama por el brazo.

—¡Bruja adúltera!

—¡No, Jacob! ¡Espera!

Laurel Ann se retuerce y patalea mientras él le sujeta los brazos


a la espalda. Me abalanzo sobre él cuando Zeke me empuja contra
la pared, la rabia ardiendo en sus ojos azules.
—¡Su maldad te ha manchado claramente, hermano! ¿Cómo has
podido hacer esto? —Intento avanzar, y me empuja de nuevo—. ¿A
tus esposas? ¿A Benji? ¿A todos nosotros? —Una vez más, me
empuja tan fuerte que mi cabeza se golpea contra la pared—. ¡Eres
nuestro Profeta!

Detrás de él, Jacob arrastra a Laurel Ann fuera de la habitación.


Mia me mira fijamente y aleja a una Marybeth histérica.

—¡Por favor, Zeke! ¡No puedes dejarlo hacer esto! ¡No lo


entiendes!

—Entonces dime, Profeta —gruñe—. ¿Qué podría mejorar todo


esto?

Abro la boca, pero no sale ningún sonido. No sé cómo decirlo.


Se burla y se da la vuelta, cerrando la puerta tras de sí. Me precipito
hacia ella demasiado tarde, golpeando la madera.

—¡No es real! Nos han mentido toda la vida. Nos ha mentido toda
la vida! —Mis puños palpitan mientras doy puñetazos, patadas y
hago todo lo posible para derribar esta maldita puerta—. ¡Puedo
probarlo!

Dejando escapar un suspiro, dejo caer las manos. No puedo


dejar que esto le ocurra a ella. Cuando la cerradura hace clic, mi
corazón se acelera y doy un paso atrás para ver cómo gira el pomo
de latón de la puerta. La puerta se abre para dejar ver a Ezekiel de
pie con los brazos cruzados.

—Tienes diez minutos.


29
SELLADO CON ROSCA

Laurel Ann
Los dedos de Jacob se hunden en la carne de mi brazo mientras
me arrastra desde el templo, a través del terreno común, hasta
llegar a la sala médica.

—¡Has envenenado y seducido a nuestro Profeta por última vez,


puta!

Oigo a la novia de Zebadiah llorando detrás de nosotros. Todo


este tiempo he estado tan preocupada por los sentimientos de Mia
que no he tenido en cuenta a su hermana-esposa. Casi espero que
Zeb nos persiga y trate de detener esto, pero entiendo por qué no lo
hace. Acepto que soy la ramera en este escenario porque soy igual
de culpable. Permití que un hombre, que no era mi marido, tomara
mi cuerpo. No importa el hecho que ambos estemos atados a otras
personas.

La noticia no tardará en recorrer la Tierra Ungida. Estaba


destinado a salir en algún momento. Lo que más me preocupa es lo
que nos pase a mí y a Zeb ahora. La gente siempre estará
observándonos, sospechando. Tendremos que luchar por cada
momento, y aunque yo lucharé hasta morir, pedirle a él que haga
lo mismo parece cruel.
Sé lo que planean hacerme. No soy la primera adúltera que
camina por los terrenos de la Tierra Ungida.

De repente, un fuerte golpe, seguido de una gran agonía me


recorre la columna y mi cuerpo se tambalea por el impacto. Grito
cuando me golpean de nuevo en el brazo. Una gran piedra cae a mis
pies y oigo a mi hermana detrás de mí.

—¡Marybeth, no! —Mia grita agarrando su brazo.

—¿No lo viste con ella? —Marybeth grita—. ¡Es mi marido, y sin


embargo prefiere acostarse con esa puta que conmigo! ¡Merece ser
lapidada hasta la muerte!

—Debes dejar que la ley se ocupe de ella ahora —dice Mia,


intentando consolarla.

La muchedumbre se reúne para ver lo que está sucediendo,


mientras Marybeth grita a todo pulmón.

—¡No fue erradicada de su maldad como nos hicieron creer! Ha


seducido a nuestro Profeta en su cama.

Los murmullos suenan detrás de mí mientras Jacob me arrastra


hacia la sala médica. El doctor Kilmer tiene las gafas puestas sobre
la nariz mientras levanta la vista de sus textos médicos al ver
nuestra entrada.

—La encontraron fornicando con el Profeta —anuncia Jacob,


obligando a mis oídos a arder de mortificación—. Su entrada
femenina debe ser cerrada.

El doctor Kilmer cierra su libro y se levanta, dejando sus gafas


sobre el escritorio. Miro hacia la puerta abierta que da acceso a la
clínica, y veo a la hermana Madeline asomarse por ella.

—Sí, Consejero. Por supuesto.

Jacob me empuja hacia el doctor Kilmer y abre la puerta.

—El Apóstol estará aquí para leer las escrituras ya que el Profeta
está claramente incapacitado en este momento. —No lucho contra
mi destino mientras el doctor Kilmer me conduce al interior de la
clínica.

—¿Qué necesitas de mí, esposo? —pregunta la hermana


Madeline.

Se frota la sien.

—Asegúrate de que su vagina esté limpia. Prepararé la aguja y


el hilo.

Le hace un gesto con la cabeza, y cuando sale de la clínica, su


cabeza se mueve en mi dirección.

—¿Qué has hecho, niña?

Me siento avergonzada, pero no es por lo que hice con Zeb, sino


porque ahora todo el mundo tiene que saberlo.

—Lo amo, hermana Madeline. —Incluso mientras lo digo, sé que


ella no lo puede entender. No se trata de amor. Se trata del deber,
la fe y el honor.

—Oh, Laurel Ann. Te advertí de esto. Ahora no puedo hacer


nada para evitarlo. —Pareciendo vacilar entre la ira y la tristeza, me
guía hacia una silla negra junto a la cama—. Quítate los calzones,
levántate las faldas hasta la cintura y siéntate. —Hago lo que me
dice mientras levanta cada una de mis piernas a los estribos fijados
a la silla. Fijándolas a los soportes, las eleva para inclinarme hacia
atrás—. Después del procedimiento, debes asegurarte de no abrir
demasiado las piernas.

Mi corazón late desbocado y mi sí se queda atrapado en mi


garganta con mi sollozo. Se acerca a mi lado y me abrocha un
cinturón alrededor del torso y las muñecas. Abre el armario y saca
un frasco marrón oscuro, otro transparente, una maquinilla de
afeitar, un bote de crema de afeitar y un montón de paños. Coloca
los objetos sobre la mesa y me mira.

—¿Merecía la pena actuar por tu amor? —espeta en un


susurro—. ¿No crees que todos hemos amado a aquellos con los
que no podemos estar? Se trata de la obediencia y el sacrificio hacia
Zaaron para merecer un lugar en la Estrella del Paraíso. El Profeta
no era tuyo para tomarlo.

Las lágrimas me escuecen los ojos. Me merezco tener miedo. Ella


tiene razón. Seguí mis sentimientos por Zebadiah y lo guíe hacia el
pecado, permitiendo que se antepusieran a mi deber con Zaaron.
Profané implementos sagrados en el calor de la lujuria mientras
conducía al hombre más sagrado del mundo hacia la maldad. Me
merezco esta penitencia y más.

Toma la maquinilla y la crema de afeitar después de sacar un


cuenco de agua del lavabo. Mientras me quita el vello de entre mis
piernas, entra el doctor Kilmer con un plato. Giro la cabeza para
mirarlo cuando lo deja todo a un lado. La aguja de sutura es larga
y curvada y me hace tragar involuntariamente. El hilo atado junto
a ella es blanco y grueso. Creo que podría enfermar. Sé que esto se
debe a mis decisiones, pero gimo, intentando no suplicar. Enhebra
la aguja una vez que la hermana Madeline me limpia. Cuando aplica
el yodo sobre mi piel sensible, está frío, y jadeo mientras un
escalofrío me llega a los dedos de los pies.

—¿Está preparada?

La hermana Madeline asiente, poniéndose de pie para permitir


que el doctor Kilmer ocupe su lugar en la silla. Sus gafas descansan
sobre su nariz mientras endereza el hilo. Mira entre mis piernas y
mi cara se calienta de vergüenza. Aprieto los ojos, conteniendo la
respiración, cuando siento que la Hermana Madeline agarra mi
mano.

Sus manos son mucho más grandes que las suyas cuando pasa
un dedo por mi abertura y separa los labios. Dejo caer lágrimas de
vergüenza cuando mete la mano en mi vagina, levantando la
sensible piel que rodea mi entrada. Apretando los dientes, la aguja
presiona en mi carne, y cuando la atraviesa a la fuerza para perforar
el primer lado, el dolor es ardiente y mi grito sale con fuerza. Tira
del músculo tenso del otro lado, empujando al instante la aguja y
tirando del hilo a través de los agujeros. El hilo se tensa más cuando
vuelve a introducir la aguja, repitiendo el proceso y sellando mi
lujuriosa abertura. Mi cuerpo se estremece mientras me permito
sollozar libremente. El agarre de la hermana Madeline se tensa
cuando escucha el sonido de una puerta al abrirse.
—Como parece que el Apóstol está atendiendo otros asuntos en
este momento, voy a leer las escrituras.

Abro los ojos lentamente para ver a Jacob caminar junto al


doctor Kilmer y agacharse para inspeccionar su trabajo. El doctor
clava la aguja, y mi humillación y dolor danzan juntos con cada
tirón del hilo.

La opresión se hace más intensa y grito con cada pinchazo de la


aguja. Casi agradezco que Jacob se levante a leer las escrituras para
tener algo más en lo que concentrarse.

—Laurel Ann Johnson, fuiste encontrada participando en actos


obscenos de naturaleza sexual con un hombre que no era tu
marido. El hecho que el hombre al que sedujiste no fuera otro que
el Profeta me hace pensar que tu paso por la tumba de la abolición
no fue del todo exitoso. ¿Niegas estas acusaciones?

El doctor Kilmer vuelve a clavar la aguja, haciendo que grite mi


respuesta.

—¡No, Consejero!

—Estas son ofensas graves. Para permanecer en la Tierra


Ungida, debes expiarlas. Debes permanecer cerrada durante el
tiempo que dure tu interrogatorio, así como durante la duración de
tu limpieza. —Asiento con la cabeza, y el doctor Kilmer me cierra
con más fuerza, haciéndome aspirar entre los dientes. Jacob se
aclara la garganta y abre el Verdadero Testamento en una página
marcada—. No hay lugar para la lujuria en la Tierra Ungida. La
lujuria es un caldo de cultivo para el mal, y debe ser sofocada. Si
bien ambas partes deben pagar la penitencia, aquellos en cuyos
cuerpos se ingresa son los seductores y, por lo tanto, se les debe
impedir que sigan seduciendo. El orificio que fue utilizado de
manera sexual debe ser cosido con aguja e hilo hasta que sus almas
sean purificadas de todo pecado anterior, a través de un ritual de
limpieza. —Pasa la página y continúa mientras las lágrimas fluyen
constantemente por mi cara. No sé cuántas veces más podré
soportar que la aguja atraviese mi tierna piel antes de
desmayarme—. El adulterio es uno de los pecados más egoístas. Es
el destructor de nuestras familias y un enemigo de Zaaron. La
limpieza para los que cometen tales actos será de naturaleza
extrema para asegurar que el pecado no se vuelva a cometer. Si el
seductor excede de tres ofensas, el cierre será permanente. 23:10A
hasta C. —Cierra El Verdadero Testamento.

El doctor Kilmer ata el hilo y casi muero de alivio. Lloro cuando


presiona un paño contra mi entrada recién cosida, incluso el más
simple toque envía un agudo dolor a través de mis venas,
aumentando la temperatura de mi cuerpo. Se levanta con el paño
manchado de sangre y se sube las gafas a la nariz. Extendiendo la
mano, toma el frasco transparente de la hermana Madeline.
Cuando lo vierte sobre mis heridas punzantes frescas, me arde
tanto que sollozo y lucho contra mis ataduras.

—El procedimiento ha terminado, Consejero.

Jacob me mira fijamente y gruñe:

—Déjenme a solas con ella. —La hermana Madeline me da unas


palmaditas en la mano y sigue al doctor Kilmer fuera de la clínica.
Mi respiración es agitada por mi intento de controlar el dolor. Una
vez que se han ido, Jacob se sienta donde lo había hecho el doctor,
metiendo la mano entre mis muslos—. Vamos a ver que tan bien
hizo su trabajo el buen doctor. —Separa mis labios y su dedo
empuja el hilo. Lloro por la conmoción cuando intenta meter el dedo
entre el hilo, tirando de las heridas frescas—. Satisfactorio —afirma,
poniéndose de pie para poner sus manos sobre mis rodillas—. Nos
has causado a mi familia y a este recinto nada más que sufrimiento.
Te gusta tanto abrir las piernas, ¿por qué no las abres para mí,
zorra? —Empujando hacia abajo en mis muslos, grito al ver que el
hilo es llevado a su límite. En el mismo momento en que creo que
va a desgarrarme, me suelta, y yo jadeo entre mis lágrimas. Me
desata las piernas junto con la muñeca derecha—. Levántate y
tápate el agujero, puta.

Resoplando, me desabrocho la otra muñeca y el cinturón que


me rodea el torso. Con las piernas temblorosas, me pongo de pie
para recuperar mis calzones de la cama. Jacob mete la mano en el
bolsillo y saca una cuerda para atarme las manos.

Quiero saber qué le han hecho a Zeb. Me gustaría que estuviera


aquí Ezekiel en lugar de Jacob, a quien no me atrevo a preguntar.
Me arrastra por el pasillo médico mientras la hermana Madeline me
mira con pena. Cuando me conduce por la puerta principal, no veo
a Mia ni a Marybeth entre la multitud de seguidores que gritan.

—¡Maldad!

—¡Adultera!

—¡Puta del diablo!

—¡Seductora!

Lanzan piedras, golpeando mis piernas y mi espalda hasta que


una golpea mi cabeza. Mi visión vacila y pierdo el equilibrio,
cayendo al suelo. Jacob me levanta de un tirón y cuando una piedra
le golpea en la cara y grita:

—¡Basta! En breve los llamarán a todos. ¡Regresen todos a sus


deberes!

Obedecen, pero no bajan la voz mientras me arrastra hacia el


templo.

—Todavía debe estar poseída para poder seducir al Profeta.

—Pobre hermana Mia. ¡Su propia familia!

—Siempre ha tenido un espíritu rebelde.

Intento seguir su ritmo aunque es inútil, y sigo tropezando. Al


entrar en el vestíbulo, busco a Zebadiah. Una parte de mí espera
que haya deshonrado mi nombre porque no hay razón para que
ambos suframos.

Aceptaré de lo que me acusan y pagaré el precio. Si Zeb confiesa


que me desea y me ama, todo se desmoronará. Nunca consideré
que estaba arriesgando los cimientos de todo el recinto al seguir mis
deseos carnales. Un Profeta nunca ha sido acusado de tales actos.
No sé qué le ocurrirá si se enteran que, a sabiendas, desobedeció la
voluntad de Zaaron al tocarme.

Jacob me arrastra por el escenario hasta el pasillo trasero.


Abriendo la puerta de la sala de espera contigua a la que nos han
atrapado, me empuja dentro y me desata las muñecas.
—Te quedarás aquí hasta tu limpieza —me informa antes de dar
un portazo.

La habitación da vueltas a mi alrededor, haciendo que mi


estómago se revuelva de náuseas, me tambaleo hacia la cama para
tumbarme. En cuanto mi cabeza toca la almohada, lloro sobre ella.
30
LA ELECCIÓN DEL PROFETA

Zebadiah
Zeke me sigue hacia mi oficina, parándose frente a mi escritorio.
Tiene los brazos cruzados, la curiosidad y la rabia luchando en su
expresión. Alcanzo la caja que contiene los cuadernos y empiezo a
dudar. Si se invirtieran las tornas, ¿cómo sería escuchar esto de
Zeke? Estoy literalmente a punto de destrozar su mundo. Me
tiemblan las manos cuando coloco la caja sobre el escritorio y
levanto la tapa.

—Basta con el suspenso. Solo dime de qué estás hablando.

—¿Quieres sentarte al menos?

Resopla y pone los ojos en blanco mientras hace lo que le pido.


Le acerco la caja.

—No me creerás si te lo digo. Tienes que verlo por ti mismo.

Su ceja se arquea y mete la mano en el interior para sacar el


primer cuaderno. Mientras sus ojos escudriñan las palabras, la
confusión controla sus rasgos. No veo que su pecho se mueva ni
una sola vez hasta que por fin se da cuenta y deja escapar un
sollozo.
—Es... tiene que haber una explicación. Esto es ciertamente
falso... —Su voz se quiebra a punto de producir lágrimas—. Tiene
que ser...

Me duele el pecho mientras sacudo la cabeza. Todo en mi


interior desea que eso sea cierto.

—Sigue leyendo. Está todo ahí. No es un fraude.

Veo cómo se entera de todas las mentiras que nos dijeron al


nacer. Las lágrimas caen de sus ojos, y me mata ver a mi hermano
llorar. Él es duro. Siempre lo ha sido, y es inquietante verlo
quebrarse.

—Él sabía... —Sus ojos están furiosos cuando se encuentra con


los míos—. El bastardo lo sabía.

—Mi padre, el abuelo Josiah, sus padres y abuelos. Todos ellos


lo sabían.

Arroja el último cuaderno al otro lado del escritorio.

—¿Por qué? ¿Qué sentido tenía todo esto?

Me río, pero no porque sea gracioso.

—Poder, control, vanidad... las mismas cosas contra las que


predicaban.

—¿Qué hacemos ahora?

Ahora que le he demostrado lo que pretendía, vuelve mi urgencia


y me pongo en pie.

—Vamos a buscar a Laurel Ann.

Se inclina hacia delante, arrancándose el sombrero.

—¿Estás loco? Harás que las cosas empeoren para ambos si


intentas eso ahora. Por lo que saben los seguidores, has sido
seducido por una puta del Diablo. —Oír mencionar a Laurel Ann de
esa manera hace que mi piel se caliente tanto que casi me
estremezco—. Si te atrapan, te colgarán en la estación de limpieza.
Nuestra mejor opción es liberar los libros.
La idea se me ha pasado por la cabeza, aunque conozco el poder
de los números y la fe ciega.

—No se sabe en qué dirección iría eso. Les estamos diciendo que
Zaaron no es nuestro Dios, que no es un Dios en absoluto. Estamos
reprendiendo todo lo que nos enseñaron como verdad. No puedes
esperar que eso se tome bien.

—¿Entonces qué?

—Tenemos que acabar con esto.

En este momento, no tengo ni idea de cuál sería la forma


correcta o incorrecta de afrontar esto. Tengo que seguir mi mente,
mi corazón y mis instintos porque ya no tengo nada más.

—¿Qué significa eso? —Su mano golpea el reposabrazos,


claramente exasperado por mi vaguedad.

Apoyo los antebrazos en mi escritorio, preguntándome si


intentará detenerme.

—Necesito que me lleves a la ciudad.

Frunciendo el ceño, se dirige a la puerta de mi despacho, con la


rabia en los puños y la pérdida en los hombros.

—Déjame ir a buscar el carruaje.

Recojo los cuadernos cuando se va, los vuelvo a meter en la caja


y me guardo la llave en el bolsillo. Me quito el colgante del sigilo y
lo tiro sobre el escritorio antes de abrir el último cajón y meterme
en el bolsillo el trozo ensangrentado de la vieja prenda de Laurel
Ann. Miro por la ventana trasera y veo a Ezekiel acercándose por
detrás del templo con el caballo y el carruaje.

Atravieso corriendo la sala de reuniones hasta el vestíbulo,


respiro profundamente y abro la puerta para asomarme al exterior.
Los seguidores parecen haber vuelto a sus tareas cotidianas, así
que me deslizo con urgencia por los escalones, deslizándome entre
el templo y la escuela. Una vez fuera de la vista del terreno común,
corro al encuentro de Zeke. Salto a la parte trasera del carruaje,
tumbándome para estar oculto.
Momentos después, oigo a mi primo que vigila las puertas.

—Apóstol, ¿te vas ahora? ¿Con todo lo que está pasando?

—Por eso me voy, para ocuparme del filisteo que ha venido a


hacer sus ridículas reclamaciones.

Una excusa muy inteligente. Estoy orgulloso de él por haber


pensado en eso.

—Por supuesto, Apóstol.

El chirrido de la puerta al abrirse permite que el oxígeno salga


de mis pulmones mientras el carruaje se mueve de nuevo.

Después de unos momentos, Zeke me dice:

—Ya puedes sentarte aquí. —Me subo a los asientos cuando


pregunta—: ¿Adónde vamos?

—A ver al único filisteo en el que confío a medias.

Una vez que lo digo, me doy cuenta que no es una filistea.


Ninguno de ellos lo son. Simplemente, sus antepasados no se
creyeron las mentiras. Aunque lo sé, me resulta difícil cambiar mi
forma de pensar. El primer encuentro que tuve con esta chica fue
poco amistoso. Solo espero que quiera a Laurel Ann tanto como
dice.

Entramos en Hobart, y si Zeke duda de mí, no lo dice. Le dirijo


a través de la ciudad hasta la antigua calle de Laurel Ann,
señalando su casa cuando nos acercamos.

—Aquí.

Zeke aprieta las riendas, deteniendo a los caballos.

—Lo que sea que estés planeando... ¿estás seguro de ello?

Sacudo la cabeza mientras salto del carruaje.

—No.
Sus fosas nasales se agitan, pero me sigue a través del patio y
hasta el porche. Nos miramos y levanto el puño para llamar a la
puerta.

—¡Uf! ¿Hablas en serio? —Oímos a quien supongo que es Kaila,


la amiga de Laurel Ann, desde el interior de la casa. Después de
escuchar el sonido de unos pasos fuertes, la puerta se abre de
golpe—. ¿Qué? —Está reluciente de sudor y su cabello tiene rizos
que se escapan alrededor de su cara. Lo que me inquieta es su
estado de vestimenta. No lleva nada más que su ropa interior, que
es considerablemente más reveladora que la que se usa en el
recinto. Mientras muevo la cabeza hacia un lado, los ojos de Zeke
no dejan de recorrer su cuerpo de arriba abajo. Le golpeo en el brazo
para que deje de violentarla con su mirada—. Oh, qué sorpresa más
jodida. ¿Qué demonios estás haciendo aquí? —Se cruza de brazos
hasta que sus ojos se entrecierran al darse cuenta—. Juro por Dios,
y no por el tuyo, que más vale que no le haya pasado nada a Laurel
Ann.

Trato de mirarla sin ver su atuendo.

—¿Te importaría vestirte para esta conversación?

—Esta es mi ropa de entrenamiento, Profeta McPrude, y me


pondré lo que me dé la gana.

Zeke resopla, y yo la miro fijamente.

—Bien. ¿Podemos entrar? Esto es de naturaleza sensible.

Mira entre nosotros, suspira y hace un gesto hacia la casa.

—Muy bien. —Entramos, nos quitamos los sombreros y nos


lleva al salón principal—. Lo primero es lo primero, ¿está bien
Laurel Ann?

Cerrarse será doloroso y le causará mucho sufrimiento, aunque


se curará de ello, así que le doy una respuesta que sea algo honesta
y que consiga que me escuche.

—Sí, Laurel Ann estará bien.


Toma una toalla de una mesa y se deja caer en el sofá para
secarse.

—¿Qué pasa entonces?

Me siento en una silla y miro la pantalla del televisor. Tiene una


imagen de una mujer vestida de forma similar a la de Kaila,
congelada en pleno movimiento. Zeke se sienta en la silla azul a mi
lado mientras yo respiro profundamente.

—No sé cuánto te ha contado Laurel Ann sobre nuestra


procedencia. Fuimos criados con un sistema de creencias y leyes
específicas a seguir. —Le entrego la caja y saco la llave maestra de
mi bolsillo—. Hace poco encontré esto—. Ella toma la caja y la llave
con una ceja levantada—. Documentos que prueban que todo lo que
nos han enseñado eran las mentiras de un hombre vano. No sé
mucho sobre sus leyes, pero las chicas más jóvenes que tu "edad
de consentimiento" están siendo atadas y embarazadas por
hombres que les superan la edad. Nuestros rituales son abusivos y
extremos.

—Estoy esperando la parte que aún no conozco. —Kaila se


acerca a una pequeña mesa, colocando la caja encima antes de
llevarse un cigarrillo a la boca y prenderlo con un encendedor de
bolsillo.

Puede que no sea necesariamente malvada, pero definitivamente


es insolente.

—Pensaba que lo que hacíamos era correcto, lo que nos pedía


un Dios todopoderoso. Ahora que sé lo que sé, no puedo permitir
que continúe lo que ocurre en el recinto. Si acudes a tus
autoridades para hablarles de los niños, ¿lo detendrán?

Sus ojos se abren de par en par mientras echa humo como un


demonio.

—Oh, lo detendrán. Harán una redada. Se llevarán a los niños


y probablemente arrestarán a un grupo de ustedes.

—Zebadiah —dice Zeke—. ¿Qué estás haciendo? Son inocentes.


Ella inclina la cabeza en señal de acuerdo mientras apunta su
cigarrillo a Zeke.

—El tirantes sexys de allí tienen razón. ¿Por qué no les enseñas
esto? Dales la oportunidad de tomar la decisión correcta.

La verdad es que sé que lo que dice es lo más amable. También


sé lo tercos que pueden ser los seguidores. Hay pasajes en el
Verdadero Testamento que mencionan circunstancias en las que la
muerte por lapidación se hace en lugar de la excomunión por miedo
a esto mismo. Esto definitivamente cae en la categoría de Negar la
existencia de Zaaron. No ha sucedido en mi vida, pero si esa es la
elección del recinto, será demasiado tarde para detenerlo.
Entonces, ¿qué harían con Laurel Ann? Seguramente le echarían la
culpa a ella. Sacudo la cabeza. No voy a permitir que la pongan en
peligro.

—Es hora de pagar por nuestros pecados y los de nuestros


padres. Cada parte de mí siente que este es el camino correcto, y
eso es todo lo que tengo que seguir ahora.

El rostro de Ezekiel se endurece mientras asiente.

—Puede que ya no seas mi Profeta, pero eres mi hermano, y


siempre confiaré en ti.

Vuelvo a mirar a Kaila, que tiene lo que admito a regañadientes


que es una dulce sonrisa en su rostro. Rebusco en mi bolsillo y saco
el trozo de tela los calzones de Laurel Ann.

—Una última cosa. —Sus ojos se abren de par en par con horror.

—¡Santo cielo, psicópata, eso es sangre!

—Esto es más bien de carácter personal. No sé qué pasará con


ninguno de nosotros cuando todo esto ocurra, y me gustaría saber
que esto se guarda en algún lugar seguro. ¿Puedo confiar en que lo
guardes por mí?

Su nariz se arruga como si oliera algo asqueroso.

—¿Qué es?
Me vuelvo inconscientemente hacia Zeke, avergonzado de estar
diciendo esto delante de él. Se inclina hacia delante, apoyando los
codos en las rodillas. Levantando las cejas, y me tiende la mano
para que continúe.

Suspiro y acaricio la tela en mi mano.

—Cuando Laurel Ann tuvo por primera vez su sangre de la


inocencia, la ayudé a esconder la ropa interior manchada. Nos
atraparon, y nuestra penitencia fue su atadura a mi padre. Me colé
en su estudio y guardé este trozo de su ropa interior. Fue todo lo
que tuve de ella durante años.

Su expresión se suaviza en una similar a la que tienen mis


hermanas cada vez que ven cualquier tipo de animalito.

—Eso es en realidad un poco dulce en una forma realmente


espeluznante y acosadora. —Se levanta con el cigarrillo en la boca—
. Todavía no hay manera que toque esa mierda. Voy a coger una
Ziploc.

Desaparece en la cocina, y cuando miro a Zeke, él está mirando


su culo apenas cubierto.

—¿Disfrutando de la vista, hermano?

Se ríe, se frota el cuello y mira alrededor de la casa. Kaila vuelve


con una bolsa transparente y resbaladiza, y me la lanza.

—Ponlo ahí y te lo guardaré.

—Gracias. —Respiro profundamente mientras lo pongo dentro y


se lo devuelvo.

Deslizando sus dedos por la parte superior de la bolsa, se dirige


a un escritorio contra la pared, abre el cajón superior y coloca la
bolsa en el fondo, debajo de una pila de papeles.

—Entonces, ¿cuándo voy a hacer esto?

Mi corazón se acelera ante la realidad de su pregunta y me


pongo en pie.
—Inmediatamente si es posible. Aunque la vida de Laurel Ann
no corre ningún peligro, si no te das prisa le ocurrirá más daño.

Se queda con la boca abierta.

—¿Ahora me dices esto, imbécil?

Me trago su falta de respeto porque no es precisamente


injustificada.

—Necesitaba que me escucharas primero.

Se da la vuelta para tomar la caja y la llave. Atravesando la


habitación, recoge una bolsa amarilla del suelo junto al reposapiés.

—Bueno, ya te escuche, ahora voy a recuperar a mi amiga. —


Ella abre la puerta de su casa, tirando de las correas de su bolsa
sobre su hombro—. Lo que sea que vayas a hacer, será mejor que
lo hagas rápido.

Sigo a Ezekiel por la puerta principal mientras asiento a Kaila.

—Gracias. Por esto, y por ser siempre una amiga para Laurel
Ann.

Me pone una mano en el brazo y lucho contra el impulso natural


de estremecerme ante su contacto.

—Si la ves antes que yo, dile que la amo.

Cuando nos acercamos al recinto, los mirlos atraviesan un cielo


cubierto de relámpagos. Un momento después, los truenos
resuenan a nuestro alrededor, y Zeke da un tirón a las riendas del
caballo para que vayamos más rápido.

—¿Vamos a hablar del filisteo que dice ser nuestro hermano?


Me burlo:

—¿Realmente lo dudas ahora?

Se pasa la mano por la boca.

—No sé qué dudar o creer en este momento. —Mueve la cabeza


hacia atrás—. Nos estamos acercando. Tal vez quieras subir a la
parte de atrás. —Me bajo al asiento y, justo cuando me tumbo, me
pregunta—: Espero que estés seguro de esto.

—Yo también. —Y añado—: Cuando lleguemos, retrocede detrás


del templo. Quiero ver cómo está Laurel Ann.

Asiente con la cabeza.

—¡Heyah!

El carruaje va más rápido mientras las gotas de lluvia golpean


el techo. Me tumbo en la parte de atrás y, al cabo de unos instantes,
Zeke atraviesa las puertas. Cuando dejamos de movernos, mira por
encima del asiento.

—Estamos aquí. La lluvia tiene a casi todo el mundo dentro, así


que no deberían vernos.

Salgo, corriendo al instante junto al templo con Zeke pisándome


los talones. El viento se levanta, haciendo volar mi chaqueta cuando
subo los escalones. Entramos y atravesamos el vestíbulo. Suspiro
aliviado al ver la sala de reuniones vacía. La luz parpadea en las
ventanas cuando me apresuro a subir al escenario. Zeke está justo
detrás de mí mientras corro por el pasillo y me dirijo a la primera
sala de espera. Saca rápidamente una llave de su bolsillo y abre la
puerta. El BOOM del trueno suena en el momento en que irrumpo
en el interior.

Laurel Ann se levanta de la cama de un salto y sus ojos se abren


de par en par al vernos.

—Profeta...
No parece estar sufriendo demasiado, solo está insegura de mi
propósito. Me apresuro a acercarme al lado de la cama para
rodearla con mis brazos.

—¿Estás bien?

Asiente y sus manos acarician mi rostro.

—¿Qué está pasando? ¿Qué te van a hacer?

Sé que se refiere a los seguidores; pero no tengo tiempo para


aclararlo.

—No lo sé. No puedo explicarlo todo ahora mismo, pero si no


puedo volver a hablar contigo, Kaila te lo aclarará.

Su cabeza se sacude con confusión.

—¿Kaila? ¿Has hablado con ella?

Sonrío y la beso antes de retroceder hacia la puerta.

—Dice que te ama. —Laurel Ann se apoya en sus rodillas como


si contemplara la posibilidad de seguirme—. Quédate en esta
habitación—. Le hago un gesto a Zeke para que venga conmigo—.
Te amo, Laur. Mantente a salvo.

Sus ojos se llenan de lágrimas mientras cierro la puerta.

—¿Y ahora qué? —pregunta Zeke con los brazos cruzados.

—Ate cualquier cabo suelto que tengas. No sé lo suficiente sobre


las leyes filisteas para saber lo que nos harán, así que prepárate
para lo peor. Necesito hablar con Mia y Marybeth.

Me pasa el brazo por el hombro.

—Que el... —Se detiene para sacudir la cabeza—. Ten cuidado,


hermano.

Me apresuro a atravesar el templo, saliendo a toda prisa al


exterior, y ya estoy empapado para cuando vuelvo a subirme al
carruaje. Acciono las riendas para acelerar los caballos cuando veo
el rancho en el que crecí. La casa que heredé cuando maté a mi
padre. Puede que nunca vuelva a verla. Puede que no vuelva a ver
este recinto. Incluso sabiendo que este lugar se construyó sobre
una mentira, hay una parte de mí que se lamenta que llegue a su
fin.

Detengo el carruaje frente a mi casa, corriendo bajo la lluvia


mientras más relámpagos iluminan el cielo. Me apresuro a entrar
para ser recibido por los ojos furiosos de mis esposas. Me pregunto
si algo de lo que diga servirá de algo. No cambiará el hecho que las
he traicionado.

Mia se pone delante de Marybeth como si la protegiera. Los


truenos estallan a nuestro alrededor.

—¿Qué haces aquí, Zebadiah?

La voz de Mia está impregnada de veneno mientras me mira


fijamente con una ira que nunca había visto presente en ella.

—No tengo una excusa para lo que hice, aparte que la amo.
Siempre la he amado. Ella no me sedujo ni me engañó. Ella es
simplemente Laurel Ann. No pude entregarles mi corazón porque
hace tiempo que no es mío. Por favor, sepan que cualquier hombre
sería afortunado de tener a cualquiera de ustedes como esposas, y
ambas merecen a alguien que pueda amarlas de vuelta. Siento que
no pueda ser yo. Siento haberlas herido a las dos.

Mia se abalanza sobre mí y me empuja. Grita:

—¡Nos has humillado! ¡Humillaste a Laurel Ann! Me has


humillado a mí. —Sus manos presionan mi pecho para empujarme
de nuevo—. ¡Eres nuestro marido! ¡Confiamos en ti! Y más que eso,
eres nuestro Profeta.

Vuelve a ponerme las manos encima y le agarro las muñecas.

—No soy tu Profeta. No soy más que un hombre. —La suelto y


miro entre ellas—. Espero que algún día me perdones.

El enfado de Mia se transforma en confusión.

—¿Qué quieres decir con que no eres nuestro Profeta?


—No puedo explicarlo. Solo prométeme que cuando todo esto
termine, encontrarás a Laurel Ann o a Zeke si puedes, y se
protegerán.

Mia se acerca a mí, agarrándose a mis brazos mientras retrocedo


hacia la puerta.

—Me estás asustando, Zeb. ¿Cuándo es que todo acabará?

Me inclino hacia delante para besar su frente.

—Adiós, Mia.

Separando mi brazo de ella, y salgo por la puerta. Me voy por el


camino, oyendo cómo me llaman hasta que el viento los ahoga.

El carruaje no impide que la lluvia me golpee en mi camino hacia


la casa de Benji y Laurel Ann. Los caballos apenas se detienen antes
que suba corriendo los escalones del porche para golpear la puerta.
Un momento después, las bisagras crujen y Benji jadea a través de
la puerta mosquitera.

—Oh, mierda, entra aquí —dice sin aliento. Entro en la casa, y


él se apresura a cerrarnos dentro mientras me quito el sombrero—
. ¿Qué pasa? No me dejan ver a Laurel Ann. ¿Dicen que sigue
poseída? ¿Qué te engañó para que te acostaras con ella? —Se cruza
de brazos—. Al menos esperaste hasta después de nuestra noche
de enlace para follarte a mi mujer.

Tragándome las ganas de decirle que en realidad no lo hice, saco


una silla junto a la mesa y me dejo caer en ella.

—Explicar todo llevaría mucho tiempo y no lo tenemos, así que


no hagas preguntas. Solo siéntate y escucha.

Con las cejas alzadas, se sienta en el asiento que está junto al


mío.

—De acuerdo, claro, soy todo oídos.

—Encontré la prueba que todo lo que nos han dicho es mentira.


Todo ello. Zaaron, la Estrella del Paraíso, las limpiezas... todo es
una mierda. Lo que hemos creído que es justo es erróneo. No somos
"Ungidos", solo estamos condicionados. He tomado la decisión de
poner fin a este complejo. Hay gente que viene, y estoy seguro que
se nos hará responder por los crímenes que hemos cometido. No
tienes ninguna esposa menor de edad, y no has hecho nada por lo
que debas ser penalizado. Necesito que me prometas que te
asegurarás que Laurel Ann y mis esposas estén a salvo. ¿Puedes
hacerlo?

Su expresión está congelada y estoy a punto de chasquear los


dedos delante de su cara cuando dice:

—No me lo creo. ¿Estás seguro?

Poniéndome de pie para salir, le digo:

—No necesito que lo creas. Necesito que me lo prometas, y que


sepas que serán vigilados.

—Sí, sí, por supuesto.

Mientras me pongo de nuevo el sombrero, me dirijo hacia la


puerta.

—Debo irme. Gracias por tu amistad a lo largo de los años,


Benji. No siempre la he merecido.

Abro la puerta cuando me pregunta:

—¿Vas a estar bien?

—Tendré lo que me he ganado.

Corriendo bajo la lluvia, me subo al carruaje para volver al


terreno común. Se me revuelven las tripas al ver a los seguidores
cumpliendo con sus obligaciones. No tienen ni idea de lo que acabo
de hacerles. Dudar de mi decisión es inútil. Lo hecho, hecho está.

Dejo el carruaje frente al templo para correr al interior y


recuperar los registros de encuadernación, nacimiento y muerte.
Metiendo los libros bajo el brazo, vuelvo a la entrada y miro la sala
de espera, resistiendo el impulso de ir a ver a Laurel Ann.

Te amo mucho. Espero que lo entiendas.


Mientras corro por la sala de reuniones, los gritos y un sonido
de alarma intrusivo llenan mis oídos. Abriendo la puerta de un
empujón, salgo al exterior y me encuentro con que el terreno común
es un caos. Hombres con pistolas y ropas negras que dicen
"POLICÍA" cubren la zona frente a mí. Las mujeres gritan y los niños
lloran. Entrecierro los ojos a través de la lluvia y, cuando los
relámpagos caen sobre nosotros, veo que muchos de los hermanos
ya están de rodillas.

El trueno hace que mi corazón lata más fuerte cuando oigo un


clic detrás de mí.

—¡Al suelo, ahora! Las manos detrás de la cabeza.

Me giro y veo a un hombre de negro apuntándome a la cara con


una pistola. Suelto los libros y caigo de rodillas, ahuecando la parte
posterior de mi cabeza. Me lleva los brazos a la espalda y los ata.

Las gotas de lluvia ruedan por mi cara, y veo cómo destrozan lo


que siempre ha sido mi hogar. Creía estar seguro de ello, pero al ser
testigo del miedo y el dolor que he provocado en las personas que
confiaron en mí...

Lloro.
31
HERMANO FITCH TRES

Laurel Ann
Moverme demasiado es doloroso. Estar sentada demasiado
tiempo es doloroso. Y ahora, mi vejiga está llena. He estado
posponiendo el uso del lavabo porque me da miedo ir. En este
momento, va a salir de cualquier manera, así que me siento con
cuidado en el inodoro. Aprieto los dientes por el ardor, aunque me
siento mucho mejor después de haberme vaciado. Al tirar de la
cadena, oigo un sonido extraño.

Vuelvo a salir a la habitación, escuchando atentamente. Sin


ventanas es difícil distinguir nada, pero creo que hay sirenas.
Cuando algo parecido a un grito llega a mis oídos, mi corazón se
acelera y caigo al suelo. Con cuidado, me tumbo boca abajo y me
escondo debajo de la cama, intentando escuchar lo que puede estar
pasando afuera.

Si esto tiene algo que ver con el filisteo que llegó a las puertas,
no lo sé, pero fueron a ver a Kaila. Admitiré que tuve celos por eso.
Ambos llevaban las correspondientes expresiones de dolor y
ansiedad, y las noticias que traían no eran muy tranquilizadoras.
Tengo la piel húmeda bajo el vestido y oigo el rápido golpe, golpe,
golpe de mi corazón en mis oídos.
Cada grito, chillido y sonido intrusivo que oigo me acerca a la
hiperventilación. Hay momentos en los que creo que el caos que
está ocurriendo fuera se ha dispersado, y luego vuelvo a oír algo.
Los minutos se detienen, haciendo que el tiempo sea eterno.

Clic.

El sonido me hace contener la respiración, aterrorizada de mirar


hacia la puerta. Suenan pasos en la habitación y me atrevo a echar
un vistazo, mirando por debajo del edredón de la cama. Todo lo que
puedo ver son botas y pantalones cubiertos de suciedad.

—¿Laurel Ann? —La voz de Jacob me llama mientras entra en


el lavabo. Por alguna razón, incluso sabiendo de quién se trata, no
puedo moverme del sitio—. ¿Dónde estás? Zebadiah me envió a
buscarte.

Mi corazón salta al oír que está bien y a salvo. Salgo de debajo


de la cama.

—¿Está bien? ¿Qué está pasando? He oído ruidos. —Me pongo


en pie y me giro para verlo cerrar la puerta. Se me revuelven las
tripas cuando mis ojos se posan en la cuerda que tiene en la mano.
Me mira con un odio venenoso—. Creía que íbamos a ver al Profeta.

Su mandíbula se mueve y se acerca a mí, obligándome a


retroceder como si tuviera que ir a algún sitio.

—Todo esto está ocurriendo por tu culpa. Has envenenado esta


tierra y la has arrancado de debajo de nuestros pies.

Sacudo la cabeza porque estoy confundida.

—¡No sé qué quieres decir!

—No necesito tu confesión. Miénteme si quieres, puta malvada.

Antes que me dé cuenta se abalanza sobre mí, empuja mi cara


contra la cama y me clava la rodilla en la espalda. Lloro por el
repentino dolor mientras me tira de los brazos a la espalda.

—Consejero, ¿por qué hace esto?


Golpea mi cabeza con lo que creo que es su codo.

—¡Cierra tu boca demoníaca! Todo lo que sale de tu lengua son


mentiras.

Me dan arcadas cuando empuja un paño entre mis labios, casi


ahogándome. El ruido de un cinturón siendo arrancado de sus
trabillas me hace gritar alrededor de la tela mientras lucho por
liberarme de debajo de él. Envuelve la correa del cinturón alrededor
de mi cabeza para sujetar el paño en mi boca y lo aprieta tan fuerte
que se me clava en las mejillas.

No entiendo qué está haciendo o por qué. ¿Dónde diablos están


Zeb y Zeke? Esto no puede estar sucediendo. Me levanta por los
hombros para levantarme y me hace girar para mirarlo.

—Voy a disfrutar viendo tus ojos arder de dolor al igual que tú


alma arderá en el abismo.

Me lanza de espaldas momentos antes de aplastarme con su


peso. Es pesado e imposible de empujar. Agarra mis muñecas, las
envuelve en la cuerda y las asegura al cabecero. Las lágrimas caen
por la frustración y el miedo a perder el uso de mis brazos. Mi
capacidad para protegerme se ha reducido considerablemente, lo
que me limita no hacer más que patalear y retorcerme bajo él.

Simplemente se ríe:

—Lucha todo lo que quieras. Disfruto de la lucha.

El cinturón me pica en las mejillas con la piel húmeda atrapada


bajo él. Cuando me sube el vestido y sus dedos rasgan mis calzones,
el pánico se impone a todo lo demás. Sacudo la cabeza, suplicándole
con los ojos que no lo haga.

—Este parece ser el coño de la familia Fitch. Me muero por follar


el coño que nos ha jodido a todos.

Aunque nunca ha sido amable conmigo, esto es algo totalmente


distinto. Sé lo que está planeando hacer, pero es como si estuviera
detrás de un muro y mi mente se negara a acceder a ello o a creerlo.
Cada vez que he estado con un hombre, ha sido mi vocación o mi
deseo... pero esto... Aprieto los ojos, rezando para que Zaaron me
salve.

Mis muñecas gritan en sus ataduras mientras agito mi cuerpo


como una mujer poseída. Solo necesito disuadirlo lo suficiente
hasta que alguien venga a ayudarme. No puedo gritar, apenas
puedo respirar, me arden los brazos y me duele el pecho por los
rápidos latidos de mi corazón.

Caen más lágrimas cuando consigue quitarme los calzones. Sus


manos se aferran a mis muslos y los obligan a abrirse, disparando
un dolor caliente por la mitad inferior de mi cuerpo. Mis gemidos
quedan atrapados detrás la tela mientras veo cómo se desabrocha
los pantalones.

Sé cómo irá esto. Nadie creerá que el Consejero está haciendo


esto. Dirán que lo he seducido. Miro la puerta, rezando, esperando,
deseando, suplicando, que Zeb la atraviese.

Una agonía tan caliente que mi visión se vuelve blanca consume


cada parte de mi mente, cuerpo y alma. Mi concentración se aclara
y mis ojos se dirigen a la fuente de mi dolor. Su erección golpea
contra el hilo mientras intenta empujar dentro de mí. Con cada
empujón, la tortura se multiplica por diez mientras él rasga,
desgarra y hace pedazos el hilo en mi carne. Mi mente me concede
segundos de respiro y me quita bloques de tiempo. No debería
mirar, pero mis ojos siguen viajando hacia la intrusión. La sangre
se extiende por su abdomen y sus pantalones, así como por mis
muslos. Los temblores se apoderan de mi cuerpo cuando el hilo
cede y él se introduce a la fuerza en mi interior.

Ríe.

—Ahí está. —Su cuerpo entra y sale con fuerza, pero lo único
que siento es angustia—. ¿Qué pasa? Creía que te gustaba follar
con los hombres Fitch. —Sus manos rodean mi garganta y me
obliga a bajar el cuerpo para recibir su violento empuje—. Mira lo
mojada que estás... —Sonríe, y mi estómago se revuelve,
amenazando con vomitar—. Bueno, supongo que podría ser la
sangre.
De nuevo, me desvanezco, sin escuchar nada más que sus
gruñidos y obscenidades. Mis gritos solo suenan en mi propia
cabeza, mareándome.

Me va a matar.

Negro.

No puedo respirar.

Negro.

Voy a morir.

Negro.

Suelta su agarre a mi alrededor para separar su cuerpo del mío.


La mezcla de alivio y dolor insoportable detiene momentáneamente
mi corazón.

—No vales mi bendita corrida. —Un líquido cálido salpica mi


cuerpo mutilado, mezclándose con la sangre y quemando donde mi
piel se ha desgarrado. Gime, suelta lo último de su semen y se baja
de la cama para subirse los pantalones. Apenas puedo mantener
los ojos abiertos cuando se inclina junto a mi oído—: Arde en el
abismo, perra filistea.

Mantiene mis brazos atados y sale de la habitación, cerrando la


puerta con un clic. Con la súbita quietud y el silencio en la
habitación, el dolor arde tanto que la negrura sale finalmente
victoriosa al llevarme.

BANG

—¡Aléjate de la puerta!

BANG
Necesito levantarme. Sé que son sonidos peligrosos, pero aun
así no puedo levantar los párpados.

—¡Oh, maldito Jesucristo! ¡Necesitamos un médico! —Un


hombre grita, resonando en mi cabeza.

—¡Gómez! —La voz de una mujer, mucho más suave susurra—


: Un poco de respeto y decoro no te matará. —El pesado peso de mi
vestido se desplaza por mi cuerpo hasta debajo de las rodillas. Unos
suaves dedos acarician mis muñecas al liberarlas de los confines
de la cuerda. Bajando suavemente mis brazos a los lados, la dueña
de la voz amable dice—: Vamos a cuidar de ti, cariño. Ahora estás
a salvo.

Con un inmenso esfuerzo abro los ojos y veo a una mujer con
un casco negro, y al bajar la vista veo que es una agente de policía.
Recuerdo los ruidos de antes. La única razón por la que estarían
aquí es para hacer una redada en el recinto. Mis pensamientos no
se organizan, y lo único que se me ocurre es saber que Zebadiah
está a salvo. La crudeza de mi garganta hace que las palabras sean
dolorosas, así que digo la más importante:

—Zebadiah.

—Lo atraparemos, lo prometo. No volverá a hacerte daño.

Antes que pueda decirle que lo ha entendido mal, mi mente se


desvanece.

Los brazos cruzados de Kaila y el golpeteo de su pie no van a


hacerme cambiar de opinión. Les he dicho que no fue Zeb, y eso es
todo lo que voy a decir al respecto.

—No presentar cargos deja a quienquiera que haya sido, libre


para hacerlo de nuevo —dice el oficial de policía.
Sé que cree que está ayudando, pero al obligarme a pensar en
algo que he intentado olvidar, está haciendo lo contrario.

No puedo mirar a nadie a los ojos cuando hablo de esto, y me


mortifica que alguien sepa que sucedió.

—Esto no fue un acto de violencia al azar. Fue una venganza...


fue personal.

Resopla mientras guarda su bloc de notas.

—¿Y la próxima vez que se ponga "personal"?

No sé cuántas veces tengo que repetirlo. Todo mi mundo ha


estallado, y mantienen la herida fresca.

—¡No lo voy a nombrar! Ahora, a menos que tengas algo más


que hablar conmigo, me gustaría descansar.

El oficial respira profundamente y retrocede hacia la puerta de


mi habitación del hospital.

—Si se le ocurre algo más que quiera compartir, ya sabe cómo


ponerse en contacto con nosotros.

Asiento con la cabeza mientras Kaila le da las gracias y cierra la


puerta.

Suspira con su marca personal de drama y se sienta en la cama.

—¿Me dirás al menos por qué? ¿Por qué no dices quién fue?

Esto no era algo que pudiera entender antes que se volviera tan
complicado. Y ahora, yo también estoy confundida.

—Sucedió por mis acciones. Le causé dolor a esta persona, y ella


me lo devolvió. La penitencia está pagada.

Sus ojos se abren de par en par mientras se golpea las manos


contra las mejillas, algo extraño que hace cuando trata de calmarse.

—Laur. Necesito que me escuches con mucha atención. Lo que


te ha pasado no estaba justificado, ni era merecido, ni era una
compensación enfermiza. No fue una maldita penitencia. Fue una
violación, ¿de acuerdo?

Lo que no digo es que hablarlo en voz alta haría real la


vergüenza. La humillación. Si Zebadiah supiera que tuve a su
hermano en mi cuerpo, no sé cómo se sentiría o reaccionaría. Mis
creencias siempre han dejado las cosas mucho más claras de lo que
me había dado cuenta. Ahora, estoy luchando por aceptar la
falsedad de todo lo que he considerado sagrado. Cuando pecas,
pagas el precio con sufrimiento, pero ¿qué pasa cuando el pecado
no es real y el castigo no hace nada por tu alma? ¿Qué sentido tiene
todo esto? ¿Por qué luchamos? ¿Para vivir? ¿Por qué morimos?

No he leído los cuadernos que prueban que mi vida es una


mentira, aunque sé lo que había en ellos, y que Zebadiah fue quien
decidió sacar todo esto a la luz. En una parte racional de mi mente,
sé que hizo lo que creía que era mejor para mí y para todos, pero la
parte enfadada y asustada desearía que lo hubiera mantenido
dentro del recinto. Ahora él, junto con muchos de los otros
hombres, ha sido detenido y está a la espera de juicio.

Por tercera vez en mi vida, mi futuro tal y como lo conozco ha


sido borrado, dejándome desorientada y perdida. Se siente como si
toda mi vida no tuviera sentido.

Mi necesidad de dormir y escapar de los pensamientos de mi


mente es todo lo que quiero en este momento.

—Estoy muy cansada, Kaila.

Sus hombros caen y se baja de la cama para recoger su bolso.

—Sé que te sientes sola, pero no lo estás. Estoy aquí para ti


como siempre lo he estado. —Me da un tierno abrazo—. Te amo,
Laur.

Todo lo que ha hecho ha sido para tratar de ser una buena


amiga, y sé que siente que hizo lo correcto. Estoy confundida por lo
que exactamente estoy enfadada, y no puedo pensar con claridad.
Sin embargo, nada de esto cambia mis verdaderos sentimientos por
ella.

—Yo también te amo, Kaila.


32
PRUEBAS Y TRIBULACIONES

Zebadiah
—¿Alguna vez te tocó de manera sexual el hombre que llamas
tu marido?

Marybeth sacude la cabeza.

—No, señora. No lo haría. No tenía ningún deseo por mí.

—¿Fue poco amable contigo de alguna manera?

Ella asiente, con sus rizos rubios rebotando.

—Sí. —Mi corazón se aprieta porque nunca fui cruel con ella—.
Me fue infiel.

—¿Alguna vez abusó físicamente de ti? ¿Puso sus manos sobre


ti de alguna manera?

La mujer que hace las preguntas lleva falda, pero es muy


masculina. Su voz es fuerte y su cabello está cortado como el de un
hombre. El "jurado", el grupo de personas que decide nuestro
destino, observa todos sus movimientos mientras una anciana en
la esquina teclea todo lo que decimos en su aparato.
Marybeth sacude la cabeza.

—No, señora. No a mí.

La mujer inclina la cabeza.

—Dices "no a mí". ¿Era abusivo con los demás?

—¿Abusivo? No. Castigó a los que se lo merecían por infringir la


ley espiritual. Era su deber.

La mujer mira al hombre de la túnica negra llamado "juez".

—¿Todavía lo crees, incluso después de la publicación de los


cuadernos de Zaaron Fitch?

A mi lado, el Sr. Dressler, un hombre al que llaman nuestro


"abogado de oficio", está de pie.

—Objeción: relevancia.

Aparentemente está aquí para defendernos, aunque no entiendo


qué interés tiene en nuestro futuro.

El juez dice:

—Se acepta.

Me duele la cabeza al tratando de seguir todo lo que está


pasando. No entiendo la mitad de las palabras que dicen.

—No hay más preguntas, Su Señoría —afirma la mujer, con un


movimiento de cabeza.

Liberan a Marybeth de su asiento para llamar a su siguiente


testigo. Sale una mujer que no reconozco. Parece tener entre 30 y
40 años, con el cabello liso y pelirrojo cortado hasta los hombros.
Lleva un vestido blanco sin mangas con flores amarillas. Toma
asiento y mira hacia la sala.

Giro la cabeza hacia todos los hombres sentados a mi lado. El


padre de Laurel Ann, el hermano de Benji, el doctor Kilmer... todos
los hombres que tenían esposas menores de la "edad de
consentimiento". Siento el odio que desprenden. Miran y amenazan
cada vez que pueden. Nos mantienen separados en la sala que
llaman "cárcel", así que solo los he visto durante el juicio.

Al parecer, esta historia es una gran noticia porque siempre se


reúnen grandes multitudes cuando entramos y salimos del edificio
del tribunal. Están desesperados por hablar con nosotros, haciendo
múltiples preguntas que parecen empezar todas por "La gente
quiere saber" o "¿Es verdad?"

Este mundo es ruidoso y odioso. Los hombres de la cárcel son


brutos e imbéciles. La idea de tener que permanecer allí durante un
tiempo considerable me hace tener pensamientos oscuros. Vuelvo
la cabeza hacia Laurel Ann y sus ojos ya están puestos en mí. Me
sonríe con tristeza y dice:

—Te amo.

Mi estómago se agita, haciendo que mi propia sonrisa aparezca


en mis labios. Le hago un gesto con la cabeza, aunque no me atrevo
a devolverle las palabras.

Volviendo al frente de la sala, veo al Sr. Dressler ponerse de pie


para acercarse a la testigo desconocida. Coloca su mano sobre su
texto religioso, jurando a su Dios que no mentirá.

Pregunta:

—¿Podría decir su nombre para el tribunal?

Asiente ligeramente con la cabeza y mira más allá de mí hacia


la zona de los espectadores.

—Celeste Johnson.

Se me cae la mandíbula, y yo, junto con la mitad de la sala,


giramos la cabeza hacia Benji. Se tensa, con los ojos clavados en la
testigo. Cuando me vuelvo hacia su madre, ella también lo está
mirando, con lágrimas en los ojos.

El Sr. Dressler continúa con sus preguntas.

—Fue miembro del grupo llamado "Los Ungidos" durante la


primera parte de su vida. ¿Es eso correcto?
—Sí, eso es correcto.

—¿Cuáles fueron las circunstancias en las que te fuiste?

Se remueve en su asiento y sus ojos recorren la fila de hombres


que me acompañan.

—Mi marido de entonces era muy cruel y abusivo. Sufrí años de


violaciones, ordenadas por nuestro Profeta, dando a luz a tres hijos
durante mi estancia. Hubo una noche que me aterrorizó tanto que
pensé que mi marido podría quitarme la vida. Era joven, egoísta y
estaba asustada. Corrí, pero no estuve más de seis horas fuera
antes de añorar a mis hijos. Temí por su seguridad, lo que me obligó
a regresar. —Las lágrimas caen por su rostro mientras el juez le
entrega una caja con servilletas. Ella le da las gracias y se seca los
ojos para continuar—: Me consideraron poseída por el Diablo. El
Profeta ordenó que me abolieran los demonios con un ritual que
implicaba ser enterrada viva. Me negué. No quería estar allí, de
todos modos. —Moquea y se limpia la nariz—. Me echaron sin mis
hijos, sin comida ni dinero. Estaba sola en un mundo que no
conocía.

El Sr. Dressler se pasea por el suelo, mirando al jurado.

—Usted dice que fue violada por su marido... —Se sube las gafas
a la nariz y se detiene frente a Celeste—. ¿Qué edad tenía usted la
primera vez que ocurrió esto?

—Tenía doce años.

Murmullos y jadeos recorren la sala.

—¿Y la edad de su ex marido en el momento de la primera


supuesta violación?

Suspira y se mira los pies.

—No lo recuerdo exactamente. ¿Cuarenta y dos? ¿Cuarenta y


tres?

—¿Está ese hombre en esta habitación?


Mirando de nuevo a través de la fila de nosotros, como si
necesitara estar segura, dice:

—No, señor.

El Sr. Dressler comienza a pasearse frente al estrado.

—¿Y era común que niñas de tan corta edad se casaran con un
hombre mucho mayor?

Se muerde el labio.

—Sí, era la voluntad de Zaaron. Lo llamábamos estar atado, pero


sí, era algo frecuente. Una vez que una chica comenzaba su periodo
estaba lista para tener hijos.

Mira al jurado para hacer su siguiente declaración.

—¿Alguna de las otras chicas admitió haber sido violada? ¿O


estaban contentas de seguir lo que creían que era su justo camino?

Se lleva las manos al pecho.

—S…sí, es decir, había quienes parecían contentas en sus


ataduras, pero había muchos casos de abuso sexual en el recinto.
No solo de esposas jóvenes. Hay una situación que me sigue
atormentando hasta el día de hoy. Una amiga mía estaba atada a
Josiah Fitch, el Profeta. Ella estaba angustiada después de
encontrarlo abusando de uno de sus nietos, que en ese momento
era muy joven... alrededor de seis o siete años, creo. Ella estaba
enferma por eso.

Se me hiela la sangre como si se tratara de una tormenta de


invierno. Vuelvo la cabeza hacia Zeke y lo encuentro mirándome
con ojos horrorizados. Tuvo que ser uno de nosotros. Aunque mi
abuelo no era más amable que mi padre, no recuerdo nada
parecido. Trago saliva y me vuelvo hacia Celeste.

—¿Estaba alguien más al tanto de esto?

—No que yo sepa, señor. Solo yo, mi amiga y el Profeta.


Los labios del Sr. Dressler se aprietan en una línea dura cuando
le da la espalda.

—¿Está Josiah Fitch o su amiga en esta habitación?

Ella hace un leve movimiento de cabeza.

—No, señor.

—¿Hay alguien que pueda respaldar estas acusaciones? Dijiste


que no te dejaban llevar a tus hijos. ¿No está diciendo simplemente
estas cosas como una forma de vengarse de su antigua familia y de
la iglesia?

—¡N…no! —Sus manos golpean el estrado—. ¡Ella no habría


mentido sobre esto! Y yo tampoco.

El Sr. Dressler levanta las cejas hacia el jurado antes de volver


a su asiento.

—No hay más preguntas, Su Señoría.

La abogada se levanta y se acerca a la madre de Benji.

—Sra. Johnson, ¿es cierto que Josiah Fitch tiene varios nietos
muy cercanos en edad?

—Sí, es cierto.

—¿Y sabe cuál de estos chicos fue víctima de este abuso sexual?
—Celeste se mira las manos, asintiendo. Creo que voy a vomitar
sobre estos pantalones mal ajustados—. ¿Puede decirle al tribunal
su nombre? —pregunta la mujer varonil.

—¡Protesto! —El Sr. Dressler llama—. Rumores.

El juez agita la mano.

—Denegada. —Volviéndose hacia Celeste, asiente—. Responda


a la pregunta, señorita Johnson.

Cierra los ojos un momento antes de volver a abrirlos y mirar


hacia la zona de los espectadores.
—Ezekiel Fitch.

2 meses después...

No sé cómo voy a sobrevivir en este lugar otros ocho meses. Es


imposible dejar de pensar en esta gente como paganos y filisteos.
Son corruptos, viles e incivilizados. La violencia está en cada rincón
oscuro de este lugar. Lo único que me ha mantenido fuera de peligro
hasta ahora es mantener la cabeza baja y hablar solo cuando me
hablan. Obedezco las reglas y me mezclo en el fondo.

He hecho todo lo posible por ser cumplidor y cooperar con las


autoridades, lo que ha dado lugar a un acuerdo de nueve meses. Si
soy sincero conmigo mismo, me he librado fácilmente. Se llevaron
a más de sesenta niños y los pusieron en el mismo sistema de
cuidado de niños en el que estaba Laurel Ann. Según Zeke, la
mayoría de los seguidores han huido, aunque hay algunos que
volvieron al recinto después de la investigación para ser dirigidos
por su "Profeta", Jacob. No puedo decir que me sorprenda. Sé que
estaba celoso que yo fuera el primogénito. Siempre me pareció
extraño. Si alguien tiene derecho a estar celoso, es Zeke. Le gané
para ser el primer hijo nacido por solo tres meses, donde Jacob está
dos años detrás de nosotros.

Cualquier hombre con una esposa menor de dieciséis años fue


condenado a prisión. Al final del juicio, que duró seis semanas,
había docenas de cargos por abuso. A mí personalmente me
declararon culpable de poner en peligro a los niños con agresores.

Desde que nos enteramos públicamente de la historia de Zeke


con mi abuelo, él y yo no hemos tenido la oportunidad de tener una
verdadera conversación al respecto. He hablado con él por teléfono
y me ha visitado una vez desde entonces. Aunque parece un poco
diferente, no es necesariamente malo. Está claro que está
enamorado de Kaila, ya que parece ser lo único de lo que habla
cuando tenemos la oportunidad.

Laurel Ann dice que su antigua casa ha quedado patas arriba.


No había ningún lugar al que nadie pudiera ir, así que Zeke, Benji,
Samuel, Mia y Kelsey Garret se están quedando en su casa de tres
habitaciones hasta que todos encuentren otros arreglos.

Se llevaron a Marybeth, junto con los otros niños. Todavía me


siento culpable de cómo sucedieron las cosas con ella y a menudo
espero que pueda encontrar la felicidad.

Me tumbo en mi litera, leyendo un libro de alguien llamado


Edgar. Trata de un hombre atrapado en una celda y de la tortura
que sufre allí. No puedo evitar identificarme con el hombre que
intenta no caer en el pozo.

—¡Internado! —Levanto la vista porque mi compañero de celda


está en medicina—. Tienes una visita.

Dejo el libro y me pongo de pie. Una gran parte de mí esperaba


que no viniera. Cuando solicitó una visita, me sorprendió. La última
vez que hablamos, dejé claro que no quería saber nada de él. Es
claramente terco y no se rinde fácilmente. Zeke se ha reunido con
él unas cuantas veces y me ha pedido que le dé una oportunidad,
así que he aprobado su régimen de visitas.

Sigo al guardia desde mi celda hasta un largo pasillo. Miro la


pistola que lleva en el cinturón y deseo poder tener una a modo de
protección en este lugar. Teníamos un rifle en el recinto que usaba
el guardia de la puerta. Cuando éramos niños, uno de mis tíos era
el guardia de turno, y disparó el arma una vez por mí y por Zeke.
Fue extremadamente ruidoso. La bala impactó en el suelo a varios
metros de distancia, levantando tierra y trozos de hierba. Nos
quedamos hipnotizados y aterrorizados a partes iguales. Los dos
nos quedamos mirando donde había impactado la bala, diciendo
simultáneamente:

—Vaya.

El guardia me lleva a una sala para registrarme. La primera vez


que ocurrió esto, no fui consciente de lo increíblemente intrincado
que eran sus registros. Por suerte, el guardia estaba preparado para
mi reacción cuando su mano se dirigió al último lugar que yo
esperaba. Me detuvo antes que le golpeara y añadió más tiempo a
mi registro.

Una vez que me han dado el visto bueno, el guardia me lleva de


un pasillo a otro. Veo a Shayne a través del cristal mientras me
llevan a la sala de visitas. Ahora que he aceptado el hecho que no
es su culpa quién era su padre, como tampoco lo es la mía, me doy
cuenta que se parece mucho a Ezekiel.

Se levanta para saludarme y me tiende la mano mientras me


acerco a la mesa.

—Significa mucho para mí que hayas aceptado verme.

Le tomo la mano, sin saber cómo actuar ante mi hermanastro


ilegítimo.

—Bueno, Zeke ha hablado muy bien de ti, Sr. Hiland.

El aire pasa por sus labios.

—Vamos, no me llames así. Mis profesores me llaman así.


Shayne está bien.

—¿Profesores? ¿Todavía estás en la escuela?

Admito que esto me interesa. En la Tierra Ungida, dieciocho


años era lo último que alguien estudiaba sus lecciones, aparte de
mí, cuando estudiaba para los sermones. Desde que estoy aquí, he
oído hablar de la escuela para adultos llamada "universidad".
Puedes estudiar para especializarte en cualquier campo, como las
familias de la Tierra Ungida, pero la diferencia, es que puedes elegir.

—Sí, estoy estudiando Psicología. —Nunca me había sentido


estúpido. Mi falta de conocimiento sobre este mundo nunca fue un
problema hasta ahora. Debe leer mi confusión porque dice—: Un
doctor de la mente. —Se toca la sien. Se inclina hacia delante y
apoya los antebrazos en la mesa—. De hecho, esa es una de las
cosas que quería discutir contigo. —Me siento culpable por la forma
en que sus ojos se vuelven abatidos. Lo intimido, y eso ya no tiene
sentido—. No tengo más hermanos y, como sabes, nunca conocí a
mi padre. Quiero conocerte a ti, Ezekiel, y a tus amigos. Muchos de
ellos han expresado su interés en continuar con su educación, y me
gustaría ayudar en lo que pueda. Hay programas... —Sacudiendo
la cabeza para sí mismo, me mira directamente a los ojos—. Sé lo
que dijiste la última vez que nos vimos. Solo que no quería molestar
ni nada por el estilo.

Mientras espera mi respuesta, me sorprende cuando se tira


rápidamente del lóbulo de la oreja antes de frotarse el labio inferior.
Es un gesto que mi padre hacía a menudo.

Aunque no sea santo, compartimos la misma sangre. Se ofrece


a ayudarnos a navegar por un lugar del que no nos han enseñado
nada. Todo lo que he conocido es una mentira, y él está mostrando
la mayor bondad que he visto en este mundo. Sería una tontería
rechazar su rama de olivo.

—Debo disculparme por mi reacción a tu visita. Estaba pasando


por muchas cosas en ese momento y todavía estaba ciego a la
realidad. —Su labio se tuerce, haciéndome ver lo joven que es en
realidad. Hay un afán y una inocencia que posee que sugieren que
esta vida aún no lo ha devastado—. Sería un honor conocerte,
Shayne.

Su sonrisa se convierte en una gran sonrisa mientras apoya las


manos en la mesa.

—¿En serio?

Me río de su conmoción porque definitivamente tiene derecho a


ello.

—Por supuesto. Somos hermanos.


33
NUESTRAS PROPIAS ALAS

Laurel Ann
8 meses después...

Mis palmas no dejan de moverse mientras miro las puertas de


la prisión. Hace más de tres meses que no veo a Zebadiah. El viaje
de Hobart a McAlister es largo, y es difícil hacer coincidir mi horario
de trabajo con sus visitas.

Tiro hacia abajo mis shorts porque todavía me siento muy


expuesta. Kaila está más que encantada con mi disposición a
ampliar mis preferencias de moda. Sigo luchando por cambiar mi
forma de pensar y mi enfado por todo ello. Aunque me escribo y
hablo con Zeb por teléfono todo el tiempo, lo he necesitado a mi
lado. Kaila no entiende lo que es que te roben la fe. Benji y Sammy
parecen estar más que encantados con su libertad y se han
enfrascado en su nuevo negocio de muebles hechos a mano.
Todavía no sé cómo se siente Zeke al respecto.

Kaila me presionó para que denunciar a Jacob como mi


atacante, incluso cruzando la línea de decírselo a Zeke. Eso me
enfureció. Ella no tenía derecho a hacer eso. Afortunadamente,
Zeke sabe guardar un secreto y ha mantenido su palabra de no
decírselo a Zeb.
Al principio, no pensaba contárselo a Zeb, pero luego me di
cuenta de lo injusto que era que él fuera sincero conmigo sobre sus
propios demonios. Decidí que era injusto preocuparlo mientras
estuviera atrapado en ese lugar, y me convencí que esperaría. Ahora
va a salir y sé que tengo que decírselo.

—Pensará que estás preciosa —dice Benji mientras se apoya en


el capó de su auto—. Deja de estar tan nerviosa.

Frotándome la mano por el brazo descubierto, admito:

—Nunca me he vestido así antes cuando lo he visitado. Nunca


me ha visto así.

Sonríe.

—Después de nueve meses lejos de ti, apuesto a que estará más


que preparado para meterse en esos shorts.

Sé que está jugando, pero el miedo a que Zeb no pueda tocarme


en cuanto se entere me invade los pensamientos.

Sammy le golpea el brazo y hace una mueca. Qué asco, es mi


hermana.

Benji se ríe mientras se sube las gafas de sol a la cabeza y señala


detrás de nosotros.

—Por fin han vuelto. Estoy muerto de sed.

Kaila y Zeke se detienen detrás de nosotros en el auto de Kaila.


Ella se baja y salta hacia mí mientras Ezekiel tiene las manos
ocupadas con refrescos y hamburguesas de Jay Henry's Barbeque.

—¡Dios! ¡Hace un calor del carajo! De verdad esperaba que


hubiera salido para cuando volviéramos —ella se queja.

Benji y Samuel atacan a Ezekiel por su comida, haciendo un


rápido trabajo con los envoltorios una vez que vuelven al capó del
auto de Benji. Aprender a conducir fue una de las primeras cosas
que Benji hizo después de la redada.

Kaila me pasa el brazo por el hombro.


—¿Qué te pasa? Por fin vas a ver a tu caballero con un mono
naranja.

Pongo los ojos en blanco.

—Eso no es lo que llevaba. —Me da un codazo en el hombro


mientras miro mi ropa—. ¿Y si no le gusta?

Enlaza su brazo con el mío y me lleva hasta donde Zeke se ha


reunido con los otros chicos, que devoran su comida.

—Entonces es ciego y estúpido. No solo tengo un impecable


sentido de la moda, sino que tus piernas son lo máximo con esos
shorts.

Alarga la mano para meterse una patata frita en la boca


mientras Zeke se inclina y muerde la mitad. Ezekiel ha cambiado
mucho desde que dejó la Tierra Ungida. Al principio, le costaba
mucho. Nunca estuvimos lo suficientemente cerca como para que
se sintiera cómodo hablando conmigo, pero Benji era el amigo que
necesitaba cuando su hermano no podía estar allí. Hizo buenas
migas con Kaila enseguida. Coqueteaban descaradamente, aunque
no fue hasta que Kaila rompió con Brently, cuando él aceptó el
trabajo en Houston, que lo pusieron en práctica.

Intento comer una patata frita y mi estómago da vueltas como


las páginas de un libro. Sigue sin gustarme esta comida.

Cada vez que he visto a Zeb, ha sido formal. No podemos


tocarnos ni besarnos, y he paso todo el tiempo poniéndole al día de
lo que hace todo el mundo mientras él me asegura que está bien en
ese lugar. Oigo todas esas historias aterradoras sobre la cárcel; a
menudo me despierto con pesadillas, empapada en sudor.

Me enfadé un poco con él cuando decidió aceptar el trato que le


ofrecieron. Le podrían haber caído tres meses con un año de
libertad condicional. En última instancia, entiendo por qué quiere
dejar todo esto atrás lo antes posible.

Benji moja su patata frita en la salsa de la hamburguesa de


Sammy, y se gana una mirada coqueta.
—Estaba pensando que podríamos comprar camisetas iguales
para cuando vayamos a Disney World. Así, si nos separamos,
podríamos encontrarnos fácilmente.

Kaila le señala el rostro con una patata frita.

—Sí, eso no va a pasar. Deja de leer blogs de mamás.

Ella hizo que tanto Benji como Samuel se volvieran adictos a las
películas de Disney, y cuando Benji descubrió que había un lugar
dedicado a ellas, nos metió el portátil en el rostro a todos,
diciéndonos que no teníamos otra opción que ir. Solo teníamos que
esperar a que soltaran a Zeb.

Bebo mi refresco con una pajita y miro a Ezekiel. Sus ojos se


abren de par en par y salta del auto de Benji.

—¡Zeb!

Me doy la vuelta y veo a Zebadiah sonriéndonos a través de las


puertas. Se oye un pitido cuando la puerta de alambre se abre,
permitiéndole pasar. En cuanto sus pies tocan el pavimento de la
calle, los míos echan a correr, como si me llevaran hacia él antes
que mi mente pudiera procesarlo.

Nuestros cuerpos chocan y nuestras bocas se encuentran.


Suelta su bolso y sus manos se deslizan por mis shorts hasta mis
nalgas, levantándome para rodearlo con mis piernas. Rompe el beso
para recorrer mi cuerpo con la mirada.

—Estás...

Me muerdo el labio, sintiendo mis orejas calentarse.

—Sé que es revelador, pero te prometo que es lo normal aquí.


Kaila dice que...

—Estás jodidamente hermosa, Laur.

Me besa de nuevo, manteniendo sus labios contra los míos


mientras me lleva hacia los demás. Todos están rebosantes, incluso
Kaila.
—Hermano —dice Zeke. Se abre camino hacia nosotros, y Zeb
me baja para abrazarlo.

—¿Y ahora qué? —Zeb pregunta.

—Ahora, nos vamos de fiesta —responde Kaila, levantando su


refresco.

La ceja izquierda de Zeb se levanta con una mezcla de humor y


horror mientras escucha a Kaila y Zeke cantar a dúo sin ton ni son.

Manteniendo su expresión de desconcierto, se inclina para


susurrarme al oído:

—¿Qué demonios están cantando?

Su mano me agarra el muslo al sentir cómo el auto rueda hasta


detenerse en un semáforo. Sé que el autobús que lo llevó a la cárcel
lo asustó un poco, y es la primera vez que se sube a un vehículo
desde entonces.

—Cardi B.

—Creo que no me gusta la música de Cardaby.

Me río y beso su mejilla.

—A mí tampoco.

El viaje de vuelta es largo, así que para que no piense en el auto,


sugiero:

—Oye, juguemos al abecedario.

Zeke baja el volumen de la música.

—De acuerdo. —Señala una señal de autopista—. Aydelotte, 210


millas, A.
El juego parece funcionar, porque cuando llegamos a la L, la
mano de Zeb empieza a subir sutilmente por mi pierna. Se me pone
la piel de gallina mientras me recorre el muslo con los dedos. Mi
corazón sabe que me está tocando porque late el doble de fuerte.

Ha habido noches en las que al pensar en sus besos, el deseo


de su toque y la necesidad de tenerlo conmigo han sido demasiado.
El dolor entre mis piernas se volvía tan enloquecedor que
encontraría a mis dedos vagando por mi cuerpo, hasta llegar a mi
lugar más sagrado. Cerraba los ojos y deseaba que mi memoria me
devolviera a sus brazos. Mis dedos se convertían en los suyos, y
cuando el placer llegaba a su punto álgido y destrozaba cada célula
de mi cuerpo, lloraba porque él nunca estaba allí cuando abría los
ojos.

Las yemas de sus dedos acarician el dobladillo de mis shorts


antes de deslizarse bajo ellos. Levanto la vista y ya me está
observando. Sus ojos azules brillan mientras exploran mi cuerpo
expuesto. Se lame los labios y sus fosas nasales se dilatan en
cuanto toca ligeramente la tela de mis bragas. Mi mirada se
desplaza hacia su regazo, donde su erección se hace evidente en los
pantalones. Me resisto a estirar la mano para tocarla. Le contaré lo
de Jacob, pero quiero que sea cuando estemos solos. De momento,
solo voy a deleitarme en poder estar a su lado de nuevo.

Mi respiración se corta cuando Kaila dice:

—Weatherford, 40 millas, W. Estamos pateando traseros de


yawl. —De repente me doy cuenta que estamos en el auto con otras
personas. Ella mira por el retrovisor—. ¿Estás bien, Laur? Pareces
sonrojada.

Me arden las orejas y mi risa es torpe.

—Ah, sí. —Avergonzada por haber dejado que me tocara tan


cerca de ellos, aparto su mano de mis shorts y entrelazo mis dedos
con los suyos—. Solo estoy lista para estar en casa. —Lo miro,
moviendo los ojos hacia el asiento delantero para transmitirle por
qué lo he detenido. Su sonrisa me hace juntar las piernas.

Los últimos treinta minutos son dolorosos, y el bulto en los


pantalones de Zebadiah aún no ha bajado. Cuando pasamos por
delante de la señal de Hobart, suspira aliviado y agarra mi mano
con más fuerza. El auto apenas se detiene en la entrada cuando
empuja la puerta y me levanta del asiento con tanta fuerza que mi
cabeza se tira hacia atrás. Zeke y Kaila abren el maletero mientras
Zeb me lleva a la puerta.

—¿Vas a ayudar con el equipaje? —Zeke nos llama.

Saco la llave de casa y Zeb dice por encima del hombro:

—Solo déjalo en el salón. Iré por el más tarde.

Zeke se burla mientras abro la puerta.

—Ya no soy tu Apóstol, así que será mejor que te acostumbres


a hacer las cosas por ti mismo.

Ignorándolo, me conduce al interior de la casa, aparentemente


en una misión hasta que se detiene en la escalera.

—¿Dónde está tu habitación? —pregunta en una voz casi


exasperada.

Aunque yo también estoy impaciente, su desesperación por


estar a solas me pone nerviosa. Me muerdo el labio y lo acompaño
por la escalera, que cruje ruidosamente, hasta mi habitación, al
final del pasillo. Enciendo la luz y cierro la puerta detrás de
nosotros. Respiro hondo, me doy la vuelta y al instante me rodea
con sus brazos, abrazándome fuerte hasta que me toma en brazos,
dejando que mis piernas lo envuelvan.

—Te he echado mucho de menos —susurro.

Sus labios trazan un camino de besos por mi cuello mientras


me lleva a la cama. Me acuesta, hunde la nariz en mi pelo e inhala
antes de murmurar:

—Gracias a ti sobreviví, Laur. Contaba las horas para que se


apagaran las luces y poder cerrar los ojos y estar contigo.

Sostengo su rostro entre mis manos y rozo con mis dedos sus
párpados cerrados.
—Ya no tienes que cerrar los ojos.

Le rodeo el cuello con los brazos y junto suavemente mis labios


con los suyos. Ahora que lo tengo a solas, debería decírselo. Sé que
debería, pero cuando trato de forzar las palabras, se me atascan
antes de salirse de mi lengua. Quiero que él sea la última persona
que llene mi cuerpo, y si se lo digo, puede que no suceda. He soñado
y deseado esto. Necesito sentirlo una vez más.

Me vuelve el beso, levanta mi camiseta y suelto un suspiro


cuando la levanta por encima de mi cabeza. Su nuez de Adán se
balancea al tragar mientras mira mi sujetador de encaje color
canela.

—Vaya... —Toca ligeramente la tela y pasa los dedos por debajo


del tirante—. Me gusta.

Besa suavemente a lo largo de la débil cicatriz de la noche en


que intercambiamos nuestra sangre. Inhalando profundamente, mi
pecho se levanta cuando su pulgar se desliza bajo el encaje de mi
sujetador, rozando mi pezón endurecido. Sin molestarse en
quitarme la lencería, tira de las copas hacia abajo, observando mis
pechos. Deseo tanto tener su boca sobre mí que arqueo la espalda
para acercarme a sus labios.

Tiene una expresión divertida cuando su lengua sale y recorre


mi pezón. Cuando lo succiona entre sus labios, gimo y me agarro a
su nuca. Necesito sentir su piel contra la mía. Bajo las manos por
su espalda y levanto su camiseta. Se echa hacia atrás para
quitársela y me relamo los labios al ver cómo se flexionan los
músculos de su vientre. Sus brazos parecen enormes a medida que
los eleva por encima de su cabeza. Me desabrocho el sujetador, sin
dejar nada entre nosotros, cuando me besa con fuerza.

Bajando por mis costillas, sus dedos encuentran el botón de mis


shorts, y los desabrocha antes de bajármelos y quitármelos de las
piernas. Toca la tela de mis bragas mientras un suspiro tembloroso
sale de sus labios. Siento una punzada de miedo a que esto me
duela. No he sentido nada más que mi dedo desde lo que pasó entre
Jacob y yo. Pero no importa. El dolor merecerá la pena, volver a
sentirme tan cerca de él.
—Tu bonita ropa interior está mojada.

Ruborizada por la vergüenza, empujo las palmas de las manos


contra sus hombros para tumbarlo boca arriba, y él me deja.
Levanto la pierna sobre su cadera y noto su dureza bajo los
pantalones. Beso su estómago, acercando mi boca a su cicatriz
como él hizo con la mía. Sus músculos se contraen bajo mis labios
mientras subo hasta su boca, meciéndome contra él.

Quiero demostrarle cuánto lo deseo y lo amo. Mi corazón me


dice que no tenga miedo. Me deseara independientemente de lo que
haya pasado. Sin embargo, mi mente se pregunta cómo podría
llegar a verme de la misma manera.

Mira entre mis piernas abiertas y me toma de las caderas,


subiéndome por su torso. Suelto un chillido cuando pasa sus
brazos por debajo de los muslos y se coloca debajo de mí hasta que
el encaje de mis bragas roza sus labios. Por lo que sé, los desgarros
están curados, así que intento frenar mi corazón sabiendo que él
no debería notarlo.

Mi pulso se acelera ante su proximidad y gimo cuando aparta la


tela. Lo miro mientras su lengua recorre mi húmeda entrada.

—Si hay algo divino, es esto. —Aun sabiendo que no es una


blasfemia, su comentario sigue siendo impactante y me enrojece las
orejas. Me avergüenza la risita que sale de mi boca. Me levanta,
empujando mi trasero, permitiendo que sus dedos se abran paso
dentro de mí. Gime contra mí, las vibraciones de sus labios
arrancan un gemido de los míos. Levanto mi cuerpo sobre y fuera
de sus dedos mientras su lengua los lame—. ¿Todavía te duele? —
Se me cae el estómago hasta que añade—: ¿Dónde te han cerrado?

Me toca suavemente la zona dañada y niego.

—No.

—Lo siento, Laur. No puedo creer que dejara que pasara —


susurra entre lametones. Presiona suavemente sus labios sobre mi
clítoris, besándolo con delicadeza—. Nunca debí dejarte. ¿Me
perdonas?
Su lengua ejerce una presión perfecta cuando la empuja contra
mi clítoris en rápidas pulsaciones, sus dedos bombeando dentro y
fuera de mí tan rápido que oigo la evidencia de mi humedad.

—El perdón es... —gimo como respuesta y agarro su pelo—.


Innecesario. Nunca te culpé por eso.

Jadeando, me aferro al cabecero mientras empujo contra su


boca y un cosquilleo se apodera de mi cuerpo. La tensión aumenta
hasta que no puedo aguantar más y, aun así, él va más rápido.

—¡Zeb! Oh, sí, sigue. —Las lágrimas caen por mi rostro debido
a la euforia de volver a estar con él. Ardo de euforia, murmurando
su nombre, estallando por dentro. Se siente como si durara una
eternidad hasta que, poco a poco, voy bajando de mi subidón.
Suspiro y desciendo por su cuerpo hasta sentarme sobre su
estómago y besar su boca húmeda y sonriente.

Agarra mi cabello con una mano mientras con la otra me


desabrocha los shorts. Casi jadeo por la necesidad de que esté
dentro de mí. Nuestras bocas se niegan a separarse mientras me
quita la ropa interior moderna y él se quita la suya.

Sus manos separan mis nalgas para levantarme y noto la punta


de su polla empujando contra mi sensible entrada.

Sonríe y su cuerpo se sacude. Al instante me estira por completo


y gimo, clavándole las uñas en los hombros mientras me balanceo
para adaptarme. No me duele, pero estoy tan tensa que tiene que
empujar varias veces para penetrarme del todo.

Volver a tener a un hombre dentro de mí activa un interruptor


en mi mente. Los recuerdos de Jacob pasan por mis ojos y mi pecho
se contrae de miedo, mi cuerpo recuerda el dolor. El odio en su
rostro, el deseo atroz de morir...

Arde en el abismo, perra filistea.

El terror se apodera de mí, devolviéndome al momento en que


supe que nadie iba a salvarme.

No puedo gritar.
No puedo respirar.

Estoy sollozando antes de darme cuenta que las lágrimas están


cayendo.

—Laurel Ann... —Pasa sus manos por mis mejillas y, cuando


abro los ojos, sus azules brillantes me devuelven a él—. ¿Qué pasa?

No empuja con fuerza, solo pequeños bombeos, y le acaricio la


mejilla. No puedo esperar. Tengo que decírselo. Merece saberlo.

—Zeb... —Es tan difícil de decir. Nunca he tenido que repetir


esto antes, y decírselo pone mi corazón en juego—. Tengo que
decirte algo.

Deja de moverse mientras me balanceo lentamente encima de


él. Ojalá pudiera sentir esto con él para siempre. El placer mezclado
con mi miedo y mi ansiedad obliga a mis lágrimas a rodar por mis
mejillas.

—Puedes contarme lo que quieras, Laur.

No puedo contener mi sollozo.

—Eso espero.

Se sienta para sujetarme el rostro, peinando su pelo hacia atrás.

—¿Qué pasa?

Deslizando mi cuerpo arriba y abajo por el suyo, no lo miro.

—D-durante la redada... —Lo cabalgo más rápido, y no sé si es


para que esto sea más fácil para él o para mí—. Jacob entró en la
sala de espera. —Giro las caderas, aprieto sus duros bíceps y, por
fin, levanto los ojos hacia la furia que ya arde en los suyos. Se queda
quieto, a excepción de su pecho, que sube y baja a un ritmo rápido.
No hace falta que se lo diga. Estoy segura que ya lo sabe por el tic-
tac de su mandíbula, y me rompo—. Lo siento mucho. —Caigo
contra su pecho, llorando más fuerte cuando me rodea con sus
brazos—. Intenté detenerlo, lo juro.
Como estoy temblando por los sollozos, tardo un minuto en
darme cuenta que él también está temblando. Sus brazos me
aprietan con fuerza y otro torrente de lágrimas brota de mis ojos.
Ahora que lo he dicho, parece que no puedo dejar de llorar.

Él no dice nada. Solo me abraza mientras nuestros cuerpos


permanecen unidos. Finalmente, levanto la cabeza para mirarlo.
Tiene las mejillas y los ojos humedecidos por las lágrimas, la
mandíbula apretada y una vena en tensión en su cuello.

—Voy a matarlo —susurra—. Voy a abrirlo en canal, de la


garganta al estómago, y dejaré que sus intestinos fertilicen la tierra.
—Su rostro se queda en blanco durante un segundo antes que el
azul de sus ojos se oscurezca—. Seguías cerrada durante la redada.

No consigo tomar aire suficiente para hablar, así que asiento en


su lugar. Me toma de los brazos para levantarme de él, haciendo
que lo que acaba de decir cale hondo.

—¡No! —grito mientras uso todas mis fuerzas para empujarlo


hacia abajo—. No me dejes. No vuelvas a dejarme.

Me atrae hacia su pecho, envolviendo sus brazos a mi alrededor


y frota las cicatrices curadas de limpiezas del alma en mi espalda.

—Shhh. No me iré, lo prometo.

Sus palabras me calman mientras murmuro contra su pecho.

—No quiero que lo mates. Hay ojos en el recinto, y si te atrapan,


nunca te volvería a ver. —Respiro hondo y aprieto las manos contra
su pecho para impulsarme. Vuelvo a girar las caderas y lo empujo
más dentro de mí—. No dejes que él o ese lugar nos arrebaten nada
más, por favor. Quiero seguir adelante contigo, con Kaila, Sammy,
Benji y Zeke. Quiero empezar de cero. Prométemelo.

Su expresión oscila entre la furia y la contemplación hasta que


finalmente se inclina para besarme.

—Lo prometo —dice contra mis labios. Su cuerpo se mueve


dentro del mío antes de ponerme boca arriba y empujar con fuerza.
Mientras mis dedos recorren sus ojos y sus mejillas, esboza una
sonrisa triste. Por primera vez, podemos estar juntos de verdad.

—Te amo, Zebadiah Fitch.

Aprieta su frente contra la mía.

—Te amo, Laurel Ann Henderson. Y siempre te amaré.

—Deja de ser un bebé, vamos. Tenemos que alcanzar un avión


—suelta Kaila mientras fuma un cigarrillo.

Ezekiel se ríe cuando Zeb baja las escaleras, pero mi respiración


se queda atrapada en mi garganta ante su aparición.

—Me veo ridículo. —Hace una mueca.

No estoy de acuerdo. Esos jeans le cuelgan de las caderas, y esa


camiseta le abraza por todas partes.

—Eh, no. Estás muy sexy —dice Kaila, y Zeke le lanza una
mirada de sorpresa que me hace soltar una risita.

—¿Tienes algo más? —dice Zeb mientras tira de la cinturilla de


sus jeans—. Pesan mucho.

Me acerco a él y lo abrazo por la cintura. Nuestros cuerpos no


se separaron ni una sola vez anoche. Saboreamos cada centímetro
del otro y bebimos nuestras lágrimas. Susurros de te amo y siempre
te amaré llenaron los momentos de silencio. Me avergüenzo de
haber dudado de él.

Me relamo los labios mientras me pongo de puntillas para


besarlo. Verlo así me produce un cosquilleo en todo el cuerpo.

—Kaila tiene razón. —Me arden las mejillas y no me atrevo a


mirarlo cuando digo—: Te ves sexy.
Sonríe tanto que creo que va a reír. Benji sale de la cocina y
silba.

—Mírate, Zeb. —Da una palmada y se pone la mochila—. Mia y


Kelsey nos esperan en el aeropuerto dentro de hora y media. —Se
inclina y besa a Sammy, que está mirando los horarios de embarque
en su teléfono—. Tienes las patatas fritas con sal y vinagre,
¿verdad?

Samuel gesticula y dice en seña: Y los Monsters, carne seca y


chicharrones de cerdo.

—Bien. —Benji saca su teléfono y toca la pantalla—. De acuerdo,


el aeropuerto está a una hora. Asegúrate de ir al baño ahora. —
Toma la mano de Sammy y lo ayuda a ponerse de pie mientras
asiente a Zeb y a mí—. Ustedes dos van a viajar con Zeke y Kaila.
El equipaje está en mi auto.

Mientras comprobamos que lo tenemos todo, Zeb cierra


ansiosamente la cremallera de la mochila que le compré.

Apoyo la cabeza en su brazo.

—¿Qué pasa?

—Solo tengo miedo de subir al avión. —Suelta una risita


nerviosa para aligerar su afirmación.

—En su mayor parte, casi parece que estás parado. —Tomo su


mano—. Yo también tuve miedo la primera vez.

—Si estuviéramos destinados a volar, tendríamos alas.

Lo dice casi para sí mismo, haciendo que me duela el pecho. Sé


que sigue luchando con su fe. Besando un lado de la boca, susurro
contra su piel:

—Ahora tenemos el poder de darnos alas a nosotros mismos.


—¡Laurel Ann! —Mia llama desde la terminal. Corre hacia
nosotras con Kelsey corriendo detrás. Se abalanza sobre mí,
apretándome el cuello.

—Estás impresionante.

Está a punto de estallar de alegría, y verla así de feliz me hace


reír. La sostengo a un brazo de distancia. Lleva un vestido azul sin
mangas que le llega hasta los muslos, con sandalias cobrizas
enjoyadas. Hace meses que no la veo porque Kelsey y ella se
mudaron a Oklahoma City para estudiar.

Las cosas no fueron fáciles entre nosotras al principio. Se quedó


conmigo, pero seguía enfadada conmigo por lo de Zeb y, también
me culpó porque se llevaran a Marybeth. Con el tiempo, ella y Kelsey
pudieron explorar realmente su relación, y Zebadiah ya no le
parecía tan importante. Encontró a Marybeth y siguen en contacto.
Ella se disculpó por culparme y admitió su lucha con el aprendizaje
de los cuadernos también.

—Estas hermosa, Mia.

Todos nos reencontramos, saludándonos con emoción, aunque


Zeb y Mia son un poco torpes y se conforman con un apretón de
manos.

Subimos al avión, deslizándonos entre los pasillos hasta


nuestros asientos. Zeb está bien hasta que empezamos a movernos
por la pista. Mientras nos elevamos en el aire, aprieta mi mano y
contiene la respiración.

—Te lo prometo, todo irá bien. Solo hay que esperar hasta que
esté en el aire.

Aunque asiente, siento mis dedos a punto de romperse de lo


fuerte que los agarra.
Benji sin embargo, parece que está teniendo el paseo de su vida.

Una vez que estamos en el aire y nos enderezamos, Zeb se relaja


por fin, ojeando la revista que hay en el respaldo de la silla frente a
él. Se queda boquiabierto mientras hojea las páginas.

—No tengo ni idea qué es todo esto.

—Lo sé. Ya lo entenderás. A todos nos llevó algún tiempo


acostumbrarnos.

En lugar de la revista, miramos por la ventana, deleitándonos


con la majestuosidad de estar en las nubes.

—¿Zeb? —Aparta la mirada de la ventana con una ceja


levantada—. ¿Tienes miedo de vivir sin un Dios?

Suspira mientras se reclina en la silla.

—Mi compañero de celda era un hombre religioso. Creía en un


Dios muy diferente al de Zaaron. Me dijo que hay muchas maneras
de tener fe. No sé si hay un Dios, Laur, pero me gustaría pensar
que hay algo.

Sus palabras me reconfortan mientras me inclino para besarlo.

—Quizá encontremos las respuestas en esta vida, quizá no. Solo


sé que quiero hacerlo contigo.

Entrelaza sus dedos con los míos, mirándome mientras apoya


la cabeza contra el asiento del avión.

—Tal vez la fe en los demás es todo lo que necesitamos.

Cinco horas después bajamos del avión en Florida. Tomamos un


autobús hasta el hotel para dejar nuestras cosas. Apenas llegamos
a explorar mi habitación y la de Zeb antes que Kaila empiece a
aporrear la puerta.

—¡Laur! ¡Muévete! Vamos a dar un paseo con Mia y Kelsey.


Necesito mi tiempo de chicas. Estos chicos me están volviendo loca.

Zeb me besa, riendo contra mis labios.

—Diviértete, nos vemos luego.

Abro la puerta solo para que Kaila me empuje al pasillo. Va


hacia el ascensor con un gran bolso en la mano. Salimos al
vestíbulo y tanto Mia como Kelsey nos saludan. Las sigo hasta el
taxi que espera en la puerta del hotel.

—¿Adónde vamos? —le pregunto a Kaila cuando salimos.

—Sorpresa.

Pongo los ojos en blanco y subo al taxi tras ella. Por fin me he
acostumbrado a viajar en auto, aunque me costó un poco. Cuando
entramos en la autopista, Kaila le pregunta a Mia cómo es la vida
en Oklahoma City. Eso es todo lo que necesitan Kelsey y ella para
divagar sobre la escuela, el trabajo y sus amigos.

Paramos a tomar un helado y pronto nos encontramos delante


de un edificio que casi parece una casa. Entramos y nos
encontramos con una mujer trajeada que nos sonríe.

—Bienvenidas. —Extiende los brazos y nos hace un gesto para


que la sigamos—. Por aquí. Me llamo Riley Orchid. —Caminamos
detrás de una fila de asientos alineados frente a un escenario y ella
nos conduce a una sala con la puerta abierta—. Estaré fuera, aquí
atrás, si me necesitan.

—Gracias, Riley. —Kaila le da un trozo de papel antes de dejar


su bolso sobre la mesa. Rebusca en su interior y saca una pila de
encajes blancos doblados. Cuando lo abre, me arde la piel.

Es un vestido.

—Póntelo —insta.
Mi estómago da un vuelco cuando se me pasa por la cabeza una
idea que no puedo permitirme ni pensar, y mucho menos esperar.
Me desabrocho y lo dejo caer al suelo antes de pasarme el vestido
blanco por la cabeza. Aunque no tiene mangas, los tirantes son
gruesos y el escote es modesto. La tela de debajo me llega a los
muslos y la capa superior de encaje me cae hasta la espinilla.
Levanto la vista y veo a Mia sonriéndome con una corona de flores
blancas y amarillas. Mia deja un par de tacones blancos en el suelo
y yo meto los pies dentro. Sigo sin atreverme a decir nada.

—Hora de irse. —Kaila abre la puerta.

Las sigo a la sala principal. Caminamos por el lateral de las sillas


hasta otra puerta y, cuando Kaila la abre, el sol brilla con fuerza
mientras salimos al exterior. Aquí también hay sillas colocadas, y
en cuanto mis ojos alcanzan la parte delantera, se me escapa una
carcajada y mis ojos se me llenan de lágrimas.

Zebadiah está de pie dentro de una glorieta, vistiendo un


elegante traje y más guapo que nunca. Zeke, Benji, Sammy y Riley
están con él, sonriéndome. Suena música mientras caminamos
hacia ellos. Veo a un hombre sentado en las sillas, pero estoy
demasiado abrumada para concentrarme en él. Cuando llegamos a
la glorieta, Kaila, Mia y Kelsey se hacen a un lado.

Vuelvo a reírme y Zeb me toma de las manos con una sonrisa


burlona.

—Hola.

—Hola. —Me atraganto.

Presiona su frente contra la mía y susurra:

—¿Quieres ser mi única esposa?

Las lágrimas caen libremente por mis mejillas. Lo abrazo fuerte


contra mí. No puedo hablar, así que asiento enérgicamente contra
su hombro.

Nos colocamos frente a Riley mientras ella dice:

—¿Tengo entendido que tienes tus propios votos?


Zeb asiente y me entra el pánico. No estoy preparada para esto.
Riley señala detrás de nosotros al hombre sentado en las sillas.
Entra en la glorieta y toma lo que parece un bolígrafo, pero está
enchufado a una toma de corriente. Cuando se acerca, lo reconozco
como un quemador de leña de la clase de carpintería del instituto.
Zebadiah le tiende la mano y el hombre le coge el dedo que está
junto al meñique. Aprieta los dientes mientras el hombre pone el
artilugio contra su dedo, gimiendo mientras su piel chisporrotea. El
hombre quema una línea alrededor, formando un círculo completo.

Me siento ligera ante el simbolismo que esto representa. Ya no


sabemos en qué creemos y, hasta que lo averigüemos, haremos lo
que nos parezca correcto. Quemar nuestros cuerpos terrenales con
el sigilo de nuestro amor... eso definitivamente se siente bien.

—No puedo prometer riqueza o que las cosas no serán nunca


difíciles, pero juro que siempre te amaré. Siempre te seré fiel y
estaré a tu lado sin importar las luchas que tengamos que soportar.
Haré todo lo que pueda para hacerte feliz el resto de esta vida y la
siguiente. —Me sonríe, y su voz es un poco temblorosa—. Ni
siquiera en la muerte nos separaremos.

Riendo a lágrima viva, le tiendo la mano. El hombre me graba la


promesa en el dedo mientras miro al único hombre al que siempre
he amado. Digo lo que me parece importante prometerle.

—Siempre seré honesta y siempre te apoyaré. Prometo ser una


esposa honorable, y nunca dejaré de amarte... solo a ti. Anhelo
pasar el resto de mi vida contigo y lo que venga después. —Observo
a mis amigos, nuestra libertad, y sonrío mientras mi corazón palpita
en mi pecho—. Ni siquiera en la muerte nos separaremos.
Agradecimientos
Quiero dar las gracias a mis lectores y fans de los Broken
Babydolls. Siempre me hacen sonreír y han aceptado mis rarezas
con los brazos abiertos. Me apoyan a diario. Los que han
compartido mis libros y publicado sus reseñas me han ayudado en
mi éxito mucho más de lo que se imaginan. Este es un negocio duro
a veces, pero ustedes siempre están ahí para recordarme por qué
hago esto.

Kim BookJunkie, estoy más que agradecida por todo lo que has
hecho por mí y por este libro. No sería lo que es sin ti. Tu toque ha
hecho que sea lo mejor posible. Has sido una parte muy importante
de este proyecto y tu entusiasmo se ha sumado a mi emoción. Me
has ayudado mucho con mi confianza, y tengo la suerte de llamarte
amiga. Estoy muy contenta que hayamos entrado en la vida del
otro.

Maureen y Kathi del blog Maureen and Kathi Read y The Dark
Angels. No solo han sido un sistema de apoyo increíble y una gran
ayuda cuando estaba completamente perdida, sino que también
han sido unas amigas increíbles. Han estado ahí para mí, me han
promovido, me han dado la honestidad que necesitaba para que
este libro fuera lo mejor posible, y mucho más. No estaría donde
estoy sin ustedes. Gracias por todo lo que han hecho por mí.

Synclare Moss en Wickedly Sweet and Synful Book Blog. Fuiste


una de mis primeras fans y me has hecho reír y sonreír en todo
momento. No solo has sido un apoyo increíble, sino también una
amiga increíble. Eres una persona maravillosa y estoy agradecida
de tenerte en mi vida.

Ann R. Jones, Anja Scheidhauer y Tricia Buttram en Dirty Little


Secret Book Blog. Dios mío, ¡hablando de un grupo de mujeres
divertidísima! Es imposible no reírse cuando ustedes están
involucradas. No solo me han apoyado a mí y a mis libros en todo
momento, sino que han sido grandes amigas. ¡Estoy muy
agradecida por haberlas conocido!

Mi asistente personal, Elaine Kelly. Gracias por darme una


oportunidad y apoyarme cuando no tenía ni idea de lo que estaba
haciendo. Gracias por leerme, promocionarme y estar ahí para mí.
Realmente aprecio todo lo que haces.

A mis lectores Beta, Kim BookJunkie, Robin Craig, Kween Corie,


Katrina Rains y T.L. Martin. No tienen un trabajo fácil, pero aprecio
toda su ayuda. Son un sistema de apoyo increíble y unas amigas
increíbles. Esta historia no sería lo que es sin ustedes.

Todas las autoras que me han apoyado, que me han invitado a


participar en sus grupos y que me han promocionado. Tengo mucha
suerte de tener a mujeres increíbles como ustedes en mi esquina.
Me encanta que podamos animarnos mutuamente en lugar de
competir entre nosotras; hay algo increíble en eso. La única razón
por la que no las enumero por nombre es el miedo a dejar a alguien
fuera. Son muchas, y saben quiénes son.

A mi editora, Joanne La Re Thompson. Gracias por toda tu


ayuda en todo, no solo en la edición. Fuiste una de las primeras
personas que me ayudó de verdad, y nunca lo olvidaré. No solo
ayudas a que mis historias queden bonitas, sino que me orientas y
eres un gran apoyo para mí. Estos libros son posibles, en parte,
gracias a ti.

Jay Aheer de Simply Defined Art. Gracias por tu magia y por


hacer esta portada más impresionante y perfecta de lo que podría
haber soñado.

Stacey Blake de Champagne formats. Su trabajo nunca deja de


sorprenderme. Es realmente hermoso, y estoy muy agradecida por
hacer que mis libros sean tan hermosos.

Megan Gunter de Mischievous Designs, tus teasers son


increíbles. Gracias por toda la ayuda que me has dado y por el
impecable trabajo que has hecho.
Todos los blogs que han compartido mis libros, han hecho
reseñas o me han promocionado. Sé que hay muchos libros ahí
fuera, así que significa mucho que elijan el mío. Gracias.

Por último, pero no por ello menos importante, gracias a mi


marido por apoyarme para seguir mi sueño. Nada de esto habría
ocurrido sin ti.

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