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Contenido
Sinopsis ......................................................................................................................4
Nota de autor ..............................................................................................................5
1 ..................................................................................................................................6
2 ................................................................................................................................27
3 ................................................................................................................................38
4 ................................................................................................................................65
5 ................................................................................................................................83
6 ..............................................................................................................................103
7 ..............................................................................................................................115
8 ..............................................................................................................................134
9 ..............................................................................................................................142
10 ............................................................................................................................161
11 ............................................................................................................................169
12 ............................................................................................................................199
13 ............................................................................................................................216
14 ............................................................................................................................240
15 ............................................................................................................................272
16 ............................................................................................................................285
17 ............................................................................................................................314
Epílogo ...................................................................................................................328
Agradecimiento ......................................................................................................342
Sinopsis
Un juego retorcido que ha ido demasiado lejos. Una mujer que huye. Tres
hombres que no dejan de cazar.
Me quieren a mí y al secreto que llevo, pero tendrán que demostrar que son
dignos antes de que les deje llamarme su reina. No será fácil cuando sus pasados
vuelvan a perseguirnos. Pasados que están empapados de sangre.
El premio es mi corazón.
Este libro contiene intentos de empezar con una violación (no por parte de los
héroes) y flashbacks de pérdidas de niños, abusos físicos de niños y suicidios.
También contiene escenas de naturaleza violenta y sexual que algunos lectores
pueden encontrar molestas, perturbadoras o desencadenantes.
Mis ojos hambrientos escudriñan el rostro de todas las rubias del bar de mala
muerte. Es sábado por la noche y la sala está repleta de hombres tatuados con
vaqueros rotos y mujeres con vestidos ajustados y delineador de ojos. El público es
joven, soltero, sin dinero y caliente, les importa un bledo que la moqueta esté raída
y pegajosa y que la mitad de las bombillas de la barra estén fundidas.
Mi tipo de lugar.
El puñado de días que pasamos con ella durante el concurso me demostró que
la idea que tenía de Lilia era una mierda. Lilia Aranova no me necesita. No es una
florecilla vulnerable a la que hay que proteger de las tormentas. Es una zorra
traicionera que destrozó los sueños de mi Pakhan, le robó y humilló a tres asesinos
despiadados.
Es engañosa.
Peligrosa.
No hay ninguna posibilidad de que ponga un pie en este bar de mala muerte
situado a un estado de distancia de donde solía vivir con Ivan Kalashnik, pero me
quedo mirando la cara de todas las mujeres rubias igualmente. Algunas se levantan
esperanzadas y sonríen cuando sus miradas se detienen en mi cuerpo, pero me alejo
en cuanto me doy cuenta de que no es ella. No estoy aquí por ellas. Ni siquiera estoy
aquí por Lilia.
—Vi las fotos de ti sentada en el coche con el agente federal. No hay ninguna
posibilidad de que seas inocente.
—No sé de qué estás hablando. Nunca me he sentado en el coche de un agente
federal. Nunca he hablado con un agente federal en mi vida.
—¡Pero si te he visto!
¿Y ahora? Tengo una sospecha sobre esas fotos. Una sospecha oscura y
desagradable.
—¿Qué? —pregunto.
—Pensé para mí, Elyah sólo necesita sacar su mente de las cosas. Qué
estúpido es, colgarse de una mujer —Sus ojos brillan con malicia—. Pero no es una
simple mujer esta Lilia Aranova. Intentaste advertirme, pero no te escuché. Es una
maldita víbora.
—Si ella es una serpiente, entonces nosotros somos los que la hicimos mostrar
sus colmillos.
Konstantin pone la cabeza a un lado, mirándome.
Konstantin se ríe, un sonido corto y sin humor. Sus ojos están atormentados,
y su temperamento está tan tenso como la cuerda de un arco.
Kirill vuelve con tres vasos entre las manos. Los reparte y se desliza en la
cabina, murmurando:
—Vashe zdorov'ye.1
—¿Es ruso?
—Kirill —murmuro, dándole una patada por debajo de la mesa. Ha estado tan
malhumorado, tan malhumorado como Konstantin desde que el concurso se vino
abajo. Gruñe, se enoja, se pelea. Mi cuerpo está cubierto de moretones por nuestros
combates. Yo soy más grande y más fuerte, pero Kirill es jodidamente rápido, y su
rabia porque Lilia se nos escapó de las manos le hace no dar golpes.
Tomo un trago de vodka. Los tres somos un puto desastre. Cuando encerramos
a Lilia en su jaula, creí que por fin me curaría de la obsesión que me atormentó
durante dos años. En lugar de eso, Lilia Aranova nos ha infectado a los tres, y no
pensamos en nada más que en ella.
1
"A tu salud", cuando hablas con varias personas o te diriges formalmente a una persona mayor o respetada.
Konstantin saca los cubitos de hielo y un triste trozo de limón de su bebida y
los tira a la alfombra. Está tan oscuro que nadie se da cuenta ni le importa. Luego
devuelve el vodka barato de un golpe y hace una mueca.
Cualquier otro Pakhan echaría atrás a uno de sus hombres por hablarle así,
pero Konstantin nunca ha esperado que nos comportemos como sus subordinados.
Nos debe la vida y nos trata como iguales. Además, sabe que está siendo una mierda
de mal humor.
El moreno se gira para mirar y esboza una sonrisa lenta y maliciosa. Se pone
en pie y desaparece entre la multitud medio ebria.
Mi objetivo gira sobre sus talones y camina rápidamente hacia la salida. Antes
de que pueda llegar, Kirill se cruza en su camino con tres vasos más de vodka.
Chocan, y Kirill gruñe molesto mientras el vodka se derrama sobre su mano.
—¿Vasily?
Se paraliza al oír mi voz. La música y las voces en el bar son fuertes, y él finge
no oírme, tratando de esquivar a Kirill con el doble de fuerza, pero Kirill no se lo
permite.
Vasily
Dejo los vasos vacíos que tengo en la mano y extiendo los brazos, sonriendo
ampliamente.
Los ojos de Vasily se llenan de miedo mientras fuerza una sonrisa. Saluda con
la mano y trata de dirigirse una vez más a la salida, pero Kirill le empuja con el
hombro hacia nuestra mesa.
—Mi viejo amigo. No puedo creerlo, joder. Debes tomar una copa con
nosotros.
—¿Es así?
Me burlo de eso.
¿Mucho tiempo? Apenas dos años. ¿Qué has estado haciendo desde que esa
perra nos traicionó?
Vasily no parece saber si debería estar impresionado o no, y dudo que sepa
algo de los Bratva en cualquier otra parte del mundo que no sea aquí, pero asiente
con respeto.
—Con él estuve en prisión en Rusia. Cumplí putos años, mientras que este
imbécil entró y salió en cuestión de meses.
—Deberías oler el interior de una prisión rusa. Orina, sangre y miedo —Se
levanta la camiseta y se retuerce en su asiento para mostrar su ancha y musculosa
espalda. Hay un palacio ruso flotando en las nubes, tatuado sobre sus hombros, y
cinco torres coronadas con cúpulas—. Cinco asesinatos por dentro —Me señala con
la cabeza—. Tres de ellos los compartí con Pushka. Este hombre es una máquina.
—¿Pushka? —pregunta Vasily, con los ojos brillantes como los de un niño
que escucha historias de indios y vaqueros. Nunca compartí mi apodo de la prisión
con mi nuevo grupo.
Está grabado en mis costillas, pero odio ese apodo. Apenas era humano en ese
lugar, y con cada muerte me sentía más y más cerca de un animal salvaje. Mataba
porque tenía que hacerlo, para sobrevivir, pero sé lo que mis compañeros pensaban
de mí. Que era un psicópata de sangre fría.
—Este tipo. Tienes mucha suerte de tener a este tipo contigo ahora. La primera
noche que lo conocí, este cabrón apenas hablaba una palabra de inglés, pero no tenía
que hacerlo. Dejó que un bate de béisbol hablara —Vasily hace la pantomima de que
está blandiendo un bate, y se ríe.
—Ivan Kalashnik nunca apreció a Elyah. Este tipo acaba de llegar de los
gulags2 de Siberia o lo que sea, no sabía nada de América, pero podía hacer que la
2
Campos de concentración.
gente hiciera lo que Ivan quería simplemente poniéndose encima de ellos y
mirándoles fijamente —Sacude la cabeza y toma otro trago—. Pero Ivan nunca
apreció a ninguno de nosotros. Maldito inútil.
—De todos modos, ¿qué los trae a la tierra de la libertad? —pregunta Vasily.
—¿Oh? Conozco estas calles como la palma de mi mano. No hay nadie mejor
que yo si necesitas a alguien de dentro. Por un porcentaje. —Añade rápidamente.
Quiero reírme. ¿Qué ha pasado con el “esto y lo otro” que tiene en marcha?
Finjo consultar a mis amigos, intercambiando con ellos miradas silenciosas, antes
de volver a dirigirme a Vasily e inclinarme más cerca.
—Por supuesto que sí —dice Vasily. Parece tan encantado que me pregunto
si ha estado dando vueltas desde la muerte de Ivan, sin dinero y sin equipo.
Los cuatro salimos juntos del bar, Kirill, Vasily y yo hablando y riendo
mientras Konstantin nos guía. Vasily siempre se excitaba demasiado cuando estaba
cerca del equipo. Estaba muy agradecido por sentirse incluido, como un cachorro
extraviado. El hombre no duraría ni cinco segundos en una prisión rusa.
—Por fin, una puta bebida de verdad —dice, repartiendo los vasos mientras
nos ponemos cómodos en los sofás.
—¿Sabes algo más sobre ese imbécil? —pregunta, volviéndose hacia mí—.
Ivan siempre me dejaba fuera de la mierda. Nunca me invitaba a la casa. Siempre
eran Dima y Bogdan y nunca nosotros.
Vasily está disfrutando demasiado de sus lloriqueos como para darse cuenta
de que Konstantin le mira como si quisiera lanzarle por las ventanas del suelo al
techo y verle caer diez pisos hasta el suelo.
—¿Tú? Por el amor de Dios, me alegro de que ese cabrón esté muerto. Nunca
me apreció, joder.
—Ahora se te aprecia, amigo mío —digo, brindando con mi copa y sonriendo.
—Quiero decir que Elyah era un cachorro enamorado cada vez que Lilia
Kalashnik estaba en la habitación. Joder, qué guapa era. Culo como un melocotón.
Tetas para hacerte llorar. Resulta que también le gustaba Elyah. ¿Puedes creerlo?
Casada con un Pakhan y mojando su coño sobre su conductor.
—Es cierto —Vasily se dirige a los otros dos—. Escucha esto. Una tarde voy
al apartamento de Elyah. Está medio desnudo, todo acalorado y nervioso. Me dice
que ha estado durmiendo —Le da un codazo a Kirill en el pecho—. Detrás de él, en
la alfombra, ¿qué veo? Un bolso rojo de Versace. El mismo bolso rojo que siempre
llevaba Lilia Kalashnik. En ese momento supe lo que pasaba, y no podía creerlo.
Elyah tiene suerte de que no soy el tipo de hombre que lo delata ante nuestro jefe.
Se hace el silencio en la mesa. Vasily sigue riendo y no se da cuenta del viento
helado que recorre la habitación.
—Pero eso no es correcto, Vasily. Eso no es lo que me dijiste el día que Lilia
desapareció.
—Me dijiste que ya sabías que había algo entre Lilia y yo.
—¡Quiero decir, sí! Ya lo sabía, por eso llamé a tu puerta. Para evitar que
cometieras un error. Pero me hizo mucha gracia ver su bolso tirado en el suelo para
que lo viera cualquiera.
Vasily debe haber ideado todo el plan en ese momento. Él culparía de todo a
la esposa infiel.
—De todos modos, debería irme. Se me olvidó que tenía que quedar con
alguien.
—Otra vez. —Balbucea Vasily, pero no puede hacer nada mientras Kirill le
devuelve el vaso a la mano y le vierte vodka. Kirill sigue vertiendo mientras mueve
la botella por el brazo de Vasily y por encima de su cabeza, sin dejar de verter. El
vodka corre por su pelo, salpica su regazo y el sofá.
Su voz me pone los dientes de punta. Cree que si gime como un animal herido
me apiadaré de él. Puedo sentir las cuerdas en mis manos, las que enrollé alrededor
del cuello de Lilia. He torturado a la mujer que amo. Casi la mato por culpa de este
blyat.
Kirill deja de verter vodka en la cabeza de Vasily y éste parpadea para despejar
los ojos.
—La encerré en una jaula. La maté de hambre. La torturé. La colgué con una
soga.
Lo que más arde después del recuerdo de la forma en que torturé a Lilia es el
hecho de haber sido engañado por un enano llorón. Este pedazo de mierda me hizo
creer que Lilia me había traicionado.
Vasily.
Vasily me obligó a ponerle las manos encima con rabia. Amenazar con
matarla. Casi matarla.
No puedo matarlo aquí con estos sofás blancos y toda esta alfombra blanca.
Vasily protesta e intenta huir hacia la puerta, pero Kirill le tuerce el brazo a la espalda
y le hace cruzar la suite y entrar en el baño. Le sigo y cierro la puerta tras nosotros.
Que se jodan esas putas fotos. Cómo las consiguió, con trucos o con
photoshop, no me importa. No creo en ellas.
Creo en Lilia.
El dolor que hice pasar a mi mujer es indescriptible. Le dije que iba a morir y
la obligué a revivir los días más oscuros de su vida. Quiero extirpar esos hechos de
mi alma, pero no puedo, así que me conformaré con desgarrar la inútil carne de
Vasily.
—¿Qué se supone que debo hacer, Elyah? —Vasily se resiste, sus grandes y
estúpidos ojos de cachorro me hacen querer arrancárselos del cráneo—. La policía
me encontró drogas. Si no les daba información sobre Ivan, me iban a enviar a la
cárcel.
—¿Cuál es la verdad?
—Estoy de acuerdo.
Por supuesto que se daría cuenta de que hay algo extraño. Lilia es demasiado
inteligente para quedarse donde hay peligro, pero sólo tardó unos segundos, y el
daño estaba hecho. Creía en esas putas fotos, en un dormitorio vacío, y en un pedazo
de mierda de los bajos fondos que tiraría a una mujer bajo un autobús para salvar su
propio pellejo.
—Eran sólo unas fotos y sólo te las enseñé a ti, Elyah. A nadie más.
Le enseño los dientes. Kirill se asoma desde el otro lado. Vasily mira entre
nosotros y se da cuenta de que va por el camino equivocado, piensa rápido y gira por
uno aún peor.
—Si haces daño a Lilia, eso es culpa tuya, Elyah. Eso no es culpa mía. Tú eres
la que creyó lo que dije sobre ella. Si te volviste contra ella tan rápido no la querías
de verdad.
El mundo se vuelve de un escabroso tono rojo. ¿No es eso lo que me digo cada
noche cuando me despierto en la oscuridad? Mi corazón es demasiado negro,
demasiado retorcido, para amar a alguien. He matado a demasiados hombres. He
hecho demasiadas cosas despreciables. No soy capaz de amar. Sólo de violencia.
Lo he oído de mí mismo una y otra vez, pero oírlo de nuevo por este pedazo
de mierda hace que mi rabia se vuelva nuclear. Retiro el brazo y clavo la botella rota
en las tripas de Vasily. Hace un sonido asqueroso y húmedo, la saco de un tirón y la
vuelvo a meter.
—¿Sientes eso, pedazo de mierda? Voy a arrancarte las tripas y metértelas por
la garganta. Cuando termine contigo, pondré tu cadáver a los pies de mi mujer para
que pueda mirar la cara del hombre que la traicionó.
El hombre más pequeño no tiene palabras. Lo único que hace es gritar, y Kirill
le pone un paño en la boca para que no tenga que escucharlo.
—No eres nada. Arderás en el infierno por lo que has hecho. —Mi aullido de
furia termina cuando clavo la botella dentada en la garganta de Vasily. Hace un
sonido de gorgoteo, y sus ojos se abren de par en par y miran fijamente en su cara
gris y húmeda.
Fui yo.
—El director del hotel ha estado en la puerta. Nos recuerda que debemos bajar
el volumen para comodidad de los demás huéspedes —Konstantin observa el
cadáver destrozado de Vasily y el charco de carmesí que fluye hacia el desagüe—.
Entonces, ¿estamos seguros de que él era el informante y Lilia decía la verdad?
Procesar el cadáver de Vasily toma dos horribles horas. Le cortamos los dedos
con cizallas, le arrancamos los dientes con unos alicates y le arrancamos los tatuajes
de la carne con un cuchillo. Después de envolver el cuerpo en bolsas de plástico
negras, Elyah y yo lo cargamos en una maleta de repuesto mientras Kirill utiliza el
cabezal de la ducha para perseguir cada gota de sangre por el desagüe del baño.
—Sólo uno.
—Yo conduciré —dice Elyah, y coge las llaves cuando se las lanzo.
Me siento en el asiento trasero, con la parte superior izquierda de mi cara
palpitando. La parte cicatrizada. Antes apenas me daba cuenta de mi lesión, pero
desde que el concurso se deshizo, el tejido cicatricial me duele como una herida
fresca.
Cómo la despreciaba. Las mujeres como ella deberían ser arrastradas fuera y
recibir un disparo en la nuca antes de que puedan sembrar el caos en tu existencia.
Pero fui magnánimo. Le permití unos días más de su inútil vida, por el bien
de Elyah. Necesitaba entender por qué lo había traicionado o nunca seguiría
adelante. Elyah es una brutal máquina de matar, pero en el fondo no es como Kirill
o como yo. Se rige por su corazón, no por su mente. No es una debilidad. Es la fuerza
de Elyah. Percibe cosas que Kirill y yo no percibimos porque miramos con nuestros
ojos y escuchamos con nuestros oídos y creemos lo que nos dicen. Elyah está en
sintonía con algo más allá de sus cinco sentidos, y yo dejé de lado sus advertencias
por mi cuenta y riesgo. Me salvó la vida hace ocho meses. Me advirtió de que Lilia
Aranova era tan peligrosa como una víbora, y aun así creí que la había vencido
cuando la tenía a mis pies.
Una mujer como Lilia no surge por casualidad. Está hecha y forjada en la
brutalidad y el dolor. ¿Fue su padre quien la hizo así? ¿Su madre o un hermano?
Alguien la derrumbó por completo y ella se las arregló para volver a construirse a sí
misma en algo tan poderoso que abrumó a tres peligrosos hombres y puso sus planes
patas arriba.
No.
El sol se asoma por el horizonte y los árboles y las casas centellean junto a la
ventana. Mis uñas se clavan en el reposabrazos de cuero mientras mi cabeza palpita
de dolor. Lilia me ha ganado en mi propio juego, y no sé qué deseo más. Tomarla en
mis brazos y ahogar su vida o hacerla mía para siempre.
Aran Brazhensky vive en una ciudad del siguiente estado, y hay cientos de
kilómetros y muchas horas entre nosotros y nuestro destino. Paramos para comer y
Kirill y Elyah comen, pero mi estómago se revuelve. Me basta con el café, que
mantiene mi mente aguda a pesar del dolor de la migraña que se avecina. Fantaseo
con los frescos y delgados dedos de Lilia acariciando mi frente. Vuelve a ser un peso
cálido en mi regazo, solo que esta vez está acurrucada contra mí y mis brazos la
rodean de forma protectora. La sensación que evoca es tan dulce que mi dolor de
cabeza desaparece y hasta consigo dormirme.
—¿Konstantin?
—¿Hemos llegado?
Mis ojos recorren la prominente fachada mientras salgo del coche y me pongo
la chaqueta del traje. Lilia se crió en la riqueza y la comodidad, un comienzo de vida
más fácil que si hubiera crecido en la pobreza y la miseria, pero las casas
confortables y los jardines cuidados no siempre significan una infancia feliz. Me
pregunto qué clase de hombre es Aran Brazhensky. Si golpeaba a su esposa o
aterrorizaba a su hija. Un hombre que se cree por encima de la ley puede justificar
casi todo.
Es tarde y el sol dorado se proyecta sobre nosotros mientras estamos en el
umbral y llamo al timbre. Un ama de llaves contesta, nos echa una mirada de
reconocimiento y sus ojos se vuelven cautelosos. Somos como su jefe, lo que
significa que podríamos ser enemigos.
Elyah saca el pie con pereza y lo mete en la puerta, con las manos aún metidas
en los bolsillos. La mujer se da media vuelta para gritar por encima del hombro.
—¿Qué quieres?
—No estamos aquí por problemas o violencia. —Le tiendo varios billetes
entre los dedos índice y corazón, pero ella niega con la cabeza. Un ruso sabría que
no le estoy pidiendo un soborno. Parece que tengo que explicarle las cosas a esta
americana. Le digo a Kirill con la cabeza—. Tómalo, o mi amigo se asegurará de
que no vuelvas a caminar.
La mujer traga.
—Italia.
—No lo sé. Se fue con prisa. Por favor, no sé nada. No puedo ayudarle.
¿Está buscando a Lilia? ¿Por qué Aran Brazhensky se iría a Italia a toda prisa
si no es para encontrar a su hija?
—¿La hija de Aran? No ha pisado esta casa desde hace dos… —Se corta,
dándose cuenta de que está diciendo demasiado.
Durante dos años. Así que, Lilia vino aquí después de que Ivan fuera
asesinado, tal como le dijo a Elyah. Según ella, fue forzada a venir aquí y luego
escapó.
—La familia Brazhensky está por toda la ciudad. Ve a hablar con ellos. —El
ama de llaves se aferra a la puerta principal e intenta cerrarla a empujones, pero Kirill
mantiene su pie obstinadamente atascado contra ella.
Elyah camina hacia el coche con los puños cerrados. Cuando llega a la acera,
se acerca a nosotros.
—¿Está en la puta Italia? ¿Por qué está en Italia? Lilia no pediría ayuda a ese
hombre.
—Buena idea. Esta vez conduciré yo. —Le digo a Elyah, cogiendo las llaves.
Hacer algo me mantendrá alejado del dolor que me perfora el cráneo—. ¿Lilia
mencionó alguna vez su babushka?
Cuando toco el timbre, hay un momento de silencio antes de oír pasos sobre
la alfombra.
La puerta se abre y una mujer diminuta con el pelo blanco y vestida de negro
me mira. Le devolvemos la mirada sin decir nada mientras sus ojos severos y acuosos
nos recorren. Esta anciana no se sorprende de encontrar a tres hombres duros en su
puerta.
Ella dice:
—No tengo nada que ver con Aran Brazhensky ni con la familia Brazhensky.
Hace tiempo que me lavé las manos con ellos. Has perdido tu tiempo viniendo aquí.
—No estamos aquí por Aran. Estamos buscando a su nieta, Lilia Aranova.
—¿Para quién trabajas? ¿Aran? ¿O para los Kalashniks? No quiero tener nada
que ver con esos ublyudki. —Bastardos.
—Entonces tú tampoco.
Mis cejas suben por la frente. Nadie se ha atrevido a hablarme así en diez
años.
—Dama, por favor —dice Elyah, usando el término respetuoso para una
mujer mayor—. Necesito encontrar a Lilia. Es importante y no descansaré hasta
hacerlo —Su expresión está llena de sincera desesperación.
—Vas a entrar tanto si te invito como si no. Pasa por encima de una pobre
anciana con tus grandes y sucios pies si es necesario.
—Siéntate, Babushka.
3
El samovar (en ruso: самовар) es un recipiente metálico en forma de cafetera alta, dotado de una chimenea
interior con infiernillo, y sirve para preparar té.
Hace un gesto de mala gana, indicándonos que nos sentemos también, y Elyah y yo
hacemos lo que nos dicen.
Unos minutos más tarde, está frente a tres extraños en la mesa de su cocina
con vasos de té humeantes sentados ante cada uno de nosotros.
—La mentira que todo hombre se dice a sí mismo, y que toda mujer sabe que
no debe creer. Fue un error. No lo volveré a hacer.
La anciana se pone en pie, saca un gran cuchillo del bloque y lo pone delante
de él.
—Toma. Empieza.
Kirill sonríe de oreja a oreja, con las rodillas abiertas mientras se recuesta en
su silla.
Kirill hace una mueca de dolor ante el pinchazo y hace lo que se le dice,
frotándose la barriga mientras se incorpora.
—No has ayudado a nadie más que a ti mismo en toda tu vida —Responde la
anciana—. Rompe todos mis dedos. Arráncame las uñas. Nunca hablaré una palabra
de Lilia a hombres como tú.
Kirill me mira.
—¿Lo ha hecho? No lo sé. Lo que haga ese mudak no tiene nada que ver
conmigo.
Una sonrisa desagradable se extiende por mi cara. Ella sabe exactamente por
qué Aran Brazhensky se fue a Italia. Han pasado cinco semanas desde que terminó
el concurso, y nunca habría soñado que Lilia pudiera seguir allí después de todo este
tiempo. Es el lugar perfecto para esconderse de mí.
4
Gracias.
La abuela de Lilia me agarra del brazo, con el pánico brillando en sus viejos
ojos llorosos.
—Tu kroshka es la más divertida que he tenido nunca. ¿Sabes lo rara que es
una mujer como ella? Todavía no me he saciado.
—No lo he decidido.
—¿Por qué tienes que perseguirla como a un animal? ¿Por qué no puedes dejar
a mi nieta en paz?
—Tengo asuntos pendientes con Lilia Aranova —le digo—. Catorce millones
de dólares de asuntos pendientes. Recuperaré mi dinero, o drenaré cada gota de
sangre de su cuerpo.
—¿Me estás tomando el pelo? ¿Lilia estuvo todo el tiempo a unos cientos de
kilómetros de nosotros?
Atrapada.
En mi trampa.
—Supongo que eso significa que vamos a volver a Italia. Si hablas con tu
vnuchka antes de que lo hagamos, dale recuerdos de nuestra parte y dile que la
veremos pronto.
Tal vez.
Posiblemente.
Dejo caer la mano, sorprendida por la fuerza de los sentimientos para proteger
a mi posible bebé.
—¿No tienes nada que decirme, Lilia?
—No te molestes en buscar una escapatoria. Nunca debiste huir. Era sólo
cuestión de tiempo que te encontrara.
Gimoteo y cierro los ojos. Tenía intervenido el teléfono de Babulya. Qué error
más estúpido.
—Trieste es un lugar interesante para una joven fugitiva. ¿Por qué has venido
aquí? ¿Dónde has estado todo este tiempo?
Para tener algo de tiempo para pensar, dejo el bolso en la mesa auxiliar y cojo
una botella de agua. Tras un largo trago, vuelvo a enroscar el tapón.
Después de que mi marido fuera asesinado por los federales, papá me arrancó
de mi vida como Sra. Lilia Kalashnik y me obligó a volver a su casa. Me encontraba
en estado de shock por la pérdida de mi marido. Corrían rumores de que yo había
sido la que lo había vendido a la policía. Todos los amigos, la familia y los hombres
de Ivan se volvieron contra mí.
Elyah, el hombre que decía amarme, que me apreciaba por encima de todo.
Me sostuvo en sus brazos mientras sollozaba tras perder a mi bebé. Elyah nunca
creería que le di a la policía una pizca de ayuda después de lo que me habían quitado.
Si Elyah volviera a verme, sería para rodear mi garganta con sus poderosas
manos y ahogar mi vida.
Miro a mi padre con recelo. Resumido así, suena absurdo, pero tengo uno de
los pocos padres en esta tierra que realmente se creería el cuento. Él está en la mafia
rusa en Estados Unidos. Sabe cómo piensan estos hombres, cómo trabajan, sus
enrevesados planes y esquemas. No he llorado desde que escapé de la villa en el
Lago Como. No he tenido la energía. Tal vez, si fuera otro padre de la mafia rusa,
podría llorar todas mis lágrimas de terror y angustia sobre su hombro mientras me
promete que estoy a salvo y que perseguirá a los hombres que me tomaron prisionera
y los ejecutará personalmente.
Mierda.
Necesito dos cosas si quiero salir de este apuro. Tiempo y dinero. Dinero de
verdad, suficiente para desaparecer tan completamente que papá no me encuentre
nunca más.
—Qué plan más tonto, Lilia. ¿De verdad crees que voy a llevarte a un sitio
sola sólo para que te escapes?
—Bien, pero más vale que sea una buena distancia. ¿Vamos? —Recojo mi
bolso y me lo pongo al hombro.
Mientras papá y yo caminamos juntos por las calles de Trieste, sus hombres
van media docena de pasos detrás de nosotros. Nos abrimos paso bajo el sol, entre
compradores y turistas, sintiendo la aguda mirada de papá en el costado de mi cuello
y sabiendo que está listo para agarrarme en cualquier momento si intento correr.
Nos sentamos en una mesa de cafetería muy cercana a la que estaba sentada
esta mañana. Papá abre la boca, pero le interrumpo y voy directamente al grano.
Incluso después de todos estos años, la cruel puya de papá encuentra su marca
en mi corazón.
—Parece que crees que todavía soy tuya para dar órdenes.
—¿A quién más le perteneces? —pregunta, con los ojos entrecerrados como
si buscara las sucias huellas masculinas por todo mi cuerpo. Están ahí si se fija lo
suficiente. Tres juegos de ellas.
Papá lo hace a un lado con un movimiento de la mano. Cuando nos ponen los
cafés expresos delante, echa una cucharada de azúcar en su café caliente.
—Estoy trabajando como modelo de pasarela. Estoy forjando una vida para
mí. No voy a ser forzada a otro matrimonio sin amor con un hombre de tu elección.
Parpadeo, las lágrimas pinchan mis ojos al recordar lo que me dijo hace dos
años cuando escapé de la casa de mi padre. Fue la última vez que la vi.
—Estás mintiendo.
Ojalá lo estuviera.
Una vieja zorra inteligente, en realidad. Una mujer inteligente que me enseñó
todo lo que sé.
—No quiero que nos peleemos, papá. Si es tan vergonzoso que tu hija esté
sola en el mundo, entonces me iré a vivir a casa. Pero no dejaré mi trabajo.
—No repitas esas sucias mentiras, ni siquiera en broma. Cuando estés en casa
podré presentar a mi obediente hija al mundo y limpiar tu nombre.
Tal vez pueda, o tal vez pueda intimidar a suficientes personas para que se
pongan de su lado, pero cualquiera lo suficientemente desesperado como para
casarse conmigo en esas circunstancias probablemente me trataría peor que Ivan.
—Tendrás veintiún años. —Arremete papá, como si fuera repugnante que una
mujer pueda tener esa edad y no estar casada.
—Exactamente. Tan vieja que la industria del modelaje estará lista para
escupirme. Entonces no tendré más remedio que aceptar al matón que decida casarse
conmigo.
La tensión crepita entre nosotros. Una mujer se atreve a negociar con el gran
Aran Brazhensky.
Señalo con la cabeza la casa de empeños que hay al otro lado de la plaza.
—Vendí algunas joyas allí la semana pasada cuando me quedé sin dinero. Me
gustaría volver a comprarlas antes de irnos.
Papá saca su cartera, murmurando para sí mismo sobre “esa vieja bruja”
mientras cuenta el dinero y lo pone delante de mí. Me agarra de la muñeca mientras
lo cojo y me pongo en pie.
—Ni lo sueñes.
El hombre que está dentro de la tienda tiene unos cuarenta años y me mira
desde detrás de un mostrador de cristal lleno de relojes de segunda mano, pendientes
y gruesos anillos de oro para el dedo meñique. Llevo semanas observando esta tienda
y a su propietario. Nada en el local parece fuera de lo normal, pero tengo la fuerte
sospecha de que este joyero está involucrado con la mafia veneciana local, que
controla esta parte del norte de Italia.
—Por supuesto.
—Me llamo Lilia Brazhensky. Mi padre es Aran Brazhensky. Tiene joyas para
vender. Joyas que creo que a tus amigos les interesarán.
5
¿Habla usted Inglés?
El hombre me dedica una sonrisa congraciada.
—Signorina, estoy más que feliz de hacer negocios con usted. Compro
cualquier oro de calidad por peso a muy buen precio.
Cree que soy una turista con unos cuantos collares para vender. Introduzco
una mano en el bolso y encuentro el pequeño compartimento que cosí en el forro.
Cuando lo saco, hay un diamante rosa que brilla en mi palma.
Por supuesto que sí. Konstantin buscó sólo las mejores piedras para coronar a
su reina.
—Marco Bartoli.
—Sr. Bartoli. Mi padre entiende que usted está en una posición única para
encontrar un comprador para diamantes como estos.
Bartoli se lame los labios y mira alrededor de la tienda vacía, antes de bajar la
voz:
—¿Cuántos diamantes?
Cha-ching.
—Dieciséis.
Sus ojos se abren de par en par. Dieciséis diamantes rosas. Una colección
deliciosa para cualquiera que aprecie las buenas piedras.
Por supuesto que sí. A este precio, estos diamantes son una ganga. Konstantin
probablemente lloraría si supiera que prácticamente los estoy regalando.
—Russa. —Lo corrijo con una sonrisa—. Mi acento es una cosa. Mis raíces
son otra. Y, por favor, no te ofendas porque no es nada personal. Papá necesita que
esto se haga rápida y discretamente sin que ninguno de sus amigos rusos se entere.
Estos son los datos de la cuenta, y mi dirección de correo electrónico. —Deslizo un
papel por el mostrador, en el que está escrito el número de una cuenta de
criptomoneda que creé hace dos semanas y la dirección de correo electrónico
asociada a ella.
—Tan pronto como reciba la notificación de que los fondos están en custodia,
les enviaré a usted y a los compradores el nombre de un hotel, el número de
habitación y el código de la caja fuerte aquí en Trieste. Una vez que hayan
examinado las joyas, liberarán los fondos y no volverán a saber de nosotros. —Mi
tono es despreocupado, casi aburrido, pero la parte posterior de mi cuello está
punzando. En cualquier momento papá enviará a sus hombres para sacarme a rastras.
Si se entera de los diamantes...
—¿Y mis compradores deben creer en su palabra de que hay quince diamantes
más como éste?
Lo que realmente quiere decir es confiar. Abro la boca pero dudo. Sé cómo
interpretaría esto papá. ¿Cómo podría no confiar en un hombre de familia con dos
hermosas niñas? De dos y cinco años, ¿no? Muy dulces.
Me imagino al Sr. Bartoli despertándose con un sudor frío cada noche durante
el siguiente mes y comprobando cómo están sus hijas. Preocupándose cada vez que
las pierde de vista aunque sea por un momento.
—No soy atrevida. He hecho mis investigaciones. Este acuerdo nos beneficia
tanto a nosotros como a sus compradores. Y le beneficia a usted, señor. Disfruta de
tus honorarios de buscador.
—Grazie. —Echo un vistazo rápido a las vitrinas y luego entrego los euros
que me dio papá—. Me llevaré el relicario. No te molestes con la caja.
—Muy bien. Recoge tus cosas. Vas a volver conmigo a Estados Unidos,
vamos a limpiar tu nombre. Tengo información de que fue uno de los hombres de
Ivan Kalashnik quien lo delató a los federales.
Papá sigue despotricando sobre lo que le gustaría hacer a la gente que acusa a
su sangre de trabajar con los federales. Se vuelve hacia el espejo y empieza a
arreglarse la corbata.
—Me refiero a todos ustedes —me quejo—. Tú, Ivan, tus amigos, cualquier
persona con la que quieras que me case. Me gustaría que todos me dejaran en paz.
Los ojos de papá se desorbitan y una vena le palpita en la sien. Hay mucho
odio y asco en su cara mientras me mira fijamente. Incluso más que el día en que
tuve mi primera menstruación sobre su alfombra blanca y me echó de su casa y de
su vida durante siete años.
Como si tuviera otra opción que tener sexo con Konstantin y Elyah, pero papá
no lo entendería. Agarro mi bolso, vuelvo a meter la prueba en él y me pongo de pie.
—Eso no es asunto tuyo.
—¿Estás embarazada? ¿Se supone que debo casarte y estás embarazada del
bastardo de otro hombre?
—Hazlo. Ahora.
Papá está apretando y soltando los puños de una manera que me indica que
está peligrosamente cerca de golpearme, embarazada o no.
—Haz esa prueba, o te ataré a una silla hasta que te mees encima.
Las lágrimas de rabia se acumulan en mis ojos mientras sus hombres avanzan
hacia mí. Uno de ellos coge una silla y el otro saca del bolsillo una cuerda fina. Me
ponen las manos en los hombros y me obligan a sentarme en la silla.
—Espera.
—Entra ahí.
—Estoy viendo cómo te meas encima. No me fío de que no lo pases por debajo
del grifo.
—Lo intento. —Respondo con los dientes apretados. Quiero que esto termine
incluso más que él. Cierro los ojos y pienso en ríos caudalosos. En cascadas. El
sonido de la lluvia cayendo del techo.
Justo cuando estoy a punto de rendirme e intentar beber un galón de agua, mis
músculos se relajan y por fin puedo orinar. Un momento después, blandí la prueba
en el aire, donde papá puede verla, y él gruñe y sale de la habitación, cerrando la
puerta del baño tras de sí.
—Sal cuando tengas los resultados. —Llama a través de la madera.
Me paso los dedos por el pelo y gimo. ¿Casada con Konstantin? Eso sería aún
peor que estar casada con Ivan. Mi marido podría torturarme cuando le apeteciera y
utilizar a nuestro hijo para obligarme a hacer lo que él pidiera. Dejaría que Elyah y
Kirill me follaran y me atormentaran, y cuando finalmente se aburriera de mí, me
degollaría.
Abro los ojos para intentar disipar las horribles imágenes que bailan por mi
mente, y mis ojos se posan en mi peor pesadilla.
Dos líneas.
Embarazada.
—Estoy embarazada.
—No lo sé.
—Cinco.
Deshacerme de mi bebé.
Matar a mi bebé.
—Por supuesto, aborta. ¿Ni siquiera puedes nombrar al padre y quieres traer
a este mocoso al mundo? ¿Qué pasó con tu preciosa carrera? ¿Qué pasa con mis
planes de limpiar tu nombre y encontrarte un marido? Ningún hombre te querrá si te
quedas con este niño.
No puedo sentir nada bajo la carne de mi vientre plano, pero sé que este bebé
está ahí dentro, acurrucado y protegido. Me invade un sentimiento de protección
feroz y sé que preferiría volver a tirarme por un acantilado antes que hacer daño a
este niño. Si papá, Konstantin o Elyah intentan quitármelo, lucharé contra ellos hasta
que no me queden fuerzas en las extremidades.
—¡Este no es mi nieto! Mis nietos son los hijos e hijas que tendrás con tu
marido, no un asqueroso vástago de un don nadie. Ya podría haber sido abuelo si no
hubieras sido una perra descuidada y egoísta como siempre. Ivan me contó cómo
perdiste a su bebé. La única cosa para la que eres buena y ni siquiera pudiste hacerlo
bien.
Una cosa es escuchar las voces desagradables de tu propia mente que te dicen
que eres una mercancía dañada. Otra cosa es escuchar sus palabras en tu cara por tu
propio padre.
Sonreiría así aunque no fuera su bebé. Mientras fuera suya, eso sería
suficiente para Elyah.
Las lágrimas me llenan los ojos y rápidamente las disimulo. ¿Cuánto tiempo
sería amable antes de volverse violento de nuevo? No puedo confiar en Elyah, y no
voy a dejar que este embarazo me ablande el corazón ante un peligroso asesino.
—Me subiré al avión, pero no vas a tratar a este niño como me trataste a mí.
Este es mi bebé.
Papá se burla.
Después de comprobarlo, subimos al coche que nos espera fuera y salimos por
la ciudad. Mis pensamientos se centran en mi bebé. ¿Y si esta es mi única
oportunidad de ser madre? ¿Y si me pasa algo? ¿A ellos?
Un avión está repostando en la pista cuando llegamos al pequeño aeropuerto
privado. Cuando subimos a bordo del lujoso avión, una sonriente azafata nos recibe
ofreciéndonos una bandeja con champán y zumo de naranja.
Mikhail y Dmitry se ponen en pie y bajan los escalones, con sus hombros
musculosos y amenazantes. Papá y yo nos quedamos sentados en silencio, sin más
miradas que la del otro. Me doy cuenta, con un hilo de aprensión, de que está
mirando de nuevo mi collar, con los ojos entrecerrados por la perplejidad.
—Me estás mintiendo, Lilia —dice papá entre dientes—. ¿Por qué me
mientes?
—No sería la primera vez. Todo lo que hace Lilia Aranova es decir mentiras.
Al frente del grupo hay un hombre con un traje gris que hace juego con el
color de sus ojos. Una sonrisa orgullosa se dibuja en sus labios mientras me mira.
Su impecable camisa blanca está abierta por el cuello para revelar los bordes de los
tatuajes de su pecho; tatuajes que nunca he visto a pesar de que hemos tenido
relaciones sexuales.
A su izquierda hay un hombre de pómulos altos y fríos ojos azules, con el pelo
rubio retirado de la cara y los hombros musculosos tensos bajo una camiseta negra
ajustada. La tinta decora su garganta, sus brazos y sus dedos. Tatuajes de la cárcel.
Palabras y símbolos que documentan su brutal vida. En el momento en que me mira,
parece dejar de respirar.
Elyah interrumpe las protestas del piloto agarrando un puño del pelo del
hombre y dándole una sacudida.
—Pon este avión en el aire o te volaré los putos sesos. —Habla en un
monótono y profundo tono, como si no estuviera haciendo nada más notable que
pedir un café con leche.
—Deja de fingir, Konstantin. Ambos sabemos que esta actitud fría y distante
no es tu verdadero yo.
Papá mira de un hombre a otro y luego sus ojos acusadores vuelven a dirigirse
a mí y se posan en el medallón que descansa sobre mi camiseta.
Frunzo el ceño ante el collar, confundida por qué papá se distrae con una vieja
joya cuando su avión está siendo secuestrado.
—¿Perdón?
El avión gira y gana velocidad, y los motores rugen mientras nos precipitamos
por la pista. Las ruedas se levantan y nos elevamos en el aire, el suelo cae bajo
nosotros.
—Si usas esa radio para pedir ayuda, te desmontaré mientras estés vivo, junto
con esa mujer que encerramos en el baño, y ambos serán sacados de este avión en
pedazos. ¿Da?
—Estaba en una joyería porque iba a recomprar unas joyas empeñadas. Nada
valioso. Sólo valor sentimental. Papá me dio los euros en persona —Me dirijo a
papá—. Este es el relicario de mamá. Babulya y yo llamamos al ayuntamiento y me
lo devolvieron. Lo sabrías si no me hubieras echado de tu vida.
Oh, diablos, no. Hablo por encima de él tan rápido como puedo.
—Tengo algunos diamantes, papá. Konstantin dice que los robé, pero me los
gané, hasta la última piedra preciosa. Son legítimamente míos.
Lilia Aranova me mira fijamente mientras avanzo por el plano hacia ella.
Cómo he soñado con este momento sin parar durante cinco malditas semanas. ¿Una
mujer hermosa totalmente a mi merced, y una tan inteligente e impredecible como
Lilia? Estoy obsesionado.
—No. Sólo tú. ¿Serás mi detka? —Pongo mis labios contra su oreja y
susurro—: Hasta que despelleje la carne de tus huesos y te desangres a mis pies.
—Si sigues amenazándome, tendré que matarte cuando escape esta vez en
lugar de sólo humillarte.
Una carcajada me sube a la garganta y envuelvo con mis brazos aún más a
esta mujer esbelta y hermosa. Una de mis manos se desliza por su nuca y mis dedos
se hunden en su sedoso cabello. Cuando la aprieto contra mi hombro, mi cabeza se
inclina para respirarla. Su pelo huele a flores e inhalo profundamente.
Quiero follarla.
Quiero matarla.
No fue un beso. Fue un sabor. Me chupo el labio inferior y tiro de él entre los
dientes, sonriendo a mi amigo.
—Ah-ah-ah. No es tu turno.
¿No es un juego? ¿Entonces por qué es tan divertido? Ahora es incluso mejor
porque en lugar de quince mujeres aterrorizadas, tengo al padre de Lilia como
público. Hasta ahora, Brazhensky no ha hecho ningún movimiento para ayudar a su
hija, pero seguramente acudirá en su ayuda si la atormento lo suficiente.
Sus mechones dorados se curvan contra su mejilla y los acaricio con un dedo
índice.
—Kirill hará lo que quiera si te lleva a la parte trasera del avión. No habrá
nadie que lo detenga. Si quieres volver a sentarte en esa silla, sana y salvo junto a tu
padre, dime dónde están los diamantes. Aterrizaremos, buscaremos los diamantes y
luego los dos pueden volver a América.
Lilia cae de bruces sobre la cama y extiende las manos para sujetarse antes de
girar hacia mí. Su gloriosa melena dorada vuela a su alrededor y sus manos se aferran
a la ropa de cama. Intenta ocultarlo, pero me tiene miedo.
—Podemos hacer esto por las buenas o por las malas. Por favor, hagámoslo
por las malas. Siempre he querido follar con odio en un jet privado. ¿Dónde están
los diamantes?
Los ojos de Lilia se abren de par en par mientras se esfuerza por respirar y me
araña la mano con las uñas.
—Olvidé que conocías a esos pedazos de puta escoria. ¿Querías llorar sobre
sus cadáveres después de que los matara? Ojalá pudiera matarlos todos los días de
nuevas maneras por el resto de la puta eternidad.
Me doy cuenta de que está intentando hablar y aflojo mi agarre.
Lilia se estremece.
—¿Qué todo?
—¿Crees que voy a derramar mis tripas a una perra como tú? Están muertos,
y eso es todo lo que necesitas saber. Ahora mi vida es Kostya. Mi vida es Elyah. Y
mi vida es hacer de la tuya un infierno. Abre tus malditas piernas.
Meto la mano por debajo del vestido, agarro su ropa interior y tiro. Lleva un
tanga que se rompe en mis manos y cae al suelo hecho jirones. Cuando introduzco
mi rodilla entre las suyas, me busca los ojos con las uñas. Apenas si giro la cara a
tiempo. Luego intenta golpear mis pelotas, pero yo alejo mis caderas de un tirón.
Sin sujetador. Sus tetas son perfectas, curvadas y suaves, con pezones de color
rosa oscuro. Ya las he visto muchas veces, pero todavía se me hace la boca agua al
verlas. Escupo en mis dedos corazón y anular, mirándola fijamente a los ojos.
—Adelante.
Arrastro los dedos mojados por sus pechos, por encima de su vientre hasta su
coño, y luego se los meto. Quería castigarla, pero cuando su carne caliente se apodera
de mis dedos, gimo y agacho la cabeza.
Y, sin embargo, los saco y los vuelvo a introducir en ella, con rápidas
embestidas de mis dedos que hacen que mi polla esté deseando reemplazarlos. Se
retuerce en mi agarre, sus mejillas se enrojecen y su boca se abre en un gemido.
Joder. Está disfrutando.
Me inclino más hacia ella hasta que mis labios susurran contra los suyos.
—Y te detesto demasiado como para darte una muerte rápida. Te prometo que
matarte nunca será una pérdida de mi tiempo.
—Se supone que debes torturar los diamantes fuera de mí, no hacer que me
corra. Tienes las órdenes de tu Pakhan, perro entrenado.
Lilia se muere por cabrearme. Saco mis dedos de ella y golpeo su coño, y ella
grita. Vuelvo a penetrarla, esta vez más profundamente. No puedo evitar presionar
su punto G.
Tres palabras que salen de sus labios mientras su cabeza cae hacia atrás.
—Si me follas, tendré garantizada la huida. ¿No recuerdas lo que pasó cuando
tus amigos pensaron que podían usar mi cuerpo?
Saboreo la forma en que sus ojos se dilatan al verme. Después de todo, puede
que follar con una mujer consciente tenga sus ventajas. La agarro del brazo y la hago
girar, hundiendo los dientes en el labio inferior al ver su pequeño y gordo culo.
Separo sus pies, tiro de sus caderas contra mí y la cabeza de mi polla encuentra
su resbaladizo núcleo. De un solo empujón, estoy en casa. Ella grita ante la
conmoción de mi intrusión, lo más delicioso que he oído nunca. ¿Quién iba a decir
que una mujer podía sonar tan caliente?
Cuando retrocedo las caderas y vuelvo a penetrarla, cierra los ojos y pronuncia
mi nombre como una maldición. La follo lentamente, y apenas hay espacio para
moverse con su cuerpo estrechamente entre mis brazos. Tengo toda la cama para
extenderla y follarla, pero no puedo soltarla.
—Tu coño está muy resbaladizo para mi polla. Apuesto a que tu clítoris está…
—Me acerco a ella y sonrío contra su piel cuando encuentro lo que busco. Su
apretado manojo de nervios se hincha al tacto, y una sola pasada de mi dedo la hace
gemir aún más fuerte.
Mientras hablo, la froto con los dedos y su respiración se hace más pesada.
Está desesperada por gritar, pero sigue conteniendo sus gemidos. Si quiere correrse
—y Lilia quiere correrse— voy a oírla gritar. Todo el mundo en este avión va a saber
lo que estamos haciendo aquí.
—¿Quieres correrte? Levanta ese culo y déjame meter mi polla con fuerza y
profundidad en ese coño necesitado.
—Kirill… —Comienza, furiosa y nerviosa al mismo tiempo.
Lilia recoge las piernas debajo de ella y se pone de rodillas, con la mejilla aún
pegada al colchón. Incluso arquea la espalda para que su húmeda raja quede al
descubierto. La expresión física de “por favor, fóllame”.
¿No es así?
—Frota tu clítoris para mí, detka. Dale a Kostya una buena mirada de cómo
le gusta ser follada a su preciosa Número Once.
Lilia mete la mano entre los muslos y hace girar los dedos sobre su clítoris.
Gime, y la expresión de éxtasis se duplica en su rostro. Mira a Kostya con los labios
entreabiertos y la mejilla apoyada en las mantas.
Kostya mantiene la cara seria, pero sus fosas nasales se agitan. Se muere por
arrancarse la ropa y unirse a nosotros en esta cama.
Mi Pakhan me observa follar con Lilia durante unos momentos más. Por
encima de su hombro, Elyah puede vernos, y espero que Brazhensky también.
Kostya cierra la puerta de golpe y nos deja solos.
Pero no hay competencia. La agarro por las caderas y la tiro de la cama hacia
mí. Preparado para hundirme en ella, me agarro a la polla y gruño entre dientes:
—Mira. —Le ordeno. En cuanto baja los ojos hacia mi longitud, la introduzco
lentamente en su interior. Me tomo mi tiempo y la follo con constantes empujones
mientras mi pulgar gira en su clítoris. Podría volverme adicto a las expresiones de
placer que aparecen en su rostro. Se muerde el labio. Luego, sus cejas se juntan y
suben. Por un momento sonríe. Joder.
—Tu coño está tan maduro que podría reproducirte ahora mismo. ¿Quieres
mi bebé, detka?
Le paso la mano por la nuca y le levanto la cabeza para que vea mi polla
clavándose en ella.
Los ojos de Lilia están pegados a la vista. Sus gemidos crecen hasta un punto
febril, y entonces todo su cuerpo se arquea con su orgasmo y grita, lo suficientemente
alto como para que Elyah lo oiga, Kostya lo oiga, papá lo oiga, el piloto lo oiga, la
mujer encerrada en el maldito baño lo oiga.
Saco mi polla de ella, veo cómo brilla mi semen y me vuelvo a meter en ella.
Es una trampa aún más peligrosa que ella, pero joder, lo deseo de todas formas.
Sus ojos se abren de par en par cuando salgo de ella, para luego deslizar dos
dedos dentro de su coño, necesitando sentir lo recubierto que está. Gimiendo,
introduzco mis dedos más profundamente en ella.
—Quédate aquí, y yo enviaré a Kostya y Elyah para que se turnen. Entre los
tres, te tendremos embarazada en poco tiempo.
Quiero que el niño sea mío, pero realmente no importa quién sea el padre
porque nunca dejaré a Kostya y Elyah. Mientras Lilia esté embarazada y atada a
nosotros tres, tendré todo lo que quiero.
—¿Sus turnos? Quítate de encima —Lilia me aparta de un empujón y recoge
su ropa, con la cara roja de ira y sexo. Su vestido está roto, pero se lo pone de todos
modos y lo anuda sobre sus pechos para mantenerlo cerrado.
Con la cabeza alta, abre la puerta y vuelve a bajar el plano hacia los demás
mientras yo aún me subo los vaqueros. La sigo a paso de tortuga, con una sonrisa
perezosa en la cara mientras me pongo la camiseta en su sitio. Brazhensky resopla
como un toro y se queda mirando mis tatuajes de la cárcel. En nuestro mundo, soy
una escoria para él. Demasiado rastrero para poner mis manos en una mujer como
Lilia. Kostya sería adecuado como marido, pero Elyah y yo no somos aptos para ser
sus guardaespaldas.
—¿Este hombre? ¿Sólo este hombre? No, papá. Me los he follado a todos.
—Si tu madre supiera que ha dado a luz a una zorra te habría ahogado en la
bañera.
Estas amenazas pasan por encima de Elyah como si no las hubiera escuchado.
Se vuelve hacia Lilia.
Basta con mirar a un hombre como Aran Brazhensky para saber que es liberal
con los puños. Tiene la misma mirada malvada que tenía mi padre.
—No he terminado con ella. La llevaré a la parte trasera del avión y terminaré
el trabajo.
Ahora que mi ansia por el coño de Lilia ha sido satisfecha por ahora, debería
poder mantener mi mente en el trabajo. Recorro su cuerpo con la mirada,
preguntándome por dónde debo empezar. Lilia es testaruda, así que necesitará algo
de dolor para motivarse. Sería una pena arruinar su belleza o dejar cicatrices en su
cuerpo. Unos cuantos dedos rotos serán suficientes. Tendré que amordazarla y
romperlos rápidamente para que Elyah no intente salvar a su mujer.
Doy un paso hacia Lilia, pero Kostya vuelve a levantar una mano y me quedo
donde estoy.
—No puedes tenerla. Mi hija está arreglada para casarse. O lo estaba, hasta
que...
Lilia exclama:
—¡Papá, basta! No hay manera de que me case de nuevo con uno de tus
amigos de mierda.
—Por supuesto.
Brazhensky frunce los labios. Esperaba ganar dinero o ganar favores casando
a su hija, no quedarse sin una buena cantidad de dinero.
—No te pago para que me quites a mi hija de encima. Vas a pagar con sangre
por secuestrar mi avión.
—Si amenazas a mi Pakhan una vez más, te meteré una bala en la cabeza.
Por la expresión brutal de sus ojos, nada le haría más feliz que matar al padre
de Lilia.
—¿Quiénes son ustedes para amenazarme? Haré que los maten a todos. —
Grita Brazhensky a pleno pulmón, con el rostro enrojecido y una vena palpitante en
la sien.
—Debe ser una agonía. Podría ayudarte con eso. —Luego se da la vuelta y
mira por la ventana.
Kostya le lanza una mirada torva y luego se pone en pie. Se dirige a la parte
delantera del avión y se dirige al piloto.
—Diga al control de tráfico aéreo que tiene problemas con los motores.
Aterrice en un aeropuerto pequeño, lo más cerca posible de París.
Unos minutos más tarde, iniciamos el descenso. Nadie habla en el avión hasta
que se ven las casas y las carreteras de abajo.
Ella le sonríe.
—Así que no decirte dónde están los diamantes me librará de otro matrimonio
que no quiero. Maravilloso.
Con una mano extendida, se examina las uñas. No son las perfectas y
brillantes formas de almendra que eran antes, pero las mira como si lo fueran.
Lilia vuelve a cruzar sus largas piernas y ambos miramos sus esbeltas
pantorrillas.
—No sabes de qué estás hablando. Lilia está jugando por el tiempo ahora,
pero Konstantin conseguirá sus diamantes, y yo conseguiré a Lilia.
Su expresión se ensombrece.
—Te he escuchado follar con ella. ¿Desde cuándo quieres algo más de una
mujer?
—¿Desde cuándo?
Desde que estuvimos en la cima del acantilado, mirando hacia las oscuras
aguas del lago de Como.
Desde que cruzamos la superficie del lago, a la caza de ella con una potente
luz.
Desde que le dije que es mía hasta que se muera, y eso hizo que su coño
brotara contra mis dedos.
—La cagaste hace dos años. Ella nunca te perdonará por dudar de que amaba
a su bebé.
Nunca dije nada sobre el amor. No hay ni una pizca de mi alma que merezca
una mujer como Lilia, pero nunca me he preocupado de cosas como merecer y
ganar. Sólo tomar y poseer. Elyah quiere desesperadamente que Lilia lo ame, pero
me importa un bledo si tengo que encerrar a Lilia en una jaula por el resto de su vida
para conservarla.
Los tres hemos pasado por demasiadas cosas juntos como para separarnos por
los celos, y creo que todos sabemos que tenemos las manos llenas cuando se trata de
Lilia. Ella es demasiado para que uno solo de nosotros la maneje.
Sonrío y saco un trozo de cuerda del bolsillo y lo deslizo entre los dedos.
—Elije.
Elyah golpea el arma contra la cabeza de papá, con los ojos llenos de ira. Papá
está arrodillado en el suelo del avión, con la cara ensangrentada por el trabajo de
Elyah de antes. Hemos aterrizado en algún lugar fuera de París, pero la cabina sigue
sellada.
Puedo ver lo mucho que Elyah quiere matar a papá, pero Konstantin me está
dando la oportunidad de elegir. Dudo que le interese si quiero o no mostrar piedad a
Aran Brazhensky, el hombre que hizo y sigue haciendo de mi vida un infierno. Creo
que Konstantin sólo quiere ver lo que voy a hacer.
Si papá muere, nadie más en este planeta sabrá que estoy embarazada excepto
yo. Dejar que Elyah lo mate es probablemente lo más seguro que puedo hacer por
mi hijo. La idea me deja un sabor amargo en la boca. ¿Será este mi primer acto como
madre, matar a mi propio padre?
Papá levanta unos ojos tan furiosos que son casi negros hacia mi cara, y mi
corazón da un vuelco, preguntándose si acabo de tomar la decisión equivocada.
Tendré que asegurarme de esconderme tan bien que papá nunca me encuentre para
vengarse de esta humillación.
¿Fuiste una buena hija, Lilia Brazhensky? ¿Fuiste una buena amante, Lilia
Aranova?
…gustarle?
Conducimos durante horas, y creo que pasamos por alto París y nos dirigimos
a la costa. La campiña que nos rodea es rural, pero no tan remota como para que no
haya coches en la carretera y casas ocasionales salpicadas por el campo. Todo el
tiempo estoy discutiendo en silencio conmigo misma. Háblales del bebé. No les
cuentes lo del bebé. Tienen que saberlo. Podrían hacerle daño sin darse cuenta.
Joder.
Me dirijo a Konstantin.
Konstantin mueve la cabeza hacia la puerta del pasajero del lado de Kirill.
Los ojos de Elyah se entrecierran, y recuerdo cómo declaró que soy una víbora
y que Konstantin no debería confiar en mí.
—He pensado que podríamos hablar mientras hago pis. Hay algo que necesito
decirte.
—No quiero que muera gente inocente, qué ñoño de mi parte. ¿Podemos
irnos? Me voy a mojar aquí.
—Lilia, voy a contar hasta sesenta, y tanto si te has meado como si no, vamos
a volver al coche.
Siento una sacudida de sorpresa cuando dice mi nombre con su voz profunda
y precisa. Es diferente al número once o incluso a milaya. Por segunda vez ese día,
me bajo la ropa interior delante de un hombre y me siento en el retrete.
—Mi babulya tiene migrañas y hay puntos de presión que pueden aliviarlas.
Pídeme que te ayude la próxima vez.
Su ceja dañada sube por la frente ante la frase "la próxima vez".
—La próxima vez que tenga migraña estarás muerta o de vuelta en América
¿Porque habré revelado dónde están los diamantes? Si es así, tal vez esté
muerta, pero no estaré en América. No creo ni por un segundo que vaya a dejarme
ir. Lo he humillado demasiado.
—Después de todo lo que nos hiciste a los tres, habría estado loco si te hubiera
tomado como esposa. Así que sí, me habría casado contigo.
Me eché a reír.
—Me encantan los retos, milaya. Siempre quiero lo mejor de todo, y a pesar
de lo que pensaba, la mejor mujer no es un perro manso. —Su mirada se clava en la
mía—. Es una pena que lo hayas arruinado todo robándome.
Mi risa se apaga.
—Pero entonces nunca te habría conocido. Elyah pensó que estaba loco por
ponerte las manos encima, teniendo en cuenta lo que fue mi última novia. Ignoré las
señales de advertencia cuando se trataba de ella. Confié en ella cuando no debía, y
nunca traté de ganarme su lealtad.
—Ya hemos superado los lamentos y las explicaciones, milaya. No quiero eso
de ti, y no puedes esperar nada de eso de mí.
Respeto.
Su mirada se estrecha.
—¿Cómo?
—¿Cómo?
—No quiero eso y tú… —Me froto la frente como si me doliera decir esto—
. Tú tampoco. Quieres un igual, y ambos sabemos que yo lo soy.
Lucho con todo lo que tengo para mantener la cara seria. Con la ropa interior
por los tobillos, sentada en el retrete de un baño helado, doy la actuación de mi vida.
Los ojos de Konstantin se abren de par en par por la sorpresa. Sus labios se
separan y está a punto de decir algo, pero entonces una pared se derrumba detrás de
ellos.
Su jefe. Su amigo. Me empujan para llegar a él, pero ambos se dan cuenta
inmediatamente de su error y se vuelven.
Doy una patada a la estantería junto a la puerta del baño con todas mis fuerzas.
Es tan vieja y está tan oxidada que se derrumba de inmediato, justo en la puerta,
impidiendo el paso de Kirill y Elyah.
—Lilia.
Estás muerta.
Entonces me lanza un beso, y juro que puedo sentir el fantasma de sus labios
contra los míos. No me entretengo en la sensación. Con el corazón palpitando
desmesuradamente, me doy la vuelta y corro.
Una hilera de árboles y espesos setos detrás de la gasolinera son los únicos
obstáculos que me separan de las tres estrechas carreteras que se esconden tras la
vegetación. Un camión que remolca un tractor intenta adelantar a un coche en uno
de los carriles. Corro a través de una franja de hierba, hacia el tractor, y alcanzo y
abro la puerta, rezando para que los dos conductores estén demasiado enfrascados
en su discusión como para darse cuenta de mi presencia. Me subo a la cabina y cierro
la puerta tras de mí, mientras los dos conductores se gritan en francés. El suelo del
tractor está cubierto de barro y trozos de paja y hierba, y me tumbo en él con la
cabeza apoyada en mi bolso.
Con una sonrisa de oreja a oreja, escribo una respuesta en la que les digo que
los diamantes se encuentran en la caja fuerte de una habitación concreta de un hotel
de Trieste. Deben preguntar por Tomas Szabo en la recepción y él les dará la llave
de la habitación.
Cierro los ojos, rodeo el mapa con el dedo índice y lo clavo en la pantalla.
A la tarde siguiente, subo a un tren en Dijon con mi mochila que contiene una
camiseta limpia, algo de ropa interior, un cepillo de dientes y una taza de café y un
bocadillo en una bolsa de papel. El tren está medio vacío y me acomodo en un asiento
junto a una ventana soleada. En cuanto el vagón se estremece y empezamos a salir
de la estación, mis hombros se desencajan, pero sólo un poco.
Cambio de tren en Alemania con algunas miradas furtivas por encima del
hombro. El andén está repleto de gente que camina de un lado a otro, arrastrando
pequeñas maletas. Por un momento veo a un hombre alto y orgulloso con una camisa
blanca, y cuando se vuelve hacia mí, me da un vuelco el estómago. Sólo que sus ojos
son marrones, no grises.
Uno se acerca y una gran mano me aprieta el hombro. Apoya sus labios en mi
sien y me dice al oído:
—Es preciosa, Lilia.
Deslizo una mano sobre mi vientre. Una niña. ¿Será una niña? Me duele el
corazón al pensar que mi hija podría crecer entre hombres peligrosos que la utilizarán
como los hombres de mi vida me han utilizado a mí.
Pasadas las ocho de la mañana, el tren llega a Praga Hlavni y me apeo junto
con los demás viajeros cansados. Es una mañana llena de sol acuoso, y el aire fresco
y seco huele a pastelería. Pronto cambiarán las estaciones y, mientras me dirijo a la
salida, sonrío al pensar que los árboles de esta hermosa ciudad se vuelven rojos y
dorados.
¿Tendrá el bebé ojos azules o grises? ¿Veré una de las caras de mi torturador
mirándome cuando finalmente nos encontremos o sólo la inocencia de un bebé?
—Pase lo que pase, cariño, voy a protegerte de todo lo malo del mundo —
murmuro, contemplando las oscuras y gélidas aguas del río Moldava—. No tengo
mucho que darte, salvo mi amor. Espero que sea suficiente.
No podré colmar a este niño con el lujo que una vez conocí, pero las alfombras
blancas de felpa y los platos dorados no significan nada cuando una casa es fría y
cruel.
Unas horas más tarde, cierro el portátil y me voy a la cama. Habrá que seguir
investigando para encontrar a todo el mundo y verificar de algún modo su
información de contacto, pero al menos ahora tengo un plan, y un plan me hace tener
esperanzas.
A finales de febrero, he enviado tres pagos, uno a Hedda, otro a Deja y otro a
Olivia. Cada transferencia es anónima, pero viene acompañada de un mensaje que
solo ellas entenderán.
Uno-dieciséis, con amor de once. Y añado un emoji de diamante. Ninguna de
las mujeres habrá olvidado la brillante tiara de Konstantin.
El día que me conecto y veo que Hedda ha transferido su parte del dinero a
una cuenta bancaria, me levanto del ordenador con un grito de alegría. Es mi primera
victoria, y eso me hace sentir muy feliz. Todavía me falta mucho para localizar a
todas, pero si tengo que contratar a un investigador privado para encontrar a algunas
de las mujeres, lo haré.
No sé qué hacer salvo seguir poniendo un pie delante del otro, así que eso es
lo que hago. Trabajo en el restaurante y pago el alquiler. Tomo alimentos nutritivos
para el bebé y rebusco en los mercados de segunda mano para hacer una pequeña
guardería en un rincón de mi salón. Un robusto cochecito. Una cuna de madera
amarilla. Un móvil de elefantes y tigres con pajaritas amarillas para colgar encima.
Ropa de bebé tan pequeña y adorable que me hace sonreír cada vez que la miro.
En mis mañanas libres estoy tan agotada que no puedo hacer otra cosa que
sentarme en los cafés y ver el mundo pasar, y empiezo a notar algo en mí que me
hace clavar las uñas en las palmas de las manos.
Lilia. No.
Y sin embargo, no pasan ni dos minutos antes de que vuelva a mirar a los
hombres de la calle, con mis ojos inquietos recorriendo sus cuerpos, sus manos y sus
caras. Algunos son guapos. Algunos tienen cuerpos grandes y poderosos y ojos
hermosos que me recorren con interés. Un puñado de hombres se ha acercado a mí
en los últimos meses, captando la necesidad que parezco transmitir con una antena
de quince metros. Esta mujer necesita ser follada. Sacudo la cabeza ante cada uno
de ellos porque no me atrevo a involucrarme con otro hombre cuando mi confianza
en los de su clase está por los suelos. Me digo a mí misma que esa es la razón, pero
la verdad es mucho más oscura.
El bebé.
Me agarro el vientre y grito, sacando una mano y una pierna para proteger al
bebé. Imágenes horribles pasan por mi cerebro. Ser atropellada por un conductor
borracho mientras intento cruzar la calle. Que alguien me robe el bebé de su
cochecito porque estoy intentando hacer malabares con diez cosas a la vez. Estar tan
privada de sueño como madre soltera que cometo un terrible error y nos hago daño.
Estoy sola con este bebé. No sólo ahora, sino siempre. No hay nadie que me atrape
cuando me caigo.
—¡Lilia! ¿Estás bien? Jakub, mira por dónde vas. —El chef, Pavel, me pasa
la mano por debajo del brazo y me ayuda a ponerme en pie. He decidido usar mi
verdadero nombre en el restaurante porque es muy difícil adaptarse a uno falso, pero
nadie sabe mi verdadero apellido.
Mi mano sigue sujeta a mi barriga, que se perfila a través de mi delantal. Debo
de parecer que he visto un fantasma cuando Pavel mira de mi barriga a mi cara y me
pregunta:
—¿Estás embarazada?
—Yo...
—Por supuesto. Mi mujer trabajó hasta los siete meses y medio de embarazo
de todos nuestros hijos. Pero debes bajar el ritmo si estás demasiado cansada. No es
bueno para ti ni para el bebé. Jakub, limpia esto. —Añade, señalando todos los platos
que la mano de la cocina me hizo tirar. El niño se pone a trabajar con un cepillo y
una sartén.
Una gran mano me agarra de la muñeca y una voz con acento ruso me dice:
Se relaja una vez más y extiende las manos con una sonrisa.
—Ha sido difícil para mí desde que Ivan murió. Todavía no estoy preparada
para estar en casa. Demasiados malos recuerdos.
—Por supuesto. ¿Pero una camarera, Lilia? Eres demasiado buena para esto.
La irritación me sube por la espalda. ¿Es un criminal y cree que la gente como
nosotros es demasiado buena para servir mesas? Este es un trabajo honesto, y estoy
orgullosa de ello.
—Está bien, pero ¿harás que valga la pena? —De repente, la sonrisa de
Maxim se llena de insinuaciones.
—No tenía ni idea de que sintieras eso por mí. Me siento halagada, aunque
tengo que advertirte que te va a costar mucho cortejarme. No depende de mi padre
con quién me case después. Depende de mí.
Intentando no revelar lo reacia que soy a volver a ponerle los ojos encima, le
digo:
—Hay un bistró justo al lado de la plaza Wencelas que se llama Nechci. Nos
vemos allí a las ocho.
En casa, camino de un lado a otro. Tal vez debería salir corriendo, pero mis
ojos se posan en la cuna amarilla del rincón, tan luminosa y esperanzadora, lista para
acoger a mi bebé. Me duele el corazón al pensar en dejar atrás este precioso refugio.
Maxim me besa la mejilla cuando llego al restaurante a las ocho, y tengo que
alejarme cuidadosamente de él para que su brazo no roce mi vientre de embarazada.
—¿Vino?
—Probablemente sea una buena idea. Te has llenado desde la última vez que
te vi.
—Te llevaré a casa. —Me ofrece, y me lleva por una estrecha calle lateral.
Me subo a su coche con la vaga esperanza de que aún pueda descubrir algo útil.
¿Qué tan estúpido tiene que ser un hombre para imaginar que hay química
entre nosotros? Mientras tira de mi vestido, me doy cuenta de que Maxim o bien no
cree que no pueda sentirme atraída por él, o simplemente no le importa.
Antes de que me dé cuenta de lo que está pasando, Maxim ha encontrado la
palanca de mi asiento y se ha sacudido hacia atrás, tumbándome con ella. Mis ojos
se abren de par en par, presa del pánico, mientras los recuerdos se agolpan en mi
mente. Ivan manoseándome. Follándome mientras yo apretaba los dientes y lloraba.
Abandonándome sobre las sábanas sin decir nada.
—Basta. No lo hagas. —Pero mis gritos caen en saco roto mientras lucho por
quitármelo de encima.
Pero Maxim no me escucha. Está mirando mi cuerpo con total repulsión, como
si viera que todos sus planes más queridos se esfuman. Debe haberse encariñado con
la idea de casarse con la familia Brazhensky, y ahora la he arruinado.
Oh, mierda.
Todas las veces que Ivan se metió dolorosa y cruelmente dentro de mí vuelven
a surgir. Su codo me clava en el vientre y la rabia feroz y la autoprotección suben a
mi pecho. Mi bebé. Este hombre no dañará a mi hijo no nacido. No voy a perder
otro. Busco a tientas junto a la puerta mi bolso, intentando desesperadamente retener
a Maxim mientras grito:
Un arma.
Estos días nunca estoy sin un arma, y mis dedos se cierran sobre el frío acero.
Levanto el puño y una larga y fina daga resplandece en la tenue luz.
—He dicho que me dejes, Ivan. —Le clavo la daga en un lado del cuello y sus
ojos se abren de par en par. Jadea, y se convierte en un gorjeo cuando vuelvo a sacar
la daga. La sangre me salpica a mí, al interior del coche y al parabrisas.
Maxim es un peso que no responde sobre mí, y de repente todo está tan quieto
como una tumba. La sangre gotea de su garganta y baja por mi pecho. Mi risa se
convierte en un sollozo.
Empujo a Maxim. Sin detenerme a mirar atrás, salgo del coche agarrando mi
bolso para salvar mi vida.
—Lilia.
Se oye un clic y un cálido resplandor amarillo baña la sala de estar. Tres pares
de ojos fríos y triunfantes se abren de par en par mientras miran mi cara, mi pecho,
mis brazos y mi pelo.
—¡Lilia! —Elyah exclama con pánico y da un paso hacia mí. Cree que es mi
sangre. Levanto una mano para esquivarlo y ambos nos damos cuenta al mismo
tiempo de que estoy agarrando una daga de estilete ensangrentada. Lo giro
lentamente a la luz, fascinada y horrorizada por el hecho de que todavía lo tengo en
la mano.
—Un amigo de mi padre, y sí, está muerto. Muy muerto. —Todavía puedo
ver los ojos anchos y muertos de Maxim mirándome fijamente mientras su cuerpo
sangrante me aplastaba contra el asiento.
—Todo estará bien, solnyshko. Kirill y yo nos desharemos del cuerpo. ¿Dónde
está?
—Bien. Te diré dónde están. Hace tiempo que se fueron, ahí es donde.
Konstantin me agarra del vestido y me acerca hasta que estamos nariz con
nariz.
Konstantin lo ignora. Sus ojos grises brillan de furia. El truco que hice con el
silbato, utilizando su debilidad contra él, lo humilló totalmente.
—No he pensado en otra cosa que en ahogar tu vida estos últimos meses. Lo
único que te va a mantener viva es que empieces a hablar.
Me veo enorme.
—Blyat.
—Bugs Bunny's ¿De quién crees que es? ¿Qué me pasaba hace veintidós
semanas?
Sus ojos azul pálido son tormentosos mientras mira fijamente mi vientre.
Intento dar un paso atrás, pero me he quedado sin piso y mi espalda choca
contra la pared. Elyah pone sus manos sobre mí, ahuecando mi vientre hinchado,
mirándome con adoración mientras recorre los planos firmes y curvos de mi
estómago. Esto es exactamente lo que soñaba cuando estaba casada con Ivan, Elyah
lanzándome miradas de amor mientras me toca como si mi vientre fuera un milagro.
—Por favor, no. —Susurro impotente, incapaz de apartar los ojos de su rostro.
Otra mano se extiende para tocarme, esta vacilante al principio, pero luego se
coloca firmemente en mi vientre. Levanto la vista y veo la sorpresa desnuda en la
cara de Konstantin. Sus anillos de plata brillan en mi vientre mientras me toca con
una ternura devastadora.
—Quita tus manos de encima. —Pero mis palabras son un gemido, no una
exigencia. Konstantin levanta sus ojos hacia los míos y sacude la cabeza.
No lo hará.
Se niega rotundamente.
Un tercer par de manos se une a las otras en mi vientre. Dedos fuertes, tatuados
como los de Elyah pero no tan callosos. A Kirill se le ha subido el sudor a la frente
y tiene la cara de asombro.
Elyah aparta las manos de Kirill, pero éste las devuelve. Me encuentro con la
mirada del hombre alto y moreno y descubro que está tan conmovido por esta
repentina revelación como los otros dos.
—No importa quién fue primero, el bebé podría seguir siendo mío.
Los dos hombres se enfrentan entre sí, con las fosas nasales encendidas,
dispuestos a destrozarse mutuamente.
7
Konstantin
De todos los trucos y sorpresas que pensé que esta mujer nos tendría
reservados, nunca anticipé algo así.
Lilia.
Tener a mi bebé.
—No voy a esperar aquí mientras ustedes dos se pelean a puñetazos por un
bebé que no les pertenece. —Lilia se agacha bajo nuestros brazos y recupera su bolso
que se le cayó al suelo.
Elyah la sigue.
—¿No es nuestro? Por supuesto que es nuestro. ¿De quién más podría ser sino
mío o de Konstantin?
Pensé que entraría aquí para encontrar a la Lilia que veía todos los días en el
concurso. Tensa, asustada, con una ropa horrible. Aquí está con un vestido negro a
la moda, con su pelo largo y dorado en rizos y maquillada en la cara. Ojos ahumados
y oscuros. Lápiz de labios rosa oscuro. Como si hubiera tenido una cita.
—No vas a ninguna parte. ¿Qué te ha pasado esta noche? ¿Con quién estabas?
—Está embarazada y está cubierta de sangre. Necesito respuestas antes de decidir lo
que pasa a continuación.
—Un hombre trató de poner sus manos sobre mí y el bebé sin mi permiso. Tú
eres el siguiente si no te retiras.
—¿Él qué? —Hay marcas rojas y huellas de manos ensangrentadas por todo
el cuello y los brazos, y ahora que miro más de cerca, veo que el vestido de Lilia está
roto. Ha estado temblando ligeramente todo este tiempo, pero pensé que era porque
estaba sorprendida de vernos.
Lilia se pasa un antebrazo por la frente para limpiarse la cara, pero lo único
que consigue es manchar la sangre.
—Detka —dice Kirill con pereza, pero con una inflexión peligrosa en su
voz—. Quienquiera que hayas matado probablemente tenga amigos. Tal vez te
hayan seguido. Tal vez hayan encontrado el cuerpo. ¿Qué les harán a ti y a ese bebé
si los encuentran?
Siento ese estremecimiento a través de mis dedos mientras sigo agarrado a sus
hombros. No he pensado en otra mujer más que en Lilia desde que la vi por primera
vez. Con curiosidad por ella. Sospechando de ella. Dedicado a burlarla. Odiándola.
Deseándola. Se convirtió en mi obsesión con cada día que pasaba, y ahora descubro
que otro hombre llegó a ella mientras yo estaba a sólo unas horas de distancia y puso
sus asquerosas manos en mi mujer embarazada...
El mundo se vuelve rojo ante mis ojos. Mataré a toda su maldita familia por
lo que le hizo a Lilia. Elyah y Kirill se acercan a Lilia por ambos lados, con sus
expresiones incandescentes de furia.
Por el aspecto de Lilia, luchó con todo lo que tenía para protegerse a sí misma
y al bebé. Mi mujer y mi hijo, en la calle, vulnerables y sin protección. No lo
soportaré ni un momento más. Nunca más se perderá de vista mientras lleve a este
niño.
Elyah parece dolido y me hace un gesto para que me aparte y pueda cogerla
en brazos.
La atraigo contra mí, quizá con un poco de fuerza porque jadea cuando su
mejilla choca con mi pecho. Con ella doblada entre mis brazos, puedo sentir cómo
tiembla de frío y de sorpresa. Su vientre se aprieta contra el mío, curvado y sólido.
Lleva cinco meses y medio con mi bebé. Es lo suficientemente grande como para
notar que está embarazada, pero crecerá mucho más.
Por un momento, Lilia está tensa, y luego entierra su cara en mi hombro,
todavía temblando.
Kirill asiente, con una expresión fija y decidida. Elyah parece más reacio a
marcharse, pero cuanto más tiempo permanezca ese cadáver ahí fuera, más
posibilidades hay de que alguien lo encuentre.
—Sé una buena chica mientras estamos fuera y cuéntale a Kostya todo sobre
esta mierda de Vavilov, así sabremos cuánto control de daños tenemos que hacer.
¿Da? —Él le da una palmadita—. Buena chica.
Lo que sea que encuentren en ese coche, Elyah y Kirill lo harán desaparecer
sin dejar rastro. Nadie vendrá tras Lilia si podemos evitarlo.
Veo a los dos salir por la puerta. Estarán fuera durante horas, lo que significa
que por ahora tengo a Lilia para mí solo.
Embarazada.
Cada vez que la miro me doy cuenta de ello. Ya debía estar esperando cuando
la teníamos en el avión, y no dijo nada. Debería habérnoslo dicho. Por un lado, le
ordené a Kirill que le sacara información como quisiera. Eligió follársela en lugar
de torturarla, pero podría haber sido fácilmente lo contrario. Podría haber herido al
bebé por mi culpa.
Ella asiente.
—¿Crees que he huido por media Europa, que he comprado cosas para el
bebé y que me estoy matando a trabajar porque no quiero a este niño?
Si hay alguien que puede poner mi mundo patas arriba y luego recomponerlo,
es ella.
—Estaba pensando que eres más peligrosa e impredecible que nosotros tres
juntos.
—Déjame en paz.
Sobre su hombro hay una cuna de madera amarilla con un móvil de animales
bailando sobre ella. Ambos parecen de segunda mano, y esta habitación es diminuta,
pero ella ha colocado estos objetos con tanto cuidado. Con mucho amor.
Sacudo la cabeza.
—¿Cómo qué?
—¿Por qué?
Quiero meterla en la ducha y lavar toda esta sangre, pero ella cerrará la puerta
y me dejará fuera.
Los ojos de Lilia se abren de par en par mientras yo respiro con fuerza por la
nariz, luchando por controlar mi temperamento.
—Necesito saber qué te ha pasado esta noche, y me lo vas a contar todo. Cada.
Cosa.
Tomo su cara entre mis manos, bajo la cabeza y la beso. Siento su aguda
inhalación antes de que mi boca selle la suya y sus labios se aplasten suavemente
bajo los míos.
Sabe incluso mejor de lo que esperaba. Mientras muevo mi boca sobre la suya,
me doy cuenta de lo vívido que he estado imaginando esto entre mis fantasías más
oscuras de ahogar la maldita vida de ella.
Lilia gime contra mi boca, sonando como una protesta, pero sus delgados
dedos se enroscan en los músculos de mis hombros. En algún momento de estos
últimos meses, esto se convirtió en una fantasía.
Lilia.
Todo mía.
—El puñal que llevaba en el bolso era para ti —dice sin aliento entre que
recibe mis besos—. Iba a clavártela en la garganta la próxima vez que te viera.
—Entonces somos una buena pareja, tú y yo. —Con mi puño aún apretado en
su pelo, hundo mi boca sobre la suya en otro beso brutal. Cada gota de ira, cada
impulso de asesinar a Lilia con mis propias manos, me impulsa ahora a poseerla con
todo mi cuerpo. Ansío su sabor después de meses de desearla. Para demostrar que
es mía, junto con este bebé.
Abro los botones uno a uno y la tela cruje. El sonido es fuerte en su silencioso
apartamento mientras nos miramos fijamente. Hay miedo en sus ojos, pero también
anhelo. Nadie me ha mirado nunca así, y siento que me ahogo en sus ojos.
Sin bragas.
Dejo que mi mirada recorra su cuerpo. Está ante mí como Afrodita, vestida
solo de sangre, con el pelo rubio cayendo en cascada sobre su hombro luminoso y
los pechos llenos y pesados.
Con su pelo rubio brillando sobre la almohada, me mira con los ojos muy
abiertos, con las manos apretadas contra mi pecho. Por el momento, toda la rabia y
el veneno de mi vida se desvanecen, y solo estamos nosotros.
Ella y yo.
Acaricia sus dedos por mi mejilla.
—Esto no parece real. ¿De dónde vienes? ¿Cómo has llegado hasta aquí?
Como si eso importara ahora mismo mientras acaricio mis dedos por sus
piernas desnudas.
—He comparado a todos los hombres que he conocido estos últimos meses
contigo. A todos ustedes.
—Sus corazones son diez veces los suyos. Su honor es cien veces tu honor.
Puede protestar todo lo que quiera que me equivoco. Me muevo por la cama
y paso mi lengua por su sexo. Joder. Su sabor estalla en mi boca, haciendo que mi
polla se ponga en guardia.
—Milaya, me haces perder la maldita cabeza. —Le paso la lengua una y otra
vez, y ella grita de placer.
Recuerdo lo que sentí por Lilia hace unos meses, cuando la puse de rodillas y
la humillé delante de mis hombres y de todas las mujeres del concurso. Si te
comportas con una mujer como si fuera una diosa impecable y hechizante, entonces
ella va a empezar a pensar que lo es.
Pensé que le había dado una lección ese día, pero ella me estaba dando una a
mí.
—¿Ahora quieres a esos otros hombres? —Le pongo una mano junto a la
cabeza y le subo las rodillas hasta los hombros para que mi polla se introduzca más
profundamente en su coño. Qué vulnerable se ve con su vientre hinchado—. ¿Estás
deseando que algún mudak6 menor esté aquí contigo, con su pequeña polla y su
patético corazón?
Cada pocos empujones grita más fuerte, respira más fuerte, parece un poco
más desesperada. Sus mejillas están sonrosadas y su boca está abierta. Mi deseo por
ella es de lava fundida.
—Eso es, grita mi nombre. Lo quiero en tu lengua cuando te corras para mí.
6
Niño.
—Esto está mal. No deberíamos hacer esto. Está empeorando todo.
Pero me aprieta los hombros con más fuerza, y no me dejaría dejar de follarla
ni aunque lo intentara. Su coño agarra mi polla como un tornillo de banco, lleno de
lo que necesita.
—Se lo estarán imaginando en este mismo instante, llenos de envidia por ser
yo quien te tiene inmovilizada a la cama con mi polla.
—¿Te los vas a follar también, milaya? No querrán que te laves antes de que
les toque a ellos. Cuando te corras por ellos, yo también lo sentiré.
Nunca había querido compartir a una mujer, pero hablar así con Lilia me pone
feroz de deseo. Quiero que se la follen. Necesito que la hagan nuestra. Que dejen su
marca en ella y mantengan alejados a todos los demás hombres inútiles.
—En tus sueños. —Jadea, con sus manos apretadas contra mi pecho, pero
suena como una invitación, no como una negativa.
Me siento y deslizo mi mano por debajo de su cabeza, acunándola para que
pueda ver cómo la follo.
Me apoyo en los puños, con la cabeza inclinada sobre ella mientras recupero
el aliento. Luego me retiro lentamente de ella, deseando salir pero anhelando ver su
coño lleno de mi brillante semen. Le froto los labios interiores hasta que el semen
brota contra mi pulgar.
Murmuro:
Debería haber sido así la primera vez. Mi corazón se siente un poco más ligero
al saber que he arreglado las cosas.
—Todo eso está en el pasado. Lo que importa es lo que está aquí delante de
nosotros. Tú, yo y este bebé. —Una gran emoción me llena de pies a cabeza al darme
cuenta de que voy a conocer a este niño en menos de cuatro meses. Lo tendré en mis
brazos y juraré protegerlo de todas las cosas terribles de este mundo. No importa
quién sea el padre del bebé en sentido literal, yo seré su padre y Lilia será mi esposa.
Elyah y Kirill serán co-padres, tíos, lo que quieran. Pero estarán cerca, y nadie se
interpondrá en nuestro camino.
Apoyo mis manos junto a su cabeza para besarla, pero ella aparta su rostro de
mí.
¿Un hombre mejor? Soy el mejor puto hombre. Ella misma lo dijo. Ella sólo
nos ha anhelado.
—No puedo volver atrás y cambiar nada de lo que he hecho. Este es el hombre
que soy y siempre seré.
—No quiero tus celos ni tu ira. —La expresión de Lilia está llena de
angustia—. Quiero saber que ves lo malo que es tratar a la gente de esa manera. No
se puede tomar la libertad de alguien y convertirla en polvo.
—Sólo di que lo sientes. Empieza por ahí. Admite que no deberías haber
hecho lo que hiciste.
—¿Qué clase de trampa es pedirte que digas una sola palabra de simpatía o
arrepentimiento? ¿Eres tan orgulloso? ¿Tan inhumano?
¿Por qué debería disculparme por lo que hice cuando funcionó? Encontré a la
mujer perfecta para mí.
—Eres increíble.
—¿No puedes decir una sola palabra para compensar las montañas de dolor
que has amontonado en mi cabeza y en la de las demás mujeres de tu concurso? ¿Ni
una palabra, Konstantin? ¿Cómo podría herirte? Sólo di que lo sientes.
Lilia se pone en pie y camina. Está desnuda y tiene el vientre hinchado, pero
no parece ser consciente de ninguna de las dos cosas.
No me gusta que se haya puesto pálida tan rápido cuando sus mejillas estaban
sonrojadas hace poco.
—Tú eres el que está enfermo. —Se queja. Vuelve a gemir, con la sorpresa
reflejada en su rostro. Luego se tambalea.
Lilia se derrumba en mis brazos, con la cara blanca y floja, y los ojos cerrados.
—¡Lilia!
8
Elyah
Sonrío ante la espeluznante visión. Seguro que lo hizo. Una puñalada limpia
de la delgada hoja y este pedazo de mierda estaba acabado.
Ahora que hemos recuperado a Lilia, creo que nunca dejaré de sonreír.
Una vez que los sacamos del bolsillo y guardamos su cuerpo en el maletero,
nos dirigimos al norte de la ciudad, yo conduciendo el coche de Maxim y Kirill
siguiéndolo en nuestro coche de alquiler.
Un kilómetro y medio más abajo, veo una colina sobre el río donde podemos
hacer rodar el coche hasta el agua. Con el freno de mano quitado, Kirill y yo lo
empujamos por el precipicio y vemos cómo baja la pendiente y se hunde bajo la
superficie.
Va a tener mi bebé.
A mi lado, Kirill se pasa los dedos por el pelo, con las rodillas abiertas
mientras se recuesta en el asiento del copiloto ensangrentado.
—No has llegado a tiempo, amigo mío. Ten cuidado de que no te apuñale en
la garganta por meterle una pistola en el coño. Eso es lo que debería estar en tu mente
ahora mismo.
—¿Será antes o después de que te corte el cuello por amenazar con romperle
los brazos, o por prometerle que la matarías, o por casi matarla poniéndole una soga
al cuello?
—Somos amantes. Hemos sido amantes durante más de dos años y el mundo
ha estado en contra nuestra. Por supuesto, ha habido malentendidos. Lo arreglaré
todo con la mujer que amo ahora que sé la verdad y vamos a ser una familia.
Nuestros dos teléfonos suenan al mismo tiempo. Kirill coge el suyo y lee la
pantalla.
Agarro el volante.
Antes incluso de girar hacia la calle de Lilia, veo el parpadeo de las luces de
emergencia. Se me hace un nudo en la garganta y no siento los dedos mientras aparco
desordenadamente en un chirrido de goma y salgo del coche.
Lilia está atada a una camilla con una máscara de oxígeno en la cara. Tiene
los ojos cerrados.
¿Qué está pasando? ¿Le hemos hecho esto? ¿Qué coño está pasando?
—Pensé...
La cara de Lilia está pálida y las ojeras son oscuras, igual que la última vez.
Recuerdo todos los horribles detalles de su primer aborto espontáneo, y se repite ante
mis malditos ojos. Esta vez, el bebé está ahí para que lo vea, hinchando su vientre,
y este es mío. Oh Dios, es mío. No puedo soportarlo.
Consiguen despertarla, pero está confusa y con tan mal aspecto que me dan
ganas de atravesar la pared con el puño.
—Su prometida tiene la tensión baja, pero está bien y el bebé también. El
latido del feto es fuerte.
Dejo escapar un gemido de gratitud y cierro los ojos. A ambos lados de mí,
siento que Konstantin y Kirill se hunden de alivio.
Podría arrodillarme y dar las gracias a este médico toda la noche. En lugar de
eso, me dirijo a Konstantin y le gruño en ruso:
Para mi sorpresa, Kirill está tan enfadado como yo. Nunca se enfada con
Konstantin, pero extiende la mano y agarra un puñado de su camisa.
Aprieto los dientes, con fuerza. La atacaron esta noche, ¿y lo primero que hizo
fue follarla?
—Entonces le dije que nos íbamos a ir a Londres, pero ella seguía hablando
del concurso.
Le empujo el hombro.
—¿Por qué estabas hablando del concurso en un momento como este? ¿Qué
coño te pasa?
—Solnyshko. ¿Cómo te sientes? ¿Te han dicho que el bebé está bien?
Le quito el pelo de la frente. Hay hilos de sangre seca entre las hebras doradas.
—Hace un momento, estaban todos peleando. Vas a seguir peleando por este
niño, y nosotros quedaremos atrapados en medio de ustedes. No puedo...
Kirill coge su barbilla con la mano y acerca su cara a la suya, con una
expresión feroz.
—Detka, para. Los tres nos peleamos a veces. Somos unos idiotas exaltados.
No es nada. —Levanta las cejas, esperando su respuesta.
Le acaricia la mejilla.
—¿Crees que es tan fácil? ¿Crees que podría haber entrado en la consulta de
un médico mientras me escondo de ustedes tres y trabajo ilegalmente en este país?
Quiero decirle que ella, sobre todo, debería saber lo importante que es que
reciba la atención médica adecuada cuando está embarazada, pero me lo trago. En
circunstancias normales, Lilia estaría prodigando todo lo que pudiera a este bebé. Es
nuestra culpa que no lo haga.
Por un momento siento que se derrite contra mí. Esto es todo lo que quiero.
Consolar a mi mujer cuando me necesita. Saber que confía en mí para protegerla a
ella y al niño vulnerable que lleva dentro.
—Si vas a perder los nervios, supongo que el mejor lugar es aquí, donde hay
guardias de seguridad. Tengo algo que decirte.
—No tiene sentido fingir que quieres a este niño sólo para poder recuperar los
diamantes. No hay diamantes. Tampoco hay dinero. Rompí la tiara en pedazos y
vendí los diamantes hace meses. El dinero se está enviando a varias cuentas y nunca
podrás tocarlo —Sus hermosos ojos se encienden de ira—. Ahora ya lo sabes todo,
así que puedes largarte.
9
Lilia
Ese es mi bebé.
Los veo por primera vez y no puedo apartar los ojos. Recorro con mis dedos
las formas de luz y oscuridad que son su cabeza, su cuerpo, sus pequeñas
extremidades, cada parte de ellos es preciosa. Un milagro, tan diminuto y vulnerable,
anidado dentro de mí.
—No me importa si es un niño o una niña. Sólo quiero que esté seguro en mis
brazos.
Una mano busca la mía y la aprieta, y sé sin mirar que es Elyah. Todavía
embelesada por el monitor, le devuelvo el apretón sin pensarlo porque es lo que
quiere mi jovencita de dieciocho años, esa chica inocente que lo amaba con todo su
corazón.
No quiero ver su cara, pero una fuerza más fuerte que yo me impulsa a levantar
la vista. Elyah está mirando el monitor con una expresión de embeleso en su rostro.
Al sentir mi mirada, me sonríe, sus ojos azules brillantes son suaves y están llenos
de amor.
A mis pies, Kirill está mirando la pantalla con los brazos cruzados, sus rizos
cayendo sobre sus ojos y ocultando su expresión. Estoy acostumbrada a verlo
pavonearse, sin preocuparse por nada. Ahora, está rígido y tan concentrado en el
monitor que no parece ser consciente de nada más en la habitación. No entiendo su
arrebato de anoche en el hospital, amenazando con golpear a Konstantin si seguía
estresándome. Tal vez le preocupa que si Konstantin y Elyah se pelean por el bebé,
eso destrozará a su equipo.
—Debes venir a todas tus citas. —Me dice la obstetra, dejando su equipo y
limpiando la gelatina de mi estómago con una sonrisa—. Sobre todo ahora que sabes
que no muerdo.
Nos inventamos una historia de que me aterrorizan los médicos para explicar
por qué evité hacerme una revisión y una exploración durante tanto tiempo.
—Yo…
—Lo hará.
Pero es raro.
—Lo sé. Sólo quiero hacerlo. —Me dice Elyah, con una sonrisa en los labios.
Me ajusta la camiseta alrededor de los hombros, y entonces su dedo índice me roza
lentamente la garganta, y su sonrisa se apaga.
Durante mucho tiempo, llevé la brutal marca roja de la cuerda que me puso
alrededor de la garganta. Su mirada se fija en la mía y me doy cuenta de que ambos
recordamos lo mismo.
Tienes que seguir creyendo que soy una mentirosa. Si no, tendrás que
enfrentarte a todas las cosas crueles que le has hecho a la mujer que amas sin
ninguna razón.
La última vez que estuvo tan cerca de mí, me puso un lazo de ahorcado
alrededor del cuello. Estuve a punto de morir estrangulada, pero Elyah me hizo
volver, y la cuerda quedó en el suelo junto a nosotros mientras hacíamos el amor.
No se trataba de sexo.
Con sus manos suavemente sobre mis hombros, inclina la cabeza para poder
murmurar en mi oído:
Su tacto y su voz nunca dejan de lanzar chispas doradas a través de mí, pero
luego se agolpan en mi garganta en forma de lágrimas no derramadas. ¿Por qué amar
a Elyah tiene que ser tan doloroso?
—Mientras siga mis indicaciones sobre mantener los controles, comer bien y
descansar, estará bien. —Le asegura la mujer con una sonrisa.
—¿Puede tener sexo? —Kirill sigue parado como una piedra con los brazos
cruzados.
—Bueno, ella... ¿Pensé que este hombre era el padre? —dice, señalando a
Elyah.
Me arde la cara.
—El sexo no está sobre la mesa —digo rápidamente—. Estos hombres no son
mis compañeros, y no tienes que prestarles atención.
El obstetra me dedica una sonrisa rápida y tensa, como si dijera: “No es asunto
mío”, y sale de la habitación.
—¿Por qué tuviste que preguntarle eso? Tengo que ver a esta mujer hasta que
nazca mi bebé. Probablemente piense que estamos en algún tipo de culto sexual raro
ahora.
—Me agradecerás que te haga esa pregunta cuando estés subiéndote por las
paredes, suplicando que te follemos todos.
Todos ellos.
—Vamos a llevarte a casa antes de que empieces a quitarte la ropa otra vez.
—Mi turno.
—¿Tu qué?
Le explico lo del restaurante y que hoy tengo que trabajar. ¿Cómo se supone
que voy a llevar platos por un restaurante durante horas si también necesito
descansar? Tal vez otra camarera pueda hacer mis turnos durante una semana.
Quiero decirle que se vaya y que yo puedo cuidarme sola, pero en cuanto me
pone el cuenco en el regazo y me da la cuchara, mi fuerza de voluntad se desvanece.
Sólo una comida. Necesito fuerzas si voy a decirles que se vayan.
Para mi sorpresa, tiene un sabor maravilloso. No creí que Elyah fuera del tipo
que cocina.
Se aclara la garganta.
—¿Quién?
Elyah me mira fijamente. Luego se ríe, pero es una risa cansada y triste.
No me gusta que Elyah hable de mí como si fuera una princesa elevada. Sólo
soy yo, embarazada y aterrorizada.
—No estaba por debajo de mí. Simplemente no recuerdo que nadie llamado
Vasily haya venido a la casa. Por lo que he sabido todo este tiempo, Vasily no hizo
nada para hacerme daño. Tú lo hiciste.
Deja caer las manos con un suspiro, pero sus ojos arden de odio y desafío.
—Yo lo maté.
Otro hombre muerto. Me doy cuenta de que Vasily probablemente murió hace
meses, pero el recuento de cadáveres a nuestro alrededor se está acumulando. Uno
de los propios hombres de Ivan le ha traicionado, y por una razón tan estúpida y
descuidada. Espero sentirme conmocionada, o incluso sorprendida, pero la primera
palabra que sale de mi boca es:
—Bien.
—¿Cómo murió?
—Con una botella rota en las tripas mientras le gritaba en la cara que te estaba
vengando. —Se queda mirando mi estómago, cubierto por la manta, y extiende la
mano tentativamente para tocarme—, pero tienes razón. No fue él quien te hizo daño.
Fui yo. Lo siento, Lilia. Prosti menya.
Perdóname.
Cierro los ojos y me limito a respirar, con los labios entreabiertos. Elyah
presiona su boca sobre la mía con un suave gemido y me acerca. Sus dedos rozan mi
garganta y, aunque hace tiempo que está curada, siento el ardor de la cuerda.
Elyah no se mueve.
Mientras miro fijamente sus ojos azules cubiertos de escarcha, le creo, pero
eso no cambia nada.
—Haz lo que tengas que hacer, Elyah. Yo haré lo que tenga que hacer. Este
bebé es lo importante. No nosotros.
Elyah me lanza una última mirada y luego se va. Tiro de las mantas hacia mis
brazos, abrazándolas, sujetándolas con fuerza y deseando que sean su cuerpo.
Mientras estoy tumbada, siento que mi vientre se mueve por sí solo. Es una
sensación extraña, y por un segundo no sé qué es, hasta que me doy cuenta, con un
jadeo de alegría, de que es el bebé el que se mueve.
Salto de la cama y me dirijo a la puerta para llamar a Elyah para que venga a
palpar también. Entonces mis dedos se caen del pomo de la puerta.
Compartir ese momento con él sería tan bueno como decirle que quiero que
sea el padre del niño. Una sensación de vacío se abre en mi interior al recordar una
fantasía que tuve hace mucho, mucho tiempo. Hace tanto tiempo que parece que
pertenece a otra mujer. Lilia Kalashnik soñaba despierta con el conductor grande y
fuerte de su marido sosteniéndola en sus brazos mientras sus manos ahuecaban su
vientre y él sonreía maravillado.
Mi pequeño apartamento parece aún más pequeño con tres hombres enormes
viviendo a mi lado, y estoy hiperconsciente de ellos en todo momento. Respirando.
Flexionando. El profundo estruendo de sus voces. Intento bloquearlos y hacer las
cosas que hay que hacer, pero no puedo coger ni una taza de yogur de la nevera sin
que uno de ellos se interponga en mi camino.
—¿Por qué no pueden ir todos a un hotel? —Les grito una tarde, arrebatándole
a Konstantin uno de mis sujetadores. Lo dejé colgado en el respaldo de una silla la
semana pasada para que se secara. Eso no significa que pueda ensuciar todo con sus
manos—. ¿Por qué tienes que vivir en mi apartamento? Mejor aún, dejen el país.
La puerta del baño se abre y Kirill sale en una nube de vapor, completamente
desnudo. Las gotas de agua se adhieren a sus músculos y gotean de sus rizos oscuros.
Su polla no está en posición de firme, pero se ha engrosado, como si hubiera estado
allí pensando en el sexo.
Se parece al sexo.
Kirill me sigue, con la polla todavía fuera y balanceándose. Le lanzo una toalla
y la coge pero no se la pone en la cintura.
—Los tres decidimos que cuando tu presión sanguínea sea normal, nos iremos
a Londres. No es seguro aquí en la ciudad donde asesinaste a un hombre.
El padre de Maxim no sabrá que fui yo. En lo que respecta a los demás, Maxim
ha desaparecido sin dejar rastro.
Kirill coloca un dedo sobre mis labios y sus ojos recorren mi cuerpo.
—Estás tensa porque necesitas correrte. ¿Qué tal si jugamos a la ruleta rusa?
Esta vez no necesitamos la pistola. Ni siquiera necesitamos la ruleta. Sólo la rusa.
Me baja la cintura hasta las caderas antes de que recupere el sentido común y
lo empuje.
Kirill se pasa una mano por los rizos húmedos y me sonríe perezosamente.
Una gota de agua recorre su pecho y su vientre, y casi se me escapa un gemido.
—Ven a buscarme cuando estés lista para ser follada. Mientras tanto, descansa
y deja que nosotros nos encarguemos de todo. Es lo que mejor hacemos.
Observo su culo musculoso mientras se aleja en busca de ropa, perdida en la
fantasía de ser lamida, acariciada y follada con los dedos hasta el orgasmo una y otra
vez, todo ello mientras les niega su propia liberación. Eso les enseñaría.
Me tapo la cara con las manos y sacudo la cabeza. Eso no les enseñaría nada,
y lo siguiente que sabría es que uno o más de ellos me estarían pateando mientras
me dicen que definitivamente han aprendido la lección.
Elyah cocina algo con frijoles y salchicha ahumada para la cena. No puedo
decir si es sopa o guiso cuando lo pone delante de nosotros, y algunas de las verduras
parecían quemadas. Por mucho que me moleste su presencia en mi apartamento, sé
lo difícil que es cocinar cuando no tienes ni idea de lo que estás haciendo. Levanto
la cuchara y pruebo, pensando que probablemente no esté tan mal como parece.
Lo está.
Kirill toma un bocado y hace una mueca como si fuera veneno. Luego arroja
la cuchara al suelo.
—Si yo fuera el juez en tu juicio, te condenaría a otros diez años por este
crimen.
—Whoa, Elyah
—Dice para qué sirvo. Para todo lo que sirvo. Soy un arma. Sé cómo matar,
pero no puedo hacer un puto cordon bleu.
Para mí.
Cuando me toca, parece que todos me tocan. Gime, aplasta sus labios sobre
los míos y me estrecha contra su pecho.
Mis ojos se abren de golpe y me debato entre sus brazos. ¿Cómo hemos
llegado hasta aquí? Estábamos cenando hace un momento.
—¿Quieres pizza? No deberías comer pizza todo el tiempo, pero debes tener
hambre, y la pizza es rápida.
Debería ser inmune a la visión del torso desnudo de Elyah, pero toda esa carne
caliente y tatuada me hace la boca agua.
—Te daría las gracias por el regalo de este precioso cuchillo, solnyshko. Y
entonces moriría feliz en tus brazos.
Con una mano despreocupada, se levanta y se frota la nuca, con los músculos
ondulados, y me recuerda el día en que arregló las cosas para que me lo encontrara
medio desnudo en el lavadero. Me cogió las manos y las apretó contra su pecho,
deteniéndose justo antes de besarme, aunque lo único en lo que podía pensar en ese
momento era en que me atrajera hacia sus brazos y tomara lo que quisiera.
—Estás pavoneándote.
Hago un gesto vago hacia su hermoso cuerpo, pero es un error porque ahora
vuelvo a mirarlo fijamente y el calor me recorre el cuerpo.
Todavía fingiendo ser casual, se acerca, y los músculos de sus hombros captan
la luz. ¿Cuántas veces he imaginado mis manos allí mientras me follaba, mis uñas
clavándose para incitarle a empujar más profundo, más fuerte? Para que utilice toda
esa fuerza que le ha sido dada para hacerme añicos.
—Tal vez tu mente estaba nublada por la ira y el desamor, pero no eres
estúpido —le digo—. Sabías lo que me estabas haciendo, y lo hiciste de todos
modos.
—No hagas eso. No eres estúpido. Eras el único que sabía que estaba
tramando algo en el desfile. Intentaste advertir a Konstantin, pero no te escuchó.
—¿Y qué? ¿Acaso ayudó a alguien que sintiera algo y no pudiera explicarlo?
No, sólo vi putos cuervos en el jardín y malos presagios. No le serví a nadie. —Los
ojos de Elyah se llenan de deseo y anhelo, y su voz se agita por la emoción cuando
habla—. Debería haber sabido que nunca habrías hecho nada para ayudar a los que
mataron a tu bebé. Nunca me lo perdonaré.
—No eres el único que es estúpido. No debería haber ido a ninguna parte con
mi padre. Si me hubiera puesto firme y hubiera esperado, me habrías encontrado.
Elyah se acerca con cuidado para tomar mis hombros entre sus manos, y yo
se lo permito.
—El día que mataron a Ivan, en el momento en que entré en la calle donde
estaba su oficina, me detuve —murmura.
—Pero no la de Ivan.
—Me alegro. —Mi voz es baja y llena de veneno—. Se supone que una esposa
no debe pensarlo, pero me alegro de que esté muerto.
—Debería haberlo matado la primera vez que te puso las manos encima con
ira.
—Joder. Joder.
—Hizo que mi vida fuera una miseria, y habría hecho que mi hijo fuera
miserable si yo… —Incluso ahora, con otro bebé fuerte y pateando en mi vientre,
mi corazón sigue sufriendo por el hijo que perdí.
Lo sé. Se me llena la boca con las palabras, pero no puedo decirlas. Este
hombre ha hecho cosas terribles a mi corazón y a mi alma, y no debería querer
decirlas.
—Amaré a este bebé. Esto es todo lo que puedo ofrecerles a los dos. ¿Me
aceptarás, Lilia? ¿Me dejarás que los proteja? Es todo lo que quiero.
Elyah coge mis dos manos y las aprieta contra su pecho. Está ardiendo, es
vital y delicioso. Cuando no lo alejo inmediatamente, aprovecha su oportunidad y
captura mi boca con la suya.
—No te perdono —susurro entre besos—. Eres peligroso. Eres cruel.
—Lo soy —dice, su boca se derrite sobre la mía—. Pero este mundo es
peligroso y cruel, y lo alejaré de ti y del bebé.
—¿Voy a tener que ser bueno por los dos para que tú también puedas llegar
al cielo? —Le pregunto.
—Me enseñarás a ser bueno. —Se desabrocha los vaqueros y se los baja por
las piernas, y su polla está gruesa y erecta. A continuación, me quita los leggings y
me los baja por las piernas con un brillo perverso en los ojos—. Y te enseñaré a ser
mala.
Suplicándome.
—Lo harás, Lilia. Ven aquí y rasca con tus uñas mi pecho mientras me follas.
Hazme daño. Hazme pagar. Dime que me odias y que pasará mucho, mucho tiempo
antes de que creas que lo siento de verdad. Lo que necesites, pero ven aquí.
10
Elyah
Lilia sigue dudando, así que la agarro de la muñeca y la atraigo hacia mí, y
cae sobre mi pecho. Su hermoso cabello cae sobre mi mejilla.
Lilia mira mis tatuajes y luego clava todas sus uñas en mi pecho. Con los
labios entreabiertos y jadeando, las arrastra viciosamente hacia abajo con toda su
fuerza. Gimo y aprieto los músculos contra el dolor.
La segunda vez que lo hace sobre mi piel ya desollada, sigo sonriendo, pero
duele, joder.
Muevo mis caderas bajo ella, amando la forma en que su cuerpo se levanta y
cae sobre el mío.
—Me gustan los tatuajes que me estás haciendo. Cuentan una nueva historia
además de la antigua. —La parca que me gané después de mi décima muerte. La
cruz que marca la ocasión en que estuve a punto de morir. Las marcas rojas brillantes
de las uñas de Lilia cuentan una historia de furia, deseo y amor.
—Nunca consigo lamerte. Sube aquí y dame tu coño. —Parece que no sabe
lo que le estoy pidiendo y me mira confundida—. Siéntate en mi cara, solnyshko.
Me río y la atraigo hacia mí. Lilia me sube las rodillas por el pecho y se coloca
a horcajadas sobre mis hombros, y puedo ver bien su coño húmedo y reluciente.
Todavía está demasiado lejos, así que la rodeo con mis brazos y planeo mis labios
sobre su clítoris. Luego le doy una lenta y sensual lamida. Lilia jadea en voz alta y
se agarra al cabecero de la cama.
Los otros dos pueden oírnos sin duda, y tengo la sensación de que alguien nos
observa. Esperará hasta que Lilia esté muy lejos antes de hacer acto de presencia.
Más le vale, o lo mataré.
Da un grito de consternación.
—Pídeme que te haga venir. Sabes que me encanta oírte decir mi nombre.
Me estás mostrando.
—Sólo estaba...
Te tengo, solnyshko.
—Qué sorpresa —gime Lilia, pero no se detiene. En todo caso, saca las tetas
y aprieta aún más mi polla.
—¿Te estás exhibiendo para él? Eres una chica muy mala.
Me meto dentro de ella, amando el saber que Kirill nos está mirando,
envidioso, jadeante, y probablemente con la polla en la mano. Escucharle follar con
Lilia en el avión fue una tortura y un placer a partes iguales.
—Voy a invitarle a entrar aquí para que se folle este tierno coño después de
mí, todo lleno de mi semen.
Lilia gime y siento cómo su carne se calienta bajo mis dedos. Le gusta la idea.
Está tan cerca y está a punto de estallar sobre mí.
Kirill empuja la puerta y ya se está quitando la ropa, con sus ojos hambrientos
puestos en Lilia.
Una vez desnudo, Kirill se sienta detrás de Lilia y se coloca a horcajadas sobre
mis piernas. Le rodea la cintura con un brazo y sustituye mis dedos en su clítoris por
los suyos. Sujetada entre nosotros, Lilia se rinde completamente al asalto de sus
sentidos, sus ojos se cierran y su cabeza se inclina hacia atrás contra el hombro de
Kirill.
Me echo hacia atrás con un jadeo, respirando con fuerza, con las manos en el
vientre de Lilia. No recuerdo haber sentido nunca una liberación tan intensa.
Puse mis labios contra la oreja de Lilia, con sus suaves tetas en mis manos.
—Tienes tres segundos para cerrar las piernas y levantarte de esta cama, o
Kirill te va a follar. Uno. Dos. —Hago una pausa, y mis labios se curvan en una
sonrisa cuando ella no se mueve—. Tres.
—Eres una chica mala que no hace lo que se le dice. He dicho que le ruegues
que no se detenga. Si le pides lo que quieres, Kirill te lo dará.
—Vamos, solnyshko. Dile que su polla se siente como el cielo, y que morirás
si no lo sientes dentro de ti.
Gimo y le acaricio el interior de los muslos, viendo cómo Kirill la penetra una
vez más y la reclama. Es casi tan bueno como follarla yo mismo.
—Puedo follarte más fuerte, pero tienes que seguir rogándome. Si te detienes,
me detengo.
—Tu clítoris es tan gordo y bonito —le digo al oído—. ¿Quieres que juegue
contigo?
El hechizo del sexo se evapora y Lilia intenta cubrirse con una manta. Kirill
y yo no la dejamos. La queremos justo donde está.
Lilia aparta la mirada rápidamente y sacude la cabeza. Sigue sin creer que
tenga algo real que ofrecerle.
—No. Por favor, déjenme. —Lilia planta sus manos contra mi pecho. Está
apiñada entre mi cuerpo y el de Elyah.
—¿Por qué? ¿Tienes que estar en algún sitio? —Me burlo de ella. Debería
quedarse donde está en los brazos de Elyah. Este hombre no se conformará con
follarse a Lilia.
Lilia hace un ruido estrangulado y de pánico. Me aparta de ella, coge una bata
de algodón de la parte trasera de la puerta y sale a toda prisa de la habitación. Un
momento después oímos la puerta del baño cerrarse de golpe. Elyah y yo nos
miramos con frustración.
Voy y espero junto a la puerta del baño, apoyado en el marco de la puerta con
las manos en los bolsillos. En cuanto Lilia abre la puerta, me mira sorprendida.
—¿Por qué no puedes darle a Elyah una pizca de amabilidad, perra de corazón
frío?
Elyah es una de las razones por las que aún respiro y cada herida que le hace
es mi maldita herida.
Agito la mano.
—No sí, sí sobre todo lo que ha pasado. ¿Qué clase de loco caería en tus brazos
después de las cosas que has hecho?
—Ese hombre tiene putos sentimientos sinceros por ti, y siempre los ha tenido.
—Me alegro de que los hayas sacado a relucir —digo entre dientes—. Si
alguien trata de alejarlos de nosotros, los asesinaré como hice con los Lugovskaya.
Muertes dolorosas y aterradoras.
—¿Por qué los odias tanto? Eran gente corriente. Tan ordinaria como se puede
conseguir en la Bratva.
—Me lo han quitado todo —grito, golpeando la pared con el puño, y ella se
estremece. Me va a obligar a decirlo, joder.
—¿Este bebé? Me quedo con este bebé, y contigo. Esta vez, le arrancaré la
garganta a cualquiera que intente quitarme a cualquiera de los dos.
—Puedes decir lo que quieras. Cualquiera puede decir lo que quiera, pero
cuenta. Sigue contando, joder.
El sol caluroso derrite mi cono de helado por toda la mano en un lío rosado y
glorioso. El parque Belkal está caliente y polvoriento con el calor de pleno verano.
Casi todos los alumnos del instituto se han congregado en la hierba o están
chapoteando en la fuente. Un camión de helados está aparcado bajo un árbol y la
gente espera para tomar limonada y refrescos.
Perdedor, perdedor.
Tiro mi helado al suelo y los sigo. Tardan cinco minutos en darse cuenta de
que voy detrás de ellas. Cuando uno de ellas les da un codazo a las otras y se giran
para mirarme, me pongo los dedos índice y corazón a cada lado de la boca y lamo el
aire.
No puedo hacer que les guste, pero puedo hacer que me odien.
Nada más entrar, sé que va a ser otra noche de mierda. Hay una botella de
vodka vacía tirada en el suelo junto a la silla de mi padre y una nueva abierta junto
a su codo.
Mamá está lavando los platos y me mira a los ojos ennegrecidos, pero su
mirada se desliza rápidamente fuera de mí como si no estuviera allí.
Me arranco de su agarre y corro por la casa. Pronto seré más grande que él y
me defenderé, entonces se arrepentirá, joder. Cegado por el dolor, me tambaleo hacia
la ventana. Mis dedos están mojados de sangre y tantean el pestillo mientras oigo los
gritos de papá cada vez más cerca. La cerradura se abre y yo me lanzo, medio en
picado, medio cayendo por la ventana, aterrizando en los macizos de flores.
La casa de Kristina.
Recorro la casa y me asomo a todas las ventanas. Sus padres están levantados
viendo la televisión en el salón. Un hermano menor está dormido con el pulgar en la
boca.
Encuentro la habitación de Kristina, y ella está entre las sábanas con la cabeza
en la almohada.
Sola.
Miro detrás de mí y no hay nadie. Kristina cree que puede huir de mí, pero no
tiene a dónde ir. Puedo masturbarme aquí mismo y es casi tan bueno como estar ahí
dentro con ella.
Una sonrisa se dibuja en mi cara y el dolor me abrasa el labio. Dejo escapar
un grito y Kristina se sienta de repente en la cama.
Me agacho para que no me vean, con una mano tapándome la boca. Quiero
reír, y no sé si es por el dolor o porque he descubierto algo maravilloso. Las chicas
se hacen las valientes cuando están en manada, pero qué vulnerables son cuando
están solas en sus camas.
Me alejo de la ventana, dejando una mancha de sangre. Espero que ella lo vea
y se pregunte quién ha estado merodeando fuera de su habitación.
Mientras continúo caminando por la calle, veo otra figura más adelante,
caminando con propósito a través de la oscuridad. Lo sigo en silencio,
preguntándome quién será. Cuando gira la cabeza, creo reconocer su perfil.
¿Artem?
¿La orgullosa y poderosa Yelena tiene un gusto por la basura como nosotros?
Esto tengo que verlo.
Después de unos cuantos besos aquí y allá en sus hombros, se baja los
pantalones y empieza a follarla. No puedo apartar los ojos de la vista. No es
especialmente excitante, pero tiene algo de animal y fascinante. Artem termina
sorprendentemente rápido y se desprende de Katya, que parece impasible ante la
experiencia, pero quiere coger la mano de Artem. Él la deja por un momento, pero
luego vuelve a ponerse la ropa en su sitio y se da la vuelta para irse.
Todas las noches, después de eso, deambulo por las calles, asomándome a las
ventanas y espiando a las víctimas desprevenidas. He descubierto un mundo secreto
y es todo mío. Observo a las parejas peleando. Follando. Chicas tocándose
furtivamente bajo las mantas. Probarse la ropa que sus madres no les dejarían llevar.
Me masturbo varias veces por noche, excitado hasta el extremo por el hecho de que
no pueden verme ni detenerme.
Elijo a mis víctimas en la escuela. Todas las chicas que se burlaban de mí, que
me despreciaban. Las sigo a casa y averiguo dónde viven, luego las observo en la
oscuridad.
Pasan meses antes de que vuelva a fijarme en Katya. Es demasiado pequeña e
insignificante para despreciar a nadie, así que la he ignorado, hasta que un día la veo
llorar detrás de un árbol. Tiene un aspecto tan desdichado que la miro fijamente
durante mucho tiempo, preguntándome qué puede estar mal en su mundo. Es rica y
vive en esa gran casa, así que ¿por qué tiene que llorar?
Entonces me doy cuenta de cuál debe ser el problema. A ella parecía gustarle
Artem, pero a Artem no le gusta nadie más que él mismo. Ni siquiera le gusto yo.
Me doy la vuelta para irme, pero me encuentro volviéndome hacia ella para
decirle:
—¿Qué?
—¿El qué?
—No finjas. Te vi con ella. ¿Por qué actúas como si no tuviera nada que ver
contigo?
—Te he seguido.
Me eché a reír.
—¿Katya? —Casi añado: “¿Crees que los chicos hacen cola para tirarse a
Katya?”, pero hoy parecía tan triste que dejé que las crueles palabras murieran en
mis labios—. Katya no es así.
—Sí, lo es. ¿Sabes por qué? Porque si deja que me la folle, está dejando que
toda la ciudad se la folle. Ahora lárgate. —Artem me empuja a un lado y se dirige a
su dormitorio.
—No seas estúpida. —Le digo. No porque sepa a ciencia cierta que deja entrar
a los chicos en su habitación, sino porque no tengo ningún interés en que lo haga. Es
una buena chica. Yo sólo me meto con las zorras de esta ciudad.
—¿Qué?
Me vuelvo hacia ella, con las manos metidas en los bolsillos traseros de mis
vaqueros. Diré lo que he venido a decir, y luego me iré.
—¿Qué pasa?
—¿Te golpearon?
—No es duro. Sólo unas cuantas bofetadas porque los hice enojar.
—¡No estoy mintiendo! Nunca lo hice con nadie más que con él. Pensé que le
gustaba. Nadie cree...
—Te creo.
Me mira fijamente.
—¿Qué?
—No quise decir... sólo creo que es genial. Que alguien agradable tenga un
bebé. —Me paso la mano por los rizos y sacudo la cabeza. Ella se siente desgraciada
y yo parezco un gilipollas. Pero la gente buena debería tener bebés. No gilipollas
como mi padre ni muñecos rotos como mi madre.
—Estoy muy asustada. Nunca había visto a mamá y a papá tan enfadados
conmigo. No paran de decir que he arruinado mi vida y la reputación de la familia,
y ahora nunca me casaré.
De pie, con las lágrimas corriendo por su cara, parece el último cachorro de
la tienda de mascotas que nadie quiere. Si eso es todo lo que les preocupa, entonces
puedo arreglar eso.
Me encojo de hombros.
—¿Por qué no? Tendremos diecisiete años cuando llegue el bebé. Estoy
trabajando. Estoy ganando dinero.
—Tú también.
La puerta se abre y la casa interior se ilumina con una luz dorada que se refleja
en los suelos pulidos, los enormes espejos y las brillantes lámparas de araña. Nunca
he visto nada tan hermoso.
Una mujer de la edad de mi madre me mira con el ceño fruncido. Lleva el pelo
cepillado y pulcro, teñido de dorado, tan diferente al moño desteñido y desordenado
de mi madre. Lleva joyas y su espalda es recta y orgullosa.
—¿Puedo ayudarle?
—Angelov.
—No, escucha...
Pero el Sr. Lugovskaya se ha vuelto de un tono rojo moteado y avanza hacia
mí. Me agarra por las solapas y me empuja fuera de su puerta.
—Ese era mi hermano. Soy Kirill. Quita tus malditas manos de encima.
Desde hace unos meses, hago todas las flexiones que puedo hacer nada más
levantarme. Esta semana he llegado a las doscientas, y me ha parecido notar que se
está desarrollando un tono muscular en los brazos y el pecho.
Le lanzo un puñetazo que mi padre habría esquivado, por muy borracho que
estuviera, pero el señor Lugovskaya vive en una casa perfecta con una vida perfecta,
y no está acostumbrado a pelear. Mi puño se estrella en su cara y él se tambalea hacia
un lado.
Pero primero tengo que arreglar algo. Le estaba mintiendo a Katya acerca de
tener dinero y un trabajo, pero creo que sé qué hacer al respecto. He oído un rumor
sobre un trabajo interesante que paga bien. La persona que me dijo el rumor fue
arrestada la semana pasada, pero eso es probablemente porque es estúpido y
descuidado.
El interior del almacén está mal iluminado y lleno de cajas apiladas. Las cajas
están pintadas con aerosol con los conocidos logotipos de los alimentos, pero dentro
de una de ellas hay armas encajadas en paja.
Una figura alta de pelo oscuro comprueba el contenido de una caja con un
manifiesto en un portapapeles. Sus ojos grises e indiferentes me miran de arriba
abajo. No se presenta, pero sé quién es. Todo el mundo lo sabe.
Es joven, tal vez de unos veinte años, y me lo imagino con una hermosa mujer
como Yelena Lugovskaya del brazo. Todo en este hombre es elegante y caro, pero
hay una expresión dura y amarga en sus ojos.
—Ekaterina Lugovskaya.
—Ese es mi problema.
—Spacibo, Pakhan.
Treinta minutos más tarde, salgo del almacén con un resorte en mi paso y mis
órdenes de Konstantin. Me escuchó cuando le conté lo que se me da bien, que es
andar a escondidas por la noche. También me advirtió que no fuera un idiota como
Stepan y le dijera a nadie lo que estoy haciendo, ni siquiera a Katya. Las mujeres no
entienden este tipo de cosas.
—Estará contenta por el dinero y eso es todo lo que necesita saber. Las
mujeres no pertenecen a nuestro mundo. No son lo suficientemente fuertes —dijo
Konstantin mientras me daba unas palmaditas en la mejilla y me mandaba a paseo.
Mi nuevo trabajo me mantiene fuera hasta el amanecer la mayoría de los días.
Al principio, mamá y papá no hacen ningún comentario cuando dejo de ir a la escuela
y empiezo a dormir todo el día. Después de unas semanas, papá empieza a mirarme
con desconfianza, como si supiera que hay algo diferente en mí. No es sólo el
músculo que estoy poniendo. Konstantin me trata como un hombre, y yo he
empezado a sentirme como tal.
—Mis padres están muy enfadados contigo —dice en un duro susurro, pero
hay una sonrisa traviesa bailando en sus labios.
—¿Puedo?
—Si quieres.
—Guau —respiro.
Katya me mira.
—¿No lo es?
—No lo sé. Este bebé no me ha hecho más que llorar. —Su rostro se suaviza
mientras se mira a sí misma—. Supongo que no es su culpa. O su culpa. Tal vez sea
bastante genial.
—Eso ya lo sabía. Ni siquiera has intentado besarme. ¿Por qué estás haciendo
esto?
Cuando llego a casa, papá está en uno de sus estados de ánimo de borracho y
se muere por una pelea. Me doy cuenta por la forma en que aprieta y afloja los puños.
—¿Dónde has estado? Vas y vienes, tratando este lugar como un hotel.
En lugar de acobardarme o huir, doy un paso hacia él. Me sorprende ver que
ahora soy más alto que él. Y él también, por la forma en que sus ojos se abren de par
en par.
La ira se apodera de mí. Esos dos imbéciles de abajo se creen tan perfectos,
pero son monstruos.
—No puedo irme ahora —grita, con ambas manos en su enorme vientre—.
Mírame, estoy enorme. ¿Qué voy a hacer? Tengo mucho miedo. ¿Y si me duele
demasiado tener un bebé? ¿Y si me muero?
—No te va a pasar nada. Cuando llegue el bebé, estaré aquí. Hagas lo que
hagas, no firmes los papeles de adopción.
—Ya la han llevado al hospital. Pasé por delante de la casa mientras la subían
a la ambulancia. Katya me llamó para decírtelo.
Deben pasar diez o quince minutos antes de que me dé cuenta de que hemos
salido de la ciudad y estamos conduciendo por el campo.
El grande al oeste. Eso tiene sentido, sólo que estamos viajando al noreste.
—¿Qué mier...?
—Cálmate, Kirill. Esto es por tu propio bien. Esa chica iba a arruinar tu vida.
—Artem. —Grito hasta quedarme ronco, pero un momento después oigo las
puertas del coche cerrarse de golpe y el rugido del motor. Se van, dejándome atrás.
No puedo aflojar las cuerdas, pero puedo intentar bordearlas por mi cuerpo y
el tronco del árbol. Me lleva mucho tiempo, pero finalmente me libero. Sin zapatos
en los pies, vuelvo a la carretera y empiezo a caminar hacia el pueblo.
Pero al pasar por la casa de los Lugovskaya, algo me hace dudar. Voy y
compruebo la habitación de Katya. Por si acaso ya la han dejado salir.
Su vientre parece más pequeño, pero no tiene al bebé en brazos. Tampoco hay
cuna en la habitación. Está silenciosa y vacía.
—¿Dónde estabas?
—No... no pude…
Me imagino a Katya encerrada aquí, sola y gritando por ayuda mientras todos
en esta casa grande y jodidamente cara la ignoran. Pensaba que los peores monstruos
eran pobres, sucios y vivían en la miseria, como mi familia, pero también tienen
bonitas alfombras y muebles pulidos. Cenan langosta mientras escuchan a su hija
gritar pidiendo ayuda.
Me doy la vuelta y camino a ciegas hacia la ventana, sin apenas registrar cómo
consigo salir y llegar al suelo.
¿Cómo es el mundo tan jodidamente cruel con un niño que ni siquiera tuvo la
oportunidad de vivir? Pensé que el mundo sólo apestaba para los imbéciles como yo.
Vago por la noche hasta que finalmente recobro el sentido común cuando me
encuentro con la puerta de mi casa. No quiero entrar. Si veo a Artem, le partiré la
cara. Mataré a mi padre por lo que nos ha hecho. Los padres de Katya preferirían
asesinar a su propio nieto antes que ser asociados con nosotros.
No hay nada que me retenga aquí. Robaré el coche de Artem, cogeré a Katya
y nos iremos. Lejos de las familias que nos odian. Trabajaré, ella mejorará, y podrá
encontrar un hombre decente para casarse. Le diremos a todos que soy su hermano
o algo así.
—¿Katya? —susurro, mirando su cama sin hacer, los peluches y los libros en
las estanterías. Pobre chica. Ha perdido un bebé, y ella misma no era mucho más que
una niña.
—No —grito y corro hacia la bañera. Cuando la agarro, el agua está helada y
ella también. Se deja caer sin vida en mis manos, con la piel pálida como el mármol
y los ojos muertos y fijos.
Nada de esto tenía que ocurrir, y sin embargo, ocurría a mi alrededor mientras
yo no podía cambiar ni una sola parte de todo esto. No podía salvar a Katya. No pude
salvar al bebé. Ambos están muertos. Estoy aquí de pie en las secuelas, inútil y roto.
—¿Los mato por ti? ¿Por ti y por el bebé? Quiero verlos sufrir. Quiero verlos
arder en el infierno.
Incluso cegado por la furia, soy capaz de abrir la puerta de Katya en silencio
y escabullirme por la casa, evadiendo a los Lugovskaya y buscando lo que necesito.
Gasolina.
Fósforos.
Los padres de Katya están arropados en la cama cuando todo el piso inferior
arde en llamas.
Juro y golpeo mis puños contra el tronco de un árbol, con una furia que arde
dentro de mí más que cualquier fuego.
No están muertos.
Consigo evitar a la policía durante dos años, pero me atrapan justo antes de
mi decimonoveno cumpleaños y me meten en la cárcel por incendio. Los
Lugovskaya asisten a mi sentencia con una expresión de victoria y de
autocomplacencia.
Los miro todo el tiempo, incluso cuando el juez se dirige a mí. En un momento
dado, me reprenden por “intimidar a las víctimas”, pero sigo sin apartar la mirada.
Puedo ver a Katya desangrándose lentamente hasta morir. Sueño con mujeres
inconscientes. Las chicas de mi instituto en sus camas. Las observo y me acerco cada
vez más, sin saber si están dormidas o muertas. Si es Katya, siempre está muerta,
con la sangre goteando de sus dedos y los gusanos arrastrándose por su carne.
Los mejores sueños son cuando sé que las mujeres están dormidas. No hay
sangre hasta que les meto la polla y la saco y se embadurna de rojo. Me follo sus
cuerpos que no responden hasta que estoy al borde. Entonces se despiertan y me
atrapan, pero es demasiado tarde para que me detengan. He conseguido lo que quería
de ellas y me escabullo en la oscuridad.
Cada dos días parece que alguien intenta matarlo. Empiezo a seguirlo y a
observarlo porque verlo en acción es jodidamente glorioso. Su expresión es siempre
aburrida y pétrea, como si no estuviera pensando en nada en particular y no se diera
cuenta de los uno o dos tipos que acechan en las sombras susurrando entre ellos.
Un día, mientras veo a Pushka, no son sólo uno o dos tipos los que le
persiguen. Son cinco. Parece que él también lo sabe porque le veo tragar saliva, el
único signo externo de emoción que he visto en él.
Tres tipos se abalanzan sobre él a la vez, y si fueran sólo tres, Pushka podría
aguantar. Pero dos más se acercan. Pasan justo por mi escondite. No es asunto mío
quién vive o muere aquí, y el código de este lugar me dice que debo mantenerme al
margen. Pero que se jodan esas reglas. Me dije que a partir de ahora tomaría lo que
quisiera y quiero que este hombre viva.
Hago tropezar a uno de los hombres, cojo su cuchilla —un cepillo de dientes
afilado en el suelo de cemento— y apuñalo en la garganta del otro. No pasa nada,
salvo que sus ojos se abren de par en par y emite un sonido de asfixia. Entonces saco
la cuchilla.
Caigo sobre el segundo hombre a mis pies y lo apuñalo en las tripas, una y
otra vez, mi otra mano le tapa la boca para que sus gritos no atraigan a los guardias.
Unas manos fuertes me agarran por los hombros y me apartan de él, y caigo
de espaldas. Supongo que son los guardias, y me anticipo a los golpes de sus porras
mientras me someten.
La muerte al final de una hoja. Si no ardiera por la venganza, podría dejar que
eso me sucediera.
—Toda mi vida he vivido para otra persona. No voy a morir por otra persona.
Cuando salga de aquí, voy a vivir para mí. Esta escoria no me va a quitar eso también.
Veo algo en él que nunca antes había sentido. Orgullo. Este Pushka es un
hombre orgulloso y obstinado, y está siendo aplastado hasta la muerte en este puto
infierno.
—Te haré un trato, Pushka. Te cuidaré la espalda aquí. A partir de ahora, tus
enemigos son mis enemigos.
Pushka me considera.
Me doy la vuelta a las manos, mirando la sangre bajo las uñas. Durante la
última hora, no he escuchado ni un solo grito de dolor ni el llanto de un bebé
resonando en mi mente.
Monstruos
Los hay de todas las formas y tamaños. Ricos y pobres. Bonitos y feos. Hace
tiempo que aprendí esta lección, pero sigue siendo un shock descubrir que las
personas respetables y bien habladas que han halagado tu vestido y se han comido
la comida que les has preparado son en realidad demonios salidos del infierno.
Durante todos estos meses, sentí pena por la forma aterradora en que murieron
el Sr. y la Sra. Lugovskaya. Kirill los persiguió por su apartamento y los apuñaló
hasta la muerte. La señora Lugovskaya oyó los gritos de su marido al morir, y
recuerdo haber pensado que probablemente era el peor sonido que había oído en su
vida.
Pero esta mujer escuchó a su hija gritar pidiendo ayuda en la agonía del parto,
sabiendo que Katya podía morir o el bebé podía morir, y no hizo nada.
Nada.
No me doy cuenta de que estoy temblando de rabia hasta que alguien me toca
el hombro. Es Elyah, con una expresión de preocupación.
Lloro por Katya y el niño, personas inocentes que merecían vivir una vida
plena en lugar de morir a manos de un par de monstruos de corazón frío. Lloro por
Kirill, de dieciséis años, que podría haber sido muy diferente si hubiera tenido la
oportunidad de proteger a Katya y al bebé. En lugar de ello, fue enviado a prisión y
salió convertido en un asesino.
La voz de Kirill ha sido plana y sin emoción durante todo su relato. Camina
lentamente hacia mí, con los ojos oscuros y brillantes bajo sus rizos.
—Lloro por todos los que merecen mis lágrimas, y sí, eso significa que tú
también.
—No lo hagas. Puede que no sientas pena por mí cuando se cuente el resto de
mi historia.
—¿Hay más?
Kirill se pone sobre sus talones ante mí y me pone las manos en el vientre. Mi
ritmo cardíaco se acelera mientras miro fijamente su rostro brutalmente apuesto. Hay
algo en el hecho de que un asesino a sangre fría me toque con tanta suavidad, con
tanta dulzura, que hace que mi cuerpo se vuelva loco.
¿Pero Kirill? Cuando le miro a la cara, no veo nada del chico de dieciséis años
suave y casi inocente que ansiaba ser amable con un compañero inadaptado. Toda
esa amabilidad se quemó la noche en que incendió la mansión de los Lugovskaya.
Su única lealtad es hacia Konstantin y Elyah, y hacia el caos en el que prospera.
—No empieces con eso otra vez. No puedes decidir que este es tu hijo. No
soy Katya y no te necesitamos.
—¿Recordar qué?
Una sonrisa afilada curva sus labios y sus ojos brillan. Esa expresión hace que
el hielo me recorra la espina dorsal.
Hacía mucho tiempo que no oía esas palabras, pero de repente estoy atada a
un detector de mentiras que me da descargas eléctricas mientras Kirill ronronea:
Kirill se ríe.
—No lo hiciste.
—Has necesitado un poco de ayuda para mantenerte, pero ha sido tan bueno
como esperaba.
Recuerdo su cuerpo sobre el mío, ese primer empuje lento de su polla. Sus
besos. Su boca en mi cuerpo. Mi coño. Fue el sueño más intenso de mi vida, y me
desperté con el corazón acelerado, horrorizada de estar pensando en uno de mis
captores de esa manera.
Pero las mañanas eran tan caóticas en el concurso, y siempre tenía prisa por
lavarme y vestirme. ¿Podría haberme perdido lo que me pasó mientras estaba
distraída pensando en otras cosas?
Me rodeo la barriga con los brazos y miro fijamente a mi bebé. Este embarazo
ha sido un shock, pero lo he asumido en estos últimos meses. Elyah o Konstantin me
dieron un bebé porque me entregué a ellos para comprar mi libertad. Eso me parece
correcto.
El ruido blanco ruge en mis oídos cuando Kirill estira el brazo y me agarra
una vez más, deslizando sus manos alrededor de mi cintura.
Intento apartarlo, pero no me deja ir. Se ríe de mis intentos, y siento las
vibraciones contra las palmas de mis manos.
—Te tenía en el suelo del Lugovskayas, desmayada —susurra—. Luchaste
por tu vida y casi me matas. Nunca estuve tan jodidamente excitado en mi vida.
Tenía que tenerte, Lilia.
Me suelta y extiende los brazos, mostrándome sus músculos, sus tatuajes, sus
ojos duros.
—¿Quieres pelearte conmigo por tirarme a la mujer que nos dijiste a todos
que ibas a matar? Vamos, haz tu mejor intento.
—No tenías que decírselo así a Lilia. —Arremete Elyah, con los puños en los
costados—. No te arrepientes. No querías confesar. Querías hacerle daño.
—Él habla —gruño, con un tono sarcástico en mi voz. Konstantin lleva días
sin decirme una palabra—. Sí, lo harás. Vete. Fuera.
—No saben que es Maxim Vavilov. No es de aquí, así que es poco probable
que alguien se presente diciendo que sabe quién es.
Pero mi casa.
Esto no es Elyah.
Este es Kirill.
La rabia florece en mi pecho. Sólo han pasado horas desde que confesó que
me drogó y se acostó conmigo mientras estaba encerrada en mi celda, y está
intentando hacer lo mismo otra vez. ¿Ha estado haciendo esto todas las noches y no
me he dado cuenta? ¿Qué demonios me ha estado haciendo?
Aspira un débil aliento y siento el calor que irradia por encima de mi pezón
antes del lento lametón de su lengua. Casi respiro más fuerte. Hago ruido. Pero
mantengo una expresión suave e insensible.
Con una lentitud insoportable, agravada por el hecho de que no puedo ver
nada de lo que hace Kirill, baja por la cama hasta situarse por encima de mis bragas.
Mis piernas están cerradas y él no puede hacer mucho conmigo así.
No puedo contenerme más. Respiro con fuerza y abro los ojos, pero veo que
mi demonio del sueño me sonríe con un brillo malicioso en los ojos.
—Trucos que te hacen mojar, detka. —Me coge la mano y presiona los dedos
por debajo de mi ropa interior y contra mi raja. Estoy caliente y resbaladiza al tacto,
y con la misma expresión diabólica en su rostro, Kirill introduce tanto sus dedos
como los míos en mi apretado canal.
—Me encantaría encontrarte un día dándote placer, con las rodillas abiertas y
los dedos trabajando frenéticamente. Perdida en un mundo de fantasía mientras yo
te poseo en éste. —Introduce los dedos lentamente dentro y fuera de mí.
—Dijiste que sólo te arrastras con las perras. ¿Soy una de esas chicas
desagradables que odias?
—Y sé cómo divertirme con ello. —Saca nuestros dedos y luego mete dos de
los suyos dentro de mí.
—¿Esto es lo que me hiciste en el concurso?
Kirill se levanta y veo que está desnudo y duro mientras toma su gruesa polla
con la mano. Masajea la punta en su palma, sus ojos hambrientos me devoran.
—Hay muchas formas buenas de follarte. Cierra los ojos y déjame jugar
contigo. Tu enorme vientre es tan jodidamente caliente. —Me pasa la lengua por el
estómago—. Te he dejado embarazada, detka. Necesito follarme a la madre de mi
hijo.
Apenas ha hablado por encima de un susurro todo este tiempo. No creo que
los otros dos sepan que está aquí, y se siente ilícito. Su murmullo persuasivo me hace
sentir algo, y hago lo que él dice.
Es retorcido y desordenado, pero la forma en que habla y lo que hace hace que
mi corazón lata más rápido y mi núcleo se ondule a su alrededor.
—¿Me has vuelto a drogar? Si me drogas mientras estoy embarazada, te
mataré de verdad. No se jode con este bebé.
—¿Por qué iba a hacer daño a mi bebé? —murmura, girando la cabeza para
pasar su lengua por mi tobillo, empujando dentro de mí con un ritmo brutal.
—No confío en ti. Haces cosas desesperadas para salir. Tus drogas podrían
perjudicarlo.
Gimo ante la sorpresa de que me llene y dejo que me envuelva con su cuerpo
mientras me clava la polla. Me echo hacia atrás y le agarro por la nuca, girando la
cabeza para que nuestras bocas estén cerca.
—Quiero robarte mientras los demás no miran. Qué divertido sería, follarte
en secreto mientras Kostya y Elyah nos cazan.
—Si nos pones a mí y a este bebé en peligro, te cortaré los huevos con una
navaja oxidada y no volverás a verme —gruño por encima del hombro.
Kirill gime y tira de sus caderas hacia atrás, penetrando en mí. Lo hace una y
otra vez, sus embestidas son profundas y lujosas.
Ensancho los muslos y arqueo la espalda para que toque ese punto dulce desde
un ángulo celestial. Creo que voy a perder la cabeza, estoy tan desesperada por
correrme. Con mi mejilla apoyada en el bíceps de Kirill, me doy cuenta de que
alguien nos observa desde la puerta.
Elyah, con las manos en los bolsillos y apoyado en el marco de la puerta, pero
no hay absolutamente nada de casualidad en la expresión de su rostro ni en la rigidez
de sus músculos.
Elyah habla con una voz que nunca le he oído, oscura y aterciopelada por la
necesidad.
—¿A qué esperas? Está en su modo mas sucio, ¿verdad, detka? —Me aprieta
la parte carnosa del culo y luego me da unos azotes.
Abro la boca para decirle que se vaya a la mierda por llamarme sucia, y luego
gimo cuando la huella de la mano en mi culo me produce un cosquilleo delicioso.
En este momento, me siento tan bien siendo una zorra, con una gruesa polla
enterrada en mi interior, con las piernas abiertas y otro hombre observándome como
si se preguntara por dónde le gustaría empezar.
Kirill me rodea con sus brazos y nos da la vuelta para que su espalda esté
apoyada en las almohadas y yo entre sus muslos. Abre los míos para Elyah, y luego
mi coño, y el otro hombre no pierde el tiempo en poner su boca en mi clítoris.
—Me dije a mí mismo que si volvía a poner mis manos sobre ti, te lamería el
glorioso coño cada vez que pudiera —dice Elyah entre latigazos de su lengua—.
Podría haber hecho esto durante putos años. Lo haré durante putos años.
Tal y como me está haciendo sentir, no tengo ninguna queja si quiere seguir
para siempre.
Llama:
Me observa, atrapada entre sus dos hombres. No puedo decir si está enfadado
conmigo. Disgustado conmigo. Juzgándome.
Miro a Konstantin, que ahora se eleva sobre mí con su polla dura en la mano.
Quiero que se enfade conmigo. Quiero que le preocupe que me muerda.
Le sonrío.
—Mírate toda llena —me murmura Kirill al oído, apretando uno de mis
pechos.
—No se llenará hasta que uno de nosotros esté en su culo también —dice
Elyah, acariciando con fuerza su polla.
—Podemos hacer que funcione. —Me dice Elyah como si me leyera la mente.
Hay un brillo en sus ojos y me doy cuenta de que lo ha pensado. Mucho. Y
probablemente se haya masturbado con ello—. Bien y despacio hasta que te llenes
y sientas que por fin tengas suficiente.
—Hasta que nazca ese bebé, todos somos el padre, y tú nos perteneces a todos.
Eres nuestra mujer, y vamos a follarte como nuestra mujer necesita ser follada. Los
tres somos hombres muy calientes, así que te toca a ti satisfacernos, y somos
demasiado impacientes para turnarnos. —Me agarra la garganta, sintiendo cómo se
mueve dentro de mí—. Y tú estás demasiado caliente para decir que no.
Gimo, medio furiosa, medio derrumbada de placer. Kirill baja su mano hasta
mi clítoris y me frota mientras Elyah bombea con fuerza dentro de mí. Nunca he
sabido qué hace que una mamada sea buena para un hombre, pero acaricio la base
de su polla y muevo la boca por instinto.
—Malyshka —sisea Konstantin entre dientes, y puedo oír lo cerca que está de
correrse.
—Elyah, ¿qué pensarías si Kostyra se corriera sobre sus bonitas tetas? —Kirill
pregunta.
Cruda.
Así es como me he sentido desde que los cuatro tuvimos sexo hace dos días.
Cruda, y despojada de mis capas más vulnerables.
En la habitación de al lado suena una música que parece pop ruso. Alguien
está friendo tocino. Puedo sentir a los tres ahí fuera, y su presencia se siente...
diferente. Cálida al tacto.
—No podía oír nada aquí y quería comprobar... —Se detiene mientras me
mira fijamente, el vapor que rodea mi cuerpo desnudo.
Levanto la vista y me encuentro con esos ojos grises, una extraña sensación
me recorre. ¿Quería comprobar que estoy bien?
Elyah está más alto. Más orgulloso. Sus sonrisas son tímidas, pero están ahí.
Su equipo lo rodea, tal y como él desea, y yo he entrado en su círculo. Nunca le he
visto más feliz.
¿Y Konstantin? Parece tan sorprendido como yo. Ha luchado tanto para que
todo sea como él creía que debía ser y, sin embargo, aquí está, en un apartamento de
mala muerte en Praga, sin diamantes y con una mujer que puede o no estar esperando
un hijo suyo.
Me paso las manos por el vientre, aún de pie en la bañera, sin inmutarme de
que un hombre esté mirando mi cuerpo desnudo.
—¿Qué...?
Aparto su mano.
—¿Qué?
Ceder a este hermoso y poderoso hombre y a todo lo que quiere. Trago saliva.
—Porque los tres quemaríamos el mundo para hacerte nuestra. —Me acaricia
el vientre—. A ti y a este bebé.
Demente.
—Mientras tanto, los cuatro tenemos que salir de Praga. Esto se vuelve más
peligroso a cada minuto que pasa.
No sabía que algo así era posible. Recuerdo a la asustada y miserable chica de
dieciocho años que odiaba estar desnuda con su marido. El sexo con estos hombres
es increíble.
—¿Quién, yo?
—¿No? Tendremos que seguir follándote así hasta que seas nuestra niña
buena todo el tiempo, no sólo cuando estés llena de polla.
Konstantin me rodea con sus brazos, como si intuyera lo que estoy pensando.
—Sé que estás asustada, pero este bebé es fuerte. Es de uno de nosotros,
después de todo. De uno de nosotros y de ti. Una combinación imparable.
—No es tan grande. No voy a correr el riesgo con este bebé, y tú tampoco
deberías.
Elyah mueve las piernas para que pueda sentarme en el sofá. Me sonríe
mientras sigue haciendo ejercicio, con los ojos brillantes.
Le doy un mordisco a mi sándwich y cierro los ojos. Maldita sea, está bueno.
Pan suave. Tocino crujiente y salado.
Kirill se sienta en el brazo del sofá junto a mí, mientras Konstantin se acomoda
en una silla de la cocina de enfrente, con una taza de café humeante en las manos.
—Sé que quieres quedarte, pero tienes que venir con nosotros. No podemos
protegerte lo suficiente aquí. La puerta principal es débil. Las cerraduras de las
ventanas no son fuertes.
—Por no hablar de que aquí vivimos todos encima. —Señala Kirill, pero hay
un brillo en sus ojos oscuros como si no le importara tanto esa parte.
—Ahora todo es sexo y hormonas, pero podrían volver a ser los monstruos
que eran el año pasado —señalo.
—El año pasado teníamos objetivos muy diferentes —dice Konstantin—. Eso
ya no es posible.
Seguro que no va a dirigir otro concurso retorcido, pero eso no significa que
sea material para ser padre. Todavía no ha pedido perdón, y dudo que lo haga alguna
vez.
—Todavía son esos hombres, y recuerdo lo que hicieron. Tú, hiriendo a todas
esas mujeres —le digo a Konstantin—. Tú, forzándome al borde de la muerte —
digo, volviéndome hacia Elyah—. Y tú, tomando lo que no es tuyo —le digo a Kirill.
—Sube al avión. Tienes todo el tiempo del mundo para perdonarnos después.
Alarga la mano y me quita las migas del labio inferior, y su expresión es tan
poco disculpable como cuando me contó lo que me hizo en el concurso.
—Mi bebé va a llegar al mejor lugar, con las mejores personas para cuidarlo.
No dejaré que sea de otra manera, detka.
—El padre de Maxim Vavilov podría saber de ustedes tres por mi padre. Él
será capaz de averiguar dónde vives, Konstantin. Si de alguna manera me conecta
con la muerte de su hijo, ¿cómo puedo saber que estaremos seguros en su casa?
—Calla, solnyshko.
—¿Por qué?
Sin apartar la vista de la ventana, Elyah coge una de las armas que hay sobre
el mostrador. Kirill hace lo mismo, su expresión se concentra al instante. Mientras
están uno al lado del otro, me los imagino con monos de prisión. Pushka y Kirill,
preparados para todo.
—Podemos salir por la ventana del dormitorio. —Le digo. Hay una escalera
de incendios que baja al primer piso y un callejón que lleva a la parte delantera del
edificio.
Dice estas palabras preocupantes en ese mismo tono suave, y me doy cuenta
de que no habla suavemente porque no está preocupado. Intenta que todos estemos
tranquilos.
—Pero tú...
—Entonces creen que Lilia está aquí sola, o con un hombre. Ellos...
Apenas puedo ver dentro de la habitación, y mis tres hombres se mueven como
si hubieran coreografiado este momento. Elyah se vuelve hacia la puerta principal,
apuntando con su arma. Konstantin se pone delante del hueco del sofá para
protegerme. Kirill cruza el salón hacia el dormitorio y se apoya en la pared junto a
la puerta.
Hay al menos dos hombres más en la puerta del dormitorio. Hombres duros y
de aspecto peligroso con chaquetas de cuero negras y armas de aspecto agresivo. Se
escuchan disparos y el olor a pólvora y sangre inunda la habitación. Me cubro el
vientre con los brazos, mis instintos me dicen que corra hacia él, pero sé que sería
una locura. Necesito un arma. Alguien debería haberme dado una pistola.
Hay uno tirado en medio de la habitación, tirado por uno de los atacantes. Para
llegar a ella, tendría que salir a rastras de detrás del sofá y arriesgarme a que me
alcance una bala.
Salgo de detrás del sofá, cojo la pistola, la alzo y disparo. Aprieto el gatillo
una y otra vez, llena de pánico.
No me doy cuenta de que estoy gritando hasta que el arma hace clic en mi
mano.
—¿Qué coño creías que estabas haciendo, Lilia? Te dije que te quedaras
quieta.
Es... complicado.
—¿Estás herido?
—Elyah…
—Elyah quería que protegieras al bebé. —Me dice Kirill al oído. Se ha
acercado a mi otro lado con sangre por toda la cara y el pecho, aunque por lo que
parece, no es suya—. Yo cuidé la espalda de Elyah.
—Aquí.
Es una fotografía.
De mí.
Tal vez sean las dos cosas. Papá estaba furioso conmigo la última vez que lo
vi.
—Entre que Vavilov te vio en el restaurante y tuvo una cita contigo, ¿cuánto
tiempo pasó?
—Estoy bien.
Kirill lleva el coche hasta la parte delantera del edificio y él y Elyah me ayudan
a salir y a entrar en el vehículo. Konstantin sale un momento después con mis
maletas y las guarda en el maletero.
Hay una capa de sudor en la frente de Elyah mientras acuna su muñeca contra
el pecho, y mi corazón se retuerce. Nunca lo había visto herido. A pesar de todas
esas peleas en la cárcel, me pregunto si alguna vez se ha roto un hueso.
—Unas cuantas horas, pero este aeropuerto privado es más seguro que el
internacional. —Me dice Konstantin, mientras sus ojos recorren las estrechas calles
mientras conducimos.
Mi mejilla está apoyada en el muslo de Konstantin y mis rodillas están
acurrucadas. Hay silencio en el coche durante mucho tiempo, hasta que Kirill jura
desde el asiento del conductor.
Elyah mira con nostalgia el volante, y me doy cuenta de que está deseando
que su muñeca no esté rota.
No puedo ver mucho, pero Kirill toma algunas curvas a gran velocidad, y
pronto estamos en medio de tierras de cultivo en una carretera vacía y estrecha.
Por la expresión de papá al verme acercarme, está más allá de sentir rabia o
furia. Me mira como si deseara convertirme en hielo.
—Vavilov es el que te quiere muerto —dice papá entre dientes, sin molestarse
tampoco en saludar—. Tuvo su oportunidad, pero sabía que la fastidiaría. El hombre
no puede hacer nada bien.
—Mataste a su hijo, perra estúpida. Quería casarse contigo. —La cara de papá
se transforma en asco, como si la idea de que alguien me quiera fuera absurda.
—¿De verdad te crees eso? Eres un completo idiota. Lilia no dice más que
mentiras. Aprendió todos sus trucos de la perra de su abuela.
—No he venido a pelear. Tampoco estoy aquí para hablar contigo, Lilia. —
Se vuelve hacia mis hombres—. He venido a discutir con ustedes tres. Un trato.
Papá me sonríe.
—Primero son hombres de negocios, Lilia. Deja que los hombres hagan sus
negocios.
Se dirige a Konstantin.
—¿Entonces por qué es tan importante para ti? —Kirill pregunta lentamente,
con los ojos entrecerrados.
—Debería decir que las mujeres son fáciles de conseguir, a menos que seas
un padre. Lilia es la única hija que tengo.
Mis uñas se clavan en las palmas de las manos y tiemblo cuando un viento
frío atraviesa mi ropa. Le hemos humillado en el avión, pero soy yo quien va a ser
castigada por ello, aunque le haya perdonado la vida. Papá no está por encima de
golpearme. Probablemente tampoco está por encima de encerrarme o morir de
hambre y torturarme hasta la muerte. He superado mi utilidad para él. Sólo quiere
venganza.
—¿Van a jugar los tres a las familias felices con mi hija? —El padre se burla—
. Cuando estuve con ella en Trieste, me dijo que iba a abortar a ese bebé. Supongo
que cambió de opinión cuando se dio cuenta de que podía manipularos a todos con
él.
Elyah lo mira fijamente.
—Eso es mentira.
—¿De verdad, Elyah? ¿Vas a creer a un hombre por encima de mí otra vez?
—Yo digo.
Papá lanza su fría mirada sobre los moratones de la cara de Elyah y su muñeca
hinchada.
—¿Te has hecho daño protegiéndola? ¿Acaso te dio las gracias? Lo dudo. Mi
hija es una perra de corazón frío, aunque es excelente usando su cuerpo para
conseguir lo que quiere, estoy seguro.
—Eran unos diamantes muy bonitos. ¿Vale tanto dinero para ti?
Sus ojos están aún más inyectados en sangre que antes. Le late la cabeza, uno
de sus hombres está herido y ha perdido catorce millones de dólares y una esposa
por mi culpa, una mujer que no sabe cuál es su lugar. De repente se pregunta por qué
se molesta conmigo.
Prometió protegerme.
—Esto retrasa las cosas, pero supongo que puedes tener el bebé. No lo quiero.
—¿Qué les parece? Nos quedamos con el niño y con catorce millones de
dólares. Aran Brazhensky recupera a su hija problemática para castigarla como
quiera.
—Creo que es un trato perfecto —ronronea Kirill—. La única otra cosa que
pediría es una grabación del castigo de Lilia.
—No hagas daño a Lilia hasta que haya dado a luz. Si lo haces, te mataré yo
mismo.
—No se me ocurriría. Los niños son lo más importante del mundo. Pueden
acompañarme en América hasta que nazca el niño si quieren.
—No puedes hacer esto. Mi bebé es lo único sin lo que no puedo vivir.
—¿Estás seguro de esto? Tú eres la razón por la que perseguimos a Lilia por
todo el mundo.
—Estoy cansado de ser rechazado por una mujer ingrata. Lilia Aranova ha
dejado claro que nunca me querrá como yo la quiero. Deberíamos tomar lo que es
nuestro y terminar con esto.
—Será un placer.
Me hundo en el suelo, demasiado sorprendida incluso para llorar, con los dos
brazos rodeando mi vientre. Estaba empezando a confiar en estos hombres. Estaba
empezando a amar a estos hombres. ¿Van a abandonarme por unos diamantes porque
nuestro amor es difícil?
—Habría luchado por nosotros —digo, lo suficientemente alto como para que
los otros dos escuchen—. Iba a intentar que esto funcionara para todos nosotros a
pesar de todo lo que has hecho, por el bien de este niño, pero lo has tirado todo por
la borda.
No, tenemos meses juntos antes de que me arranque a mi bebé de los brazos
y me deje morir. Eso es todo lo que han querido todo el tiempo, los tres. El bebé.
—Todavía tenemos mucho más por delante. Ahora, sé una buena chica por
una vez y cierra los ojos.
—¿Qué?
Konstantin me toma la cara entre las manos y me besa, con sus labios cálidos
y suaves. Estoy tan confundida que abro mucho los ojos al ver cómo Kirill y Elyah
levantan sus armas contra papá, cuya sonrisa apenas comienza a desvanecerse en el
horror.
Y disparan.
Papá se derrumba en el suelo, con dos estelas de color carmesí que brotan de
las heridas de bala en la cabeza y el pecho, se encharcan bajo su cuerpo inerte y
pasan por encima de mis rodillas hasta llegar a la cuneta.
Está muerto.
—¿Pretendías hacer un trato con mi padre? ¿Dijiste todo eso sólo para meterte
conmigo?
—Por supuesto que no. Lo hicimos para que guardara su arma. Te habría
disparado si hubiéramos rechazado su trato. Los tres discutimos esta posibilidad hace
semanas.
—Un padre podría saber cuando su hija está fingiendo sus lágrimas. No
podemos arriesgarnos a que dispare sus armas. Nadie te va a alejar de nosotros. No
con dinero. Y no con una bala.
Kirill se ríe.
—En cuanto te quites los pantalones, te arrancaré las malditas pelotas. —Le
gruño, y él sonríe como si la idea le resultara interesante.
Miro de un hombre a otro. Todos son diferentes de los hombres que fueron.
Yo soy una mujer diferente.
—El bebé está dando patadas. —Estoy de pie con las manos sobre mi vientre,
junto al cuerpo de mi padre muerto, sus hombres, el coche destrozado. Los cuatro
estamos juntos en la carretera vacía.
No debía ser así. Elyah y Kirill trasladaron sus dormitorios al lado del mío, y
al principio Lilia pasaba la noche con cada uno de nosotros por turno. No en ningún
tipo de lista, sino yendo con el hombre que estuviera listo para dormir cuando ella
lo estuviera. Su embarazo la ha vuelto inquieta y su horario de sueño imprevisible.
Si viene a la cama conmigo, a menudo me despierto y descubro a Kirill o a Elyah
durmiendo al otro lado de Lilia. La semana pasada me desperté con el sonido de sus
suaves gritos y vi que Kirill se estaba acostando con ella mientras Elyah se metía en
su boca. En mi cama. Las tres de la mañana nunca ha sido el momento más sexy del
día para mí, pero justo en ese momento lo era.
—Llevan horas así. Como cachorros. Y los dos se quejaban de vivir uno
encima del otro en mi apartamento.
Cerré los ojos y me volví a dormir. Si esto es lo que se necesita para que Lilia
se vincule con todos nosotros, entonces esto es lo que se necesita. He visto cosas
más extrañas y siniestras en una cama.
Pero Lilia no se detiene ahí. Me echa el pelo hacia atrás y sus fríos dedos me
presionan la frente, el entrecejo, la nuca. Su tacto es firme pero cuidadoso, y cada
vez que se aleja, mi migraña disminuye un poco más.
Gimo de alivio y placer cuando sus dedos se clavan con cuidado en los
músculos fibrosos de mi nuca, los sujeta y luego me suelta.
Recuerdo que me dijo una vez, cuando me dolía la cabeza, que solía hacerlo
por su abuela, insinuando que también podría hacerlo por mí, pero se negó
obstinadamente. Diciéndome sin tapujos que no merecía sus cuidados.
—Tus dedos —murmuro, sin abrir los ojos. Tiene dedos mágicos.
—Nuestro bebé.
—Este pequeño aún no está aquí. Alguien que te ha hecho reír. Te ha animado.
Te ha frustrado. Te ha enfurecido.
—Definitivamente tú.
Qué pregunta tan extraña. Conozco a Lilia lo suficientemente bien como para
que no haga preguntas ociosas. Está buscando algo, pero no sé qué. Tal vez quiere
conocer mi lado más suave. Tal vez está buscando una razón para quedarse.
—Ah, sí. Tu taimada abuela que enseñó a su nieta todos sus trucos y la
convirtió en un diablillo escurridizo.
—Toda mi familia que aún vive está en Rusia, y la mitad de ellos me mataría
si me viera. La otra mitad es indiferente a mi existencia.
—Sé muy poco de ti. —Sus dedos recorren mi cuello y mis hombros
repentinamente tensos—. Te pones muy nervioso cuando menciono el pasado. ¿Te
preocupa algo?
—Nunca te dije lo que hice con tu dinero. El dinero que obtuve de la venta de
tus diamantes —murmura.
—Seis millones.
Gimoteo.
—Maldita sea.
No es ni mucho menos lo que debería haber obtenido por los diamantes, pero,
como dice ella, no estaba en condiciones de hacer un buen negocio. El hecho de que
se las arreglara para vender los diamantes rosas robados mientras estaba escondida
es asombroso.
Lilia se ríe.
—Ya que estás de tan buen humor, ¿te cuento lo que he estado haciendo con
tu dinero? —Ella decide por mí—. Te lo contaré.
Lilia suspira.
—El caso es que no he tenido mucho éxito y he dejado de buscar durante los
últimos meses. Apenas he encontrado a las mujeres y les he enviado su dinero —la
decepción tiñe su voz.
Los seis millones divididos son menos de cuatrocientos mil dólares para cada
una. No es mucho dinero. Apenas es nada, en realidad. Me pregunto por qué se está
castigando por ello cuando no puede suponer una gran diferencia en sus vidas.
—¿Oh?
—Sé que eres hermosa, orgullosa y fuerte. Sé que te alegras de que tu padre
haya muerto, aunque a veces, a altas horas de la noche, te preocupa si eso te convierte
en sanguinaria e insensible. No te molestes en perder el tiempo con esos
pensamientos, malyshka.
Después de las mentiras que dijo sobre Lilia y el bebé, Aran Brazhensky
merecía morir como un perro en la calle.
—Una mujer.
—¿La amabas?
—Supongo que sí. Es difícil recordar haber sentido algo más que odio por esa
perra.
—¿Quieres que me case contigo, que lleve tu anillo y que me acueste con tus
amigos? ¿Qué clase de Pakhan eres?
—Uno inteligente. Uno fuerte. No he sido golpeado por un hombre desde que
tenía quince años.
Dudo. Hace unas semanas le habría dicho que se ocupara de sus asuntos, pero
en esta habitación a oscuras, con mi cabeza en su regazo, mis defensas están bajas.
—Ella lo hizo.
—¿Quién era?
Suspiro.
—¿Lo crees? Tal vez mi juicio esté equivocado. He visto cosas mucho más
pervertidas en mi vida.
—¿Cómo qué?
Abro los ojos y la miro. ¿Cómo demonios me ha hecho hablar de esto? Incluso
ahora, la vergüenza y el asco arden como si fueran obra mía.
De repente, me río.
Lilia lanza un grito de placer y estira la mano para tocarlo, y todos los animales
se ponen a bailar en círculo.
—Es mi móvil de Praga. Pensé que lo había dejado atrás. Lo trajiste contigo.
Te acordaste, a pesar de todo el miedo y la sangre de aquel día.
—Lilia, yo...
Pero no lo siento, y Lilia sabrá que es una mentira. Me odiará aún más por
mentir que por permanecer en silencio.
Lilia entiende a Elyah. Sabe lo que convirtió a Kirill en el hombre que es hoy,
pero no sabe lo que me convirtió en Konstantin, y no me aceptará hasta que lo sepa.
—¿Debo desnudar mi garganta ante ti? ¿Te daré todas las armas que necesites
para vencerme y poner todas mis vulnerabilidades a tus pies?
—No quiero el dinero. Quédate con tu dinero. —Mi voz es alta por el terror.
Retrocedo lentamente por el agua, las olas poco profundas me golpean los tobillos y
luego las rodillas.
—Cariño, ¿por qué te comportas de forma tan extraña? Por favor, sal del agua
—dice mi madre, con una voz llena de dulzura. Mi madre es hermosa. Pelo largo y
oscuro, piel y ojos luminosos, una boca orgullosa y llena. Los hombres han estado
cayendo sobre sí mismos para tratar de casarse con ella, pero ella no está interesada
en los hombres. Para casarse, al menos. Se ha llevado a muchos a su cama. Los he
visto en la cocina o saliendo por la puerta trasera, y cada vez son más jóvenes.
Me quedo donde estoy y no quito los ojos de Pyotr. Nuestra enorme mansión
se levanta detrás de nosotros, con todas las ventanas oscuras y en blanco.
—¿Te llama Grigor cuando te la follas? —Me enfurezco con Pyotr. Grigor
era el nombre de nuestro padre—. ¿Padre ya estaba muerto cuando empezaste a
follarte a nuestra madre, o no pudiste esperar a que se enfriara?
Tiene suficiente vergüenza para negarlo, pero ¿para qué? Me vuelvo hacia
ella, mi pecho sube y baja bruscamente de asco y rabia.
—Madre, te he visto.
Y ella sabe que los vi. Nuestros ojos se chocaron cuando Pyotr estaba encima
de ella. Ni siquiera tuvo el sentido común de tirarse a su hijo bajo las sábanas para
poder hacer pasar su enfermiza relación por "sólo abrazos".
—Si me dices que ella te está forzando, te creeré. ¿Me escuchas, Pyotr? No
hay duda. Estoy de tu lado.
—Pyotr, si esta perra te clavó sus garras, puedo ayudarte a sacarlas de nuevo.
Las arrancaré de tu carne.
Con las últimas fuerzas que me quedan, me quito la rodilla de Pyotr del pecho
y, mientras él está desequilibrado, lo arrojo y salgo a la superficie del lago,
agitándome en busca de aire. No puedo ver a través del agua en mis ojos, pero mi
madre le grita a Pyotr que me agarre, así que me alejo hacia mi izquierda, lejos de
ellos y de la casa. Hay árboles con ramas bajas que bordean el agua, y me escabullo
entre ellos.
Y luego corro.
Corro porque mi vida depende de ello, con los pulmones ardiendo ahora y las
piernas acalambradas por el frío y el esfuerzo. No miro a mi alrededor. No miro por
encima del hombro. Fijo mis ojos en el horizonte, donde la luna está saliendo, y me
reservo para salir de allí.
Supero mi miedo.
Supero mi dolor.
Pyotr y mamá pueden hacer las cosas enfermizas que quieran entre ellos. En
lo que a mí respecta, mi familia está muerta.
Entonces escucho una extraña historia sobre Kirill. Su hijo fue el que murió,
asesinado en terribles circunstancias por sus propios abuelos. Luego la madre se
quitó la vida y Kirill fue quien encontró el cuerpo. Quemó la mansión en venganza,
aunque los Lugovskaya escaparon. Una pena.
Así que muevo algunos hilos, y Kirill emerge de la prisión para estar a mi
lado, más oscuro de lo que era antes. Endurecido, sediento de sangre y tan afilado
como una hoja afilada. No tiene a nadie, ni nada por lo que preocuparse, al igual que
yo no tengo a nadie ni nada. Sólo dinero. Sólo poder. Su idea de poder es el juego
que juega en la oscuridad. Está más que feliz de jugar mientras trabaja junto a mí.
Somos un excelente equipo, él y yo.
En cuanto los ojos de Kirill se posan en el hombre, se pone en pie, y una rara
sonrisa se dibuja en su rostro.
—Maldito Elyah Morozov. ¿Qué estás haciendo aquí? —Kirill saluda al
recién llegado con un abrazo como si el hombre fuera su hermano perdido—. Este
es Konstantin Zhukov, mi Pakhan. Kostya, Elyah y yo nos conocimos en la cárcel.
Elyah asiente con respeto, aunque no sonríe. Hay algo duro y sombrío en sus
ojos, a pesar de que parece alegrarse de haber encontrado a Kirill.
Cuando termina de hablar, sus fríos ojos azules se encuentran con los míos.
Una sonrisa se extiende por mi cara. Cuando Kirill vino a verme a los dieciséis
años, me impresionó por sus habilidades y por su desparpajo. Ahora, me llama
Kostya, y debería decirle que no sea tan exagerado, pero no quiero hacerlo. Me gusta
cómo se desenvuelve en este mundo. Si yo fuera él, habría quemado la casa de los
malditos Lugovskayas.
Kirill nunca me mentiría, y presiento que esta Elyah también es del tipo
brutalmente honesto.
—Este no es el trabajo para mí. Envíenme a las calles. Traficaré con drogas.
Armas. No importa.
Le frunzo el ceño.
Kirill y yo intercambiamos miradas, y veo que está tan sorprendido por esta
admisión como yo. Maldita sea. ¿La esposa de su Pakhan?
—Tienes suerte de que tus tripas estén dentro de tu cuerpo. ¿Por qué has hecho
esto?
Es difícil imaginar que un hombre tan gélido como Elyah pierda la cabeza por
alguien.
—No esperaba esto. Sólo quiero el dinero suficiente para comer y tener un
techo. ¿Por qué me confías en tu casa?
—Si mira mal a mi prometida aunque sea una vez, lo destriparás desde la
garganta hasta las pelotas, ¿entendido?
—Entendido.
Elyah se presenta puntualmente en mi casa, vestido pulcramente de negro y
con una expresión de hostilidad que imagino que ha perfeccionado en la cárcel. Lo
dejo en manos de Kirill y atiendo a mis invitados, una selección de mis hombres más
cercanos que se han reunido para celebrar nuestro compromiso.
Lo he conseguido.
—¿Por qué tan serio, mi amor? —Una mano se desliza entre las mías y las
aprieta. Un diamante canario brilla en su dedo anular.
Por encima de su hombro y de pie contra la pared hay una figura sobria vestida
de negro. Hago girar a Valeriya y la acerco al hombre.
—Buenas noches.
Dejo a Valeriya con las esposas de mis hombres y doy una vuelta por la sala,
hablando con mis invitados. Una hora más tarde, vuelvo de hablar con el proveedor
en la cocina cuando veo a Elyah observando a Valeriya. Ambos están de pie en una
alcoba, y no parece que Valeriya sepa que él está allí, observándola absorta en la
fiesta.
Elyah no responde. Se limita a quedarse de pie con las manos unidas delante
de él, mirando fijamente hasta que Valeriya se aleja.
Varios de mis hombres tienen familia y han traído a sus hijos y esposas.
Valeriya se sienta en la alfombra con algunos de los niños pequeños y juega
animadamente con ellos.
Intuyo que hay más cosas que quiere decir, pero no continúa. Un momento
después se excusa y se aleja.
Los dos nos sentamos en la mesa de la cocina, con una botella de vodka fría
abierta entre nosotros y los restos de los canapés de la fiesta extendidos ante
nosotros. Kirill se prepara un sándwich de gambas a la plancha, ensalada de col y
caviar de berenjena. Tiene un aspecto terrible, pero emite un sonido de
agradecimiento al morderlo.
—Me alegraré cuando toda esta mierda de la boda termine y pueda volver a
centrarme en el trabajo.
—Me hace preguntarme por qué te molestas en casarte. —Da otro enorme
bocado a su sándwich.
Cómo se atreve ese camarero, joder. Y sin embargo, no noté ningún alboroto.
Elyah se las arregló para resolverlo sin molestar al resto de mis invitados.
Impresionante.
Es cierto.
Frunzo el ceño.
—Valeriya, ¿peligrosa?
—Le pregunté qué quería decir, pero todo lo que pudo decir fue que tiene un
mal presentimiento sobre ella. ¿Qué se supone que debemos hacer con eso? Después
de lo que le pasó, Elyah no se fía de las mujeres. En ninguna mujer.
Elyah se jugó el cuello por su damisela en apuros, y ella le echó tierra encima.
Yo tampoco olvidaría pronto una traición como esa.
—¿Quieres que hable con él? ¿Decirle que se calme? —pregunta Kirill.
¿Decirle al hombre que contraté para proteger mi vida que se retire? Eso
anularía el propósito de tenerlo.
Una noche, los dos estamos compartiendo una copa al final de un largo día, y
le pregunto abiertamente.
—Si quiere la verdad se la daré. Ella está ocultando algo. Está planeando algo.
—Govno7. No sé. Antes me gustaban las mujeres. Ahora sólo veo bocas
mentirosas y corazones intrigantes.
Elyah suspira.
7
Mierda.
Elyah asiente y endereza la espalda.
La noche antes de mi boda, organizo una pequeña cena para una docena de
personas. Me interesa que Valeriya conozca a las esposas de mis hombres, ya que
será más fácil de manejar si tiene un grupo de mujeres sensatas que puedan moderar
sus expectativas. Ellas entienden lo que significa casarse en la Bratva, y no estoy
seguro de que mi novia lo haga todavía.
Valeriya llega, tan vertiginosa como una colegiala con un vestido de Dolce &
Gabbana, sosteniendo una bolsa de regalo con un gran lazo de satén.
—No puedo quedarme hasta muy tarde. Necesito mi sueño reparador para
mañana.
Kirill y Elyah se unen a nosotros para cenar, y yo hablo con ellos y mis otros
hombres mientras Valeriya conversa animadamente con las otras mujeres.
—¿Puedo dormir aquí esta noche? Saldré temprano por la mañana para
prepararme —Me mira implorante.
Estoy agotado y quiero estar solo, pero no tengo energía para discutir con ella.
—Está bien. Pero vámonos ya. Quiero dormir un poco esta noche.
Me llevo la bebida y la termino mientras ella se lava los dientes con mi cepillo.
Nuestras vidas han estado tan separadas que ella no tiene nada propio aquí. Todo eso
va a cambiar mañana.
—¿Konstantin?
—¿Hm?
Valeriya sonríe, y es una sonrisa extraña. Una que no he visto antes en ella, y
me pasa las uñas por la garganta.
—¿Qué?
—¿Te encuentras bien, mi amor? —Me pregunta mi novia, con un tono quizá
demasiado dulce ahora. No puedo estar seguro. Mi cabeza se siente repentinamente
nublada y mis miembros pesados.
—Estoy bien —digo. Esto es extraño. Intento levantarme, pero ella me sujeta
con una ligera presión de sus dedos.
Valeriya duda.
—¿Pyotr cree que voy a decir a la gente que se tiró a nuestra madre? —De
repente, todo me parece gracioso y empiezo a reírme. Soy débilmente consciente de
que mi vida está en peligro, pero no puedo reunir la energía para moverme. En mi
corazón, siento pánico, pero la sensación es muy lejana, como si perteneciera a otra
persona.
Cegador.
Gritando.
Hay un rugido de ira y luego un grito femenino de dolor. Elyah inmoviliza a
Valeriya contra la pared por el cuello y Kirill se cierne sobre mí, con la cara blanca
como la tiza mientras se arranca la camiseta y me la pone en la cabeza. Me grita,
pero no puedo entender lo que dice.
No sobre Valeriya.
Sobre todo.
El pitido constante de una máquina. Una boca seca con un sabor químico que
cubre mi lengua. Ojos granulados. Lucho contra las extrañas sensaciones y abro los
ojos.
Mis dedos tocan una venda en mi cara y me quedo helado. Valeriya. Estaba
sentada encima de mí y me apuntaba con una pistola a la cara. ¿Me ha volado la
cabeza? ¿La mitad de mi cabeza? ¿Cómo puedo seguir pensando si estoy muerto?
—Te vas a hacer daño. Ni siquiera sabemos lo que tienes. Diez conmociones
cerebrales. Daño cerebral. Te han disparado en la cabeza.
Elyah sigue discutiendo conmigo, así que salgo de la habitación, recto por el
pasillo y fuera del hospital. Insultándome y diciéndome que soy un tonto, Elyah me
ayuda a subir a su coche.
—Kirill está con Valeriya en el sótano. Pronto sabremos por qué ha pasado
esto —me asegura Elyah.
Debo caer en un sueño. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero cuando abro los
ojos, la luz no parece haber cambiado. Quizá haya pasado un día entero.
Cierro los ojos. Nadie le dijo a Elyah que se parara frente a mi puerta. Debería
haber estado bebiendo vodka con Kirill y relajándose, pero hizo caso a sus
sospechas, y yo debería haberle hecho caso.
—No está prestando atención, joder —arremete Kirill.
Esa no es la orden que querían. Ambos se quedan donde están. Puedo sentir
que me miran, pero no voy a decir lo que quieren oír.
Mi madre murió hace años, y pensé que la razón por la que Pyotr me odiaba
había muerto con ella. Ahora me enfrento a la comprensión de que mi hermano no
trató de matarme para complacerla. Él quería hacerlo. Quería que su propio hermano
muriera, y todavía lo hace.
Es extraño que alguien a quien no has visto en casi veinte años pueda
destriparte, quemarte, destrozar tu alma y tus ganas de vivir.
Me duele tanto cada vez que abro el ojo que lo mantengo cerrado. El sueño es
mi único alivio. Kirill se niega a darme medicamentos más fuertes que los que se
pueden conseguir sin receta, diciendo que no se fía de mí en el estado en que me
encuentro. Le digo que se vaya a la mierda. Él me responde de inmediato.
Uno de mis otros hombres hace guardia por varios días. Tal vez más. Empiezo
a preguntarme si mis amigos han abandonado su Pakhan roto. Yo podría haber hecho
lo mismo en su lugar.
Las migrañas me golpean, una tras otra, y me hacen gemir de agonía. Siempre
he sido propenso a las migrañas, pero ahora parece que el dolor me atraviesa el
cráneo durante toda la eternidad. No hay principio ni final. No hay tiempo. No hay
espacio.
Sólo dolor.
Me despierto mil años después con el sonido de algo arrastrado por el suelo
de mi habitación. Son Elyah y Kirill, y tienen las manos en las axilas de un hombre
atado y amordazado. Su traje está roto y ensangrentado, y sus ojos grises brillan de
furia y miedo.
—Pero lo haremos de todos modos —dice Kirill. De todos modos, espera, con
el cuchillo parpadeando en su mano. No digo nada. No me queda nada para sentir
rabia, traición o piedad.
La sangre.
Mientras la sangre corre por el suelo, me hago una promesa. A partir de ahora,
cualquiera que me traicione sangrará.
Sin excepción.
—No deberías estarlo, tienes una fiebre altísima y los bordes de tu herida están
hinchados. Voy a llamar a un médico antes de que mueras por envenenamiento de
la sangre.
Me vuelvo hacia Kirill y Elyah con una sonrisa. Incluso sonreír duele, pero
descubro que no me importa.
—¿Cómo me veo?
—Vas a tener una cicatriz del demonio —dice Elyah, contundente como
siempre.
—Él siempre fue el guapo. Tú eras el que daba miedo, Kirill. Pero ahora te
gané con esta cicatriz.
—Vete a la mierda, me has ganado —se ríe Kirill—. Ahora vamos a tomar
una copa.
¿Por qué no puedo encontrarla? ¿Dónde se esconde? Pensé que había tomado
todas las precauciones cuando conocí a Valeriya, pero permití que se acercara a mí
cuando debería haberla seleccionado. No volveré a cometer ese error.
Un concurso.
—Ella no existe. —La voz de Elyah es dura como un granito con certeza.
Mi corazón arde por su juventud, como por la mía. Qué comienzo tan enfermo
y retorcido tuvo en la vida. No es de extrañar que haya mirado a las mujeres con
desprecio si su propia madre...
—Todavía no entiendo por qué no quieres pedir perdón por lo que hiciste en
Italia.
—No lo haré. Y no puedo.
Pensé que contarme semejante historia podría haber sacudido algo dentro de
él, pero incluso ahora está completamente sin remordimientos.
—¿Por qué?
En una jaula en su sótano, reviví los peores momentos de mi vida con papá
con un detalle aterrador. Luego me levanté y salí de allí. Lo hice. Demostré la clase
de mujer que soy a la única persona que importa.
A mí.
—Lo que dijiste de querer la esposa más fuerte y hermosa del mundo,
totalmente obediente a ti. ¿Sigue siendo eso lo que quieres?
Me mira, divertido.
—¿Por qué?
—Porque te amo.
—Yo también.
No lo haré.
Demasiado tarde.
Me giro para mirarle, sentado en el suelo con una larga pierna extendida hacia
delante y la otra doblada por la rodilla.
—No voy a hacer lo que me dicen. No voy a ser el tipo de esposa que me
acabas de describir.
—A veces lo serás —murmura, con su mirada recorriéndome—. Cuando te
apetezca.
—Si digo que quiero tu corazón en una bandeja, quizá lo diga literalmente.
—Lo dudo.
Le dirijo una mirada pertinaz. ¿Qué cree que está a punto de suceder?
—Me la voy a follar por el culo hasta que me prometa que va a dejar de
contestarme.
La alarma y el deseo me recorren. Ivan intentó follarme el culo una vez, pero
grité y luché tanto contra él que se echó atrás, por una vez. No sé si es algo que hay
que temer o disfrutar.
—Buena chica. Eres justo el tipo de mujer que necesita ser follada por el culo,
profunda y lentamente.
Elyah me suelta las muñecas y me arranca los pezones, sus movimientos son
perezosos y su expresión encantada.
Gimo ante la sensación en mis tiernos pezones y el empuje más firme del dedo
de Konstantin. Todo mi cuerpo se convierte en líquido.
Miro a Konstantin por encima del hombro mientras pone una rodilla en la
cama. Tiene la polla en la mano, y un momento después, siento la presión de algo
romo contra mi culo. Suave. Pero grueso.
Pero no el sexo.
Anhelada.
Todo.
No sé a qué se refiere hasta que miro hacia abajo y le veo desabrocharse los
vaqueros, levantando las caderas para bajárselos. Su polla es mucho más gruesa que
dos de sus dedos y estos ya se sentían increíblemente apretados.
—Por favor. —Respiro, mis labios se acercan a los de Elyah. Mi vientre está
presionado contra el suyo y no hay mucho espacio para maniobrar. Pero hay
suficiente.
—Nunca había sentido nada tan bueno —gime Elyah, aferrándose a mis
caderas mientras me penetra con fuerza.
Abro la boca con un grito de placer y alguien me toca la mejilla. Ya hay dos
pares de manos sobre mi cuerpo, y sin abrir los ojos sé de quién se trata.
Kirill, de pie, desnudo junto a mi cabeza, con la polla en la mano y una sonrisa
de satisfacción en los labios.
—Oh, estoy mirando —dice Kirill, con una sonrisa en su voz—. Nuestra detka
puede tomar tres pollas tan bien.
Me siento como si flotara en el aire. Me siento como una diosa. Elyah hace
rodar su pulgar contra mi clítoris, y una ola de placer me atraviesa. No quiero que
esto termine, pero ansío correrme con los tres dentro de mí. No quiero que se
detengan.
Elyah me rodea la garganta con la mano para poder sentirlo, y de repente sus
dedos se clavan y me penetra sin piedad, con su hermoso cuerpo ondulando con su
orgasmo.
—No se salgan de ella. —Les dice Konstantin, sus dedos se clavan en la parte
carnosa de mis caderas—. Los quiero ahí mientras le lleno el culo.
Me siento sin peso. Me siento sin huesos. Los tres se alejan lentamente de mí,
y Elyah es lo único que me sostiene.
Sonríe.
—Ambos, detka.
Durante las siguientes semanas, uno o más de mis hombres están siempre
conmigo. Tocándome. Abrazándome. Amándome. Sé que salen y hacen cosas
violentas. Kirill y Elyah especialmente regresan cubiertos de moretones o sangre.
Los moretones están en sus nudillos, pero la sangre rara vez es de ellos.
Los limpio yo misma, frotando suavemente con crema las furiosas marcas
rojas de sus manos y limpiando la sangre. Los niños están encantados con mis
cuidados, especialmente Elyah, que me lo agradece con besos y chupándome cada
vez que le limpio el más mínimo corte.
Nuestro bebé.
Todo nuestro.
Los tres suelen hablar juntos en voz baja cuando entro en una habitación. Al
principio pensé que dejaban de hacerlo porque besarme o preguntarme cómo me
encontraba era su forma de tranquilizarse de que todo iba bien con el bebé, pero
ocurre con tanta frecuencia que empiezo a sospechar.
Un día estoy tan acalorada y malhumorada que pierdo los nervios con
Konstantin.
Me besa la frente.
—¿Pero por qué siento que esto tiene que ver conmigo? Estás siendo tan
jodidamente furtivo.
—¿Qué pasa con este país? ¿Por qué no hay aire acondicionado aquí?
—¿Quién lo dice?
El pozo de miedo sin nombre en mi vientre, ese es. Me abanico con el papel.
—Toda mi vida, los hombres sólo me han querido por lo que puedo hacer por
ellos. Ven oportunidades, dinero, agujeros para follar. Ahora es un bebé.
Pienso en esa noche tan a menudo, repitiendo el momento en que salté del
acantilado a la oscuridad. Un salto de fe del que no me arrepiento, aunque haya
acabado aquí con los hombres de los que huía.
—No puedo.
Me paso horas del parto caminando arriba y abajo, respirando entre las
contracciones. Parece que se preparan para algo dramático, sangriento, violento.
Elyah camina conmigo, con su brazo alrededor de mi cintura.
Pensaba que el parto iba a ser un dramatismo y un dolor, pero el bebé nace
con una facilidad sorprendente. Apenas he tenido tiempo de maldecir una vez antes
de que la comadrona coloque el cuerpo de mi hija, que ya tiene unos segundos, sobre
mi pecho.
—No estaba preparada. —Sollozo, con las lágrimas cayendo por mis mejillas.
Creo que nunca habría estado preparada, pero ella está aquí de todos modos,
insistiendo a través de sus fuertes gritos en que la conozcamos, la veamos, la
amemos.
Contrólate, Lilia.
Ahora eres madre.
Me limpio los ojos y la miro por primera vez, con el corazón palpitando
mientras me pregunto qué rasgos de mis hombres veré en su cara junto a los míos.
Elyah mira a la bebé como si no pudiera creer que sea real. Luego le da una
palmadita en el hombro a su amigo.
—Tú primero.
Kirill sonríe al bebé, con sus rizos cayendo sobre sus ojos. Si no hubiera oído
hablar de su pasado, no podría creer que un hombre como Kirill pudiera alegrarse
por un bebé.
—Eres ruidosa, pequeña bebé —murmura Kirill—. Bien. Sigue así. Eres
fuerte como tus padres.
—Estará muy mimada, esta niña. Que Dios nos ayude a todos.
—Bebé Viktoria, tienes tres papás feroces que te protegen y te miman. ¿Eres
la bebé más afortunada del mundo? —le pregunta Elyah.
Los tres están deseando saber cómo cuidar a la bebé, pero son tan despistados
como yo. Todos somos hijos únicos o los más jóvenes de nuestras familias, y nunca
hemos cambiado un pañal.
Por suerte, Konstantin pensó en contratar a una niñera para el primer mes, y
ella nos enseña pacientemente a todos qué demonios se supone que tenemos que
hacer con esta pequeña, adorable y escandalosamente ruidosa bebé. Incluso con
todos los pares de manos adicionales, apenas duermo porque el sonido del llanto de
Viktoria puede sacarme del sueño. Amamantar es difícil. Extraer leche es difícil. Y
lo más difícil es tratar de mantener un horario, porque Viktoria tiene sus propias
ideas al respecto. Es extremadamente exigente, así que se lleva a todos sus padres a
la vez.
No tengo ni idea de quién la puso dentro de mí, pero a las tres de la mañana,
cuando ha vuelto a vomitar sobre mí, los culpo a todos.
Así que, la niñera se va, y esa misma semana, todas esas felices hormonas del
embarazo y de la nueva madre se desvanecen. Todo parece el doble de duro que de
costumbre, y la falta de sueño me está convirtiendo en un muerto viviente.
Viktoria ha decidido que el sueño es para los débiles, así que recorro los
pasillos de la casa con ella en brazos, esperando que se tranquilice.
—No puedes, tienes migraña. Me doy cuenta sólo con mirarte. Viktoria va a
empezar a gritar en cuanto se despierte. —El sonido será una tortura para él.
Elyah me acuesta, murmurando que todo está bien y que dará de comer a
Viktoria cuando se despierte. Me desmayo, más que dispuesta a quedarme dormida.
Me paso las manos por el pelo, veo que está enredado y me lo recojo en una
coleta.
¿No sería mejor huir, que Viktoria y yo nos arriesgáramos por nuestra cuenta
en lugar de arriesgar a este bebé a sufrir los caprichos de los hombres, como tuve
que hacer una vez?
Corre.
Escóndete.
Soy una niña pequeña sangrando sobre la alfombra blanca de su padre, con la
ira de un dragón que escupe fuego sobre mi cabeza. Antes de darme cuenta de lo que
estoy haciendo, estoy levantando a Viktoria, metiendo los pies en los zapatos y
envolviendo un enorme abrigo de lana sobre nosotras.
La casa está en silencio mientras camino rápidamente por los pasillos hacia la
puerta trasera. La puerta que da a la calle. La empujo para abrirla.
El viento frío del exterior me golpea como una bofetada en la cara. Me inclino
hacia él, inclinando la cabeza sobre la niña y estrechándola contra mi pecho bajo las
capas de lana.
Sigue avanzando.
No mires atrás.
No hay ningún amigo al que pueda acudir. No hay refugio que pueda ver.
Todo es negro y silencioso, aparte del viento que silba en mis oídos. Todo está oscuro
por encima y delante de mí, las nubes son tan pesadas que no se ve ni una estrella.
No hay nada...
No tengo dinero para un billete. Me inclino hacia delante y miro por las vías.
Se acerca un tren que se dirige a la ciudad. Un lugar donde puedo arrojarme a la
merced de un trabajador de la estación y pedirle indicaciones para llegar a un refugio
para mujeres.
El tren reduce la velocidad mientras yo espero detrás de la línea amarilla. El
tren se desliza hasta detenerse ante mí. Las puertas se abren.
He corrido muchas veces antes y he estado igual de mal preparada, así que
¿por qué me duele tanto ahora?
¿No es mi deber como madre que ama a su hijo huir lejos, muy lejos de estos
hombres?
Es un alivio.
—Lilia.
Corre hacia mí, con sus ojos azules helados llenos de miedo. Cuando está lo
suficientemente cerca como para ver el interior de mi abrigo y a la bebé dormida,
rompe a hablar en ruso aliviado.
—Me he despertado y las dos se habían ido —jadea Elyah, rodeándonos con
un brazo y sacando su teléfono para hacer una llamada al otro—. La he encontrado.
Está en la estación de tren. Esperaremos aquí.
Unos minutos más tarde, oigo más pies corriendo, tan rápido que parece que
la persona está corriendo por su vida.
Cuando Kirill aparece y se detiene, hay terror en su rostro. Carne blanca y
ojos grandes y negros. Su miedo me da asco a mí misma.
Le quité a su bebé.
¿No pensé que esos hombres se sentirían como yo si trataran de correr con
ella?
Kirill se arrodilla a mi lado, con la mirada fija en la niña dormida. Sus ojos
están tan dilatados que casi no hay iris, y respira muy rápido.
—Lo siento mucho, Kirill —susurro. Es todo lo que puedo decir, una y otra
vez—. Lo siento mucho.
—Sólo dime si quieres huir. Iremos a cualquier parte, detka. Todos nosotros.
Correremos contigo.
Es un alivio. ¿O es decepción?
—No. No por qué huiste. ¿Por qué te quedaste? ¿Por qué no te subiste a un
tren?
—¿Qué?
—Quiero creer que es porque esta vez, por fin, no pudiste dejarnos. ¿Estoy en
lo cierto?
Miro a Viktoria.
—Te he estado ocultando algo, malyshka. Todos lo hemos hecho. Pensé que
no tendrías que saberlo, pero… —Se lo piensa bien y luego mira a los otros dos.
Ambos asienten—. Mañana irás a un sitio.
Aprieto más a Viktoria contra mi pecho, con el temor de que nos separemos.
Mi chófer es una mujer británica que me habla con una sonrisa, diciéndome
lo adorable que es Viktoria y que está deseando tener sus propios hijos. Se llama
Juliet y me encanta su risa, aunque me resulta difícil relajarme y charlar con ella
cuando no tengo ni idea de lo que va a pasar hoy.
—El Sr. Zhukov me dijo que le dijera que la Número Diez estaba esperando.
La número diez.
Olivia, que estaba en la celda contigua a la mía durante el concurso. Que
siempre me cubrió las espaldas y se convirtió en mi amiga, y de la que tuve que
despedirme para siempre cuando se escapó con las otras mujeres.
Olivia Sparrow, que dio la rueda de prensa y habló con tanta valentía y poder
que me hizo llorar. Que habló de mí a todo el mundo y dijo que nunca me olvidaría.
Miro fijamente a Viktoria en mis brazos. La bebé de uno de los hombres que
se llevó a Olivia cautiva.
Julieta se encuentra con mis ojos en el espejo, con el ceño fruncido por la
preocupación.
—Yo... no sé si debería. Una vieja amiga vive allí. Han pasado muchas cosas
desde la última vez que nos vimos.
—¿Podría pedirte un favor, por favor? ¿Te importaría sostener al bebé por mí?
—El Sr. Zhukov dijo que podría preguntar. Me encantaría cuidar del bebé.
Normalmente soy una niñera. No una conductora.
Qué lugar tan hermoso es éste. Sopla una brisa fresca y hay flores silvestres
junto a la puerta principal. Olivia debe estar curándose aquí. Rezo para que se esté
curando, de todos modos.
Se congela en shock.
—¿Olivia?
—Se ha escapado y ha vuelto a casa. Sólo han pasado unas semanas. Y ahora
estás aquí. Todo es una locura ahora mismo, no puedo soportarlo. Ven a tomar un
té.
Sigo a las dos mujeres a través de la casa de campo hasta la soleada cocina
que da a un hermoso jardín lleno de parterres. La mesa es de madera vieja y marcada,
y Olivia coloca una tetera roja en una enorme estufa de hierro fundido.
—Gracias, me encanta este lugar. Compré este lugar después de... ya sabes.
Y ha sido el lugar perfecto para alejarme de todo y sanar. Y ahora es donde Beatrix
puede sanar también.
Olivia prepara té y pone una tetera en la mesa con tazas, leche, azúcar y una
lata con un pastel de limón. Parece hecho en casa.
Pienso rápidamente.
—Detective privado.
—Encontré algunas en Internet, pero tú eres la única que quería ver. —Me
vuelvo hacia Beatrix, ardiendo de curiosidad—. Olivia me habló de ti en el… —
Miro a Olivia, preguntándome cómo expresarlo.
Trago.
—En las jaulas del sótano. Me dijo que habías desaparecido.
Beatrix tiene las dos manos alrededor de su taza y se echa el pelo detrás de la
oreja.
—Lo estaba.
—Beatrix lo pasó aún más mal que nosotras, pero luchó mucho para volver a
casa.
—No lo hice sola. Yo... no importa. Estás aquí para ver a Olivia. No quieres
escuchar mi historia.
Beatrix quería estar con este hombre, y él la adoraba. Era dueño de clubes.
Vendía armas y drogas. Tenía un estilo de vida glamuroso, y volaban juntos dentro
y fuera de Europa, pero lo importante para Beatrix era la forma en que la hacía reír.
Cómo le hacía reír. Ninguno de sus amigos y familiares sabía a qué se dedicaba este
hombre, pero muchos percibían en él vibraciones peligrosas y animaban a Beatrix a
romper con él.
Pero Beatrix ya le había entregado su corazón. Huyó con él, dejando atrás su
antigua vida.
—Ni siquiera confié en Olivia. Fui tan imprudente —Beatrix sacude la cabeza
ante su propia estupidez.
—Entonces murió.
—¿Qué?
—Debería haber estado allí con él. Murió solo, desangrándose en la carretera.
Asesinado por algunos de sus rivales.
Agarra con fuerza su taza con una mano y se limpia las lágrimas de las
mejillas.
—Si amas a alguien y él te ama a ti, tienes que aferrarte el uno al otro,
protegerte mutuamente. Este mundo es cruel, y una vez que se han ido, nunca los
recuperarás. —Ella levanta sus ojos hacia los míos—. ¿Lo entiendes?
Asiento lentamente.
Beatrix continúa con su relato y nos cuenta cómo los rivales se apoderaron de
todo lo que pertenecía a su amante, incluida ella. La mantuvieron cautiva y la
obligaron a trabajar en el sexo.
—No había final a la vista. Pensé que iba a morir allí. —Sus ojos son oscuros
y huecos, y luego se iluminan—. Y entonces llegaron. Dos hombres, con máscaras
y gritando en otro idioma. Parecía ruso. Tenían armas. Mis captores hablaban el
mismo idioma, y había muchos gritos, pero yo no entendía nada. Entonces los dos
hombres empezaron a disparar. Eran como máquinas. Mataron a todos los hombres
del lugar y sacaron a todas las mujeres de allí.
Beatrix se estremece y toma un bocado de su té. Las cosas que debe haber
sufrido, las cosas que debe haber visto. Inimaginable.
—Pensé, aquí vamos de nuevo. Estos dos pendejos rusos nos iban a obligar a
hacer más trabajo sexual o algo aún peor. No podía creerlo cuando nos llevaron a un
refugio para mujeres y nos dejaron.
—Eran jóvenes. De unos veinte años. Uno era muy alto y rubio y el otro tenía
el pelo oscuro y rizado. Me pareció oír que el rubio llamaba Kirill al moreno.
—¿El hombre alto tenía los ojos azul claro? —Le pregunto a Beatrix—.
¿Tenían ambos los dedos tatuados?
Beatrix asiente.
—Sí, lo hace, y sí, sólo pude ver sus manos y gargantas, pero estaban tatuados.
El rubio era muy reservado y serio, pero extrañamente tranquilizador mientras nos
sacaba de ese lugar. El de pelo más oscuro no dijo mucho.
—Fueron ellos. ¿No crees, Lilia? Estoy segura de que fueron dos de los
hombres que nos hicieron prisioneras en el desfile. El loco y tu… —Se interrumpe,
pero sé lo que iba a decir.
Ex-amante.
—Pero si fueron ellos, no entiendo por qué, casi un año después del concurso,
esos dos hombres, entre todos, encontrarían a mi hermana y me la devolverían.
—Tal vez... tal vez se sientan mal por lo que hicieron —digo lentamente,
tratando de averiguar la respuesta por mí misma. Pero si ese fuera el caso, ¿por qué
no me lo cuentan? Si Konstantin estuviera haciendo algo bueno por fin, habría
esperado que me lo contara.
—Olivia cree que fue sólo una coincidencia, pero yo no estoy tan segura —
murmura Beatrix—. Tal vez sí tengan conciencia de lo que hicieron en el concurso.
Tal vez tú les diste una, Lilia, cuando arruinaste todo.
—No quiero pensar en ellos. Sólo quiero pensar en que mi hermana ha vuelto
y en que tú estás aquí, Lilia. No sabes lo feliz que me hace que estemos todas
sentadas aquí, juntas.
—Yo...
Pero Olivia preguntará cuántos años tiene y se dará cuenta de que fue
engendrada por uno de los hombres. No puedo traer a esa niña aquí con dos mujeres
traumatizadas y ver cómo sus rostros se vacían de color al darse cuenta de que estoy
con los hombres que le causaron a Olivia un dolor inimaginable. Sería como una
bofetada a su sufrimiento.
—No sabía que iba a venir a verte. Esto fue una sorpresa para mí.
—Eso espero, Lilia. Dónde… —Ella mira alrededor de la casa de campo para
mi coche.
—Aparqué a la vuelta de la esquina —Le digo, y la confusión vuelve a cruzar
su rostro mientras parece preguntarse por qué no aparqué delante de la casa de campo
cuando hay mucho espacio—. Hablaré contigo pronto, lo prometo.
—¿Lilia?
Es Oliva, y está de pie a unos pocos metros y nos mira a mí y al bebé con un
shock desnudo. Una sonrisa se dibuja en su rostro.
—¿Por qué no dijiste que tenías un bebé? Deberías haberla traído. ¿Quién es
el padre?
—Yo...
Por el horror que se refleja en su rostro, sé que ya lo sabe. Uno de los hombres
que nos encerró es el padre de este niño.
Miro a Viktoria con sorpresa. Hacía tiempo que no veía sus ojos a la luz del
sol y veo que ya no son azules. Son azul-gris.
Olivia me mira.
—Por supuesto que no te odio, Lilia. Tuviste que acostarte con ellos para
liberarnos. Debió ser un shock cuando descubriste que estabas embarazada. ¿Cuándo
te diste cuenta de que ibas a tener un bebé?
Recuerdo cómo me senté y lloré en el suelo del baño, aferrándome a la prueba
de embarazo positiva. Parece que fue hace décadas.
—¿Obligarte a qué?
—Hay tanto que no sabes de mi pasado. Tanto que no pude contarte cuando
estábamos encerradas porque intentaba protegerte. Mi padre no era un buen hombre,
pero ahora está muerto. Eso es probablemente todo lo que deberías saber.
—Puedes decírmelo. Quiero decir, estás aquí. No hay nada que quiera que me
ocultes, y menos un bebé.
Es al revés.
Te va a hacer daño.
—No lo entiendes. Estoy... con ellos. —Me duele decirle esas palabras porque
sé que me va a odiar. No estoy sólo con ellos.
Me encantan.
Los tres hombres que me metieron en el coche esta mañana con mi bebé,
queriendo que volviera a ver a mi amiga y a la hermana que rescataron. Aprieto los
ojos. Tengo que elegir entre mi amiga y los hombres que quiero, y me duele mucho.
—Espera.
Olivia cruje sobre la grava hacia nosotros y me vuelvo lentamente hacia ella.
Hay mucho dolor en sus ojos cuando mira a la niña, pero también suavidad.
Finalmente, levanta sus ojos hacia los míos.
—No sé cómo ha ocurrido esto, pero creo en lo que has hecho por nosotras.
Aprieto los ojos y los cierro brevemente. Me habría roto el corazón escucharla
decir que, después de todo, nunca debió creer en la Número Once.
—No puedo decir que no esté sorprendida. No entiendo cómo has podido...
cómo han podido… —Se detiene, mirando a Viktoria. Luego levanta su mirada hacia
la mía—. Pero si alguien pudo, eres tú. El de las cicatrices… —Frunce el ceño,
tratando de pensar en su nombre.
—Konstantin.
—Por favor, vuelve a entrar. Por favor, quédate. Eres bienvenida en mi casa,
y siempre lo serás.
Miro su cabaña por encima del hombro, deseando estar allí con ella.
—¿De verdad crees que ella pensaría peor de ti después de lo que te acaba de
decir? Beatrix entiende mejor que la mayoría que el amor es complicado. Cuando
vea a la bebé, tal vez la haga sonreír.
—¿Tengo tiempo?
Julieta me sonríe.
Son tantas las preguntas que pasan por la cara de Beatrix que parece no saber
cuál preguntar primero.
—Me preocupaba que si veías a Viktoria te molestara, así que la dejé con mi
chofer.
Nos sentamos en los sofás del salón y Beatrix mece a Viktoria en su regazo.
A Beatrix se le caen las lágrimas.
Respiro profundamente.
—Lo estaba, pero han pasado muchas cosas desde que terminó el concurso.
Los tres hombres que nos mantuvieron cautivos a Olivia y a mí, ahora estoy con
ellos.
Les cuento mi historia a las dos hermanas mientras Viktoria sigue durmiendo.
Cuando termino, Olivia y Beatrix intercambian miradas.
—En realidad, creo que lo hicieron por Lilia. En el desfile, estaban todos tan
enamorados de ella. Pensaron que estaban al mando y que iban a descargar la ira que
tenían contra nosotros, pero Lilia les hizo darse cuenta de que no querían eso,
después de todo.
Probablemente ambos tengan razón. Elyah debe haberse sentido fatal por las
mujeres a las que ha hecho daño. Kirill quería despegarme de mi pasado. Konstantin
comprendió que los hechos son más poderosos que las palabras.
Los tres hombres me esperan cuando salgo del coche esa tarde, con Viktoria
en brazos. Sus expresiones son más preocupadas, más esperanzadas de lo que jamás
les había visto.
—¿No podías decir simplemente lo siento como te pedí hace meses? ¿Dos
malditas palabras, Konstantin? No, tuviste que hacer un gran secreto cuando yo
podría haberte ayudado.
—¿Y si la hermana de la Número Diez estaba muerta? ¿Debía ver llorar a la
madre de mi hija?
—De los tres, tú eras el que más me preocupaba. Que quisieras ser un Pakhan
para esta niña, no un padre.
Alcanza a tocar mi mejilla, sus ojos grises son más suaves de lo que jamás
había visto.
—Gracias por lo que hiciste —susurro ferozmente—. ¿Lo hiciste por mí?
Asiente a Viktoria.
—Lo hice por ella, para que pueda amar a sus padres, no temerlos.
Cierro los ojos, el alivio me atraviesa y afloja mis músculos tensos. Esa es la
respuesta que esperaba de él, y ni siquiera me había dado cuenta.
Kirill se acerca a mí y mueve la barbilla de una manera que me dice que quiere
que acerque mis labios a los suyos, y lo hago.
—Cada vez que tú y este bebé estás fuera de mi vista durante más de un
segundo, pierdo la puta cabeza. Si fuera posible, las ataría a mí. A las dos. —Su
mandíbula se aprieta y traga con fuerza—, pero eso no es posible, así que en su lugar,
cada vez que te vayas y vuelvas a mí, sentiré más alegría de la que un pedazo de
mierda como yo merece sentir aunque sea una vez.
Salgo al pasillo y me vuelvo para mirar a los cuatro. Aquí estoy con todos mis
hermosos hombres y mi hija. Llena de amor.
El rubí brilla a la luz del sol, una piedra suntuosa y escarlata que vuelve a la
vida con un poco de cuidado y limpieza. Dejo el collar antiguo sobre la mesa y lo
contemplo.
Precioso.
Y todo un hallazgo. Compré esta pieza en una venta de bienes, sintiendo que
tenía algo especial. Por la marca del fabricante pude descubrir que esta pieza se
fabricó en Alemania en el siglo XIX, y con algo de limpieza y un poco de trabajo de
reparación que aún queda por hacer, volverá a ser apta para una duquesa.
No tendré nada tangible que transmitir a mi hija que haya pertenecido a las
mujeres de nuestra familia, pero puedo hablarle de ellas cuando llegue el momento,
y puedo ser un modelo para ella.
Y así, estoy aprendiendo algo nuevo. Empecé a leer sobre las gemas y la
historia de la joyería por capricho y me pareció fascinante cómo todas las diversas
piedras preciosas del mundo se hicieron en las profundidades de la tierra, trozos de
roca de color que se pueden cortar y pulir para convertirlos en tesoros. Compré más
libros y aprendí a clasificar las piedras preciosas. Aprendí la historia de la
fabricación de joyas, los tipos de metales y estilos, lo que hace que una pieza sea
valiosa.
Empecé a visitar tiendas de antigüedades y casas de empeño con Viktoria en
su cochecito y descubrí que tengo afinidad por las joyas antiguas. Piezas que me
recuerdan a mamá y a Babulya. Hermosas piezas que me gusta imaginar que alguna
vez pertenecieron a mujeres fuertes. Cada vez que cojo una pieza nueva, me pregunto
por su antigua dueña y cómo se sentía al ponerse este par de pendientes o al combinar
ese collar con su vestido favorito. Cuánta historia habrá vivido. Cuántas risas.
Cuántas lágrimas.
Hace unas semanas, recordé que aún poseía el medallón que compré en Trieste
cuando hice el trato con el dueño de la casa de empeños para vender los diamantes
de Konstantin. Por aquel entonces estaba embarazada de Viktoria. Tan temprano en
mi embarazo que aún estaba asimilando su existencia. Examiné el collar a la luz y
me di cuenta de que era una pieza muy bonita.
Este fue el relicario que engañó a papá el tiempo suficiente para encubrir lo
que realmente estaba haciendo en la joyería.
Mamá está en este relicario. También está Babulya, y también yo. Contiene
todas nuestras historias. Es una nueva reliquia familiar que puedo pasar a mi hija.
Lo he limpiado y he puesto fotos de Viktoria dentro, y ahora lo llevo siempre que
puedo.
Hay otras cuatro piezas de joyería rotas que están esperando a que las arregle,
pero aún no tengo los conocimientos necesarios. Primero tendré que aprender
orfebrería y platería, y ya estoy investigando los cursos que puedo hacer.
Nunca he tenido habilidades propias. Nunca me han permitido ser otra cosa
que una esposa y una ama de casa, pero ahora puedo ser lo que quiera. Mis hombres
también me han apoyado mucho. Konstantin me ha dado una habitación en el
segundo piso que estoy convirtiendo poco a poco en un taller. A Elyah le encanta
oírme contar lo que he aprendido sobre las piedras preciosas y la historia de la
joyería. Kirill se ofreció a robarme algunas piezas muy bonitas, y me eché a reír
antes de darme cuenta de que hablaba en serio. Le hice prometer que no lo haría
porque quiero que todos mis intercambios sean legítimos.
Se oye un movimiento en el vestíbulo y veo que Kirill está en la puerta, vestido
con unos vaqueros negros rotos y una camiseta negra ajustada, con el fantasma de
una sonrisa en los labios.
—¿Estás ocupada?
Su sonrisa se amplía.
—Escondite.
Asomo la cabeza y veo a Elyah de pie, vestido con una camisa estampada de
colores suaves, muy parecida a la que compró con la intención de derramar el café
sobre ella como excusa para estar medio desnudo delante de mí. Se me hace la boca
agua con camisas como esta, la tela se adhiere a sus músculos y resalta el azul de sus
ojos.
—No se nos permite cerrar las puertas. Es una regla que hizo Kirill.
Estoy jadeando de necesidad cuando oigo que alguien intenta abrir la puerta.
—No —grito, sonando tan cerca de venir que es obvio lo que está pasando
aquí.
—Elyah, pedazo de mierda. Estaba jugando con ella.
Elyah finge no haber oído a su amigo y desliza otro dedo en mi coño. Con los
dos gruesos dedos palpitando dentro de mí y su lengua deslizándose tan
intensamente contra mi clítoris, pierdo el sentido de todo y me corro con un fuerte
grito.
Mientras sigo de espaldas y jadeando, Elyah abre la puerta con una sonrisa.
—Esto era lo que realmente quería, de todos modos. —Me dice, comenzando
a desvestirse.
—¿Qué?
—¿No tienen sus propias camas a las que ir? —pregunta una voz desde la
puerta.
Sonrío sin aliento a Konstantin, con los dientes hundidos en el labio inferior
porque nos acaban de pillar. Pero no con demasiada culpabilidad, porque me lo estoy
pasando muy bien ahora mismo.
Me dije que empezaría una vez que terminara de amamantar a Viktoria, pero
nunca adquirí el hábito.
—Tal vez yo también quiera este próximo hijo. Que gane el mejor —dice
Konstantin.
—Lo siento. No hay sitio. Ni ahora ni en lo que queda de mes. Pídele a Lilia
amablemente una mamada si te quieres venir.
—No, estoy pensando en el coñazo que será criar a toda una manada de
pequeños Kostyas.
—No había pensado en eso. Solnyshko, no dejes que entre en ti hasta que estés
embarazada de nuevo.
Tengo los ojos cerrados y alguien está trabajando sus dedos contra mi clítoris.
No tengo ni idea de quién es, y no me importa. Lo único en lo que pienso es en lo
delicioso y pesado que se siente Konstantin en mi boca y en lo bien que se estiran
tanto Elyah como Kirill llenando mi coño.
—¿Estás cerca? —pregunta Kirill sin aliento, y yo asiento con la cabeza. Los
dos trabajando al unísono me están volviendo loca. Él se ríe—. Estaba hablando con
Elyah.
Los tres acabamos abrazados con fuerza, uno de mis brazos pasa por los
muslos de Konstantin mientras todos luchamos por recuperar la respiración.
—Los dos deberíamos follarnos a Lilia así hasta que vuelva a estar
embarazada —dice Kirill, con un brillo en los ojos mientras él y Elyah se retiran
lentamente.
Por favor. Como si no fueran a colarse los dos en la cama conmigo en mitad
de la noche para asegurarse de que las probabilidades están a su favor.
—Quédate ahí, malyshka. ¿No te has dado cuenta? Hace meses que no tengo
migraña.
—¿Psicosomático?
—Eso es.
Se refiere a la pregunta que me hicieron hace unas semanas. ¿Me casaré con
uno de ellos? Oficialmente. Legalmente. Todos dijeron que querían ser el hombre,
pero depende de mí.
Elyah finge que no le importa a quién elija, pero puedo ver el anhelo en sus
ojos.
—Es tan difícil elegir a uno de ustedes. No quiero perturbar lo que tenemos
cuando… —Lucho por la forma correcta de describirlo—. Encajamos tan bien
juntos.
—¿Verdad que sí? —murmura Elyah, besando mi cuello, y puedo decir por
la diversión de su voz que está pensando en lo que acabamos de hacer.
—Lo tengo.
Pero, ¿realmente puedo hacerlo? Está más allá de mis habilidades. Pero
alguien podría hacerlo si describiera lo que quiero...
Me incorporo y salgo del montón de cuerpos calientes, les doy un beso a todos,
incluida Viktoria, y me apresuro a salir de la habitación.
Envuelta en una bata de seda y con el pelo de la cama revoloteando alrededor
de mi cabeza, corro a mi taller y saco el cuaderno de bocetos del escritorio, pasando
a una nueva página.
Tardo una semana en hacerlo bien, arrancando mis borradores del libro y
haciéndolos bola de frustración. Todavía estoy aprendiendo a dibujar y diseñar, pero
tiene que ser perfecto porque somos nosotros.
Finalmente, les envío a todos un mensaje y les pido que vengan a mi sala de
trabajo.
Me apresuro a continuar.
—O más bien, voy a casarme con todos ustedes. En cierto modo. Toma, mira
esto.
Un diamante cuadrado para Kirill, afilado y al punto como él, con un patrón
geométrico en la banda.
Finalmente, Kirill mira con atención la página, con las cejas fruncidas, y se
me pone el corazón en la garganta. ¿Y si lo odia?
Me mira.
—¿Puedes hacernos a cada uno alianzas que hagan juego con este anillo? Lo
que has diseñado para mi parte del anillo, lo quiero para mí.
—Puedo diseñarlo y podemos hacer que alguien haga los cuatro anillos. ¿Qué
les parece? —Miro atentamente a cada uno de ellos—. Sé que no es un matrimonio.
No legalmente. Pero de esta manera, no tengo que elegir sólo a uno. Los elijo a todos.
—Debo estar emocionada por la fabricación de los anillos —digo con una
sonrisa, cerrando mi cuaderno de bocetos. Tendrá que ser un joyero muy
experimentado el que utilicemos, alguien que pueda interpretar mis diseños y darles
vida.
—¿Cuál es la fecha?
—¿Hm?
—No es mío. No he puesto, como dice Kirill, nueces en nuestra amada desde
su último ciclo.
—Podría ser pronto pero tengo pruebas de embarazo —susurro, sin poder
evitar sonreír—. ¿Me hago uno?
—¿Tienes que preguntar, detka? —dice Kirill, que ya se ha girado hacia la
puerta.
—Ninguno.
—Es tan diferente a la última vez que tuve que tomar uno de estos.
Esta vez quiero que sea positivo, ¿y los hombres que se agolpan a mi alrededor
en el baño? Los quiero a todos.
—Oh, wow. —Respiro, mirando las dos líneas. Está sucediendo de verdad, y
no siento más que alegría.
Elyah está cerca de mí, cogido de mi mano y moviéndose inquieto, con los
ojos pegados a la pantalla.
Hacemos este baile siempre que estoy embarazada, y esta tercera vez no es
diferente.
—Cuéntanos. No nos lo cuentes. No, espera, dinos. —Elyah se pasa las manos
por el pelo—. Debería ser una sorpresa, pero quiero saberlo.
Observo a Elyah con una sonrisa en la cara y las manos cruzadas sobre el
vientre. Cuando se queda sin fuerzas y se aprieta la cabeza entre las manos en señal
de agonía, le recuerdo:
Me coge la mano.
Me eché a reír.
—Lo estoy. ¿Quieres darle un beso a mamá? —le pregunta Elyah a Viktoria,
y ella le tiende los brazos tan fácilmente como si fuera su hija. Que, por supuesto, lo
es.
Además, creo que le gusta que le hagan parecer aún más intimidante.
En casa, Elyah hace tortitas para nuestras hijas mientras él me entrena en ruso.
Es un intercambio justo porque mi ruso está mejorando y la cocina de Elyah también.
Kirill tiene reglas inflexibles sobre quién puede cruzar el umbral de nuestra
casa, y las hace cumplir todas.
Cuando nació Mila, nunca había visto tanto asombro en la cara de Kirill. Es
como si no pudiera creer que ella fuera real.
—No querías hacerlo —dije en voz baja, dándome cuenta ahora de lo que
significaba ese toque. Estaba pensando en mí y en el bebé. También estaba pensando
en Katya, y en cómo gritó pidiendo ayuda y nadie la escuchó.
—Era lo que teníamos que hacer, Detka. Pero a veces sueño con ello, y Katya
también está ahí, mirándome como si fuera un monstruo.
Lo que me sorprendió en nuestra última comida fue que Olivia dejó caer que
quería volver a encontrarse con Konstantin, Elyah y Kirill, así que quizás algún día
nos reunamos todos.
La verdad es que Kirill se hizo a un lado cada vez por Elyah y siempre
terminaba en mi vientre o en su mano.
—Dale un bebé a Elyah. El jodido gran blandengue tiene muchas ganas de
tener uno —susurró una vez en la oscuridad antes de volver a su propia cama.
Como si yo tuviera algo que decir al respecto. Mi cuerpo haría lo que quisiera.
El bebé número tres nace en una tarde tormentosa de otoño con la lluvia
azotando las ventanas. Vuelvo a tener un parto en casa porque tengo la suerte de
tener partos sin complicaciones y trabajos de parto rápidos.
—Oh, sí. Esos son los genes de Morozov. Mira sus ojos. Mira su barbilla.
Elyah acuna la cabeza de nuestro bebé en su mano, con el anillo de boda que
diseñé para él brillando en su dedo.
Sonrío al escucharlo.
Una mañana, cuando he acostado a Kira y Mila para sus siestas y Viktoria está
en la guardería, voy en busca de mis hombres.
—¿Incluso más mujeres de tu linaje en la casa? Que Dios nos ayude a todos.
—Pero Konstantin sonríe mientras lo dice.
Beso a mis tres maridos y prácticamente bailo por el pasillo mientras voy en
busca de mi teléfono. Un momento después, marco su número en Estados Unidos.
—Sí, tú.
—Creo que es una buena idea. Alguien tiene que vigilar a esos hombres en tu
vida para que se comporten.
—Hmmph. Ya veremos.
Konstantin: Al menos hay un pariente decente que los cuatro podemos reunir.
Elyah: Eso me recuerda. Quiero pedir a mis hermanas que vengan a
visitarme. Hace mucho que no las veo.
Mientras tanto, las hermanas de Elyah llegan con sus familias. Son todas
diminutas en comparación con su hermano y, sin embargo, le alborotan el pelo y le
hablan con la cariñosa prepotencia de las hermanas mayores.
Todas sus hermanas están encantadas con nuestros hijos, pero les gusta
especialmente Kira.
—Oh, qué lindo bebé era —dice otra, extendiendo la mano para pellizcar la
mejilla de Elyah. Él le aparta la mano—. Pelo rubio y grandes ojos azules. Siempre
tan serio, aunque rara vez lloraba.
Me cuentan todas las historias que podría esperar sobre Elyah cuando era niño,
muchas de ellas divertidas, y tengo la sensación de que era muy difícil de manejar
cuando era pequeño y adolescente.
—Están todos preocupados por tener hijas. —Le digo con una sonrisa—.
Ahora me pregunto cómo nos las arreglaremos todos cuando empiece a tener hijos.
A Viktoria y Mila les encanta jugar con sus primos tanto como a mí me gusta
conocer a mis cuñadas, y la casa se llena de niños corriendo, gritando y cantando.
Nunca pude disfrutar de esto cuando era niña y me hace muy feliz que mis hijas
puedan experimentarlo.
—¿Qué noticias hay en casa? —Le pregunto a Babulya, porque sé que tiene
amigos allí y que estará al tanto de ellos.
Konstantin, Elyah y Kirill escuchan con interés las historias de Babulya sobre
la comunidad rusa en esa parte de América, especialmente Elyah porque conoce a
algunas de las mismas personas.
—Lo que dije en tu casa hace tantos años iba en serio. Preferiría cortarme las
manos antes de volver a hacer daño a Lilia.
Elyah rodea a Viktoria con sus brazos y ella apoya su mejilla en su hombro.
Su mirada hacia mi abuela se ha vuelto fría.
—Es mi hija. Quiero a todas mis hijas. Por favor, no digas que ella no lo es.
Elyah asiente.
—Sí, lo hacemos.
Sólo un poco.
Kirill se ríe.
Sacude la cabeza.
—Qué hombre tan extraño. En mis tiempos, nos habría dado vergüenza llevar
la ropa rota.
—Y estoy agradecido cada día por ese hecho. —Alarga la mano y roza con
un dedo índice la mejilla de Mila y le murmura.
—Esta es tu casa. Tienes una anciana viviendo aquí, Pakhan. ¿Te volverá loco
tener otra mujer bajo tu techo?
—Un desastre. Peor que un desastre. Así que quiero mucho a ésta. Es el único
que me importa ya.
—Para un bebé, por supuesto. ¿Cómo funciona? —Ella mira a mis hombres—
. ¿Tienes las pelotas azules hasta que mi Lilia vuelva a estar embarazada? ¿O dejan
que la naturaleza siga su curso?
Konstantin le sonríe.
—Mi Lilia tiene la fuerza de corazón para poner de rodillas a tres tercos rusos.
No estoy preocupada por ella. Me preocupan todos ustedes —Babulya levanta la
barbilla con orgullo—. Sus hijas les van a dar mil vueltas. Espero que estén
preparados.
Kirill le sonríe.
—Y tenemos más amor por estas chicas y por nuestra Lilia de lo que podrías
imaginar. —Añade Elyah, sonriéndome.
No podría haber escrito estos libros sin mis increíbles betas. Abrazos y besos
enormes a mis chicas, Evva, Jesi, Darlene, Claris y Arabella.
Y gracias a ti por leer Crowned. Si has disfrutado de este libro, por favor
considera dejar una reseña en Amazon y Goodreads.
Sobre la autora
Lilith Vincent es una escritora de harén inverso de la mafia que cree en vivir
en el lado salvaje. Por qué elegir uno cuando puedes elegirlos a todos.
Traducido, corregido y editado por: