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CONTENIDO
SINOPSIS 4 15 136
PLAYLIST 5 16 151
PARTE I 7 17 160
1 8 18 168
2 21 19 176
3 33 20 182
4 43 21 188
5 55 P A R T E III 197
6 68 22 198
7 79 23 202
8 86 24 211
9 93 25 215
10 100 26 220
P A R T E II 107 27 231
11 108 EPÍLOGO 241
12 115 SOBRE LA AUTORA 244
13 121
14 125
SINOPSIS
T y r a n t M e r c e r n o c o n c e d e d e s e o s.

Todo lo que quería era que mi hermanito volviera del hombre que se
lo llevó. Mi familia está en deuda con T y r a n t, un hombre al que odian, y
me repudian cuando los ojos del diablo se posan en mí. Ahora no hay nada
ni nadie que me proteja del cruel hombre que gobierna la ciudad desde las
sombras.

Pero no me arrastrará por los pelos, todavía. Primero, me


atormentará.
Tyrant exige que juegue a sus retorcidos juegos. Cree que me
desmoronaré para su diversión, pero llevo un secreto que es más grande
que nosotros. Un secreto que está en las manos del peor hombre posible.
Lo que anhela es a mí. Lo que demanda es todo. Tyrant me dará todo
lo que siempre he querido, todo lo que tengo que decir es: d e s e o...
PLAYLIST
HEARTBEAT – Isabel LaRosa Without You – Lana Del Rey

A GOOD DAY TO D13 – Arankai The Summoning – Sleep Token

skins – The Haunting War of Hearts – Ruelle

Little Dark Age – MGMT Locked Out of Heaven – Bruno


Mars
The Unknown – peach tinted
Keeper – Reignwolf
BABYDOLL (Speed) – Ari Abdul
Make Me Feel – Elvis Drew
A todas las chicas que saben que "puedo arreglarlo" es sólo una excusa
para abrir el libro y enamorarse.
PARTE I
1

—¿Quién es mi niño? ¿Quién es el hombrecito más adorable del


mundo? —Hago rebotar a Barlow sobre mi cadera y él se ríe con la alegría
de un bebé de dieciséis meses al que no le importa nada. Sonrío con él y
froto la punta de mi nariz contra la suya mientras le hago preguntas tontas
de bebé. Sus dedos encuentran la fina cadena de oro que llevo en el cuello
y juega con ella mientras yo acribillo a besos sus manos regordetas.

Samantha, mi madrastra, mira entre el reloj de la cocina y yo, como si


estuviera midiendo los segundos que paso con mi medio hermano y
envidiara cada uno de ellos. De momento, Samantha está ocupada
preparando la cena, así que aprovecho todos los mimos que puedo.

—¿Dónde están las cucharas medidoras? —Samantha suspira


exasperada, abriendo y cerrando cajones y puertas de armarios.

Me doy la vuelta y abro un cajón.

—Están justo... oh. —Lo que antes era el cajón de los utensilios de
repostería ahora está lleno de manteles individuales.

—Hace meses que lo cambié todo de sitio —dice mi madrastra con


malhumor, y su tono me dice que la molesto por intentar ayudarla. Rebusca
en un armario y saca un juego de cucharas de plástico en un aro—. Aquí
están.

Esta es la casa en la que crecí, pero desde que me mudé para ir a la


Universidad de Henson el año pasado, se ha vuelto en mi contra. Las cosas
nunca están donde espero que estén, las paredes están pintadas de otros
colores y mi dormitorio se ha convertido en un almacén para el equipo de
fotografía de Samantha y el equipo de golf de papá. A veces duermo allí
en vacaciones, pero llegar a mi cama es como correr una carrera de
obstáculos. Cuando estoy tumbada en la oscuridad, todas las cosas de
papá y Samantha se ciernen sobre mí, resintiéndose y juzgando mi
presencia. Samantha intenta fingir que sigo siendo bienvenida. Papá rara
vez se molesta.

Como si pensar en él lo hubiera convocado a casa, la puerta principal


se abre y se oyen pasos en el vestíbulo.

—Soy yo —saluda papá con voz alegre.

Samantha se apresura y me quita a Barlow. Su sonrisa es tensa y su


risita forzada cuando dice:

—Rápido, dámelo. Lo inquietarás antes de acostarse.

Miro el reloj de pared. No son ni las cuatro y sé que a Barlow no lo


acuestan hasta las seis. Me queda un dolor vacío en los brazos donde antes
estaba mi medio hermano, y veo con nostalgia cómo Samantha lo coloca
en su trona y se aleja para saludar a papá. La temperatura de la habitación
desciende, y no solo porque ya no esté abrazando a Barlow. Me gusta
Samantha, y yo solía gustarle a ella. Énfasis en lo de solía. Después de lo que
pasó el año pasado, rara vez me dejan pasar tiempo con Barlow, y ya nunca
me piden que haga de niñera.

Papá entra en la cocina cargado con bolsas de la ferretería local, y


la rabia estalla en su rostro cuando me ve allí de pie.

—¿Qué haces aquí?

Hago un gesto de impotencia hacia Barlow.

—Solo estaba...

Papá mira a Samantha y su mandíbula se flexiona. Con exagerada


paciencia, deja las bolsas de la compra sobre la mesa de la cocina mientras
se vuelve hacia su hijo con auténtico afecto.

—Hola, amigo. ¿Has pasado una buena tarde? ¿Te has portado bien
con mamá? —Sonríe y besa al niño, haciéndole cosquillas en la mejilla.

Trago saliva con un nudo en la garganta. Claro que Barlow se lo


merece, pero qué no daría yo por una décima parte del mismo afecto.

Papá y Samantha hablan del recado que él acaba de hacer, y


entonces no puede ignorar más a su hija.

—Te preguntaría si te has estado portando bien en esa escuela tuya,


pero sé que no puedo esperar nada más que mentiras de ti.
El dolor de sus palabras me desgarra las costillas. Casi levanto las dos
manos para aferrarme a mi secreto y hacer que el dolor se detenga. En lugar
de eso, respiro a través del dolor.

No soy una mentirosa.

No lo soy.

—Va bien —susurro, jugueteando con los puños de encaje de mi


camisa. Es una que hice yo misma con encaje vintage que encontré en una
tienda de segunda mano, adornada con flores rebosantes de pétalos. El día
que la enseñaba alegremente por primera vez, papá se rio de mala manera
y dijo: “¿Quién quiere ir por ahí llevando una cortina vieja?”

Yo. Probablemente este encaje se colgó una vez en el salón de


alguna anciana, y cuando murió, su hija o su nieta la lavó, la dobló y la donó
a la beneficencia. Mucho antes de eso, la anciana era una mujer joven, y
estaba enamorada de alguien; debía de estarlo para comprar un encaje
tan romántico. Pensaba en la persona amada mientras cosía las cortinas y
se asomaba esperanzada a través de ellas, esperando a que su amado la
llamara. Admiró las flores de encaje contra el cielo sombrío de Henson. Estoy
vestida con su felicidad y su angustia. Estoy vestida con su esperanza.
Últimamente hay tan poca que me desespero por conseguir cualquier trozo.

Papá y yo nos miramos fijamente. Hay tantas cosas que quiere decir,
pero noto que se las guarda. No sé si no las dice porque no quiere o si está
esperando el momento oportuno. Una vez que cruce esa línea, no hay
vuelta atrás.

Se aparta bruscamente de mí y yo suelto en silencio el aliento que me


estaba quemando los pulmones. Estoy desesperada por mantener la paz
para que me permita pasar unos minutos a la semana con Barlow. Estar
cerca de mi hermano es todo lo que quiero. No hay nada tan importante
como la familia, y Barlow es el único que me quiere de verdad. Cuánto
tiempo más va a seguir así mientras lo crían dos personas que me odian a
muerte, no lo sé.

Papá da vueltas por la cocina, abriendo y cerrando el armario y el


frigorífico mientras toma un vaso de agua y se lo bebe. Luego deja el vaso
en la encimera con tanta fuerza que casi se rompe.

—Debes tener mucho trabajo que hacer, Vivienne. —Samantha mira


desesperada mi bolso sobre la encimera. Cree que está siendo sutil, pero
entiendo lo que quiere tan claramente como si gritara: Fuera de mi casa, a
través de un megáfono.
—Sí, un montón —digo, recogiendo mi bolso a regañadientes—. Esta
noche creo que voy a dibujar los ángeles de piedra de la tumba...

Samantha me dedica una breve sonrisa e inmediatamente se da la


vuelta.

—Vaya, qué bien. Owen, esta noche después de cenar, debemos


revisar los extractos de la tarjeta de crédito...

Le doy un beso a Barlow en la coronilla, aspiro su dulce aroma de


bebé y me dirijo a la puerta principal.

La voz enfadada de papá irrumpe en mí justo cuando abro la puerta.

—¿Por qué sigues dejándola entrar aquí? Estaba cargando a Barlow,


¿verdad? Te dije que no se puede confiar en ella.

Ni siquiera intenta bajar la voz para que no lo escuche. En un tono más


suave, puedo oír a Samantha suplicándole.

Me invade la humillación. Cierro la puerta y desaparezco de sus vidas


una semana más. Si en ese tiempo cruzo sus mentes, los pensamientos no
serán felices. En este momento, Samantha le dirá a papá que, si no quiere
que vaya, tiene que decírmelo él mismo. Papá golpeará cosas y gritará,
pero es un cobarde y no quiere decírmelo a la cara. Quiere que deje de
venir para fingir que no es el malo. Yo finjo no darme cuenta de lo que quiere
para poder seguir viendo a mi hermano.

Solo me queda esperar que, con el tiempo, lo que ocurrió el año


pasado empiece a desvanecerse en la nada, al menos para ellos. Podré
volver a ser una ocurrencia tardía en lugar de un estorbo. Igual que hace
cuatro años, cuando tenía quince.

Me toco brevemente las costillas mientras me recorre un espasmo de


dolor.

Antes me dolía ser una posdata en la vida de papá y Samantha, pero


ahora recuerdo esos primeros meses en esta casa con añoranza.

El frío viento otoñal agita las hojas a lo largo de la calle, y en el aire se


percibe el penetrante aroma de una helada inminente. El verano ha
terminado definitivamente. Me pongo una chaqueta sobre los hombros
para abrigarme, y mi bolso de cuero marrón rebota suavemente contra mi
muslo mientras camino. Henson suele ser sombrío y llueve con frecuencia,
pero por ahora el cielo está despejado y las aceras secas.
Unos minutos más tarde, llego a un arco de piedra y a una verja de
hierro forjado en la que se lee East Henson Cemetery. Al cruzar la puerta
abierta, veo que no hay mucha gente en esta fría tarde de domingo. En la
parte delantera del cementerio hay tumbas lustrosas y modernas, vistosos
parterres de rosas con flores coloridas y fragantes. Más atrás y cerca de la
iglesia están los enterramientos más antiguos. Me encanta estar entre las
lápidas descoloridas y musgosas donde crecen flores silvestres entre las
tumbas.

Me siento con las piernas cruzadas en la larga hierba, saco mi


cuaderno de bocetos y contemplo el ángel de piedra que tengo adelante.
Tiene ciento cuarenta años y yace sobre un ataúd con la cabeza apoyada
en los brazos, como si llorara, con su largo vestido extendido a su alrededor.
La tela está intrincadamente doblada, como si hubiera sido tejida con seda
en lugar de tallada en piedra. Sus alas desplegadas están blanqueadas y se
desmoronan por las puntas, pero aún puedo distinguir muchas de las plumas
minuciosamente talladas.

Me hormiguean las puntas de los dedos cuando agarro el lápiz y


empiezo a dibujar, y por primera vez hoy me sonrojo de emoción y felicidad.
Estudio diseño de vestuario e historia del arte en la Universidad Henson, y
dibujo siempre que no estoy cosiendo. Entré con una beca. Es imposible que
papá pudiera permitirse enviarme a la universidad, y menos a una tan
prestigiosa y cara como Henson, y aunque hubiera podido permitírselo,
nunca habría gastado tanto en mí. Mamá tampoco creó un fondo
universitario para mí. Viví con ella en Los Angeles los primeros catorce años
de mi vida, y estaba demasiado atontada por el alcohol y las drogas como
para acordarse de poner comida en la nevera, y mucho menos de pensar
en mi futuro. Cuando mamá sufrió una sobredosis y murió, papá me recogió
de los Servicios de Protección de Menores y me trajo aquí a Washington a
vivir con él y su nueva esposa.

Recuerdo cómo le sorprendió que yo hubiera crecido mientras él no


miraba. No paraba de decir cosas como:

—Vivienne, vaya. Eres tan alta. Recuerdo cuando me llegabas a las


rodillas —y—: ¿De verdad ya estás en noveno? —Una y otra vez, como si lo
estuviera engañando o hubiera crecido a sus espaldas para asustarlo.
Podría haber venido a visitarme una o dos veces. No es que no supiera
dónde vivíamos mamá y yo.

En Henson, papá era torpe pero acogedor, y Samantha agradable y


amable. No me decían que me amaban ni se desvivían por interesarse por
la niña pequeña, seria y menuda que de repente se encontraba entre ellos.
No me importaba, ya que podía escucharlos hablar de sus días mientras
estábamos sentados juntos a la mesa. Otras personas llenaban la casa de
ruido, encendían la televisión y dejaban los zapatos junto a la puerta
principal. Había una lista de la compra pegada a la nevera, y las cosas
escritas en ella aparecían dentro uno o dos días después. Nunca había
formado parte de algo. De un nosotros. Una familia. Nadie nos llamaba
familia en voz alta, pero yo me acercaba a la idea como un gato callejero
maltratado y esperaba que lo fuéramos.

Casi fui feliz durante un tiempo. Casi.

A los quince años, todo se torció. Las cosas se volvieron oscuras dentro
de mi cabeza después de eso, pero encontré maneras de dejar salir la
oscuridad en silencio para que nunca molestara a nadie más. No debía
molestar a nadie más. Debía estar agradecida por lo que tengo porque sé
que las cosas podrían ser mucho, mucho peores.

Tardé mucho en acostumbrarme al frío y a la humedad de Henson. A


las carreteras silenciosas y al hogar ruidoso. Estaba acostumbrada a que las
cosas fueran al revés. Las carreteras rugiendo de ruido mientras la casa o el
apartamento en el que vivíamos mamá y yo era triste y silencioso. Mamá
hizo todo lo que pudo por mí, declarando una y otra vez que se
desintoxicaría, pero el canto de sirena de las drogas y el alcohol siempre
tiraba de ella hacia atrás, y consumía cualquier sustancia que le resultara
más fácil y barata de conseguir. Así fue como mamá y papá se conocieron,
hace tantos años. Una pareja hecha en la adicción. Papá se rehabilitó unos
años más tarde, pero mamá nunca lo hizo y, al final, eso la mató.

En estos días, papá es bastante fiable, hasta que de repente deja de


serlo. Nunca estoy segura de lo que desencadena una de sus borracheras y
Samantha tampoco. Probablemente sea el estrés del trabajo, o la añoranza
de los viejos malos tiempos, o ambas cosas. Un día es un buen esposo y un
padre interesado en Barlow, y al siguiente, desaparece y vuelve a casa tres
días después con los ojos inyectados en sangre, apestando a whisky o vodka
rancio. Nunca pierde la cabeza con las drogas, pero el alcohol ya es
bastante malo. Papá llora y dice que lo siente y promete a Samantha que
no volverá hacerlo. Samantha sabe que lo hará, pero siempre lo perdona.

El año pasado, pasó la mayor parte de una borrachera en un club de


mala muerte, acumulando una cuenta exorbitante gracias a las bebidas de
lujo y a las mesas de juego ilegales. Veintinueve mil dólares gastados en tres
días. Papá solo tenía seis mil en el banco, y había elegido el club
equivocado para irse de fiesta y perder la cuenta.

Alguien llamó a la puerta y quería su dinero.


Alguien con una mirada azul de acero y un temperamento
despiadado. Su furia era un camión de veinte toneladas fuera de control, y
yo me puse justo en su camino. Mi idea de vida se convirtió en una pesadilla,
pero mi error no fue atraer toda la ira despiadada de Tyrant Mercer hacia
mí para salvar a mi familia.

Mi error fue creer que mi familia me agradecería mi sacrificio.

El ángel de piedra aparece en la página de mi cuaderno, junto con


su vestido y la hiedra que crece en el ataúd para enroscarse alrededor de
sus muñecas. Me inclino cada vez más sobre la página hasta que me doy
cuenta de por qué me cuesta ver lo que estoy haciendo. El sol se ha puesto
mientras dibujaba. El crepúsculo se convierte rápidamente en noche y las
tumbas que me rodean desaparecen en la oscuridad.

Con una maldición susurrada, recojo apresuradamente mis cosas.


Probablemente la puerta principal ya estará cerrada, pero si corro, debería
poder salir por la puerta trasera, junto a la iglesia. La paz que conocí mientras
esbozaba el ángel de piedra se desvanece, sustituida por el recuerdo de
Samantha alejando a Barlow de mí. Tarde o temprano, me dirán que no
quieren que vuelva por aquí. Puedo sentirlo, tan inevitable como la caída
de la noche.

Me consume tanto ese triste pensamiento que, cuando me pongo en


pie y giro hacia la puerta trasera, no me doy cuenta de que hay alguien
delante de mí hasta que casi tropiezo con él. Me hago a un lado para
esquivarlo, pero me encuentro con que hay otra persona bloqueando el
paso. Una tercera figura me aprieta por detrás.

Pensaba que estaba sola en la parte vieja del cementerio, pero de


repente me rodean tres chicos. Todos tienen más o menos mi edad,
dieciocho o diecinueve años, y visten ropas oscuras. El que parece más
malo, con un jersey negro, levanta la mano con una sonrisa desagradable
y me enseña lo que tiene en ella.

Un cuchillo.

No es tan impresionante como otros cuchillos que he tenido en mis


manos. El cuchillo tiene una forma rechoncha y anodina, y el borde afilado
no susurra como una amante, ni tararea una nota seductora cuando la luz
incide en él. El chico que sostiene el cuchillo ni siquiera parece saber cómo
controlar un arma así o entender lo que puede hacer.

Mueve la barbilla hacia el chico de camiseta azul que está a mi


izquierda.
—Dale tu bolso.

Me aprieto el bolso contra el pecho y sacudo la cabeza. No me


importa el dinero porque no tengo, pero mi cuaderno de bocetos está lleno
de miles y miles de horas de ensoñaciones y deseos.

—He dicho que se lo des —gruñe el chico, blandiendo el cuchillo en


mi cara.

¿Es esta la parte en la que se supone que debo empezar a sentir


miedo? Los cuchillos dejaron de asustarme hace mucho tiempo.

—No tengo nada de valor. Solo mi cuaderno de dibujo, y no puedes


tener eso.

El chico sonríe más, y me doy cuenta con una sensación de desplome


de que no le importa lo que yo tenga. Solo le interesa quitarme cosas.

Un viento frío y silencioso corre por el cementerio, que se oscurece


rápidamente, y sé que estamos completamente solos.

—Tómala de los brazos —ordena al chico de mi derecha, que es un


chico de cabello cobrizo con una camiseta blanca sucia.

Camiseta blanca me agarra del brazo y yo me alejo de él, con el


corazón latiéndome desbocado, y abro la boca para gritar. Jersey negro
gruñe de rabia. Se abalanza sobre mí con el cuchillo y una línea de fuego
blanco me recorre el antebrazo.

Mi piel se desgarra, revelando carne viva y rosada. Siempre es así


cuando te cortan rápidamente. La sangre tarda un momento en llenar la
herida. Hay un momento en que el universo se detiene y el mundo se
paraliza, y entonces brota el inevitable líquido espeso de color rojo rubí. Giro
el brazo de un lado a otro en el profundo resplandor azul del atardecer,
embelesada por el brillante flujo. Pequeños ríos de sangre corren por mi
brazo y salpican una lápida.

—Ahora tú lo has hecho —susurro.

—¿Qué? —pregunta camiseta blanca. Él y camiseta azul no parecen


tan dispuestos hacerme daño como jersey negro.

—Has roto la regla.

—¿Qué regla?
Extiendo el brazo como si eso lo explicara todo.

—Estoy sangrando.

Camiseta blanca frunce el ceño.

—¿Y?

—¿Qué eres? ¿Una hemo-algo…? —pregunta camiseta azul.

Su amigo le da un golpe en el hombro.

—Hombre, no hay necesidad de insultos. Solo di lesbiana.

Camiseta azul devuelve el golpe con más fuerza.

—Imbécil. Hemo, no homo. Esa enfermedad que significa que no


puedes parar de sangrar.

—No soy hemofílica —les digo.

—Es una zorra muerta si no hace lo que se le dice —suelta jersey negro,
con una mueca desagradable en los labios, y lanza un tajo al aire en mi
dirección. Está deseando que este atraco, violación o lo que sea vuelva a
su cauce.

Mi pulso se acelera tanto que me hace sentir mal, pero no son estos
chicos los que me dan miedo. Cómo se atreven estos idiotas a burlarse de
mí con algo tan estúpido como ese cuchillo. Es un cuchillo de mierda, pero
no se lo merece.

Lo quiero.

Me abalanzo sobre el cuchillo y jersey negro me la aparta de un tirón,


más por el susto que por la habilidad. Mis dedos rozan el filo del cuchillo y se
cierran sobre el aire vacío.

Sus ojos se abren ampliamente.

—¿Qué te pasa, puta loca?

¿No se ha dado cuenta?

Todo.

Todo está mal conmigo.


—Vete a la mierda —gruño, y arremeto de nuevo contra el cuchillo.
Casi lo tengo. El corazón me late de placer.

Una mano me agarra la muñeca en la oscuridad, una mano el doble


de grande que la mía y adornada con tatuajes y anillos. Me quedo inmóvil
y la miro fijamente.

Una voz profunda e implacable justo detrás de mí gruñe:

—Vivienne. Sabes que no puedes jugar con cuchillos.

Los tres chicos me miran atónitos cuando un hombre se adelanta, con


los ojos azul pálido entrecerrados, la mandíbula bien afeitada más tensa que
el agarre que tiene en mi muñeca y las fosas nasales dilatadas por la furia.
Se cierne sobre mí con un traje negro como el carbón, como si el mismísimo
Diablo se hubiera levantado de una de esas tumbas.

Lo reconozco al instante. Todos lo reconocemos.

Observa el brazo sangrante y luego me mira acusadoramente a los


ojos.

Le devuelvo la mirada. No me culpes a mí. Yo no he hecho esto.

¿La regla que estos chicos han roto?

Solo puedo sangrar por él.

El gobernante de esta ciudad. No el Alcalde. No el Jefe de Policía. No


los viejos ricos que viven en la Avenida Wysteria. El hombre que dirige esta
ciudad desde las sombras. Todos lo saben, pero nadie es lo suficientemente
valiente para decirlo en voz alta.

Me levanta la muñeca y me lame lentamente el antebrazo,


mirándome fijamente a los ojos. La sangre se le acumula en la lengua y se
la pasa por los dientes.

Me sonríe. Una sonrisa roja, infernal.

Tyrant Mercer.

El año pasado, secuestró a mi hermanito para obligar a papá a pagar


su bebida y sus apuestas. No podía dejar que Barlow sufriera por los errores
de papá, así que fui por Tyrant y le robé a mi hermano. Tyrant nunca recibió
su dinero, y ahora estoy en deuda con él. No tengo dinero, así que Tyrant ha
decidido que puede jugar conmigo cuando quiera.
Intento zafarme de su agarre, pero Tyrant me sujeta con demasiada
fuerza. Me toma por la nuca, me atrae hacia él y su boca manchada de
sangre busca la mía. Su ropa huele a grosellas y cedros en invierno. Me
resisto y casi me tambaleo, pero justo a tiempo evito estrellarme contra su
pecho. Mi mano libre acaba aferrándose a mi falda.

Una sonrisa malvada se extiende por la boca de Tyrant, mostrando sus


dientes manchados de sangre.

—¿Tienes miedo de tocarme, ángel?

Por supuesto que sí. Tocar a este hombre es peligrosamente adictivo.


Más adictivo que los cuchillos. Tyrant parece una obra de arte o el sueño de
un fotógrafo. Tiene un rostro brutal que ha sido tallado en el mármol más
fino, y un cuerpo alto, ancho y musculoso que es depredador en su belleza.
Además, el hombre sabe cómo vestirse. Tyrant no lleva ropa. Él les da vida.
El traje de chaqueta que cubre sus musculosos hombros parece haberse
formado instantáneamente alrededor de su cuerpo a partir de lana italiana
y magia.

Y su piel. Solía pensar que no había nada en el mundo más maravilloso


al tacto que el satén cremoso, la fina gasa de seda y el grueso terciopelo
tejido desde el cielo nocturno. Ahora sé que no hay nada comparable a la
piel cálida y agradable del cuerpo de Tyrant, adornada con intrincados
tatuajes que cubren su cuerpo, sus manos, trepan por su garganta e incluso
decoran sus pómulos y por encima de sus cejas.

Su sonrisa se ensancha y mi mirada se fija en ella. Esa boca suya puede


acariciar y castigar con besos. Sus labios y su lengua pueden extraer secretos
de mi cuerpo y hacer que haga cosas que nunca pensé que fueran posibles.
A veces me pregunto si inventé a Tyrant con retazos de tela, desesperación
y sueños febriles.

O pesadillas febriles, porque este hombre es mi ruina.

Tyrant me sujeta con fuerza la muñeca y se vuelve hacia los chicos.


Con voz fría y amenazadora pregunta:

—¿Quién la ha lastimado?

Todos miramos el cuchillo que sujeta jersey negro. Incluso él parece


aturdido al verlo en su mano, y lo esconde detrás de su espalda. El terror
hace que se le vea el blanco de los ojos. Vuelve a sacar el cuchillo, abre y
cierra la boca.

—Um...
—Dámelo —ordena Tyrant.

El chico obedece al instante, soltando el cuchillo en la mano de Tyrant


y limpiando la suya en la parte trasera de sus pantalones. Se apresura a
buscar una forma de salvar su vida. Inventa alguna excusa. Ni en sus sueños
más salvajes esperaba que Tyrant Mercer se materializara en este
cementerio cuando estaba acosando a una chica desprotegida.

Tyrant examina las gotas de mi sangre en el cuchillo.

—Eso no te pertenece —le dice al chico, y luego se vuelve para


mirarme mientras lame la sangre en el filo—. Esto es mío, ¿verdad, ángel?

No es justo que se vea tan delicioso con mi sangre cubriendo sus


dientes. Nunca acepté que mi sangre le perteneciera, pero Tyrant ha
decidido que sí, y eso es lo único que le importa.

—Pero te devuelvo esto. —Tyrant voltea el cuchillo en su mano de


modo que sujeta la punta, lo levanta por encima del hombro y lanza. El
cuchillo vuela por el aire en un destello de metal y se entierra en la garganta
de jersey negro. Los ojos del chico se abren ampliamente. Se araña la
garganta y luego saca el cuchillo de un tirón.

Gran error. La sangre chorrea por su jersey. Emite un gorgoteo y más


sangre le sube por la garganta y le salpica los labios. Un momento después,
se desploma en el suelo y yace inmóvil.

Probablemente debería taparme la cara y gritar, pero en lugar de


eso, miro al chico muerto con sorpresa e interés. Toda esa sangre es un
espectáculo fascinante.

Sus amigos gritan de asombro. Camiseta azul agarra a camiseta


blanca y tira de él como si estuviera a punto de echar a correr. Ambos tienen
reacciones normales ante un chico muerto de repente.

Tyrant saca un arma de la chaqueta de su traje y les apunta.

—Si dan un paso más, después de matarlos a los dos, asesinaré a sus
familias.

Los chicos se quedan donde están, gimen y miran horrorizados a su


amigo muerto.

Satisfecho, Tyrant se vuelve hacia mí y me arrastra aún más hacia su


musculoso cuerpo por mi muñeca ensangrentada. Una sonrisa malvada se
dibuja en sus labios y murmura:
—Ha pasado demasiado tiempo, Vivienne. ¿Cómo está mi chica
favorita de Henson?

Mi sangre se filtra entre sus dedos y corre por su muñeca. Respiro


entrecortadamente y digo con toda la fuerza que puedo:

—Suéltame, Tyrant.

La sonrisa de Tyrant se vuelve fría y sus ojos centellean, advirtiéndome


que sea amable con el hombre que me ha salvado. En el mismo tono
ronroneante, dice:

—Pero ángel, quiero hablar contigo.

—No quiero hablar contigo. No quiero verte. No quiero


tocarte. —Intento apartar mi muñeca, pero me agarra como si fuera de
hierro.

—¿Ah, sí? —pregunta, con la amenaza dibujándose en sus


facciones—. En ese caso, cuéntame, Vivienne. ¿Cómo está tu hermanito?
2

En cuanto menciono a Barlow, el miedo y el odio pasan por los ojos


de Vivienne. No tiene por qué preocuparse. Perdí el interés por el niño hace
mucho tiempo, cuando apareció alguien mucho más tentador.

Pero estoy enfadado.

Después de la primera vez que la toqué, había una deliciosa mancha


de su sangre en mi carne. Por toda mi polla. Fui muy claro con las reglas. Ella
solo puede sangrar cuando yo la hago sangrar.

Puedo saborear la sangre de Vivienne en la boca, pesada y dulce. Mi


chica está más hermosa que nunca, con las mejillas sonrojadas a la luz de
la luna y el desafío brillando en sus ojos verdes. No ha sufrido ni un escalofrío
al ver la sangre o al chico moribundo. Ni un grito ni una arcada cuando lo
maté. Vivienne Stone no lo sabe, pero tiene un corazón de acero puro.

Ella es exactamente lo que anhelo en una mujer. Es todo lo que


necesito en la madre de mis hijos. Conozco sus secretos más profundos y
oscuros. Sus alegrías y sus penas. Su dolor. Sobre todo, su vida ha sido dolor.
Sigue dejando que se llene de dolor, para mi furia. Vivienne no extenderá
ambas manos y tomará lo que anhela, así que tendré que tomarlo por ella.

Barlow es la llave de su corazón. Todo lo que necesita decir es: Tyrant,


quiero a Barlow, e iré a buscar a su hermano por ella y los llevaré ambos a
mi mansión donde viviremos felices para siempre.

Pero primero tiene que pedírmelo. Oiré de sus propios labios que me
desea, que nos desea. Paso cada momento de mi vida obsesionado con la
forma de hacer que Vivienne me pida lo que desea, y hoy creo que he dado
con la respuesta. Desde que se me ocurrió, he estado deseando estar a
veinte centímetros de su apretado coño.
Acerco mi boca a sus tentadores labios. Ella respira suavemente,
separa la boca y sus ojos se nublan.

Hay movimiento detrás de ella y levanto la vista. Un hombre sombrío


con un traje oscuro se acerca a nosotros a través de los árboles.

Suelto a Vivienne y le hago un gesto con la cabeza a mi chófer.

—Estás herida. Ve con Liam y me reuniré contigo en un momento.

Vivienne se cubre el corte del brazo con la mano.

—Puedo ocuparme de esto en los dormitorios.

Aprieto los dientes con fuerza y digo:

—He dicho que vayas con Liam, ¿o vas a seguir poniendo a prueba
mi paciencia?

Vivienne mira a mi chófer, que le tiende el brazo y le indica dónde hay


un todoterreno Cullinan negro, esperándola más allá de las puertas del
cementerio. A regañadientes, lo sigue.

Sigo con el arma apuntando a los dos chicos restantes, y les pregunto,
viendo cómo Vivienne se aleja y se mete en el asiento trasero de mi auto:

—¿Han venido los tres por aquí esta noche por casualidad, o alguien
les ha dicho que le hagan daño a mi mujer?

—N… no sabíamos que era tu mujer —balbucea uno de ellos.

—Lo sentimos mucho.

A través de la valla de hierro forjado cubierta de hiedra, veo a Liam


cerrar la puerta a Vivienne y ponerse de centinela con las manos juntas
delante de él.

Vuelvo mi atención a los chicos.

—¿Es eso lo que te pregunté?

El chico pelirrojo se apresura a responder.

—Lo siento, um señor. Señor Mercer. No sabemos nada. Todo fue idea
de Bryn.
Bryn debe ser el cadáver que yace a nuestros pies. Me pregunto si
maté al único que podría decirme algo útil.

—Bryn no nos dijo nada. Solo dijo que viniéramos con él y que íbamos
a meternos con una chica.

—Una chica. Así que eso es lo que es. Una chica. —Me rio y me rasco
la sien con el cañón del arma. Pensaba que tenía todas las amenazas en
torno a Vivienne bajo control, pero al parecer, me equivocaba. Los chicos
se miran nerviosos.

Vuelvo a apuntarles con el arma y la elevo a la altura de sus ojos.

—Dense la vuelta.

Las dos empiezan a gemir y a suplicarme.

—¿Qué he dicho? Dense la vuelta ahora, o después de que les


dispare, sus familias morirán también.

Con las manos en alto, se ponen de rodillas mientras sollozan y me


suplican.

—Nunca habíamos hecho algo así.

Compruebo las balas de mi arma.

—¿Qué, violar a una chica en un cementerio?

No conozco a ese Bryn, así que o me guarda rencor desde lejos, o


alguien le dijo que llegara a mí a través de Vivienne. Quiero matar a estos
dos pedazos de basura por pensar que pueden ponerle un dedo encima a
mi mujer, pero tal vez puedan serme útiles en cambio.

Primero quiero sangre. Mi código significa que no pueden quedar


impunes.

—No íbamos a...

Disparo cuatro veces seguidas. Ambos caen hacia adelante,


agarrándose las piernas y gritando de dolor. Más tarde podría tener
preguntas para ellos sobre este Bryn. Por ahora, pueden contarles a todos
cómo Tyrant Mercer mató a su amigo por lastimar a su mujer.

—Váyanse. Arrástrense. Si vuelvo y siguen aquí, las próximas balas irán


a sus cráneos.
Dando las gracias, se arrastran torpemente por el sendero, dejando
un rastro de sangre a su paso.

Vuelvo al auto y guardo el arma en la guantera, fuera del alcance de


Vivienne. No hay necesidad de tentar a mi amada para que haga una
tontería como apuntarme con ella. Luego le hago un gesto con la cabeza
a Liam para que dé un paseo y subo a la parte trasera del Cullinan.

Vivienne está sentada en el amplio asiento trasero, con el brazo herido


apoyado en el pecho. El flequillo oscuro le cae sobre los ojos y la chaqueta
corta que llevaba se le ha caído de los hombros y se acumula detrás de ella.
La blusa de encaje color crema arruinada y la falda corta plisada acentúan
su frágil inocencia, pero sé lo dura que es. Lo peligrosamente inteligente que
es.

Por un momento, me quedo mirándola. Me muero de hambre.


Cuando la luz automática del techo se apaga, levanto la mano y la vuelvo
a encender.

—Les perdonaste la vida —susurra.

No los perdoné. Me estoy asegurando de que todos en las calles de


Henson se enteraran de esto por la mañana y entendieran que Vivienne
Stone es la mujer de Tyrant. Incluso mirarla mal es peligroso para la salud.

Pero ella puede creer que estaba siendo misericordioso si quiere.

Agarro el borde de su manga y toco el encaje desgarrado.


Reconozco una de las creaciones de Vivienne con un suspiro de pesar.

—Lo has hecho tú, ¿verdad? Es precioso. Lo siento. Esos imbéciles


arruinaron tu hermoso trabajo.

—Es solo una vieja cortina —murmura.

—No, no lo es. —Bajo la mano por debajo del asiento del conductor,
saco un botiquín y lo dejo en el asiento de al lado—. Dame el brazo. —Como
no se mueve, alargo la mano y paso su brazo por mi regazo con suavidad
pero con firmeza.

Tiene un corte en el borde del antebrazo, no profundo, y no ha tocado


nada vital.

—No creo que necesite puntos.

Estudia mi cara.
—¿Ahora eres médico?

—He estado cerca de una lesión o dos.

Con unas tijeras, le corto la manga rasgada de la blusa y le limpio


cuidadosamente la herida y la sangre del brazo con un algodón empapado
en antiséptico. Vivienne sisea de dolor cuando le escuece la herida, pero
me deja hacerlo.

—Lo sé, ángel —murmuro con ternura—. Ya casi termino.

Nunca consigo ser tierno con nadie. Siempre que digo las palabras
«ya casi termino» suele ser porque estoy torturando alguien hasta la muerte.

—¿Qué quieres?

Empiezo a enrollar una venda alrededor de su brazo y digo con un filo


en la voz:

—Gracias por salvarme la vida, Tyrant.

—Me estás acosando —acusa—. Vaya donde vaya, siento que me


vigilan, y tú sigues apareciendo. Si no eres tú quien me vigila, es un
desconocido al otro lado de la calle, merodeando por el campus o en la
biblioteca cuando intento estudiar. Me estás volviendo loca.

¿La estoy volviendo loca? Ella es la que es tan encantadora y


exquisita, y sin embargo aún no es mi esposa y no está embarazada de mí.

Todavía.

Termino de curarle el corte del brazo y le pongo la venda. Ahora que


está mejor, puedo hacerle más daño.

Me acerco a ella con una mirada que la hace alejarse de mí y le digo:

—Has roto mis reglas.

—Entonces no lo entendía. No pensaba con claridad. —Pone la mano


en la puerta como si fuera abrirla.

—Yo no haría eso, Vivienne. Tu familia nunca ha pagado su deuda.

Vivienne se congela y su pecho empieza a subir y bajar presa del


pánico.

—Deja en paz a Barlow.


Mi mano rodea su cintura y la atraigo hacia mí. Su cabello cae a un
lado, dejando al descubierto su esbelto cuello. ¿Cuántas veces he
fantaseado con rodear su cuello con mi mano y apretarlo mientras me la
follaba como un demonio?

—Dame una razón por la que debería.

Su boca está tan cerca de la mía que puedo sentir su respiración.


Sabe lo que quiero. Yo sé lo que ella quiere.

Vivienne me mira los labios.

—Lamiste toda mi sangre como si fuera miel.

—Más dulce que la miel. Siempre te ha gustado mi lengua,


ángel. —Deslizo mi boca sobre la suya e introduzco mi lengua con fuerza. La
beso duramente hasta que siento que todo su cuerpo se funde con el mío y
su pulso retumba bajo mis dedos. Vivienne jadea y sus manos aprietan mi
camisa.

Así es, ángel. Tócame. Cómo he echado de menos que me toques.

Cuando rompo el beso, ella jadea.

—Hueles a sangre. Sabes a sangre.

—Tuya. Tu sangre es mi sabor favorito, pero se supone que solo debes


sangrar por mí, ángel. Esa es la regla.

—Yo no pedí que me cortaran.

Estaba en un cementerio al anochecer, con aspecto de ninfa de los


bosques, labios carnosos y muslos desnudos. Hay demasiados hombres
malos en esta ciudad para que ella vaya por ahí así sin protección. Vivienne
va a ser castigada por actuar tan imprudentemente.

—No pongas excusas —gruño, y meto la mano bajo su falda para


agarrarle la ropa interior. Me sujeta de la muñeca para detenerme, pero le
bajo la braguita blanca por los muslos hasta que se le enrosca en las
rodillas—. Saliste de noche cuando sabes que en esta ciudad no es seguro
que las chicas hermosas anden solas por ahí.

—Tyrant, por favor —gime, retorciéndose en mi agarre.

Le daré su Tyrant, por favor.


La pongo boca abajo en el amplio asiento de cuero y le subo la falda.
Respiro y se me pone dura la polla con solo mirarle el culo. Dios, su culo lo es
todo. Tomo un puñado y aprieto, abriéndole el coño. Es rosado y apetecible
y se me hace la boca agua.

—Quita tus manos...

Levanto la mano y la golpeo con fuerza. Vivienne grita y su culo se


estremece tentadoramente. La subo a mi regazo, la sujeto sobre mis muslos
y vuelvo azotarla. Una y otra vez. Vivienne chilla de indignación e intenta
zafarse de mí, pero no irá a ninguna parte hasta que haya tenido su dosis, y
yo también.

A Vivienne le encanta hacerse daño.

A mí me encanta hacerla llorar.

Somos una pareja hecha en el infierno. Su culo se pone rojo y arde. Se


ve tan jodidamente sexy así con sus bragas enrolladas alrededor de sus
muslos y su falda levantada mientras se moja más y más a cada segundo.
Mi ángel opacado cuya aureola se desvanece mientras el Diablo la excita.
Araño su piel en carne viva y Vivienne gime y arquea la espalda.

Cuando los dos respiramos con dificultad, abro los pliegues de su coño
y admiro el espectáculo de su apretada abertura, aún más húmeda y
rosada que antes.

—Es hora de que le diga a todo el mundo que eres mía. Así te dejarán
en paz. Todos me tienen miedo, ángel.

—No se lo digas a nadie, por favor —dice, con la voz apagada sobre
el asiento de cuero.

—Oh, ¿prefieres ser mi pequeño y sucio secreto? —murmuro,


deslizando los dedos por su sexo húmedo y resbaladizo, acariciando su
abertura.

—No hay nada que mantener en secreto. Yo no...

Meto dos dedos en su coño, hasta el segundo nudillo. Vivienne grita y


apoya las manos en la puerta del auto. Gimo al ver cómo se aferra a mis
dedos, que ahora están brillantes y húmedos.

—¿Nada en secreto? Abre más las rodillas, ángel. Deja que te meta
los dedos hasta el fondo.
Como la buena chica que es, Vivienne separa las piernas para mí y se
arquea ante mis caricias, gimiendo:

—Por favor.

Enrosco mis dedos dentro de ella. Húmedo e hinchado.

—Esa es mi putita.

Vivienne vuelve a gemir y me aprieta los dedos.

—Puedo fingir mañana que esto no ha pasado. Puedo fingir que no


he dicho eso. Como hago siempre.

¿Qué no ha sucedido? Cómo carajo se atreve.

—¿Es así? —digo con frialdad—. Entonces voy asegurarme de que


después de esta vez, no puedas fingir.

Hay un silencio temeroso. Vivienne sabe que no hago amenazas en


vano.

—¿Qué quieres decir, Tyrant? —gime.

Saco mis dedos de ella, agarro su muslo y la volteo sobre su espalda.


Le quito la ropa interior enrollada en las piernas, la tiro al suelo del auto y
apoyo las manos a ambos lados de su cabeza.

—Qué bonita vista he tenido antes en la ventanilla mientras abrazabas


a tu hermanito.

Vivienne no se da cuenta de lo sexy que resulta haciendo las cosas


más sencillas. Cuando se roza el labio inferior con la punta del lápiz mientras
se detiene a pensar mientras dibuja. Cuando se recoge el cabello oscuro y
grueso entre las manos y lo enrolla en una larga trenza. Y, sobre todo,
cuando abraza a su hermanito, tan protectora y cariñosa, con una
expresión cálida y dulce en la cara.

—Me estás acosando —susurra, con los ojos muy abiertos.

Por supuesto que sí. Es asunto mío saber todo lo que pasa en esta
ciudad, sobre todo cuando se trata de Vivienne. Entre semana tiene la
agenda repleta de clases, estudio y costura, y los sábados los llena de
museos, galerías y compras de segunda mano. Los domingos por la mañana
lava la ropa, pero las tardes son largas y vacías. Los domingos por la tarde
es cuando puede hacer algo peligroso.
—Necesito ver más de ti. —Toco el botón del cuello de su blusa.

Vivienne me agarra la mano con las dos suyas y niega


desesperadamente con la cabeza.

—No, por favor.

—¿Qué me estás ocultando? —pregunto, con un tono de voz firme.

—Nada.

—Vivienne —gruño como advertencia.

—Nada... nuevo.

—Pues enséñamelo.

Lentamente, Vivienne me suelta y se desabrocha los botones de la


parte delantera. Mantiene la blusa cerrada un momento, luego hace un
gesto de dolor y tira de ella para abrirla.

Dejo que mi mirada recorra su torso, observando cada detalle.


Devoro su mirada. Lleva un sujetador triangular que creo que ha
confeccionado ella misma con una tela fina y vaporosa. La imagino
cosiendo el delicado encaje y ajustándolo cuidadosamente a sus pechos.
Sus pezones destacan bajo la tela transparente. Deslizo los dedos por su
pecho hasta el ombligo y ella se estremece al contacto. Su carne está
caliente. Rozo sus costillas, jadea e intenta cerrarse la blusa, pero no se lo
permito.

Cubriendo sus costillas hay docenas y docenas de cicatrices


horizontales, todas ellas blancas y fruncidas. Ninguna de ellas está roja e
hinchada y no hay vendas. No hay nada reciente. Los monstruos no han
estado aullándole y arrastrándola a la oscuridad últimamente. Ahora mismo
yo soy el mayor monstruo de su vida.

—Di lo que dijiste la primera vez —susurra Vivienne, con las manos
cubriéndose la cara como si tuviera miedo de lo que va a ver en mis ojos.

—Vivienne. Mírame.

Titubea y baja las manos con miedo. Tomo su barbilla y hago que me
mire a los ojos para que sienta todo lo que quiero decir.

—Eres la chica más hermosa que he visto nunca.


Vivienne suelta un sollozo.

Con dedos temblorosos, levanta la mano, me atrae hacia ella y me


besa desesperadamente. Esa es mi chica. Esa es mi jodido ángel. La beso
despacio, devorando hambriento todo lo que puedo de ella. Saboreo su
dulce sabor y la forma desesperada en que entrega su boca a la mía.

Encuentro el botón de su falda plisada, la abro de un tirón y se la bajo


por las piernas. Está desnuda, salvo por el sujetador, y tiro de las copas hasta
que le asoman los pezones, apretados y de color rosa oscuro.

Entre los dos, me desabrocho el cinturón y los pantalones, meto mi


mano en los boxers y saco mi polla.

—¿Alguien más te ha tocado? —exijo.

Ella sacude la cabeza.

Lo habría sabido si lo hubieran hecho, pero la bestia furiosa y celosa


ruge dentro de mí y necesito oírselo decir a ella. Que ninguno de los chicos
de su universidad se ha colado en su habitación. Le han tocado el culo en
los pasillos. Intentado tocar lo que es mío. Tengo que saber que ella no
querría que nadie más tocara lo que es mío.

—Eres solo para mí, ángel. Maté al imbécil que te cortó, y si alguien
más te toca, le meteré una bala en la cabeza.

Vivienne me aprieta las palmas de las manos contra el pecho y sus


muslos se abrazan a mis caderas. Su mirada lastimera me dice que solo me
ha deseado a mí.

—¿Me crees?

—Sí, Tyrant —susurra.

La sangre corre aún más fuerte hacia mi polla.

Vivienne explora mi ropa, abriéndome despacio todos los botones de


mi camisa. Me la quita de los hombros junto con la chaqueta. Me incorporo
y me sacudo las prendas mientras ella me acaricia el torso con los dientes
hundidos en su labio inferior.

—Ni siquiera sé por qué te gusto. Soy un desastre. Estoy


arruinada. —Vivienne se mira a sí misma y sus ojos se llenan de lágrimas de
repente.
Lamo sus lágrimas de las mejillas. Si un ángel puede mirar a un
monstruo como yo con tanta suavidad en el corazón, entonces ese
monstruo va hacerle creer que es hermosa.

—¿Gustarme? No me gustas una mierda. Estoy obsesionado contigo.

Vivienne se limpia las lágrimas de los ojos. Explora tímidamente todos


los tatuajes de mi torso. Los músculos de mi pecho y mis brazos. Los surcos
entre mis costillas. La dura línea muscular a lo largo del hueso de la cadera.
Vivienne entiende el mundo a través de sus dedos, y yo soy lo que más le
gusta tocar.

—Me encanta cuando me tocas —gimo, subiendo y bajando mi puño


sobre mi polla—. Después de esto, todo el mundo va a saber que me
perteneces.

Sacude la cabeza, con expresión angustiada.

—Mi familia te odia. No pueden saber que he estado viéndote.

A la familia de Vivienne le importa un carajo, y pronto le importará aún


menos.

—Deja que me preocupe por tu familia. —Agarro la gruesa base de


mi polla y juego con la cabeza sobre los húmedos pliegues de Vivienne
hasta que me recubro de su resbaladizo interior.

—No entiendo por qué estás aquí. No tenemos sentido juntos —dice
desesperada, embelesada por la visión de mi ancha cabeza jugando sobre
su clítoris mientras me muevo lentamente hacia adelante y hacia atrás.

—Tenemos mucho sentido, ángel. No te preocupes por nadie más. A


todos se les meterá en la cabeza cuando mi bebé empiece a crecer en tu
vientre.

Si Vivienne no pide a Barlow para empezar nuestra familia, entonces


crearé a mi propio bebé dentro de ella ahora mismo.

Vivienne abre los ojos alarmada.

—¿Qué acabas de decir? Tyrant, no puedes...

Me introduzco en su coño con un movimiento rápido.

Puedo, y lo haré, joder.


3

La repentina y brusca intrusión de Tyrant me hace gritar. Me agarro a


sus hombros, clavo las uñas en sus músculos y respiro desesperada. Es tan
grueso que siempre me cuesta asimilar un poco de él cada vez, por no
hablar de todo a la vez.

Su delicioso y pesado cuerpo me pega al asiento y empieza a


empujar.

Mierda. Mierda. Quería tomar la píldora. Comprar un condón. Hacer


algo. Tyrant siempre aparece tan de repente y me arranca la ropa que no
tengo tiempo de pensar en nada más que en él.

Aprieto las manos contra su pecho e intento zafarme de él, pero es


demasiado fuerte para mí y en el asiento trasero de su auto no hay ningún
sitio adonde ir.

—Tyrant, detente. Dije que no estoy en ningún...

Se echa hacia atrás y me penetra aún más, y grito de asombro. Es tan


grueso que mi canal interno arde cuando me obliga a estirarlo. Todavía
tengo el culo en carne viva por los azotes. El sexo con él duele, pero sabe
que me encanta cuando duele. Me folla con fuerza, con una mano
sujetándome el muslo y la otra junto a la cabeza.

—No tomas ningún anticonceptivo. Ya lo sé. Lo quiero así. Voy a


follarte y embarazarte, Vivienne. Aquí. Ahora mismo. Si te resistes, te sujetaré
y lo haré de todos modos.

Tyrant ha dicho todo tipo de locuras mientras tenemos sexo, pero esta
es la más loca.

—No puedes... —Me interrumpo y gimo mientras el dolor ardiente se


convierte en placer. Siempre es así con Tyrant. El agudo golpeteo de su polla
se convierte en un deslizamiento aterciopelado que hace que se me
calienten las entrañas. No tenemos mucho espacio en el asiento trasero,
pero él no parece necesitarlo. Tyrant tiene un pie apoyado en el suelo del
auto mientras bombea su polla dentro de mí. Me acuna la nuca y me
levanta la cabeza, haciéndome mirar hacia abajo para verme empalada
en él.

—Mírate cómo te follo —dice entrecortadamente, entrando y


saliendo de mí—. Mi ángel siempre está preciosa, pero lo está aún más llena
de mi polla.

Sus sucias palabras provocan un espasmo en mi interior,


distrayéndome unos segundos de su amenaza de ponerme un bebé. El
bebé de Tyrant. Un dulce niño o niña a quien amar y proteger. ¿Quiere eso
conmigo? ¿De verdad?

—Te quiero hinchada con mi bebé, con un anillo en el dedo y viviendo


en mi casa, donde puedo protegerte —dice, retirándose del todo. Me abre
con los dedos y mira mi coño, y luego hunde los dientes en su labio inferior
con un gemido antes de volver a meterse en mi interior—. Tan rosado y
perfecto para que me lo folle. ¿Quién es la chica buena de Tyrant?

Gimo suavemente y cierro los ojos. Su voz profunda e hipnótica me


hace perder la cabeza.

—Vamos, dime. ¿Quién es la buena putita de Tyrant?

—Yo —gimo, rodeando sus caderas con las piernas y entregándome


a él. Con las manos apoyadas en su musculoso vientre, noto el movimiento
de su cuerpo mientras me clava la polla.

—Siente lo apretada que estás a mi alrededor.

Obedientemente, meto la mano entre los dos para envolver su


resbaladizo grosor con los dedos índice y pulgar mientras entra y sale de mi
coño. Es tan grueso que las puntas de mis dedos no llegan al otro lado.

Arrastro los dedos hacia arriba y sobre mi clítoris, frotándome y


jadeando de deleite mientras el placer se duplica. Nada más importa ahora.
Solo Tyrant y lo que me está haciendo. Casi vuelvo a sollozar, me está
haciendo sentir tan bien.

—Me encanta cuando te tocas para mí. ¿Has estado follándote a la


almohada y gimiendo mi nombre? —Tyrant me dedica una sonrisa malvada.
Está tan seguro de que me he estado masturbando pensando en él. Si no
estuviera tan loca, odiaría que tuviera razón totalmente.
Mi orgasmo empieza acelerarse, pero dejo de tocarme antes de que
pueda desbordarme.

Tyrant me toma la mano y chupa mis dedos mojados.

—Joder, sabes delicioso. ¿Te vas a te correr para mí?

Su lengua se siente criminalmente bien moviéndose contra mis dedos.

—Quiero que dure. —Estar aquí con él significa que mi mundo se llena
de color y luz, lo cual es irónico teniendo en cuenta que me está follando el
hombre con el corazón más oscuro de Henson.

—Entonces ten otro orgasmo. Y otro más. Córrete tantas veces como
quieras, ángel. No pararé de follarte hasta que seas un desastre bien
mojado.

Me inclino y vuelvo a tocarme, con los ojos clavados en el bello y


amenazador rostro de Tyrant. Me guía a través de mi primer orgasmo,
observando cómo mis dedos rodean mi clítoris mientras su gruesa polla entra
y sale de mí.

—Ángel, cuando no estoy contigo, pienso constantemente en


enterrarme en tu apretado terciopelo rosa. ¿Gritarás si entro por tu ventana
por la noche y te follo mientras duermes? Probablemente lo harás. Eres muy
gritona, así que tendré que amordazarte primero. Si el bebé no se hace esta
vez, te follaré mientras estás inconsciente y no puedes detenerme.

Jadeo y retiro los dedos, pero aun así voy a correrme. No debería
animarlo hablar así corriéndome, porque entonces podría hacerlo de
verdad, y realmente no podré pensar en anticonceptivos si estoy
inconsciente.

Pero es demasiado tarde, y no puedo hacer nada para detener lo


que está a punto de suceder. Mi coño se aprieta contra la gruesa polla de
Tyrant. Mi espalda se arquea y mi sangre se recalienta de placer. Me folla
durante mi orgasmo, que apenas empieza a desvanecerse cuando otro se
apodera de mí, esta vez más profundo y fuerte.

—Puedo sentirte, ángel. Esa es mi chica. Ordeña mi polla —gime.

Mis clímax se producen seguidos que no sé dónde acaba uno y


empieza otro. Lo siguiente que sé es que estoy gritando su nombre y
arañándole los hombros, pidiendo más. Fóllame más. Fóllame más fuerte.
Tyrant apoya ambas manos a ambos lados de mi cabeza y me
embiste.

—Jesús, mierda, Vivienne. Me voy a correr.

—Por favor, Tyrant —gimo.

Una sonrisa malvada se dibuja en su cara, y estoy demasiado lejos


para darme cuenta de por qué me mira así.

Entonces me acuerdo.

A todos se les meterá en la cabeza cuando mi bebé empiece a


crecer en tu vientre.

—Espera. Córrete afuera. Sácalo.

Tyrant sigue sus embestidas con largos golpes de su polla. Su


respiración es agitada y sus mejillas enrojecen.

—¿Alguna vez me he corrido afuera?

No pensaba con claridad esas otras veces. Nunca pienso con


claridad cerca de Tyrant. La claridad llega horas después de que él se haya
ido, trayendo a su mejor amiga, Verguenza. Entonces aparece Sentido
Común con un gran suspiro y me dice que vaya a buscar un Plan B.

—No, pero...

—Quédate quieta mientras te hago a mi bebé.

Intento moverme con todas mis fuerzas, pero él no me deja. Me


empuja el otro muslo hacia el pecho y abre más las piernas, profundizando
sus caricias. Alargo las manos para apoyarme en los asientos de cuero. Va
hacerlo de verdad. Los músculos de su vientre se ondulan bajo sus tatuajes.
Su respiración es agitada. Un mechón de cabello rubio le cae sobre la frente.
Su aspecto es magnífico.

—Oh, joder, sí, ángel —gime Tyrant, con los ojos medio cerrados.
Apenas se retira antes de empujar duro y profundo de nuevo—. Eso es. Mi.
Buena. Chica. —Enfatiza cada palabra con otro empujón.

Termina con un lujurioso gemido y llega tan dentro de mí que me


aprieta el cuello del útero. Tengo una sensación pesada y líquida dentro de
mí, y me pregunto si se ha estado reservando y no se ha masturbado solo
para este momento.
Las ventanillas del auto están empañadas a nuestro alrededor. El aire
huele a sexo. Tyrant me rodea con sus brazos y me aprieta. Luego se medio
sienta y me sonríe perezosamente.

—¿Qué tipo de diamante quieres en tu dedo?

Lo fulmino con la mirada.

—¿Rosa? ¿Amarillo? ¿Qué tal una esmeralda? Una que haga juego
con tus ojos. ¿Sabes qué es lo más sexy? Mujeres con vestidos de novia largos
y blancos con una barriguita de embarazada.

—Suéltame.

Tyrant me mira los pezones. Parecen pequeñas invitaciones rosas


asomando así por encima de mi sujetador. Él también debe pensar lo mismo,
porque se apoya en los codos y se mete uno en la boca.

—Dale un minuto.

—¿Darte un minuto para qué?

Tyrant arrastra sus caderas hacia atrás un centímetro y empuja su polla


dentro de mí otra vez. Con mi pezón aún en su boca, dice:

—Quiero estar seguro de que estás embarazada.

El pánico y el deseo se apoderan de mí.

—Soy estudiante de segundo curso. Tengo diecinueve años —le digo.

Tyrant vuelve a chuparme el pezón.

—Mm. Bonita y fértil.

—Y tú eres... espera, ni siquiera sé cuántos años tienes.

—Treinta y cuatro.

Jesús. Quince años mayor que yo, un criminal empedernido, y su polla


sigue alojada dentro de mí. Estoy tomando grandes decisiones en la vida.

—Seguro que ya tienes una familia escondida en algún sitio —le


acuso—. ¿Es eso cierto? ¿Soy tu parte del pastel?

Mueve la cabeza y me lame los pechos con la lengua.


—Nunca quise una familia hasta que te vi con un bebé en brazos.
Joder, eso me hizo algo —jadea, subiendo por mi cuerpo hasta capturar mi
boca con la suya.

Me ablando bajo su beso hambriento, preguntándome si es verdad.


¿He hecho que este hombre peligroso de repente quiera una familia? La
idea me agito el estómago.

Una voz que suena sospechosamente a Sentido Común suelta: ¿Así


que vas a tener su bebé? ¿Alguien que es un ramillete de banderas rojas
viviendo una vida hecha de banderas rojas?

Lentamente, Tyrant sale de mí, admirando la visión de su polla, aún


dura, goteando con mi humedad y con su semen. Recoge todo el líquido
de su polla con el pulgar y el índice, toda la humedad que gotea por mi
coño, y la vuelve a meter en mí, despacio y con cuidado. Observo su cara
con asombro. Su expresión es dura y decidida. Se vuelve a meter en los
pantalones, se los sube y se recuesta cómodamente en el asiento de cuero,
sin dejar de sujetarme con la mano.

—Quédate boca arriba, ángel. Quiero que te llenes de mi semen unos


minutos más.

Mis mejillas se calientan y soy hiperconsciente de los ojos de Tyrant


sobre mi cuerpo desnudo. Me acaricia el cabello con sus dedos, me pasa
las piernas por encima de los muslos y me agarra cómodamente los tobillos
con una de sus grandes manos.

Resignándome a darle a Tyrant lo que quiere por ahora y arreglar este


desastre más tarde, dejo caer la cabeza sobre el asiento de cuero. ¿Cómo
se ha vuelto mi vida tan loca?

Vergüenza ha vagado después de Sentido Común para añadir sus


dos centavos. ¿Cómo puede un hombre como él querer para siempre a un
desastre sin remedio como tú? No eres más que un contenedor de semen
para él. Dice que va a disparar su carga dentro de ti, y tú solo abres las
piernas.

Me subo las copas del sujetador por encima de los pezones y busco
mi blusa rota y ensangrentada. Al levantarla, veo que está completamente
estropeada.

—Era especial para ti, ¿verdad? —pregunta Tyrant.

Asiento, pero me siento patética por estar triste por una blusa. Una
niña enfadada porque alguien ha pisado su proyecto de arte.
—Lo siento, ángel. —Tyrant suena como si realmente lo sintiera.

Mete la mano detrás del asiento, abre la cremallera de un bolso y


saca una camiseta negra del tipo que los hombres musculosos suelen llevar
al gimnasio. Se la pone, y hace un excelente trabajo mostrando sus músculos
y los tatuajes de sus hombros y bíceps. Tyrant es sin duda uno de esos
hombres musculosos.

—Me pondré esto. Puedes llevar mi camisa a casa.

Lo saca de la chaqueta y me lo da. Mis dedos curiosos acarician la


tela, analizando el número de hilos. Los materiales. Parece muy nuevo y
caro. Tyrant sigue acariciándome el cabello mientras estudio la prenda. Su
pulgar me acaricia el tobillo.

Me encanta que se compre buenas camisas. Alguien tan guapo


como él debe llevar ropa que complemente su aspecto exuberante. No me
importa la marca ni el diseñador, pero adoro el perfecto pespunte de los
hombros. Los botones negros. La hermosa sastrería.

Cuando levanto la vista, Tyrant sonríe. Por un momento creo que se


está riendo de mí, pero, aunque le divierte que estudie su camisa tan de
cerca, sus ojos son amables.

—Me estoy poniendo celoso de mi camisa, ángel. Ojalá me admiraras


la mitad de eso.

Me siento, me pongo la camisa y me la abrocho. Lo admiro mil veces


más que a esta camisa, que constituye el noventa y nueve por ciento de mis
problemas. La camisa de Tyrant sienta tan bien como parece, y huele igual
que él. Un aroma frío, penetrante y peligroso. Cuchillas de afeitar y viento
helado de una montaña boscosa, cubierto de bayas oscuras. La camisa me
queda enorme y me remango los puños hasta las muñecas.

Justo entonces, su semen empieza a salir de mí. Chillo y cruzo las


piernas con fuerza.

Una sonrisa de satisfacción cruza los labios de Tyrant y extiende el


brazo a lo largo del asiento trasero detrás de mí.

—No te preocupes por si se te escapa. Ya deberías estar embarazada.

—Me preocupa tu auto. —El cuero negro está impecable. Es un


crimen ensuciarlo.
—Entonces déjame limpiarte. —Tyrant abre la consola central y saca
unos pañuelos.

Me doy cuenta de que quiere limpiarme él mismo, y trato de tomarlo.

—Puedo hacerlo.

Sostiene los pañuelos fuera de mi alcance.

—Claro que puedes. Pero yo quiero.

¿Él quiere? Nunca nadie quiere cuidar de mí. Solo lo hacen a


regañadientes. Sigo mirándolo estupefacta cuando me rodea la cintura
con un brazo y me sube a sus fuertes muslos, con la espalda apoyada en su
ancho pecho.

Sus labios están contra mi oreja.

—Abre las piernas para mí.

Con cautela, hago lo que me dicen.

Me abre con los dedos y me frota lentamente con los pañuelos. Mis
pestañas se agitan y respiro hondo. Esto me parece incluso más íntimo que
tener sexo con él.

Cuando retira la mano, ambos vemos que tiene una mancha de


semen en el dedo corazón. Me lo acerca a los labios.

—Chúpalo.

Abro la boca y él introduce su dedo. Mis labios se cierran en torno a él


y lo saboreo, almizclado y dulce. Me mira con atención mientras mis ojos
están medio cerrados.

—¿Has pensado en tener mi polla en tu boca, ángel? —murmura


roncamente, con su aliento caliente en mi oído—. Creo que te sentirías de
maravilla con la boca llena de mí. Mira lo relajada que te pones solo con mi
dedo.

Nos quedamos sentados así mucho rato, mi cuerpo caliente y líquido


entre sus brazos mientras me folla la boca con el dedo. Quiero dormirme así.
Quiero que me abrace toda la noche mientras me mete el dedo en la boca.
Su otra mano me acaricia el vientre, tan grande y cálido, mientras me
abraza. Me dejo llevar por pensamientos cálidos y relajados.
Al final, me doy cuenta de que he estado abrazada a él durante un
tiempo vergonzosamente largo y casi me quedo dormida. Me quito el dedo
de la boca y me incorporo.

—Perdona. Debes de querer irte. Voy por mis cosas.

—No quiero estar en ningún sitio más que aquí.

Encuentro mi ropa interior y me la subo por las piernas, sin mirarlo.

—Uno de estos días, te haré creer que ansío cuidarte, ángel.

Un día de estos, mi cerebro no sufrirá un cortocircuito al ver al Tyrant


Mercer. Ese día no puede llegar lo suficientemente pronto.

Una vez vestida, con la camisa de Tyrant metida dentro de la falda


plisada, pongo la mano en el pomo de la puerta.

—No tienes que preocuparte de que tu perversión se convierta en


algo real. Iré arreglar esto como hice las otras veces.

Los ojos de Tyrant se entrecierran.

—¿Perdón?

—Voy a la farmacia a reparar nuestro error. —Tendré que enfrentarme


de nuevo a la mirada crítica del farmacéutico. Creo que esta vez iré a otro
sitio para no ponerme enferma por la vergüenza.

—¿Qué quieres decir, como hiciste las otras veces? ¿Tomaste el Plan
B?

—Por supuesto que tomé el Plan B —le digo, con la confusión


creciendo en mi pecho.

Tyrant se pasa las manos por el cabello y maldice en voz alta, con la
ira brillando en sus ojos.

La gente no quiere estar atada a ti después de conseguir lo que


quieren. Todas las cosas que dijo e hizo hace un momento eran solo charla
sexual. ¿No es así?

Por la expresión de indignación en la cara de Tyrant, empiezo a


cuestionarlo.

Tyrant se acerca hasta que me aprieta contra la puerta.


—Escucha muy atentamente, Vivienne. Si vas a un médico o a una
farmacia, si siquiera miras una píldora del Plan B, lo sabré, y me enfadaré
mucho contigo.
4

Vivienne se queda con la boca abierta.

—Mi vida es un desastre. Yo soy un desastre. Quedarme embarazada


es lo último que necesito.

Es exactamente lo que necesita porque una vez que tenga a mi bebé


en su vientre, empezará a correr hacia mí en lugar de alejarse. Soy el único
hombre que puede protegerla, amarla y darle todo lo que le falta.

—Entonces no deberías haberme dejado verte con un bebé en


brazos. —Bajo la ventanilla y llamo a gritos a Liam. Un momento después, se
sube al asiento del conductor—. Llévanos al dormitorio de la señorita Stone.

—Sí, señor.

Mientras conducimos, Vivienne se aparta de mí en el asiento y se


abraza a sí misma. Empieza a llover y las gotas golpean las ventanillas. Todo
es oscuridad ahí afuera, iluminada de vez en cuando por las farolas. La zona
que rodea la Universidad de Henson es tenebrosamente gótica, con alguna
cafetería y librería de segunda mano cerradas por la noche.

Cuando llegamos a su dormitorio, intenta salir del auto sin despedirse.

La agarro del brazo bueno y tiro de ella hacia mí.

—Dale a tu novio un beso de buenas noches —gruño las palabras


como una amenaza.

—Tú no eres mi...

Golpeo su boca con la mía. Tiene razón, no soy su novio. Soy su


amante. Su acosador. Su obsesionado futuro esposo y el padre de sus hijos.
Soy el único al que le importa, pero no debería ser el único. ¿Cómo carajo
se atreven las otras personas de su vida a descuidarla tanto y hacerla tan
desgraciada? Ese pensamiento me enfurece tanto que gruño cuando
rompo el beso.

—Entra donde estés a salvo. Hay gente mala en estas calles.

Vivienne me lanza una mirada que dice que lo sabe todo sobre la
gente mala de Henson, y sale de mi auto con los labios y el culo enrojecido,
y las entrañas cubiertas de mi semen. La observo hasta que ha introducido
el código de la puerta y está a salvo dentro de su edificio,

—Estaciona más adelante. Quiero visitar las farmacias de por aquí.


¿Podrías encargarte de que recojan ese cadáver y se deshagan de él
mientras estoy afuera?

—Sí, señor. Y eso ya está hecho, señor.

Liam conduce calle arriba y mi mirada se posa en el asiento del auto.


Vivienne ha dejado una mancha de su humedad y del mío en el cuero.
Sonrío para mis adentros. Esta chica va a estar embarazada y
completamente protegida por mí dentro de poco. Se acabaron los
dormitorios de mierda y los ahorros para comprar material de arte. Liam
puede llevarla en auto a clase, y ella puede tener toda una serie de
habitaciones en mi casa para su creatividad, si eso es lo que quiere. Además
de cuidar a mis hijos. No quiero solo uno. La quiero embarazada casi
constantemente durante cinco años. Eso bastará para empezar, y luego
podré pensar en mimarla un poco más.

Liam se detiene junto a una farmacia y, silbando para mis adentros,


salgo del auto. Está oscuro, la temperatura ha descendido y no veo a nadie
más, excepto al joven que está detrás del mostrador.

Dentro, me acerco al mostrador con las manos en los bolsillos y la


postura relajada. Siempre me siento tan bien después de follarme a
Vivienne. ¿La forma en que esa chica se corre en mi polla? Me vuelve
adicto. ¿Sabiendo que está a salvo en su habitación llena de mi semen?
Aún mejor.

—Plan B, por favor —le digo al joven farmacéutico. Oliver (en la


etiqueta con su nombre dice Oliver) tiene manchas en las mejillas y la luz
verdosa del neón no le hace ningún favor a su cutis. Por su aspecto, debe
de haberse graduado hace unos seis minutos.

Oliver me mira aburrido. De repente, su expresión se transforma en


sorpresa y luego en miedo cuando sus ojos recorren mi cara sonriente, mi
cabello peinado hacia atrás y mis brazos y pecho tatuados en la camiseta
de gimnasia.

Oliver traga saliva.

—¿Cuánto hace que tu pareja y tú tuvieron sexo sin protección?

Miro el reloj.

—Hace unos quince minutos.

El farmacéutico me mira algo en la garganta. Lo toco con los dedos


y veo sangre seca.

—Oh, ¿esto? No es su sangre. Al menos no toda. No te preocupes,


estoy limpiando las cosas. —Mi sonrisa se ensancha—. No quisiera que
Henson tuviera mala reputación.

Una pequeña broma entre él y yo.

El farmacéutico no se ríe.

Bromeo, pero sin mí, Henson estaría en serios problemas. El Alcalde de


esta ciudad es corrupto, y la policía también. Los policías están tan
ocupados aceptando sobornos y limpiando el culo a los hombres que se
supone que están al mando, que no tienen tiempo de mantener a raya a
los ladrones de autos, los traficantes de drogas y los atracadores, ni de
ocuparse de los psicópatas, asesinos en serie y violadores que se sienten
atraídos por Henson porque creen que aquí encontrarán una presa fácil.

Mantengo organizado el crimen en Henson. Si no fuera por mí, las


cosas serían un caos, pero ¿se me agradece mi servicio? Por supuesto que
no. Todos me temen.

Que es exactamente lo que quiero de ellos.

El farmacéutico mira fijamente su teclado.

—¿Su pareja ha tomado Plan B antes?

Mi sonrisa se ensancha.

—No es mi pareja. Todavía. Por alguna razón, esta cosita tan dulce
parece tenerme miedo. ¿Tienes algún consejo sobre citas?

Oliver murmura.
—Lo siento, no soy bueno con las chicas. Tienes... sangre en la boca.

Me paso la lengua por los dientes, recordando el sabor dulce y


metálico de la sangre de Vivienne y la expresión de asombro en sus ojos
cuando la lamí y la tragué. Lo que le dije hace semanas iba en serio. Su
sangre es solo para mí.

—¿Sin consejos? Solo el Plan B, entonces.

Oliver coloca el paquete en la encimera delante de mí y lo miro con


rabia. Vivienne se ha tomado esta puta pastilla varias veces a mis espaldas.
Lo tomo y lo aplasto en un puño, y el pastillero de plástico que hay dentro
estalla y se rompe. Destruyéndola por completo y convirtiéndola en polvo.

Lo dejo caer de nuevo sobre el mostrador.

—Gracias. Ahora dame todo tu stock.

Oliver me mira confuso.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque yo lo digo.

El farmacéutico duda, pero solo una fracción de segundo antes de


darse la vuelta, sacar una caja llena de paquetes de pastillas y la coloca
sobre el mostrador.

—¿Cuánto tardarás en reponerlos? —pregunto, tirando el paquete


destruido en la caja y poniéndolo todo bajo el brazo.

—Alrededor de una semana.

Será demasiado tarde para que Vivienne tome la píldora del día
después. Perfecto. Saco la cartera, dejo un montón de billetes en el
mostrador y me doy la vuelta.

El joven farmacéutico no puede evitar que su desaprobación


profesional se refleje en su voz al gritar tras de mí:

—Existen métodos anticonceptivos más seguros y eficaces si usted y


su pareja desean evitar el embarazo.

—¿Prevenir el embarazo? Ella no va a tomar estos. Las estoy


quemando. —Me doy la vuelta, rebusco en el bolsillo una copia de la foto
universitaria de Vivienne y la pongo sobre el mostrador—. Si esta joven viene
aquí buscando anticonceptivos, dile que no tienes nada que venderle. No
puedes ayudarla. No hay píldoras anticonceptivas. Ni preservativos. Ni
espermicida. A menos que... —Le hago señas al hombre para que se
acerque y se inclina hacia mí—. A menos que la próxima vez quieras que me
cubra con tu sangre.

El farmacéutico se echa hacia atrás y sacude rápidamente la


cabeza.

Sonrío al joven.

—No lo creía.

Hay un puesto junto a la puerta con una serie de caras de dibujos


animados que van de la tristeza a la alegría y la pregunta: ¿Cómo ha sido
su experiencia hoy?

Apuñalo la cara sonriente verde con el dedo al salir.

—Excelente servicio al cliente. Que tengas una buena noche, Oliver.

Visito cinco farmacias de la universidad y me voy a dormir. Cuando


vuelvo al auto, meto media docena de bolsas llenas de pastillas del Plan B
en el maletero. Espero que ninguna pareja joven se equivoque en los
dormitorios de los alrededores de la Universidad de Henson durante la
próxima semana, o sus bebés serán cortesía de Tyrant Mercer.

Mientras subo al asiento trasero, mi noche sigue mejorando. Todavía


puedo oler el sexo que tuve con Vivienne, y recibo un mensaje de texto de
uno de mis ejecutores que llevo meses esperando.

Situado Lucas Jones. Yancy Street sótano.

El jodido Lucas Jones, el pedazo de mierda que me moría por tener


en mis manos desde hace meses. Aprieto el teléfono en señal de victoria y
luego escribo una respuesta rápida, diciéndole a mi hombre que ha hecho
un puto buen trabajo y que habrá veinte mil más en su paga de este mes.

Liam espera expectante en el asiento del conductor mis instrucciones.

—Llévame al club de la calle Yancy.


—Sí, señor. —Arranca el todoterreno y da media vuelta, dirigiéndose
hacia el lado oeste de Henson.

No puedo evitar mi sonrisa malévola mientras me acomodo en el


asiento.

—Matteo encontró a Lucas Jones.

—Es una noticia maravillosa, señor.

Quince minutos más tarde llegamos a una calle en la que hay un taller
de reparación de automóviles, un almacén de material eléctrico y una
cafetería cerrada por la noche. Entre la cafetería y el almacén hay una
puerta metálica pesada y anodina, arañada y abollada por el paso de los
clientes.

El club de la calle Yancy fue el tercero que abrí, a los veintiún años.
Fue mi cuartel general durante años, antes de que se trasladaran al club de
la avenida Larch, más lujoso, pero sigo teniendo mucho cariño a este lugar,
y las habitaciones del sótano están en uso constante. No me gusta derramar
cantidades excesivas de sangre en el club de la avenida Larch. Es una
mierda quitarla de las caras alfombras. ¿Pero el suelo de hormigón de aquí?
Unos cuantos cubos de agua regados por encima y es como si nadie
hubiera muerto.

Al acercarme a la puerta metálica, el portero de adentro me ve a


través de la mirilla y me abre.

—Buenas noches, Señor Mercer.

En el pasillo se oye música, conversaciones y risas. Oficialmente, este


lugar es un bar regentado legalmente, pero son las salas de juego ilegales
que hay más allá las que hacen dinero. Aquí la gente gana y pierde
decenas de miles de dólares cada noche. La mayoría pierde, ya que todo
el mundo sabe que las cosas se ponderan a favor de la casa. Gente como
el padre de Vivienne. Fue en este club donde arruinó a su familia, y por eso
conocí a mi amada.

Entonces descubrí todo el dolor que llevaba en la piel por culpa de su


familia.

Y un hombre llamado Lucas Jones.

Abajo, a través de una puerta cerrada, el sótano está en penumbra y


en silencio, aparte de un goteo constante que resuena en el hormigón y el
zumbido y parpadeo de una vieja bombilla de neón. Jones está atado a
una silla en medio de la habitación, golpeado, ensangrentado y vestido con
una camiseta hecha jirones. El cabello arenoso le cae sobre los ojos. Levanta
la cabeza y mira a través de ella cuando me oye acercarme entre las
sombras.

—¿Quién está ahí? —dice con voz temblorosa.

Me acerco a la luz y se queda con la boca abierta. Se echa hacia


atrás en la silla, sacudiendo la cabeza.

—No, por favor. Por favor.

No nos conocemos. Ni siquiera le he dicho por qué está aquí. Parece


que le remuerde la conciencia porque verme ha confirmado sus peores
temores.

Va a morir esta noche, y va a ser doloroso.

Me tomo mi tiempo, me quito la chaqueta y la cuelgo de un gancho.


En el suelo hay una pesada cadena cuyos eslabones son casi del tamaño
de mis puños. La tomo y empiezo a girar unos metros con la mano derecha,
cada vez más deprisa, hasta que se convierte en un remolino.

Jones gime y sacude la cabeza.

—Por favor, Señor Mercer. Yo no...

Lo primero que quiero es que se calle de una puta vez. Le azoto la


cara con la pesada cadena a tal velocidad que le salen dientes y sangre
por la boca. La cabeza de Jones se desvía hacia un lado y la sangre cae
sobre su regazo mientras gime y solloza.

Disfrutando al verlo tan desdichado por el dolor, paso la cadena


lentamente entre mis dedos y la hago girar de nuevo. No es una de mis
armas típicas, pero es muy satisfactoria en la persona adecuada. La cadena
es lo bastante pesada para infligir mucho daño doloroso, pero no tan brutal
como para matar a mi víctima de un puñado de golpes. Voy alargar esto
tanto como sea posible. Hacerlo sufrir como Vivienne ha sufrido.

Usando la cadena, rompo los brazos y costillas de Jones. Le arranco


una oreja. Le saco un ojo de su órbita. Pensó que podría salirse con la suya
con las cosas que ha hecho en mi ciudad. Cuando le rompo la tibia, me
satisface saber que no volverá a caminar.

Grita cada vez que los pesados eslabones golpean su cuerpo.


Jadeando de dolor, grita:
—¿Por qué haces esto?

No tengo que dar explicaciones a un trozo de carne.

Otro golpe le rompe la nariz y le lacera la mejilla, se tambalea en la


silla y cae de costado. El dolor le hace perder el conocimiento durante unos
minutos, pierde el control y se orina en el suelo. Cuando se despierta, estoy
a su lado con la cadena ensangrentada en las manos. Llora por su mami.
Patético.

Con su aliento agonizante y gorgoteante, susurra:

—¿Una de ellas era tu hija? ¿Tu novia?

Me paro sobre su garganta y me inclino hacia él.

—Es la madre de mis hijos. Púdrete en el infierno, pedazo de mierda.


Reza para que yo no muera demasiado pronto, porque cuando te siga
hasta allí, voy a desgarrar tu alma en pequeños y dolorosos pedacitos
mientras gritas de agonía por el resto de la eternidad.

Levanto la cadena, la hago girar de nuevo y la golpeo contra su


cráneo.

Lentamente, la luz se apaga del ojo bueno que le queda. Estoy


cubierto de sudor y sangre. Normalmente, ver morir a mis enemigos me
levanta el ánimo para el resto del día, pero no siento más que un odio
hirviente hacia el cadáver que yace en el suelo de hormigón.

No es suficiente.

No puedo deshacer lo que ya está hecho, y eso es una agonía.

—Liam —grito, y tiro la cadena a un lado.

Liam entra en la habitación con una palangana de agua y una toalla


sobre el brazo, y yo me lavo las manos y la cara. El agua se tiñe rápidamente
de rojo. ¿Le cuento esto a Vivienne o no? Cuando estemos juntos, con mi
anillo en su dedo, mi bebé en su vientre y el resto de mi plan en su lugar, se
lo contaré. Mi feroz y dulce chica dejará atrás el pasado y estará preparada
para nuestro futuro.

Sonrío con satisfacción cuando recuerdo que mi bebé podría estar ya


en su vientre.
—Alan Merrick está en el club esta noche y desea reunirse
con usted —anuncia Liam.

Me sacudo el agua ensangrentada de los dedos y me los paso por el


cabello. Merrick. Merrick. Ah, sí, uno de los miembros del consejo municipal.
Dudo que me interese lo que tiene que decir, pero no estoy demasiado
ocupado para mandarlo a la mierda.

Arriba, en el bar principal, tomo asiento en mi mesa habitual y el


camarero me trae un whisky. No han pasado ni tres minutos cuando un
hombre con traje gris y corbata azul barata intenta acercarse, pero un
portero se interpone en su camino. Alan Merrick me dedica una sonrisa
esperanzada.

Inclino la cabeza y el portero lo deja pasar. Cuando se acerca y me


ve en la penumbra, su sonrisa aduladora vacila.

Me miro en el espejo frente a mi mesa. Llevo puesta mi camiseta negra


de gimnasia. Tengo salpicaduras de sangre en la garganta y los brazos. El
humo del cigarro se enrosca alrededor de mi cara ensangrentada. Sonrío a
mi reflejo. A la gente le hace bien recordar que siempre estoy dispuesto a
ensuciarme las manos.

Merrick se aclara la garganta.

—¿Lo he atrapado en mal momento, Señor Mercer?

Golpeo mi cigarro en el borde de un cenicero.

—Me la he pasado muy bien. —Le señalo una silla y se sienta.

El concejal no pierde tiempo en ir al grano.

—¿Está pensando en casarse, Señor Mercer?

Mi sonrisa se ensancha al recordar cómo empujaba profundamente


dentro de Vivienne mientras ella alcanzaba el clímax sobre mi polla.

Un maldito diamante enorme. Ese será su anillo de compromiso.

—Pues, de hecho, sí

Su expresión se ilumina.
—Es maravilloso, porque tengo la mujer perfecta para ti. —Se lanza a
cantar las alabanzas de alguna de sus hijas, pero la sonrisa se me ha borrado
de la cara y ya no lo escucho.

—...y si le gusta como suena, puedo arreglar que se conozcan. ¿Qué


le parece, Señor Mercer?

Fue un error que se sentara a mi mesa y me hablara como si Vivienne


Stone no existiera.

—Cualquier familia que me quiera como yerno debe estar loca. —Le
doy una calada a mi cigarro y dejo que el humo se enrosque en mis
labios—. O desesperada.

Merrick suelta una risita desdeñosa.

—No hay desesperación, Señor Mercer. Soy un hombre ambicioso.


Estoy seguro de que puede entenderlo, dado lo parecidos que somos.

Él y yo no nos parecemos en nada. Construí todo lo que tengo con mis


propias manos ensangrentadas. Parece que espera robar poder para sí
mismo a través de los votos matrimoniales y el futuro de su hija.

—Quieres ser Alcalde —supongo, examinando mi cigarro.

Merrick se alisa la corbata con una modesta sonrisa.

—Mis únicas aspiraciones son servir al pueblo de Henson.

Ni siquiera puede ser honesto sobre una simple pregunta de mierda.

—¿Y cómo se supone que voy a ayudarte a convertirte


en Alcalde? —Cuando abre la boca para protestar, le apunto con mi
cigarro—. No me hagas perder el tiempo. Sé sincero conmigo o vete a la
mierda.

Merrick se aclara la garganta y asiente.

—Tienes negocios legítimos. Yo tengo intereses comerciales legítimos.


Podemos ayudarnos mutuamente. Podemos estrechar lazos. Mi hija mayor
tiene diecinueve años y es muy hermosa.

Me tiende el teléfono. No miro la pantalla, aunque es de suponer que


muestra una imagen de su hija.

—No me interesa —le digo tajante.


—Pero usted debe querer una familia, Señor Mercer. ¿Un hombre de
su edad sin hijos? No vivirá para siempre.

Hasta hace poco, me habría reído en su cara. Todos estos años,


nunca he querido una familia. Mi propio padre desapareció cuando yo
tenía catorce años, vació las cuentas bancarias y nos dejó en la indigencia.
Nos quedamos solos, mi luchadora madre, cuatro hermanos pequeños y yo.
Mamá no podía trabajar por las voces de su cabeza, así que perdimos
nuestra casa y nos mudamos a un parque de caravanas helado e infestado
de ratas y escoria humana. Encontré trabajo como repartidor y luego como
matón en la banda que dirigía el lado oscuro de Henson. Lo hice tan bien
que a los dieciocho años tomé el mando en un violento golpe con un grupo
de hombres leales a mis espaldas. Desde entonces, dos de mis hermanos se
casaron. Uno trabaja en la construcción y el otro en el sector inmobiliario.
Una de mis hermanas es actriz y la otra gestiona mis finanzas. Me ensucié las
manos para que ellos no tuvieran que hacerlo.

A lo largo de los últimos veinte años, nunca quise tener una familia
porque ya había criado una.

Todo este tiempo he sido yo mismo, y una mujer y unos niños solo me
habrían frenado. Las mujeres siempre están llorando y odian la visión de la
sangre y la violencia. Entonces conocí a Vivienne, una mujer que agarra los
cuchillos por el filo y puede ser tan feroz como yo y, sin embargo,
dolorosamente inocente al mismo tiempo. Quién iba a decir que esa era mi
criptonita. Yo seguro que no.

Merrick me ofrece su teléfono de nuevo.

—Solo mira una foto de ella. Es preciosa.

Lo golpeo contra la mesa sin mirar la pantalla. Podría estar


mostrándome una orgía de modelos de Victoria's Secret y no me interesaría.
En otras circunstancias, podría haber considerado a la hija de un asesino, de
una ladrona o de una estafadora, pero no voy a intimar con un político. Hay
una maldita línea.

Hago un gesto con la cabeza al portero, en señal de que saque a este


hombre de aquí, y éste avanza hasta colocarse detrás de Merrick. Mi
compañero se pone en pie con expresión de rabia contenida.

—Mi conejita estará devastada. Ella tenía su corazón puesto en


casarse con usted.
Su conejita no es mi problema. No confío en nadie más que en mí
mismo para tomar decisiones sobre mi futuro. Incluso si confiara en algunas
personas, no confiaría en el maldito Alan Merrick.

El asunto de mi matrimonio y mi futuro está resuelto. Tendré a Vivienne


o a nadie.
5

Cuando me despierto por la mañana, miro con nostalgia mi máquina


de coser que se apiña en un rincón de mi minúsculo dormitorio. Trozos de
una blusa de poeta yacen sobre el respaldo de una silla esperando el
momento de coserlos juntos. Son las cinco y media, Carly o Julia golpearán
las paredes y me dirán que pare si oyen el ruido de mi máquina de coser
antes de las siete de la mañana. Tengo suerte de que mis dos únicas amigas
vivan a ambos lados de mi habitación porque, de lo contrario, los dormitorios
se sentirían increíblemente solos, así que hago lo que puedo para no hacer
ruido.

O me tumbo en la cama y pienso en Tyrant Mercer y me preocupo


por estar embarazada, o me levanto y busco una forma de distraerme.

Acabo sentada en el suelo con unos pantalones cortos de pijama


sedosos y una blusa de camisola, cosiendo a mano el dobladillo de una
falda larga de color crema. Es mi prenda favorita. Lo suficientemente
romántica como para sentir que llevo un disfraz, pero no tan extravagante
como para que la gente se me quede mirando y se pregunte si me he
equivocado de camino desde la feria del Renacimiento.

Me duele todo el cuerpo. El antebrazo por el corte del cuchillo. Mis


brazos y hombros donde fueron agarrados y sujetados. Mi núcleo por la
brutal y profunda follada de Tyrant. Es imposible no pensar en Tyrant y en las
cosas que dijo, y mi mano recorre mi vientre. Me imagino llevando esta falda
sobre mi barriga. La tela está cortada al bies, así que tiene algo de
elasticidad. En mi mente, una mano más grande cubre la mía sobre el
vientre. Una mano decorada con tinta y un grueso anillo de plata en el
meñique. Siento una presencia detrás de mí, como si el colchón en el que
estoy apoyada se hubiera convertido en el mismísimo Tyrant, y me lo imagino
dándome un beso tierno en la nuca.

Vuelvo a coser con tanta prisa que me pincho el lateral del índice con
la aguja.
—Ay.

Chupando la gota de sangre que se ha formado, la inquietud se


arremolina en mi vientre al recordar lo que Tyrant me gruñó anoche. Solo
puedes sangrar por mí. Aquí estoy rompiendo sus reglas otra vez.

No tiene por qué saberlo, es imposible que se entere y, sin embargo,


romper esa regla vuelve a disparar mi ansiedad. Tomo el móvil, escribo un
mensaje y lo envío. No espero una respuesta a las seis de la mañana, pero
llega casi de inmediato.

Yo: Estoy sangrando.

Tyrant: Voy en camino a los dormitorios.

Yo: Espera. Fue un accidente. Me pinche con una aguja de coser.

Tyrant: Muéstrame.

Hago una foto de la pequeña herida y se la envío. Su respuesta llega


un momento después.

Tyrant: Buena chica por decírmelo.

Tyrant: Mala chica por ir a una farmacia anoche. Voy a castigarte por eso.

Mis ojos se abren ampliamente. ¿Tyrant lo sabe? ¿Cómo puede


saberlo? Cuando volví a salir a las once y media, las calles estaban desiertas.
Estaba segura de que nadie me observaba cuando entré en la farmacia
nocturna. El farmacéutico no me ayudó. Afirmó que se habían agotado las
existencias de Plan B. ¿Quién se queda sin Plan B en un distrito universitario
donde los jóvenes cometen errores constantemente?

Ahora que lo pienso, el farmacéutico estaba sudando. De repente me


doy cuenta de quién probablemente compró todas las pastillas del Plan B.

Leo el mensaje de Tyrant y siento una emoción. Voy a castigarte por


eso. Él sabe lo que anhelo. Un poco de dolor para igualarme. Anoche me
palpitaba el brazo, pero fue él quien me puso sobre sus rodillas y me azotó,
lo que me proporcionó la pura dicha del alivio y me hizo lo bastante valiente
como para revelar mi repulsivo cuerpo lleno de cicatrices. Ojalá hubiera una
forma de explicar a mi familia que Tyrant es el único hombre lo bastante
monstruoso como para ver más allá de mi fealdad. Si supieran que he
hablado con él, me prohibirían volver a ver a Barlow. Si descubrieran que
está intentando dejarme embarazada... me estremezco al pensar lo que
haría papá.
Alejando ese horrible pensamiento, vuelvo a tomar la costura y me
apoyo en el colchón.

Me gusta estar aquí, en mi pequeña habitación, en silencio y


apartada del mundo. Mientras trabajo, el sol se cuela por el horizonte y brilla
a través de las hojas doradas del enorme árbol viejo que hay junto a mi
ventana. Las pizarras de corcho fijadas a mis paredes están cubiertas de
retazos de tela y dibujos que espero convertir en proyectos de vestuario para
clase o en ropa para ponerme. Sobre mi cama hay una colcha cosida con
docenas de telas diferentes. Dorados pálidos, cremas y morados. Todas son
telas de segunda mano y ropa vieja que he cortado y reutilizado. Nunca
tuve cosas bonitas cuando era pequeña, así que las hago yo. Las cuido. Me
pierdo en ellos mientras mi aguja entra y sale de la tela.

Estoy tan absorta en mi trabajo que no me doy cuenta de lo tarde


que se hace, hasta que miro el móvil y me doy cuenta de que solo tengo
quince minutos para arreglarme y llegar a clase. Doy un grito de sorpresa y
me pongo en pie.

Once minutos más tarde, salgo volando de la residencia mientras me


tapo la cabeza con un jersey de punto vintage. Esta mañana tengo una
tutoría de historia del arte y mi tutora, Colleen, me mira con gesto de dolor
mientras me apresuro a entrar en el aula y encontrar mi sitio.

El año pasado me regañó por no llegar nunca a tiempo a sus clases.


Sin duda está encantada de que haya vuelto para otro semestre más
avanzado.

Nos centraremos en el arte de posguerra durante las próximas


semanas, y mis compañeros y yo observamos cómo muestra fotografías de
cuadros de Lucian Freud, Francis Bacon y Frida Kahlo en la gran pantalla
situada en la parte delantera de la sala.

—¿Qué intenta decir Kahlo con esta obra? —pregunta Colleen a la


clase.

La sala está sumida en su apatía.

Cometo el error de mirar a Colleen a los ojos y ella aprovecha para


castigarme por mi tardanza.

—Vivienne. ¿Qué te parece?

No creo. Lo sé. El cuadro se llama El ciervo herido, y representa a un


ciervo con la cabeza y la cornamenta de Frida Kahlo corriendo por un
bosque. El pecho y el costado del ciervo están atravesados por flechas.
—Nos está diciendo lo que es la vida.

Colleen me da ánimos con la cabeza.

—Continúa, por favor. ¿Qué dice Kahlo sobre la vida con esta obra?

Miro las flechas enterradas en el flanco del ciervo. La sangre fluye en


su pelaje, dejando salir el dolor. Demostrando que existe.

—El dolor es la prueba de que estamos vivos.

Espero que Colleen asienta o haga algún comentario anodino antes


de continuar, pero vacila y su expresión se vuelve preocupada. Es la misma
mirada que me dirigió el semestre pasado cuando escribí un ensayo sobre
la violencia implícita en las naturalezas muertas de la fruta. ¿Cómo no voy a
ver sangre en las imágenes de ciruelas abiertas y cuchillos cubiertos de jugo
rojo y pegajoso?

—Se podría argumentar que el dolor no es una prueba de que


estamos vivos. El amor sí —dice Colleen.

La risa me sube por la garganta y me sale por la boca. Esa es buena.


¿El amor nos hace sentir vivos? He sido dolorosamente consciente de que
estoy viva toda mi vida, no amorosamente consciente. Además, ¿cuándo
fue la última vez que mencionamos el amor en este tutorial? Cada pintura
que estudiamos es sobre tragedia, sangre, violencia, desesperación.

En otras palabras, la vida.

Así es como son las cosas, no como fingimos que son en las tarjetas de
cumpleaños o en los anuncios de teléfonos móviles o películas navideñas. Es
la razón por la que estudio historia del arte. Toda la desesperación. Hashtag
relacionable.

Colleen no se ríe conmigo. Tampoco nadie más en clase.

—Oh, lo dices en serio. —Miro a derecha e izquierda y me doy cuenta


de que todos me miran raro. ¿Habré revelado demasiado sobre mí por error?
¿Se está dando cuenta todo el mundo de lo rara que soy? Me abrazo las
costillas con ambos brazos. Siento como si todas mis cicatrices, tan
cuidadosamente ocultas, salieran de repente a la luz. Mi tutora parece más
preocupada que nunca.

—Kahlo pintó El ciervo herido hacia el final de su vida —dice aburrida


una estudiante detrás de mí—. Había sido engañada por su marido y sufría
dolores crónicos por un accidente de autobús cuando era más joven. Era
testigo de la descomposición de su cuerpo envejecido. Las flechas
representan su sufrimiento.

Colleen se apresura a elogiar al alumno por su respuesta, pero no veo


en qué se diferencia significativamente de la mía. ¿La vida es sufrimiento?
Eso es lo que yo dije.

La clase avanza, pero yo sigo dándole vueltas a lo que dijo Colleen


sobre que el amor es la prueba de que estamos vivos. Yo no me sentía muy
amada cuando mi madre me dejaba sola en una casa oscura y vacía
durante horas y días. No hay amor en la oscuridad.

Al final de la clase, Colleen me pide que me quede. Se apoya en el


escritorio y yo permanezco torpemente de pie frente a ella, agarrada a mi
mochila.

—¿Hay algo que te preocupe, Vivienne?

La sonrisa malvada de Tyrant destella ante mis ojos.

—Nada diferente de lo habitual.

Se cruza de brazos y suspira.

—Estoy preocupada por ti. Tus interpretaciones de la intención


artística son cada vez más oscuras.

—¿Estás hablando de El ciervo herido? Era solo una respuesta.

—Todos los ensayos que me has escrito tratan del dolor, o de cómo el
sufrimiento es la única emoción en la que se puede confiar.

La miro con el ceño fruncido.

—Eso no es verdad. Escribí un ensayo sobre la alegría expresada en


Ofelia de Millais.

—Vivienne —suspira Colleen, sonando exasperada—. Tu tesis decía


que era feliz porque estaba a punto de morir. Si llevaras ropa negra y un
delineador de ojos grueso, supondría que eres una romántica torturada o
que estás pasando por una fase nihilista, pero me preocupa que esto sea
algo serio.

No soy una chica gótica, ¿así que va a interferir en mi vida? Eso


parece injusto.
—¿Has pensado en hablar con alguien?

Respondo sin pensar.

—¿Un terapeuta? Pero estoy bien ahora.

Colleen levanta las cejas.

Mierda. Dije que estoy bien ahora. Me acabo de delatar admitiendo


que he tenido problemas en el pasado. El calor y la energía suben por mi
cuerpo. Colleen está intentando crear problemas cuando lo que quiero es
que me dejen en paz. No voy a suicidarme si eso es lo que ella teme. Tengo
muchas metas y planes para el futuro. Nunca corté tan profundo como para
que no haya vuelta atrás.

Fuera de la sala de tutorías, veo a Carly y Julia saludándome por


encima del hombro de Colleen. Había olvidado que íbamos a tomar un
café juntas, pero al instante me siento aliviada por tener un motivo para
irme.

—Lo siento, tengo que irme. —Agarro la correa de mi mochila y salgo


de la habitación. Colleen grita mi nombre, pero la ignoro y camino
rápidamente por el pasillo con mis amigas.

—¿Qué pasa ahí? ¿Tu tutor te está haciendo pasar un


mal rato? —pregunta Carly con el ceño fruncido.

Visiones de cuchillos bailan en mi mente. Recuerdo lo feliz que me


sentí en el cementerio, arrebatándole el cuchillo aquel chico. Ojalá lo
hubiera agarrado y me hubiera abierto la palma de la mano.

Me acomodo el cabello detrás de la oreja.

—No es nada. Simplemente no le gusta mi interpretación de sus


cuadros favoritos. —Forzando una sonrisa y un tono más alegre, añado—:
Ha salido el sol. Sentémonos en la hierba mientras nos tomamos el café.

Durante todo el día, finjo que las miradas interrogantes y críticas de


Colleen no me molestan, pero se aferran a mi cuerpo como una niebla de
la que no puedo desprenderme. Quería saber si algo me preocupaba, y
podría haberle hablado de Tyrant. Podría haberle dicho: Tyrant Mercer me
ha estado metiendo a la fuerza en su auto y follándome hasta dejarme en
carne viva, y nunca estoy segura de haberle dicho que quería que lo hiciera.
A él no le importa si yo quiero que suceda. Eso habría hecho que sus
santurrones ojos se abrieran ampliamente, y lo habría denunciado
inmediatamente a la universidad y a la policía. Pero Tyrant no es el
problema.

Yo soy el problema.

Todo el mundo sabe que las personas desordenadas se juntan como


imanes. Mi lío es mierda de chica triste. El desastre de Tyrant son intestinos y
balas. Se alimenta de mis vulnerabilidades, pero él no las causó. Él es lo único
bueno que mi daño me ha dado. El resto ha sido sangre, dolor, lágrimas y
soledad. Mi desastre me ha dado un hombre hermoso que me sujeta y me
folla duro, ¿y se supone que debo ser una buena chica y abrir mis brazos al
sufrimiento en vez de a él?

El hombre quiere un bebé. Tal vez debería darle uno.

—Chica mala —me susurro a mí misma, subiendo las escaleras hacia


mi dormitorio y sacudiendo la cabeza. Todo el mundo sabe que no hay que
rendirse ante el malo ni un poquito.

—Malvada, malvada niña.

Saco mi cuaderno de dibujo y me siento en el suelo con las piernas


cruzadas. Con lápiz, esbozo la figura de una chica que se parece a mí, solo
que tiene el vientre hinchado de embarazada y los pechos más grandes.
Tiene una mano en el vientre.

El dibujo quedó bien, pero no es perfecto. Le falta algo con lo que he


estado soñando despierta, y añado otra mano más grande sobre la de la
chica. Una mano masculina, tatuada.

Me quedo mirando el dibujo durante unos minutos, luego lo tiro a un


lado y me restriego las manos por la cara. Lo que me haría sentir mejor es
sacar mi cajita y marcarme unos cuantos cortes en la carne. Mientras pienso
en las cuchillas, siento el fantasma de una mano fuerte y tatuada alrededor
de mi garganta, y aprieta con fuerza. A Tyrant no le gustaría encontrar cortes
recientes en mi cuerpo. La única sangre que debo derramar es por él. Me lo
imagino metiéndome la punta de un cuchillo por debajo de la mandíbula
mientras se desabrocha la cremallera, gruñéndome que me quede quieta
o me rajará el cuello. La humedad y el calor surgen entre mis piernas. Mis
dedos se deslizan por mi vientre y se enroscan en la parte interior de mi
muslo, antes de introducirse en mi ropa interior. Gimo y me retuerzo contra
mis dedos.

No tardo mucho en llegar, pero el clímax se siente vacío y yo también.


Lo más frustrante es que sé exactamente a quién estoy echando de menos,
y él no solo me deja satisfecha, sino que me empuja por un precipicio
aterrador y luego me sostiene a salvo entre sus fuertes brazos.

Tyrant no está, así que me meto en la cama, me tapo con las mantas
y cierro los ojos.

Mientras duermo, soy vagamente consciente de la sensación de algo


que se introduce a la fuerza en mi interior. Algo grueso que me estira, y gimo
suavemente mientras mi cerebro soñador me muestra a Tyrant apoyado
sobre mí en el ojo de mi mente. El peligroso hombre que me acecha me está
follando con tanto cuidado en mis sueños.

Tyrant retrocede y empuja más profundamente, sacudiendo mi


cuerpo. Es tan intenso. El placer-dolor es tan agudo y dulce.

Esto es un sueño, ¿verdad? Me levanto entre capas de sueño, con las


pestañas revoloteando. Estoy paralizada por mi cerebro somnoliento, el
fuerte calor y el peso sobre mi cuerpo.

Una voz profunda y ronca murmura por encima de mi cabeza:

—Vuelve a dormirte, ángel. Es solo un sueño.

Solo estoy soñando que la gruesa polla de Tyrant está bombeando


dentro y fuera de mí. Me llena hasta estirarme y luego vuelve a relajarse.
Debe ser porque me quedé dormida masturbándome. Se me cierran los ojos
y vuelvo a quedarme dormida. Soñar con Tyrant, se siente tan bien que mi
respiración se vuelve pesada y un doloroso placer llena mi cuerpo.

Muevo la mandíbula, pero no puedo abrir la boca. Hay algo que me


amordaza. Cuando me retuerzo un poco, intentando apartar las mantas o
lo que sea en mi boca, descubro que no puedo porque tengo las manos
inmovilizadas a la espalda.

Hay jadeos pesados sobre mi cabeza.

—Oh, joder, sí, ángel. Tan apretada. Tan buena chica.

Abro los ojos con dificultad, pero no sé si sigo soñando o no porque


está muy oscuro. Intento decir: ¿Tyrant?, pero me sale: ¿Mm-mm?

—No podía esperar a que estuvieras despierta. Vi este coño y tuve


que empezar a follarte. —Tyrant gime mientras trabaja su polla más
profundamente, y luego da una risa suave y maliciosa—. Después de
quitarte la ropa. Te amordacé. Te até. Con tanta gente en este edificio, no
podía dejarte gritar. Todos correrían ayudarte antes de que acabara
contigo.

Me retuerzo contra mis ataduras. Froto la mejilla contra la almohada


para quitarme la mordaza de la boca. No funciona y no puedo moverme.
Estoy inmovilizada boca abajo con los muslos abiertos. Las rodillas de Tyrant
están entre mis muslos, forzándome abrirme más mientras me clava su polla.
Sus manos están a ambos lados de mi cabeza y mi cuerpo se hunde cada
vez más en el colchón con cada embestida.

Su respiración es cada vez más agitada y me dice al oído:

—Eres tan hermosa, mi putita indefensa. Toda atada y tomando mi


polla.

Sus palabras degradantes me inundan de placer y me derrito sobre el


colchón.

Utilízame. Hazme sentir que mi existencia tiene un sentido, aunque solo


sea como agujero para que me folles. Mi ventana está abierta, y un viento
fresco sopla adentro. Tyrant debe haber trepado al árbol y entrado por la
ventana. Hay cámaras de seguridad por todo el edificio. El hombre
realmente está loco.

Mi cuerpo se funde con las cuerdas que me atan. Siento la mordaza


entre los dientes como si viviera allí. Me pesan los ojos.

Tyrant gime en voz baja al sentir que mi cuerpo se rinde. Me agarra el


cabello con la mano y me aprieta con fuerza brutal.

—Eso es, ángel. Relájate y deja que te folle. Voy a disparar mi carga
tan profundo dentro de ti y mantenerla allí.

Olvidé intentar conseguir otra pastilla del Plan B, y Tyrant está a punto
de correrse dentro de mí una vez más. Cuando me retuerzo y forcejeo, solo
consigue follarme con más fuerza.

—¿Todavía peleando conmigo en esto? No vas a ir a ninguna parte.


Vas a quedarte ahí tumbada, tomando mi polla y pensando en lo mucho
mejor que va a ser tu vida cuando me pertenezcas, total y absolutamente.
He sido misericordioso hasta ahora, Vivienne, y ni siquiera me has dado las
gracias. Ahora he terminado. De. Ser. Misericordioso. —Enfatiza estas
palabras con fuertes embestidas de su polla.

¿Misericordioso? ¿Llama misericordioso a poner mi vida patas arriba?


Mi vida era tranquila antes de que invadiera mi casa y me robara a Barlow.
Ahora es un caos, y me estoy hundiendo más y más en el caos con cada
golpe de su gruesa polla. Mi núcleo arde de placer a su alrededor. Aprieto
y presiono su longitud y, cuando lo siente, emite un gemido victorioso.

—Te encanta que sea cruel contigo, ángel —me dice al oído—. Te
encanta que controle cada pequeña cosa de tu vida. Soy el único que
puede protegerte. Soy el único al que le importas. ¿Sientes mi polla? ¿Sientes
esas ataduras? Estás tan jodidamente protegida.

Tyrant abre más mis rodillas y hunde más su polla, y yo me rompo a su


alrededor.

Cuando llego al clímax, me embiste más rápido y más fuerte que


nunca, haciendo temblar la cama y golpeándola contra la pared. A Tyrant
parece importarle una mierda que lo oigan. Se corre con un brutal envite
de su polla y un gruñido de maldición.

Se queda quieto, pero no se retira, y pasa los dedos por el punto en el


que estamos unidos.

—Tan llena de mí, ángel. Mi polla, mi semen. Precioso.

Me invade una sensación de calor y cierro los ojos.

Tyrant se retira y me abre. Me pasa el pulgar por mis pliegues una y


otra vez, como admirando el espectáculo.

—Oh, joder, sí. Es un coño bien usado. —Luego vuelve a meterse en


mi coño—. No te muevas. Esta vez te voy a dejar embarazada.

En el silencio que sigue, llaman a mi puerta y alguien grita:

—¿Vivienne? ¿Estás bien ahí adentro?

Siento que Tyrant mira hacia la puerta. Esa de ahí es Julia. Si viene aquí
y ve a Tyrant, no será bueno para ella. No sé qué le haría Tyrant a alguien
que intenta impedirle hacer exactamente lo que quiere.

Tyrant engancha un dedo en mi mordaza y la aparta de mi boca.

—Grita pidiendo ayuda si quieres.

Un hombre ha entrado por la fuerza en mi habitación, me ha atado y


ha empezado a follarme mientras dormía. Debería estar gritando por todo
el lugar.
—Estoy bien. Perdón por el ruido —digo, sonando más que un poco
temblorosa y sin aliento—. Solo estaba haciendo algo de yoga.

—De acuerdo. Hablamos luego. —Pasos retroceden por el pasillo.

Tyrant se ríe en voz baja.

—¿Ahora soy yoga?

Sus manos se apoyan a ambos lados de mi cabeza, y observo la


gruesa vena de su brazo y los músculos de su antebrazo flexionándose.

—¿Me devuelves la mordaza, por favor? —Echo de menos la


reconfortante plenitud en mi boca.

—Claro que sí, ángel —murmura con cariño y vuelve a colocar la


mordaza en su sitio. Mis ojos se cierran lentamente. Qué felicidad. Atada,
con la boca llena e inmovilizada por la polla de Tyrant es lo más segura que
me he sentido en mucho tiempo.

—¿Qué es esto?

Abro un ojo al sentir que la cama se mueve. Tyrant se ha inclinado y


ha recogido algo del suelo. Es mi cuaderno de dibujo, que dejé abierto con
el dibujo de mi barriga de embarazada y su mano cubriendo la mía. Aunque
quisiera, no podría arrebatárselo.

—Ángel, esto es jodidamente hermoso —suspira.

Siento la polla de Tyrant hincharse dentro de mí. Suelta el cuaderno y


me agarra por las caderas, penetrándome más profundamente. Ni siquiera
se ha retirado y ya está otra vez. Se apoya en los codos, pasa la mano por
debajo de mi cuerpo y me roza el clítoris con la punta de los dedos.

Con los labios pegados a mi oreja, gime con voz dolorosamente


excitada:

—Voy hacer que todo sea perfecto para ti, ángel. Tú y este bebé van
a tener todo lo que quieran. Todo lo que tienes que hacer es darme tu vida
y tu alma cuando te lo pida. ¿Estás preparada? Nunca me cuestiones.
Nunca dudes de mí. Haz todo lo que te diga y te daré todo lo que quieras.

Gimo contra la mordaza, su voz y sus dedos me llevan de cabeza al


placer.

Tyrant se ríe suavemente y me pasa la lengua por la garganta.


—Claro que lo harás. Eres la niña buena de Tyrant, ¿verdad?

La niña buena de Tyrant está siendo follada indefensamente contra el


colchón. Mi coño se aprieta hambrienta contra su polla. Gimo contra la
mordaza.

Soy tu chica buena.

Soy tu chica buena.

Me encanta ser tuya.

Me folla tan fuerte que mi cama se golpea contra la pared, pero estoy
demasiado ida para que me importe. Que oigan todos. Ya no importa
cuando pertenezco al hombre más peligroso de Henson. Todos se van a
enterar. Todos van a juzgarme. El mundo no puede darme la espalda más
de lo que ya lo ha hecho. Tyrant siempre estará ahí para mí, y él es todo lo
que necesito.

Se me enciende el corazón y grito contra la almohada. Tyrant me


hunde los dientes en el hombro con un gruñido mientras sus embestidas se
vuelven más agudas y urgentes. Un líquido caliente brota entre mis muslos.
Soy un amasijo resbaladizo de mi propia humedad y dos de los clímax de
Tyrant.

Se levanta y mira entre nosotros, respirando con dificultad.

—Deberías verme enterrado dentro de ti, ángel. Estoy cubierto de


nosotros. —Complacido por la visión, me folla lentamente con su polla aún
dura—. Estoy tan dentro de ti. Quiero estar aún más profundo.

Las réplicas de mi orgasmo y sus movimientos me hacen gritar contra


la mordaza mientras escucho los húmedos sonidos de sus embestidas. Me
acaricia el cabello, traza la larga línea de mi columna con el dedo índice y
se acerca a mí para apretarme los pechos.

—Toda mía —susurra—. No hagas nada que me enfade, y siempre


será así, ángel.

Abro un ojo y enarco una ceja interrogante. ¿Enfadarlo cómo?

—Exacto. Ni siquiera sabrías cómo. Eso debería bastar. —Se retira,


suelta un poco las ataduras de las muñecas y la mordaza de la boca, y me
cubre con una manta. Inclinándose sobre mí, me susurra al oído—: Si hubiera
sabido que era tan fácil entrar aquí y follarte mientras duermes, lo habría
hecho hace meses.
Me recorre un estremecimiento ilícito al preguntarme si hará lo mismo
esta noche. La noche siguiente. Y la noche siguiente.

—Te llevará unos minutos desatarte. Túmbate ahí y piensa en mí y en


nuestro bebé, ángel. Estaré dentro de ti todo el día.

Oigo un ruido detrás de mí, en la ventana, y luego se ha ido.


6

El sábado por la mañana me despierto con un susto que, para variar,


no tiene nada que ver con Tyrant. El baile de disfraces de la universidad es
dentro de una semana, y yo «una estudiante de diseño de vestuario» no
tengo disfraz que ponerme.

Tiro las mantas a un lado y me apresuro a recoger mi cuaderno de


dibujo, aliviada por tener algo urgente con lo que distraerme todo el fin de
semana. Elegir un diseño, encontrar o crear un patrón, comprar la tela, coser
y confeccionar el vestido.

El baile es para celebrar los ciento cincuenta años de la Universidad


Henson. El Departamento de Artes Escénicas dirige el comité, así que, por
supuesto, el baile es una mascarada, y el salón de baile estará decorado
suntuosamente para la ocasión. Parte de la universidad es una antigua
mansión del siglo XIX, y tiene un auténtico salón de baile donde imagino que
las debutantes daban sus primeras vueltas esperanzadas por la pista de
baile.

Hace meses que sé lo del baile, pero no sé qué ponerme. Sé que


muchas chicas han alquilado vestidos de fiesta espumosos con aros o han
comprado en Internet trajes ajustados, colas y orejas. Muchos de los chicos
llevarán esmoquin, capas del Zorro o sus disfraces de Halloween.

Paso las páginas de mi cuaderno de bocetos, rogando en silencio que


llegue la inspiración. Esto es lo único que debería poder manejar con
facilidad y, sin embargo, mi ansiedad se duplica por momentos.

Miro con miedo y anhelo el lugar donde se esconde mi cajita de dolor


y libertad.

Sacudo la cabeza y miro con determinación las páginas del cuaderno


de bocetos. No necesito hacerlo. Hace mucho tiempo que no lo hago. No
necesito volver hacerlo nunca más y, sin embargo, no he tirado la caja. Por
alguna razón, no puedo llevar la caja al contenedor de atrás y tirarla. Alguna
compulsión siempre me detiene y me susurra: ¿Seguro que quieres hacerlo?

Deberías quedártelo.

Por si acaso.

Mi mirada se posa en el ángel llorón de piedra que estaba dibujando


el domingo pasado antes de que me atacaran en el cementerio. Casi he
terminado el dibujo, y el ángel destaca con un delicado lápiz gris sobre la
página blanca. Incluso he incluido el nombre que está tallado en el ataúd
de piedra. Cecelia Henson, la hija del fundador de la Universidad Henson.
Murió trágicamente a los veinte años y se dice que su familia nunca superó
la pérdida. Encargaron el ángel de piedra para llorar perpetuamente la
pérdida de su hija.

Paso los dedos por encima de la foto, envidiando a Cecilia por haber
experimentado un amor que ha perdurado durante más de cien años.

—Ángel —susurro.

El extraño apodo cariñoso que Tyrant me ha otorgado. Dios sabe por


qué. Ni parezco ni actúo de forma angelical. Soy un desastre ansioso y
agotador la mayor parte del tiempo, lleno de inseguridades. Cada vez que
Tyrant desaparece de mi vida, estoy más segura de que será la última vez
que lo vea. Algún día se cansará de mí, y entonces me olvidará como todo
el mundo.

No puedo apartar los ojos de mi dibujo. Tal vez podría asistir al baile
de máscaras como un ángel. Un ángel de piedra llorón con lágrimas de
cristal en mi máscara. Si encuentro la tela adecuada para el vestido...

Agarro el móvil y envío un mensaje a Julia y a Carly.

Yo: ¿Alguien quiere venir de compras conmigo? Creo que ya he


decidido mi disfraz.

Carly: ¡¡Por fin!! Ojalá pudiera, pero tengo que estudiar. *Sollozos*

Julia: Estoy con la familia, pero estoy tan emocionada de ver tu


disfraz. Va a ser épico.

Carly: ¿Podemos verlo ahora?

Les envío una foto de mi dibujo y me contestan con entusiasmo y


emojis de corazones y ángeles.
Animada por su entusiasmo, me pongo en pie de un salto, agarro mi
neceser y me dirijo a las duchas comunes. No pasa nada porque no puedan
venir. Me gusta ir de compras sola porque así puedo soñar despierta.

Veinte minutos más tarde, estoy vestida con una falda corta de línea
A y una americana vintage, una blusa blanca y zapatos de salón marrones,
con una boina lila sobre mi largo cabello oscuro para darle un toque de
color. Mi cartera golpea contra mi muslo mientras me apresuro a bajar a la
calle. Hay un autobús que me llevará a mi destino, pero me estremezco al
pensar en gastarme casi cinco dólares en el viaje de ida y vuelta cuando
apenas puedo permitirme comer. El cielo está nublado y las hojas húmedas
y anaranjadas están pegadas a la acera, y caen más a mi alrededor
mientras cruzo la calle.

Mi tienda de telas favorita tiene a veces rebajas en los extremos de los


rollos, y cruzo los dedos mientras entro en el edificio y comienzo la caza de
algo etéreo y angelical. No tardo en encontrar un impresionante georgette
blanco plateado que fluye entre mis dedos como el agua.

Compruebo el precio del rollo. Noventa dólares el metro. Hay


cuarenta y dos dólares en mi cuenta bancaria. Aunque hubiera querido
comprar el Plan B la otra noche, al comprobar antes mi saldo me doy cuenta
de que no me lo habría podido permitir.

Es muy difícil quedarse embarazada, ¿verdad? Las mujeres agonizan


durante meses, incluso años, para concebir. No sé si ese pensamiento me
aligera el corazón o me lo hace más pesado. Si estuviera embarazada, no
tendría más remedio que presentarme en la puerta de Tyrant y hacer a mi
bebé y a mí, su responsabilidad.

¿Ah, sí? dice una voz desagradable en mi mente. ¿Y darle la


oportunidad de reírse en tu cara y rechazarte, envuelto en un lazo de satén?
No quiere cuidar de ti. Solo está cachondo, y su fetiche es el sexo sin
protección.

Tristemente, vuelvo a poner la tela en su sitio y salgo de la tienda.


Supongo que volveré a mi truco habitual de convertir cortinas viejas en ropa.

Hay una tienda de segunda mano al final de la calle y, en este barrio


acomodado, suele tener donaciones de buena calidad que puedo reciclar.
Dentro, mis dedos bailan sobre trajes de pantalón y blusas, camisetas y jeans.
Probablemente haya prendas que me queden bien, pero me dirijo
directamente a la parte trasera de la tienda, donde están los muebles. Hay
un montón de cortinas y fundas nórdicas en un gran contenedor, y me
sumerjo con las dos manos. Cortinas de chintz de poliéster. Una red azul. Mis
dedos rozan algo suave y lustroso y, aunque no lo veo, instintivamente lo
agarro y tiro de él.

No puedo creer lo que siento. Lo que veo. Raso de seda blanco,


finamente tejido y reluciente con sutiles hebras de plata. Y una gran
cantidad. No tanto como un juego de cortinas, sino dos piezas muy largas y
estrechas.

La vendedora de la tienda, una señora mayor con las gafas colgadas


del cuello con una cadena de oro, me mira por encima del hombro.

—¿Es precioso, verdad? Una organizadora de bodas jubilada trajo


todo su atrezzo y accesorios para donarlos la semana pasada. Creo que esa
pieza era para colgar sobre un arco donde los novios dicen sus votos.

—Es precioso —murmuro, acariciando la tela. Luce angelical. Incluso


se siente angelical.

Compruebo el precio y veo que son diez dólares. Se me acelera el


corazón. ¿Toda esta tela tan bonita por diez dólares? Es una ganga. Me
muerdo el labio inferior. Es una tienda benéfica y me sentiría culpable si no
digo nada.

Le enseño a la vendedora la etiqueta con el precio.

—¿Seguro que el precio es correcto? Es de seda.

—Sí, pero tiene una forma tan incómoda, ¿y cuánta gente necesita
decorar un arco? Me he estado preguntando cómo nos desharemos de él.

Es incómodo, pero podría hacerlo funcionar. Tal vez algo con tirantes
y sin espalda para no usar demasiada tela. No tengo cicatrices en la
espalda ni en los brazos. Hice todos mis cortes en las costillas, donde podía
envolver mis brazos alrededor de ellos y mantenerlos apretados.

Compro la tela y salgo de la tienda, incapaz de creerme mi buena


suerte.

Mientras camino por la calle, suena mi teléfono y, cuando lo tomo,


veo que es papá. La felicidad me invade. Papá no me ha llamado desde
que me mudé a los dormitorios Henson. Quizá sea una señal de que está
dispuesto arreglar nuestra relación.

Pulso el botón de aceptar llamada e intento sonar despreocupada y


casual, a diferencia de lo desesperada y necesitada que me siento de
repente.
—Hola, papá, ¿cómo estás...?

—¿Qué demonios te pasa, Vivienne? —Su voz tiembla de furia.

Me detengo en seco en la calle, con la mente a mil por hora. Me pasa


de todo, pero su tono me hace pensar que se refiere a algo en concreto.

—Perdona, ¿qué quieres decir?

—Ven a la casa. Ahora. —Papá cuelga.

Tengo una sensación de frío y plomo en el estómago cuando me doy


la vuelta y camino en dirección contraria, hacia casa. Mis pasos se arrastran,
desesperados por evitar la confrontación que me espera allí. Incluso dudo y
casi corro varias veces en dirección contraria. Si no tengo a mi familia como
ancla, ¿entonces qué? Estaré sin rumbo y sola. Mi padre no es un gran padre
y Samantha ha sido una madrastra mediocre, pero soy la hermana de
Barlow. Me encanta ser la hermana de Barlow. Nunca tuve a nadie a quien
admirar o en quien confiar o a quien amar incondicionalmente, y quiero
desesperadamente ser esa persona para él.

En el momento en que giro hacia mi calle, me paro en seco con un


grito de horror y empiezo a temblar.

¿Cómo podrían saberlo? Se supone que nadie debe saber de


nosotros.

En la fachada de la casa hay unas palabras pintadas con letras de


neón naranja de un metro de alto.

La puta de Tyrant.

La sangre me corre por los oídos. Siento el cuerpo húmedo.

Me ha dicho esa palabra una y otra vez mientras me follaba.

Esa es mi buena putita.

¿Quién es la putita de Tyrant?

Mi puta indefensa.

De sus labios, las palabras parecían prohibidas y decadentes. Su puta.


Suya. Me quería mojada y jadeando por más.

Esta vez, las palabras son crueles. Una bofetada brutal en la cara.
Alguien sabe que me acuesto con Tyrant cuando debería ser un secreto.
Papá tiene un cubo de agua jabonosa a sus pies y restriega
agresivamente la pintura con una esponja, pero es inútil. La pintura es
indeleble, y va a necesitar productos químicos fuertes para quitarla.

Mira por encima de su hombro y me ve, y su cara se transforma por la


rabia.

—¿Quién ha hecho esto?

La voz de papá es lo bastante alta como para que la oigan todos los
vecinos. Percibo el movimiento de las cortinas a mi alrededor.
Probablemente se han estado moviendo desde que salió el sol y dejó al
descubierto este bonito grafiti.

—No lo sé —susurro, deseando que deje de gritarme en la calle.

—¿Has estado viendo a ese pedazo de mierda?

Me siento como si me hubieran abofeteado. Siento que me acaba de


llamar pedazo de mierda.

—No lo llames así.

Los ojos de papá se abren ampliamente y su expresión se llena de justa


indignación.

—Lo sabía. Has estado viendo a ese hombre cuando jurabas que no
pasaba nada entre ustedes dos.

—¿Podemos entrar? —suplico, colocándome el cabello detrás de la


oreja.

—¿Quieres entrar en mi casa cuando eres una maldita mentirosa


asquerosa y estás involucrada con un criminal? —Señala el grafiti—. ¿Te
acuestas con él? ¿Eres una de sus putas?

Me duele el pecho. Sus palabras parecen más crueles que cuchillos.

—Dime que odias a ese hombre y puedes ver a Barlow. Júrame que
incluso la idea de que te toque te eriza la piel. Prométeme que llamarás a la
policía si lo vuelves a ver.

Hay movimiento por el rabillo del ojo. Samantha se ha acercado a la


ventana con Barlow en brazos y me mira con expresión acusadora. Miro a
mi hermanito con nostalgia.
Papá aprieta la esponja con tanta fuerza que el agua le gotea por la
pierna.

—Elige. Tu hermano o ese bastardo de mala vida.

No entiendo por qué tengo que elegir uno u otro. Tyrant nunca lastimó
a Barlow. Yo nunca lastimé a Barlow. El único que ha lastimado a esta familia
es papá.

—Nada de esto habría ocurrido si no hubieras contraído una deuda


en su club —susurro entre lágrimas.

La cara de papá pasa de enfadada a incandescente y grita a pleno


pulmón:

—No me vas a replicar en mi propia casa. Eres una desagradecida,


Vivienne. Depravada. Me das asco. Te di un techo cuando murió tu
despreciable madre. Disculpé tu extrañeza, tu falta de voluntad para
encajar en esta familia, pero ahora has ido demasiado lejos. No es seguro
que estés con nosotros.

¿Mi extrañeza? ¿Mi falta de voluntad para encajar? No intentaba ser


el bicho raro de la familia. Intentaba no ocupar demasiado espacio en sus
vidas. Causar problemas. Temía la irritación de papá. El desdén de
Samantha. De que se hartaran de mí y me echaran. El único que me ha
sonreído es Barlow, pero ahora incluso a él lo alejan de mí.

Doy un paso adelante, buscando desesperadamente a mi padre.

—Quería encajar. Si pensaba que te gustaba tenerme cerca...

Retrocede bruscamente.

—Vives en un mundo de fantasía, y siempre lo has hecho, y ahora te


está volviendo peligrosa. Márchate. Fuera de mi vista.

Mi pecho se agita en un sollozo.

—Papá. Por favor, no hagas esto.

Habla despacio y en voz alta como si estuviera hablando con una


persona muy estúpida.

—Yo. No. Quiero. Verte. Aquí. Vivienne. Jamás. Nunca más.

Cada palabra me golpea como una bala.


—Pero Barlow —susurro entre lágrimas. Puedo sobrevivir si papá y
Samantha no quieren hablar conmigo, pero no puedo perder también a mi
hermano. Él y yo hemos pasado por muchas cosas juntos. Si no puedo
visitarlo, es tan joven que se olvidará de mí. No tendré familia a mi
nombre—. Soy su hermana.

—Aléjate de Barlow. No tengo ninguna hija. —Papá tira la esponja en


el cubo de agua jabonosa y entra en casa dando un portazo.

El silencio que me rodea es el sonido más solitario que he oído nunca.

No sé cómo lo hago para volver a los dormitorios, pero de alguna


manera lo consigo porque lo siguiente que sé es que estoy de rodillas junto
a mi cómoda, sacando lo que guardo abajo para poder llegar a la caja
escondida allí.

El dolor. Es demasiado. Necesito dejarlo salir.

Abro la caja y mis dedos temblorosos agarran un cuchillo delgado y


puntiagudo que ha sido afilado hasta alcanza un filo perversamente
brillante. Quiero clavarme el cuchillo en el brazo. En el muslo. En cualquier
lugar que sangre. Tengo el suficiente control de mis sentidos para quitarme
la blusa y buscar un nuevo punto en las costillas. No hay ninguno porque
están marcados con docenas de cicatrices. No importa si paso por encima
de las viejas. Seguiré sangrando. Me seguirá doliendo.

Mientras sostengo el filo contra mis costillas, se oye un grito desgarrado


y pasos que corren.

—Vivienne. No.

Una mano se cierra alrededor de la mía sobre el cuchillo, y me arrastra


hacia atrás contra un ancho pecho. Luchamos con el cuchillo, yo para
acercarlo, él para alejarlo. Tyrant es mucho más fuerte que yo y, tras un
minuto de forcejeo, pierdo toda la fuerza y me quedo colgando de su
agarre, jadeando.

La voz de terciopelo negro de Tyrant está en mi oído.

—Dime qué es, ángel. ¿No sientes nada, o sientes demasiado?

—Demasiado —grito—. Papá dijo... papá dijo... —No me salen las


palabras.

—El grafiti —gruñe—. Encontraré a quien haya hecho esto y se lo haré


pagar. ¿Tu padre te repudió?
Asiento, con lágrimas de angustia rodando por mis mejillas.

—Ya no se me permite ver a Barlow.

Tyrant no dice nada, pero puedo sentir la ira que recorre su cuerpo.
Con su mano aún sobre la mía, empuja el cuchillo hacia sí. Tiene las mangas
de la camisa remangadas, lo que revela los músculos y tatuajes de su
antebrazo.

El cuchillo se dirige directo a su carne.

—Tyrant, no —grito desesperadamente.

—Si necesitas sangrar, yo sangraré por ti.

Tyrant es una obra de arte perfecta, y no puede mancharse con mi


miseria.

—Pero tu brazo. Tus tatuajes.

—A la mierda mi brazo. Que se jodan mis tatuajes.

Me obliga a cortarle. Una larga y ardiente línea roja en el borde de su


antebrazo. Empiezo a temblar, pero Tyrant se mantiene firme como una
roca. La sangre brota y corre por su brazo, sobre sus dedos, y gotea sobre
mis muslos.

Cuando termina, Tyrant me arranca el cuchillo de los dedos sin nervios,


lo tira a un lado, me rodea la cintura con su brazo ileso y me estrecha contra
él. Ambos observamos cómo su antebrazo sangra a borbotones, sangre roja
brillante que corre sobre los tatuajes negros.

Sus labios están contra mi oreja.

—Tu dolor es mi dolor. Está dentro de mí. Está fluyendo fuera de mí.
Sangro por ti, para que tú no tengas que hacerlo.

Tyrant me besa el cuello, respiro entrecortadamente y cierro los ojos.

Continúa besándome y siento cómo se desvanece parte del dolor


que siento en mi interior. Su erección es una vara gruesa contra mi culo, y mi
núcleo se aprieta en respuesta. Necesito el dulce dolor de su primera y dura
embestida. Tyrant sabe que lo necesito. Me da la vuelta y me pone boca
arriba.
Mientras me desabrocha la falda y me la baja junto con la ropa
interior por las piernas, me pregunta:

—¿Has comprado este sujetador o te lo has hecho tú?

—Lo compré...

Lo agarra por el medio y tira. El encaje se rasga y se desprende en


jirones. Con la mandíbula apretada, se desabrocha la camisa y los
pantalones y se los quita. Su polla es una barra gruesa y dura que aprieta
con fuerza en su puño cubierto de sangre. Mientras me abre con los dedos,
noto lo mojada que estoy.

Tyrant reúne saliva en su lengua y la escupe sobre mis pliegues. Aprieta


el puño y la sangre de su corte gotea y salpica mi clítoris.

Me clava una mirada de acero.

—Te voy a follar con mi saliva dentro de ti. Mi sangre dentro de ti. Mi
semen dentro de ti. Todo de mí, ángel. Estás muy lejos de estar sola. Voy a
asfixiarte.

De un solo empujón, me empala con su polla hasta la empuñadura.


Jadeo de asombro, dolor y placer, y me agarro a sus musculosos hombros.

Tyrant gime como si hubiera estado tan desesperado por sentir esto
como yo. Con la mano cubierta de sangre, me aprieta el pecho, me palpa
el vientre y luego me acaricia la mandíbula, mientras me embiste con su
polla y me mancha de sangre.

Mete su pulgar en mi boca y, mientras chupo, puedo saborear su


sangre.

Agarrándome a su muñeca, aparto su mano y jadeo:

—Soy demasiado para todos. Tú también me dejarás.

Su ritmo castigador no titubea.

—Cierra la puta boca.

—Lo harás. Todo el mundo lo hace siempre. Soy rara. Estoy loca.

Tyrant agarra el cuchillo ensangrentado, me lo pone en la mano y


luego me agarra de la muñeca y se lleva el cuchillo a la garganta.
—¿De verdad crees que te tengo miedo? Ángel, no tengo miedo de
nada. Ahora, sujeta ese cuchillo justo aquí mientras te follo, y si no te corres,
puedes cortarme el cuello.
7

La obligo a sostener el cuchillo justo donde está mientras la penetro


profundamente. Ya veo por qué le encantan los cuchillos. Nunca me había
sentido tan bien. Saber que está desnuda y desprotegida me vuelve
absolutamente salvaje, y el olor a sangre me está volviendo loco. Está
decorada con mi sangre, mi vulnerable angelito.

Tiene los ojos enormes y asustados.

—¿Qué demonios estás haciendo?

—Voy a soltarte. Si apartas el cuchillo de mi cuello, te lo quitaré y me


apuñalaré en el corazón.

—¿Estás loco? —susurra.

Sonrío malévolamente y levanto la barbilla, enseñándole la garganta.

—¿Vas a dejar sin padre a nuestro bebé antes incluso de que nazca?

Lentamente, le suelto la muñeca y ella mantiene el cuchillo donde


está.

—Esa es mi puta chica buena. —Arrastro el pulgar por el corte de mi


brazo hasta mojarlo con mi sangre y luego lo aplico a su clítoris. La masturbo
con él. Complaciéndola con él. El pinchazo del cuchillo contra mi garganta
hace que me duelan las bolas. Quiero más.

—Córtame, ángel. Hazme sangrar.

Ella sacude la cabeza.

—Te mataré. No sé dónde es seguro.

—He dicho que me cortes —le gruño en la cara.


Vivienne salta asustada, y el cuchillo marca mi clavícula y se hunde
en el músculo de mi hombro.

—Jesús, joder. —El dolor arde en mi carne y aprieto los ojos. Vivienne
saca el cuchillo con un grito horrorizado y un líquido caliente cae por mi
pecho y sobre ella—. Si bajas ese cuchillo, te mato, joder.

Vivienne vuelve a poner el filo contra mi garganta con mano


temblorosa.

Abro los ojos y veo que sus suaves y bonitas tetas están salpicadas de
gordas gotas de sangre. La sangre me corre por el pecho. Gimo y empujo
sus rodillas hasta los hombros, penetrándola aún más. Gime mientras la follo
hasta acercarla al clímax, mientras mi sangre gotea sobre ella. Cuando se
corre, el cuchillo se le cae de los dedos. Lo atrapo en el aire antes de que
pueda hacerle daño y lo clavo en el suelo, junto a la cabeza, mientras mi
propio orgasmo me desgarra.

Después, todo queda en silencio, salvo nuestras respiraciones


entrecortadas.

Vivienne mira a su alrededor.

—Esto parece la escena de un crimen.

Mi sangre está por todo su cuerpo. Mi cuerpo. Su ropa y su bolso. Hay


gotas en la alfombra. Ella dice escena del crimen. Yo digo un buen polvo.

La mantengo boca arriba varios minutos más con la polla enterrada


hasta el fondo y luego me retiro lentamente. Nunca me cansaré de verla
rebosante de mi semen. Es tan buena chica que esta vez no se resiste y se
queda tumbada llena de mi semen.

En su caja hay toallitas húmedas y vendas, las saco y empiezo a


limpiarme el brazo. La herida se ha coagulado, limpio la sangre y la envuelvo
en una gasa. No sé por qué a Vivienne le molestaba tanto la idea de una
herida o una cicatriz en mi cuerpo. Tengo cicatrices por todas partes, de
viejas peleas, puñaladas e incluso una herida de bala en el muslo. Mis
nudillos tatuados están entrecruzados con líneas blancas de haber sido
cortados contra los dientes de otros hombres. Me encanta que ahora tenga
una cicatriz que me haga pensar en ella.

Vivienne se sienta y se abraza las rodillas, observándome.

—¿Cómo sabías que tenías que venir aquí?


Es una chica lista. Se dará cuenta.

—Te enteraste de el grafiti en mi casa y sabías lo que


haría papá —adivina.

Agarro otra toallita húmeda, miro mi sangre untada en su cuerpo


desnudo y cambio de opinión. Me gusta mancharla con mi sangre. En lugar
de eso, tomo un cuaderno y un bolígrafo de su escritorio, apoyo la espalda
en su colchón y el cuaderno en mi rodilla, y empiezo a escribir. Solo una frase
o dos, y luego arranco la tira de papel, la doblo y la dejo en su caja de
cortarse. Luego vuelvo hacerlo. Una y otra vez.

—¿Qué haces? —pregunta Vivienne.

No contesto. Sigo escribiendo y desgarrando.

—No te gusta que tenga esa caja.

No es que no me guste. Preferiría que no lo necesitara, pero mi chica


necesita cosas oscuras para sobrellevar la situación ahora mismo, y no voy
a quitárselas. Otras personas ya le han quitado mucho. Pronto no necesitará
la caja porque me tiene a mí.

Seré tu cosa oscura, ángel.

—¿Por qué no lo tiras? —pregunta.

Sigo escribiendo. Unos minutos después he terminado, cierro la tapa


de la caja y la vuelvo a guardar en su escondite.

Tomando su cara entre mis manos, le digo:

—Porque solo comprarás otro. Al menos, cuando abras éste, verás


que a alguien sí le importa si sangras o no.

—Tyrant. Quiero a mi hermano —susurra con lágrimas en los ojos.

Me lo ha dicho una docena de veces. Con rabia. Desesperada.


Desafiante. Pero nunca tan desgarradamente como suena ahora. Me
humedezco los labios, preguntándome si por fin ha llegado el momento de
ofrecerle todo lo que anhela.

Puedo conseguir a su hermano sin problemas.

Agarro su mandíbula y hago que me mire.


—Esto es Henson. Mi ciudad. Te lo arreglaré todo, ángel. Todo lo que
tienes que hacer es confiar en mí. ¿Confías en mí?

Vivienne se chupa lentamente el labio inferior, mirándome.

¿Todavía no está segura? Entonces seguiré convenciéndola. Vivienne


tiene que empezar a pensar en nuestro futuro.

Saco algo del bolsillo, se lo enseño y se lo pongo en la almohada.

Entonces aprieto mi boca contra la suya en un beso hambriento.

—Sé una buena chica para Tyrant y haz la prueba. Estoy deseando
saber si voy a ser papá.

Salgo de los dormitorios por las escaleras y la puerta principal,


atrayendo varias miradas de asombro de estudiantes al azar. No importa si
me reconocen y avisan a seguridad. En cuanto Vivienne me diga que está
embarazada, la sacaré de aquí y la llevaré a casa. Puedo imaginarme el
momento. Puedo saborearlo. Todo cambiará y por fin será mía.

Pero eso es para más adelante.

Ahora mismo voy hacer algo con todas esas lágrimas que derramó.

Cuanto más me acerco a la residencia de los Stone, más fuerte surge


mi ira. Cuando estaciono al otro lado de la calle, la casa parece silenciosa.
Ha caído la noche y la carretera está a oscuras, salvo por los intermitentes
charcos de luz de la calle. La puta de Tyrant sigue garabateada en la
fachada de la casa, y me hierve la sangre al preguntarme quién se desvive
por hacer daño a mi mujer.

Miro fijamente la casa durante cuarenta minutos, y entonces un auto


baja por la calle y gira en la entrada de la casa de los Stone. Es Owen Stone,
y está solo cuando sale del auto, toma un bote de pintura del maletero y se
dirige al grafiti garabateados en su casa.

Salgo de mi todoterreno y me acerco a él en silencio. No hablo hasta


que estoy a un metro detrás de él.

—¿Haciendo algo de mantenimiento en casa?

Stone se da la vuelta y sus ojos se abren de miedo. Empieza a


retroceder, pero no tiene adónde ir.

—Tengo tu dinero. Te daré tu dinero...


Lo agarro por la parte delantera de la camisa y lo atraigo hacia mí,
gruñendo.

—Eres un mentiroso, Stone. No tienes una mierda.

—Lo tendré pronto. Cualquier día de estos.

No podría devolverme lo que me debe… lo que le debe a Vivienne…


ni cagando oro macizo el resto de su vida.

—¿Sabes cómo trato a la gente que no paga sus deudas? Primero les
rompo las piernas. Luego les corto la garganta. ¿Sabes por qué no te he
hecho eso a ti?

Traga saliva.

—¿He dicho que si lo sabes?

—¿V-V-Vivienne? —balbucea.

Como si fuera una puta pregunta.

Levanto el puño y se lo aplasto en la cara. Cuando cae al suelo,


levanto el pie y le doy una patada en el estómago. Su gemido es casi
satisfactorio.

De pie sobre él, me pregunto dónde le infligiré más dolor.

—Te traeré tu...

Le doy otra patada, esta vez en las bolas. No quiero su puto dinero.
Quiero que deje de castigar a su hija cuando ella ya se castiga bastante a
sí misma. Lo quiero muerto. A él y a su puta esposa, y entonces nada me
impedirá darle a Vivienne todo lo que quiera.

Me inclino, agarro a Stone, lo pongo en pie y lo empujo de cara contra


el grafiti.

—Eres un cobarde, Stone. Un pedazo de puta escoria. Yo también


tuve por padre a un mierda de baja categoría como tú y que nunca tuvo
la culpa de nada. Estoy aquí para darte una lección. ¿De quién es la culpa
de que me debas dinero?

—Mía, pero no lo hice… ahh.

Lo agarro del brazo y se lo retuerzo por detrás de la espalda cuando


oigo el pero.
—Deja de lloriquear —le digo, retorciéndole el brazo cada vez con
más fuerza—. Acumulaste esa deuda en mi club, y por eso te robé a tu hijo
para motivarte a pagar. Vivienne no formaba parte de esto hasta que
intentó ayudar a la gente que la odia a muerte, rescatando a su hermano.
Un ángel que llegó a la puerta del diablo. La vi, tan dulce y perfecta con un
bebé en brazos, y mi polla se puso firme. Me follé a tu hija. Me la he follado
muchas veces, y ahora me la voy a quedar porque es mía. La pregunta es,
¿te voy a quitar también a tu hijo? Barlow Mercer. Suena bien, ¿no crees?
Qué familia feliz formaremos los tres. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que
nos llame mamá y papá a Vivienne y a mí...

—No, por favor, déjanos...

—He dicho que pares. Jodidamente. De. Lloriquear. —Empujo su


brazo aún más alto. Se oye un crujido. Stone suelta un grito espeluznante y
no puedo evitar sonreír ante el hermoso dolor en su voz. Cuando lo suelto,
cae al suelo. Retrocedo y disfruto viéndolo revolcarse como el gusano que
es.

—Mi brazo, mi brazo —gime, agarrándose—. ¿Qué quieres de mí?

Enderezo los puños de mi camisa y piso su cuello. Cada vez más fuerte
hasta que empieza ahogarse.

—Hay una persona que me impide matarte ahora mismo. Odio verla
llorar, y ahora mismo lloraría sobre tu cadáver, aunque no te lo merezcas. Si
mi ángel vuelve a venir a mí llorando por algo que hayas hecho, la próxima
vez no solo te romperé el brazo. Te romperé el puto cuello, y tu esposa
recibirá un balazo.

Stone hace una especie de respuesta ahogada que yo interpreto


como que me entiende, así que levanto el pie a regañadientes. No lo
mataré esta noche.

Pero pronto.

Haré que Vivienne me quiera tanto que apenas sentirá un ligero


escalofrío cuando por fin mate a su padre y a su madrastra. Hasta entonces,
tendré que soportar que respiren el mismo aire que ella en esta ciudad.

Me doy la vuelta y regreso a la calle oscura. Depende de Stone lo que


ocurra después. Si mi chica sonríe, yo sonrío y ellos consiguen vivir un poco
más. Si sigue llorando, entonces tendré que solucionarle este problema
rápidamente. Espero de todo corazón que Owen Stone lo joda pronto,
porque ¿matarlos a él y a su esposa y tirarlos en tumbas poco profundas?
No puedo esperar.
8

Trabajo como un demonio toda la semana para preparar mi disfraz


para el baile, y cuando no estoy midiendo, cortando, cosiendo,
descosiendo y volviendo a coser, estoy colgando adornos en el salón de
baile con el comité de decoración para que todo esté listo para la gran
noche. El comité ha elegido un tema clásico de mascarada, inspirándose
en El fantasma de la ópera y los bailes de máscaras venecianos. Varias
enormes arañas de cristal cuelgan del alto techo, adornado con banderolas
de colores y cientos de luces de colores.

El martes, pido prestadas unas alas de ángel al departamento de


teatro para que vayan con mi vestido inacabado.

El miércoles estoy llorando en mi habitación porque no consigo que la


tela de seda fluya como quiero sobre mi cuerpo.

El jueves por la noche por fin me pongo bien el vestido y me entro en


pánico cuando recuerdo que no he empezado a trabajar con la máscara.

El viernes, pego frenéticamente lágrimas de cristal a una máscara de


disfraces simulando piedra-blanca con un halo de hiedra dorada.

Cuando llega el sábado por la tarde, mi disfraz está listo y me siento a


maquillarme. Estoy tan agotada que apenas he pensado en Tyrant y en las
cosas que me dijo la última vez que lo vi. Ahora que tengo un momento para
respirar, las cosas que dijo me vienen a la memoria.

Sé una buena chica para Tyrant y haz la prueba. Estoy deseando


saber si voy a ser papá.

Echo un vistazo al cajón de la mesita de noche, donde he guardado


la prueba de embarazo. Podría estar embarazada. Hace más de tres
semanas que no me viene el periodo, pero no sé exactamente cuándo
porque puede ser imprevisible.
¿Quiero estar embarazada? Imagino la cara de Tyrant cuando le
rodeo el cuello con mis brazos y le susurre que vamos a tener un hijo. Sus ojos
centelleantes brillan y una sonrisa se dibuja en sus hermosos labios. Me besa
y me susurra que nunca ha amado a nadie, pero que me ama tanto a mí y
a nuestro bebé que apenas puede respirar.

Me escuecen los ojos y me arde la garganta. Ser amada tanto es


imposible. Ese tipo de amor que todo lo abarca solo existe en las películas,
pero por muy desesperado que sea, mi mente se desboca imaginando a
Tyrant arrodillándose y pidiéndome matrimonio con un anillo de diamantes.
Mirándome caminar por el pasillo hacia él para tomar mis manos entre las
suyas. Apartándome el velo blanco de la cara y besándome. Acariciando
mi barriguita. Abrazar a nuestro bebé. Jurándome que nunca volveré a estar
sola, y que nuestro hijo y yo seríamos siempre, siempre su familia.

Es un sueño tan hermoso. Es imposible que sea real. Me reprendo por


ser tan sentimental. Tyrant no es el tipo de hombre de las películas Hallmark.
Si quiere un bebé, es porque quiere un bebé, no porque me quiere a mí.

Mañana. Me haré la prueba mañana. No me siento embarazada, así


que estoy segura de que dará negativo. Cuando vea que es negativo
podré quitarme a Tyrant de la cabeza para siempre y seguir con mi vida.

A menos que lo llame y le diga que es negativo. Hago una pausa, con
la esponja de maquillaje blanca que estoy usando para parecer una
estatua pegada al cuello, preguntándome si debo decirle a Tyrant los
resultados, aunque sean negativos. Si lo hago, quizá aparezca e intente
hacer algo para que no siga sin estar embarazada. Encuentro mi mirada en
el espejo y me doy cuenta de que me estoy sonrojando.

A las siete estoy lista para el baile y me reúno con Carly y Julia en el
vestíbulo. Carly va vestida como una doctora de la peste del siglo XVI, con
un corsé negro, una larga falda vaporosa y una inquietante máscara de
nariz aguileña. Julia lleva un catsuit1 y una máscara verde y morada de
Hiedra Venenosa, con luces brillantes en el cabello rizado y alborotado.
Durante varios minutos, nos maravillamos mutuamente de nuestros atuendos
y todas declaramos que las otras dos llevan los mejores y que el suyo no es
ni de lejos tan bonito o interesante.

Tengo que alisar el cuello del vestido y, al pasar los dedos por la tela,
noto un bulto en la nuca. Frunzo el ceño y noto que algo se mueve bajo mi
piel.

1 Un catsuit es una prenda de una sola pieza que cubre el torso y las piernas y
frecuentemente los brazos. Por lo general, están hechos de material elástico.
—¿Vivienne? —me pregunta Carly mientras se acomoda el corsé en
su sitio—. ¿Le pasa algo a tu disfraz?

—No, solo pensaba... ¿sientes algo aquí? —Me levanto el cabello y


me giro un poco, señalando el lugar.

Carly lo frota.

—Quizá haya algo ahí —dice, pero no parece segura.

—¿Tienes un implante anticonceptivo? —pregunta Julia.

No tengo un implante anticonceptivo. Probablemente debería


ponérmelo. De repente, la realidad se abate sobre mí y paso violentamente
de no creer que esté embarazada al pánico de que pueda estarlo. ¿Qué
demonios voy a hacer si la prueba da positivo? No puedo tener un hijo. No
puedo. Siempre que estoy cerca de Tyrant, anhelo el momento en que me
folle hasta llenarme de su semen, pero esa no es una razón sensata para
formar una familia con un hombre.

—No se siente como un implante anticonceptivo. Es duro, como el


metal —dice Carly.

Me toco el bulto, frunciendo el ceño. ¿Qué demonios puede ser?

Sacudo la cabeza. Ahora no es el momento de averiguarlo.

—Vamos, o llegaremos tarde.

Cuando entramos en el salón de baile de la Universidad Henson, está


lleno de magia. La música suena bajo las lámparas de araña encendidas y
la luz dorada motea a las bailarinas, que se mueven en un derroche de
color, seda, lentejuelas, terciopelo, glamour y secretismo. Apenas reconozco
a alguien tras sus máscaras mientras me muevo entre la multitud.

Después de unos minutos, me giro hacia Julia y Carly para exclamarles


lo maravillosos que están todos, solo para darme cuenta de que las he
perdido entre todos los bailarines. Giro a un lado y a otro, tratando de
encontrar una doctora de la peste y una Hiedra Venenosa. Pero no las
encuentro. Encuentro a otra persona, reconocible al instante a pesar de su
máscara.

La multitud se separa, y ahí está.

El mismísimo Diablo.
Viste de negro sobre negro. Una corbata y una camisa negras con un
traje negro, con las manos despreocupadamente en los bolsillos mientras
me dedica una sonrisa malvadamente retorcida. Sus ojos están cubiertos
por una máscara negra decorada con relucientes cuernos puntiagudos.

El corazón me late con fuerza en el pecho. Tres chicas se mueven


delante de él mientras cruzan la pista de baile y, cuando vuelvo a buscarlo,
ya no está. El Diablo se ha esfumado.

Me levanto la falda con ambas manos y me apresuro hacia el lugar


donde estaba, girando la cabeza a un lado y a otro mientras busco a la
escurridiza figura.

Un brazo me rodea la cintura y un empujón me hace retroceder


contra un ancho pecho. Jadeo y me agarro a la muñeca del hombre. Una
muñeca tatuada. El aroma a grosella negra, cedro y sangre me inunda la
nariz. Estoy en brazos de Tyrant, y todos los presentes pueden verlo y más
tarde contárselo a mi familia. Siento un golpe de pánico hasta que recuerdo
que ambos estamos enmascarados. Esta noche podemos ser quien
queramos. Hacer lo que deseamos.

Me giro lentamente en su abrazo y rodeo el cuello de Tyrant con mis


brazos.

—Debería haber sabido que vendrías, y como el Diablo.

Vuelve a sonreírme.

—Yo también soy un ángel, solo que últimamente me he quedado


fuera del cielo. ¿Qué tal si me ayudas a encontrar el camino de vuelta?

Hay algo extraño en sus ojos. Cuando las luces iluminan su cara, me
doy cuenta de que lleva lentillas y de que sus ojos son de un rojo demoníaco.

—¿Por qué querrías encontrar el camino de vuelta?

Su cabeza se acerca a la mía y murmura contra mis labios:

—Si es ahí donde estás, ángel, echaré la puta puerta abajo.

La música cambia y sube de volumen. Tyrant me rodea con sus brazos


y me atrae hacia él. En esta aglomeración de cuerpos y con las máscaras
sobre nuestros rostros, puedo hacer algo a lo que nunca antes me había
atrevido. Estar con Tyrant al aire libre. Tocarlo. Adorarlo. Bailamos juntos,
nuestras miradas fijas. Mi cuerpo se siente caliente, agradable y ligero entre
sus brazos. Estoy flotando en un océano cálido con él y una veintena de
personas sin nombre.

Los labios de Tyrant rozan los míos y sonrío. Sus dedos me recorren la
nuca, justo sobre el bulto.

La sonrisa muere en mis labios.

—¿Sientes eso? Me he estado preguntando qué es.

—¿Sentir qué?

Sus dedos están justo encima del bulto. No puede no sentirlo. ¿Es solo
mi imaginación o hay un brillo en los ojos rojos de Tyrant?

Hay algo atrapado en una caja en el fondo de mi mente. Lleva toda


la noche tintineando, desesperado por salir. Me estoy perdiendo algo
importante.

—Yo...

Detrás de mí se oye una carcajada que resuena en mis oídos, cada


vez más estridente. Alguien me llama por mi nombre. Tyrant me mira por
encima del hombro, me agarra de la muñeca y me arrastra entre la multitud,
y la voz se desvanece detrás de nosotros.

Miro por encima del hombro mientras me arrastra.

—Espera, creo que he oído mi nombre.

Pero Tyrant no espera. Me arrastra hasta el borde de la pista de baile


y luego a través de las pesadas cortinas de terciopelo hasta la terraza,
donde está oscuro y el aire es fresco.

Me empuja contra la barandilla de la terraza y me atrapa con sus


brazos.

—Olvídate de los demás. Escúchame. —Su expresión y su tono son


repentinamente urgentes—. Estoy harto de esperar a que me lo pidas.

—¿Pedir qué?

Tyrant me agarra de las muñecas.

—Todo. Puedo darte todo lo que quieras. Todo lo que tienes que decir
es lo deseo.
Lo que quiero es a Barlow, y que el mundo no vuelva hacerme daño.
Tyrant bien podría prometerme la luna.

Sus ojos se entrecierran tras la máscara.

—Crees que no puedo darte lo que anhelas, pero sí puedo. Todo lo


que tienes que hacer es nombrarlo, y el Diablo se pondrá a trabajar.

—Pero entonces el Diablo sería mi dueño.

—En cuerpo y alma —asiente, acariciándome las muñecas con los


pulgares—. Pero tú obtienes el deseo de tu corazón. Un intercambio justo,
¿no crees? Dilo, Vivienne. Ojalá Tyrant Mercer me diera el deseo de mi
corazón. Di las palabras y todo lo que quieras será tuyo. Te despertarás por
la mañana y toda tu vida será diferente.

Me duele el corazón por el anhelo. Me ha prometido la luna, y


mientras se cierne sobre nosotros, plateada y luminosa, de repente la siento
a nuestro alcance.

—Deseo...

Una sonrisa malvada se extiende por el rostro de Tyrant. Hay peligro y


sangre en esa sonrisa. Por un momento, por encima de su hombro, el salón
de baile se tiñe de un rojo siniestro y las bailarinas gritan y se retuercen de
repente como si estuvieran atrapadas en las profundidades del infierno.

¿Por qué me parece tan siniestro que Tyrant me ofrezca todo lo que
quiero en bandeja de plata? ¿No debería ser este el momento más
romántico de mi vida?

—A veces te tengo miedo —susurro.

Se inclina y sus labios se posan en mi oreja.

—Bien.

Hay alguien detrás de Tyrant. Una figura se tambalea hacia nosotros,


la luz de la luna se desliza sobre su rostro magullado y maltrecho. Lleva el
brazo en cabestrillo y se mueve como si le doliera caminar. La cara del
hombre está tan hinchada que apenas lo reconozco, pero cuando lo hago,
jadeo de asombro.

—¿Papá?
Papá me ve en el abrazo de Tyrant, y su cara se transforma en
disgusto.

—Sabía que te encontraría aquí con él. —Se señala el cuerpo


destrozado con la mano buena—. ¿Ves lo que me hizo, Vivienne? ¿Ves lo
que pasa cuando eliges a un monstruo antes que a tu propia familia?
Nuestras vidas están arruinadas, y todo por tu culpa.
9

Vivienne se ha puesto pálida y sus dedos se clavan en mis hombros


mientras mira horrorizada a su padre. Casi ha dicho las palabras. Estaba tan
cerca de todo lo que anhelo, y entonces aparece este pedazo de mierda,
poniendo todos sus crímenes a los pies de su hija. Owen Stone arruinó su
propia vida.

—Papá, ¿qué te ha pasado? —Vivienne llora. Intenta ir hacia él, pero


no dejo que se separe de mí.

Stone la fulmina con la mirada.

—Como si no lo supieras. Tu jodido novio me dio una paliza.

Vivienne sacude la cabeza.

—Tyrant no haría eso.

Sonrío y le doy un beso en la sien, justo detrás de la máscara. Oh, mi


angelito. Sigue creyendo que tengo una pizca de conciencia solo porque
soy dulce con ella. Es tan vulnerable y blanda de corazón, pero esa es una
de las cosas que me encantan de ella. El mundo la ha tratado cruelmente,
pero no ha perdido su inocencia.

—Pregúntale. Vamos, pregúntaselo —exige Stone mientras le dedico


una sonrisa de regodeo.

—Tyrant es misericordioso —insiste Vivienne—. Dejó que Barlow


volviera a casa con nosotros. No te ha exigido que le devuelvas el dinero.
Odia verme sufrir, así que sé que no haría daño a mi familia.

Odio ver sufrir a Vivienne, así que tengo que matar a su familia. En
cuanto me lo pida, en cuanto viva a salvo conmigo, degollaré a Stone.
—Eres una ilusa, Vivienne. Robó a Barlow. Me golpeó. Ya mató a
Lucas. Encontraron su cuerpo no lejos de uno de los clubes de Mercer. Lo
habían golpeado hasta matarlo. Eso es por tu culpa también, ¿no?

Las manos de Vivienne me aprietan los hombros tras oír esa pequeña
noticia. Le rodeo la cintura con mis brazos y calmo su sorpresa acariciándole
la espalda desnuda. Lucas Jones gritó, se meó encima y sollozó por su madre
yo lo golpeaba hasta matarlo con una pesada cadena. Fue un momento
maravilloso. Casi tan maravilloso como lo será matar a Stone y a su esposa,
y luego tomar a Barlow como nuestro.

—Papá —dice Vivienne con voz temblorosa—. Solo he querido ser tu


hija y la hermana de Barlow. ¿Cómo puedes decir que todo es culpa mía?

—Eres la siguiente, Vivienne —le advierte Stone—. Te dará una paliza


en cuanto le hagas enfadar. Es un animal.

—Mi ángel sabe que no le pondría un dedo encima con


violencia. —Le paso el pulgar por la mandíbula y sonrío—. A menos que ella
quiera que lo haga.

—Eres un bastardo enfermo —acusa Stone.

—Papá, no le hables así a Tyrant —le dice Vivienne a su padre.

Le dirijo a Vivienne una sonrisa de admiración. Mi gatita desenvaina


las garras para defenderme.

—¿Por qué te importa si soy un bastardo enfermo o no? —le pregunto


a Stone—. Repudiaste a tu hija y yo estoy recogiendo los pedazos. —Acaricio
la nuca de Vivienne, justo sobre el bulto de su cuello. No puedo evitar
acariciar ese hermoso lugar—. No te preocupes, ángel. Te dije que siempre
cuidaría de ti, y lo haré.

Vivienne se frota la nuca.

—¿Qué es eso? —Me mira con el ceño fruncido, y yo no parezco


culpable porque estoy seguro de que no me siento culpable—. Tyrant, sabes
lo que es este bulto, ¿verdad?

Ya no hay razón para ocultarlo. Después de esta noche, vendrá a


casa conmigo para siempre. Es hora de que entienda lo serio que soy con
ella.

—Sí. Sé lo que es —digo con calma—. Es un rastreador.


Sus ojos se abren ampliamente.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque yo lo puse ahí.

—¿Tú qué? ¿Cuándo?

—La noche que dormiste en mi cama y en mis brazos.

Aparta la mano de su cuello y se zafa de mi abrazo.

—Por favor, dime que estás bromeando.

Vivienne ha visto mi casa obsesivamente segura. Ha oído lo que le


digo cuando me la follo. Mi posesividad. Mi deseo por ella. No he ocultado
quién soy a mi mujer. Puede ser un poco chocante descubrir hasta dónde
llegaré para protegerla, pero pronto entenderá que era necesario.

—Esta ciudad está llena de víboras, y necesito saber dónde estás en


todo momento para poder mantenerte a salvo. —La tomo de la mano y
vuelvo a estrecharla entre mis brazos. Está temblando mientras murmuro—:
Todas esas veces que me necesitaste, ¿no te alegras de que estuviera allí?
No podría haber permitido que te fueras de mi lado sin saber que podía
llegar a ti en todo momento. ¿Me crees tan descuidado como para perder
de vista a mi corderito?

Más allá de su hombro, Stone la mira con disgusto.

—Disfruta de tu psicópata. Se merecen el uno al otro. —Se da la vuelta


y sale cojeando por las puertas.

La ira se enciende en mi pecho y casi lo sigo, dispuesto a romperle el


otro brazo y también el estúpido cuello, pero no voy a dejar a Vivienne aquí
sola.

Me vuelvo y la atraigo contra mí una vez más.

—Tu padre puede pudrirse en el infierno, y tu madrastra también, pero


no te preocupes, ángel. No vas a perder a Barlow. Yo me ocuparé de todo.
Quieres que haga eso por ti, ¿verdad?

Vivienne me mira, perpleja.

—¿Cómo es que te ocuparas de todo?


—No necesitas saber todos los detalles sangrientos. Si quieres a Barlow,
solo pídemelo, e iré a buscarlo por ti.

—¿Tener a Barlow? ¿Cómo? ¿Robarlo otra vez? A papá y a Samantha


se les romperá el corazón.

Después de todo lo que ha pasado, debe haberse dado cuenta de


que no puedo dejar vivir a esta gente. La han hecho demasiado infeliz.

—Corazones que no laten no pueden romperse.

Vivienne jadea y sacude la cabeza.

—Tyrant, no puedes hablar en serio. Papá no me quiere, pero por


mucho que me duela, no quiero que lo maten ni a él ni a Samantha.

Le sostengo la cara entre mis manos y le digo con urgencia:

—Hablo muy en serio. Siempre iba a ser así desde el momento en que
vi esas cicatrices en tu cuerpo. Ellos las pusieron ahí. Ellos te hicieron daño.
Van a pagar por todos y cada uno de los cortes, y luego voy a tomar a
Barlow y traerlo a casa para nosotros.

Vivienne aparta mis manos de su cara y se aleja de mí, respirando


deprisa.

—¿Estás loco? No puedes matarlos para que nos llevemos a su hijo.

—¿Te han hecho daño?

Levanta una mano y se toca las costillas. El estómago. Todas las


cicatrices que lleva por su culpa. El dolor se graba en su frente al recordar
toda su soledad, toda su crueldad.

—Sí, pero...

—¿Los perdonarás alguna vez?

—No, pero...

—Entonces tienen que morir.

Vivienne suelta la mano.

—Tyrant, no. Si de verdad crees que merecen la muerte por


descuidarme, entonces eres un monstruo.
Sus alas de ángel brillan a la luz de la luna. Su aureola brilla sobre su
larga y gloriosa cabellera. Ella es todo lo que un demonio como yo anhela.

Doy un paso hacia ella.

—¿Un monstruo? ¿Es monstruoso querer formar una familia contigo?


Te estoy dando todo lo que siempre has querido. Tú misma lo dijiste, esa
gente nunca te hizo sentir que pertenecías a algo. Yo puedo hacer eso por
ti. Es lo único que quiero.

Vivienne retrocede y me invade la ira. Cómo se atreve a intentar


escapar mientras le ofrezco sus sueños en bandeja de plata. Alargo la mano,
la agarro por el cuello y la arrastro hacia mí.

—Tu sitio está conmigo —le digo con furia, y ella forcejea en mi agarre,
sujetándome la muñeca con ambas manos.

Así es. Aférrate a mí, ángel. Nunca te dejaré ir.

—Tyrant, por favor —gime.

No debe tener miedo. No voy a estrangularla. Solo necesito estar


seguro de que no va a huir.

—Eres la única que me importa. Dime que me amas, y todo lo que


quieras será tuyo. Dilo, ángel. Di, te amo, Tyrant. Entonces todos tus deseos
son órdenes mías.

Las lágrimas llenan sus ojos.

—Estás loco. ¿Por qué no lo vi antes? Tuviste que ponerte esa máscara
para que yo viera tu verdadero rostro.

La estrecho entre mis brazos y la abrazo con fuerza.

—Así soy yo, pero siempre seré dulce contigo, ángel. Son los demás los
que deberían tener miedo. Sé una buena chica y di que me quieres, joder.

Vivienne gime y forcejea un momento y luego se rinde. Su cuerpo se


ablanda contra el mío y respira entrecortadamente.

Una sonrisa se dibuja en mi rostro y la aprieto contra mi cuerpo.

—Eso es, ángel. ¿Ves lo fácil que es?


Sus brazos me rodean la cintura. Su mejilla cae sobre mi pecho. Me
acaricia. Sintiéndome. A mi ángel siempre le ha gustado tocarme, y mis ojos
se cierran mientras un calor me recorre el cuerpo.

Sus manos buscadoras se deslizan bajo mi chaqueta y, cuando


encuentra lo que busca, lo saca y se aleja de mí.

Abro los ojos y veo que estoy mirando un cañón de metal.

Mi arma.

Me robó mi maldita arma.

Vivienne me apunta con el arma con manos temblorosas.

—No voy a ir a ninguna parte contigo. Te mataré antes de dejar que


hagas daño a alguien más.

La observo con los ojos entrecerrados. Calculando. Podría arrebatarle


el arma antes de que tenga la oportunidad de dispararla. Su agarre es
terrible. No creo que haya sostenido un arma antes.

No hay razón para quitárselo. Mi ángel no me hará daño. No lo tiene


en ella.

Abro mi chaqueta, dándole un tiro limpio a mi corazón.

—Entonces dispárame. Nunca te dejaré marchar y voy a destruir a


todos los que te han hecho daño, así que matarme es tu única opción si
quieres detenerme.

El arma tiembla en su empuñadura. Sus ojos brillan con lágrimas.

No dispara.

Vivienne no tiene violencia en su corazón, excepto hacia sí misma.

Le arrebato el arma, ella solloza y me la quita de un tirón. Apunta al


aire, aprieta el gatillo y un disparo estalla en la oscuridad, haciéndola
estremecerse.

¿Se suponía que eso debía asustarme? Un disparo de advertencia no


va hacerme retroceder. Vuelvo agarrar a Vivienne, que grita de angustia y
tira el arma por la terraza al jardín.

—No vuelvas acercarte a mí, Tyrant. No quiero volver a verte.


Corre hacia el salón de baile, yo me abalanzo sobre ella y fallo. Me
invade la rabia y rujo:

—Ángel, no huyas de mí. Me amas, joder.

Se detiene en el umbral, perfilada contra las bailarinas en ese vestido


plateado, con sus alas angelicales desplegadas.

—No te amo, Tyrant. Nunca podría amar alguien como tú.

La tomo de la mano, pero sus finos dedos resbalan entre los míos y
desaparece entre la multitud. Corro hacia el interior y me giro en el acto,
mirando por encima de las cabezas de las bailarinas, a través de penachos
de plumas, alas y tocados. Vivienne no está a la vista.

La frustración y la ira me invaden. Nunca podría amar alguien como


tú.

¿Nunca?

¿Nunca me amaste?

¿Después de todo lo que he hecho por ella?

El rencor y la rabia rugen en mi corazón. Le prometí a Vivienne la luna,


y me lo tiró a la cara. Luché por ella, sangré por ella, me hice sentir por ella.
No he pensado en otra cosa que en ella desde que nos conocimos, ¿y cree
que puede dejarme de lado?

¿Decide ella sola que se acabó?

Esto nunca acabará.

La tendré, o acabaré con este mundo y con todos en él.

Afuera, algo blanco y brillante está tirado en la escalera. Lo recojo y


le doy la vuelta entre las manos. La máscara de ángel de Vivienne. Huía de
mí tan deprisa que se le ha caído, o se la ha arrancado con las prisas.

La arrojo lejos de mí con un gruñido de rabia y bajo los escalones a


grandes zancadas. La encontraré. No puede esconderse de mí mucho
tiempo cuando le he puesto un maldito rastreador.
10

Corro por las calles desiertas, cegada por las lágrimas y el aplastante
peso de la desesperación en mi corazón. Pensé que había algo de bondad
en Tyrant. Pensé que solo estaba un poco loco. Un poco violento. Un poco
obsesionado y desquiciado.

Que papá me dijera que todo lo malo que le ha pasado a nuestra


familia es culpa mía acabó con mi última pizca de amor por él, con mi última
y lamentable esperanza de ganarme alguna vez su aprobación, pero
¿puede Tyrant creer de verdad que quiero que él y Samantha mueran por
el dolor que me han causado? Sigo imaginándomelos muertos en el suelo
de la cocina, y a Barlow lamentándose entre sus cuerpos salpicados de
sangre.

Barlow no puede quedar huérfano por mi culpa. Es demasiado cruel.


Un bebé necesita a sus padres.

Jadeo en la puerta de mi residencia mientras introduzco el código en


la cerradura. Se abre con un pitido, pero echo una mirada furtiva detrás de
mí antes de cruzar el umbral. La calle está desierta. No hay ningún Tyrant.
Todavía.

Pero debe estar siguiéndome, lo que significa que no puedo


quedarme aquí. No puedo contar con la ayuda y protección de mi familia,
lo que significa que probablemente debería dejar Henson al menos por un
tiempo. Necesito un respiro de todo lo que ha pasado. No confío en mí
misma para no ceder a la peligrosa seducción de Tyrant en el momento en
que me empuje contra una pared y pegue su boca a la mía. Soy demasiado
adicta a ese hombre.

Los próximos diez minutos son cruciales si quiero escabullirme donde él


no pueda alcanzarme. Me apresuro a subir las escaleras y, por primera vez
en mi vida, al llegar a mi habitación y sacar la caja de corte, no pienso en
la dulce agonía y la liberación de sangre y dolor.
Tanteo el bulto que tengo en la nuca, lo aprieto y lo mantengo en su
sitio. Con el filo de mi cuchillo, me hago un pequeño corte en la carne e
intento sacar el rastreador. Una gota de sangre corre por mi espalda, pero
el rastreador no se mueve. Esta vez hago un corte más profundo, con una
mueca de dolor cuando el cuchillo se clava en mi carne. Después de
escarbar dolorosamente con las uñas, agarro algo pequeño y duro y lo
saco.

En mis dedos cubiertos de sangre hay un pequeño trozo de plástico


incrustado con un chip electrónico. Lo dejo caer sobre mi escritorio y lo miro
horrorizada. Ahí está. La prueba innegable de que Tyrant ha estado
siguiendo todos mis movimientos desde la primera noche que nos
conocimos.

Tomo un tacón alto y uso la punta metálica para aplastar el rastreador


hasta convertirlo en un amasijo irreconocible de plástico astillado y metal
retorcido, y luego lo tiro por la ventana.

Me sangra la nuca y busco una venda en mi caja de recortes, pero


en su lugar saco un trocito de papel. La caja está llena de ellos. Pequeñas
notas dobladas.

Tardo un momento en recordar lo que son. Tyrant los puso en mi caja


de corte la última vez que estuvo aquí, pero yo estaba demasiado ida en
una neblina post-sexo y violencia para preguntarme qué estaba haciendo.

Desdoblo la nota y leo su elegante letra inclinada. Leo otra y otra.

Dilo y haré que sangren por ti.

Si alguien te hace daño, le haré sufrir diez veces más.

Los cuchillos cortan profundo, pero mi obsesión por ti corta aun más
profundo.

Tu dolor no te controla. Yo te controlo.

Las notas se desprenden de mis dedos temblorosos y caen al suelo.


¿Por qué no pude ver lo que tenía delante todo el tiempo? No era un
hombre intrigantemente peligroso, sino un psicópata. Mi soledad hizo que su
obsesión pareciera romántica. Mi daño lo convirtió de villano en héroe.
Debería haber sabido que me enamoraría del primer hombre tóxico que se
cruzara en mi camino y que las dulces palabras que me dijo sobre formar
una familia no eran nada dulces. Me abrazó y me folló contra mi voluntad,
y mi retorcido corazón lo confundió con amor.
A la mierda con mi cuello sangrante. No me importa. Solo quiero salir
de aquí. Tomo una mochila y empiezo a meter ropa y artículos de aseo. Me
quito el disfraz y me pongo unos jeans y un jersey. Tengo la cara y las manos
blancas como fantasmas por el maquillaje, pero no tengo tiempo de
lavármelas ahora.

Mi cuchillo está tirado en la alfombra, y me tomo un momento para


pegarlo con cintas al interior de mi muñeca, dentro de la manga. Nunca se
sabe cuándo puedes necesitar un arma.

Con la mochila al hombro y la mano en la puerta, echo un último


vistazo a mi habitación. Este ha sido mi lugar feliz desde que empecé la
universidad. En esta habitación me he sentido más segura y más yo misma
que viviendo con mamá o con papá y Samantha. Todas mis cosas favoritas
están en las paredes. Dibujos. Cuadros. Muestras de colores y telas. Duele
tanto dejarlo todo atrás.

Respiro hondo y endurezco mi corazón. Si me quedo, Tyrant seguirá


haciendo daño y amenazando a mi familia porque cree que tiene una
oportunidad conmigo.

¿Y si estoy embarazada? ¿entonces qué?

Me apresuro a volver junto a la cama, saco la prueba de embarazo


que me compró Tyrant y la meto en la mochila.

Dejo atrás mi habitación y los dormitorios y salgo a la oscuridad


plateada de una noche de luna llena. La estación de autobuses está a un
kilómetro y medio más o menos, y hacia allí me dirijo. No sé a dónde voy,
pero compraré el billete más barato para el autobús que llegue más pronto
y me lleve más lejos. Después, no lo sé. Apenas tengo dinero, así que
intentaré conseguir un trabajo y encontrar alguna forma de poner un techo
sobre mi cabeza.

En la parada de autobús, contemplo los ruidosos y malolientes


autobuses, preguntándome si estoy tomando la decisión correcta. Quizá
debería quedarme en Henson e ir a la policía. Decirles que tengo un
acosador. Tyrant es poderoso, pero la policía puede hacer algo para
protegerme, ¿verdad?

Me muerdo el labio inferior, dudando junto al bordillo. No estoy segura


de la policía. Tyrant lleva décadas delante de sus narices y, por lo que he
oído, nunca le han puesto una multa por exceso de velocidad.
Debería saberlo todo antes de tomar una decisión que afecta a mi
futuro. ¿Solo miro por mí o también tengo un bebé al que proteger?

Los lavabos están sucios y agujereados, y me golpea el olor agrio de


la orina rancia. Sentada en el retrete de un cubículo vacío, saco la prueba
y leo las instrucciones. Orina en este extremo y espera tres minutos. Parece
bastante fácil.

Poco después, sostengo la prueba entre los dedos mientras espero a


que se desarrolle, con el teléfono en la otra mano para no perder de vista la
hora. Los segundos pasan volando. No estoy embarazada. Es imposible que
esté embarazada. Tengo demasiadas cosas de las que preocuparme,
como Tyrant y lo que está haciendo en este momento. Probablemente
destrozando mi dormitorio con rabia porque el rastreador se ha perdido.

Después de tres minutos, miro la prueba y examino el indicador. Suelto


un grito de sorpresa, la prueba se me suelta de los dedos y cae con estrépito
al suelo de cemento.

Oh, mierda.

Oh, mierda.

Me planteo conseguir otra prueba y volver a comprobarlo, pero ¿qué


sentido tendría?

Estoy embarazada.

Voy a tener el bebé de Tyrant Mercer.

Durante un buen rato, miro a ciegas el grafiti de la parte trasera de la


puerta de la caseta, hasta que el rechinar de los engranajes y el rugido del
motor de un autobús me hacen volver en mí. Tengo que huir. Alejarme de
Tyrant antes de que se entere de lo del bebé y se vuelva aún más loco. Haría
a su hijo igual que él. Si se entera de que estoy embarazada, probablemente
intentará quitarme a mi hijo en cuanto nazca.

Me siento desconectada de mi propio cuerpo, recojo la prueba y la


tiro a la basura, me acomodo los jeans y tiro de la cadena. Esto no parece
real. Solo tengo diecinueve años. No puedo tener un hijo.

No tengo porque tener este bebé.

¿Acaso quiero este bebé?


En un instante, ante la idea de deshacerme de él, sé inmediatamente
la respuesta. Quiero este bebé. Estaba medio enamorada de la idea
cuando Tyrant me follaba sin protección. Estaba jugando con fuego a
propósito, y ni siquiera me esforcé tanto por conseguir el Plan B cuando un
farmacéutico me dijo que estaban agotados.

Ser madre significa tener por fin una familia. Mi familia. Alguien a quien
puedo amar incondicionalmente. Protegeré a este niño de todas las formas
en que mamá, papá o Samantha nunca me protegieron a mí.

Me lavo las manos y me echo agua en la cara, me las seco en el jersey


y vuelvo a salir al aire libre. Necesito un horario de autobuses y luego
sentarme a trazar un plan.

—¿Dónde crees que vas, ángel?

Me quedo paralizada, con el miedo recorriéndome la espalda. Quiero


correr, pero Tyrant habla tan cerca de mí que podría alcanzarme y
agarrarme en menos de un segundo. Lentamente, me doy la vuelta y lo veo
apoyado contra la pared, con la mitad superior de su cuerpo entre las
sombras.

—¿Cómo me encontraste? Rompí el rastreador.

Tyrant se aparta de la pared y se adentra en la luz. Las parpadeantes


bombillas de neón resaltan sus pómulos. La cruel curva de su boca. Esos ojos
oscuros y amenazadores. Se ha quitado las lentillas rojas y la máscara con
cuernos, pero sigue pareciendo el Diablo.

—Olvidaste comprobar si te seguían cuando saliste de tu dormitorio.


No eres una persona que engañe por naturaleza, Vivienne. Es inútil que
intentes esconderte de mí.

Se me caen los hombros. He olvidado echar un vistazo a mi alrededor.

Tyrant mira con desconfianza a los baños.

—¿Por qué has tardado tanto ahí?

Se me revuelve el estómago. Recordando lo que Tyrant acaba de


decir sobre que no soy persona que engaña por naturaleza, me obligo a
hacer la actuación de mi vida. Tan despreocupada como puedo, le digo:

—Intentaba quitarme este maquillaje.

—Todavía está en tu cara.


—He dicho que lo intenté. Necesito desmaquillante.

Se acerca hasta que se cierne sobre mí. Su altura y su fuerza siempre


me han hecho sentir segura. Excitada. Atraída. Esta noche tiene un aura
amenazadora y me doy cuenta de lo fácil que sería destruirme sin sudar.

—¿Cómo te atreves a huir de mí? —se queja.

—Tenía miedo. Aún lo tengo. —Respiro tranquilamente y decida, por


primera vez en mi vida, pedir lo que quiero.

Exígelo.

—Quiero que me dejes en paz. Para siempre. No quiero verte más.

—Vivienne, solo haces que me enfade más.

Su expresión brutal hace que me tiemblen las rodillas. Hay tanta


violencia en su corazón, y va a desatarla toda sobre mí.

—Tyrant, por favor, déjame ir. Necesito espacio para pensar.

Sus manos me rodean lentamente por los codos y me empuja hacia


él.

—Te daré una última oportunidad para que vengas voluntariamente.


No olvides que te amo, Vivienne. Nunca he amado a ninguna mujer antes.
Si me lo echas en cara, me enfadaré mucho, joder. —Me acaricia la mejilla
con el dorso de los nudillos y sus ojos se entrecierran con furia.

¿Una última oportunidad? Eso suena siniestro. Eso suena mortal.

Puede que consiga que me maten, pero tengo que decir la verdad.

—No soy real para ti. Solo soy una obsesión.

Tyrant me agarra de los brazos con tanta fuerza que percibo que me
saldrán moratones.

—¿Los eliges a ellos antes que a mí?

La última traición. Ponerme del lado de mi familia antes que de él.

Sacudo la cabeza.

—No, Tyrant. No los elijo a ellos. Elijo a Barlow. Tiene que quedarse con
su familia. Es inocente en todo esto, y quiero lo mejor para él.
—No te aman —gruñe—. Te desprecian.

Me clavo las uñas en las palmas de las manos y me esfuerzo por no


sollozar.

—Lo sé.

—Entonces no entiendo por qué eres tan terca, a menos que quieras
sufrir.

—No quiero sufrir. No quiero que nadie muera.

—No siempre podemos conseguir lo que queremos. O, mejor dicho, tú


no puedes. Me llevo lo que es mío.

Mira por encima de mi hombro y hace una señal con la cabeza a


alguien a quien no veo. Desde detrás de mí, una bolsa cae sobre mi cabeza
y me aprieta. Unos brazos fuertes me levantan y me cuelgan de un hombro.
El hombro de Tyrant. Puedo sentir su caro traje bajo mis dedos. Estoy a punto
de gritar cuando da unos pasos y me empuja hacia un amplio asiento de
cuero. Alguien entra a mi lado y la puerta se cierra de golpe. Un momento
después, tengo las manos y los pies atados con cremalleras. Ni siquiera me
da tiempo a meter la mano en la manga para agarrar mi cuchillo.

Estoy tendida sobre el cuero, en el mismo lugar donde Tyrant me sujetó


y me folló. He sido tan estúpida, y ahora es demasiado tarde. Bailé con el
Diablo, y ahora nunca me dejará ir.

—¿Qué quieres de mí? —gimo, con la voz amortiguada por la bolsa.

—Me debes —gruñe.

—Nunca te he quitado nada. Lo único que me compraste fue una


prueba de embarazo.

Tyrant se ríe mientras el auto se aleja, y el sonido es cruel y frío.

—He sangrado por ti, ángel. Esa es una deuda mayor que el dinero, y
se me pagará hasta la última gota.
P A R T E II
11

Diez meses antes

—Julia, estos son simplemente impresionantes.

Levanto la vista de la costura que tengo en el regazo y veo que Carly


está examinando una docena de fotografías en blanco y negro que hay
esparcidas sobre una mesa delante de Julia. Estamos en la sala común, casi
vacía, un sábado por la tarde, intentando avanzar en nuestros proyectos de
historia del arte. La tarea es sobre la historia local de los Henson, y yo estoy
inmersa en la recreación del vestido de pedrería de debutante que llevó
Cecelia Henson en 1921. En la entrada principal de la universidad hay un
retrato de ella con ese vestido. He estudiado el cuadro y he encontrado
dibujos del vestido, diseñado exclusivamente para ella, en los archivos de la
universidad.

Carly está pintando un mapa de Henson tal y como era en el año


1900, y Julia ha estado fotografiando jardines de Henson que se plantaron
por primera vez a finales del siglo XIX y principios del XX.

Julia coloca una de sus fotografías junto a la impresión de otra mucho


más antigua.

—Expondré mis fotos junto a estas del pasado, para que la gente vea
cuánto han cambiado los jardines. O no han cambiado.

—Quedará precioso —le digo, añadiendo con cuidado una cuenta


plateada al corpiño del vestido de Cecelia y atando el hilo.

—¿Sabes el jardín de quién me gustaría fotografiar? —pregunta Julia


con una sonrisa pícara.

—Ni siquiera digas su nombre —dice Carly, captándolo enseguida.


—¿Por qué, aparecerá y nos matará a todos? Tyrant Mercer es solo un
hombre, y he oído que su jardín es hermoso.

Hermoso y mortal, si los rumores son ciertos. Al parecer, a Tyrant le


encanta encerrar a la gente en el laberinto de su jardín y darles caza por
deporte.

—Sí, pero no es muy viejo porque lo puso él mismo, así que no sirve
para tu proyecto —le digo, mirando la hora en mi teléfono—. Me tengo que
ir. Les dije a papá y a Samantha que estaría en casa para cenar.

Recojo mis cosas y les digo a Carly y Julia que volveré más tarde, las
subo, agarro mi mochila y mi abrigo y salgo de los dormitorios para cruzar los
terrenos de la universidad. Solo son quince minutos andando hasta mi casa.

Un viento frío me despeina mientras avanzo por mi calle. La


temperatura es fresca pero el cielo está despejado, y es el tipo de tarde de
invierno que aligera la pesada e invisible carga de la vida. Al menos durante
un rato.

Estoy acurrucada en mi abrigo, anticipando una tarde con papá,


Samantha y mi hermanito, Barlow. Nació hace seis meses y es el bebé más
adorable que jamás ha existido. En mi mochila hay un mameluco que yo
misma cosí para Barlow. Está hecho de algodón blanco peludo y
estampado por todas partes con patitos amarillos. Estoy deseando
ponérselo a la hora de dormir y acostarlo en la cuna. Solo de imaginármelo
me invaden la felicidad y el calor.

Cuando llego a la casa donde viven papá y Samantha, que fue mi


propio hogar durante cuatro años hasta que me mudé a los dormitorios de
Henson, me recuerdo que Barlow podría estar durmiendo la siesta. Entro en
silencio en lugar de abrir la puerta de golpe y decir: Soy yo.

Cuando dejo la mochila en el sofá y me quito el abrigo, oigo voces en


el pasillo. Las de papá, Samantha y otro hombre. Con un sobresalto, me
pregunto si será Lucas. Hace tiempo que no lo veo, pero sospecho que sigue
viniendo de vez en cuando. Verlo hace que me duelan todas las cicatrices
de las costillas, y entonces me entran ganas de añadir más.

El hombre que habla tiene una voz más grave que la de Lucas, y no
es una que yo reconozca.

De repente, Samantha grita, estridente y llorosa.

—¿Qué quieres de nosotros?


Me quedo paralizada, a pocos metros del perchero. Nunca había
oído a Samantha sonar tan aterrorizada. ¿Quién está en nuestra casa?

Me pongo en la sombra junto al perchero y miro con cuidado a su


alrededor. Desde aquí puedo ver la cocina. Papá está de pie junto a la
mesa de madera, sujetando un cucharón como si estuviera removiendo
sopa. Samantha está detrás de él, junto al fregadero, agarrándose a él para
apoyarse. Ambos tienen los ojos muy abiertos por el miedo mientras miran
fijamente a un hombre vestido con un traje negro. Un hombre
asombrosamente alto y musculoso, de hombros anchos, piernas largas y pies
grandes calzados con elegantes zapatos de cuero. Lleva el cabello fino y
rubio hacia atrás, apartándolo de su rostro anguloso, lo que revela unos ojos
fríos, unas cejas malévolas y unos rasgos muy atractivos. Tiene una leve
sonrisa en los labios, como si supiera que su mera presencia en esta cocina
suburbana aterroriza a mi padre y a mi madrastra.

Lo sabe.

Y lo está disfrutando.

Solo me he cruzado con él una vez, hace años, pero sé exactamente


quién es este hombre. Todo el mundo en Henson conoce a este hombre.

Tyrant Mercer.

Oficialmente, es el dueño de un club y un hombre de negocios, ¿pero


extraoficialmente? No hay un solo asesinato, asalto, robo, garito ilegal o plan
de falsificación en Henson que no se rumoree que está relacionado con él
de alguna manera. Gobierna los oscuros y húmedos locales de los bajos
fondos de esta ciudad. Entonces, ¿qué está haciendo en nuestra cocina?

Barlow está sentado en su trona, con sus grandes ojos azules de bebé
mirando inocentemente a Tyrant sin comprender que está mirando a un
asesino. Para horror de papá y Samantha, y mío, Tyrant levanta una mano
tatuada y pasa el dedo índice por la mejilla regordeta de Barlow.

—Qué bebé tan bonito. Debes estar muy orgulloso.

Casi grito “No lo toques”, pero me detengo justo a tiempo. Tengo que
llamar a la policía antes de que Tyrant se dé cuenta de que estoy aquí. Miro
hacia el sofá, donde he dejado la mochila.

—Vete o llamamos a la policía —le dice Samantha con voz


temblorosa.

Tyrant se ríe.
—Adelante, Señora Stone, pero si lo hace, sus padres serán los
próximos en llamar a una funeraria. Por su esposo, por usted y por su bebé.

Hago una mueca de dolor y me olvido de intentar alcanzar mi


teléfono.

—No le harías daño a un bebé —susurra Samantha horrorizada.

Tyrant finge estar desconcertado y señala a Barlow.

—¿Qué, a este bebé? —Levanta a Barlow de su trona y lo acomoda


contra su cadera mientras Samantha se tapa la boca horrorizada. Tyrant
sonríe a Barlow, mostrando unos dientes fuertes y blancos, y se me eriza la
piel—. Qué hombrecito tan dulce es. ¿Crees que sería difícil para alguien
como yo hacerle daño a un bebé? Nunca lo he intentado. Hay una primera
vez para todo.

Samantha grita y se abalanza sobre Barlow con ambas manos, pero


papá la detiene. Cae de rodillas, sollozando, y Tyrant la observa con esa
sonrisa cruel y burlona en el rostro.

—Los bebés son tan indefensos, ¿no? Mira, ya confía en mí. —Tyrant
mueve un dedo índice tatuado contra la mejilla de Barlow, y envuelve su
regordeta mano de bebé alrededor de él y mira fascinado la tinta.

Tengo que taparme la boca con las dos manos para no echarme a
llorar.

—Owen, haz algo —grita Samantha.

Papá abre y cierra la boca, y cuando habla su voz es suplicante.

—Por favor. ¿Qué quieres de nosotros?

Tyrant deja caer su sonrisa, y la habitación se vuelve aún más fría.

—¿Qué crees que quiero?

—No tengo dinero.

Oh, no, no Tyrant también. En el pasado, papá ha debido dinero a


bancos, a prestamistas, a su familia, a varios amigos, ¿pero endeudarse con
un peligroso criminal como este hombre? ¿En qué estaba pensando papá?
Probablemente no estaba pensando en nada y estaba en una de sus
juergas. Pensé que con un nuevo bebé y una familia que dependía de él,
papá querría pasar página y ser un hombre mejor.
—Owen, por favor. No lo hiciste. ¿Cuánto? —Samantha pregunta con
voz temblorosa.

—¿No se lo has dicho a tu esposa? —Tyrant se burla—. Su esposo me


debe veintinueve mil. Normalmente no vendría personalmente a cobrar una
suma tan pequeña, pero el señor Stone me insultó un par de veces cuando
los porteros le estaban echando de mi club de la calle Yancy. Al parecer
soy un imbécil. —Arquea una ceja interrogativa hacia papá.

El horror que siento se refleja en la cara de Samantha. Veintinueve mil,


e insultó a Tyrant Mercer ante los hombres que trabajan para él.

—Tenemos ahorros. La cuenta conjunta... —Samantha se interrumpe


cuando papá sacude la cabeza, diciéndole que el dinero ha
desaparecido. Debió de beber y apostarlo. Se le llenan los ojos de
lágrimas—. Owen, ¿cómo has podido?

El silencio es aplastante.

Tyrant mira entre ellos.

—¿No tienes más ideas? Entonces quizá esto te motive. Podrás


recuperar a tu mocoso cuando yo tenga mi dinero. —Toma una de las
manos de Barlow y le hace saludar a sus padres—. Adiós, mamá y papá. Me
voy a casa con papá Tyrant.

Con una carcajada, se gira hacia la puerta. Hacia mí. Rápidamente


retrocedo hacia las sombras.

Samantha grita y trata de agarrar a su bebé, pero Tyrant saca un arma


de su chaqueta y le apunta a la cabeza, su expresión burlona se vuelve
feroz.

—Atrás de una puta vez. No tengo piedad de ti, ni de este niño. Si no


consigo mi dinero, destrozaré sus vidas, y lo que quede será un desastre
empapado en sangre. Ahora mismo, nadie ha resultado herido, pero si sigo
esperando a esta hora la semana que viene, eso cambiará. —Aprieta un
beso en la sien de Barlow y les sonríe una vez más—. Pieza a pieza.

Tengo que hacer algo. No puedo llamar a la policía. No tengo un


arma. Papá no tiene tanto dinero y yo tampoco. La única esperanza de
Barlow es que alguien irrumpa en la impenetrable mansión de Tyrant, lo
agarre y vuelva a salir a escondida. La casa de Tyrant tiene altos muros
circundantes y presumiblemente más sistemas de seguridad que la cámara
blindada de un banco. Una vez que Barlow esté adentro, no habrá nada
que nosotros ni nadie pueda hacer para sacarlo.
Miro por encima del hombro hacia la puerta principal. El auto negro y
brillante de la entrada debe de ser el de Tyrant. Robarle Barlow a Tyrant será
mucho más fácil si el ladrón solo tiene que salir de la mansión y no entrar en
ella.

Me doy la vuelta y regreso tan silenciosamente como puedo por el


pasillo.

—Eres un monstruo —solloza Samantha detrás de mí mientras salgo por


la puerta y la cierro.

Con la sangre rugiendo en mis oídos, corro hacia el auto de Tyrant,


esperando con toda la fuerza de mi desesperación que lo haya dejado
abierto. Para mi asombro y alivio, la puerta trasera se abre cuando tiro de la
manilla, y me cuelo adentro.

En el asiento trasero de su auto hay un abrigo, largo y oscuro de lana.


Me tiro al suelo del auto y me cubro con la prenda, y me envuelve un olor
fragante pero frío. Me llena los pulmones con cada bocanada de aire, y me
doy cuenta de que estoy respirando el aroma de Tyrant Mercer. La lana
contra mi mejilla es cálida y suave. No debería sentir nada más que terror en
este momento, pero me distrae la sensación de este hombre y sus gustos.
Caro. Sutiles. Peligroso.

La puerta del conductor se cierra de golpe, el motor arranca y siento


que el auto empieza a moverse.

Mis manos aprietan la lana horrorizada. ¿Qué he hecho? ¿Cómo es


posible que me hayan secuestrado junto con mi hermano? Mi respiración es
cada vez más rápida. Tyrant me oirá si sigo así. Me muerdo el interior de la
mejilla y el dolor corta todo el ruido de mi cabeza. Por ahora, Tyrant no sabe
que estoy aquí, lo que significa que tengo ventaja.

Ojalá hubiera traído un martillo, una aguja de tejer, cualquier cosa


que pudiera usar como arma. No sé hasta qué punto soy capaz de hacer
daño a otra persona, pero si es para salvar a Barlow, creo que podría agarrar
lo que tuviera a mano y usarlo contra Tyrant. Me imagino agarrando una
lámpara o una maceta y rompiéndosela en la cabeza. Eso podría funcionar,
aunque me siento mal ante la idea de herir a alguien, incluso a un criminal
como Tyrant.

—¿Sin lágrimas? ¿No te asusto, pequeño Barlow? —dice Tyrant, y me


pregunto si tiene a mi hermano en su regazo mientras conduce.
Barlow hace un sonido de bebé que sé que significa que siente
curiosidad por algo.

—¿Intentas ayudarme a conducir? —Tyrant suelta una suave


carcajada—. Eres un pequeño confiado. Esperemos que tu padre cumpla
con mi dinero antes de la fecha límite. No me gustaría que le pasara nada
malo a un inocente bebé.

No hay ni una pizca de piedad en su risa. Tyrant no se lo pensará dos


veces antes de hacer daño a Barlow si no consigue lo que quiere, así que
¿por qué debería agonizar sobre si está mal hacerle daño? Un monstruo
como él no merece seguir respirando. No sentiré ni una pizca de
remordimiento mientras yace sangrando a mis pies.
12

Me doy cuenta de que alguien se esconde en la parte trasera de mi


auto cuando aún estoy a ocho calles de mi casa. Mi abrigo se ha deslizado
del asiento trasero al suelo, que no es donde lo dejé al salir del auto.

Conduzco con una sola mano, con una mano alrededor del bebé
para mantenerlo sobre mis rodillas. Mi mano libre agarra el volante mientras
entrecierro los ojos al ver la carretera. ¿Será un asesino? Hay mucha gente
que me quiere muerto. ¿O es la hija de Merrick? Mi molesta acosadora. Ese
pensamiento me irrita. Mis hombres me han dicho que la chica Merrick ha
estado apareciendo en mis clubes, con la esperanza de llamar mi atención.
Lo último que necesito es una pequeña idiota desesperada y débil que
quiera hacerme mamadas incompetentes y gastarse mi dinero, y me
cortaré el cuello antes de estar ligado de por vida a un político.

Al girar a la derecha, echo un vistazo a la parte trasera de mi auto.


Cuando las farolas se mueven sobre el abrigo, veo un pie asomando por el
extremo más alejado.

Un pie delgado en una bailarina puntiaguda.

No un asesino. Si es la hija de Merrick, la arrastraré a casa por el


cabello y la degollaré delante de su padre. Cuando entro en el largo y
sinuoso camino que conduce a mi casa, las puertas de hierro forjado se
abren y dejan ver unos jardines con altos setos. Más allá se alza mi casa, con
sus columnas blancas y sus largas ventanas.

—Llama a la ama de llaves —le digo al programa de reconocimiento


de voz de mi teléfono, y cuando Angela contesta, le digo que se reúna
conmigo junto a mi auto. El garaje está separado de la casa, por un largo
paseo por el jardín, o bien por un atajo a través de un pasadizo subterráneo
y una puerta cerrada.
Se abren las puertas del garaje y estaciono en un lugar vacío. Me
espera Angela, una mujer de unos cincuenta años que lleva un pulcro
vestido gris con cuello de encaje blanco.

Abro la puerta y salgo con el bebé en brazos.

—Lleva esto a la casa.

—Sí, Señor Mercer. —Angela ni siquiera pestañea mientras acepta al


niño de mis manos y lo lleva a la casa por el atajo. Le he pedido que haga
cosas más extrañas que está en el pasado. Una vez tuvo que alimentar a un
leopardo durante una semana. La mayoría de los días tiene que limpiar
manchas de sangre de mi ropa. Como todos mis empleados, está bien
pagada y es muy leal.

La puerta del garaje rechina al cerrarse, y ahora estamos encerrados


juntos, mi pequeño polizón y yo.

Finjo que subo a la casa introduciendo el código del atajo y abriendo


y cerrando la puerta. Luego me apoyo de espaldas y espero. La luz
automática del garaje se apaga y la única iluminación es la luna que entra
por la claraboya.

Pasan varios minutos y entonces se oye el ruido de un tanteo en el


interior de mi auto. La puerta del pasajero se abre y un pie cauteloso se
acerca al suelo. Como un conejo asustado que sale de su madriguera, una
chica morena se asoma. Con exagerado cuidado, cierra la puerta sin hacer
ruido y mira a su alrededor. Parece tener unos dieciocho o diecinueve años
y lleva un vestido corto y pálido que parece de hace cincuenta años. La
pequeña camiseta desteñida que lleva debajo ha sido lavada cien veces
o más. Sus zapatos son anticuados, pero bonitos. Todo en esta chica es
limpio y bonito, pero vintage o de segunda mano, hasta el lazo de satén
crema de su largo cabello.

Dudo que sea la hija de Merrick. Las fotografías que he vislumbrado


mientras él agitaba su teléfono en mi rostro son de una rubia glamurosa y
muy moderna.

Lentamente meto la mano en mi chaqueta y despliego un cuchillo.


Las chicas no necesitan que las amenacen con armas. Les dan más miedo
los cuchillos, sobre todo las chicas hermosas que se preocupan por sus
bonitas caras. Cuando su mirada se posa en mí, sonrío en la oscuridad. Ella
jadea al ver el brillo de mis dientes.
Doy un paso adelante hacia la luz, retorciendo el cuchillo entre mis
dedos.

—Bueno, hola. ¿Quién carajo eres?

La chica se queda con la boca abierta y, por un momento, se queda


paralizada. Luego, con una voz sorprendentemente decidida, se endereza
y dice:

—Es mi hermano el que te has llevado.

¿Su hermano? Es la hija de Owen Stone. No vi a nadie más en la casa,


así que debe haberse escondido de mí y escuchó nuestra conversación, la
pequeña perra tramposa.

Pongo la punta de mi cuchillo bajo su barbilla, forzándola hacia arriba.

—Te has entrometido en mi propiedad. ¿Qué creías que ibas hacer


aquí?

Hay miedo en sus ojos iluminados por la luna, pero mantiene la calma.

—Iba a recuperar a mi hermano, por supuesto.

Pongo algo de peso sobre el cuchillo, lo suficiente para amenazar con


romper la piel y clavárselo en la garganta. Para mi sorpresa, la Señorita Stone
levanta la mano y rodea el filo.

—Si tiro, te abriré la mano —señalo.

—Pero no podrás cortarme el cuello si aguanto así. No me importa si


me haces daño, pero sí si me matas porque entonces no habrá nadie que
salve a Barlow.

Mi mirada se posa en su bonita y exuberante boca. Qué chica tan


extraña, aferrándose a mi cuchillo como si nunca hubiera tenido miedo de
un cuchillo y no fuera a empezar a tenerlo ahora.

—¿Cuánto lo deseas?

La Señorita Stone traga contra el cuchillo, que le hace un corte en la


piel. Una sola gota de sangre corre por su garganta y empapa el escote de
su camiseta. Vuelvo a girar el cuchillo y otra gota recorre su piel perfecta. Mi
lengua se mueve contra el paladar mientras imagino que la agarro con
fuerza por el cabello y la lamo.
—Tú... puedes tenerme a mí en su lugar. Me cambiaré por él.

—Te das cuenta de que tu padre no tiene dinero, y al final de la


semana, te mataré. —Me inclino hacia ella, sonriendo fríamente—. Creo que
te cazaré por deporte. Debes de tener un grito precioso.

La respiración temerosa de la Señorita Stone se acelera un poco.

—Bien. Pero no lastimes a Barlow. Me cambiaré por él.

Mi mirada se desliza por su cuerpo. Tan temeraria para ser tan joven y
bonita.

—No parece un intercambio justo. ¿Tú por un precioso bebé? ¿Mamá


y papá te quieren tanto como a él?

La Señorita Stone se estremece.

—Estarán... motivados para conseguirte el dinero si tienen a Barlow de


vuelta.

Me rio suavemente.

—¿Estás diciendo que no les importas una mierda? Entonces nunca


conseguiré mi dinero.

—Barlow es solo un bebé, y por mucho que te rías, no es gracioso. No


trates esto como un estúpido juego.

Me invade la furia. ¿Se ha colado aquí y ahora se pone insolente? Si


está tan desesperada por morir, la arrojaré al laberinto de senderos y setos
que rodea mi casa y la veré correr hasta la extenuación. Con las paredes
que se mueven y las puertas que se cierran y se abren, es imposible que
alguien entre o salga sin mi permiso.

—¿Un juego, dices? —pregunto fríamente—. Me encantan los juegos.


Puedes recuperar a tu hermano si consigues descubrir dónde está
escondido. Te daré una oportunidad justa. Incluso te diré que está en mi
casa. Alcánzalo y podrán irse los dos a casa.

La lengua de la señorita Stone juega con la comisura de su labio


mientras considera esto.

—¿La casa en esta propiedad? ¿Cuál es la trampa?

—No hay trampa. Te dejaré la puerta abierta.


—Eso debería ser bastante fácil —dice insegura, soltando mi cuchillo.

Resoplo suavemente. Piensa, joder. Bajo el cuchillo, saco mi teléfono


y llamo a mi jefe de seguridad.

—Cierren las puertas uno, tres, cuatro, siete, nueve y diez. Abre la dos,
cinco, seis, ocho, once, doce y trece. Ponlas para que se aleatoricen cada
quince minutos.

Un momento después, un sonido mecánico llena el aire. Los terrenos


que conducen a mi casa son una serie de jardines amurallados dentro de
otros jardines amurallados. Un laberinto que puedo cambiar abriendo y
cerrando trece puertas. Cuando eres el hombre más odiado de Henson,
necesitas adoptar un enfoque creativo para la seguridad. Menos mal que
lo hice, si no, esta bonita polizón podría haberse largado a donde quisiera.

—Tienes cuarenta y ocho horas. —Miro mi reloj—. A partir de ahora.

—Pero le diste una semana a papá y a Samantha —exclama.

Saco el móvil y pulso la pantalla. La puerta del garaje se levanta y la


verja del final del camino se abre. Hay una tentadora visión de la calle más
allá.

—¿No te gusta? Lárgate. Esta es tu única oportunidad de salir de aquí


con vida, y harías bien en aprovecharla. Una vez que la puerta se
cierre... —Le dirijo una sonrisa fría—. Eres mía. Tu hermano y tú.

La señorita Stone mira con nostalgia hacia la libertad, con los


mechones de su cabello oscuro ondeando sobre su cara.

Sacude la cabeza y se vuelve hacia mí.

—No me iré sin Barlow. No somos tuyos si consigo encontrarlo, y no me


importa lo que me pase. Haz lo peor que puedas.

Me inclino hasta que mis labios están tentadoramente cerca de los


suyos y murmuro:

—Pienso hacerlo. Tic-tac, Señorita Stone.

La dejo junto a mi auto con sangre en la garganta, introduzco el


código en la puerta cerrada y salgo por el atajo que lleva a la casa,
cerrándola bien tras de mí.
Mientras camino por el pasadizo, examino las gotas rubí de sangre en
la punta de mi cuchillo. Luego la lamo.

La Señorita Stone es una chica bonita y sabe deliciosa. Es una pena


que no viva más allá de los próximos dos amaneceres.
13

Cuarenta y ocho horas para recuperar a mi hermano, y el tiempo


corre.

Salgo del garaje y miro hacia la casa. Se alza sobre una colina con
jardines ornamentales que ascienden hacia ella. Jardines complicados con
setos y muros densamente poblados. El hombre que mantiene cautivo a
Barlow tiene todo el poder, y no va a jugar limpio. Intento no pensar en el
hecho de que Barlow está en peligro en este momento. Si llora o grita
demasiado alto, ¿qué impedirá que el Tyrant Mercer pierda la paciencia y
le haga daño a mi hermano?

Se oyen pasos detrás de mí, y me doy la vuelta, esperando ver a Tyrant


marchando hacia mí con ese cuchillo en la mano.

No es Tyrant. En su lugar, un hombre de unos cincuenta años, barba


oscura y camisa blanca, entra en el garaje y cierra la puerta con el código
de acceso. Me ignora mientras se sube al Cullinan negro, lo saca del garaje
y lo estaciona junto a un seto. Sin dejar de ignorar mi presencia, agarra un
cubo, una esponja, una botella de detergente y cera, y se pone a limpiar el
auto de Tyrant, escrupulosamente limpio.

Supongo que no es raro que aparezcan jóvenes sangrantes en los


terrenos de la finca de Tyrant. No merezco una primera mirada, mucho
menos una segunda. Bien por mí. No quiero que nadie se interponga en mi
camino mientras intento llegar a Barlow.

Doy la vuelta al garaje y entro en el jardín. Un prístino césped corre


hasta un alto muro de piedra cubierto aquí y allá de hiedra y arbustos de
hoja perenne que crecen en los parterres. Aún no he entrado en el laberinto,
así que debe de haber una puerta en alguna parte y, si está cerrada,
esperaré a que se abra. Solo esperaré quince minutos como máximo.
Solo que no hay puerta. No donde estoy mirando, en todo caso. La
pared de piedra es ininterrumpida. Ninguna puerta obvia, y ninguna oculta,
tampoco. Solo piedra. Incluso buscando entre la hiedra no llego a ninguna
parte.

Unos minutos después, oigo un chirrido en el interior del laberinto y me


quedo inmóvil, esperando con la respiración contenida a que se abra una
puerta que me indique el camino a seguir. Pero no ocurre nada. Tyrant dijo
a seguridad que las puertas deberían cambiar de configuración cada
quince minutos, pero si aquí no hay ninguna puerta, ¿cómo se supone que
voy a entrar? A menos que me haya engañado y me haya hecho imposible
avanzar.

Con un suspiro de frustración, me doy la vuelta y me dirijo de nuevo al


garaje, preguntándome si me he perdido algo allí. La puerta por la que
desapareció Tyrant sigue firmemente cerrada, y de todos modos no parece
que ese sea el camino que debo seguir.

Estoy dudando junto al Cullinan negro cuando una voz habla,


haciéndome dar un pequeño brinco.

—¿Puedo ayudarla en algo, señorita? —El hombre que lava el auto


me mira con cara de preocupación. Escurre la esponja y se sacude el agua
de las manos. Tiene ojos amables y una barba de confianza. No sé cómo
una barba puede ser digna de confianza, pero la suya lo es. Prolija pero
tupida y de un lustroso color marrón.

Si alguien no me ayuda, probablemente estaré atrapada aquí para


siempre.

—Hola. Um. Quizá puedas, si no es mucha molestia. Por cierto, me


llamo Vivienne —me apresuro añadir, al darme cuenta de que no me he
presentado.

—Encantado de conocerla, Señorita Vivienne. Soy el chófer del Señor


Mercer, Liam Summers. —Me ofrece una cortés inclinación de cabeza—.
¿Necesita algo?

Señalo hacia la mansión.

—Estoy tratando de llegar a la casa del Señor Mercer. Dijo que el


camino hasta allí es difícil, pero parece que ni siquiera puedo encontrar el
camino para poder empezar.

El Señor Summers levanta la vista hacia la casa, y ¿es mi imaginación


o hay un parpadeo de preocupación en sus ojos?
Me echo hacia atrás, levantando las manos.

—Espera. No te preocupes. No deberías ayudarme. El Señor Mercer


probablemente te castigará.

El conductor resopla. No sé si es divertido, burlón o está de acuerdo.

—Vuelve.

—¿Perdón?

El conductor sumerge la esponja en el cubo de agua jabonosa y la


aplica una vez más al auto.

—Vuelve atrás.

—No me voy a rendir.

El hombre se encoge de hombros y sigue enjabonando el auto de


Tyrant.

Permanezco de pie varios minutos más, esperando a que ocurra algo.


Lo único que ocurre es que el Señor Summers termina de enjabonar el auto,
lo enjuaga con una manguera eléctrica, lo vuelve a meter en el garaje y
desaparece de nuevo por la puerta cerrada.

Un viento frío recorre el camino de entrada y me hace temblar. Me


envuelvo el cuerpo con los brazos y me doy cuenta de que me he dejado
el abrigo en casa. Me estoy congelando y también tengo hambre. ¿Qué
voy hacer, quedarme aquí esperando a que se me acaben las cuarenta y
ocho horas? Tal vez sería mejor idea escapar de la finca y buscar ayuda
para Barlow de otra manera. No estoy segura de que llamar a la policía sea
una buena idea, pero quizá papá o Samantha ya hayan pensado en algo.
No quiero rendirme. Odio rendirme. No emprendo proyectos de costura
diabólicamente difíciles solo para desecharlos cuando se ponen difíciles.

Vuelvo al muro de piedra y lo exploro tanto con las manos como con
los ojos. Vuelvo a hacerlo. Y otra vez.

Nada. No hay puerta. No puedo entrar en el laberinto. Tyrant me


engañó haciéndome creer que era posible, y probablemente me esté
observando ahora mismo a través de una cámara de CCTV y riéndose de
mí.

La decepción es una piedra fría en mi vientre, y me doy la vuelta y me


dirijo hacia el camino de entrada. Si hay una forma de entrar, no la
encuentro. Tyrant gana este asalto, pero no voy a renunciar a Barlow. Aún
tengo una semana para encontrar otra forma de recuperarlo.

No sé qué me hace mirar a mi izquierda cuando estoy a mitad de


camino, pero lo hago.

Y me detengo en shock.

Allí, entre unos esbeltos cipreses y rodeada de rosales, hay una verja
metálica abierta. Más allá veo setos, macetas ornamentales de piedra y una
fuente.

Un jardín. El jardín del Tyrant.

Apenas puedo creer lo que ven mis ojos. Por un segundo no me fío de
la forma en que la puerta parece hacerme señas para que entre. No parece
seguro. Pero por supuesto que no es seguro. Atravesar esa puerta significa
acercarse a Tyrant, pero también es un paso más hacia Barlow. Antes de
que pasen quince minutos y la puerta se cierre sola, me lanzo a través de
ella.

La temperatura parece cambiar cuando estoy en el jardín. El viento


no sopla tan fuerte y siento un poco más de calor. Un poco más
esperanzada. Camino lentamente por los jardines, admirando su belleza
iluminada por la luna. Quién hubiera imaginado que un hombre como
Tyrant, con su corazón lleno de oscuridad, dinero y violencia, poseería un
jardín tan hermoso como éste. Me recuerda a las pinturas del Renacimiento.
Los prerrafaelitas. La Roma clásica. Giro a la izquierda junto a un seto, la vista
se abre y veo por primera vez la casa de Tyrant. Es tan hermosa como el
terreno, con columnas blancas y largas ventanas a través de las cuales
puedo ver espejos dorados y lámparas de araña.

Alguien está de pie en una de las ventanas del segundo piso. Una
figura alta con hombros anchos, iluminada desde atrás. Parece llevar algo
en los brazos.

La ira me recorre cuando me doy cuenta de que es mi hermano. No


puedo ver la cara de Tyrant desde aquí, pero probablemente su sonrisa sea
de regodeo mientras me observa.

Mientras miro fijamente a Tyrant, una verja a mi izquierda se abre de


golpe. Me lanzo a través de la puerta y corro por el sendero del jardín, sin
poder evitar que una sonrisa de satisfacción se dibuje en mi rostro. Dos
puertas menos, quedan once.

No sé por qué me invadió el pánico. Esto es demasiado fácil.


14

Me rio mientras me alejo de la ventana, haciendo rebotar al bebé en


mis brazos. Capto la sonrisa en su cara cuando atraviesa la segunda puerta.
Después de quedarse atascada sin remedio y de perder un tiempo precioso,
se tropezó con la primera puerta por casualidad, y ahora cree que ya ha
resuelto todo mi laberinto. Lo que la Señorita Stone no sabe es que no solo
cambian las puertas. En cuanto desaparece por una esquina, las paredes
se mueven. Marcadores como lámparas y otros adornos se desplazan. Me
divertía diseñar un jardín que confundiera a cualquiera que no entendiera
sus secretos. Me divierte ver a la gente dando tumbos por él,
irremediablemente perdida.

Le hago cosquillas en la mejilla a Barlow.

—¿Vamos a ver a tu hermana en los monitores de seguridad? No


tardará mucho en echarse a llorar de pura frustración porque está
irremediablemente perdida, y estoy deseando verlo.

Salgo del salón y bajo por el pasillo hasta una habitación más
pequeña llena de monitores. La mayoría de ellos no muestran ningún
movimiento, pero en tres aparece la chica, moviéndose por mi jardín, con
la cabeza girando a izquierda y derecha a medida que avanza.

Su cabello oscuro le cae por la espalda, y su vestido pálido brilla a la


luz de la luna, haciéndola parecer una ninfa perdida vestida de seda de
araña y luz de estrellas. Ya es bonita, pero está preciosa en mi jardín. Pronto
será hermosa y estará muerta en la hierba, con la garganta y el vestido
brillantes de sangre. Sus brazos y piernas estarán extendidos. Sus muslos se
sentirán suaves y lisos contra mis dedos. Imagino que la Señorita Stone dejará
tras de sí un hermoso cadáver. Mientras tanto, observaré cómo se agota en
mi laberinto, tomaré nota de dónde se acurruca y se duerme, y luego bajaré
allí y jugaré con la niña de ojos de muñeca. Con las manos atadas y una
mordaza entre los dientes, no podrá gritar.
Gimo y me muevo sobre mis pies. Tengo que ajustarme los pantalones,
que de repente me aprietan alrededor de mi polla cada vez más dura. Me
pregunto hasta qué punto se mojará cuando la lama. Cuánto llorará
cuando la obligue a excitarse contra su voluntad. Apostaría mi fortuna a
que, si me la follo, habrá sangre por toda mi polla tras la primera embestida.

Imaginar todo esto no hace nada para calmar mi furiosa erección.

Miro a Barlow con los ojos entrecerrados.

—Creo que he secuestrado al hermano equivocado. Tu hermana y yo


podríamos divertirnos más, ¿no crees?

Barlow me mira con ojos muy abiertos y confiados. Me acaricia la


mandíbula con su mano regordeta, justo encima de mis tatuajes, y no puedo
evitar reírme.

—Menos mal que no entiendes nada de lo que digo.

Echo un vistazo a los monitores y veo con satisfacción que va en la


dirección equivocada. Por la forma en que sigue retrocediendo, diría que
está jodidamente confundida una vez más.

—Tu hermana aún no ha pasado de la tercera puerta —le murmuro a


Barlow—. Es casi como si no quisiera recuperarte.

Barlow me agarra un puñado de la camisa antes de mirar inquieto a


su alrededor. Se retuerce contra mí, haciendo ruiditos frustrados, y me doy
cuenta de lo que está a punto de ocurrir. Hace mucho tiempo que no
abrazaba a uno de mis hermanos cuando tenían esta edad, pero no se
olvida.

Barlow empieza a llorar. Grandes lamentos con la boca abierta a un


volumen para despertar a los muertos. Puede que le falte una respuesta de
miedo a los extraños, pero a sus pulmones no les pasa nada.

Angela se apresura a entrar en la habitación, con los brazos


extendidos y un biberón caliente de leche de fórmula en las manos.

—Venía a buscarlo, Señor Mercer. Se lo quitaré de las manos para que


pueda...

Giro mi cuerpo hacia un lado de forma protectora para que no pueda


quitarme al bebé.
—Ah-ah. Puedo hacerlo. —Le quito el biberón de los dedos. Me
gustaba hacer esto antes. Había olvidado cuánto lo echaba de menos—.
¿Conseguiste todo lo demás que te pedí?

Pañales. Biberones. Toallitas. Un moisés. Angela asiente y observa


sorprendida cómo acomodo a Barlow en mis brazos.

—Todo está preparado en la habitación del fondo del pasillo. Una


auténtica guardería. Debo decir que es estupendo tener un bebé en casa.

—No te acostumbres. Barlow solo está aquí porque su padre me debe


dinero.

Angela estira la mano y le hace cosquillas en la mejilla.

—Aun así. Ahora que está aquí, me hace darme cuenta de que un
bebé es lo que esta casa necesita. Es hora de que se case, Señor Mercer.

Levanto la barbilla hacia la puerta.

—Vete. Tienes trabajo que hacer.

Angela sale de la habitación, pero vuelve un momento después con


un paño blanco limpio que me pone sobre el hombro.

—Así podrás hacerle eructar sin preocuparte por tu bonita camisa.

Barlow se termina el biberón y yo se lo devuelvo a Angela antes de


levantar al bebé contra mi hombro.

—Estabas hambriento, ¿verdad? —Barlow responde un momento


después con un eructo que parece hacer temblar todo su cuerpecito.

Angela me sonríe.

—Tienes un talento natural. Algún día serás un padre maravilloso.

Abro la boca para decirle que dudo que vaya a ser padre cuando
nunca he conocido a una mujer que no me irrite a más no poder, pero me
distrae el retorcimiento de Barlow. Le he dado de comer y le he hecho
eructar, pero sigue sin estar contento.

—¿Necesitas que te cambie? ¿Es eso?

—Puedo hacerlo por usted, Señor Mercer. —Está claro que mi ama de
llaves se muere por quitarme al bebé y armar un escándalo por Barlow.
Debería entregarlo simplemente, pero me encuentro reacio a
depositarlo en las capaces manos de Angela.

Yo lo robé. Es mi bebé.

Paso junto a Angela y llevo a Barlow por el pasillo hasta la improvisada


guardería.

Se apresura tras de mí.

—Señor Mercer, ¿está seguro de que no necesita ayuda?

—¿Nunca te dije que tengo cuatro hermanos menores? He hecho


esto mil veces. —Dejo al bebé en el cambiador y examino su trajecito con
el ceño fruncido—. Ha pasado algún tiempo. Puede que esté un poco
oxidado. A ver...

Tras unos cuantos intentos fallidos y algunos puños cerrados y aullidos


de Barlow, consigo cambiarle el pañal mojado y ponerle un mameluco
nuevo.

El ceño preocupado de Angela se suaviza en una sonrisa.

—Fíjate. Últimamente he estado pensando que tienes la edad ideal


para ser padre. No tan joven para que seas impulsivo. No tan viejo para que
no tengas energía para correr detrás de ellos. Esta gran casa necesita una
mujer y bebés, y tú también.

No necesito una mujer ni bebés. Necesito mi puto dinero.

—Esta es una situación de rehenes, Angela. Deja de hacerte la tonta.

—Ahh, como quieras llamarlo, estás precioso con un bebé


en brazos —dice, mirándome con cariño—. Si tan solo la bonita señorita del
jardín pudiera verte así.

Me miro en el espejo del otro lado de la habitación. El cabello me cae


sobre la frente. Mi camisa está arrugada. Barlow me sujeta la cadena de
plata que me rodea el cuello. La bonita señorita del jardín me arrancaría los
ojos si tuviera la oportunidad.

—Me pregunto qué estará haciendo ahora. —Miro a Barlow en mis


brazos—. Vamos averiguarlo, ¿de acuerdo?

En la sala de seguridad, la Señorita Stone camina en círculos, cada


vez más agitada. Sonrío maliciosamente a los monitores, disfrutando de
cómo se pasa las manos por el cabello. Retrocede y cuestiona sus
movimientos. Preocupándose mientras se muerde su labio inferior afelpado
con los dientes.

Ya no basta con mirarla desde lejos mientras mi jardín la atormenta.


Quiero atormentarla yo mismo.

En mis brazos, Barlow empieza a tener sueño. Tiene los ojos medio
cerrados y se retuerce cada vez más despacio.

—Toma. Volveré pronto.

Con cuidado, lo deposito en los brazos de Angela y su cara se ilumina


de alegría mientras lo abraza. La dejo arrullando al bebé dormido.

Como le prometí a la Señorita Stone, la puerta de mi casa no está


cerrada con llave y la dejo así mientras salgo al aire fresco de la noche. Con
la aplicación de seguridad de mi teléfono, abro varias puertas del jardín y
las cierro tras de mí. La oigo moverse y venir hacia aquí.

Miro a mi alrededor y veo una casa de piedra con bancos blancos.


Un arco con rosas trepadoras. Un muro bajo que ella verá en cuanto doble
la esquina. ¿Dónde me gustaría que me viera?

La pared. Me estiro, con la espalda apoyada en los ladrillos y los


tobillos relajadamente cruzados. Mi ropa es negra y me mezclo con las
sombras mientras permanezco inmóvil como una piedra.

La Señorita Stone dobla la esquina y lanza una mirada abatida sobre


lo que parece otro callejón sin salida. Apenas intenta localizar la puerta
oculta junto a mí antes de dar media vuelta y volver por donde ha venido.

—Eres terrible en esto —hablo en voz baja, pero mi voz viaja en el aire
tranquilo de la noche. La Señorita Stone da un sobresalto y se gira. Al
principio no me ve, pero luego sonrío y mis dientes deben de brillar en la
oscuridad.

Su expresión pasa del miedo a la antipatía.

—Me recuerdas al Gato de Cheshire, posando así. Es un cliché.

Esta chica tiene una lengua afilada para estar tan desesperada y
asustada. Me quedo donde estoy, disfrutando de verla cubrir sus escalofríos
con falsas bravuconerías.

—Me has herido. Luego me dirás que mi jardín es poco original.


Mira lentamente a su alrededor.

—Está claro que has visto El Resplandor demasiadas veces, o quizá has
leído la historia del Minotauro y el Laberinto y te ha encantado la idea de
ser el monstruo en el laberinto. ¿El laberinto te hace sentir inteligente?
¿Enigmático? Odio decirte esto, pero no eres tan complicado como crees.
Solo eres un matón.

He hecho enfadar a esta chica y ahora viene por todas.

—Oh, has leído un libro de mitos y has visto una película. Felicitaciones
por tu licenciatura en literatura.

—Historia del arte y diseño de vestuario, en realidad. ¿Sabes lo que le


pasa siempre al monstruo en el laberinto? Lo matan.

Sonrío y dejo que mi mirada recorra su cuerpo.

—Con el tiempo. Pero primero se folla a una virgen sacrificada. —Para


mi deleite, sus mejillas se ruborizan con el aire frío—. No eres tan valiente
como pretendes ser.

—Al menos no soy un patético y grandilocuente matón que está más


enamorado de sí mismo de lo que nadie lo estará nunca de él —replica
ella—. No eres interesante. No eres encantador. No eres atractivo.

—Nunca he pretendido ser ninguna de esas cosas.

Hace una breve y aguda exhalación.

—Todo el mundo en Henson habla de ti de esa manera. Me vuelve


loca.

—Pero eres demasiado sabia para creerte algo de eso —supongo.

—Por supuesto. Y ahora veo que siempre tuve razón.

—Oh, no. Una pequeña universitaria piensa que doy vergüenza ajena.
Hashtag sollozando.

Aprieta los puños junto a las sienes y hace un ruido de frustración.

—No puedo creer que esté teniendo esta estúpida conversación.


Estoy dejando que me distraigas. —Se da la vuelta y empieza alejarse, pero
un momento después se apresura a volver, con el interés y la excitación
brillando en sus ojos verdes—. No, espera. Si estás aquí significa que iba por
buen camino.

Mierda. He dado la respuesta.

Eso es deprimente. O mal rollo. O básico. Lo que sea que digan los
chicos-de-dieciocho-años de mi pandilla.

Mientras ella busca la puerta oculta, yo busco una forma de distraerla.

—Tu pequeño Bradley tiene el grito más irritante.

La Señorita Stone deja inmediatamente de cazar y vuelve a centrarse


en mí. Casi sonrío de placer. Es muy divertido manipularla.

—¿Barlow? ¿Por qué llora? ¿Le estás haciendo daño? Por favor,
déjame verlo. Ya debe tener hambre y también necesita que lo cambien.
¿Quién va hacer eso?

—Yo lo hice.

La Señorita Stone parpadea.

—¿Qué?

—Le di de comer. Lo he cambiado. —Le doy mi sonrisa más fría—.


Cuando tú y tu familia estén muertos, creo que lo adoptaré. Lo criaré para
que sea como yo.

Me mira atónita y luego niega lentamente con la cabeza.

—No vas hacer eso. Su llanto te va a volver loco, y entonces perderás


los nervios y le harás daño.

—Probablemente. Será mejor que te des prisa y llegues hasta él. Si no,
todo será culpa tuya cuando ocurra algo terrible.

Preveo que gritará y se derrumbará a mis pies. Será maravilloso


cuando ocurra. En cualquier momento.

Solo que la Señorita Stone no grita ni solloza. Se acerca y me apoya


las manos en el pecho. Estoy apoyado en la pared y nuestros ojos están a la
misma altura.

—Por favor —susurra, y su expresión sincera hace que las palabras


desagradables que estaba a punto de decir se me congelen en la
garganta—. No lo entiendes. No puedo perder a Barlow. Es inocente en todo
esto. Es lo único bueno que tengo. Moriré si algo le pasa.

Dejo de mirarla y me fijo en sus manos. Unas manos tan pequeñas y


bonitas. Me toca como una mujer tocaría a su amante justo antes de
inclinarse para besarlo. Si estuviera sin camiseta, sería como me tocaría
cuando me implora que me la folle. Me imagino aprisionando sus manos
contra mi pecho y pegando mi boca a la suya.

Sus ojos verdes son enormes y llorosos mientras me suplica.

—Llévame a mí. No te contestaré. Bueno, intentaré no hacerlo, pero


eres muy molesto y... —Respira tranquilamente—. Te prometo que no te
contestaré. Haré lo que quieras que haga. Solo por favor, por favor deja ir a
Barlow.

¿Qué tiene la Señorita Stone, peligrosamente a punto de llorar y


suplicando por su hermano, que me excita tanto? Mi mirada sube por su
cuerpo hasta su hermoso rostro. Quiero meterle la mano en el cabello y
acariciarle los labios con la lengua, pero mantengo las manos
enérgicamente en mi regazo.

Nunca quise una mujer. Mi propia mujer. La madre de mis hijos. Una
cosita feroz y hermosa en la que pondré a mis bebés, que los protegerá
hasta el fin del mundo y de vuelta. No hay mujer que haya conocido en la
que confiaría para ser tan locamente sobreprotectora como lo sería yo. La
Señorita Stone suplicando por su hermanito y corriendo hasta la extenuación
para salvarlo es lo más caliente que he visto nunca.

—¿Señor Mercer? —susurra cuando no digo nada.

Se supone que debo distraer y atormentar a la Señorita Stone, no al


revés.

—Acabo de quitarte dos horas de tu límite de tiempo. Te quedan


cuarenta y una.

Me quita las manos del pecho y se aleja de mí.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Por cabrearme —gruño.

La ira se refleja en su expresión.

—Bastardo.
—¿Insultos? Ahí van otros cuatro. Sigue hablando y te seguiré quitando
horas.

—No es justo si sigues cambiando las reglas.

—¿Quién dijo que algo de esto iba a ser justo? Te estoy dejando jugar
el juego. Te estoy dando una oportunidad. ¿No soy misericordioso?

A la Señorita Stone le brillan los ojos y pierde los estribos.

—Eres un imbécil sediento de poder que espera que todos se


revuelquen a tus pies por puro miedo. Sí, Señor Mercer. Gracias, Señor
Mercer. No te tengo miedo. Eres un matón, como lo son todos los tiranos.
Igual que tu nombre. ¿Sabes lo que les pasa a los tiranos? Son derrocados.
Sus regímenes terminan. Sus estatuas son derribadas. Lee algo de historia.

Esta chica es una bocazas. Me levanto y la empujo como si la dejara


atrás, pero solo finjo irme. Me doy la vuelta, la agarro por el cuello y la
estampo contra la pared. La Señorita Stone jadea y sus ojos se agrandan.
Me agarra de la muñeca y forcejea contra mí, pero no va a ir a ninguna
parte.

Mi mano aprieta sin piedad su delgado cuello. Un cuello tan bonito.


Tan estrangulable.

—Haces todo lo posible para que pierda los nervios —gruño entre
dientes, con la nariz a unos centímetros de la suya. Ansío su lamentable
rendición como si fuera oxígeno. Es tan jodidamente pura. Tan buena. La
odio—. Nadie te ha pedido que te cueles en mi casa y te atrevas a
rescatarlo. Si solo vas a lloriquear, deberías rendirte e irte a casa.

Desesperada, la Señorita Stone sacude la cabeza.

—¿Por qué no? —exijo. Descubriré sus botones y los pulsaré todos
hasta que sea un desastre lloroso a mis pies y pierda ante mí.

—Porque...—resopla por el agarre que tengo en su garganta—.


Porque no abandonas a la familia. Por favor, no puedo respirar.

Quiero vomitar. ¿No abandonas a la familia? Qué honorable. Qué


admirable. Qué mierda total. La gente abandona a su familia todo el
tiempo. Probablemente ella misma ha sido abandonada de una forma u
otra. Su padre tuvo otro hijo más de una década después de que ella
naciera. La reemplazó con una nueva familia. Debe sentirse enojada por
eso.
De hecho, demostraré que sí.

—Eres una niñita patética. —La suelto y avanzo a zancadas por mi


laberinto, y detrás de mí, la oigo jadear. Un momento después, la puerta
oculta se abre con un zumbido mecánico. Se oye un grito de sorpresa y
luego el sonido de pasos que se alejan.

Por el puto amor a Dios. Ha atravesado la cuarta puerta. Sigo


caminando, enfadado conmigo mismo y con ella.

La Señorita Stone no está aquí por lealtad o amor. Algo más la está
impulsando, y voy averiguar qué es. Por lo menos, descubriré que no es la
hermana siempre cariñosa que finge ser. A nadie le gusta tanto un medio
hermano. Ha tenido pensamientos celosos y mezquinos, y voy a descubrir
cuáles son y echárselos en cara a la jodida Señorita Perfecta.

El mejor lugar para descubrir sus secretos es su dormitorio, así que me


subo al auto y conduzco hasta su casa.

La residencia Stone está a oscuras y el auto no está en la entrada. Me


pregunto dónde estarán Owen Stone y su esposa. Presumiblemente en
algún lugar tratando de conseguir mi dinero si saben lo que es bueno para
ellos.

En su prisa por hacer lo que les he pedido, han dejado la puerta de


atrás sin cerrar, así que ni siquiera tengo que romper una ventana para
entrar. Han dejado la cena en la mesa de la cocina y se ha enfriado. Hay
un vaso roto en el suelo. Un abrigo está tirado en el pasillo, lo tomo y respiro
el aroma de las flores de primavera.

Tiro la prenda con asco. No debería saber a qué huele esa chica. Está
en mi laberinto, concentrada en su tarea, y yo estoy aquí para desenterrar
trapos sucios sobre ella.

Arriba, encuentro su dormitorio al final del pasillo. Allí está su cama


hecha, sus novelas de bolsillo, su escritorio lleno de chucherías y papeles.
Descubro que se llama Vivienne y le doy vueltas en la cabeza a las
agradables sílabas. Claro que tiene un nombre bonito. Qué predecible.

Hay cajas de cartón y trastos que no le pertenecen, como palos de


golf, apilados en medio de la habitación. Vivienne duerme aquí a veces,
pero no vive aquí. Es de suponer que vive en la Universidad Henson. Espero
que no se haya llevado todo lo importante, pero lo que busco no es el tipo
de cosas que una joven se llevaría a la universidad.
En el tercer cajón de su escritorio, encuentro lo que busco. Los diarios
de la adolescencia Vivienne, y los saco con una sonrisa de satisfacción.
Dentro de estas tapas, debo descubrir todos los pensamientos
desagradables que alguna vez tuvo sobre la nueva esposa de su padre, el
embarazo y la injusticia de ser reemplazada y desatendida a causa de un
nuevo bebé. Hay tres diarios, el primero empieza hace cinco años, cuando
se mudó a Henson a los catorce. Al pasar las páginas y leer la cursiva
serpenteante de Vivienne, murmuro:

—¿Qué secretos tiene para mí, Señorita Stone?

Palabras como Henson, escuela, clima y amigos me saltan a la vista.


Aburrido. Irrelevante. Quiero quejarme. Necesito rencor.

Me llama la atención un nombre conocido y, cuando me detengo a


leer la entrada, se me dibuja una sonrisa en la cara. Cuando termino de leer
dos páginas, sonrío de alegría. Esto no es lo que esperaba. No tiene nada
que ver con Barlow, ni con su madrastra, ni siquiera con su padre, pero lo
que he encontrado en el diario de Vivienne es mucho más humillante de lo
que esperaba.

Cierro el diario y me dirijo a la puerta, riendo mientras salgo de casa y


me dirijo al auto. Esto va a destrozar a Vivienne.
15

—¿Qué demonios? —susurro, mirando las aguas serenas y tranquilas


que reflejan la luz plateada de la luna.

Un lago. Tyrant Mercer tiene un lago en su propiedad.

No es un gran lago, es cierto, pero es demasiado grande para llamarlo


estanque. Podrías subirte a una barca y cruzarlo a remo, y tardarías varios
minutos en llegar al otro lado. De todos los rumores que he oído sobre Tyrant
a lo largo de los años, nadie ha mencionado nunca que los terrenos de su
casa sean lo bastante grandes como para albergar un lago y un laberinto.

¿También tiene una colección de tigres, leones, serpientes venenosas


y otros depredadores? He oído ese rumor, y estoy abrumadoramente
agradecida de que hasta ahora nada aquí haya amenazado con
matarme, excepto el propio Tyrant. También existe el rumor de que mató a
cinco hombres en un día cuando el auto en el que viajaban le salpicó de
agua turbia, arruinándole uno de sus trajes. Puedo imaginar cómo un
incidente ocurrido hace cuatro años puede haber derivado en ese rumor
en particular. El rumor más notorio sobre Tyrant Mercer es mucho más grande
que leones, tigres y matar a extraños que arruinan sus trajes de lana italiana.

Es el rumor de que mató a su propio padre.

Según algunas versiones, a los nueve años descubrió a su padre


manteniendo relaciones sexuales con una mujer que no era su madre, e
inmediatamente le disparó en la cabeza. Otra versión es que, una vez
adulto, Tyrant buscó al padre que lo abandonó de niño y lo mató con sus
propias manos. Resulta que sé que la historia de la destrucción del traje tiene
algo de verdad, lo que me hace preguntarme si lo mismo ocurre con el
rumor del parricidio. Echo un vistazo a la serena superficie del lago,
preguntándome si esconde alguna anaconda, caimán, piraña u otro
depredador.
No llevo reloj, así que no sé cuánto tiempo ha pasado desde que entré
en el laberinto de Tyrant, pero me parece que han sido muchas, muchas
horas. Mi cuerpo está cansado y frío, y queda mucho camino por recorrer
antes de llegar a la casa. Necesito descansar un poco.

Entre los juncos y los árboles, a mi izquierda, se ve un cobertizo para


botes. Si la puerta no está cerrada, sería una buena idea echar una
pequeña siesta allí.

Cuando me acerco y pruebo el pomo, la puerta se atasca un poco,


pero se abre. Dentro está iluminado por la luz de la luna que entra por las
ventanas, y parece como si las vigas estuvieran probablemente llenas de
telarañas, pero el suelo de madera está seco y no demasiado polvoriento.

Me siento en un rincón con la espalda apoyada en la pared y los


brazos rodeándome las rodillas. Incluso adentro, lejos de ese laberinto, no
me siento segura. Esta es la casa de Tyrant, y puede llegar a mí cuando
quiera. Tumbarme en el suelo y bajar la guardia parece una invitación a que
ocurra algo terrible.

Deben de ser las doce de la noche y mis ojos arden de cansancio.


Lentamente, contra mi voluntad, mi cabeza se inclina hacia adelante.
Apoyaré un momento la cabeza en las rodillas...

—Querido diario, no vas a creer lo que ha pasado hoy. Apenas me lo


creo yo misma.

Levanto la cabeza al oír una voz grave y regodeante que se cuela en


mi sueño. Miro confusa a mi alrededor, preguntándome dónde demonios
estoy. Estoy sentada en el suelo de madera. Fuera se oye el chapoteo del
agua.

El laberinto del Tyrant Mercer. El cobertizo para botes. Barlow. Ahora


lo recuerdo. El estómago se me llena de pavor al darme cuenta de que no
estoy sola. Alguien se mueve entre las sombras y, por su voz burlona, sé
exactamente quién es.

—Mi corazón sigue acelerado y me sudan las palmas de las manos


mientras escribo esto.

Tyrant Mercer sale de las sombras hacia mí con una sonrisa burlona en
los labios y un libro rosa en su mano grande y tatuada. Por alguna extraña
razón, tiene en sus manos uno de mis diarios de adolescencia y lo lee en voz
alta.

Esto no puede estar pasando.


Sigo durmiendo y tengo una pesadilla.

—Nunca habrá un día más maravilloso que éste mientras yo viva. Que
el diecisiete de julio sea el mejor día de mi vida. Pensaré en estos momentos
hasta que muera.

Mi cuerpo se ruboriza al darme cuenta de qué entrada está leyendo.


Tenía quince años cuando escribí esas palabras. Los acontecimientos de
aquel día —y lo que es peor, cómo los conté— son insoportables de recordar
teniendo en cuenta dónde estoy ahora. Ya es bastante malo lo que hay en
esas dos o tres primeras páginas, pero ¿la confesión que escribí después? Es
lo último que quiero que se sepa, y preferiría atarme piedras a los tobillos y
arrojarme al lago de Tyrant antes de que descubriera mi secreto más
vergonzoso.

Me pongo en pie lentamente, con las palmas de las manos apoyadas


en la pared mientras mi mente se acelera. Tyrant casi me dobla en tamaño.
No hay forma de que pueda arrebatarle ese diario, y probablemente se
muera de ganas de que lo intente. Si no estoy aquí, si me niego a escuchar,
perderá el interés en leerlo en voz alta.

Fingiendo que me aburre este nuevo giro de los acontecimientos y


que no siento pánico por dentro, me dirijo a la puerta con lo que espero que
sea una expresión indiferente en mi rostro.

Cuando pruebo la manilla, descubro que está bloqueada.

—Ah-ah, Vivienne. No vas a salir de aquí tan fácilmente, y esa puerta


no tiene temporizador.

Me doy la vuelta y veo que Tyrant tiene un juego de llaves colgando


de su dedo índice.

Me trago una oleada de ansiedad.

—Puedes quedarte con mi diario. Vuélvete loco, lee todo lo que


quieras si tanto te interesan las divagaciones de una adolescente. He
terminado mi siesta y ahora vuelvo a tu laberinto. Voy contrarreloj,
¿recuerdas? No tengo tiempo para esto.

Tyrant vuelve a meterse las llaves en el bolsillo con una sonrisa burlona.

—Harás lo que yo quiera, Vivienne, y ahora mismo vas a escuchar


cada glorioso detalle de esta fascinante entrada de diario.

No toda la entrada. Por favor, Dios, no.


Mi desesperación debe mostrarse en mi cara. Tyrant se ríe, levanta mi
diario y sigue leyendo.

—Ha hecho mucho calor estas últimas semanas. Demasiado calor


para ir a casa y ser una molestia para papá y Samantha hasta la hora de
cenar. Si llego tarde, no les importa mucho. Creo que prefieren que no esté
cerca para poder hablar de lo que más les ilusiona, que es formar su propia
familia. No necesitan ocultar que quieren un bebé. No estoy celosa. Me
hace ilusión. Me encantan los bebés y siempre he querido tener una
hermanita o un hermanito. Si Samantha tiene un bebé, tendré que ayudarla
en muchas cosas, como lavar ropita de bebé, hacer puré de fruta y verdura
y cantarle para que se duerma. Será maravilloso si Samantha consigue
quedarse embarazada.

Una punzada me recorre al recordarlo. La expectación que sentí ante


la posibilidad de que Samantha se quedara embarazada. La alegría
cuando descubrí que lo estaba. Después de que naciera Barlow, durante
horas enteras fui capaz de olvidar lo terrible que ocurrió cuando tenía
quince años. Nunca pensé que superaría todo ese dolor, pero Barlow me
salvó la vida, y por eso no me rendiré en mi empeño de recuperarlo de
manos de Tyrant Mercer. Barlow me salvó, y ahora voy a salvarlo a él.

Tyrant pasa la página y sigue leyendo.

—Esta tarde estaba sentada en el borde de la fuente del gran parque.


Ese lado del parque suele ser bastante tranquilo, pero aún se oye el tráfico
de la carretera principal. Disfrutaba de la brisa caliente que me rociaba la
espalda con el agua de la fuente y observaba a la gente que pasaba de
vez en cuando.

—A unos doce metros de mí, una chica preciosa con un vestido


ajustado de color coral estaba de pie en el bordillo como si esperara a
alguien. Tenía mi edad o quizá un año más, pero no nos parecíamos en
nada. Yo nunca tendría el valor de llevar un vestido tan ajustado. Nunca me
permitirían llevar un vestido tan ajustado, pero me imaginaba vívidamente
cómo me vería con algo tan atrevido.

Tyrant me mira, con la cabeza a un lado mientras evalúa mi cuerpo.

—¿Ese vestido sexy de color coral? No te quedaría bien, pequeña


ingenua.

Entrecierro los ojos con odio. Era innecesario. Ahora sé que una
prenda así me haría parecer una niña pequeña jugando a disfrazarse con
la sofisticada ropa de su madre, pero dame un respiro. Me lo preguntaba a
mi diario, y tenía quince años.

Disfrutando de que me ha cabreado, Tyrant sonríe satisfecho y sigue


leyendo.

—La fuente había estado goteando y había un charco en la


carretera...

—Espera —le digo. Tyrant hace una pausa y me mira con una ceja
levantada—. Sé lo que pasa después. Tú sabes lo que pasa después. ¿Por
qué perdemos el tiempo con esto?

—¿Por qué iba a recordar algo de lo que escribiste en tu diario? Estoy


en ascuas por saber qué pasará después. No me interrumpas otra vez o te
quitaré seis horas de tu límite de tiempo.

Aprieto los dientes y los puños. Lo odio tanto.

La fuente había estado goteando y había un charco en la carretera,


justo al lado de donde estaba la chica. En ese momento llegó un auto y, por
la forma en que aminoró la marcha, pensé que era el auto que la chica
estaba esperando. De repente, dio un giro al volante, aceleró y atravesó el
charco, salpicando a la chica con el agua sucia de la carretera. La chica
dio un grito de asombro y saltó hacia atrás, pero ya era demasiado tarde.
Su vestido estaba estropeado, su cabello goteaba y su maquillaje
destrozado. No pudo hacer otra cosa que mirarse, conmocionada y
desesperada, mientras los hombres del auto se reían de ella.

Estaban tan ocupados riéndose que no se dieron cuenta de que


alguien cruzaba la carretera con la mirada asesina. Salió de la nada, metió
la mano por la ventanilla del auto y sacó al conductor. Simplemente sacó a
toda una persona por la ventanilla del auto y la tiró al suelo. El conductor
era joven, solo tenía diecinueve o veinte años, y probablemente muy
estúpido si pensaba que era divertido ir por ahí humillando a chicas por la
calle. Pero no era tan estúpido como para saber que había cometido un
gran error cuando vio quién estaba de pie junto a él, más furioso que un toro
con una bandera roja ondeando en su cara.

Me agarré al borde de la fuente con las dos manos, sabiendo que


debía huir, pero el corazón me latía muy fuerte y tenía que saber qué pasaría
a continuación. Reconocí al hombre del traje negro. Tyrant Mercer, y estaba
furioso.
El hombre que estaba en el suelo intentó huir, pero en cuanto se puso
en pie, Tyrant le propinó un puñetazo, un golpe brutal que hizo que el
conductor se desplomara en el suelo, inconsciente. Uno de los otros hombres
saltó del auto e intentó huir, pero Tyrant sacó un arma y le disparó en el
muslo. El chasquido del arma resonó en los edificios. En la carretera. La
sangre salpicaba por todas partes. El disparo debería haber hecho correr a
la gente, pero de repente todo el mundo estaba ocupado en sus propios
asuntos.

El último hombre salió del auto con un cuchillo en la mano. Tyrant y él


se miraron fijamente durante un momento. ¿Atacar o huir? Sus dos amigos
estaban desangrándose en la carretera, pero, al parecer, este hombre
pensó que podía con Tyrant porque, un momento después, atacó.

Tyrant apartó el cuchillo y apuñaló al hombre en el muslo, justo encima


de la rodilla. Agarrando el mango, se lo clavó en la rodilla hasta que el
hombre gritó de dolor.

—Di que lo sientes o te reventaré la rótula y te arrastrarás el resto de tu


vida.

El hombre temblaba de dolor y miraba fijamente el cuchillo clavado


en la pierna, pero consiguió disculparse a trompicones.

—Lo siento. No lo volveré a hacer.

—No te disculpes conmigo, imbécil. Dile que lo sientes a ella.

La chica del vestido coral empapado estaba de pie en la acera,


observando cómo se desarrollaba la escena.

—Lo siento, lo siento, lo siento.

Pero no fue suficiente para Tyrant, y retorció el cuchillo hasta que el


hombre volvió a gritar.

—Puedes hacerlo mejor que eso.

—¡He dicho que lo siento! —chilló el hombre.

Tyrant arrancó el cuchillo y se enderezó mientras el hombre se


agarraba la pierna. Hacía un calor abrasador, pero Tyrant ni siquiera había
sudado. Tenía las manos manchadas de sangre y el cuchillo goteaba.

Al parecer, Tyrant no estaba satisfecho con la disculpa, o tal vez


todavía tenía algo de ira que trabajar, porque se inclinó, agarró la oreja
izquierda del hombre y se la cortó en un borrón de plata y un chorro de
sangre. El hombre gritó más fuerte que antes, con una mano aferrada a un
lado de su cabeza. Tyrant introdujo la oreja goteante en la boca del
hombre, empujándola tan profundamente que se ahogó.

—No recordaré tu cara. Pero me acordaré de una puta sin oreja.


Crúzame de nuevo, y te romperé cada hueso de tu cuerpo y te enterraré
vivo.

Luego se acercó y dio a los otros dos hombres el mismo tratamiento.


El que estaba inconsciente no se dio cuenta cuando Tyrant le cortó la oreja,
mientras su amigo vomitaba detrás de él. El que tenía una bala en el muslo
intentó levantarse y huir, pero volvió a caer al suelo cuando Tyrant se acercó
con el cuchillo.

—¡No, no, n… aah!

Schhk. Splat. Tyrant tiró la oreja al asfalto y luego lanzó el cuchillo en


la otra dirección.

Finalmente, se acercó a la chica y la furia de su rostro se fundió en


preocupación. Se quitó la chaqueta y la envolvió sobre sus hombros. Ella
lloraba y él la rodeó con el brazo por la cintura, consolándola con las manos
ensangrentadas. La metió en su auto y se marcharon juntos.

Me quedé mirándolos durante mucho tiempo. Ni siquiera me fijé en


los hombres sangrantes que volvían cojeando a su auto y se alejaban. La
forma en que la abrazaba. La forma en que todo lo que le importaba era el
hecho de que ella estaba llorando. ¿Quién era ella para él? ¿Quién era él
para ella? Si estaban en una cita, ¿la había besado?

Tyrant me mira por encima de mi diario.

—Qué envidia tienes. ¿Satisfago tu curiosidad y te digo quién es?

—Eso fue hace toda una vida. No me importa quién sea.

Su sonrisa se ensancha.

—Mentirosa. Te importaba entonces y te importa ahora. Puedo verlo


escrito en tu cara.

Sin embargo, Tyrant no dice nada. Está disfrutando del hecho de que
estoy atrapado en un huracán de emociones.
—Se llama Camilla. Era su decimosexto cumpleaños y la llevaba a
cenar.

—¿Eras un hombre adulto y salías con una de dieciséis? Asqueroso.

—Y, sin embargo, esperabas que saliera contigo. Esperabas que te


hiciera todo tipo de cosas —dice, acariciando mi cuerpo con la mirada.

—Eres repugnante —susurro, clavándome las uñas en las palmas de


las manos. Al mismo tiempo, imagino a Tyrant besando a la chica del vestido
coral, sus manos recorriéndola, sus dedos empujando posesivamente la
hendidura de melocotón de su culo.

—Lo que sea que estés imaginando, detente. Camilla es mi hermana.

Parpadeo sorprendida. La visión de Tyrant besando a esa chica


desaparece de mi mente. ¿Su hermana? Me siento aliviada, y luego
enfadada conmigo misma por sentir algo así. Es mejor que no se me note en
la cara ni un ápice de alivio, ni un suspiro.

—Te complace que sea mi hermana —dice Tyrant con una sonrisa
malvada.

—Me importa una mierda quién sea.

—Eres una mentirosa, Vivienne —dice y vuelve a hojear mi diario,


tratando de encontrar un punto en específico.

Me sube la tensión. No más. Esto no puede seguir así.

—Puedo contarte el resto —le digo rápidamente—. Te lo diré en voz


alta para que puedas disfrutar de mi completa y absoluta humillación en
persona en lugar que en mi diario. Yo... —Trago saliva, porque, aunque
tengo que decirlo, realmente no quiero—. Me toqué pensando en ti —digo
apresuradamente—. El primer orgasmo de mi vida, lo tuve pensando en ti.
Volví a casa después de verte darles una paliza a esos hombres y eso me
excitó. —El calor estalla en mis mejillas. Nunca he confesado ese vergonzoso
secreto a nadie. Deseo que el suelo me trague, pero me obligo a mirar a
Tyrant—. Ahora sabes todas las cosas degradantes de ese día. ¿Estás
contento? ¿Hemos terminado?

Tyrant me estudia con los ojos entrecerrados durante largo rato. En sus
manos, mi diario empieza a cerrarse. Solo un milímetro al principio. Luego
otro y otro. Me invade el alivio. Está perdiendo interés, o estoy haciendo que
se dé cuenta de lo repugnante que es examinar las fantasías sexuales de
una adolescente.
—La mayoría de las adolescentes fantasean con estrellas del pop y
hombres lobo torturados —dice—. ¿Qué hizo que una chica buena como tú
se enamorara de un imbécil violento como yo? No fue bonito lo que les hice
a esos hombres. Deberías haber vomitado. ¿Ni siquiera te estremeciste? ¿Te
mareaste un poco?

Ni una sola vez, pero por qué no es de su maldita incumbencia.

Tyrant espera, con las cejas levantadas.

—¿Nada que decir? Entonces seguiré leyendo.

El corazón me salta a la garganta. No puede seguir leyendo. No


puede. He mantenido enterrado lo que está escrito en ese diario tanto
tiempo que me aterroriza más que cualquier cosa que Tyrant pudiera
hacerme. Sus dedos se mueven para pasar la página y pierdo mi último
ápice de autocontrol. Con un grito de desesperación, corro por el cobertizo
e intento arrebatarle el diario de los dedos.

Lo sostiene fuera de mi alcance, con expresión desconcertada.

—Estás entrando en pánico, Vivienne. ¿Qué puede haber en estas


páginas peor que lo que ya he leído en voz alta? ¿Lo que ya me has
contado? ¿Te has convertido en mi acosadora y yo no lo sabía? ¿Robaste
mi basura? ¿Manchaste la puerta de mi casa con los fluidos de tu coño?

Ojalá fuera algo tan estúpido como eso. Se me llenan los ojos de
lágrimas cuando intento arrebatarle el diario de los dedos, y se me quiebra
la voz.

—Ya te lo he contado todo. No hay nada más que tenga que ver
contigo. ¿Por qué me haces esto?

El diario está irremediablemente por encima de mi cabeza. Me aferro


a la manga de su traje, intentando arrastrar su brazo hacia abajo, pero no
se mueve ni un centímetro. Sería más fácil arrancar una estrella del cielo.

—¿Por qué? Porque me estoy divirtiendo mucho.

Un sollozo me sube por la garganta. Divirtiendo.

Miro a mi alrededor buscando un arma con los ojos empañados por


las lágrimas. Algo afilado, o algo pesado y romo. Cualquier cosa. Esto es un
cobertizo para botes, pero ni siquiera hay un remo con el que pueda
golpearle en la cabeza. No tengo nada para detener a Tyrant, así que solo
puedo apartarme de él, cerrar los ojos y taparme los oídos. Si quiere leer, no
voy a escucharlo. No estoy aquí. Estoy lejos, sentada en el suelo de mi
dormitorio con algo hermoso y sedoso en el regazo que estoy cosiendo con
aguja e hilo.

Una mano fuerte me agarra la muñeca y me la aparta de la oreja.

—Vas a escuchar —gruñe Tyrant—. Irrumpiste en mi casa. Invadiste mi


privacidad. Es tu turno de saber lo que se siente. Deja de ser un puto bebé y
de actuar como si estuviera destruyendo tu vida con las tonterías que
escribiste sobre mí hace cuatro años.

Noto cómo los huesos de mi muñeca chocan entre sí en su agarre.


Intento zafarme, pero es inútil. Estoy atada a él.

—¿Dónde estaba? Ah, sí.

Lee en voz alta mi detallada descripción de cómo me masturbaba


pensando en él. Cómo pensaba que sería ser besada por él. Tocada por él.
Follada por él. Y lo más importante, ser adorada por él.

—Para, por favor —gimo, retorciéndome el brazo mientras lucho por


zafarme.

Tyrant continúa sin piedad.

Creo que lo que más me gusta es fantasear con él haciéndole daño


a Lucas. Quizá no debería, pero ver a Tyrant defender a la chica del vestido
coral hace que me pregunte qué haría si le contara lo que pasó.

Tyrant se frena, su expresión alegre se desvanece mientras su ceño se


frunce.

Es el único que me creería. Nunca le pediría a nadie que le hiciera


daño a Lucas, pero pensar en ello no es tan terrible, ¿verdad? No sé qué me
duele más, sí que ocurriera o que papá no me creyera.

Toda la malicia ha desaparecido de la cara de Tyrant, y está


frunciendo el ceño ante mi diario. No va a parar ahora. Va a leer hasta la
última palabra. Dejo de luchar, pero sigue sujetándome la muñeca. Me
desplomo en su agarre, como una marioneta sujeta por una sola cuerda.

Dijo que yo debía de haber malinterpretado a Lucas, pero más tarde


le oí hablar con Samantha y le dijo que yo mentía. Conoce a Lucas desde
hace años y Lucas nunca haría algo así. Además, Lucas es atractivo y
siempre tiene mujeres enamoradas, entonces ¿qué querría de mí?
Lloré y lloré cuando oí eso. Sentía que me ardían las entrañas. Fue peor
que todas las veces que mamá se olvidó de mí. Peor que encontrar su
cadáver, frío y cubierto de vómito. Pensé que no podía sentirme más sola
que en ese momento. No pensé que pudiera haber nada más aterrador en
el mundo que eso.

Necesito dejar de pensar en todo esto y escribirlo todo, pero no puedo


obligarme a parar. Lucas ha vuelto a aparecer esta noche. Necesito mi caja
para que pare el dolor. Ya hay tantos cortes. A veces, cuando me veo en el
espejo del baño, me aterroriza lo que veo. No sé cómo parar. Siento que voy
a cortar y cortar hasta que no quede nada de mí.

Tyrant se queda en silencio, pero sus ojos siguen moviéndose,


absorbiendo cada cosa humillante y dolorosa que vierto en la página. El
silencio es insoportable. Lo sabe todo sobre mi secreto, y es el único que lo
sabe. Debería haber quemado ese diario para que nadie pudiera
encontrarlo jamás.

Mientras sigue leyendo, me suelta lentamente la muñeca. Huyo al otro


lado del cobertizo, me desplomo contra la pared y me deslizo hacia abajo
hasta sentarme en el suelo con los brazos apretados alrededor de las rodillas.
Quiero que se acabe el mundo. Quiero morir.

Tyrant baja la mano y mi diario queda colgando a su lado. Se queda


un momento mirando al frente. Luego se vuelve hacia mí.

—¿Lucas qué?

Como no contesto, se acerca y se pone delante de mí. Me quedo


mirando sus grandes pies con zapatos lustrados.

—Dije, ¿Lucas qué?

—No es asunto tuyo.

Tyrant se agacha a la altura de mis ojos. Levanta mi diario y lee en voz


alta:

Quiero que Tyrant me corte y deje salir toda la fealdad. Más profundo
de lo que yo me corto. Soy tan cobarde. Él podría hacerlo mucho mejor que
yo. Eso suena como cosa mía.

Sacudo la cabeza, con los dedos apretados sobre las rodillas.

—No importa lo que dije cuando tenía quince años. No hablaba


contigo. Le hablaba a una idea de ti. Me has hecho tanto daño como has
podido. Quítame dos, seis o doce horas de plazo, abre esa puerta y déjame
ir a buscar a Barlow.

—Lucas. Qué.

Esas dos palabras martillean mi cerebro y no puedo soportarlo más.


Me pongo en pie y grito. Grito a pleno pulmón todas las palabrotas que se
me ocurren. Me agarro el cabello y tiro con todas mis fuerzas. El dolor es lo
único que ansío.

—Vivienne. No lo hagas. —Tyrant me agarra de las muñecas y me


obliga a detenerme. Atrapa mis manos contra su pecho, y entonces le
araño la garganta hasta que noto humedad bajo mis dedos. Si no puedo
hacerme daño a mí misma, le haré daño a él hasta que me suelte.

—Solo quieres su nombre para decirme también que no


me crees —le grito mientras forcejeo de un lado a otro en su férreo
agarre—. No te voy a dar ese poder. Ya me has robado todo lo demás. No
dejaré que te lleves ni una cosa más.

El diario cae a nuestros pies, y verlo abierto así, mostrando todos mis
secretos, me parece obsceno, y gimo al verlo. Tyrant lo aparta de un
puntapié y se escabulle hacia un rincón oscuro donde no podamos verlo.

Le he dado asco. A él. Tyrant Mercer, que mutila y mata gente para
ganarse la vida.

—Mírame —ordena.

—No me toques. Te odio.

Me suelta una de las muñecas y me levanta la barbilla, obligándome


a mirarlo. Las sombras acentúan su aspecto duro y sus ojos azules brillan con
fría furia.

—Enséñame lo que escondes.

—No te voy a dar su nombre.

Me mira las costillas y me doy cuenta con horror de lo que quiere decir.
No solo quiere un nombre. Quiere ver mis cicatrices.

—Nunca. —Es imposible que eso ocurra. Nunca se las he enseñado a


nadie. Ni a un amigo. Ni a un chico. Ni siquiera a un médico. Tyrant puede
ser capaz de quitar mis secretos de mi diario, pero no puede tener lo que
hay en mi cuerpo también.
—Me pediste ayuda —dice Tyrant—. Me rogaste que supiera todo
sobre tu dolor hace cuatro años. No es mucho tiempo. Las cosas no pueden
haber cambiado tanto. Así que demuéstramelo.

—Tenía quince años. Cambian muchas cosas en cuatro años.

—¿Ah, sí? ¿Cómo que tu padre de repente te crea cuando le dices


que su amigo es un depredador?

Quiero escupirle en la cara. Vuelvo a gritar y forcejeo en su agarre.


Cuando tenía quince años, me sentía lo bastante miserable como para
consolarme con una fantasía sobre Tyrant, pero este hombre no es el
salvador de nadie. Es un criminal violento que robó a mi hermano y aterrorizó
a mi familia por una deuda de juego. Las cicatrices son mi fealdad, y no voy
a compartirlas con nadie. Si se las enseño, le estaré dando el poder de
hacerme sentir aún más inútil de lo que ya me siento.

—Vivienne. Muéstrame.

—Un parpadeo en tus ojos será suficiente para que me digas que soy
repugnante. No te voy a dar ese tipo de poder.

—¿De verdad crees que después de todo lo que he visto y hecho,


cualquier cosa que puedas mostrarme será demasiado para mí?

Se me hace un nudo en la garganta. Nunca escribí eso en mi diario,


pero es lo que siempre esperé, que un hombre tan monstruoso como él ni
siquiera se inmutara. Tyrant no tendría que mentalizarse para decirme que
no le importaba que yo tuviera cicatrices. No esperaría que le estuviera
servilmente agradecida por ser capaz de soportar verme. Ni siquiera vería
mis cicatrices. Esa era la fantasía.

—Necesito llegar a Barlow —gimo.

—El reloj se ha parado aquí.

Aprieto los ojos. ¿Ahora él para el reloj? ¿Por qué la primera persona
que descubrió mis cicatrices tuvo que ser él? El amor abrumador que sentía
por Tyrant está grabado en estas cicatrices. Mis fantasías sobre él están
grabadas en mi cuerpo.

—Por favor, deja de atormentarme. Déjame fracasar en tu laberinto y


luego mata a mi familia. Será más fácil de soportar para mí.

—No se trata de atormentarte.


Se me acumulan las lágrimas en las pestañas y me las quito.

—Entonces no entiendo por qué quieres que te las enseñe.

—Porque realmente pensé que eras perfecta.

Lo miro.

—¿Qué?

—Odio lo perfecto. —Tyrant me agarra la mandíbula con su mano


grande y cálida. Su voz aterciopelada me acaricia—. Querías que te hiciera
daño. Muéstrame lo que deseabas que hiciera mejor.

Esto parece una seducción, o lo que siempre he imaginado que debe


ser una seducción. Hacer cualquier cosa que Tyrant quiera es un error, pero
en este cobertizo oscuro, con él de pie junto a mí, hablándome de forma
tan persuasiva, me siento peligrosamente tentada.

—No te voy a enseñar nada —susurro.

—¿Estás tan segura? —Tyrant inclina la cabeza tan cerca que siento
sus labios fantasmagóricos sobre los míos mientras murmura—: Te creo,
ángel.

Te creo.

Las lágrimas que se han acumulado en mis pestañas se derraman por


mis mejillas. Tyrant vuelve a rozar su boca con la mía y respiro con dificultad.
Nunca me habían besado, pero mis labios parecen saber qué hacer y se
separan para él. Parece sorprendido por mi entrega. Luego sonríe, me mira
con los ojos entrecerrados y desliza su boca hambrienta sobre la mía. Me
besa despacio, y no es un beso inocente. Me separa los labios y mete su
lengua en mi boca, acariciándome.

Esto es peligroso.

Estoy demasiado lejos.

No me importa lo que haga después si sigue creyéndome.

Cuando rompe el beso, se pasa los dientes por el labio inferior como
si disfrutara de mi sabor.

Luego espera.
—Pensabas que era perfecta porque quería salvar a mi hermano, y
eso te molestó tanto que fuiste a buscar mi diario. Ahora sabes que estoy
muy lejos de ser perfecta. Estoy completamente rota, y nunca jamás volveré
a recomponerme. Nadie se va a enterar de estas cicatrices el resto de mi
vida, pero como tú ya lo sabes, está bien. Déjame mirarte a los ojos mientras
ves algo que nadie más verá jamás.

Antes de que pueda cambiar de opinión, agarro el dobladillo del


vestido, me lo subo por la cabeza con la camiseta y lo tiro a un lado.
Aterrorizada por lo que acabo de hacer, miro fijamente las marcas
ensangrentadas de mis uñas que he marcado en la clavícula de Tyrant. El
aire frío de la noche toca mi carne y me estremezco. Estoy delante del
hombre más peligroso de Henson, sino de todo el estado, con un sujetador
triangular de encaje y unas bragas diminutas, todas y cada una de mis
cicatrices a la vista.

Pero ya lo he hecho.

Es demasiado tarde para retractarse.

Lentamente, levanto la barbilla y lo miro a la cara.

Al instante, sé que he cometido un gran error. Los ojos de Tyrant están


llenos del horror de lo que me he hecho. Cosas que nunca podré deshacer.
Cosas que probablemente haré una y otra vez porque soy demasiado débil
para detenerme. No hay un puñado de cicatrices. Hay docenas y docenas
de ellas, por todo mi abdomen, desde abajo de mis pechos hasta el hueso
púbico.

La ira invade el rostro de Tyrant y me agarra por los brazos.

—Vivienne, ¿qué mierda te pasa?

—No lo sé —susurro, con la voz temblorosa por las lágrimas. Lo tengo


delante de la cara e intento apartarme de él, pero me sujeta con
demasiada fuerza. Me condeno por esto todos los días. No necesito su
repulsión—. Suéltame, por favor. Quiero irme.

Tyrant me da una sacudida y ahora me grita.

—¿Por qué lo has hecho? ¿Qué te ha poseído?

Lágrimas frescas se derraman por mis mejillas y empiezo a sollozar.

—Sé que soy repugnante. No tienes que mirarme.


—No me refiero a tus cicatrices. —Su mandíbula palpita de rabia y sus
ojos azules arden—. A esa gente. Tu padre. Tu madrastra. Ellos te hicieron
esto, y tú estás aquí sacrificándote intentando salvar a su hijo. ¿Estás
completamente loca?
16

—Cuando me viste en tu casa, ¿por qué no saliste de tu escondite y


me dijiste que los matara? —le pregunto a Vivienne.

—Tyrant, me haces daño —gime, forcejeando en mi agarre.

Me doy cuenta de que estoy apretando los brazos de Vivienne con


tanta fuerza que le estoy dejando moratones en su tierna carne. No sé qué
esperaba ver cuando Vivienne se quitó el vestido, pero no estaba
preparado para la rabia que me invadió al ver sus cicatrices. Ahora
descargo toda mi ira sobre una chica desnuda, llorosa y asustada.

Respiro hondo y aflojo el agarre, pero no la suelto. No debería haber


dicho: ¿Qué mierda te pasa? porque es algo que ella se ha preguntado una
y otra vez.

Lo intento de nuevo y bajo la voz para no gritarle.

—¿Por qué les ayudas a recuperar a su hijo? ¿Por qué sufres aún más
por esa gente?

Vivienne se toma unos segundos para serenarse mientras se seca las


lágrimas de las mejillas.

—Porque tenía que salvar a Barlow. Papá y Samantha deben de estar


volviéndose locos de preocupación.

—Deberías haber estado saltando de alegría de que por fin alguien


les hiciera daño como se merecen.

De todas las miradas de asombro que me ha dado Vivienne, ésta


tiene que ser la más horrorizada de todas.

—Mírame a los ojos y dime que no se lo merecen —exijo.


—No se merecen que les roben a su hijo, y Barlow no se merece que
lo arranquen de su familia y lo utilicen como peón.

Busco en la expresión de Vivienne algún signo de que no cree lo que


dice, pero lo dice en serio. Maldita sea. No voy aceptarlo.

—Admite que disfrutas de que por fin los castiguen por lo que te han
hecho.

Vivienne me mira como si estuviera loco.

—¡No siento nada de eso! Todo lo que he sentido desde que acabé
en tu laberinto es una ansiedad que me revuelve el estómago.

—Te gustó lo que le hice a esos hombres que humillaron a mi hermana.


Tu padre y tu madrastra se merecen algo jodidamente peor.

—Solo según tú. —Me mira en silencio durante un segundo—. Mataste


a tu padre, ¿verdad?

Siento una sacudida de sorpresa ante su repentina pregunta y luego


me rio suavemente. Hace años que no pensaba en ese recuerdo tan
apreciado.

—Hice llorar a ese hombre por su madre, y llevaba muerta veinte años.
¿Cómo sabes eso?

—He oído un rumor. ¿Por qué lo hiciste?

Vivienne tiembla ante mí en ropa interior. Parece tan vulnerable, y me


siento tan excitado de repente. Debe ser toda esta charla sobre violencia.

Tomo su mandíbula con mi mano y sonrío, acercando mis labios a los


suyos.

—No me gusta cuando la gente me abandona, ángel. Me vuelve


loco.

—Muchas cosas parecen volverte loco.

Sus pezones sobresalen en puntitos a través del encaje blanco, y sus


brazos se envuelven protectoramente alrededor de sus costillas. No soy
ajeno a la violencia y he oído hablar de las autolesiones, pero nunca las
había visto. En mi experiencia, la gente hace esfuerzos extraordinarios para
no sangrar ni sentir dolor.
Vivienne se da cuenta de que estoy mirando sus cicatrices.

—Nunca se las había enseñado a nadie —susurra—. ¿Cómo... cómo


se ve?

—Mueve los brazos.

Los mueve y la miro detenidamente. Le acaricio la clavícula con el


índice y bajo por el pecho. Le toco un pezón a través del sujetador de
encaje y ella emite un jadeo que va directo a mi polla. Esta chica estaría
impresionante atrapada debajo de mí mientras me la follo en el colchón.
Quiero su inocente humedad sobre mis dedos. Cubriendo mi polla.

—Tyrant, por favor —gime—. Solo dime cómo se ve.

¿Sus cicatrices? No lo sé. Estoy demasiado paralizado por la visión de


ella.

—Eres jodidamente sexy —digo roncamente.

La cara de Vivienne se transforma en disgusto.

—No seas condescendiente conmigo. No me mientas. —Me empuja


el pecho con ambas manos, y la dejo hacerlo porque esta chica solo ha
dirigido violencia contra sí misma. Debería infligírmelo todo a mí porque
puedo soportarlo.

Cuando termina de empujarme, doy un paso más hacia ella y la tomo


en brazos.

—No estoy mintiendo.

—Me dijiste que no era sexy hace solo diez minutos —me dice,
mientras le planto besos a lo largo de la clavícula y hasta la garganta.

—Dije que no estarías sexy con ese vestido coral, no que no lo estés
en absoluto. Tu cuerpo se ve increíble en... cosas más suaves. Eres como un
hada. —Paso el dedo por debajo del tirante de encaje de su sujetador—.
Un ángel. Eres preciosa, y no te miento. El hecho de que nadie haya visto
estas cicatrices salvo yo... —Tarareo mi agradecimiento contra su
garganta—. Eso me hace querer ser todas tus primeras veces.

—Eres un mentiroso —me dice—. Dirás cualquier cosa para ganar. No


me olvidaré de Barlow.
Esto es mucho más que Barlow. No debería estar pensando en Barlow
en este momento. Solo debería estar pensando en mí.

Agarro su garganta y aprieto, y sus ojos se abren ampliamente.


Cariñosamente contra sus labios, murmuro:

—Podría hacerte daño, ángel. Podría hacerte sangrar con una fuerte
y profunda embestida.

Esta vez, Vivienne no intenta agarrarme de la muñeca y apartarme la


mano. Sus ojos verdes están llenos de miedo y anhelo, que es lo más sexy
que he visto nunca.

Sonrío y le rozo los labios con la lengua.

—Qué buena chica eres. —Levanto la mano hacia sus costillas, pero
ella grita horrorizada y se aparta de mí.

—No toques mis cicatrices. No puedo soportar que las toques.

—Pero quiero sentirte.

—Me siento asquerosa —gime.

—Te haré una promesa —susurro, mis labios se posan sobre los
suyos—. Tocaré tu cuerpo, y lo único que sentiremos los dos es lo mucho que
queremos follar.

Vivienne aún parece asustada, pero no me detiene cuando le pongo


la mano encima y le acaricio las costillas. La siento caliente y su corazón late
desbocado. Le paso los nudillos por el vientre y jadea contra la mano que le
rodea la garganta.

—Mm, eso está mejor. ¿Quién es la chica buena de Tyrant? —


murmuro, pasando un dedo por el interior de sus bragas. Vivienne está tan
absorta en lo que le estoy haciendo sentir que no contesta. Le aprieto más
la garganta—. Dilo.

—¿Yo? —Vivienne pregunta insegura.

—Así es, ángel. Me encanta ser dulce con mi chica. —Empujo mi dedo
más adentro de su ropa interior hasta que se desliza entre sus pliegues.

Se desliza fácilmente.

Dios. Está tan jodidamente mojada.


Vivienne se pone de puntillas y sus pestañas se agitan cuando le
acaricio el clítoris. Aprieto la frente contra la suya y gimo:

—Joder. Estás empapada para mí. Nunca había sentido nada igual.
¿Cuántas veces en tu vida has estado tan mojada y excitada por mí?

—Cientos —confiesa en un susurro.

—Menos mal que por fin estoy aquí para poder hacer algo con todo
tu dulce y chorreante frustración.

La tomo en brazos y la llevo hasta la puerta, la abro mientras ella se


agarra a mí, y la saco a la noche. Conozco cada recodo de mi jardín, cada
rincón escondido, y encuentro un lugar apartado y la tumbo en la hierba.

La luz de las estrellas me permite ver su hermoso cuerpo. Me inclino


sobre ella y apoyo las manos en la hierba junto a su cabeza.

—Bésame —le ordeno.

La respiración de Vivienne es superficial y rápida, y sus pupilas se


dilatan en la oscuridad.

—No sé cómo. No deberíamos hacer esto.

Ignoro la segunda parte.

—Sí, lo sabes. Bésame.

Vivienne me pone las manos en los hombros, levanta la barbilla y


acerca su boca a la mía. Un beso tímido. Meto los dedos en sus bragas y le
acaricio el clítoris.

Vivienne gime e inhala profundamente, abre más la boca y me da un


beso cachondo de “fóllame, papi”. Gimo contra sus labios mientras su
lengua se mueve contra la mía, le bajo la ropa interior por las piernas y la
abro con los dedos. Rompiendo nuestro febril beso, miro su sexo resbaladizo
y brillante, y me duelen las bolas al verlo. Es tan bonita, y deseo follármela
más de lo que he deseado algo en mi vida.

—Lo digo en serio. No podemos hacer esto. Tienes a mi hermano


cautivo.

Necesito tener mi boca sobre ella. Desciendo por su cuerpo hasta


situarme entre sus muslos y le doy una larga lamida. Jodidamente delicioso.
Encuentro su clítoris con la lengua y lo masajeo lenta y firmemente.
Vivienne se tumba en la hierba, cierra los ojos, respira
entrecortadamente y deja que sus muslos se abran.

—Es increíble… —Su espalda se arquea. Gime dulcemente para mí.


Luego se incorpora con un grito ahogado—. Tyrant, esto es una locura.

—Déjame hacer esto por ti, ángel. Nunca nadie te ha hecho sentir
bien, y no puedo soportarlo.

Vivienne echa la cabeza hacia atrás con un grito mientras sigo


lamiéndola, y pronto parece que ya no piensa en nada. Al final gime algo
como: ¿No se supone que tienes que decir algo así como que te daré a tu
hermano si te acuestas conmigo?

Me rio entre diente. ¿Por qué regatear lo que ella tiene tantas ganas
de darme? Además, si tengo a Barlow, me quedo con ella. Vivienne no irá
a ninguna parte sin él.

Me entierra los dedos en el cabello. Me acaricia las orejas. Me rodea


los hombros con las piernas.

—Nada de esto cuenta —insiste sin aliento—. No tiene nada que ver
con el motivo por el que estoy aquí. Esto es entre tú, yo y lo que escribí en mi
diario cuando tenía quince años. Después de esto, volveré a buscar a
Barlow.

Sonrío y chupo lentamente su clítoris. Que diga lo que quiera. Sé por


qué hago esto. Un ángel bonito mojándose por mí, dándoles una paliza a
unos malvivientes es lo mejor que he oído nunca.

Me siento, me quito la chaqueta y empiezo a desabrocharme la


camisa. Mientras lo hago, Vivienne alarga la mano y me toca la polla a
través de los pantalones. Gimo y cierro los ojos cuando me toca. Sus dedos
se deslizan a lo largo de mi polla y notan la gruesa cresta que rodea la
cabeza.

—Eres atrevida.

—Soy una estúpida —susurra y me desabrocha el cinturón.

El calor y el deseo se apoderan de mí cuando me desabrocha los


pantalones y mete la mano en mis bóxers para agarrarme la polla.

Realmente quiere que me la folle.


Observo su mano pequeña y delgada moviéndose sobre mi polla. Me
acaricia el vientre y luego el pecho. Me quita la camisa de los hombros y
me mira asombrada mientras me recorre el torso con las manos.

—Eres tan bonito.

Me rio.

—¿Yo?

—Sí, tú. Lo pensé en cuanto te vi. No te rías de mí.

Me inclino y la beso, acercando su cuerpo desnudo al mío.

—Me rio porque me sorprende. Me has visto matar a tres hombres y


sigues pensando que soy bonito.

—Puede que eso también fuera bonito —dice, luego sostiene mi cara
entre sus manos y me besa.

No me he olvidado de lo terrible que le pasó y que hizo que la


violencia le resultara tan atractiva. Volveremos a eso más tarde, y joderé
tanto a ese Lucas que deseará no haber nacido.

Más tarde. Ahora mismo, la necesito tanto que creo que voy a
explotar.

Tomo mi polla con la mano, la alineo con su coño y la miro.

—¿Me deseas?

Ella asiente rápidamente.

La miro a los ojos mientras hundo en ella la mitad de mi polla. Vivienne


grita y me agarra por los hombros, con un destello de placer y dolor en la
cara. Lentamente, salgo de ella y veo una mancha de sangre carmesí en
mi polla. La recorro con el pulgar y gimo ante el hermoso espectáculo.

—A partir de ahora solo puedes sangrar por mí, ángel. ¿Me oyes? Solo
por mí. —Me hundo en ella una vez más, y empujo una y otra vez, cada vez
más profundo, haciendo que se estire a mi alrededor.

Sus quejidos se convierten en gemidos. Sus dedos ya no me aprietan


con dolor, sino que se ablandan y acarician.

—Eres tan grueso —susurra, mirando hacia abajo y observando cómo


me la follo.
—¿Demasiado grueso?

Vivienne sacude la cabeza y respira:

—Perfecto. Me encanta cómo se mueve tu cuerpo. Eres tan fuerte.


Debería tenerte miedo, pero no lo tengo.

Sonrío y la beso, nuestras bocas abiertas y sin aliento con cada beso.
Cada empujón.

Vivienne levanta la mano, me toca la cara y dice maravillada:

—No me siento fea cuando estoy contigo.

Es lo más bonito que me han dicho nunca.

—¿Cómo te sientes?

Acaricia mi mandíbula, mis labios, mientras piensa cuidadosamente


su respuesta.

—Como si nunca hubiera pasado nada malo.

Su brillante cabellera se esparce a su alrededor sobre la hierba. Sus


mejillas están sonrojadas. Con cada embestida, cada centímetro de mí se
entierra dentro de ella. Cuando me retiro, su humedad brilla en las venas de
mi polla. Aquí es donde debo estar. Justo aquí, joder. Me chupo la punta del
pulgar y la paso por su clítoris, haciéndola gritar.

—¿Así es como te tocabas pensando en mí? —La froto en círculos


lentos, viendo el placer parpadear en su cara.

Me agarra de los hombros, sus uñas se clavan en mis músculos.

—Sí. Sí, Dios, así.

Su clítoris se hincha contra mis caricias, y se vuelve aún más


resbaladiza mientras me deslizo dentro y fuera de ella.

—¿Vas a correrte en mi polla, ángel?

Se muerde el labio y asiente con los brazos alrededor de mi cuello.

—Tyrant. Oh, Dios, Tyrant, por favor.

Sus músculos internos son fuertes. Cuando llega al clímax, se aprieta


tanto que casi me saca la polla, pero no la dejo. La golpeo con más fuerza
mientras grita de placer. La rodeo con los brazos y entierro la cara en su
cuello mientras mi propio orgasmo sube por mi polla y la llena hasta reventar.

Me retiro despacio y beso su boca jadeante mientras sigo enterrado


en su interior. Vivienne está tumbada boca arriba con los brazos extendidos
sobre la cabeza, los ojos cerrados, todo su cuerpo rendido al mío. Mi
angelical virgencita, llena de polla y semen, sin ninguna preocupación en el
mundo.

Fue la experiencia más increíble de mi vida. La suya también, por lo


que parece.

Por mucho que quiera quedarme donde estoy, me muevo y visto a


Vivienne con mi camisa, tirando de ella con fuerza para que el aire de la
noche no pueda tocarla. Luego me pongo los pantalones, los zapatos y me
coloco la chaqueta arrugada al hombro.

Vivienne se rodea con los brazos mientras me mira vestirme con ojos
enormes y luminosos.

—¿Y ahora qué?

Le tiendo la mano.

—Sube a la casa. Barlow te echa de menos.


17

Estoy caminando de la mano con Tyrant a través de su laberinto. Esto


debe ser un sueño. Me quedé dormida en el cobertizo para botes y mi
mente conjuró la cosa más horrible e improbable que pudo imaginar. En
cualquier momento abriré los ojos y me encontraré con un Tyrant
completamente vestido y mofándose de mí, diciéndome que se me ha
acabado el tiempo.

Se detiene al llegar a la puerta principal de su mansión y se vuelve


hacia mí, y la expresión de su rostro es cualquier cosa menos burlona. Me
sostiene la cara y me besa.

Soy un desastre resbaladizo dentro de mi ropa interior. Me ayudó a


ponérmelos, pero ahora su semen rezuma lentamente dentro de mí.

Me acosté con Tyrant.

Me acosté con Tyrant.

Esto es demasiado loco para comprenderlo, y no entiendo cómo ha


pasado, pero ahora mismo no puedo procesar nada porque Barlow está
aquí. Voy a recuperar a mi hermano.

—He llegado a tu casa antes de que se acabe el tiempo. Si entro,


significa que gano.

—Creo que hemos jodido las reglas, ángel. Pero claro, tú ganas. —Une
su mano con la mía, enorme y fuerte, y me arrastra escaleras arriba hasta el
interior de su casa.

Hay un gran vestíbulo de entrada y una amplia escalera. Tyrant me


lleva arriba y a lo largo de un pasillo. Me asomo a dormitorios, salas de estar,
una sala de seguridad con cámaras de vigilancia y, por último, un dormitorio
con un cambiador, accesorios para bebés y un moisés.
En el moisés, durmiendo plácidamente y vigilado por una mujer mayor
con uniforme de criada, está Barlow.

Jadeo y corro hacia él. Mi hermano parece más adorable y tranquilo


que nunca. Quiero sostenerlo en brazos y abrazarlo, pero tampoco quiero
despertarlo.

—Ya puedes irte a la cama, Angela. Llevaremos al bebé a mi


habitación —le dice Tyrant a la mujer.

Angela asiente y se pone en pie.

—Gracias, señor. —Solo lanza una mirada en mi dirección sin una


pizca de juicio en sus ojos, pero mi cara se pone roja al darme cuenta de
que no llevo nada más que la camisa de Tyrant y probablemente haya
hierba pegada a mi desordenado cabello.

Llevaremos al bebé a mi habitación. Espera, eso significa...

Tyrant agarra las asas del moisés con una mano y a mí con la otra, y
nos saca a los dos de la habitación por el pasillo. Deja el moisés en un
escritorio junto a la ventana mientras yo observo esta nueva habitación. La
enorme cama. El vestidor de la derecha. El hombre parece adorar su ropa.

—Creo que se está despertando. —Tyrant se vuelve hacia mí, la luz de


la luna bañando de plata sus hombros desnudos y sus tatuajes—. ¿Qué
esperas? Levántalo.

—¿En serio? —Doy un paso vacilante hacia Barlow, con la esperanza


hinchándose en mi interior. Parece demasiado bueno para ser verdad.

Tyrant cruza los brazos sobre el pecho y me observa. En el moisés,


Barlow se agita, se frota las manitas contra las mejillas regordetas y abre los
ojos. El corazón me da un vuelco y no puedo contenerme más. Cargo a
Barlow y lo estrecho entre mis brazos.

Lo acuno de un lado a otro, con lágrimas de felicidad agolpándose


en mis pestañas.

—Hola, pequeño. Te he echado tanto de menos.

Tiene el pañal seco y lleva un mameluco nuevo con búhos que no


reconozco. ¿Debería darle las gracias a Tyrant por cuidar tan bien de
Barlow? ¿O debería enfadarme por habérmelo robado? En la habitación de
Tyrant, con Barlow en brazos, por una vez tengo a mi hermano para mí sola.
Tyrant quiere que lo abrace. Puedo decirlo por el intenso sentimiento en sus
ojos. Nadie me va a decir que estorbo o que estoy resentida por pasar
tiempo con él.

Sigo meciendo a Barlow en mis brazos hasta que se queda dormido.


Cuando levanto la vista, veo que Tyrant sigue mirándonos con ojos
hambrientos. Devorándome. Como si no pudiera saciarse de mi aspecto y
estuviera a punto de estallar y hacer una locura.

—¿Por qué me miras así? —susurro.

Tyrant me quita a un Barlow dormido de los brazos y lo vuelve a


colocar con cuidado en el moisés antes de estrecharme entre sus brazos y
apretar su boca contra la mía. Su beso es salvaje y hambriento, y me mete
la lengua en la boca al mismo tiempo que me arranca la camisa del cuerpo.

—Ángel —dice entre besos—. Necesito follarte otra vez. ¿Te duele?

Mis pezones rozan su pecho y, de repente, estoy aún más excitada


que en su laberinto. No podemos volver a tener sexo tan pronto, ¿verdad?
Parece que sí, porque la polla de Tyrant está dura y me aprieta el vientre, y
me duele mi núcleo por la necesidad de que hunda cada centímetro de sí
mismo dentro de mí.

—No lo sé. No me duele.

Desliza dos dedos dentro de mí, veo estrellas y gimo su nombre. Si me


duele, no lo noto, porque me siento increíble cuando me llena.

Mis brazos rodean el cuello de Tyrant. Me levanta contra él mientras


nos besamos frenéticamente y mis piernas rodean su torso. Me lleva a un
lado de la habitación y caemos torpemente contra una mesa auxiliar
mientras ambos desabrochamos sus pantalones. Le echo un vistazo a su
polla antes de que se agarre y me empale hasta la empuñadura.

—Joder —grito con todas mis fuerzas antes de jadear consternada y


taparme la boca con una mano—. Oh no, Barlow.

—Es demasiado joven para saber lo que está oyendo. Ojos en mí


mientras te follo, ángel.

Tyrant se retira y vuelve a penetrarme. No necesito que me lo repitan.


La cara hermosa y brutal de Tyrant está a escasos centímetros de la mía, y
me aferro a él mientras me folla. La mesa golpea contra la pared y
probablemente estamos despertando a todos en la casa.
Tyrant me tiene. Todo lo que quiero es a él. Alterno entre besarlo y ver
cómo su polla se desliza dentro y fuera de mí.

Mi sexo hipersensible responde tan rápido al modo primitivo en que


me está embistiendo. Mi cuerpo se acelera antes de que pueda
comprender lo que está ocurriendo. Entierro la cara en su hombro y muerdo
su carne mientras grito de placer al correrme. Tyrant me agarra del cabello
con fuerza mientras me golpea cada vez más fuerte, con su carne ardiendo,
hasta que el orgasmo se apodera de él y su ritmo se vuelve irregular y luego
se ralentiza.

Ambos respiramos con dificultad mientras nos separamos.

—No puedo evitarlo cuando tienes ese aspecto —dice, pasando el


pulgar por mi boca húmeda.

Estoy tan aturdida por el sexo que no tengo ni idea de lo que está
hablando.

—¿Cual aspecto?

—Sosteniendo a Barlow. Eso me hace algo.

—¿Hacerte qué?

En lugar de responder, me toma en brazos y me lleva hasta su cama,


que es enorme y tiene una suave ropa de cama gris tórtola. A mucha gente
no le importan las buenas telas. Este hombre sabe de calidad. Cuando me
acomodo en las sábanas, se mete en la cama conmigo y me envuelve con
las mantas, estrechándome contra él. Me aprieta las manos contra su pecho
musculoso y, de repente, me siento tímida por la intensidad con la que me
mira. No tengo ni idea de por qué está pasando todo esto ni qué quiere
Tyrant de mí. No puedo quedarme porque tengo que irme con Barlow. Es
una locura que Tyrant piense que voy a... ¿qué? ¿Acurrucarme contra su
cuerpo el resto de la noche y quedarme dormida?

Al parecer, eso es exactamente lo que Tyrant quiere, porque me


acaricia el cabello con los dedos y relaja la cabeza en la almohada.

—Qué bonita —murmura. El suave rumor de su voz me hace saltar


chispas ardientes—. ¿Te he hecho daño?

Retuerzo un poco las piernas, intentando sentir si hay algún punto


dolorido. Siento un dolor profundo, pero placentero.

—Sí y no.
Estudia mi cara y una lenta sonrisa se dibuja en sus labios.

—Sí, ¿pero te ha gustado?

Exactamente eso. De repente me invade la timidez y le rodeo el cuello


con los brazos, me acomodo más cerca y me meto debajo de su barbilla.
Dormiré, pero solo unas horas hasta que amanezca, y luego llevaré a Barlow
a casa. Es más seguro que cruzar la ciudad con un bebé en mitad de la
noche.

Siento una punzada de culpabilidad al pensar en papá y Samantha


preocupándose por Barlow.

Tyrant me besa la cabeza y me invade una oleada de calor y sueño.


Estar en brazos de Tyrant es lo más cómodo y seguro que he sentido nunca,
y me quedo dormida.

Me despierto un rato después por la sensación de que me mueven las


piernas. Estoy de lado, abrazada a una almohada, y alguien me empuja las
rodillas hacia el pecho. Entre mis muslos se siente tan resbaladizo, y
somnolienta recuerdo que he estado teniendo sexo con Tyrant.

Algo afelpado y romo se desliza contra mis pliegues y luego empuja


dentro. En algún lugar sobre mi cabeza, Tyrant gime.

Gimo contra la almohada, abrazándola con más fuerza, pero tengo


demasiado sueño para abrir los ojos. Siento una deliciosa sensación de
estiramiento cuando ese grueso objeto toca fondo dentro de mí y gimo
contra la almohada.

—Shh, ángel. No podía esperar hasta mañana. Solo


duerme. —Arrastra. Empuja. Arrastra. Empuja—. Te ves tan perfecta con los
ojos cerrados. Tan dormida. Tan indefensa. —Su voz es áspera por el deseo.

El objeto grueso es la polla de Tyrant.

—Eres insaciable —susurro contra la almohada. Subo las rodillas para


que pueda penetrarme aún más.

—Deberías mirar lo que puedo observar desde aquí. Tu coño se ve


jodidamente increíble lleno de mí.

Gimo en respuesta a sus sucias palabras y mi mano se mueve entre


mis muslos. Deslizo los dedos por su gruesa polla, que entra y sale de mí, y
luego los subo por mi clítoris, haciendo círculos lentamente.
—No voy a dejarte marchar, ángel —susurra, penetrándome más
fuerte—. Eres toda mía. Barlow también. Me voy a quedar con los dos
porque a la mierda con los demás y a lo que quieran. Los quiero a los dos.

Quiero decirle que está loco, que no puede retenernos, que no somos
suyos, pero la forma brusca en que me folla y el placer que persigo me
hacen gemir:

—Sí, Tyrant, por favor, por favor.

Una mano me rodea la garganta y me sujeta con fuerza. La sangre


me sube al cerebro. Me cuesta respirar, y ese poco de pánico hace que mi
orgasmo suba con más fuerza que antes.

—Oh, joder, sí, ángel, me encanta cuando te corres en


mi polla —Tyrant gruñe entre dientes apretados, embistiéndome tan fuerte
que me hace ver estrellas, y luego gime con su propia liberación.

Tyrant suelta lentamente mi garganta y retrocede antes de salir de mí


y arrastrar sus dedos por mi rezumante abertura.

—Me encanta follarte a lo bruto. Hacer un desastre de este coño es


mi nueva cosa favorita.

Estoy tan deshuesada y pesada de placer que lo único que puedo


hacer es quedarme tumbada mientras Tyrant me admira, me acaricia con
los dedos y juega con el semen que sale de mi coño, empujándolo hacia
dentro nuevamente. Sus dedos hacen ruidos como si aplastaran mientras
entra y sale lentamente de mi coño y zumba de satisfacción. Gimo
suavemente y me deleito con el peso de su mano en mi cadera. Nunca
nadie me había admirado. Nunca antes había querido que alguien me
mirara.

—¿Cuánto tiempo estuve dormida? —susurro.

Tyrant se toma su tiempo para responder. Está demasiado ocupado


persiguiendo una gota de semen por mi muslo, subiéndola de nuevo y
empujándola dentro de mí.

—Alrededor de una hora.

—¿Dormiste?

Tyrant se ríe de una forma que me dice que no ha dormido en


absoluto.
—¿Te diviertes ahí abajo? —le pregunto mientras sigue jugando con
mi coño.

—El mejor momento de mi vida, ángel.

En su moisés, Barlow se agita y emite un chillido. Levanto la cabeza y


empiezo abrir los ojos.

—Yo iré —dice Tyrant enseguida, levantándose de la cama y


poniéndose los pantalones—. Creo que tiene hambre. Quédate en la cama.

Escucho el sonido de sus pasos bajando las escaleras. En qué noche


de locos se ha convertido esto. Tyrant Mercer ha ido a preparar un biberón
de leche de fórmula para mi hermanito.

Acurruco más la almohada y cierro los ojos. Qué tranquilo y acogedor


se siente todo. Imagino que Tyrant, Barlow y yo no tendríamos que salir de
esta casa durante días si me quedara. Qué hermoso pensamiento, estar
aquí juntos cuidando del bebé. No es que vaya hacer eso. Solo es bonito
pensarlo. Como todas las cosas locas que Tyrant dice mientras tenemos
sexo. Me duele un poco la nuca y me la froto. Debo haberme hecho daño
en mi aventura por el laberinto de Tyrant.

Vuelvo a quedarme medio dormida, y cuando oigo un ruido poco


después, Tyrant está de pie junto a la ventana iluminada por la luna, aún sin
camiseta, con Barlow en brazos. Su ceño fruncido se relaja mientras mira al
bebé, que está cómodamente acurrucado entre sus brazos tatuados. Tyrant
le murmura algo al bebé mientras le da el biberón, moviendo lentamente su
peso de un lado a otro.

Es aterrador lo bien que se ve a Tyrant haciendo eso. Hay una fuerte


e inexplicable atracción dentro de mí. Qué familia perfecta formaríamos los
tres.

Un pensamiento estúpido. Un pensamiento imposible. Barlow no es el


hijo de Tyrant, y yo no soy su madre. Papá y Samantha deben estar locos de
preocupación mientras yo estoy aquí follándome a un secuestrador y
jugando a la familia feliz.

Me vuelvo a tumbar, pero esta vez tengo los ojos abiertos y me siento
muy despierta. Barlow debe de haberse terminado el biberón y se ha
quedado dormido, porque oigo a Tyrant acomodarlo de nuevo en su moisés
y entonces noto cómo se hunde el otro lado de la cama.

Una mano fuerte me agarra por el hombro y me pone boca arriba.


Tyrant se cierne sobre mí en la oscuridad.
—¿Quién es Lucas? —murmura, y lo dice tan bajo que, por un
momento, no me doy cuenta de que me ha hecho una pregunta.

El pánico hace que se me revuelva la barriga.

—No te preocupes.

Tyrant guarda silencio durante tanto tiempo que creo que ha


decidido hacer lo que le pido y, en el fondo de mi mente, siento un hilillo de
decepción.

—No, Vivienne. No me dices lo que hago y ni en qué debo


preocuparme. Me vas a decir su apellido. Quiero oír toda la historia, y luego
voy a encontrar este Lucas y cualquier otra persona que es responsable de
hacerte daño, y voy hacerlos sangrar. —Su boca captura la mía en un
beso—. Como siempre quisiste que hiciera.

Tyrant no puede arreglar nada. Tendré estas cicatrices para siempre,


las de fuera y las de dentro.

—Por favor, no me hagas hablar más de ello. Las últimas horas han
sido tan preciosas que no quiero arruinarlas arriesgándome a ver un destello
de duda en tus ojos. No podré soportarlo si no me crees.

Tyrant ríe suavemente, sus dientes brillan en la oscuridad.

—¿Creerte? No voy a creerte.

El dolor arde en mi corazón.

—Entonces por qué...

—Voy a reordenar el universo con sus putos órganos. Voy hacer tal
desastre de sus entrañas, globos oculares y uñas que se necesitará un
equipo de investigadores de la escena del crimen para identificar quién
solía ser y una docena de limpiadores para blanquear toda la sangre. Este
Lucas, ¿alguien más que te haya hecho daño? Son tan buenos como
muertos.
18

Vivienne me mira con ojos enormes. Mi pequeña ninfa perfecta


tumbada en mi cama. Totalmente desnuda. Toda mía. Me recorre un
estremecimiento posesivo al saber que la tengo a ella y a lo que más le
importa en el mundo. Mi polla empieza a engrosarse al pensar que nunca
me dejará mientras tenga a Barlow. Dios mío, podría follármela otra vez, y
solo han pasado veinte minutos desde la última vez que me corrí en su calor
líquido y apretado.

Sus bonitas manos revolotean hasta mis hombros y me aprietan.

—Fue hace tanto tiempo. No quiero desenterrar el pasado. Por favor,


¿podemos olvidarlo?

—No se trata de lo que quieres. Se trata de lo que necesitas. Me


necesitabas hace cuatro años, y yo no tenía ni puta idea. Pero ahora estoy
aquí.

—¿Recuerdas quién soy? Soy la hija de Owen Stone. Te debemos


mucho dinero.

—Me debes una mierda, ángel. Es tu padre quien está en deuda


conmigo, y aunque tengo a su hijo y a su hija bajo mi techo, no voy a enviar
a ningún cobrador por él. Si sabe lo que le conviene, se mantendrá lejos de
nosotros para siempre. —Me inclino, tomo uno de sus pezones con la boca
y lo chupo.

Vivienne jadea y me entierra los dedos en el cabello.

—Papá no va a...

Me incorporo y la hago callar con un dedo sobre los labios.

—Chica bonita, responde a la pregunta. Necesito saber todo lo que


te ha pasado.
Me lanza una mirada desesperada y luego se tapa la cara con un
gemido.

—Odio querer contártelo todo. Culpo a ese estúpido diario y a todas


esas fantasías que tuve contigo.

—Tienes que dejarme cumplir todas esas expectativas que tenías


puestas en mí —le digo, recogiéndola en mi regazo y sentándome con la
espalda apoyada en el cabecero—. Si te hubiera conocido entonces,
habría asesinado a cualquiera por ti.

Vivienne me toca la mejilla, acariciándome el pómulo con el pulgar.

—Estás más loco de lo que esperaba.

Espero, observándola en silencio.

Finalmente, suspira, deja caer la cabeza sobre mi hombro y dice con


desaliento:

—Por algo estuve sentada en el borde de esa fuente durante horas y


horas la tarde en que quedaste con tu hermana. No quería volver a casa.
Papá y Samantha estaban enfadados conmigo por algo que había pasado
unas semanas antes. Todo había ido tan bien. Casi tuve un buen año.

Frunzo el ceño.

—¿Un buen año? Creo que me estoy perdiendo algo, ángel.

—Oh. Viví con mi madre hasta los catorce años. En Los Angeles. —Hay
una expresión de preocupación en sus ojos.

—Creo que tienes que volver atrás y contármelo todo desde el


principio.

Vivienne mira a Barlow en su moisés. Sigue profundamente dormido.

—¿De mi infancia?

—Tan atrás como necesites ir para darme la imagen completa.

—Bien. Pero dime si te aburro o tardo demasiado —añade dubitativa.

La rodeo con mis brazos y me encanta la sensación de su cuerpo


desnudo contra el mío en la cama.

—No me aburrirás. Y no escatimes en detalles.


Vivienne recorre con la punta de los dedos los tatuajes de mi pecho y
empieza hablar en voz baja. Me cuenta que nació de dos padres adictos y
que desde pequeña supo que era un error. Su padre se desintoxicó y la
abandonó. Dejó atrás a su maldita hija. La rabia arde en mi corazón cuando
recuerdo a mi propio padre haciendo más o menos lo mismo conmigo y con
mis hermanos y hermanas. Vivienne me habla de una infancia llena de
abandono, oscuridad, soledad y miedo. Quemándose intentando cocinar
cuando había comida. Pasar hambre cuando no la había. Estar sola en una
casa enorme y vacía. Evitar pasar demasiada hambre o parecer demasiado
descuidada en el colegio para que nadie supiera lo mal que estaban las
cosas. Luego, el horror de descubrir el cadáver de su madre y perder la
última esperanza de que alguien, aunque fuera una ruina de persona, se
preocupara por ella en este mundo.

Entonces su padre vino a buscarla, a regañadientes por lo que


parece, y Vivienne se trasladó del caótico Los Angeles al tranquilo suburbio
de Henson. No parece que la quisieran mucho, pero para alguien como
Vivienne, que solo había conocido la desesperación, su nueva vida parecía
un cuento de hadas.

Me pongo a Vivienne bajo la barbilla para que no vea mi expresión


furiosa y la miro fijamente. Intuyo adónde va esto y no me gusta nada.

—Intenté no causar problemas —dice Vivienne—. De verdad que lo


hice, pero supongo que cometí muchos errores porque papá siempre perdía
los nervios conmigo y Samantha parecía exasperada muchas veces. No es
culpa de ellos. Estaban intentando tener un bebé y nada funcionaba.

Seguro que no.

—Continúa.

—Llegué a conocer a uno de los amigos de papá que siempre venía


a casa. Él y papá veían fútbol juntos. Salían por la noche.

Este debe ser el Lucas que mencionó.

—Tyrant, ¿estás bien? Tus músculos se han puesto duros como piedras.

Respiro, pero no consigo relajarme.

—No te preocupes por mí. Te escucho.

—Este hombre fue amable conmigo, supongo. Tener la atención de


alguien era algo nuevo. Estaba tan hambrienta de cualquier pedacito de
atención, y creo que él se dio cuenta. —Se tapa la cara y gime—. ¿No es
patético? Nada de esto habría pasado si no hubiera estado tan
desesperada por gustarle alguien.

La abrazo tan fuerte como puedo sin aplastarle las costillas ni cortarle
la respiración.

—¿Ese era Lucas?

Ella asiente.

—Justo después de cumplir quince años, me escapé una noche para


ir a una fiesta. Nunca lo había hecho, lo pasé fatal y luego mi amiga me
dejó tirada sin llevarme a casa, así que tuve que volver andando. Estaba
enferma de ansiedad por estar sola en la oscuridad. Me recordaba a
cuando era niña. Mientras caminaba por una calle oscura, un auto se
detuvo a mi lado y era Lucas. Me sentí tan aliviada que me subí
directamente e inmediatamente le confesé todo. Había salido sin permiso.
Lo había pasado fatal. Estaba atrapada en el lado equivocado de la
ciudad. Me dijo que me llevaría a casa y que todo iría bien.

Traga saliva.

—Solo que no lo hizo. Condujo hasta un paso subterráneo y estaciono


allí, diciéndome que solo quería hablar. Cada vez que le preguntaba si
podíamos irnos, cambiaba de tema, y las cosas empezaron a ponerse
espeluznantes. Recuerdo que estaba tan confusa por lo que estaba
pasando que no podía concentrarme, y lo siguiente que supe es que había
empujado mi asiento hacia atrás y se estaba subiendo encima de mí.

Puedo imaginarlo en mi cabeza. Vivienne, de quince años, vulnerable


y asustada, mientras un hombre le pone las manos encima y la trata como
a un trozo de carne. Una sensación enfermiza y furiosa me retuerce las tripas.

—Podía sentir cómo me rasgaba la ropa, y era tan aterrador que me


quedé helada. Una parte de mi cerebro me decía que me hiciera la muerta
y dejara que pasara, pero otra parte de mí gritaba. De repente recordé que,
si te atacan, debes ir por sus ojos. Así que metí mis dedos en los ojos. Se echó
hacia atrás y tuve espacio suficiente para alcanzar la puerta, abrirla y salir
corriendo. No paré de correr hasta que sentí que los pulmones me iban a
estallar.

Meto mi mano en su cabello y la acuno contra mí, viendo en mi mente


a esa quinceañera aterrorizada. Tener dos hermanas pequeñas significa que
me he desvelado imaginando que les ocurrían las peores cosas. He visto de
primera mano la crueldad de los hombres hacia las mujeres. Qué historia tan
horrible, que no se hace mejor por el hecho de que Lucas en realidad no
tuvo éxito en lo que se propuso hacer.

—¿Le contaste a tu padre sobre esto? —le pregunto.

Vivienne asiente, secándose las lágrimas.

—No quería porque eran muy buenos amigos, pero Lucas vino a casa
una semana después para ver el fútbol. Lo vi de pie en mi salón y me invadió
el pánico. Estaba muy asustada. No podía respirar y Samantha estuvo a
punto de llamar a una ambulancia. Cuando Lucas se fue, me sacaron la
verdad a la fuerza. —Vacila y siento que me aprieta el hombro—. Papá
estaba muy enfadado conmigo.

—¿Enfadado contigo? —exclamo. Me habría puesto más que


enfadado si hubiera visto a mi hija presa del pánico al ver a uno de mis
amigos, pero no con ella.

—Me dijo que estaba equivocada y que Lucas no haría eso. Luego
me preguntó si me lo había inventado porque me preocupaba tener
problemas por haberme escapado de casa.

La gimnasia mental que implica hacer una pregunta tan ridícula es


asombrosa. Vivienne no es una buscapleitos, y se culpa de todo, y uno
pensaría que su propio padre podría verlo.

—¿Lucas seguía viniendo a casa?

—Sí. Y cada vez que lo hacía... —Se toca las costillas.

Exhalo pesadamente. Así que es por eso. Cada vez que veía a Lucas,
se inundaba de miseria y miedo, y tenía que dejarlo salir.

—No podía evitarlo. Era lo único que me hacía sentir cuerda.

Tomo su mano y le doy un beso en la palma. Después de todo lo que


había pasado con su madre, ser atacada por un amigo de la familia y que
le echaran en cara su trauma era demasiado dolor. Por supuesto, tenía que
desahogarse de alguna manera.

—¿Cuándo fue la última vez que te hiciste sangrar?

—Justo antes de mudarme para ir a la universidad. Tengo mi propia


habitación y, aunque sé que Lucas no puede entrar, sigo teniendo mi caja
de cortes. Por si acaso —confiesa en un susurro.
La idea de enviarla a ella y a su hermano de vuelta a ese hogar de
mierda es demasiado incluso para mi conciencia manchada de sangre.
Contemplo el moisés durante largo rato, con el cerebro a cien kilómetros por
segundo.

—Quédate.

Vivienne me mira sorprendida.

—¿Qué?

—Quédate. Nunca estarás sola aquí. Tú y Barlow.

—No puedo hacer eso.

—¿Por qué no? Tú me deseas. Puedo hacer que te enamores de mí.


Todo lo que puedas necesitar está aquí, y si no lo está, te lo compraré.

Vivienne me mira como si me hubieran salido dos cabezas.

—¿Hacer que me enamore de ti?

Acaricio con mis dedos su garganta, murmurando suavemente:

—Sí, enamorarte. Te prometo que lo disfrutarás.

—La razón por la que te deseo tanto es porque te tengo miedo, por
una buena razón. ¿Sabes cómo te llama todo el mundo en Henson?

—¿Cómo me llaman?

—Un monstruo.

Rozo mis labios con los suyos.

—Claro. Soy un monstruo. Pero hay monstruos que viven dentro de tu


cabeza, Vivienne. Te dicen que todo lo que te ha pasado es culpa tuya. Si
te quedas, me aseguraré de que me tengan demasiado miedo como para
volver a decírtelo.

Sus manos aprietan mis bíceps. Hay tanto anhelo en sus ojos.

—¿Cómo harías eso?

—Érase una vez, yo tenía los mismos monstruos, y también mis


hermanos y hermanas. Los ahuyenté a todos.
—Tyrant —susurra—. Eso es imposible.

Para mí no lo es. Y ella puede tener un terapeuta o lo que sea. No hay


nada malo en reflexionar un poco. El punto es que Vivienne se quede
conmigo, y lejos de esos imbéciles que llama familia.

Le planto un beso en la nariz, la recojo y me tumbo en las sábanas con


ella, arropándonos con las mantas.

—Yo me preocuparé por lo que sea imposible. Tú duérmete.

—Pero...

—Duerme.

Vivienne me observa un segundo y luego cierra los ojos. Lentamente,


su cuerpo se relaja y su respiración se hace más profunda. Mi mujer se
duerme en mis brazos y mi corazón negro se siente extrañamente lleno.
Mañana voy hacer lo que mejor se me da: desmontar cosas y volverlas a
montar. Lo hice con mi familia cuando mis hermanos y hermanas eran
pequeños y mamá no podía cuidarnos. Lo hice con Henson cuando me hice
cargo y eché a todos los desgraciados que no seguían mis reglas. Ahora lo
haré por Vivienne. También lo haré por mí. Mi vida necesita ser destrozada y
reconstruida desde los cimientos, como la suya. Cuando termine, nuestras
piezas van a encajar muy bien. Las suyas. Las mías. Las de Barlow. Porque a
la mierda con devolvérselo a esas serpientes.

Cierro los ojos y Vivienne es un peso cálido contra mi pecho.

Me duermo profundamente y sin sueños.

Horas después, me despierta la luz del sol que entra por el dormitorio.
Sin abrir los ojos, busco a Vivienne. El espacio a mi lado está vacío. Confuso,
levanto la cabeza y miro a mi alrededor, pero ella no está. Mi habitación
está silenciosa y quieta.

El pánico se apodera de mí, salto de la cama y agarro el moisés, pero


lo encuentro vacío. Quizá Vivienne esté en el baño o en la cocina con
Barlow. Me pongo los pantalones y salgo corriendo por el pasillo para
comprobar la habitación que utilizaba como cuarto para el niño, pero
también está vacía. Igual que todos los baños. Cuando pregunto, ninguno
de mis empleados ha visto a Vivienne esta mañana.

Me asomo a la ventana y contemplo el jardín donde tenía atrapada


a Vivienne hace apenas unas horas. Le prometí a Vivienne el mundo, y
ahora no está en ninguna parte. Se ha ido.
19

Es una hora después del amanecer cuando subo los escalones de la


entrada de casa con Barlow en brazos. Salí de casa de Tyrant antes de que
saliera el sol. Mis pies descalzos están doloridos y embarrados, y siento un
dolor muy dentro de mí. Un dolor que es diferente del que estoy segura que
sentiré más tarde en mi interior después de la triple paliza que Tyrant le dio a
mi virginidad en el espacio de unas pocas horas.

Mientras levanto la mano para llamar a la puerta principal, me trago


el nudo que tengo en la garganta. Estaba dentro del plazo que me había
dado. Me gané a Barlow limpiamente.

He ganado, pero me siento vacía.

Se oyen pasos en el pasillo y la puerta se abre de un tirón. Papá está


de pie, con los ojos inyectados en sangre, y por un momento su expresión es
de desconcierto. Como si hubiera olvidado que vivo aquí cuando no estoy
en la universidad.

Entonces su mirada se dirige a Barlow y lanza un grito desgarrado.

—¿Quién es? —Samantha llama, y su voz es aguda y estresada


mientras se acerca a nosotros. Tiene los ojos enrojecidos por el llanto y lleva
la misma ropa que cuando Tyrant se llevó a Barlow anoche.

Samantha grita cuando ve que llevo a su hijo en brazos y se abalanza


sobre mí para arrancármelo. Llora mientras mece a Barlow de un lado a otro.
Papá mira atónito a su hijo con la mano en el hombro de Samantha,
preguntando una y otra vez:

—¿Está bien? ¿Estás bien, Barlow? —Barlow empieza a gritar porque


el ruido y las emociones son demasiado para él.

Nadie me mira, así que entro, cierro la puerta y me quedo aquí,


sintiéndome como un huésped no invitada.
Finalmente, Samantha vuelve su mirada llorosa hacia mí.

—¿Cómo lo recuperaste de Mercer?

Esta es la parte que he estado temiendo, pero hago acopio de mi


ingenio y me decido a dar una explicación sencilla.

—Anoche llegué a casa y estaba escondida en el pasillo cuando


Tyrant se llevó a Barlow. Salí corriendo y me metí en su auto, y él condujo
hasta su casa porque no me vio. Esperé a que Tyrant se durmiera, tome a
Barlow y salí corriendo.

Papá y Samantha me miran sorprendidos.

—Cuando Tyrant se despierte, probablemente se enfadará mucho,


así que espero que tengas su dinero —le digo a papá.

Papá mira temeroso a Samantha y mi corazón se hunde. Conozco esa


mirada. No tiene el dinero. Me pregunto si he soportado la noche más loca
de mi vida para nada y si Tyrant va a irrumpir aquí en cualquier momento y
llevarse a Barlow.

Samantha me mira con el ceño fruncido y se limpia los ojos.

—Vivienne, ¿qué llevas puesto? ¿Es ropa de hombre?

Me miro. Llevo una camiseta negra demasiado grande y un chándal.


Cosas que robé del vestidor de Tyrant.

—Me caí en un lago, así que le robé ropa seca a Tyrant.

Esta es la parte en la que me agradecen por traer de vuelta a Barlow.


No necesito su gratitud infinita, pero un pequeño reconocimiento por lo que
he pasado estaría bien. Papá se frota los ojos con cansancio y sonríe a su
hijo con pesar. Samantha sigue mirándome con el ceño fruncido, como si
tratara de entender lo que acabo de decirle.

No van a decir gracias o que hice algo bueno para nuestra familia.

Un nudo estúpido y triste me sube por la garganta.

—Iré a ducharme —susurro, y paso junto a ellos hacia las escaleras.

En ese momento suena el timbre. Los tres nos volvemos hacia la puerta
al mismo tiempo y mi corazón se acelera. Es Tyrant. Tiene que ser él. No
puedo ver la silueta de nadie a través del cristal esmerilado, pero ha
retrocedido o se ha colocado a un lado, y va a irrumpir en cuanto alguien
abra la puerta.

—¿Qué vas a hacer, Owen? —pregunta Samantha en un susurro


asustado.

La expresión de papá es furiosa mientras se acerca a la mesa del


recibidor, abre un cajón y saca un arma.

Me quedo con la boca abierta.

—Papá, no puedes...

Se lleva un dedo a los labios y me hace callar.

Veo, con el corazón en la boca, cómo papá se dirige hacia la puerta


principal con el arma en la espalda. Va a matar a Tyrant o, lo que es más
probable, Tyrant verá el arma y matará a papá.

Papá gira la manilla de la puerta principal y la abre lentamente, y yo


no puedo contenerme. Grito una advertencia a Tyrant.

—¡Tiene un arma!

No hay nadie afuera. Papá se da la vuelta y me fulmina con la mirada.

—¿De qué lado estás?

Estoy del lado de que nadie muera en la puerta de mi casa.

Samantha señala más allá de papá.

—Owen, hay algo en la alfombra.

Baja la mirada y toma un sobre grande en blanco. Parece contener


algunos papeles o tarjetas, y debe haber bastantes hojas porque el sobre
tiene un par de centímetros de grosor. Con el ceño fruncido, papá vuelve a
entrar, cierra la puerta y guarda el arma en el cajón.

Entonces abre el sobre. Su ceño se frunce al instante y se convierte en


sorpresa, y luego sus ojos se entrecierran.

—Vivienne. ¿Qué es esto? —Su voz suena extraña, como si estuviera a


punto de perder los nervios.

Voy a su lado y miro las fotos, y Samantha también. Al instante, ella


jadea.
Mientras miro los rectángulos brillantes, siento como si me hubieran
dado un puñetazo en el estómago. He perdido la capacidad de respirar.
Las fotografías son de Tyrant.

Tyrant y yo.

Teniendo sexo en su jardín anoche.

Hay docenas de fotos. Docenas. Papá sigue revisándolas, una tras


otra. En todas las fotos, estoy besando a Tyrant. Envolviendo mis piernas
alrededor de él. Tocando su cara. Llorando de placer. Su belleza salvaje se
ha suavizado en adoración mientras me mira o mira su polla hundirse dentro
de mí. Incluso su forma de abrazarme es brutalmente adoradora. Su agarre
de mis muslos o mis caderas es firme y posesivo.

Las últimas fotos son las peores. Tyrant me carga y me lleva hacia la
casa. Mis brazos le rodean el cuello. Nuestras cabezas están muy juntas y las
tomas son más íntimas y emotivas que cualquier foto de boda que haya
visto. Nos miramos a los ojos y parece que estamos enamorados.

—¿Vas a explicarme esto? —pregunta papá entre dientes,


blandiendo las fotos hacia mí.

—Yo... —De repente es imposible formar palabras. Mi piel se calienta


y luego se congela—. Yo...

—¿También te obligó? —pregunta papá sarcásticamente—. Date


prisa en contestar, Vivienne, antes de que puedas inventarte una mentira.

—No soy una mentirosa —consigo susurrar, pero sueno muy culpable.

—¿En serio? Porque tu explicación a Samantha sobre cómo


recuperaste a Barlow no incluía que te abrieras de piernas para el puto
Tyrant Mercer.

Respiro entrecortadamente.

—Hice lo que tenía que hacer. Nunca quise... —Pero no soy una
mentirosa, y no puedo decir las palabras nunca quise que pasara, porque
no es verdad. Quería tanto a Tyrant. Todavía lo quiero. Si hubiera hecho lo
que me pidió, ahora estaría a salvo y calentita en sus brazos en lugar de
enfrentarme al juicio de papá.

Quédate. Nunca estarás sola conmigo.


Oigo las sentidas palabras de Tyrant en mi cabeza, y anhelo sus brazos
a mi alrededor.

Papá levanta la voz y se acerca a mí.

—No volveré hacer esto contigo, Vivienne. Esta vez tengo pruebas, así
que no te molestes en mentirme. Estas fotos no muestran a Tyrant forzándote
a tener sexo con él. No hay nada forzado en esto. Es como la vez que te
lanzaste sobre Lucas. Admítelo.

Me grita a la cara, y yo me estremezco y no puedo responderle de lo


ahogada que estoy.

—Lo sabía. —Me tira las fotos y se esparcen por el suelo.

Miro fijamente una fotografía mía con las manos apretadas contra el
pecho desnudo de Tyrant mientras lo contemplo. Adorando al hombre que
me arrebató la virginidad. ¿Quién podría haber hecho esto? ¿El propio
Tyrant? ¿Con qué propósito? Las fotos están tomadas desde un ángulo
ligeramente por encima de nosotros, y están algo granuladas, como si el
fotógrafo hubiera tenido que hacer zoom desde lejos. Tyrant utiliza CCTV en
su laberinto. Vi la habitación de vigilancia, pero no parecen imágenes
tomadas de un vídeo de seguridad. Quienquiera que sea el responsable, su
propósito era humillarme delante de papá y Samantha. Tyrant debe estar
furioso conmigo por escabullirme con Barlow, pero no creo que hiciera algo
así. No parece su forma de castigar a alguien.

Necesito el consuelo de un abrazo con mi hermano. Alargo la mano


hacia Barlow, pero Samantha retrocede con él al otro lado de la habitación.

Un feroz dolor de pérdida se abre paso en mi pecho.

—¿Por qué no me dejas cargar a Barlow? No voy hacerle daño. Lo


arriesgué todo para traértelo a casa.

Samantha sacude la cabeza y me da la espalda.

—No te quiero aquí, Vivienne. Estás ocultando algo.

Papá me mira con asco.

—Vuelve a los dormitorios. No podemos mirarte ahora.

—Pero, ¿cuándo podré volver? —Me ahogo, tratando de contener


las lágrimas.
—Cuando estés lista para decir la verdad sobre lo que pasó anoche.
Estamos hartos de tus mentiras.

La injusticia de todo esto hace que se me retuerza el estómago de


desesperación. Recojo mi mochila y mi abrigo de donde los dejé anoche.
No sé qué decirles. Solo quería recuperar a mi hermano y todo se me fue de
las manos.

Papá y Samantha no se despiden cuando salgo de casa y me


encuentro con el aire frío de la mañana.

Estoy a mitad de la calle cuando alguien me agarra, me empuja


contra un auto con su enorme cuerpo y me gruñe al oído:

—Te tengo, pequeña ladrona.


20

El dulce aroma de Vivienne florece a nuestro alrededor mientras la


aplasto contra mi auto. Siento un gran alivio. Vuelve a estar en mis brazos,
donde debe estar. Me ha robado al puto rehén, pero en este momento ni
siquiera puedo enfadarme por eso.

La giro para que me mire y veo que le caen lágrimas por la cara.
Vivienne me abraza y solloza contra mi pecho. ¿Está llorando?

—Pero qué... —Abro la puerta trasera de mi auto y la guio adentro,


entro detrás de ella y cierro la puerta detrás de nosotros. Liam está en el
asiento delantero y conduce calle abajo.

Tomando la cara de Vivienne entre mis manos, le pregunto:

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué lloras?

Está sollozando tan fuerte que apenas le salen las palabras.

—Papá y Samantha me dijeron que me fuera. Les llevé a Barlow y...


y...

Le limpio las lágrimas de las mejillas. Stone y su maldita esposa. Me he


pasado toda la noche haciendo que esta chica se corriera, sonriera y
derramara su corazón ante mí, y esos imbéciles la han vuelto a reducir a un
desastre quejumbroso en cuestión de minutos. Imagino vívidamente la
tráquea de Stone bajo mi pie mientras le aplasto la vida.

—Alguien tomó fotos de nosotros teniendo sexo en tu laberinto


anoche. Enviaron las fotos a mi casa. ¿Quién haría algo así?

—¿Fotos nuestras? ¿Cómo? ¿Dónde están?

—Los dejé atrás. No sé cómo las tomaron. Fue bastante humillante,


que otras personas nos vieran cuando pensábamos que estábamos solos.
No dije que no te quería, pero luego papá me dijo que no volviera a fingir
que me habían forzado.

Una sensación mortal y helada me invade.

Fingir que fue forzada. ¿Stone se lo echó en cara cuando se arriesgó


a que la matara, intentando recuperar a Barlow para ellos? Apostaría mi
fortuna a que ni siquiera le dieron las gracias a Vivienne por recuperar a
Barlow. Ella no me pregunta si tomé las fotos, así que debe entender que
nunca sería tan mezquino. No ahora, al menos. Robarle el diario y leérselo
en voz alta fue bastante mezquino, pero nunca lo habría hecho si hubiera
conocido su historia. Ver esas cicatrices en su cuerpo lo cambió todo.

Lágrimas frescas corren por sus mejillas y su rostro se arruga.

—Samantha no me dejó cargar a Barlow. Tengo la terrible sensación


de que no me van a dejar volver a verlo. —Vivienne empieza a llorar en serio.

Me vengaré de esos dos, y será más sangrienta y brutal de lo que


puedan imaginar. Tomo los hombros de Vivienne y la obligo a mirarme.

—Pídeme que arregle esto para ti.

Vivienne se limpia la humedad de las mejillas.

—No puedes arreglar esto. Nadie puede. Lo único que puedo hacer
es volver la semana que viene y esperar que papá y Samantha se hayan
calmado lo suficiente como para dejarme ver a Barlow otra vez.

Se equivoca. Puedo arreglarlo en un instante. Entrecierro los ojos


significativamente. Vamos, ángel. Puedes imaginarte lo que te ofrezco.
Sabes exactamente la clase de hombre que soy.

—Di: Deseo que Tyrant Mercer me conceda el deseo de mi corazón.

El deseo de su corazón es su hermano.

Un hogar.

Mi amor y lealtad eternos.

Vivienne me mira con expresión confusa, incapaz o no de entender lo


que le ofrezco. ¿Es demasiado para ella ahora mismo contemplar sus
muertes? Me parece bien. Pronto recapacitará, cuando me haya ganado
todo su corazón y hayan destruido todo su amor por ellos.
—Lo siento, Tyrant. No puedo pedirte nada. Anoche hiciste realidad la
fantasía de una chica de quince años, pero tú y yo... No puedo seguir
tomando una decisión peligrosa tras otra. No puede seguir derrumbándose
todo a mi alrededor o yo también me derrumbaré.

—Vivienne, no hiciste nada malo. Nada de esto es culpa tuya.

—Entonces, ¿por qué me siguen pasando estas cosas? —pregunta


entrecortadamente—. Por favor, déjame ir. Quiero irme a casa.

Siento un ruido sordo de alarma. Vivienne está sufriendo mucho ahora


mismo y quiere volver a su dormitorio para poder cortarse. Sobre mi cadáver
sangrante se va a sentar sola en su habitación con un cuchillo en las manos,
llorando mientras se corta en rodajas.

La empujo contra la puerta del auto y me abalanzo sobre ella para


que tenga que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarme a los ojos.

—Hay algo que deberías saber de mí, Vivienne. No me rindo cuando


quiero algo. Doblaré el mundo hasta que se rompa y lo reorganizaré como
yo quiera.

—No voy a ninguna parte contigo —dice—. No puedes obligarme.

Sí, puedo, pero si la obligo a venir conmigo, seré el malo y la razón por
la que nunca podrá ver a Barlow. Vivienne necesita darse cuenta por sí
misma de que nunca va hacer feliz a esa gente, y entonces será toda mía.

Le acaricio la barbilla con un dedo.

—No tienes que ir a ningún sitio conmigo. Ya me perteneces.

Vivienne abre mucho los ojos.

—¿Qué?

—Puedes irte a casa, pero eres de mi propiedad. Soy dueño de cada


centímetro de ti. Nadie lastima lo que es mío, ni siquiera tú. Lo digo muy en
serio, joder.

—Espera, ¿me dejas ir o no?

Suelto una oscura carcajada.

—¿Dejarte ir? ¿En Henson, donde todo y todos me pertenecen?


¿Dónde cada persona que te mira desde un auto, una esquina, una parada
de autobús, trabaja para mí? Ángel, a partir de ahora no vas a estar a más
de tres metros de alguien relacionado conmigo.

Gracias al rastreador que le inyecté en la nuca mientras dormía,


siempre sabré dónde está. Dios, me excitó hacer eso, y ver el pequeño bulto
bajo su piel. Tenía que follármela otra vez en ese momento, y lo hice. Me
metí hasta las bolas en su interior antes de que pudiera despertarse. Ahora,
gracias a ese rastreador, siempre estoy dentro de ella, y puedo llegar a ella
en un instante.

Sin embargo, no se lo diré. Vivienne haría alguna tontería con su


cuchillo si supiera que está ahí.

—Ni se te ocurra irte de Henson. Puedo encontrarte en cualquier lugar


y en cualquier momento. Si huyes, te arrastraré de vuelta aquí y te castigaré.
No dejes Henson. Esa es tu primera regla.

Sus dos cejas se disparan.

—¿Tengo reglas?

No voy a responder a preguntas estúpidas. Por supuesto que tiene


reglas.

—Vas a clase. Visita a tu hermano. Si te duele algo, me llamas. Si


quieres hablar, me llamas. Si necesitas que te folle, me llamas. Desbloquea
tu teléfono y dámelo. —Extiendo la mano y espero.

—No vamos a necesitar hablar ni follar, gracias —me dice moviendo


la cabeza.

—Desbloquea tu teléfono y dámelo, o iré a tu casa, robaré a Barlow,


y volveremos hacer todo esto.

—Papá tiene un arma.

Me rio suavemente.

—Yo también, y sé cómo usar la mía. ¿Y él?

Se lo piensa un momento, suspira, saca el teléfono, pulsa el código y


me lo da. Llamo a mi propio teléfono, dejo que suene una vez, cuelgo y se
lo devuelvo.

—Por último, la regla más importante de todas. —Tomo sus hombros


entre mis manos y me inclino hacia ella—. Solo puedes sangrar por mí, ángel.
¿Quieres sentir dolor, gritar y sufrir? —Rozo sus labios con los míos—. Te haré
sufrir.

Vivienne me mira con los ojos entornados, como si lo que acabo de


decir fuera lo más seductor que ha oído en su vida. Me mira la boca durante
un buen rato y luego parece salir de un trance y se sacude. Se dirige a Liam,
que ha estado conduciendo todo este tiempo y fingiendo no escucharnos.

—¿Podrías llevarme a los dormitorios de la Universidad de Henson?

Liam me mira por el retrovisor y yo asiento.

—Por supuesto, Señorita Stone. Estaremos allí en cinco minutos —dice


Liam, girando suavemente el volante.

Paramos frente a los dormitorios y Vivienne se vuelve hacia la puerta


para salir. La atraigo hacia mí.

—Una cosa más antes de que te vayas. Dame el apellido de Lucas.

Ella sacude la cabeza.

—Deja el pasado enterrado, por favor.

Agarro su garganta, y no lo hago con delicadeza, y me enfado sobre


su rostro.

—He dicho que me des su puto apellido.

Se retuerce contra mis dedos.

—¿No tienes otras cosas de qué preocuparte? ¿Qué pasa con papá
y su deuda?

—¿Qué pasa con todo lo que acabo de decirte? Eres mía, y eso
significa hacer lo que yo diga, de lo contrario, haré que malditamente lo
lamentes.

Vivienne traga con fuerza contra mi mano.

—Lucas Jones. No sé dónde vive.

Lucas Jones. Por fin. No importa que no sepa dónde vive. Si aún
respira, lo encontraré, aunque se haya ido de la ciudad. Sujeto la garganta
de Vivienne y deslizo mi boca sobre la suya. Buena chica. Me encargaré de
este imbécil y Vivienne se dará cuenta de que su familia es un patético
desperdicio de espacio y los apartará de su corazón.
Si cree que algo ha terminado entre nosotros, está muy equivocada.
Vivienne Stone es mía, ahora y siempre.

Rompo el beso y arremeto:

—Ya eres mía. No lo olvides, joder, y no rompas mis reglas.

—¿O qué? —pregunta sin aliento mirándome a los ojos.

—Intenta no averiguarlo, ángel.


21

Han pasado tres semanas desde mi aventura por el laberinto de


Tyrant, y mi vida está tranquila.

Inquietantemente tranquila.

Nunca me siento sola. ¿Es paranoia, o Tyrant decía la verdad cuando


dijo que siempre habría alguien vigilándome? La gente me mira cuando
hago la compra. Los pasos me siguen por las calles oscuras. Incluso aquí
abajo, en el sótano vacío de la biblioteca, mientras intento concentrarme
en una redacción, siento los ojos de alguien en mi nuca.

El domingo pasado volví a casa por primera vez desde que Tyrant
robó a Barlow y yo lo recuperé. Samantha no parecía sorprendida de verme
en la puerta, pero tampoco se alegró de verme.

—Por favor, déjame ver a Barlow —le rogué—. Sabes que haría
cualquier cosa por mi hermano.

Su expresión se suavizó y cedió.

—Está bien. Pero no te quedes mucho tiempo.

Tenía a Barlow en brazos frente a la ventana del salón, haciéndole


rebotar suavemente y murmurando palabras dulces. Papá entró en la
habitación y se colocó detrás de mí. Me concentré en Barlow y fingí no
darme cuenta de que había alguien allí.

—No tienes vergüenza. —Su voz estaba llena de repulsión. Sin esperar
a que respondiera, salió de la casa y cerró la puerta tras de sí. Ni siquiera
pude enfadarme con él. Me sentí patéticamente agradecida de que no me
hubiera ordenado salir y no volver jamás.

Cuando volví a mi dormitorio, me dolía tanto el corazón por la


hostilidad de papá y Samantha que llegué a sacar mi caja de corte. Me
senté en el suelo, agarrando la caja que contiene un cuchillo, antiséptico y
tiritas. La agarré con fuerza. Deseando tanto usarla.

Sentía la presencia de Tyrant a mi alrededor, y sabía que no era una


amenaza en vano, que haría algo terrible si descubría que me había
cortado. Tenía su número de teléfono y podía llamarlo si quería, pero eso
también me parecía peligroso. Con el corazón encogido, aparté la caja de
mi vista y saqué mi cuaderno de dibujo.

Dibujé obsesivamente durante horas. Plantas. Estatuas. Laberintos.


Tyrant dormido en su cama, tal y como estaba justo antes de que tomara a
Barlow y me escabullera de su casa. Dibujar me calmó hasta que finalmente
me desmayé en el suelo y dormí durante diez horas seguidas.

Ahora, este ensayo no va nada rápido. Necesito consultar un artículo


de una revista, me levanto de la mesa y me abro paso entre las estanterías.
Es viernes por la noche, y la planta sótano, con sus libros polvorientos y la
vieja colección de microfichas de periódicos, está totalmente desierta.

O eso creo.

Estoy tomando la revista de Estudios sobre el Renacimiento Italiano


cuando una mano grande y tatuada me agarra la muñeca. Por un
momento la miro fijamente, paralizada por la sorpresa, sintiendo un cálido
aliento en la nuca. Entonces Tyrant me hace girar y me empuja contra las
estanterías.

Está de pie junto a mí, en toda su belleza tatuada, vestido de negro y


con una sonrisa en sus hermosos labios. Su voz aterciopelada recorre mis
sentidos.

—Te he echado de menos, ángel. ¿Me has echado de menos?

Sus labios rozan los míos y mis pestañas se agitan. Me hipnotiza su


mirada. Su olor. Su tacto. Me agarra del dobladillo del vestido y empieza a
subírmelo.

Agarro sus manos y trato de empujarlas hacia abajo.

—¿Qué estás haciendo?

—Necesito saber si has seguido mis reglas.

Quiere mirarme aquí mismo, en la biblioteca, para comprobar por sí


mismo que no hay cortes recientes en mi cuerpo. Miro a mi alrededor
desesperadamente. Podría entrar alguien.
—Por favor, no me mires. Tyrant, no lo hagas.

Entorna los ojos.

—¿Qué me estás ocultando, Vivienne? Te dije mis reglas. Será mejor


que no las hayas roto.

—No me he hecho daño, lo juro. Alguien podría ver.

—Aquí no hay nadie. No dejaré que nadie vea a mi chica. —Me sube
lentamente el vestido y me acaricia las costillas. Mi estómago. Todas mis
viejas cicatrices. Me da un beso en la garganta con un zumbido de
deseo—. Buena chica. Ha sido una eternidad. Necesito follarte, ángel.

Me agarro a su brazo, con los ojos desorbitados.

—Estamos en la biblioteca.

—Me encantan las malditas bibliotecas. —Me aprieta los pechos y


luego su mano se sumerge en mi ropa interior y gime cuando sus dedos se
deslizan en mis pliegues—. Siempre tan húmeda para mí. He estado soñando
con este coño.

Tyrant me acaricia el clítoris hasta que me tiemblan las pestañas y las


rodillas, pero me agarra y me estrecha contra él, y mete un dedo a la fuerza.

Gimo en sus brazos. No hay nada mejor que llenarse de Tyrant.

—Eres tan... —Baja la mirada y luego inspira bruscamente, sus pupilas


se dilatan de repente y una sonrisa curva sus labios—. Oh, ángel. Qué
deliciosa sorpresa.

—¿Cuál sorpresa?

Saca la mano de mi ropa interior y su dedo corazón brilla sangre hasta


el tercer nudillo. Me horrorizo al verlo. Debo de tener el periodo. La sangre
de los cortes es una cosa, ¿pero la de la regla? No puede verlo, y mucho
menos tocarlo.

Jadeo e intento apartarme, la vergüenza inunda mi cuerpo.

—Iré al baño. Lo siento. No me había dado cuenta.

Tyrant no me deja separarme de su abrazo de hierro, y ahora sonríe


perversamente.
—¿Ir al baño? ¿Alejar tu hermoso y sangrante coño de mí? No te
dejaré ir a ninguna parte hasta que me manches la polla con esta sangre.

No puede hablar en serio.

Tyrant roza sus labios con los míos y susurra seductoramente:

—Estás sangrando por mí, ángel. Necesito follarte duro y hacernos un


lío a los dos con tu sangre.

El calor florece en mis mejillas y el deseo aprieta mi núcleo.

—No podemos hacer eso. Aquí no.

—Sí, aquí.

Mis rodillas se vuelven de gelatina cuando me baja a la alfombra y


me quita la ropa interior por las piernas. Aprieto su camisa con las manos.
Debería huir, pero no puedo soltar a este hombre.

—Por favor, no lo hagas. Esto es una tortura.

—Ah, ángel —murmura, con una sonrisa burlona en los labios—. Me


encanta tu bonita sangre. Voy a follarte aquí mismo, y puede que llores, que
te ruborices, que me odies, pero aun así voy hacer que te corras. —Tyrant
me da la vuelta para que esté sobre mis manos y rodillas, luego me abre con
sus dedos—. Déjame mirarte.

Mientras explora mis pliegues y la sangre que se me escurre y gotea


por los muslos, me tiemblan las rodillas y entierro la cara entre los brazos.
¿Qué aspecto debo tener? Seguro que a Tyrant no le excita toda esta
sangre menstrual.

—Me preguntaba si estabas embarazada después de la última vez.


Qué interesante habría sido. —Tyrant parece intrigado por la idea.

Yo también me preguntaba si estaría embarazada, y por eso tomé el


Plan B cuando recobré el sentido al día siguiente.

—Joder, qué bonito —murmura, acariciando toda mi humedad.

—¿Tienes un condón? —gimo, con la cabeza erguida mientras me


mete dos gruesos dedos. No puedo evitar gemir por su nombre—. Tyrant.
Tyrant, por favor.
—¿Follarte con condón? A mi ángel solo me la follo al desnudo.
Apuesto a que sabes bien cuando estás sangrando.

Jadeo y abro los ojos. Intento zafarme de él, pero me sujeta con fuerza
las caderas y me folla más fuerte con sus dedos.

—Tyrant. No puedes.

—Sigue gritando así. Haz que todos corran para que puedan verte
bien así.

Me apresuro a cerrar la boca.

Tyrant saca sus dedos de mí y un instante después los sustituye por su


lengua cálida y resbaladiza. Me lame el sexo, el clítoris e incluso empuja su
lengua dentro de mí. Aprieto los ojos y gimo, horrorizada y excitada al mismo
tiempo.

—Oh, mierda, sí —suspira y me lame de nuevo.

Miro detrás de mí. Tiene sangre en el labio inferior, se la mete en la


boca y traga como si yo fuera deliciosa.

—Estás loco —gimo.

—Y estás a punto de que te folle tan fuerte que me sentirás durante


una semana. —Me agarra por la cadera y oigo el tintineo de su cinturón y
luego una cremallera. Y algo alarmantemente grueso ¿siempre es tan
grueso? se empuja contra mi estrecho canal y luego se desliza bruscamente
dentro de mí. Grito y apoyo las manos en las estanterías.

Tyrant maldice en voz baja y empuja profundamente, una y otra vez.


Parece estar disfrutando tanto de la visión de nuestro sexo como de la
sensación, porque noto cómo retuerce los dedos sobre su polla.

—Joder, sí, Vivienne. Pequeña zorra roja como la sangre. Me estás


manchando con tu periodo.

Mis músculos internos se convulsionan de placer ante sus sucias


palabras.

Un momento después, empieza a follarme en serio, y tengo que


tragarme mis gritos. Estoy tan sensible y delicada ahí abajo que cada
embestida es como si me atravesara el cuerpo.
—Oh, mira eso —dice Tyrant con placer mientras sale de mí. Creo que
está hablando solo, hasta que me agarra del cabello y me obliga a girarme
hacia él—. He dicho que lo mires.

Por encima de mi hombro, su polla erecta está cubierta de mi sangre.


Brillando con ella. Rojo brillante por todo el miembro.

—¿Has visto alguna vez algo más bonito? —me pregunta. Cuando me
llama la atención, añade—: Qué pequeña putita —y vuelve a penetrarme.

Grito y me agarro a la estantería, pero eso no impide que me ardan


las rodillas contra la alfombra.

—Estás haciendo esto embarazoso a propósito.

Tyrant suelta una carcajada desagradable.

—Podríamos estar en mi cama. En vez de eso, te estás quemando las


rodillas con la alfombra y sangrando por los muslos en la biblioteca de la
universidad. Las chicas buenas que se quedan en mi cama y obedecen mis
reglas reciben a Tyrant el bueno. Las chicas malas que se escabullen
obtienen a Tyrant malo. Sigue presionándome, ángel, porque me encanta
ser malo contigo.

El malvado Tyrant me está follando tan fuerte y profundo que duele, y


aun así estoy apoyada contra la estantería para que pueda seguir
golpeándome. El dolor es celestial. Lo deseo tanto.

—Mírate arqueando la espalda para mí. Tú también amas a Tyrant


malo, ¿verdad?

—Necesito... —digo entre gemidos. La amenaza de que lo voy a sentir


durante una semana no fue en vano. Cuando se me pase el dolor, seguiré
recordando cada insoportable minuto de follada en la biblioteca—. Oh,
Dios, Tyrant, por favor, no pares —gimo una y otra vez—. Por favor, Tyrant,
por favor.

Cuando llego al clímax, gime y me agarra las caderas con dedos


pegajosos y ensangrentados.

—Tu puto coño me adora —dice, gimiendo con su propio orgasmo.


Bombea dentro de mí varias veces más y luego sale lentamente.

Intento incorporarme, pero me empuja de nuevo hacia abajo.

—No tan rápido. Quiero ver esto.


No sé a qué se refiere hasta que me introduce los pulgares y me abre.
Por un momento no pasa nada, y entonces un líquido caliente brota de mí
y me recorre los muslos.

—Oh, joder, sí. Tu sangre y todo mi semen chorreando por tu bonita


carne. Qué bien follada y pegajosa estás. —dice con un zumbido de
agradecimiento, y luego me da un azote en el culo que me hace saltar.

Tengo las mejillas tan calientes por la vergüenza y la excitación que sé


que tengo la cara roja. Me pregunto si me dejará tirada en el suelo entre las
estanterías, hecha un amasijo de sangre y semen.

Tyrant por fin me deja que me mueva, y yo me pongo de rodillas, con


el cuerpo estremeciéndose de placer y horror. Ha sido una locura. No creo
que pueda volver a meterme en mi cuerpo después de haber sido enviada
al cielo y al infierno por su polla.

Para mi sorpresa, me ayuda a ponerme en pie, se quita su gabardina


negra y me envuelve con ella.

—Hay un baño cerca. Ven aquí.

Es un aseo accesible con espacio para los dos, me empuja adentro y


cierra la puerta tras nosotros. Busco una toalla de papel, pero me agarra la
muñeca.

—Yo lo haré.

Mi ceño se frunce por la confusión.

—Primero me llamas puta, ¿y ahora quieres limpiarme?

—No cualquier puta. Mi puta. —Tyrant me quita la gabardina del


cuerpo y palmea el lavabo—. Pon las manos aquí, chica desordenada.

Planto las manos sobre el lavabo. Cuando su mano se desliza por mi


culo, no puedo evitar inclinarlo para él.

Nos miramos en el espejo mientras él me sube el vestido hasta la


cintura y yo disfruto viendo al hombre que tanto he echado de menos
durante semanas. Con toallitas de papel húmedas, me limpia las manchas
de sangre del interior de los muslos. Es muy cuidadoso, trabaja lenta y
metódicamente y usa una docena o más de toallitas. Cada caricia es
extrañamente cariñosa.
Observo su hermoso rostro por encima de mis pestañas, sintiendo un
extraño tirón en el corazón.

—Creía que habías venido atormentarme.

Tyrant me planta un beso en la garganta.

—Tengo que dejarte con algo dulce para que me recuerdes. Querido
diario, Tyrant es cruel y malvado, ¿por qué lo amo tanto?

—Ya no llevo un diario.

Tyrant sonríe y tira una toalla de papel hecha un manojo, y me doy


cuenta de por qué. No he dicho que no lo quiera.

—Lo estás escribiendo en tu cabeza. Querido diario, a Tyrant le


encanta limpiarme el coño después de destrozármelo. Espera aquí un
momento.

Me miro en el espejo mientras él no está. Cuando aprieto los muslos


entre sí, ya noto el dolor amoratado que me ha dejado. Hundo los dientes
en el labio inferior y sonrío a mi reflejo. Genial.

Tyrant vuelve con un tampón que debe haber agarrado de mi bolso.


Trato de alcanzarlo, pero él lo aparta de mí.

—Yo lo haré.

Lo miro asombrada.

—¿De verdad? ¿Sabes cómo?

Desenvuelve el tampón.

—Tengo hermanas. ¿Crees que no he tonteado con estas cosas


cuando estaba aburrido en el baño y me preguntaba cómo funcionaban?
En realidad, nunca había hecho esto, pero puedo averiguarlo.

Apretándome el culo con una mano y tirando de mi sexo para abrirlo


con la otra, me introduce el tampón mientras me mira fijamente a los ojos,
haciéndome jadear.

—Mm. Estas cosas son mucho más divertidas cuando puedes


metérselas a la chica bonita a la que te acabas de follar. Gracias,
Tyrant —me incita, retirando el aplicador y empujando el tampón más
adentro con el dedo.
—Gracias, Tyrant —susurro, mirándolo a sus ojos azules.

Me da la vuelta y me besa con fuerza, separándome los labios y


metiéndome la lengua en la boca, y yo me rindo a su beso.

—¿Estás lista para decir, te amo, Tyrant, por favor llévame a casa?

Por un momento, me permito complacerme en esa ensoñación. Ser la


chica de Tyrant. Permitirle que me adore día y noche. Vivir con él. Amarlo.

Pero nunca volveré a ver a Barlow si me voy a casa con Tyrant.

—Papá y Samantha me han dejado volver a ver a Barlow —digo


despacio, y hago una mueca de dolor, esperando que Tyrant me diga algo
duro o me grite.

Me observa un momento, suspira, mete su mano en mi cabello y me


frota la nuca. Luego me besa la frente.

—Lo sé. Tu hermanito es importante para ti.

—Él lo es todo para mí.

Tyrant sigue frotándome la nuca con círculos lentos e hipnóticos, antes


de besarme por última vez y volver ayudarme a ponerme su gabardina.

—Ponte esto para ir a casa. Tu vestido está cubierto de sangre.

—Gracias —digo, mirándolo fijamente, y preguntándome si debería


haberle dado una respuesta muy diferente—. ¿Estás enfadado por elegir a
Barlow?

—Eso crees, ¿verdad? —Me besa mientras aun no entiendo qué


significa eso.

No suena como si pensara que ha perdido.

Me hunde los dientes en el labio inferior y luego lo lame con la lengua.


Cuando se aparta, sus ojos brillan con malicia.

—Recuerda esto. Eres la chica de Tyrant. Sigue mis reglas o te


castigaré.
P A R T E III
22

Con un rifle de caza blandido en mi mano derecha, miro a mi


alrededor a las tres víctimas desarmadas atrapadas en mi laberinto.

Owen Stone. Samantha Stone. Vivienne Stone.

Esposo y esposa están uno al lado del otro, ella temblando y llorando,
él mirándome con una mezcla de miedo y desafío. ¿Y la hermosa hija de
Stone?

Vivienne está apartada de su padre y su madrastra, con el rostro


convertido en una máscara pálida y las uñas clavadas en las palmas de las
manos. No me habla ni me mira.

Esperé meses y meses por esta chica. Meses. ¿Y para qué? En lugar
de correr hacia mí cuando se rompieron los últimos lazos con su familia, huyó
de mí. ¿No se dio cuenta de que esperar a que se rompieran esos lazos para
tenerla, era lo único que me impedía matarlos a todos?

Saco varias balas del bolsillo y las cargo en el rifle, tomándome mi


tiempo, haciéndoles saber que cada bala es para ellos. La señora Stone
empieza a sollozar con más fuerza, y no puedo evitar la sonrisa que se
extiende por mi rostro.

—Aquí estamos de nuevo, Vivienne. En mi laberinto, tú en peligro de


muerte mientras Barlow está sano y salvo en mi habitación. Recuerdas mi
habitación, ¿verdad? —Cargo una bala en la recámara con un sonido
ominoso y apoyo el rifle contra mi hombro—. Qué maravillosa oportunidad
te di la última vez, y la desperdiciaste.

Vivienne desvía la mirada, pero no parece llorosa. Parece


tranquilamente furiosa.

—¿Puedo preguntarte algo, Tyrant?


—Pregunta, ángel —le respondo, burlándome de ella con su apodo
cariñoso.

—Tú fuiste quien hizo el graffiti en mi casa. Tú enviaste las fotos de


nosotros a papá y a Samantha. ¿Estoy en lo cierto?

La miro con los ojos entrecerrados.

—¿Quieres convertirme en tu monstruo?

—No tengo que convertirte en nada. Durante un tiempo, yo... —Su


rostro se arruga y respira con dolor—. Realmente pensé que tú... —Se limpia
los ojos con rabia—. No importa. Ya no importa.

Precisamente. Nada de eso importa ya.

—Si no quieres amarme, Vivienne, puedes temerme en


su lugar. —Echo una larga mirada a los tres—. Estoy harto de la familia Stone.
Escapen de mi laberinto o los mataré a todos. Cuanto más sigan huyendo,
más tiempo seguirán respirando.

Samantha jadea y se agarra a la muñeca de su esposo, pero Owen


Stone me mira con ojos llenos de odio.

—En realidad no vas a dejarnos escapar. Vas a cazarnos por


deporte. —Stone se vuelve hacia su hija, furioso—: Todo esto es culpa tuya.

Las palabras salen de mis labios antes de que pueda contenerme.

—¿Culpa de Vivienne? ¿Es la puta culpa de Vivienne? ¿Cuánto dinero


me debes, veintinueve mil, más intereses? El único responsable de la muerte
de Owen Stone es el propio Owen Stone.

Por un momento me encuentro con la mirada sorprendida de


Vivienne y tengo que obligarme apartar la vista de ella.

Samantha se retuerce las manos, las lágrimas le resbalan por la cara


mientras gime:

—Mi bebé. Por favor, no le hagas daño a mi bebé.

—¿Hacerle daño? Me lo voy a quedar. Ahora es mi hijo, no el tuyo.

Samantha llora aún más fuerte.

—Ven. Nos vamos de aquí. —Owen Stone agarra a su mujer del brazo
y la arrastra por un sendero del jardín antes de desaparecer por un seto,
dejando atrás a su hija. Vivienne los mira marcharse sin un ápice de sorpresa
en el rostro por el hecho de que la hayan abandonado.

Luego se vuelve hacia mí.

Nos miramos a través de una estrecha extensión de césped bajo otra


luna plateada. Recuerdo sus palabras mientras la secuestraba en la
estación de autobuses.

Nunca te he quitado nada. Lo único que me compraste fue una


prueba de embarazo.

La observo, con la cabeza hacia un lado. Es interesante que haya


sacado el tema. ¿Por qué hizo o no la prueba?

Doy una zancada hacia adelante y le quito bruscamente la mochila


del hombro y luego me alejo, apuntándola con el rifle.

—Vete. O te dispararé aquí y ahora.

Duda un momento, como si quisiera decir algo, y luego cierra la boca


y sale corriendo en dirección opuesta a Stone y su esposa. Hacia la casa.

Va a intentar rescatar a Barlow otra vez.

Cuando estoy solo, apoyo la rifle contra un banco de mármol y


rebusco en su mochila, sacando ropa, un cepillo de dientes y un par de
zapatos. La prueba de embarazo no está aquí. Quizá esté en su dormitorio.

Miro en la dirección por la que ha desaparecido Vivienne. Llevará


horas intentando encontrar el camino a través de mi laberinto. Todos lo
harán. Tengo tiempo de sobra para ir en busca de respuestas.

Tras entrar por la ventana de Vivienne, registro a fondo su dormitorio.


Reviso su cama. Su mesita de noche. La papelera. Cada cajón. Dentro de
todos sus zapatos. Entre las páginas de los libros de texto. Bajo la ropa
desechada y los montones de telas dobladas.

No se ha hecho la prueba. Supongo que podría haber hecho la


prueba en los baños comunes, si es que la ha hecho.
Me acerco a la ventana y contemplo la noche iluminada por la luna,
recordando el aspecto de Vivienne cuando salió del baño de la estación
de autobuses.

Sumida en sus pensamientos. Conmocionada por algo. ¿Los


resultados de una prueba de embarazo que acababa de hacerse?

Permanezco allí varios minutos, dejando que el aire fresco de la noche


me inunde. Ese momento tuvo algo significativo, y no dejaré de pensar en
eso hasta que haya ido a investigar ese baño por mí mismo.

Veinte minutos después, estoy en la otra punta de la ciudad,


estacionado en la estación de autobuses. El lugar está desierto, y tengo que
romper un candado de la puerta del baño para poder entrar.

Solo hay dos cubículos, y uno de ellos tiene papelera.

Encima de la basura hay una prueba de embarazo boca abajo. Lo


tomo y le doy la vuelta, con la sangre retumbándome en los oídos. Miro
fijamente la pantalla indicadora.

Vivienne va a tener a mi bebé.

Voy a ser padre.

Vivienne va a tener a mi bebé y no me lo ha dicho. Estábamos cara


a cara hace un momento. Estábamos cara a cara en esta estación de
autobuses. ¿Cuál era su plan? ¿Salir de la ciudad y hacer qué? ¿Tener a mi
bebé en secreto? ¿Deshacerse de él? No, no haría eso, pero planeaba
ocultarme a mi hijo. Mi maldito hijo.

Meto la prueba de embarazo en mi bolsillo y vuelvo al auto. Ya no


puede huir de mí. La tengo justo donde quiero, embarazada y atrapada en
mi laberinto.

Mientras vuelvo a la carretera principal y corro hacia mi casa,


murmuro en la oscuridad del camino:

—Deberías haberme dejado salvarte, Vivienne.

No me dejó salvarla, y me lo tomo como algo personal.


23

Giro a la izquierda a través de un arco de rosas trepadoras y me


apresuro a bajar por un sendero, para luego girar a la derecha ante la
estatua de una mujer con toga. He estado antes en el laberinto de Tyrant,
pero nada me resulta familiar. Solo tardo unos minutos en darme cuenta de
que estoy irremediablemente perdida.

Desesperadamente, intento recordar por dónde me llevó Tyrant


cuando me conducía desde el cobertizo para botes hasta su mansión, pero
no creo que atravesáramos en absoluto esta sección de sus terrenos, o si lo
hicimos, yo estaba demasiado aturdida por el sexo, o demasiado
enamorada de Tyrant como para fijarme en otra cosa que no fuera él.

El recuerdo de su bello rostro mirándome tan tiernamente aquella


noche hace que me duela el corazón y me arda la garganta. Es el padre
de mi bebé y esta noche me ha mirado con tanta frialdad mientras
declaraba que iba a matarme. ¿Es mejor seguir intentando escapar o
lanzarme a su merced por el bien de nuestro hijo?

No sé qué hacer, así que sigo corriendo. Hay tantos giros a izquierda y
derecha que ni siquiera sé si he pasado antes por estos caminos. Miro por
encima del hombro tras doblar una esquina. Cuando me giro para mirar al
frente, estoy mirando justo a Tyrant.

Está de pie sobre una extensión de césped, con el rifle de caza en la


mano y una expresión llena de furia.

—Te tengo.

Levanta el arma y me apunta. Tiene el dedo en el gatillo y, cuando


miro el cañón del arma, me parece un túnel negro e interminable.

Me cubro el estómago protectoramente y grito:

—Tyrant, no. No a mi bebé.


Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerme. Tengo
que proteger la vida que crece en mi interior. Levanto la mirada temerosa
porque ahora Tyrant sabe que llevo dentro a su hijo.

Tyrant baja el arma, y no hay ni una pizca de sorpresa en su cara.

—No es tu bebé. Es mi bebé. —Habla con los dientes apretados, mete


la mano en el bolsillo y me tira algo a los pies. La prueba de embarazo que
dejé en la papelera del baño de la parada de autobús.

—¿Cuándo ibas a contármelo? —Espera, pero no contesto.

Lo observo, preguntándome si va a tirar el arma a un lado y jurar que


ahora será un hombre mejor. Que se equivocó cuando me puso el
rastreador en el cuello, y que va a dejar marchar a mi familia y podremos
ser una familia de verdad.

Pero Tyrant no dice tal cosa, y no baja el arma.

—Hace unos días fantaseaba con estar embarazada —confieso en


un susurro—. Con decirte que estoy embarazada. Estar contigo para
siempre. De hecho, pensé que sería un momento feliz para nosotros.

—¿No te das cuenta? Estoy extasiado.

Un escalofrío me recorre la espalda. Duele mirarlo cuando está tan


letalmente furioso.

—¿Qué va a pasar ahora?

Se lo piensa un momento.

—Podríamos haber hecho esto de la manera bonita. Te prometí un


anillo. Te prometí todo, incluida tu libertad, si te quedabas a mi lado para
siempre, pero eso no fue suficiente para ti.

—No te olvides de que debo hacerme la vista gorda cuando asesines


a mi familia.

—No valen nada, Vivienne, y lo sabes —me responde.

Empiezo a pasearme arriba y abajo, pasándome los dedos por el


cabello. No veo ninguna salida. Nunca me dejará marchar ahora que sabe
que estoy embarazada.
—¿Me matarás después de que dé a luz a nuestro hijo? ¿Fingirás que
este bebé y Barlow son hermanos y que tú eres el padre y los criarás tú
mismo?

Tyrant me dedica una sonrisa maliciosa.

—Suena tentador. Se me dan bastante bien los niños, ¿no crees?

Se me revuelve el estómago. Se le dan bien los niños. Lo comprobé


por mí misma en esas breves horas que estuvimos cuidando juntos de Barlow,
y pensar en eso solo me hace sentir más desgraciada. Podríamos haber
tenido algo maravilloso juntos como una verdadera familia. Me duele tanto
que nunca lo vayamos a tener.

Cada aliento que arrastro a mis pulmones se siente doloroso.

Mi pecho se siente como si estuviera en una prensa.

No puedo tomar suficiente aire.

—¿Vivienne?

Manchas negras bailan ante mis ojos. Alargo los brazos para intentar
agarrarme a un árbol. Un seto. A cualquier cosa. Siento pánico. Me estoy
volviendo loca, igual que cuando vi a Lucas después de que intentara
violarme.

Tyrant está a mi lado, y sus manos sujetan mi cintura. Sosteniéndome.


Por un momento casi se siente como mi salvador. De repente, me agarra
por el cabello y me obliga arrodillarme. Para mi sorpresa, toma su cinturón
con la mano libre y lo desabrocha, sacando su gruesa polla.

Estoy entrando en pánico, ¿y él tiene una erección?

—Abre la boca —gruñe.

—¿Estás...? —Respiro con dificultad y dolor en los pulmones—. ¿Vas a


obligarme a chupártela mientras tengo un ataque de pánico?

—Esto no es para mí. Esto es para ti. Abre tu puta boca.

—¿De qué estás hablando?

Tyrant aprovecha la oportunidad mientras hablo para empujar su


polla más allá de mis labios. Abro mucho los ojos. Me preparo para que
empuje agresivamente, una y otra vez, castigándome por haberle ocultado
el embarazo y haber huido.

Pero no lo hace. Se queda ahí, agarrado a mi cabello con la polla


metida hasta el fondo de mi garganta.

—Necesitas algo en la boca para calmarte. Mi dedo. Una mordaza.


Mi polla. Te relajas cuando tienes la boca llena. —Me agarra fuerte del
cabello mientras se sienta lentamente en un banco y me coloca entre sus
piernas—. Chúpamela y cálmate de una puta vez.

Lo miro furiosa, clavándole las uñas en los muslos. No puedo escupirlo


porque me sujeta con demasiada fuerza, pero pronto se ablandará y se
aburrirá de mí porque me niego a chupársela.

Pero a medida que pasan los minutos, Tyrant no se ablanda y


tampoco parece frustrado. Su agarre de mi cabello se afloja ligeramente
hasta convertirse en un agarre seguro. Mi boca llena me hace sentir
extrañamente serena. Sin darme cuenta de lo que hago, mi cuerpo se relaja
contra sus muslos.

Tyrant hace un ruido de satisfacción en el fondo de su garganta y


murmura:

—Así está mejor. Así es como me gusta ver a mi chica.

Por más rabia que quiera sentir al verme obligada a someterme, mi


cuerpo sigue derritiéndose contra mi voluntad. Tengo la mejilla apoyada en
su muslo y me abrazo a su pierna mientras me acaricia el cabello. Me obliga
a usar su polla como chupete, y funciona. Me siento somnolienta. Me siento
drogada.

—Sigues ayudándolos, Vivienne —dice Tyrant suavemente—. Intentas


salvar a Barlow, y cuando lo hagas, intentarás salvarlos a ellos también.

Sacudo la cabeza. Aunque quisiera ayudar a papá y a Samantha, no


quieren mi ayuda. Me dejaron atrás e intentan salir del laberinto sin mí.

—¿No intentarás salvarlos? —pregunta Tyrant—. Entonces, ¿qué es lo


que quieres?

Desearía que el Tyrant Mercer me diera el deseo de mi corazón.

Empujo su polla más profundamente en mi boca, y él gime cuando


golpea la parte posterior de mi garganta. Mis manos se apoyan en su vientre
mientras retrocedo y lo deslizo más adentro. Esto es incluso mejor que su
dedo o la mordaza. Debería haber estado chupándole la polla todo el
tiempo, porque la siento increíble en mi boca, enorme, caliente y gruesa.
Continúo hasta que gime y empuja dentro de mi boca.

Me aparto y lo miro en la oscuridad iluminada por la luna. Un hilo de


saliva conecta mi labio inferior con la punta de su polla.

No hablamos, pero mil palabras pasan entre nosotros en ese silencio.

Me agarro a sus muslos y me levanto. Me ayuda a quitarme los jeans


y el jersey, me pongo a horcajadas sobre su regazo, me quito las bragas y
me hundo en su polla.

Nos abrazamos y gemimos al mismo tiempo.

A él.

Quiero a Tyrant.

Es el deseo de mi corazón.

Pase lo que pase, tengo que ser suya.

—Joder, sí, ángel —dice Tyrant con voz gutural mientras me elevo y
me hundo en su polla una y otra vez—. Te he echado de menos, tan
apretada alrededor de mi polla. Ordéñame y me voy a correr tan profundo
dentro de ti.

Gimo contra su boca y casi sollozo.

—Yo también te he echado de menos. Te necesito tanto.

Tyrant me rodea la cintura con el brazo, me levanta y me tumba en el


césped. Se separa de mí y me da tiernos besos en el vientre, rozando mis
cicatrices con los labios. A él le importan una mierda mis cicatrices y nunca
le han importado.

Me besa el estómago una y otra vez.

—Estoy tan dentro de ti, ángel. Eres mía, para siempre. Tú y


este bebé. —El bebé que crece dentro de mí. Su bebé.

Se sienta, agarra su polla con la mano y me la mete tan rápido y


profundo que grito largo y tendido.

—Sabes que estoy obsesionado contigo, ¿verdad? —gruñe mientras


me embiste sin piedad—. Nada ha cambiado. Voy a volver a ponerte ese
rastreador en el cuello. Vas a decir: Gracias, Tyrant. Todavía me perteneces.
Tu sangre. Tu aliento. Tu coño. Todo.

—Por favor, Tyrant —le suplico, aferrándome a sus hombros con todas
mis fuerzas. Si así es como quiere hacerme suya, se lo daré. Su rastreador en
mi nuca para mantenerme a salvo. Su polla en mi boca cuando necesito
calmarme. Con cada golpe de su polla, me acerca más y más al límite.
Clavo las uñas y grito cuando llego al clímax. Tyrant gruñe y me aprieta
contra él con ambos brazos, empujándose más profundamente con cada
oleada de su propio orgasmo.

Lentamente, se incorpora y ambos respiramos con dificultad.

—¿Me darás el deseo de mi corazón? —susurro, tomando su cara


entre mis manos.

—Ángel, te daré lo que sea.

—No quiero volver a ver a papá y a Samantha. —Dudo un momento


y luego lo digo—. Pero no quiero que mueran.

Los ojos de Tyrant se entrecierran mientras considera esto.

—Quiero a Barlow. Es nuestro.

—Yo... —Me muerdo el labio.

Tyrant agarra mi garganta, clavándome los dedos, y gruñe:

—Tú también lo quieres. Dímelo. Dime que quieres a Barlow y que no


renunciarás a él.

Me aferro desesperadamente a la muñeca de Tyrant. No está


apretando fuerte, pero me está diciendo que esta es una línea dura para
él. Misericordia para papá y Samantha, pero nos quedamos a Barlow.
Quiero tanto a mi hermano. No quiero renunciar a él.

Se oyen pasos y voces. Papá y Samantha vienen hacia aquí.

Tyrant se quita la camisa y rápidamente me la pone por encima de la


cabeza, me toma en brazos y recoge el rifle. Cuando papá y Samantha
doblan la esquina, estoy sentada en el regazo de Tyrant. Me rodea con un
brazo y sujeta con una mano el arma que está apoyada en el suelo. Los mira
con ojos fríos. Todos sus músculos están rígidos mientras me aferro a él.
Papá se detiene en seco y su rostro se llena de repulsión. Por una vez,
no agacho la cabeza avergonzada ni me digo a mí misma que soy
repugnante y que todo lo que quiero y necesito está mal. Rodeo a Tyrant
con más fuerza y miro fijamente a papá.

Sin dejar de mirar a papá con una mirada gélida, Tyrant me planta un
beso lento en la garganta, diciéndome en silencio que está orgulloso de mí.

—Ya veo cómo es —dice papá lentamente, observando a Tyrant—.


Tienes una extraña obsesión con mi hija. Bien, haremos un trato. Puedes
tenerla, tendremos a Barlow, y todos nos iremos a casa, justos y limpios.
Deuda pagada.

—¿Renunciarías así a tu hija? —pregunta Tyrant.

El labio de papá se curva en una mueca.

—Con mucho gusto. Mi hija nos quiere muertos solo para poder tener
a Barlow.

Me quedo con la boca abierta de indignación.

—¿Qué he hecho para que creas que soy tan despiadada? Me han
repudiado, pero he luchado por sus vidas.

—No te molestes en intentar negarlo —replica papá—. Tu amiga me


contó todo sobre tu plan cuando me encontré con ella en el baile.

—¿Mi amiga? No tengo una amiga que inventaría tales mentiras sobre
mí.

—Julia algo. Julia Merrick.

Me golpea una ola helada de conmoción. ¿Julia ha dicho eso? ¿Julia,


una de las dos únicas amigas que tengo en el mundo, ha estado hablando
con papá de mí a mis espaldas? Ni siquiera le he hablado de Tyrant. No
puedo pensar en una razón para que ella me traicione de esa manera.
Nunca le he hecho daño de ninguna manera. Nos conocemos desde el
colegio. No es verdad. No puede ser verdad.

Tyrant me agarra aún más fuerte.

—¿Acabas de decir Merrick?

De repente se levanta y me pone en pie, y me empuja el rifle a las


manos.
—No dejes que se te acerquen. Quédate aquí. Tengo que ir a ver a
alguien, ahora vuelvo.

Se adentra en la oscuridad y desaparece al doblar la esquina.

Papá lo sigue con la mirada y luego se vuelve hacia mí con el ceño


fruncido.

—¿A qué viene eso?

Sacudo la cabeza, desconcertada.

—No lo sé.

—Dondequiera que haya ido, volverá y nos matará —grita Samantha.

Papá da un paso hacia mí, tratando de agarrar el arma, pero yo le


apunto y le digo, con sorprendente calma:

—No te acerques más o te pego un tiro.

Si cree que lo quiero muerto, intentará lastimarme, y no puedo dejar


que lastime a mi bebé. Lo mataré si intenta algo.

Su expresión es de indignación, pero se detiene en seco.

—Vivienne, soy tu padre.

No respondo. Ya no pertenezco a sus vidas y no los necesito. Voy a


formar mi propia familia.

—¿Así que te lo follaste, y ahora harás cualquier cosa que él


diga? —dice papá—. Ese hombre iba a cazarte para divertirse. Todos se lo
oímos decir.

Lo pienso un momento y sacudo la cabeza.

—Tyrant nunca iba hacerme daño. Quería obligarnos a tener esta


conversación. Nunca me quisiste cerca, ¿verdad, papá?

Papá me fulmina con la mirada, pero no contesta. Supongo que es


buena idea no cabrear a la chica con el rifle de caza.

—¿Y nosotros? —Samantha tiembla—. ¿Va hacernos daño?

—Quiere hacerles mucho daño a los dos. —Se me hace un nudo en


la garganta al pronunciar estas palabras, pero las digo de todos modos—.
Tyrant va a déjalos ir a los dos. Quería matarlos, pero lo convencí para que
perdonara sus vidas.

Evito cuidadosamente cualquier mención a Barlow.

—¿Cómo puedes estar segura de que mantendrá su


palabra? —pregunta papá.

—Mi deseo es lo único que le ha convencido de perdonarte, porque


te prometo que te odia mucho. Además... —Siento una oleada de felicidad
al decir por fin las palabras en voz alta, y con una sonrisa en la cara—. Nos
espera el futuro más maravilloso. Voy a tener a su hijo.

Las expresiones de asombro en las caras de papá y Samantha no


tienen precio.
24

Cuando vuelvo al centro del laberinto, Vivienne está donde la dejé


hace treinta minutos, bien apartada de su padre y su madrastra y agarrada
al rifle con expresión feroz en el rostro.

Qué buena chica. No dejó que esas víboras se le acercaran.

Se queda boquiabierta al ver a quién arrastro por su brillante melena


rubia. Julia Merrick. La hija de Alan Merrick, el concejal que me ha estado
acosando para que me case con su hija.

Arrojo a la chica atada y quejumbrosa al césped a mis pies. Vivienne


se adelanta para ayudarla, pero le cierro el paso con la mano.

—No. Quédate donde estás.

—Pero es mi amiga —dice Vivienne.

—Esta zorra no es tu amiga. —Me inclino y arranco la cinta de la boca


de Julia Merrick, que jadea de dolor—. ¿Por qué has estado acosando a
Vivienne?

A la chica se le saltan las lágrimas. Está temblando de miedo y apenas


le salen las palabras.

—No entiendo lo que está pasando. No le he hecho nada a Vivienne.


¿Eres... eres Tyrant Mercer?

Qué pequeña actriz es.

Se vuelve hacia Vivienne.

—¿Qué está pasando? ¿Por qué tienes un arma? Por favor, ayúdame.
Cuando Julia se acerca a mi mujer, me invade la rabia y la abofeteo
con fuerza. Grita y se desparrama por el césped. Hirió a Vivienne, y eso no
quedará impune.

Vivienne vuelve los ojos ansiosos hacia mí.

—Tyrant, ya te tiene miedo. ¿Es necesario pegarle?

Es más que jodidamente necesario. Es lo único que importa ahora


mismo.

Saco un cuchillo y se lo enseño a la chica Merrick.

—Te lo preguntaré otra vez y luego empezaré a rebanar esa cara tan
bonita que tienes. ¿Por qué has estado acosando a Vivienne?

La chica Merrick moquea y gime un momento. Mira a Vivienne a los


ojos y vuelve apartar la mirada. Finalmente, dice en voz baja:

—Mi padre me obligó hacerlo.

Vivienne lanza un grito de sorpresa.

Permanezco de pie junto a la joven, hirviendo de furia mientras lo


admite todo. Pintar con espray la puta de Tyrant en la casa de Vivienne
después de verme salir por la ventana de Vivienne y abandonar los
dormitorios. Me acosó tan a menudo que estaba allí la noche que atrapé a
Vivienne en mi laberinto y nos hizo las fotos teniendo sexo. Julia pudo trepar
a un árbol fuera de mis muros y apuntarnos con una lente telescópica. Es
fotógrafa aficionada y utilizó su propio cuarto oscuro para revelar las
imágenes y entregarlas en casa de la familia de Vivienne.

—Creía que solo te interesaba fotografiar jardines —dice Vivienne


débilmente. Se ha puesto pálida al escuchar lo que su supuesta amiga tiene
que decir—. ¿Por qué me haces cosas tan horribles?

Espero con los ojos entrecerrados. Me importa una mierda lo que Julia
Merrick tenga que decir. Ansío su sangre y sus gritos, pero Vivienne merece
una respuesta.

—Tienes un segundo más para empezar a hablar, o empiezo a


rebanar.

Julia se encoge temerosa ante mi cuchillo.


—Porque no tenía elección. Papá me dijo que era mi deber casarme
con el Señor Mercer. Él había hecho su parte acercándose con la oferta, y
yo tenía que cerrar el trato. Todos tenemos que hacer nuestra parte para
avanzar en la carrera política de papá para que pueda convertirse en el
alcalde, luego gobernador, y luego, finalmente, el presidente. Pensé en
acercarme al Señor Mercer y coquetear con él, pero estaba muy nerviosa y
no sabía qué le gustaba. Pensé que si descubría más cosas sobre él sería
más fácil, y cuando me enteré de que estaba obsesionado con
mi amiga... —Se detiene miserablemente.

—Tenías que sacar a Vivienne de la competición —supongo.

—Pensé que Vivienne te evitaría una vez que su familia le dijera que
te entregara. Te odiaban tanto después de que le robaras a su hermano
pequeño. Pero las fotos no funcionaron y yo empezaba a desesperarme. No
tenía elección —dice Julia, suplicándome—. No quería hacerle daño a
Vivienne, pero...

Siento un golpe de rabia al darme cuenta de lo que está diciendo. Es


peor que acosar y humillar a Vivienne. Mucho peor.

—Los tres chicos que la atacaron en el cementerio. Tú les dijiste que lo


hicieran.

—Julia, no lo hiciste —grita Vivienne.

La chica Merrick empieza a sollozar.

—No quería que mataran a Vivienne. Pensé que la asustarían y la


alejarían de los hombres.

Me inclino y agarro la parte delantera de su camiseta, blandiendo el


cuchillo en su cara.

—¿Querías que la violaran tan brutalmente que quedara demasiado


traumatizada para amarme? Eres una jodida zorra.

—Tenía que hacerlo —grita, con los ojos tan abiertos por el miedo que
se le ve lo blanco—. Papá me presionaba día y noche para que lo hiciera.
La única vez que me hablaba era para decirme que le fuera útil o perdería
mi herencia, los pagos de la universidad y mi asignación. Mi futuro y mi lugar
en la familia estaban en peligro. —Titubea y añade desafiante—: Tenía una
buena razón para lo que hice, porque la familia es lo primero. Al menos no
le dije a alguien que violara a mi propia hija por una deuda de unos miles
de dólares.
Todo este tiempo, Julia se ha centrado en mí, pero ahora mira a
alguien por encima de mi hombro. Detrás de mí, Owen Stone inhala
bruscamente.

Qué. Jodida. Mierda

Suelto lentamente a Julia y me doy la vuelta. La expresión de Stone


está llena de culpa y alarma que rápidamente intenta sofocar con
confusión.

—Julia, ¿de qué estás hablando? —Stone suelta una risa nerviosa.

Owen Stone, el hombre que está tan resentido con su hija que puede
deshacerse de ella como de un trapo viejo. Owen Stone, el hombre con
adicción al juego y tantas deudas que su propia esposa no conoce el
estado de sus finanzas. Owen Stone, cuyo amigo intentó violar a Vivienne.
Que no le creyó cuando le contó lo ocurrido, y que la hirió tanto llamándola
mentirosa, que su cuerpo y su alma llevarán las cicatrices hasta el día de su
muerte.

Owen Stone, que está sudando frío y culpable ante mis ojos.
25

He estado siguiendo la conversación entre Tyrant y Julia con el


corazón en la boca, demasiado horrorizada por lo que estoy oyendo como
para decir una palabra. Julia parece patética mientras solloza todas las
cosas horribles que ha hecho a mis espaldas durante los últimos diez meses,
mientras fingía ser mi amiga. He tenido amigos que se han vuelto contra mí,
que han cotilleado a mis espaldas, que me han dejado por gente más
interesante, más rica y más hermosa. Nunca imaginé que alguien me odiaría
tanto como para enviar a tres personas hacer una de las cosas más crueles
que se le pueden hacer a una persona sin matarla.

Todo eso ya era bastante chocante, pero oír sus últimas palabras hizo
que mi mente se pusiera blanca de asombro.

Al menos no le dije a alguien que violara a mi propia hija por una


deuda de unos miles de dólares.

Nunca le conté a Julia que casi me viola Lucas Jones. Nunca se lo


conté a nadie excepto a papá y Samantha, y luego a Tyrant lo descubrió
por sí mismo. Para que lo que dice Julia sea cierto, significaría que papá le
pidió dinero prestado a su amigo y, cuando no pudo devolvérselo, le dijo a
Lucas que me hiciera lo que quisiera como pago.

Me giro para mirar a papá, sacudiendo la cabeza, sin querer creer lo


que Julia está diciendo. Espero ver indignación en su rostro y que pronuncie
vehementes palabras de negación.

Papá mira asustado a Tyrant, ahora se ha puesto pálido y ha


empezado a sudar. El rifle se me suelta de los dedos y cae sobre el césped
a mis pies.

—Papá —digo con voz quebrada—. No. Por favor, no. Di que no es
verdad.
—No puede —dice Tyrant entre dientes apretados—. ¿Puedes, Stone?

El centro del laberinto está totalmente en silencio. Un viento gélido


azota el césped y me eriza los vellos de los brazos.

Me vuelvo hacia Julia en busca de respuestas.

—¿Cómo es posible que sepas algo de lo que me pasó cuando tenía


quince años?

Mi supuesta amiga no puede mirarme a los ojos. Está sentada en el


césped con las manos atadas a la espalda y mira fijamente al suelo.

—Una noche estuve en tu casa escondida entre los arbustos,


intentando descubrir si las fotografías que había dejado en la alfombra
habían surtido efecto y ya no veías a Tyrant. Tu padre estaba bebiendo
cerveza en el porche con alguien. Un hombre. No sé con quién. Hablaban
de la deuda del Señor Stone con el Señor Mercer. El amigo dijo que el Señor
Stone ni siquiera podía ofrecerte a Tyrant porque gritarías y lucharías
demasiado, como hiciste con él. El Señor Stone respondió que no
funcionaría de todos modos porque el Señor Mercer ya se había acostado
contigo.

Una sensación de asco me retuerce las tripas. Me imagino a papá y a


Lucas bebiendo cerveza despreocupadamente mientras discuten sobre lo
difícil que soy de agredir.

Tyrant se dirige a Julia con los ojos entrecerrados por el odio.

—Sabías que alguien había intentado violar a Vivienne, y les dijiste a


esos tres chicos que hicieran lo mismo porque sabías que era lo más
traumatizante que le podía pasar.

Julia solloza.

—Pensé que era la única forma de ayudar a mi padre.

Hay un momento de silencio disgustado, y entonces papá estalla:

—Al menos esta chica entiende la lealtad familiar. Vivienne no tenía


nada antes de venir a vivir con nosotros. Se lo dimos todo, así que debería
haber dejado que Lucas le hiciera lo que tuviera que hacerle y luego seguir
con su vida.

Lo que tuviera que hacerme. Sacudo la cabeza con incredulidad


ante las crueles palabras de papá.
Una voz inesperada habla desde el lado contrario. Es Samantha, y
mira a papá casi con tanto horror como yo.

—Owen, di que no es verdad. No le dijiste a Lucas que le hiciera eso


a tu propia hija, ¿verdad?

Papá la mira sorprendido y luego molesto.

—No finjas estar de parte de Vivienne. Me has contado muchas veces


cómo Vivienne te pone de los nervios. Así podría por lo menos, habernos sido
útil.

—Tenemos un hijo —grita Samantha—. ¿Cómo sé que no se lo


ofrecerás a alguien para pagar una deuda? Siempre le debemos dinero a
la gente porque no puedes poner a tu familia en primer lugar y pedir ayuda.
Intenté pasarlo por alto por el bien de nuestro matrimonio, pero si vas a tratar
a tus hijos con tanta insensibilidad, no puedo seguir con esto.

—¿Ya no puedes seguir con qué? —pregunta papá enfadado.

Samantha respira hondo. Está agitada, pero cuadra los hombros.

—Nuestro matrimonio. No te quiero cerca de Barlow. Me divorciaré de


ti y me aseguraré de que no vuelvas a verlo sin supervisión.

Papá mira a Samantha durante un largo momento. Le tiembla la


mandíbula. Una vena le palpita en la sien. De repente, se abalanza sobre el
rifle que está a mis pies. Jadeo y lo tiro hacia Tyrant antes de que papá
pueda alcanzarlo. Tyrant levanta el arma.

Aprovechando la oportunidad mientras todos estamos distraídos,


Samantha se da la vuelta y huye detrás de un seto y podemos oírla correr
por el laberinto.

Papá sale tras ella, con los ojos inyectados en sangre.

—Vuelve aquí, zorra desagradecida. No me quitarás a mi hijo.

Lo persigo. No puedo perder de vista a papá. Podría escapar, y no he


tenido tiempo para ninguna venganza. Necesito que le duela después de
lo que me ha hecho.

Tyrant me llama.

—Vivienne, tú... —se interrumpe, gruñendo—: Oh, no lo harás,


pequeña zorra. No puedes escapar de mí tan fácilmente.
Julia debe haber intentado hacer una oferta por la libertad también.
Sigo persiguiendo a los otros dos. Tyrant puede manejar Julia, papá y
Samantha no se pueden permitir escapar.

Hay varios giros rápidos y los pierdo entre los estrechos setos y las
estatuas de piedra. Vuelvo sobre mis pasos y escucho el sonido de mi
respiración agitada. Oigo un grito y corro en esa dirección, pero sigo
perdiéndome y recorriendo el mismo camino una y otra vez. Creo que
nunca podré resolver el laberinto de Tyrant.

Finalmente, doblo la esquina y veo a papá encima de Samantha.


Papá la suelta lentamente del cuello y se levanta. Samantha tiene los ojos
muy abiertos y fijos. Las lágrimas se han derramado por sus mejillas y sienes
mientras luchaba por su último aliento.

Está muerta.

Por mucho que me odiara, siento un hilo de tristeza por mi madrastra.

—¿Qué clase de maníaco eres?

Papá me ronda con la cara sonrojada y los ojos enrojecidos.

—Te follaste a ese hombre y conspiraste para robarme a mi hijo, ¿y me


llamas maníaco? Estás tan loca como lo estaba la zorra de tu madre,
Vivienne.

—Mi madre estaba enferma y era negligente, pero nunca


fue cruel —grito—. Deberías haber sido tú quien muriera en un suelo sucio,
no ella. —La bilis me sube por la garganta al oírle hablar de mamá. Estaba
muy lejos de ser la madre del año, pero en sus momentos de lucidez lloraba
y me decía que me merecía algo mejor y que era una buena hija. Que me
amaba. Estaba irremediablemente perdida por su adicción, y yo era
demasiado joven para saber cómo ayudarla, pero aun así me amaba.

¿Papá, sin embargo? Es retorcido. Está más allá de la ayuda. Ojalá


nunca hubiera perdido un segundo tratando de ganar su aprobación. Hay
odio en mis ojos cuando lo miro. Está acabado y lo sabe. Nunca saldrá vivo
de aquí.

—También te mataré a ti —gruñe papá—. No mereces ser feliz con ese


pedazo de mierda. No mereces ser feliz en absoluto.

No me inmuto ni intento huir cuando papá me rodea el cuello con las


dos manos. Miro detenidamente la cara de mi padre, memorizando cada
detalle de este momento por si soy tan tonta como para sentirme culpable
más tarde. Sus dedos me aprietan y me cuesta respirar. Las manchas
empiezan a bailar en los bordes de mi visión.

—Vivienne —Tyrant suena aterrorizado. Ha doblado la esquina y me


ha visto con las manos de mi padre enredadas en mi garganta, y lanza un
rugido asesino mientras corre hacia nosotros, pero no es necesario. Ya he
acabado de suplicar por la vida de papá, y tampoco necesito que Tyrant
lo mate por mí.

Meto mi mano en la manga, arranco el cuchillo que llevo pegado al


antebrazo y se lo clavo a mi padre en el cuello.

Sus ojos se abren ampliamente. Se atraganta. Saco el cuchillo y la


sangre salpica la estatua de un sátiro que toca la flauta de pan.

Papá me suelta la garganta. Se aparta de mí y se pone una mano


sobre la herida y luego se mira la palma de la mano, incapaz de creer lo
que está viendo.

—¿Me has apuñalado?

Levanto la camisa de Tyrant y le enseño a mi padre todas las cicatrices


que cubren mis costillas y mi estómago.

—¿Las ves?

—¿Me apuñalaste, carajo? —El color se desangra rápidamente de su


tez. Sus pestañas se agitan y creo que va a desmayarse por la pérdida de
sangre en cualquier momento—. Ayúdame, Vivienne. No puedes dejarme
morir así.

—¿Quieres que te ayude, aunque nunca me hayas


ayudado? —hablo alto y claro para que pueda entenderme en sus últimos
momentos—. ¿Estas cicatrices? Son mi amor por Tyrant. Mi amor por Barlow.
Su amor por mí. Ya no te interpondrá en mi camino ni me dirá lo que merezco
y lo que no. Merezco todo. Y tú mereces morir.

Papá me mira con ojos grandes y vidriosos. Luego se desploma en el


suelo, sus rodillas golpean con fuerza antes de caer hacia delante y quedar
inmóvil mientras la sangre empapa el césped.
26

Una figura alta y fuerte se acerca y me rodea con sus brazos.

—Ángel, ¿estás bien?

Tyrant toca mis manos ensangrentadas. Me palpa por todas partes en


busca de heridas. Acaricia y luego besa las marcas rojas de mi garganta.
Miro el cuchillo ensangrentado que tengo en la mano y lo tiro a un lado.
Papá está muerto, y Samantha también. Lucas ya está muerto, y Julia será
castigada.

¿Estoy bien?

Sí, por primera vez en mi vida, lo estoy. Todas las cuerdas invisibles que
retenían mi felicidad han sido arrancadas. Tomo la cara de Tyrant entre mis
manos pegajosas y ensangrentadas.

—Tenías razón, Tyrant. Sabías que eran personas terribles desde el


principio, pero aun así los protegí.

Tyrant me mira, con los ojos encendidos.

—Dilo otra vez.

—¿Decir qué? —Entonces me doy cuenta de lo que quiere decir—.


Tenías razón, Tyrant.

—Sí, tenía maldita razón —gime—. Owen Stone no pudo arreglárselas


con su esposa y su hijo recién nacido, y tú sufriste durante años por su culpa.
Aprendí todo lo que necesitaba saber sobre ese jodido cabrón la primera
noche que lo conocí. Debería haberle metido una bala entonces. —Respira
fuerte por la nariz, parece furioso. Luego su rabia retrocede—. Pero en vez
de eso, me alegro de que lo mataras. Le clavaste en la garganta el cuchillo
con el que te hiciste daño por su culpa. Ese es mi tipo de justicia.
—Gracias —susurro, rodeándolo con mis brazos—. Siento haber
tardado tanto en darme cuenta de la verdad.

Tyrant guarda silencio durante un largo rato. Finalmente dice:

—Proteges ferozmente a la gente, ángel. Eso es lo que me gusta de ti.


Pero me encanta oírte decir que tenía razón.

—Protegí a la gente equivocada. No creo que creyera que merecía


algo mejor que la forma en que me trataban. Quizá también había señales
de que Julia era mi enemiga, y yo no las vi.

Me toma la cara entre las manos y entrecierra los ojos.

—¿Y ahora?

—Me alegro de que papá esté muerto. Me sentí bien al matarlo


después de todo lo que había hecho. Quería que supiera por qué, así que
le enseñé mis cicatrices.

—Esa es mi chica valiente —murmura y me besa. Luego me toma de


la mano y me pasea por su laberinto—. Ven conmigo. Hay una cosa más de
la que tenemos que ocuparnos antes de poder tener algo de paz.

Volvemos al centro del laberinto donde Tyrant dejó a Julia atada a un


banco. Utiliza su cuchillo para cortar sus ataduras y luego retrocede.

Se levanta despacio, mira nuestras manos unidas y dice cabizbaja:

—Supongo que no tengo ninguna oportunidad contigo.

—Obviamente —le dice Tyrant con voz de acero, apretando más su


agarre sobre mí—. Y nunca lo hiciste. La elección nunca fue entre Vivienne
y otra mujer. La elección era Vivienne o nadie.

—¿Dónde están el Señor y la Señora Stone? —Julia pregunta, mirando


a su alrededor.

—Papá mató a Samantha —le digo—. Yo maté a papá.

—Y yo que pensaba que mi familia estaba hecha


un desastre —murmura Julia, secándose las lágrimas—. Te dije la verdad
sobre todo lo que hice y por qué. Sé que no hay muchas posibilidades
teniendo en cuenta lo enfadada que debes estar conmigo, pero por favor,
déjame ir.
Julia hizo cosas terribles y luego las admitió sin siquiera intentar ocultar
sus fechorías. Para mí no tiene sentido.

—¿Por qué soltaste la verdad tan rápido? Ni siquiera intentaste


proteger a tu padre.

—Porque es una cobarde —arremete Tyrant—. Es valiente cuando se


esconde en las sombras y se escabulle a tus espaldas, pero en cuanto la
arrastras a la luz, se desmorona como la zorra sin carácter que es.

Julia vuelve la cara hacia Tyrant.

—Bien. Soy una cobarde. ¿Pero se te ha ocurrido pensar que no


disfruté haciéndole las cosas que le hice a Vivienne? Ha sido un año de
andar a escondidas e intrigar, y quería que terminara más que nadie.

—Oh, pobre de ti —murmura Tyrant.

Miro al hombre que amo y luego vuelvo a mirar a Julia.

—Tyrant quiere matarte, y también quiere matar a tu padre. Casi me


destruyó, así que no puedo decir que sienta mucha simpatía por ti. —La
observo un momento, preguntándome cómo me sentiré si la veo morir. No
creo que me importe lo que le pase de cualquier manera—. Te ofreceré una
oportunidad que probablemente no merezcas, y si la fastidias, no me
importará si Tyrant te mata a tiros en la calle. Ve por tu familia y deja Henson
esta medianoche. No quiero volver a verte. Si sigues aquí después de eso,
entonces será tu estúpida culpa por lo que te pase después.

La esperanza y el alivio iluminan el rostro de Julia y se acerca a mí.

—Vivienne, gracias.

Julia intenta abrazarme, pero Tyrant se lo impide, enseñándole los


dientes.

—Atrás de una puta vez.

Ella vacila y, de hecho, tiene la temeridad de parecer molesta con él.

—Pensé que eras mi amiga —estallé—. Nunca te habría hecho daño


solo porque mi padre quisiera algo de ti. Yo habría muerto primero.

Julia pone los ojos en blanco y murmura:

—Claro que sí.


¿Cómo no lo vi? Julia Merrick es una perra egoísta.

Tyrant llama por teléfono a uno de sus hombres de seguridad para


que escolte a Julia fuera del laberinto. Cuando llega, mi antigua amiga nos
echa una última mirada envidiosa y se da cuenta de que Tyrant me sujeta
con fuerza y protección mientras estoy lo más cerca posible de él.

—¿Qué vas hacer ahora? —me pregunta.

Acaricio el brazo de Tyrant mientras la fulmina con la mirada.

—Voy a quedarme aquí con Tyrant, y voy a tener a su bebé. Y te


prometo que voy a ser muy, muy feliz.

Nos damos la vuelta y la dejamos atrás. Ya no importa nadie más.


Nadie más que nosotros dos, Barlow y nuestro bebé. Tomados de la mano,
subimos juntos a la casa, por los senderos serpenteantes y tortuosos,
atravesando puertas y arcos de piedra.

Intento memorizar el camino que estamos recorriendo y grabar en mi


mente las distintas características del jardín, pero pronto me siento
desorientada y confusa.

—Vas a tener que enseñarme todos los secretos del laberinto. Ya me


siento perdida.

Tyrant arquea una ceja malvada hacia mí.

—¿Todos? Pero entonces no podré perseguirte para divertirme. ¿Qué


tal si te enseño lo justo para que las cosas sean interesantes?

La forma en que me sonríe hace que el calor me recorra el cuerpo.


Me gusta su idea de lo interesante. Echo un último vistazo al jardín. El
laberinto donde me enamoré de Tyrant. El lugar donde finalmente supe la
verdad sobre todo.

—¿De verdad se acabó?

—Para nosotros nunca se acaba. No ha hecho más que empezar.

Me vuelvo hacia él, y digo las palabras que él ha querido oír, y yo he


querido decir.

—Desearía que Tyrant Mercer robara mi corazón para siempre.

Me sostiene la mandíbula con la mano.


—¿Me vas a dar este precioso corazón bañado en oro para que lo
cuide siempre? —Aprieta una mano grande y cálida contra mi vientre—. ¿Tú
y nuestro bebé, y Barlow también?

Lágrimas de felicidad brotan de mis ojos. Tengo a Tyrant, tenemos a


mi hermano y tenemos a este bebé. No tuve nada durante tanto tiempo, y
ahora mi vida está llena de amor. Somos una familia.

—Somos todos tuyos para siempre. Todos nosotros —le digo, y él


desliza su boca sobre la mía en un beso ansioso.

Le devuelvo el beso, mi hermoso y feroz hombre.

Encontramos a Angela en la habitación de Tyrant junto a la ventana,


vigilando a Barlow mientras duerme, y se pone en pie con una sonrisa
encantada al vernos.

—Es la linda señorita que estuvo aquí antes. Bienvenida de nuevo.

Tyrant me mira, todavía agarrando mi mano.

—Así es, es la Señorita Stone. Pronto será la Señora Mercer y la madre


de este pequeño. —Coloca su mano sobre mi estómago.

Angela sonríe encantada.

—¿Quieres decir que está pasando? ¿Vas a ser padre? Sabía que los
dos formarían una familia preciosa. Vamos a tener que preparar tantas
cosas para un bebé en casa. ¿Y este bebé? ¿También nos quedamos con
este bebé? —Mira a Barlow, que ha empezado a despertarse al oír nuestras
voces.

—Oh, sí. Nos quedamos con este bebé. Es nuestro.

La alegría me invade cuando por fin me doy cuenta. Barlow, mi


querido hermanito, no volverá a separarse de mí. Me acerco a él, lo tomo
en brazos y lo acurruco contra mi pecho antes de volver a dejarlo en el
moisés. Samantha tenía razón al temer que papá utilizara a Barlow como
intentó hacerlo conmigo. Estoy tan aliviada de que esté a salvo aquí con
nosotros.

Angela lanza una mirada cariñosa a Barlow y se dirige a la puerta.

—Estaré en la cocina a primera hora de la mañana si necesita algo


para el bebé. No se exija mucho, Señorita Stone. Debe cuidarse ahora que
está embarazada. —Dirige a Tyrant una mirada severa—. Sea amable con
su prometida. No más juegos de persecución en su jardín mientras la Señorita
Stone esté embarazada.

Cuando nos deja solos, Tyrant se vuelve hacia mí con un brillo en los
ojos.

—¿No perseguirte? ¿Y si caminas rápido? He oído que el ejercicio es


bueno para las embarazadas.

Inclino la barbilla hacia arriba para que mi hombre peligroso pueda


reclamar mis labios.

—Yo también he oído lo mismo.

Tyrant me besa a conciencia, riendo suavemente entre beso y beso.

—No puedo creer que por fin te tenga. A ti y a él. —Con una sonrisa,
se vuelve hacia Barlow y lo levanta de su moisés—. ¿Puedes decir
papá? —Se señala a sí mismo y dice despacio—: Papi. Pa-pi.

Barlow mira a Tyrant con grandes ojos azules. Los rasgos siniestros y los
tatuajes de mi amante siempre han fascinado a mi hermanito. De repente,
Barlow rompe a sonreír encantado y exclama:

—¡Pa!

Tyrant sonríe aún más.

—Así es. Soy tu papá. ¿Quién es un chico listo?

No puedo evitar sonreír mientras los observo.

—¿Seguro que está bien enseñar a Barlow a llamarte papá? ¿No lo


confundirá?

Tyrant me lanza una mirada arrogante.

—¿Por qué no debería llamarme papá? Es mi niño. —Me planta una


mano posesiva en el vientre—. Este es mi bebé. —Se inclina y me besa—. Y
esta es mi mujer.

Mi corazón se agita. Todos pertenecemos a Tyrant.

—Deberíamos decirle la verdad a Barlow en algún momento. Podría


crecer y alguien podría decir algo solo para lastimarlo.

Tyrant medita sobre esto mientras mece a Barlow en sus brazos.


—Quiero que nuestros dos hijos sepan que soy su padre y que tú eres
su madre, entonces ¿qué te parece esto? Con el tiempo, podemos decirle
a Barlow que sus padres biológicos murieron en un terrible accidente, pero
antes de morir, les rogaron a su hermana y a su marido que lo criaran como
si fuera nuestro.

Juego suavemente con uno de los rizos de Barlow. Una historia así es
probablemente más amable que la verdad, y nunca dejaremos de darle a
Barlow todo el amor y la protección que se merece. Me acurruco junto a
Tyrant, rodeándole la cintura con el brazo y tomando la manita de Barlow
con el otro.

—Eso suena perfecto.

Tyrant vuelve a colocar a Barlow con cuidado en el moisés y luego se


vuelve hacia mí, tomando mi cara entre las manos.

—Mírate, mi ángel empapado en sangre —murmura entre besos—. Tú


eres la que es perfecta. La forma en que mataste a ese pedazo de
mierda. —Sus dientes se hunden en mi labio inferior—. Mi hermosa, asesina y
embarazada mujer. Nunca he visto nada más sexy.

Tyrant se quita los pantalones, me quita la camisa de los hombros y


me arrastra contra él. Gimo al sentir su cuerpo contra el mío. Me toma en
brazos y me lleva hasta la cama antes de colmar mi cuerpo con sus besos y
su lengua.

Mientras me chupa lentamente el clítoris con mis muslos rodeando sus


hombros, respiro con dificultad y le pregunto:

—Has sido tan paciente conmigo. ¿Por qué esperaste tantos meses
cuando podías haberme atrapado sin más?

—Porque estabas protegiendo a Barlow, amando a Barlow,


necesitando a Barlow, y me encantaba verte así. Estaba tan hambriento de
él, y sabía que, si era listo y paciente, podría robarlos a los dos. Ángel, la
forma en que lo proteges me pone la polla dura.

Tyrant se incorpora, toma mi mano y la envuelve alrededor de su


grueso miembro. Siento una oleada de humedad entre las piernas, así que
lo acerco y empujo la ancha cabeza de su polla hacia mis coño. De un solo
empujón y con un grito ahogado, la mete hasta el fondo. Tyrant es mi
cuchillo y yo soy su vaina. Corta profundamente, y yo soy libre.

Mi amante se mueve a un ritmo constante, con la palma de la mano


cubriéndome el bajo vientre. Acunando a nuestro bebé. Siento su polla
entrando y saliendo de mí. Su bello rostro, iluminado en plata por la luz de la
luna que hace brillar sus ojos azules, me deja paralizada.

Me murmura insinuante mientras me aprieta el cabello.

—Me estás tomando tan bien. Mira qué perfecta estás llena de mi
polla.

Gimo al oír su voz.

—Eso es. Estás gimiendo tan hermosamente para mí.

Su voz es hipnótica y hace que mi clímax aumente tan rápida y


ferozmente, que arranca un grito desgarrado de mis labios. Aumenta la
velocidad de sus embestidas y me golpea con avidez hasta que su propio
orgasmo se apodera de él y estalla dentro de mí.

El placer y el cansancio se apoderan de mi cuerpo cuando él se retira


lentamente y me recorre el sexo con los dedos, sonriendo para sí mientras
esparce su semen por mi coño.

—Todavía no me puedo creer que estés embarazada —murmura con


una sonrisa—. Y solo tuve que amenazar a la mitad de los farmacéuticos de
Henson para que no te dieran anticonceptivos. Tan buena chica por tomar
tan bien mi semilla. —Me besa el vientre justo por encima del pubis.

Sonrío y juego con su cabello.

—Oh, sí. Soy tan buena chica por huir de ti y desafiarte durante meses
y meses. Sacarme el rastreador del cuello y no decirte que estoy
embarazada.

—Bueno, ya sabes que me encanta la persecución. —Tyrant se


levanta de la cama y se dirige al baño. Regresa un momento después con
una toallita húmeda, un tubo de antiséptico y una tirita—. Te has hecho
daño al quitarte el rastreador del cuello, ángel. Deja que te limpie.

Ruedo sobre el vientre y aparto el cabello, dejando que Tyrant me


limpie y me venda.

Hemos pasado por muchas cosas juntos en tan poco tiempo. Pienso
en las parejas lindas que se sonríen y dicen cosas como, cuando está bien,
simplemente lo sabes. Para nosotros, es más como, Cuando es tan
deliciosamente jodido, simplemente lo sabes.
—Ya me habías pedido que me quedara, y yo había aceptado, y aun
así me pusiste un rastreador.

—Sabía que huirías. Eras demasiado dulce e inocente aún, y


necesitaba poder mantenerte a salvo hasta que fueras mía.

—¿Y ahora? —murmuro, con los párpados pesados cerrados mientras


el cansancio se apodera de mí.

Me besa suavemente la sien.

—Duerme, ángel. Eres tan hermosa cuando duermes, y quiero mirarte.

Solo Tyrant podría decir algo tan espeluznante y hacerlo sonar como
una canción de amor.

Cierro los ojos y me quedo dormida, cálida y segura entre sus brazos.

Tengo la sensación de que me empujan algo en el dedo. Oigo un


escupitajo y un gemido, y algo afelpado y romo frotando humedad
alrededor de mi coño.

—Joder, sí, ángel —dice alguien con voz cargada de lujuria.

Abro los ojos de golpe y me agarro a unos hombros musculosos. El


hombre más hermoso que he visto en mi vida me está clavando su polla
dura como una roca. Me abre en canal con un ardor delicioso. Sus tatuajes
se mueven por su pecho musculoso y su vientre con cada arrastre y cada
empujón de su polla. Tiene los ojos muy abiertos y me mira como si fuera lo
más hermoso que ha visto en su vida. Mi cabello enmarañado. Mi cuerpo
manchado de sangre. Incluso mis docenas de cicatrices finas y brillantes.

¿Esto es un sueño? ¿Por qué estoy teniendo sexo con Tyrant?

Antes de que pueda orientarme, me distrae la visión de algo grande


y brillante en mi dedo anular, y la conmoción hace que todo vuelva a mi
mente. Estoy con Tyrant. Estoy en su cama y estoy embarazada.

—¡Tyrant! ¿Qué tengo en el dedo?

—Estamos prometidos. —Me roza los labios con los suyos y sigue
moviendo las caderas a un ritmo constante que aprieta mi corazón.
Lo miro por encima de las pestañas.

—Se supone que tienes que ser romántico y arrodillarte, no tenderme


una emboscada en mitad de la noche. ¿Y si digo que no?

—¿Con mi polla tan dentro de ti, mi bebé en tu vientre, y contigo


atrapada en mi laberinto? Solo inténtalo.

La amenaza en su voz hace que mi sexo se apriete aún más contra él.

Se retira, me tumba boca abajo y me penetra de nuevo, con la


agudeza de este nuevo ángulo que me hace gritar.

—Si intentas huir, te encontraré y te traeré aquí. —Toma algo brillante


de la mesita y lo sostiene en la mano.

Es una hipodérmica con una aguja gruesa.

Jadeo y trato de incorporarme:

—¿Qué estás...?

Tyrant me agarra las muñecas con una mano y me las sujeta a la


espalda, obligándome a bajar.

—Vas a ser mi esposa, y mi esposa no tiene elección. El anillo es para


que los demás sepan que eres mía y para que tú sepas que me perteneces.
Esto es para mí. Estos son mis votos matrimoniales. Quédate quieta.

Tyrant me introduce la aguja bajo la piel de la nuca, dos centímetros


por encima del lugar donde me clavó la última, y la aguja arde con dolor.
Duele tanto que no sé cómo pude dormir la vez anterior.

Con la aguja aún clavada en mi cuello, Tyrant retrocede con sus


caderas y me penetra más profundamente, y gime de placer.

—¿Sientes eso?

—Sí —gime en respuesta.

Tyrant aprieta su polla contra mí y dice con voz pesada y llena de


lujuria:

—Sí, joder. —Le encanta que pueda sentir el rastreador siendo forzado
en mi carne.
Saca la aguja con un fuerte suspiro de satisfacción y vuelve a dejarla
en la mesita de noche.

—Si ese rastreador se oscurece alguna vez o lo sacas, castigaré a mi


mujer hasta que pida clemencia. ¿Me entiendes?

—Sí, Tyrant —gimo, una sensación pesada y placentera inunda mi


cuerpo. Cada centímetro de mí le pertenece.

Suelta una risita sombría mientras sus manos se posan a ambos lados
de mi cabeza.

—Tú sigue haciendo todo lo que yo te diga, y yo seré tu devoto esposo


que solo vive para hacerte feliz. Soy tu sirviente. Estoy a tus órdenes.

Mientras él me penetra más y más, yo estoy atrapada debajo de él.


Gimo contra la almohada y arqueo la espalda para que me folle más
profundamente.

—Todo lo que hago es por ti —me jadea al oído—. Vivo por ti. Muero
por ti. Nunca te dejaré ir, y nunca revelaré todos mis secretos. Cuando los
descubras por ti misma, será demasiado tarde. El monstruo del laberinto
tendrá sus garras demasiado clavadas en tu corazón.

Tyrant sigue así, amenazándome y alabándome, prometiéndome el


mundo, pero solo si me tiene abrazada todo el tiempo.

—¿Quién es la chica buena de Tyrant?

Es la pregunta más fácil que he respondido nunca.

—Yo. Siempre yo.

Me folla con más fuerza, acelerando mi pulso y haciendo que el


placer me recorra el cuerpo.

—Eso es, mi dulce ángel. Ahora muéstrame cuánto me amas y córrete


por Tyrant.

Grito y clavo las uñas en el colchón mientras alcanzo el clímax. Le


temo. Le amo. Le pertenezco. Para siempre.
27

—Por los novios —dice Ace, alzando su copa de vino.

—Pronto seremos marido y mujer —le digo a mi hermano, le tiendo la


mano a Vivienne con una sonrisa y alzo mi copa para brindar. Nos vamos a
casar por la mañana y el cortejo nupcial se ha reunido alrededor de la mesa
del comedor de mi casa. Mi padrino, Ace, Vivienne y sus damas de honor,
Carly y Camilla.

Vivienne y mi hermana pequeña se han hecho muy amigas estos


últimos meses. Una noche, durante la cena, Vivienne le contó a Camilla que
había presenciado el incidente con los hombres que le arruinaron su
decimosexto cumpleaños y que yo les di una paliza.

—¿Te enamoraste de él en ese momento? —le preguntó Camilla a


Vivienne, y ésta admitió con una tímida sonrisa que sí. Camilla me miró con
cariño y dijo—: Ese momento me hizo querer aún más a mi hermano.

Desde entonces, han compartido muchos pasteles, compras y


sesiones de trabajo, Vivienne estudiando, mientras Camilla equilibra mis
libros. Extienden sus libros, laptop, recibos y patrones de costura sobre esta
mesa de comedor y se hacen compañía mutuamente. A menudo se les une
Carly, y oigo charlas y risitas cuando se turnan para jugar con Barlow cuando
estoy en otra parte de la casa.

Vivienne levanta una copa de vino llena de limonada y la choca


contra las de los demás, antes de dar un sorbo con una sonrisa en los labios.
Lleva un vestido corpiño pálido y brillante que deja ver su barriguita de
cuatro meses. No me canso de verla con esa adorable y sexy barriguita.
Espero que el vestido de novia le quede ceñido al cuerpo. No sé porque no
me ha dejado verlo puesto. Dice que da mala suerte.

Carly termina su copa de vino y pregunta a mi novia:


—¿Has oído las noticias sobre Julia Merrick y su familia?

Me rio en voz baja mientras me sirvo una fuente de gambas al ajillo


antes de pasársela a mi hermana. Camilla me mira con curiosidad mientras
se sirve las gambas en su plato.

—¿Qué ha pasado? —le pregunta Vivienne.

Con el brillo en los ojos de alguien que está a punto de contar una
buena anécdota durante una cena, Carly echa un vistazo a la mesa para
asegurarse de que todos le prestan atención, y así es.

—Vaya. Santo cielo. Les ha pasado de todo. Primero, la esposa del


Señor Merrick lo abandonó. Parece que había estado teniendo una
aventura con su asistente y alguien envió por correo electrónico a la Señora
Merrick capturas de pantalla de sus conversaciones de texto y selfies sucios
que habían compartido entre sí.

Vivienne enarca las cejas, pero Carly no ha terminado. Me acomodo


en la silla con una sonrisa en los labios para escuchar.

—Entonces Hacienda vino por el Señor Merrick y lo detuvo por


defraudar en sus impuestos, y los federales también lo están investigando
por vínculos con bandas criminales de todo el Estado. Eso ya era bastante
malo, pero entonces Damien, el hermano de Julia, recibió una paliza de un
antiguo amigo que descubrió que Damien había agredido a su hermana.
La hermana había llevado pruebas a la policía, pero los policías de Henson
no hicieron nada. Finalmente, alguien la convenció para que hablara de
eso con su familia. Fue demasiado para Julia, que empezó a despotricar en
Internet sobre cómo su hermano y su padre no habían hecho nada malo y
estaban siendo perseguidos sin motivo. Su post estaba tan lleno de odio e
insultos que su nueva universidad la expulsó. Luego se emborrachó y se saltó
un semáforo en rojo. Ahora está en el hospital con la pelvis rota.

Y dos piernas rotas. El accidente de auto no tuvo nada que ver


conmigo, pero creo que es mi parte favorita.

Vivienne se vuelve hacia mí, con las dos cejas levantadas.

—Cuánta mala suerte para una sola familia.

Juego con el tallo de mi copa de vino.

—No sé. Se podría decir que se lo hicieron ellos mismos. Crearon su


propia suerte.
—Nunca me gustó Damien —dice Carly con un escalofrío—. Era tan
espeluznante, especialmente con las chicas borrachas en las fiestas.
Siempre intentaba separarlas de sus amigas.

—Parece que es el fin de las aspiraciones políticas del Señor


Merrick —observa Ace—. Nunca me gustó. Tan baboso.

Me ofrece la ensaladera y la acepto.

—Ya está bien de hablar de los Merrick o me vas a quitar el apetito.


¿Quién quiere oír hablar de nuestros planes de luna de miel?

Todo el mundo quiere saber, y Vivienne describe la casa de la playa


en Hawai que hemos alquilado durante dos semanas.

Después de cenar y cuando todos se han ido a casa, tras desearnos


decirnos dulces sueños antes del gran día de mañana, me siento en la
cama, observando a Vivienne quitarse los pendientes frente al tocador. Se
ha quitado el vestido y lleva un camisón de satén.

—Tyrant... —dice lentamente, de un modo que me indica que está a


punto de decir algo que no me va a gustar.

—¿Qué pasa? —respondo, tensándome, pero mi voz es


cuidadosamente uniforme.

—Puse flores en la tumba de Samantha hoy.

Me relajo lentamente. ¿Eso es todo?

—¿Lo hiciste, ángel?

—Me sentía triste por ella y por la forma en que murió. No era buena
conmigo, pero quería a Barlow como yo también lo quiero. Quería
despedirme.

Un adiós me parece un sentimiento excelente.

—Lo que necesites para dejar atrás el pasado —le digo, recorriendo
con mis dedos la parte posterior de sus hombros.

Vivienne guarda silencio un momento y luego pregunta:

—Has destrozado a la familia de Julia, ¿verdad?


Encuentro su mirada en el espejo. Salieron indemnes. Quería matarlos,
y aún podría hacerlo. Depende de la rabia que me den sus recuerdos y de
si creo que sufren lo suficiente como para seguir respirando.

—Se destruyeron a sí mismos. Yo solo empujé las cosas en la dirección


correcta. ¿Vas a decirme que me equivoqué al hacerlo?

Una sonrisa se dibuja en sus labios.

—No. No voy a hacerlo. Voy a dar las gracias, Tyrant. Me alivia que no
estén viviendo felices para siempre en otra parte. Tenías razón.

Me pongo en pie, cruzo la habitación y gruño mientras la acerco.

—Joder, me pone duro oírte decir eso.

—Tenías razón, Tyrant.

—Mm-mm —tarareo apreciativamente, besando su garganta—.


¿Qué más me gusta escuchar?

Se echa hacia atrás y me acaricia la nuca con los dedos.

—Soy la chica buena de Tyrant. Soy la puta de Tyrant. Por favor, por
favor, fóllame duro.

La levanto en brazos y la llevo hacia la cama.

—Lo que sea por mi mujer.

La iglesia se llena de luz y flores mientras espero impaciente en el altar,


con las manos juntas. Los bancos están llenos de familiares, amigos y mis
socios más cercanos con sus esposas e hijos. Me gustaría que hubiera más
gente del lado de la novia, pero toda su familia está muerta, y a ella le falta
una de sus dos amigas desde que Julia y su familia se fueron de la ciudad.

Camilla y Vivienne están cada vez más unidas. Son casi de la misma
edad y tienen mucho en común. Ella está haciendo que algunos de los míos
sean también los suyos. Últimamente, mi ama de llaves, Angela, y mi chófer,
Liam, están más de su parte que de la mía. La semana pasada, Angela me
regañó cuando Vivienne se golpeó accidentalmente el codo contra el
marco de la puerta. Cuando le señalé que yo no estaba en casa, me dijo
que debería haber estado allí. Besé el moratón de mi mujer con una sonrisa,
diciéndole que arrancaría el marco de la puerta si era lo que ella quería.
Angela pensó seriamente si debíamos hacerlo durante una hora.

Mi hermano Ace es mi padrino y está a mi lado. Debe de notar lo


fuerte que aprieto las manos cuando comenta:

—Nunca te había visto nervioso. ¿Tienes miedo de que no venga?

—No. Estoy impaciente. Sé que está aquí. —Mi novia tiene un


rastreador en el cuello, y puse mi teléfono en mi bolsillo para que suene en
el momento en que esté a menos de quince metros de mí. Sonó hace diez
minutos. ¿Dónde está?

En el otro extremo de la iglesia, las puertas dobles se abren, pero solo


lo suficiente para que Camilla se cuele por ellas y se apresure por el pasillo
hacia mí con su suave vestido violeta de dama de honor. Todos en la iglesia
se giran para mirarla expectantes, pero luego vuelven a sus conversaciones
murmuradas cuando se dan cuenta de que no es la novia.

Camilla se me acerca y me susurra:

—Todo va bien. Vivienne está haciendo los últimos ajustes a su vestido


en una de las habitaciones laterales. Está ansiosa por que todo esté perfecto
para ti.

Miro por el pasillo de la iglesia hacia las grandes puertas dobles.


¿Ansiosa? Mi mujer está embarazada. No puede estar ansiosa por nada.
Aparto a mi hermana y avanzo por el pasillo, mis pasos resuenan en las
baldosas. Un murmullo de consternación recorre la iglesia, pero los invitados
no me preocupan; Vivienne sí.

Atravieso las puertas dobles, veo una que da a un lado y la abro de


un tirón.

Vivienne se da la vuelta con un grito ahogado. La falda se extiende a


su alrededor y el corpiño brilla y centellea. Tiene un pequeño bulto en el
vientre, el cabello oscuro recogido con rizos enmarcándole la cara y un
largo velo blanco que le cae en cascada por la espalda.

Se me corta la respiración. Vivienne siempre ha sido hermosa, incluso


cuando yo le guardaba rencor por ser tan perfecta. Incluso mientras lloraba
desconsoladamente. Llevando una máscara de disfraces. Llena de miedo.
Cubierta de sangre. Especialmente cubierta de sangre. Pero ahora,
viéndola tan bien vestida y sabiendo que es para mí...
Vivienne aprieta las manos sobre su falda y su voz es angustiada.

—Oh, no, Tyrant, trae mala suerte que me veas antes de la


boda. —Sus ojos son enormes y preocupados, hay una línea entre sus cejas.

Le echo un vistazo rápido, pero me parece inmaculada.

—¿Cuál es el problema?

Los ojos de Vivienne se abren ampliamente y parece que no le salen


las palabras.

—Yo...

Doy una zancada hacia adelante, la agarro por el cuello y le acaricio


la mandíbula con el pulgar mientras la miro fijamente.

—Eres la mujer más hermosa que he visto nunca.

Una pequeña sonrisa aparece en sus labios.

—¿Por qué dices estas palabras mientras te ves tan feroz?

Miro detrás de mí y veo que Carly, Camilla y el cura también están en


la puerta mirándonos. Necesito estar a solas con mi novia.

—Todo el mundo, fuera.

Camilla aparta a los otros dos y cierra la puerta tras ellos.

Me vuelvo hacia mi novia con los ojos entrecerrados.

—¿Te preocupas por tu vestido y te pones nerviosa mientras llevas a


mi bebé?

—Creía que faltaba un cristal justo aquí... —Alcanza un pliegue de


tela, pero yo le agarro la mano y se la pongo en el vientre, cubriéndola con
la mía.

—Estás tan jodidamente hermosa que se me está poniendo dura.

Un rubor escandalizado brota en sus mejillas.

—Tyrant, estamos en la iglesia. —Un momento después, sin poder


evitar su curiosidad, se lleva la mano a mis pantalones y me toca la polla. Su
curiosidad se convierte en sorpresa y placer cuando recorre mi dura polla.
Sé cómo calmar los nervios de mi novia. Agarro mi cinturón y me
desabrocho los pantalones.

—De rodillas, ángel. Llena esa bonita boca con mi polla.

Se hunde en el suelo, con la falda extendida a su alrededor, y se lleva


mi polla a la boca. Lentamente, cierra los ojos mientras chupa. No de un
lado a otro, solo manteniéndome en su boca y moviendo su lengua contra
mí.

Me hundo en una silla y la pongo entre mis rodillas.

—Es precioso, ángel. Eres tan jodidamente hermosa con los ojos
cerrados y tus labios envolviéndome.

Vivienne gime suavemente y relaja el cuerpo, completamente


perdida en la sensación de su boca llena, su seguridad entre mis piernas.
Ahora no tiene nada en lo que pensar o de lo que preocuparse. Acaricio el
cabello y la mejilla de Vivienne. Ya la tengo.

Se queda así diez minutos, chupándome, apretándome los muslos,


flotando en calor y paz. Me empiezan a doler las bolas. La gente de la iglesia
debe de estar impaciente. Me importa una mierda. Cuando has visto a tu
mujer a punto de cortarse con un cuchillo porque sufre mucho, momentos
como éste son aún más preciosos.

Por fin se revuelve y su succión se vuelve decidida. Me pone


cachondo. Suelo estar encantado de que me la chupe cuando termina de
calentarme la polla, pero hoy me levanto y la pongo en pie.

Entonces agarro su vestido y empiezo a arrastrarlo hacia arriba.

De repente, Vivienne mira a su alrededor en busca de un reloj, pero


no hay ninguno.

—Tyrant, ¿cuánto tiempo llevamos aquí? Nos vamos a casar.

—Todos pueden esperar. —Debajo del vestido de novia lleva un


tanga blanco de encaje y tirantes—. Mierda —murmuro en voz baja,
arrastrando el dedo por los pliegues de su sexo sobre la tela.

—Estamos en la iglesia —vuelve a gemir.

—He dicho mierda, ¿no? Pon las manos contra la pared. —Le doy la
vuelta, hace lo que le digo, le subo el vestido hasta dejarle el culo al
descubierto y tiro de su tanga. Sus pliegues brillan de humedad.
—Estás tan hinchada y resbaladiza, ángel.

—Sabes que calentar tu polla en mi boca me hace eso.

Vivienne se echa hacia atrás para ayudarme con los pantalones, y su


mano se sumerge para agarrarme la polla en cuanto me desabrocho y bajo
la cremallera. Me masajea arriba y abajo, gimiendo suavemente. Mi novia
embarazada con su precioso vestido blanco. Hambrienta de mí.

—Lo sé. Agarro la base de mi polla, la alineo en su entrada, y empujo


dentro de ella.

—Tyrant —grita con fuerza y apoya la mano en la pared mientras yo


empujo—. Tyrant, Dios mío, Tyrant. Por favor, por favor, por favor.

—Todo el mundo ahí fuera puede oír a la novia siendo follada sin
sentido —le digo al oído con una sonrisa malvada.

Vivienne jadea horrorizada y sus gritos se convierten en apenas un


gemido ahogado.

Por su respiración y sus gemidos, sé que no tardará en llegar al clímax.


Consigue aguantar una docena de embestidas y luego vuelve a olvidarse
de sí misma cuando el orgasmo la desgarra. Al sentirla romperse a mi
alrededor, me pongo al borde del abismo, rodeo su vientre con los dos
brazos y dejo caer la cabeza sobre su hombro, aferrándome con fuerza a
mi mujer mientras reviento dentro de ella.

Lentamente, levanto la cabeza.

—¿Da mala suerte follarse a la novia antes de la ceremonia o solo


verla?

Vivienne sonríe y se vuelve a poner el tanga.

—Como ya estoy embarazada, supongo que da igual. No le


caeremos bien a nadie después de lo que hemos hecho.

La giro hacia mí y tomo su cara entre mis manos.

—Estás en mi gracia, ángel. Siempre. ¿Cómo te encuentras? ¿Quieres


abrazarme la pierna y chuparme la polla un rato más? —Eso suele ayudarla
cuando se siente ansiosa. Me obsesiona lo tierna que está cuando me usa
de chupete.
Vivienne sonríe y sacude la cabeza, y no hay ni rastro de
preocupación en sus ojos.

—Ya estoy bien, gracias.

Sonrío, le planto un beso en la punta de la nariz y le cubro la cara con


el velo de encaje.

—Maravilloso. Vamos a casarnos.

La acompaño hacia la puerta tomados del brazo. El cura ha vuelto a


la entrada de la iglesia, pero Camilla y Carla nos esperan afuera. Camilla
me sacude la cabeza, exasperada, y Carla tiene una sonrisa escandalizada
en los labios mientras le pasa el ramo a Vivienne.

Comienza la música y todas las cabezas se giran en la iglesia cuando


las damas de honor comienzan su lento camino hacia el altar.

Vivienne disfruta de la música y de las sonrisas mientras les seguimos


despacio. De repente le entra la risa nerviosa y me susurra:

—Espera. Se supone que tienes que estar ahí arriba para que pueda
caminar hacia ti.

Le sonrío, encantado de verla de un humor tan dulce y vertiginoso. Sé


lo nerviosa que estaba por lo de hoy y por tener a tanta gente mirándola.

—Te acompaño. No quiero que estés sola, y me pondré celoso si


alguien más lo hace.

Mientras nos acercamos lentamente a la enorme cruz dorada que


hay sobre el altar, se pone de puntillas y me susurra:

—Tu semen está en mis muslos.

Sonrío aún más.

—Exactamente donde lo quiero cuando me case contigo.

Cuando llegamos al sacerdote, en la entrada de la iglesia, le hago un


gesto cortés con la cabeza, me dirijo a Vivienne y le retiro el velo.

Sus mejillas están sonrojadas. Su bulto está presionando mi estómago.


Sus ojos son los más brillantes que he visto nunca. No puedo creer que vaya
a pasar el resto de mi vida con Vivienne. Me toca la mejilla y luego se gira y
busca entre las primeras filas hasta que ve a Barlow. Su hermano —ahora
nuestro hijo adoptivo— está en el regazo de Angela y saluda a Vivienne con
una manita de niño pequeño cuando ella le saluda.

Mi novia se vuelve hacia mí con la sonrisa más hermosa y feliz.

—¿Quién es la hermosa mujer de Tyrant? —susurro contra sus labios.

Vivienne sonríe de nuevo y me rodea el cuello con los brazos.

—Yo.

No recuerdo lo que pasa en el resto de la ceremonia. Yo ya he dicho


mis votos y ella también.
EPÍLOGO

La sala de maternidad del hospital parece casi un hotel, y tenemos


nuestra propia habitación privada con una cama doble. No es la cama de
matrimonio más cómoda del mundo, porque es una cama de hospital, pero
Tyrant puede dormir aquí conmigo y eso es lo que importa.

Son poco más de las siete de la mañana y nuestro hijo Huck tiene
quince horas. Está tumbado en el cambiador y Tyrant tiene los antebrazos
apoyados a ambos lados. Tyrant mira a Huck absorto. Se está bebiendo
todo lo que hace el bebé. Creo que mi marido no se ha movido desde que
la enfermera terminó de pesarlo y cambiarlo hace diez minutos.

—Es tan perfecto. No me imaginaba que fuera tan perfecto. Mira sus
dedos, Vivienne. Sus pestañas. Son tan pequeñas. ¿Cómo es posible?

Tyrant apenas ha dormido en toda la noche. Lleva chándal y nada


más, y la visión de mi hombre peligroso con el pecho desnudo cubierto de
tatuajes, embelesado por la visión de nuestro bebé, me hace sonreír. Estoy
apoyada contra las almohadas y, a pesar de lo agotada que estoy tras el
parto, no tengo ni pizca de sueño.

Tyrant levanta la vista, me descubre mirándole y me sonríe. Sostiene a


nuestro hijo en brazos, se lo lleva y se mete en la cama conmigo. Con un
brazo alrededor de mí y otro alrededor de nuestro hijo, nos estrecha a los
dos.

—Eres increíble, ángel. No puedo creer que hayas sido capaz de


hacer esto. Eres tan fuerte y hermosa. Eres increíble. —Me da un beso en la
boca—. ¿Cómo te sientes?

Tiene una pequeña línea entre las cejas mientras me mira, y sé a qué
se refiere. Todo el personal médico vio las cicatrices de mi vientre mientras
daba a luz. Tyrant sabe lo difícil que me resultó revelárselas a mi obstetra al
principio del embarazo, pero cada vez me resultaba más fácil. Poco a poco,
las cicatrices se estiraron y cambiaron a medida que mi vientre crecía. A
medida que cambiaban, me resultaba más fácil dejar de pensar en ellas
como “mis cicatrices” y ver en su lugar la evidencia de nuestro bebé
creciendo dentro de mí.

—Estaba tan metida en todo lo que estaba pasando que ni siquiera


pensaba en eso —le digo sinceramente. Gracias al amor y al apoyo de
Tyrant, a mis nuevos amigos y a mi nuevo hogar, a mis estudios y a las citas
regulares con un terapeuta, la chica que estaba tan sola y asustada se está
convirtiendo en un recuerdo lejano. Me estoy curando. Estoy creciendo.
Todos lo estamos. Los cuatro.

—Míralo. Es perfecto —susurro mirando a nuestro bebé—. No puedo


creer que esta sea nuestra vida ahora. Tú, yo, Barlow y Huck.

—Hablando de Barlow, Angela estará aquí con él en cualquier


momento.

—Maravilloso. Estoy deseando que conozca a Huck.

Mientras esperamos, abrazamos a nuestro bebé dormido y hablamos


del futuro. El trabajo de Tyrant y sus planes para Henson. Mis estudios, que
retomaré dentro de cuatro meses. La promesa de Tyrant de volver a dejarme
embarazada lo antes posible.

—Necesitamos una niña si vas a coser todos esos vestiditos adorables


que te he visto esbozar —señala con una sonrisa.

Es verdad. He estado dibujando ropa de niñas. Y ropa de niños. Ropa


de fantasía. Trajes para días de disfraces, fiestas y obras de teatro.
Disfrazarme es uno de los momentos más despreocupados que paso, y a los
niños también les encanta.

—Una niña sería encantador... —empiezo a decir, y luego me parto


de risa al ver el brillo decidido en los ojos de Tyrant—. Te esforzarás al máximo
en cuanto podamos. Te lo aseguro.

—Sabes que lo haré —murmura y roza sus labios con los míos.

Llaman a la puerta. Tyrant se levanta y coloca a Huck en su moisés


antes de abrir la puerta a Angela, que lleva a Barlow en brazos.

Tyrant toma a nuestro pequeño en brazos y lo levanta en el aire.

—Pequeño, te hemos echado de menos. Ven y dale un beso a mamá.


Le tiendo los brazos a Barlow y él se acurruca en mí. Le he echado
mucho de menos.

Nuestra ama de llaves sonríe mientras se acerca al bebé dormido.

—Señora Mercer, es tan hermoso. Es usted muy lista. Bien hecho. —Me
sonríe y me da un beso en la frente—. Volveré dentro de unas horas por
Barlow. Estamos haciendo todo perfecto para ti en casa.

—Gracias, Angela. Estamos muy agradecidos —le digo con una


sonrisa mientras sale de la habitación.

Una vez solos, Tyrant le pregunta a Barlow:

—¿Quieres conocer a tu hermano?

—¡Sí, papá! —dice Barlow con entusiasmo, y Tyrant lo carga en brazos


y lo lleva hasta el bebé dormido.

Observo a mi esposo, a mi hijo y a mi bebé, pensando en todos los


deseos que vertí en mi diario cuando tenía quince años. Todos mis sueños y
fantasías sin aliento que tenía sobre Tyrant. Sobre ser feliz y estar protegida.

Veo a Tyrant y Barlow contemplar juntos a nuestro nuevo bebé, y se


me dibuja una sonrisa en los labios. A veces vale la pena desear la felicidad
con todo lo que tienes.

—¿Tyrant? —le llamo, y mi esposo me mira—. Te amo.

Una sonrisa se dibuja en su rostro y extiende el dedo índice para


acariciar mi mejilla.

—Ángel, yo también te amo.


SOBRE LA AUTORA

Lilith Vincent es una autora de harén inverso de mafia que cree en vivir
en el lado salvaje. Por qué elegir una cuando puedes elegirlas a todas.

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