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Centro Comunitario de Recuperación

Tal como describieran algunos autores relacionados con la salud mental


latinoamericana e iniciadores de la salud mental comunitaria en este continente, algunas
modalidades de atención importadas directamente desde otros tejidos culturales nunca
alcanzaron las particularidades necesarias para cubrir las necesidades sanitarias de la mayoría
de la población. Esto no sucedió solamente en el ámbito de la salud, sino que esta importación
de productos en forma directa también fracasó en la educación, cuando se quisieron aplicar
recetas que habían dado buen resultado en otros contextos y fracasaron en poblaciones cuya
idiosincrasia hizo esos “programas” inaplicables al momento de conseguir los resultados
buscados. A diferencia de otras culturas, la cultura latina suele dar mayor relevancia a las
relaciones interpersonales y a las características de las personas (Martín-Baró, 2006).

En el caso de la Salud Mental y las Adicciones, tema que nos convoca, el fracaso fue
doble, en tanto los dispositivos no llegaban (ni llegan) a la población meta, sino que cuando lo
hacen tampoco tienen éxito las intervenciones que se brindan.

Como es sabido uno de los hallazgos de la psicología social comunitaria a través de sus
métodos participativos de investigación-acción, fue el de integrar a la población en la toma de
decisiones respecto de las intervenciones que se debían realizar en la comunidad que
habitaban. Del mismo modo y haciendo una traspolación de esta manera de intervenir, con la
cual coincidimos, no podemos pensar intervenciones en Salud Mental y Adicciones sin la
participación activa de quienes van a ser usuarios de estos servicios, en los territorios donde
estos servicios deben estar disponibles. En el campo de la salud mental están extensamente
documentados los orígenes sociales del malestar psicológico, por lo que sigue siendo necesario
ampliar las definiciones de lo que constituye un problema de salud mental donde sea
considerada la perspectiva de la comunidad (Mora Rios, Flores Palacios, González, &
Marroquín Sandoval, 2003)

Es importante entonces redefinir algunos conceptos para intentar entender aspectos


clave de la problemática. No podemos tener indicadores útiles de adherencia, alta o abandono
de un tratamiento si la muestra con la que estamos trabajando corresponde a una minoría de
las personas que requieren asistencia. Debemos sumar a quienes están fuera del alcance de
los dispositivos formales para que los protocolos de intervención se acerquen con mayor
precisión a la realidad. Son numerosas las investigaciones que intentan poner luz sobre el alto
porcentaje de abandonos de este tipo de tratamientos, lo que nos deja entrever que aún en
los dispositivos no comunitarios de salud mental las personas que acuden a este tipo de
tratamiento tampoco se quedan o lo terminan, y esto también puede estar influido por las
expectativas que tienen los profesionales de la salud mental respecto de lo que es un
tratamiento exitoso (Domínguez-Martín, Miranda-Estribí, Pedrero-Pérez, Pérez-López, &
Puerta-García, 2008).

La dificultad de pensar los abordajes comunitarios en salud mental reside en que el


discurso participativo está basado en definiciones de comunidad y participación de finales de
los años setenta, pero desde hace más de diez años, incorporado el paradigma de la
complejidad, hay desarrollos que procuran incorporar perspectivas más complejas a los
conceptos, cuestionando las visiones mayormente simplistas citadas previamente. Desarrollos
basados en la teoría de redes han abierto un nuevo campo para pensar las prácticas
comunitarias en salud mental. Los actores sociales frecuentemente son ignorados y los
operadores intervienen desde afuera del campo de intervención (Bang & Stolkiner, 2013). VER
QUE EL TEXTO ES MAS DE REDES

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