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EL PROBLEMA ANTROPOLÓGICO

¿QUÉ ES EL HOMBRE?
El término Antropología nos remite directamente al hombre. Por su significado literal este
término nos hace pensar en un estudio o una explicación (logos) acerca del hombre
(anthropos). En esta clase vamos a centrarnos en la antropología filosófica que es una
disciplina que forma parte del ámbito de la filosofía. Pero al decir esto no hemos dicho
demasiado todavía acerca del tema que nos ocupará, porque hay muchas disciplinas que
tienen como objeto de estudio al hombre. La psicología, la medicina y la antropología
cultural, por ejemplo, se ocupan igualmente del ser humano. Entonces, ¿cuál es el tema
específico de la antropología filosófica?, ¿qué cosas la diferencian de estas otras
especialidades? La distinción entre ellas no la constituye el contenido de su objeto de
estudio (el hombre), sino la perspectiva o el punto de vista de la cual se observa y analiza
al hombre. En primer lugar, la psicología se interesa por los procesos personales,
subjetivos e individuales del hombre, cómo se desarrolla su personalidad, qué factores
pueden influir en la formación de su carácter. Por otro lado, la medicina se preocupa por
las condiciones en las que el hombre conserva o recobra su salud, cuáles son sus procesos
biológicos naturales y las condiciones físicas que favorecen su desarrollo. La antropología
cultural, en cambio, estudia la producción material y simbólica de diferentes grupos
humanos, su organización, sus costumbres. A diferencia de estas tres disciplinas, la
antropología filosófica parte de una pregunta muy simple y despojada: ¿Qué es el
hombre?
La antropología filosófica realiza un análisis de las características esenciales y determinantes de lo
que significa ser un hombre. Se cuestiona acerca de aquello que hace que un hombre sea tal, y
qué lo diferencia de los demás seres. No se ocupa, de reflexionar sobre las acciones del ser
humano, ni sobre las características de lo que éste considera verdadero, sino que trata de indagar
qué significa ser un hombre.

ALGO DE HISTORIA
Esta disciplina filosófica no siempre ha formado parte de la filosofía. Si bien los
pensadores han reflexionados desde el principio de la historia las ideas acerca de sí
mismos, la constitución de un campo más o menos autónomo que intente dar respuesta a
la pregunta antropológica sólo se ha dado desde las primeras décadas del siglo XX. Fue
especialmente en el período que abarcaron las dos guerras mundiales, cuando algunos
pensadores alemanes formalizaron el problema antropológico. Entre quienes se ocuparon
tempranamente de él podemos mencionar a Max Scheler, Paul Landsberg y Ernst Cassirer.
Como no podía ser de otro modo, ya los antiguos griegos habían dicho mucho acerca del
hombre. Si bien en los primeros estadios del pensamiento filosófico parece que el interés
era exclusivamente la naturaleza del cosmos y del universo físico, Heráclito de Éfeso,
mostró una cierta preocupación antropológica, por ejemplo, a través de la búsqueda
interior que declaró haber hecho.
Poco más tarde, en el siglo V a. C., Sócrates parece haber declarado que lo más
importante en la vida del hombre es la búsqueda de sí mismo y el cuidado del alma.
Parece que este filósofo concibió al hombre como un ser con una profunda capacidad de
cuestionamiento, y con necesidad de buscar la verdad de la vida en el propio interior.
Platón, discípulo de Sócrates, hizo otras formulaciones sobre el tema. Había recibido
influencias de algunos grupos religiosos –los órficos y los pitagóricos- cuando viajó a
Sicilia; a partir de conectarse con esas ideas concibió al hombre como un ser dual, es decir,
constituido por dos elementos diferentes: el alma y el cuerpo. Platón pensaba que el alma
era inmortal e inengendrada, y que antes de nacer estaba en contacto con los dioses y con
las realidades más altas, en un mundo diferente del nuestro, más puro e inmaterial. Decía
que en ciertos momentos el alma “cae” y se “encadena” o está “encarcelada” en un
cuerpo. En un diálogo que se llama Fedón este filósofo nos habla de los problemas que el
cuerpo le trae al alma cuando ella quiere ocuparse de lo que más le gusta y le proporciona
mayor bienestar, es decir, de la filosofía. El cuerpo –dice- se enferma, nos demanda
alimento, nos distrae, y lo que somos más genuinamente, el ama, no puede hacer lo que
le trae más felicidad. Como los pitagóricos, parece que concibió al cuerpo negativamente
porque interfiere con las funciones naturales del alma. Y esto sucede porque en el alma
tenemos diferentes partes, con distintas funciones que, según la educación que le demos,
nos resultarán más o menos fáciles de orientar hacia el bien y lo correcto. Las partes del
alma son tres:

 La parte racional, que desea siempre saber, conocer la verdad, y tiene la capacidad
de orientar a las otras dos partes para conseguir el bienestar del alma toda.
 La parte apetitiva, que busca satisfacer sus deseos referidos generalmente a
necesidades del cuerpo: hambre, sed, satisfacción sexual, etc.
 La parte irascible, que aparece cuando nos enojamos por algo que nos parece
injusto o que nos da vergüenza hacer. Tiene que ver con el cumplimiento de lo que
creemos correcto y con respetar la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Platón nos dice que, en la medida que desarrollemos en mayor grado la parte racional –
como hace el filósofo- las demás partes –sin desaparecer, ya que nos constituyen
esencialmente- se debilitarán y obedecerán mejor a la rectora. La armonía del hombre
estará dada cuando cada parte cumpla con su función y se decida en función de lo mejor
para todas, es decir, para la totalidad del hombre.
Aristóteles, después de Platón, sentó las bases para una antropología que ya no se
abandonaría: privilegió la razón por sobre las demás capacidades: el hombre es un animal
racional, decía. Aristóteles sostuvo que es la razón justamente la que lo diferencia de los
demás seres vivos, agregando que está determinado también a desarrollarla en una vida
comunitaria. En un principio, concibió al hombre con un alma y un cuerpo, y dijo que la
primera es el principio del movimiento y del conocimiento. En su obra De Anima o Acerca
del alma, realizó una clasificación de los seres. Nos habló allí de seres vivientes o
animados, que tienen poder de alimentarse, crecer y morir, y de seres no viviente o
inanimados, como las piedras y el fuego. Los animales y las plantas, al igual que el
hombre, pertenecen al primer grupo por nacer, desarrollarse y morir, alimentarse o
moverse. A estas capacidades de los vivientes las denominó almas, y estableció una
jerarquía entre ellas que, desde la forma más primitiva hasta la más elaborada, son:
nutritiva o vegetativa (qué solo puede alimentarse, desarrollarse, morir, y correspondería
a las plantas), sensitiva, desiderativa, locomotriz (de estas participan los animales) y
racional (que sólo aparece en el hombre).

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