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Otra etapa importante puede registrarse en el decenio 1956-1965, cuando las principales
corrientes del protestantismo decidieron admitir también a las mujeres al sacerdocio. El
hecho representaba una gran novedad eclesiológica incluso para las comunidades
protestantes (a excepción de las iglesias libres de América, que practicaban la ordenación
de las mujeres desde 1853)
En los años del postconcilio, la problemática se extenderá, como se desprende con toda
claridad del libro, pionero en el campo católico, de la teóloga Mary Daly, La Iglesia y el
segundo sexo (1968), que representa la primera respuesta católica articulada -el mismo
título lo insinuaba- a la obra de la escritora francesa Simone de Beauvoir, El segundo sexo
(1949), que, junto con La mística de la femineidad (1963) de Betty Friedan y la Política del
sexo (1969) de Kate Millet, hay que contar entre los textos base del feminismo
contemporáneo.
2. Contexto
La teología feminista se constituye y se afirma en confrontación crítica con las instancias
del feminismo moderno. En la historia del feminismo -que nace como movimiento
diversamente organizado en la primera mitad del siglo xix en Francia, Gran Bretaña y los
Estados Unidos, y que se difunde por los restantes países de Occidente- se pueden
identificar dos estadios:
1) el estadio de los movimientos para la emancipación de la mujer (hasta los comienzos
de los años sesenta), en el que las diversas organizaciones feministas se comprometen
en las luchas por la igualdad de derechos civiles;
2) y el estadio subsiguiente (a partir de los años sesenta), en que el feminismo, primero
en los Estados Unidos y después en el resto de Europa, adopta la forma de los
movimientos de liberación de la mujer (neo-feminismo), que llevan las luchas beyond
equality (Marcuse), más allá de la igualdad. La conciencia de la mujer experimenta una
profunda transformación, y ahora percibe que a las mujeres se les ha asignado un
papel y un lugar (woman's place) en un mundo que sigue siendo mundo del hombre
(man's world); entonces pone en discusión este mundo masculino, sus modelos
androcéntricos y sus estructuras patriarcales.
b) además, presupone un lúcido análisis de los factores sociales y económicos que han
estado en juego en la opresión de las mujeres: se trata también de un proceso social y
económico;
La teología feminista excluye, ante todo, dos tipos de interpretación bíblica, emparentados
en cuanto al método, pero contrapuestos en sus resultados, como son la 1) interpretación
antifeminista 2)y la interpretación feminista post-cristiana.
Al movimiento cristiano primitivo pertenecería el texto de Gal 3,28 («No hay ya judío ni
griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús»), que la teología feminista considera, por su visión de igualdad, totalidad y libertad,
como «la magna citaría del feminismo cristiano»29. El análisis crítico conduce a afirmar
que Gal 3,26-28 (donde se encuentra el versículo 26 que hemos citado) es una confesión
bautismal prepaulina que Pablo cita para indicar la nueva realidad de la fe frente a la ley:
«Gal 3,28 no es una "formulación extrema" paulina, ni una posición avanzada propia de
Pablo, ni una afirmación ocasional y aislada del mismo Pablo en medio de otros pasajes
subordinacionistas. Gal 3,28 es una expresión-clave, no de la teología paulina, sino de la
auto-comprensión teológica del movimiento misionero cristiano, que tuvo un impacto
histórico de gran alcance»30. Pero, mientras la exégesis tradicional interpreta
generalmente Gal 3,28 en sentido espiritualista, como igualdad del alma del hombre y de
la mujer frente a Dios, o en sentido futurista-escatológico, como afirmación de la igualdad
del hombre y la mujer en la nueva creación escatológica, la teología feminista (y otros
cualificados teólogos) urgen el carácter «performativo» (Wayne Meeks) de la antigua
afirmación bautismal: «Es hora -escriben Jürgen y Elisabeth Moltmannde que estas
palabras se traduzcan en hechos en la iglesia (que tiene una gran necesidad de ello) y en la
sociedad (que lo ha esperado con enorme paciencia)»31. El mensaje de Gal 3,28 es éste:
Cristo hace libres y suprime los privilegios y las relaciones de dominio. En la nueva
comunidad, en la que inserta el bautismo, no rige la estructura del matrimonio patriarcal,
que subordina a la mujer con relación al hombre; el Dimorfismo sexual no se convierte en
dimorfismo sexual: todos son miembros de la misma familia de Dios como hermanos y
hermanas. Por esta visión y por esta práctica las primeras comunidades cristianas se
configuraban como «comunidades alternativas» en medio del mundo greco-romano,
comunidades que por su visión y práctica de la igualdad entraban en conflicto con una
sociedad estructurada por privilegios y discriminaciones.
Para Rahner -que se ha ocupado del asunto en un diálogo con su exdiscípula Anita Roper
en ¿Es Dios varón?-, cuando, al hablar de Dios, decimos «padre», no decimos
necesariamente algo distinto de «madre».
También para Moltmann la teología feminista, con su protesta contra el discurso patriarcal
sobre Dios, plantea a la teología cristiana el problema de la recuperación de un auténtico
discurso liberador sobre Dios: «La cuestión es ésta: ¿es el Dios de la Biblia solamente una
ulterior manifestación de la antiquísima divinidad del patriarcado, o bien el "Padre de
Jesucristo" es otro Dios; un Dios que guía a mujeres y a hombres hacia la común libertad
del tiempo mesiánico, en el que ya no habrá ningún matriarcado ni patriarcado, porque
cesará todo dominio del hombre sobre el hombre?»
Es cierto que, mientras que en el Antiguo Testamento a Dios sólo se le llama Padre 11
veces, en el Nuevo Testamento la cifra se eleva hasta 170, aunque el Dios de Jesucristo ha
de ser entendido únicamente en sentido trinitario, no en sentido patriarcal. Jesús se dirige
a Dios con el termino confidencial e intimísimo de Abba, que el Nuevo Testamento nos ha
conservado en el léxico arameo, donde el acento no recae sobre los rasgos masculinos y
patriarcales de la representación de Dios Padre, sino sobre la cercanía de Dios y de su
Reino, cercanía que fue experimentada como sanadora y liberadora también por las
mujeres que se encontraron con Jesús.
La mariología y su uso en la iglesia sigue siendo un campo abierto a las más vivas disputas.
Para la teología feminista, la mariología clásica es ambivalente, porque, si por una parte
significa la recuperación de la simbólica de lo femenino en Dios y dentro del dogma
cristiano, por otra parte es muy clara la subordinación de la mariología a la cristología, con
todas las consecuencias que esta especie de subordinacionismo simbólico femenino
comporta. Si María expresa la dimensión femenina de lo divino, es decir, «la femineidad
de Dios» (Andrew Greely)47, o «el rostro materno de Dios» (Leonardo Boff)48, es fácil
inferir de la subordinación de María a Cristo la subordinación del principio femenino al
principio masculino y, en definitiva, la subordinación de la mujer al hombre.
Conclusión: