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Aunque esto es lo que suele decirse cuando se escribe o habla acerca del concepto clásico
de enseñanza, entendemos que en todos los tiempos presentes o pasados se ha podido
reducir o se reduce la enseñanza a mera transmisión de conocimientos, lo cual nos parece
difícil que ocurra en exclusividad, pues eso sería negar la influencia ejercida por la
personalidad del profesor y su formación intelectual y humana sobre los procesos de
aprendizaje de sus alumnos. Veamos las cinco etapas que establece Melho de Carbalho
(cfr. Zabalza, 2004: 559) en lo que él denomina enriquecimiento semántico del concepto
de enseñanza:
Bajo este último enfoque, que asumimos como complementario a los demás, definía
Robertson (1985) la enseñanza, para quien un concepto moderno de la misma implica
conectar la escuela al territorio, orientar el aprendizaje más que dirigirlo hacia un fin
preestablecido y ampliar el espectro de espacios de formación más que reducirlos a los
aprendizajes intelectuales. Lo cual quiere decir que la enseñanza debe tener por finalidad
conseguir la formación educativa de los alumnos. Y esto se producirá si el que enseña y el
que aprende tienen esa intencionalidad.
Gardner(2008: 15) nos dice que la enseñanza debe estar dirigida a desarrollar cinco
tipos de mente, que serán necesarias si queremos prosperar en el mundo futuro. Tales
son: disciplinada, encaminada al dominio de las materias; sintética, decisiva para que los
alumnos sean capaces de resumir información de diferentes fuentes; creativa, a fin de
desarrollar nuevas formas de pensar; respetuosa, para aceptar, comprender y trabajar con
otros individuos o grupos, y ética, para que reflexionen sobre su propio trabajo.
Consideramos la aportación de Gardner como un enfoque axiológico y prospectivo de la
enseñanza, al señalar que sus fines deben hacer referencia a todas las dimensiones de la
persona, con vista a estar preparado para la sociedad actual y del futuro.