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Seminario
El tiempo de la adolescencia
Su clínica
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Dictado por
Estela Gurman

Clase 2

DE LA ANGUSTIA Y SUS TRAMITACIONES.

Es llamativo que así como habitualmente al tratar la problemática adolescente se pone


énfasis en el movimiento pulsional y las viscicitudes del Yo en su lucha contra tal florecimiento,
sin embargo se hace poco énfasis en la cuestión de la angustia. En cambio se habla de los duelos
en su relación con las pérdidas objetales correspondientes al desasimiento parental, a la pérdida
de la idealización de esas figuras en tanto objetos investidos en la infancia con cualidades
ideales, al cambio en la relación con el propio cuerpo, etc.
Y digo que es interesante por cuanto en el duelo se privilegia la relación con el objeto (su
pérdida), y en la angustia la problemática del objeto abre a una serie de interrogantes. Y más
bien parece presentificarse como adelantándose a la pérdida misma, la angustia parece tener que
ver más con la sensación de amenaza de pérdida (siguiendo a Freud).
Es decir por un lado problemática adolescente, vinculada a las cuestiones entre el Yo y la
emergencia pulsional, búsqueda de un nuevo objeto como clásicamente se afirma, pero creo
entender que justamente la cuestión de la angustia es lo que subvierte la relación con el o los
objetos. Se tratará entonces de: ¿búsqueda de un nuevo objeto?, ¿de un espacio que se abre a la
no presencia de objeto?, ¿a la búsqueda del reencuentro con el objeto radicalmente perdido?, ¿o
a la presencia de un objeto que marca la ausencia?
Mi propuesta es trabajar a partir de ese “afecto” tan singular que es la angustia y que aún hoy
sigue abriendo interrogantes a los analistas, no sólo por sus diferentes modos de presentación
sino por lo que implica su presencia o su ausencia en la práctica con los pacientes.
Ya Freud en “Inhibición, síntoma y angustia” se interroga acerca de dónde le viene el
singular privilegio sobre otros afectos del que goza la angustia, adjudicándole la capacidad de
provocar sólo él “unas reacciones que se distinguen de otras como anormales y se contraponen a
las corrientes de la vida como inadecuadas al fin”.
Sin embargo, el tema de la angustia no es en sí mismo un tema de la psicopatología. Más aún
es un tema que antecede al psicoanálisis y a otras disciplinas, a partir de ser una preocupación
para la filosofía.
De todos modos no intento aquí discurrir acerca de los diversos modos de teorizar la
angustia, sino de ubicar el status que ocupa en una clínica psicoanalítica de los fenómenos
adolescentes. Al decirlo de este modo estoy definiendo además que no se trata de un recorte
simplemente temporal (período evolutivo) sino en todo caso se trataría de formas de tramitación
de la temporalidad, de la sexualidad, de un “modo de estar en el mundo”, de modos de
posicionamiento subjetivo que hacen a un tiempo de desestructuración y reestructuración del
psiquismo que se producen en un devenir.
Por otra parte la temática de la angustia y la de la adolescencia se entrecruzan muy
singularmente y precisamente en el punto de la temporalidad. No es infrecuente hablar del
“apronte angustiado”, de la “espectativa angustiosa” como si se tratara de un afecto que abre
hacia un por-venir.
Lacan dice lo siguiente en el Seminario 4: “Cada vez que se despega el sujeto de su
existencia, por imperceptible que esto sea, el momento en que el sujeto queda suspendido entre
un tiempo en que ya no sabe dónde está, hacia un tiempo en el que va a ser algo que nunca más
podrá reencontrarse. La angustia es eso”.
Podríamos nosotros decir ¿no es eso acaso lo nodal de la adolescencia?
Tiempo de suspensión, tiempo que va de una caída o un naufragio al reestablecimiento de
nuevos puntos de amarre. Y no es casual que hable de naufragio si éste es el témino que Freud
planteó para el Complejo de Edipo. Destino necesario para que alguien se posicione como
sujeto sexuado en el orden generacional. No se trata de un simple proceso de represión, se trata
de lo que arroja determinados contenidos hacia sus fundamentos.
Tampoco no me parece desacertada la idea de “bricolage” como modo de pensar el
movimiento que acompaña al naufragio, esa nueva re-construcción psíquica a advenir.
Pero si algo debe quedar claro es que ningún naufragio es idéntico a otro y tampoco lo que
sobreviene a partir del mismo.
Los modos de tramitación de la angustia son múltiples, cualquier ordenamiento que hagamos
va a contener cierto grado de arbitrariedad, no obstante lo creo necesario.
Una primera categorización creo que podría estar ligada a esas situaciones en que la angustia
guarda el carácter no ya de señal producida por el Yo, sino cuando éste se ve avasallado o teme
verse avasallado por un montante de angustia imposible de tramitar. Allí donde lo que prima es
la desorganización. Y no necesitamos irnos hacia el lado de los fenómenos psicóticos para
ejemplificar esas situaciones, porque precisamente son fenómenos bastante propios en la
adolescencia y que precisamente llevan a confundir ciertas crisis con procesos psicóticos, son
esas manifestaciones que guardan cierta espectacularidad y que muchos autores han definido
como crisis de identidad.
Como no es mi intención plantear una gnoseología, sino vuelvo a insistir tratar de describir
diversos modos en que se procesa la angustia en la adolescencia, quisiera puntuar dos cuestiones
que me parecen interesantes: una, tiene que ver con que lo que Freud ha remarcado en relación a
la reacción de pánico (como fenómenos desorganizativos en la masa), y que hace a cuando el
referente ideal que unifica y sostiene los lazos libidinales cae o se pierde, en ese caso la
desorganización y el pánico son los efectos de esa pérdida. Este sería uno de los modos de
expresión o de manifestación de la angustia. Recordemos que uno de los fenómenos típicos en
la adolescencia es la búsqueda de la agrupación, de la instalación de un Otro que funcione
como ideal, líder, o jefe. Y que es allí donde suele encontrar un sustituto a los ideales perdidos o
caídos ubicados hasta ese momento en las figuras parentales. Si tal sustitución no se logra o
resulta frágil o poco consistente, el sostén del propio Yo en ese ideal se fractura. De ahí un paso
al pánico, angustia, amenaza catastrófica. Y como consecuencia la búsqueda muchas veces
compulsiva de un “algo” que venga a ocupar el lugar vacante, de los ideales caídos o del sostén
unificador.
Se ha hecho habitual hoy en día, hablar del “ataque de pánico”. Esta nominación suele
reducirse tan solo a eso y a una precisa y a veces detallada descripción de una serie de
fenómenos que supuestamente servirían para diagnosticarla. Dos cosas suelen olvidarse: una,
qué implica esta forma de presentación de la angustia y cuáles son sus fundamentos; y otra, qué
del sujeto en relación a ese padecimiento.
Se confunde los efectos de cierta desubjetivización que puede emerger en tales crisis, con un
borramiento del mismo (del sujeto). Lo que creo necesario retomar aquí, es que la angustia
cualquiera sean sus formas de presentación es solidaria de la presencia del deseo, bajo la forma
de deseo del Otro. Presencia amenazante allí donde el sujeto se encuentra sin recursos para
sostenerse ante el ¿qué me quiere? Sólo hay falta de respuesta (detención) o emergencia de
angustia. No hay saberes que den respuesta.
Lo señalado anteriormente es un modo de insistir en que la angustia no es sin objeto, aunque
ésta nada tenga que ver con ninguno de los objetos conocidos. Será aquel que Lacan designa
como objeto a, y que remite a aquello de lo perdido e irrecuperable que hace a la constitución
subjetiva misma.
En este tiempo crucial (el de la adolescencia) también podemos decir que ella no es sin
angustia.
Pero quiero ahora hacer un breve recorrido que apunta a alguna idea nacida en los tiempos
iniciales de la obra freudiana, tiene que ver con la concepción de las neurosis actuales y de las
así llamadas neurosis de angustia y neurastenia. Manifestaciones donde la angustia juega un
papel peculiar ya que allí Freud ubica estas entidades como modos de procesamiento directo de
descargas sexuales inadecuadas o parciales, y la considera como no teniendo que ver con ningún
procesamiento otro, a diferencia de las psiconeurosis. Como referencia en lo que importa para
nuestro tema, es que señala la práctica del onanismo (común en la pubertad-adolescencia) como
una de las fuentes productoras de este tipo de angustia. “Angustia tóxica, producto de una
acumulación de substancia de la química sexual. Hoy, esta explicación referida tan directamente
a una causalidad materializada en el quimismo de los cuerpos, nos resulta diríamos
contradictoria con la edificación conceptual realizada por el mismo Freud, a no ser que
tomemos en consideración algo que agrega luego y que es: el tomar las neurosis actuales como
operando al modo del grano de arena en la formación de la perla en la constitución de las así
llamadas psiconeurosis.
Este “plus”, esta sexualidad desamarrada, ¿no es acaso también, la que opera en la
adolescencia? Sexualidad que se presenta haciéndonos pensar en el núcleo de la perla, como un
“real”, que no es sino “real” traumático. Real que excede las posibilidades de simbolización, e
imaginarización.
Esta aseveración, no implica que nos quedamos en la primera teoría de la angustia (tampoco
Freud lo hizo), sino de volver a afirmar la compleja relación entre sexualidad y angustia. Y esto
especialmente por la peculiaridad de los fenómenos propios de este tiempo adolescente.
No deja de ser solidaria de esta propuesta tomar en cuenta que la fantasmatización (tema de
que nos ocuparemos en una próxima clase) en estos tiempos tiende a vacilar, y que
precisamente es el fantasma lo que puede servir de amarre a la angustia.
No hay mejor ejemplo de ello que la constitución del síntoma fóbico. Este aparece como un
modo de acotar a través de un balizamiento significante lo que ha devenido un espacio
imposible de transitar porque la angustia devela la amenaza de un vacío que puede “tragar”.
Véase el historial de Juanito, donde este pasaje de la angustia indeterminada a un objeto
fobígeno se muestra claramente.
Estamos aquí ante una de las formas posibles de tramitación de la angustia que es la que
sigue las vías de la formación de síntomas.
Como recordatorio, tengamos presente que en “Inhibición, síntoma y angustia”, Freud ubica
la angustia en tanto señal como lo que “llama” a la instauración de la represión, y el síntoma en
tanto formación de compromiso , expresa el retorno de lo reprimido.
Formaciones de síntomas que pueden ser más o menos exitosos en cuanto acotamiento de la
angustia, pero este tema nos llevaría a recorrer el amplio campo de las neurosis, cuestión que
excedería el espacio de este seminario.
Lo que quiero situar ahora, es que en tanto sigamos sosteniendo el Complejo de Edipo como
punto nuclear de las neurosis, y en su irreductible relación con el Complejo de castración, decir
angustia es evocar angustia de castración, prototipo de toda formación de angustia.
Ubicándonos en este segundo tiempo de la sexualidad, tiempo adolescente, recordaremos
que será aquí donde todo sujeto tendrá que comenzar a dar cuenta de la eficacia y
funcionamiento del significante de la castración, el falo. Cuestión a jugarse en la confrontación
con el Otro como Otro sexo, confrontación en lo real del acto sexual, que será seguramente no
sin angustia.
Planteémonos ahora qué otras respuestas posibles para tramitar la angustia, de no ser la
formación de síntoma.
En el Seminario IX, Seminario de la Angustia, Lacan propone un cuadro matricial en el que
ubica una serie de términos ordenados en relación a la tríada freudiana de “Inhibición, síntoma y
angustia” y los coloca en relación a dos vectores: movimiento y dificultad.
Yo tomaré de allí algunos pocos, que me parecen esenciales en relación a nuestro tema, se
trata de: inhibición, acting-out y pasaje al acto. Tres modos de tramitación de la angustia que
suelen presentarse diría casi inexorablemente en la clínica con adolescentes.
En el caso de la inhibición Freud la ubica como relativa a una dificultad en el ejercicio de
alguna función yoica y que generalmente cobra apoyatura en lo que califica como “erotización”
de la función. (Ejemplo: alguien no puede escribir en tanto esa actividad simbólicamente
representa un coito incestuoso).
Presenta muchos casos y descriptivamente parecen coincidir con lo que precisamente
encontramos en la clínica con adolescentes.
Por ejemplo las dificultades de tipo “inhibición” en alguna/s materia/s o temas de estudio.
(Matemáticas suele convertirse en una materia absolutamente erótica, aunque no lo parezca).
De todos modos no es tan sencillo poder decidir cuándo una inhibición se torna sintomática.
De ahí quizás que Lacan la defina como síntoma en el museo, aludiendo quizás a que la
inhibición puede aparecer como resto o efecto de lo acontecido en tiempos de la neurosis
infantil, y que restaría solidificada al modo de un rasgo de carácter. De ahí que pueda
presentarse como un modo del ser: soy tímida, etc.
Por lo dicho, una inhibición no suele implicar demanda de análisis, de ser así, que demande,
estaríamos entonces más cerca de su sintomatización.
Otra cuestión a destacar, es su carácter (el de la inhibición) de detención, modo de impedir
que si determinada acción sellevara a cabo, surgiría la angustia.
Respecto al acting-out, modalidad que entiendo puede privilegiarse en el análisis con
adolescentes, es de destacar su carácter mostrativo. Queda para ser discutido si se puede hablar
de acting.out por fuera del marco analítico.
Suele destacarse del acting-out su cualidad de escena, lo que es dado a mostrarse, a un Otro
que suele encarnarse en el analista.
Es un llamado a la interpretación, aunque no necesariamente ésta pueda ser eficaz.
En el cuadro matricial ya mencionado el acting se halla muy próximo a la angustia y
conserva mayor grado de movimiento que el síntoma.
No es infrecuente que sea acting mediante (aquí hacemos extensivo su uso a un fuera de
análisis) que un adolescente sea traído a la consulta (pequeños robos, escenas llamativas,
provocaciones evidentes, etc.).
Toda la actuación de la joven homosexual del historial freudiano que precede al acto de
arrojarse a las vías, suele interpretarse como un verdadero acting-out. Mostración (el paseo con
la dama frente al padre) que al fracasar la arroja de la escena, y cae (niederkomen),
produciéndose ahora sí lo que denominamos pasaje al acto.
Definimos entonces el pasaje al acto como un quedar fuera de la escena. Fuera del marco
fantasmático en el que todo sujeto se sostiene.
En el caso ya mencionado de la joven homosexual se pone en evidencia cómo queda
identificada a un objeto de desecho, cosa muy distinta a la posibilidad de operar como objeto
causa (de deseo).
Dada la vulnerabilidad que acecha a todo adolescente, por cierta precariedad estructural en
su relación al Otro, es importante tener presente dicha situación, precisamente por el riesgo que
conlleva todo pasaje al acto.
Un indicador a tener presente, es cuando la angustia comienza a quedar o a intentar instalarse
del lado del analista.
Por supuesto habiéndose establecido que esto no acontece por una simple fragilidad en la
posición del mismo.
A continuación relataré algunas viñetas en torno a viscicitudes de la angustia en una cura
psicoanalítica con una adolescente.
Cuando me consulta Elena, 18 años, padece distintas afecciones somáticas ubicadas ya sea
en la zona genital, cuestiones respiratorias, gástricas, etc. Pero no son sólo estas cuestiones las
que motivan su consulta, una suerte de malestar generalizado poco ubicable, la hace sentirse
mal. Viene a la consulta a sugerencias de la madre, persona analizada y que sostiene lo que
podríamos decir una suerte de vínculo idealizado con el psicoanálisis.
Durante un largo tiempo el tratamiento se mantiene en una suerte de “como si”, algo no
termina de cuajar como transferencia de trabajo, algo de un mandato materno parece recubrir un
acatamiento relativamente armónico a las reglas del tratamiento. En la vida cotidiana le van
ocurriendo muchas cosas. Cese al menos temporario de los síntomas somáticos, cambios de
pareja que parecían situaciones consolidadas, despegue parcial de una relación especular con la
figura materna y comienzos en el tratamiento de un material ligado al duelo congelado por la
muerte del padre, que precede en uno o dos años a la consulta.
Con la emergencia del duelo, se reactivan en el afuera conductas impulsivas de
características masoquistas que recuerdan algunas cuestiones de la infancia donde buscaba de
ese modo y activamente el castigo paterno.
Frente a lo que podría surgir como dolor psíquico o angustia, se incrementa las conductas en
el afuera al modo de lo que denominaríamos descarga motriz, y luego consecuencias de las
mismas que recaen sobre el propio cuerpo afectándolo seriamente.
Transcurre un período de verdadera preocupación y por momentos de angustia para la
terapeuta. La paciente parece estar conducida en una especie de compulsión repetitiva difícil de
parar.
La línea de trabajo que asume la analista se centra en la dificultad por parte de la paciente de
tolerar determinadas representaciones mentales. Al mismo tiempo lleva a cabo algunas
intervenciones tendientes a acotar (de ser posible) el goce masoquista que también se empezaba
a manifestar con ausencias y llegadas tarde a las sesiones.
Poco a poco, se produce un doble vuelco por parte de la paciente, comienza a trabajar de un
modo estable y responsable, asumiendo el pago de su análisis, prosigue estudios terciarios
interrumpidos y con mayor interés, solidificando al mismo tiempo el vínculo transferencial en
su análisis. Esto no sin sobresaltos, pero esta vez por parte de la paciente, que con angustia
comienza a temer por la posibilidad de “hacer mierda” lo logrado. Retornan por momentos
algunos síntomas somáticos, pero ahora bajo una forma muy particular, extraña hasta entonces:
dolor. Se reconoce frente a una situación vivida como convocante una respuesta que no sabe
cómo dar sintiendo un intenso dolor que la paraliza. Angustia-dolor son ahora nuevos lugares a
transitar. Dolor que aún no puede ser incluído como dolor psíquico, pero que le marca un nivel
de discriminación y de posicionamiento subjetivo desconocido hasta ese momento.
Podría decirse que en esta ocasión, allí donde otro hubiera reaccionado con angustia, ella
duele (¿o duela?) en su cuerpo. Si bien aparentemente la localización vuelve a ser similar a la de
los inicios, su posición subjetiva es otra. No se trata ya de relatar una crisis respiratoria más, u
otras quejas similares, sino en preguntarse ¿qué le pasó y por qué?
Quiero señalar también que alguna de estas crisis que he denominado respiratorias no
siempre consistían en los clásicos ataques asmáticos tal como ella denominaba a los ataques
sufridos desde la infancia, sino que sobre todo en el transcurrir del proceso analítico parecían
configurarse más al modo de verdaderos ataques de angustia.
Otra línea que se fue trabajando a lo largo del proceso analítico estuvo ligada a la cuestión
del dormir, entre otro de los padeceres de esta paciente aparecían cuestiones ligadas a la
dificultad de dormir, que pudieron precisarse como verdaderos temores a dormir y temores a
soñar. El punto máximo de su dificultad para dormir coincidió con los momentos de máxima
actividad impulsiva, actividad que parecía en parte justificar su no dormir dado que se trataba de
cuestiones ligadas a la noche, actividades que parecían ligarse a ciertos fantasmas configurados
bajo la forma de ser una mujer de la noche.
Lo que quiero señalar, muy especialmente, es que en el seguimiento del proceso analítico de
esta paciente, las actividades que yo he llamado impulsivas, relacionadas con la pura descarga
motriz, acompañadas de estas dificultades para dormir y por lo tanto para configurar sueños,
parecen disminuir, hacerse menos intensas e incluso quedar al menos detenidas en la misma
medida en que puede comenzar a procesar ciertas cuestiones a nivel de representaciones
mentales, y puede comenzar a interrogarse más comprometidamente acerca de todas estas cosas,
que dejan de ser cosas que le suceden y pasan a ser cuestiones que la interrogan, que la
desconciertan, que le hacen en cierta manera preguntarse qué tiene que ver ella en todo esto.

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