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Teoría Psicoanalítica – Cursada 2021

Undécima Clase Primera Parte (de Casas – Volta)

11) La cuestión del ideal.

a) Yo ideal e ideal del yo. La distancia entre el ideal y el yo actual. Ideal del yo y complejo de Edipo. El
lugar paterno. Ideal y sustitución. Ideal y represión.
b) La serie: hipnosis, masa, enamoramiento. Ubicación del objeto en el lugar del ideal. La cura por amor y
el psicoanálisis. Transferencia, repetición y resistencia.

Bibliografía obligatoria:
✔ “Introducción del narcisismo” (1914), punto III, AE, XIV, 89-98.
✔ “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921), caps. II, V, VII, VIII y XI, AE, XVIII, 69-77, 89-
94, 99-110, y 122-6.
✔ “Sobre la dinámica de la transferencia” (1912), AE, XII, 97-105.
✔ “Recordar, repetir y reelaborar” (1914), AE, XII, 149-57.

Bibliografía ampliatoria:
✔ “Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica” (1919 [1918]), AE, XVII, 155-63.
✔ “La represión” (1915), AE, XIV, 141-52.
✔ “Lo inconsciente” (1915), AE, XIV, 161-201.

La clase pasada estuvimos trabajando la idea del Yo como “unidad”, y junto con ello lo pensamos
como el primer “objeto” de amor. Es decir que por un lado, vimos algo que nos posibilita plantear
una organización, es decir el cuerpo correspondiente al narcisismo a diferencia del autoerotismo
donde hablábamos de un cuerpo fragmentado a nivel de la satisfacción pulsional; y desde allí las
posibles ubicaciones de la libido en los objetos, es decir las diversas formas posibles de elección
de objeto en sus relaciones con el amor.
Ahora bien, esta elección, este amor a la imagen de unidad que uno tiene de su yo, no proviene
de ninguna maduración específica. Es decir, está claro que el yo no existe como algo dado desde
el principio pero tampoco se trata de que a medida que pasa el tiempo surge espontáneamente
esta unidad como algo indicado por la evolución de la vida misma. No, este amor proviene de
“una nueva acción psíquica” (eine neue psychische Aktion) (AE, XIV; p. 74) decía Freud. Allí
ubicamos cierta identificación, apropiación de algo que viene de afuera, de aquel otro
representante de la cultura que, para decirlo de una manera rápida y simplificada, es la madre.
Hay una identificación con aquello que la madre dice o transmite que es el hijo para ella. Lo que
dice, lo que da entender en actos, en gestos, le reserva un lugar particular. Ese dechado de
virtudes, una belleza, es una fascinante unidad suma de perfecciones (recordemos el valor fálico
del hijo que trabajamos en la unidad 9). Al final del segundo apartado de “Introducción del
narcisismo” Freud menciona la frecuente sobreestimación de los padres, la actitud tierna hacia el
niño: “prevalece una compulsión a atribuir al niño toda clase de perfecciones (para lo cual un
observador desapasionado no descubriría motivo alguno) y a encubrir y olvidar todos sus
defectos” (…) “Enfermedad, muerte, renuncia al goce, restricción de la voluntad propia no han de
tener vigencia para el niño, las leyes de la naturaleza y de la sociedad han de cesar ante él, y
realmente debe ser de nuevo el centro y el núcleo de la creación. His Majesty the Baby, como una
vez nos creímos” (AE, XIV, pp. 87- 88). El yo se constituirá, vía la identificación, por la apropiación
de los rasgos de ese que en realidad no es.
En relación a esto Freud utiliza aquí dos expresiones: “Yo ideal” (Ich-Ideal), e “Ideal del yo” (Ideal-
Ich). No son sinónimos. Tenemos que pensar cómo se funda esa oposición y cómo se articulan
teórica y clínicamente.

Yo ideal e ideal del yo


Comencemos con la primera, el “Yo ideal”. Está ligada a “su majestad el bebé”, que debemos
situar correlativamente a la organización libidinal narcisista y al valor fálico que adquiere el niño
para el deseo de la madre en virtud de la ecuación simbólica. En su armado y sostén está en
juego el Ideal de hijo que se proyecta sobre él, que lo atrapa y al cual se identifica. Freud tiene la
idea de que esa sobreestimación del niño por parte de los padres es el resultado del antiguo
narcisismo de ellos, que “ha ganado su seguridad refugiándose en el niño. El conmovedor amor
parental, tan infantil en el fondo, no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres, que en
su trasmudación al amor de objeto revela inequívoca su prístina naturaleza” (AE, XIV, p. 88)

Ideal del otro “Yo ideal”


(falo – narcisismo)

Identificación

El Yo ideal es entonces una suerte de precipitado en el que como resultado de diversas


determinaciones se obtiene esa imagen narcisista de perfección, con brillo fálico. El niño puede
tomarse por ella, identificarse. Esto funda y organiza el yo. Freud ironiza y habla incluso del
“delirio de grandeza que una vez se tuvo” (AE, XIV, p. 90)
Por otro lado, dijimos en la clase pasada, que este estado de cosas no dura eternamente sino que
el pasaje por el complejo de castración supone el abandono de esa posición constitutiva. Con eso
arranca justamente el tercer apartado de “Introducción del narcisismo”. Freud nos dice que de las
perturbaciones a las que está expuesto el narcisismo originario del niño, “su pieza fundamental
puede ponerse de resalto como «complejo de castración»” (AE, XIV, p. 89). Allí hay una discusión
interna de Freud con Freud mismo, acerca del peso final que debe otorgársele al complejo de
castración en la génesis de las neurosis. Primero dice que no sería tanto, pero fíjense cómo se
corrige en la nota al pie N° 1. Es una nota de 1926, es decir, posterior a todos los descubrimientos
relativos a la importancia de la fase fálica y del complejo de castración. Comenta: “Hoy no sabría
indicar neurosis alguna en que no se encontrara este complejo” (AE, XIV, p. 90). En todo caso, no
perdamos de vista que está en juego un dejar de ser eso por lo cual ilusoriamente se tomaba en
un momento, el quiebre de la identificación al falo, la caída del Yo ideal en función de articular la
noción de castración materna y la angustia de castración/envidia del pene. Dicho en primera
persona sería: “Si mi madre está castrada, yo ya no lo soy”.
Desde el punto de vista de la asunción de una posición sexual futura, vimos que el falo
funcionaba como un elemento organizador. ¿Pero qué sucede con el yo?
Nunca habrá coincidencia con ese “Yo ideal” pero se tenderá a parecerse lo más posible. ¿De
qué manera? Intentará recuperar algo de este yo ideal “perdido”. Aunque nunca haya sido
realmente eso, resulta de este lugar una ilusión o espejismo de que se estuvo en ese lugar y se
perdió. ¿Cómo recuperarlo? Aquí hay que situar el valor del “Ideal del yo”. Es una orientación, un
punto de referencia desde donde mirarse. Cuanto más se acerque el yo actual a la concreción de
lo que indica el Ideal, más cerca estará de sentir que vuelve a ser eso que creyó ser alguna vez.
Por eso Freud lo va a poner en relación la distancia entre el ideal y el yo actual con el sentimiento
de sí (Selbstgfühl).
Una analogía para pensar esto es lo que encontramos muchas veces mientras estamos de viaje o
haciendo turismo. Uno puede estar recorriendo una zona, admirando la naturaleza y de golpe se
encuentra con una “punto panorámico”. Suele ser un lugar indicado en el camino desde donde
mirar y admirar el paisaje. Desde allí se ve mejor, salen más lindas las fotos. El Ideal del yo es
una especie de punto panorámico interiorizado, desde donde se mira mejor o peor el “paisaje del
Yo” en función de su acercamiento o distancia. “Podemos decir que uno ha erigido en el interior
de sí un ideal por el cual mide su yo actual” (AE. XIV, p. 90).

Ejemplos clínicos.
Algunos ejemplos clínicos pueden ayudarnos a pensar la relación entre el Yo y el Ideal del Yo. Un
primer caso que nos trae Freud es lo que llama “delirio de ser notado”, o “delirio de ser
observado” (AE, XIV, p. 92). Nos dice que es frecuente y que aflora con bastante nitidez en la
sintomatología de enfermedades paranoides. Los enfermos se quejan de que alguien conoce
todos sus pensamientos, observa y vigila sus acciones. A veces las voces que escuchan relatan
todo lo que ven de él. Se trata de casos extremos en los que el paciente está como perseguido
por esta mirada de la que no puede sustraerse, por más de que se ponga capuchas y lentes
oscuros.
Otro ejemplo donde se puede notar el funcionamiento del Ideal con cierta nitidez son algunos
casos de anorexia. Suele suceder que una paciente se encuentre muy adelgazada, incluso en
riesgo nutricional, con todas las complicaciones asociadas (endocrinológicas, etc.). Hay casos en
que llegan incluso a la caquexia. Todo el mundo las ve muy mal. Sin embargo, en el momento en
que ella se mira en el espejo, ¿qué dice?: “me veo gorda”.

La psiquiatría rápidamente puede decir: “tiene una distorsión perceptiva”. El psicoanálisis en


cambio, puede introducir en este punto una pregunta más operativa. ¿Desde dónde se mira, para
verse gorda? Ahí aparece delatado el Ideal interiorizado que la comanda, desde el cual se mira y
“se ve” gorda.
Algo similar sucede en las llamadas “dismorfias” o “dismorfofobias”. Son pacientes que a menudo
se dirigen a cirujanos plásticos pidiendo corregir algún defecto que encuentran en su imagen
corporal. El problema es estético. La imagen de sí que ven no es linda (algo no anda a nivel del
narcisismo) y quieren erradicar el problema. El problema es que después de operarse vuelven
una y otra vez. Siempre hay un defecto, algo que no queda bien, y eso “se ve”. En realidad, la
cuestión no depende de la mala praxis o de los errores eventuales del cirujano. Este puede haber
hecho muy bien su trabajo. El problema es desde dónde se mira el paciente. Cuál es el Ideal que
comanda, los valores de lo bello o lo feo que orientan la consistencia estética de su imagen. Si
eso no se conmueve, siembre ser verá feo, por más que se haga de todo.
Toda la problemática tan amplia y tan compleja de la llamada “identidad de género autopercibida”
también hay que pensarla teniendo en cuenta desde dónde se mira. Esto es particularmente difícil
de establecer en los casos de las “infancias trans”. En esos casos muchas veces es patente cómo
impacta el Ideal de hijo que los padres proyectan, en la “autopercepción” en cuestión. De allí
también que el psicoanálisis contemporáneo haya adoptado una posición de prudencia e
indagación clínica en los casos de niños antes de iniciar cualquier transición precoz de género.
Un paciente varón cis heterosexual no está menos atrapado en el Ideal. Tranquilamente puede
sucederle que una mujer que no lo atrae se le acerque para seducirlo: “no pude decirle que no”,
“iba a quedar como un boludo frente a mis amigos”. O a la inversa, una mujer puede aguantarse
las ganas de tener sexo en un primer encuentro porque “¿qué va a pensar de mí? Voy a quedar
como una puta”. De nuevo, ¿desde dónde se miran? Son ejemplos que permiten entender el
peso de la imagen narcisista que no se quiere perder, y que el sujeto cree necesario dar a ver
frente al mundo y frente a sí.
En todos estos casos que estamos mencionando, tiene que quedar claro que lo que alguien
percibe, a nivel de su imagen, de su yo, no es algo directo, intuitivo. Es siempre un efecto, está
mediado, está comandado por el punto desde el cual se mira y se mide.
Más cotidianamente, es muy frecuente escuchar en la clínica con pacientes neuróticos, bajo
diversas formas el conflicto entre lo que traen como “su deseo” y el “deber ser”. A veces la queja
toma la forma de un “me cuesta mucho decir que no”, “no puedo tomar posición propia”. ¿Cuál
sería el costo? En muchos casos el problema es que el paciente no quiere perder, no quiere
pagar el precio de recuperar esa satisfacción narcisista que aporta indirectamente el ajuste con el
Ideal del yo. “Quedo mal si hago eso”. Ya no es una deformidad estética, un desajuste corporal,
sino una “deformidad moral”. ¿Queda mal “para quién”? Las asociaciones suelen derivar en
aquellos puntos, a veces que han sido interiorizadas como prescripciones que permiten recuperar
el amor indirectamente a través del Ideal. “Si yo digo que no, si yo hago tal cosa, pierdo el amor
del otro”.
Esto último es una idea que Freud ya nos traía respecto de la educación de los niños pequeños.
¿Cómo se educa a los niños? ¿Cómo lograr que respondan a las expectativas de la vida familiar,
escolar, social? Cuando trabajamos “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico”
(1911) vimos en el punto 5 del artículo que Freud describe a la educación como una incitación a
vencer el principio de placer y a sustituirlo por el principio de realidad. Este proceso implica un
desarrollo en el cual el yo se ve envuelto, y que para alcanzar el fin educativo “se sirve de los
premios de amor por parte del educador” (AE, XII, p.229). Si el niño responde de manera
correcta al objetivo del educador -sustituir el principio de placer por el de realidad- este responde
a dicha adaptación con un don, un premio, o un objeto acorde a la demanda del educado. “Si me
porto bien, si hago toda la tarea, entonces me aman”. Siguiendo esta lógica, Freud nos dice que
la educación fracasa en los casos en que el niño mimado ya que cree poseer el amor de todos
modos. Si no teme perder el amor del otro, no renuncia al beneficio pulsional directo y se vuelve
ineducable.
Muchos padres frente a los berrinches de un hijo, ya por cansancio terminan diciendo cosas como
“Así no te quiero ver”, “No te aguanto más, no te quiero ver más hacer eso”. “Qué vergüenza…. si
te vieran así” ¿Qué debemos destacar de esto? ¿Por qué funcionan estos retos? Por el “así no te
quiero”. Son frases que dan a entender que “de otra manera sí me quieren”. Dibujan delante de él
la forma del Ideal. El niño debe pagar con la angustia de perder el amor del otro. De otro modo no
es educable. Es una idea bastante constante en Freud, no se renuncia a ninguna satisfacción por
nada, siempre es a cambio de algo, en este caso, en pos de conservar el amor del otro. Llevando
las cosas un poco más lejos podríamos preguntarnos, un poco en broma y un poco en serio, ¿por
qué alguien le es fiel a su pareja? O ¿por qué la infidelidad se hace en secreto, y no a la vista de
la pareja? Las llamadas “relaciones abiertas” si bien se han vuelto más visibles en los últimos
tiempos, no logran establecerse con una frecuencia equiparable a las que piden exclusividad.
Quizás la respuesta sea que alguien es fiel sólo “para no perder el amor del otro”. De hecho no
faltan casos en los que después de haber sido perdonada/o una vez, el sujeto sigue siendo infiel.
¿Será que sabe que no tiene nada que perder allí?
Un punto interesante para discutir también, está ligado quienes cometen delitos. Si bien en el
campo de la criminología, de la victimología y de lo forense en general intervienen muchos otros
factores que no se pueden desconocer (sociales, culturales, económicos, psicopatológicos,
consumo de sustancias, etc.) es pertinente además hacernos la pregunta. ¿Cómo llega alguien a
cumplir o a violar una norma? Quien delinque ¿tiene o no noción de qué es lo que está bien o
mal? Son cuestiones que se debaten entre especialistas cuando hay que definir la imputabilidad
frente a un acto. Quizás en el ideal transmitido y que orienta sus acciones eso delictivo que hace
esté “bien visto”. Pero aún en el caso de que eso que hace no esté bien visto, ¿tiene
efectivamente algo que perder por ello? En todo caso, siguiendo al planteo freudiano, sería
necesario que un individuo haya recibido primero algo en términos de amor narcisista, y que no
quiera perderlo o desee recuperarlo, para poder renunciar a satisfacciones inmediatas, de esas
que se encuentran por fuera del marco de la ley. Es difícil que alguien decida respetar la norma
cuando “está jugado” o ya no tiene “nada que perder”.

La conformación del Ideal del yo


Freud plantea que luego del sepultamiento del complejo de Edipo se produce una interiorización,
una incorporación de la autoridad de los padres. El Ideal del yo como tal tenemos que pensarlo
como una instancia simbólica, axiológica, donde ubicamos los valores que pueden ser éticos y/o
estéticos como por ejemplo bondad, justicia, honestidad, belleza, etc. No son sólo positivos. Todo
valor tiene su polo opuesto, siguiendo los ejemplos, maldad, injusticia, deshonestidad, fealdad,
etc. Retomando, esta instancia que comprende todas estas cualidades o valores, rasgos que se
plantean como deseables imponen un patrón con el que debo cumplir, alcanzar, para parecerme
a ese yo ideal “nuevamente”: “ La incitación para formar el ideal del yo, cuya tutela se confía a la
conciencia moral, partió en efecto de la influencia crítica de los padres, ahora agenciada por las
voces, y a la que en el curso del tiempo se sumaron los educadores, los maestros y, como
enjambre indeterminado e inabarcable, todas las otras personas del medio (los prójimos, la
opinión pública) (AE, XIV, p. 92). Algunas veces Freud utiliza el término de “introyección” para dar
cuenta de cómo se constituye esta instancia como un grado en el interior del yo.
Tengan cuidado y presten atención cuando lean el artículo porque hay algunos pasajes donde
Freud hace un uso un tanto equívoco de los términos, por ejemplo en el inicio de la página 91. Es
cierto que dice “yo ideal”, pero especifica que es “ahora”, o “nuevo” yo ideal. Ganamos en claridad
si lo denominamos directamente “Ideal del yo”. Teniendo en cuenta la coherencia y la
estabilización conceptual que se alcanza en función del resto del texto y de artículos posteriores
de Freud es más sencillo leer directamente allí “Ideal del yo”: “Y sobre este yo ideal recae ahora
el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real. El narcisismo aparece desplazado a
este nuevo yo ideal que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones
valiosas. Aquí, como siempre ocurre en el ámbito de la libido, el hombre se ha mostrado incapaz
de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección narcisista
de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época
de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del
ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de
su infancia, en la que él fue su propio ideal” (AE, XIV, p. 91).

¿Qué relación hay entre Ideal del yo y la represión?


Aquí debemos distinguir varios niveles. En un primer nivel, el establecimiento del Ideal del yo, es
el resultado de una identificación post-edípica. En el armado del ideal se introyecta, se interioriza
la autoridad parental junto al establecimiento de la significación de lo “prohibido” en relación a la
satisfacción. En este sentido, la secuencia iría desde el sepultamiento del complejo de Edipo
(Castración), pasando por la operatoria de la Represión primordial que instaura el distingo entre
actividad consciente y actividad inconsciente, hasta llegar a la introyección del Ideal del yo
¿Pero antes no funcionaba el Ideal? Sí, funcionaba en acto, en vivo y en directo el ideal de los
padres, la mirada de los padres orientando y sosteniendo el armado del Yo ideal.
¿Y luego de establecido el Ideal del yo como instancia?
Una vez instaurado el ideal en su aspecto normativo, este pasa a ser condición desde el yo para
que operen las represiones posteriores. Freud encuentra allí la posibilidad de reubicar la noción
de “conflicto” entre el Yo y la sexualidad que se había desdibujado cuando definió al narcisismo
como una colocación libidinal. Nos dirá que las “pulsionales libidinosas sucumben al destino de la
represión patógena cuando entran en conflicto con las representaciones culturales y éticas del
individuo”. No se trata de un conocimiento meramente intelectual de ellas. El individuo “las acepta
como normativas, se somete a las exigencias que de ellas derivan” (...) “La formación del ideal
sería, de parte del yo, la condición de la represión” (AE, XIV, p. 90).
En “La represión” (1915) Freud nos dice que “la satisfacción de la pulsión sometida a la
represión sería sin duda posible y siempre placentera en sí misma, pero sería inconciliable con
otras exigencias y designios” (AE, XIV, p. 142). Se trata de las exigencias y designios del Ideal del
yo. En este caso Freud está hablando de las represiones secundarias, de aquellas que funcionan
como esfuerzo de dar caza a lo que entra en conexión con lo reprimido primordial.
Si quisiéramos presentar todo esto en términos de una secuencia o “desarrollo del yo” (AE, XIV,
p. 96) podríamos establecer los siguientes puntos:

1) Ideales del otro que operan en acto y precipitan el “Yo ideal” (Narcisismo, Falo,
identificación) del lado del niño.
2) Complejo de Castración y Sepultamiento del complejo de Edipo (Lugar del Padre)
3) Represión primordial
4) Ideal del yo introyectado como instancia normativa (en continuidad con el Padre)
5) Sublimación vs Represión propiamente dicha a causa del “conflicto” que surge entre el
Ideal del yo y la sexualidad.
“El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo primario y engendra
una intensa aspiración a recobrarlo. Este distanciamiento acontece por medio del desplazamiento
de la libido a un ideal del yo impuesto desde fuera; la satisfacción se obtiene mediante el
cumplimiento de este ideal” (AE, XIV, p. 96). Se trata de una satisfacción indirecta, ligada a la
sublimación, y no de la satisfacción de la moción que dio origen al conflicto psíquico.
Para intentar explicar esto, Freud recurre a complejas precisiones metapsicológicas en las que
discute y distingue las relaciones entre la idealización y la sublimación. Aclara que mientras que la
idealización es un proceso que atañe al objeto, la sublimación describe un proceso que concierne
a la meta de la pulsión. No va de suyo entonces que quien haya trocado su narcisismo por la
veneración de un elevado ideal del yo alcance en ese mismo movimiento la sublimación de las
pulsiones libidinosas. “El ideal reclama por cierto esa sublimación, pero no puede forzarla” (AE,
XIV, p. 91). Los neuróticos fracasarían justamente en este aspecto. El síntoma, en tanto retorno
de lo reprimido, es la prueba de que la represión ha sido igualmente necesaria. “La sublimación
constituye aquella vía de escape que permite cumplir esa exigencia sin dar lugar a la represión”
(AE, XIV, p. 92).

Las funciones del Ideal del Yo


En “Introducción del narcisismo” Freud va a planteando entonces diversas funciones del Ideal del
yo en tanto instancia.
En primer lugar, lo que podríamos denominar “la observación de sí”, “autocrítica” (AE, XIV, p. 94),
eso que condiciona el modo de ver y valorar las cosas. Como consecuencia Freud sitúa el
“sentimiento de sí”, expresión de la grandeza del yo, como un efecto, como un resultado del
acercarse o distanciarse respecto del ideal. “Todo lo que uno posee o ha alcanzado, cada resto
del primitivo sentimiento de omnipotencia corroborado por la experiencia, contribuye a
incrementar el sentimiento de sí” (AE, XIV, p. 94). Por el contrario, cuando la distancia con el ideal
se incrementa, se produce una rebaja a nivel del sentimiento de sí (ej. en la melancolía) que suele
acompañarse de culpa, autodesprecio y autoreproches. Sin llegar tan lejos, en la vida amorosa
normal, sucede que el no ser amado por el objeto produce como efecto también una rebaja del
sentimiento de sí.
En consonancia, y como se trata de una “instancia censuradora” (AE, XIV, p. 93), Freud
desprende y ubica allí la función de la llamada “conciencia moral”: “La institución de la conciencia
moral fue en el fondo una encarnación de la crítica de los padres, primero, y después de la crítica
de la sociedad, proceso semejante al que se repite en la génesis de una inclinación represiva
nacida de una prohibición o un impedimento al comienzo externos” (AE, XIV, p. 93).
Agrega además, y en una lectura retroactiva de “La interpretación de los sueños”, que “Si nos
internamos más en la estructura del yo, podemos individualizar también al censor del sueño en el
ideal del yo y en las exteriorizaciones dinámicas de la conciencia moral” (AE, XIV, p 94).
Finalmente, le da al Ideal del yo un rol de principal influencia en la puesta en marcha de la
represión. La represión parte del yo en virtud del conflicto que genera la exigencia del Ideal.
En el otro artículo que comentaremos a continuación sintetiza del siguiente modo a las funciones
de esta instancia: “La llamamos el «ideal del yo», y le atribuimos las funciones de la observación
de sí, la conciencia moral, la censura onírica y el ejercicio de la principal influencia en la
represión. Dijimos que era la herencia del narcisismo originario, en el que el yo infantil se
contentaba a sí mismo” (AE, XVIII, p 103).
Para finalizar con nuestro comentario de “Introducción del narcisismo”, señalemos que al terminar
el artículo Freud menciona dos cuestiones. La primera, que dejaremos en suspenso por ahora y
que desarrollaremos en la segunda parte de la clase, está ligada al manejo de la transferencia en
la cura analítica. Lo ubica en términos de “la curación por amor” (AE, XIV, p. 97). Tiene que ver
con el modo de concebir el llamado amor de transferencia y el desborde de libido sobre el analista
en tanto objeto ubicado en el lugar del Ideal del yo.
La segunda cuestión, es la que nos abre las puertas al comentario de un nuevo artículo. Freud
nos anticipa que: “Desde el ideal del yo parte una importante vía para la comprensión de la
psicología de las masas. Además de su componente individual, este ideal tiene un componente
social; es también el ideal común de una familia, de un estamento, de una nación” (AE, XIV, p.
98). Esta oposición entre la psicología individual y la psicología social es un punto de debate
clásico. Muchas veces incluso al psicoanálisis se lo suele “correr por izquierda” por lo que sería
su supuesta poca contemplación de la dimensión colectiva frente a un privilegio dado a lo
individual.
Pero si seguimos pensando el valor de este ideal apoyándonos en el otro gran texto que tenemos
en la bibliografía “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921) veremos que la cosa no es
tan así, que ambas perspectivas se conjugan claramente en torno a la cuestión del Ideal. De
hecho en las primeras líneas del artículo Freud afirma que todos los vínculos son fenómenos
sociales, y que el otro cuenta siempre de alguna manera. “En la vida anímica del individuo, el otro
cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo y por
eso desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social” (AE,
XVIII p. 67). Son diversas formas de pensar la alteridad las que allí nos menciona.
Este es un artículo diferente a los que venimos viendo, donde Freud indaga en cuestiones que
pertenecen al campo de otras disciplinas, como la Sociología, tomando los desarrollos de ciertos
autores sobre fenómenos sociales. En la unidad que sigue también encontraremos otro texto que
abreva en desarrollos de la Antropología de la época.
¿Por qué se interesa en esto? No se pondrá a desarrollar teorías sociológicas. Abordar estas
referencias le permitirá pensar desde otro ángulo la constitución psíquica y a partir de ellas va a
desprender también algunas cuestiones de la especificidad de la clínica psicoanalítica, en
especial lo concerniente a la estructura y funcionamiento del Yo. Esto está presente en la
segunda parte del título mismo (“análisis del yo”) y empalma con lo que hemos estado viendo
acerca del Narcisismo y del Ideal del yo.
Nos dará pie posteriormente para plantear también algunas cuestiones ligadas a la transferencia,
que es la forma de lazo social específica puesta en evidencia y utilizada por el psicoanálisis para
intervenir sobre el síntoma, pero de un modo particular.
Tenemos que tener presente esta modalidad de trabajo que Freud propone aquí. Lo veremos
nuevamente cuando estudiemos el modo en que escribe su ensayo sobre “Tótem y Tabú” en la
próxima unidad. La importancia y necesidad del psicoanálisis de estar al tanto, nutrirse y dialogar
con las disciplinas de su época, para acompañar la teorización de la clínica, como un modo de
evitar que se convierta en un discurso cerrado y autorreferencial.
¿Qué sería esto de una psicología de las masas? Freud nos dice que “la psicología de las masas
trata del individuo como miembro de un linaje, de un pueblo, de una casta, de un estamento, de
una institución, o como integrante de una multitud organizada en forma de masa durante cierto
lapso y para determinado fin” (AE, XVIII, p. 68).
Freud se hace además una pregunta que en tiempos de aislamiento y distanciamiento social por
la pandemia que mantuvo toda su vigencia ¿Existe una pulsión social? ¿Hay algo que nos
empuja a hacer lazo con otros? Introduce allí las hipótesis de que “la pulsión social acaso no sea
originaria e irreducible y que los comienzos de su formación puedan hallarse en un círculo
estrecho, como el de la familia” (AE, XVIII, p. 69). Esta dirección al otro no es inicial entonces.
Cierta dimensión de la pulsión como tal tendría un carácter asocial, y la institución familiar,
representante de la cultura que lo preexiste, sería la vía privilegiada por la que el sujeto se enlaza
en principio con el otro.

La descripción de la masa
Para comenzar su trabajo, una primera referencia a señalar es la que Freud toma de Gustave Le
Bon. Este autor describió en 1895 (“Psychologie des foules”) el funcionamiento de la masa. Allí
describe que cuando los individuos forman parte de una determinada forma de agrupamiento, es
decir un determinado funcionamiento colectivo, lo hacen de manera diferente que si estuvieran
solos o aislados. Describe características interesantes de una multitud. Ellas son capaces realizar
actos, que pueden ser heroicos o vandálicos, pueden ser una hazaña o llevar a la destrucción;
pero estos actos siempre sobrepasan las posibilidades de ser llevadas a la práctica por cada uno
de esos individuos que la conforman, cosas que no imaginaban hacer o que no hubieran deseado
hacer porque iban en contra de su raciocinio. Plantea tres preguntas ¿Qué es una masa? ¿Qué le
presta capacidad de interferir en la vida anímica? ¿En qué consiste la alteración que le impone al
individuo?
Freud nos hace un resumen de la descripción de Le Bon. Este autor habla de dos tipos de masa,
las espontáneas y las artificiales que son más duraderas y estructuradas. Un ejemplo de masa
espontánea puede ser un encuentro en un recital, todos cantamos lo mismo, nos emocionamos,
gritamos, hacemos pogo, luego nos vamos a casa y ni siquiera sabemos con quién compartimos
el lugar en la cancha o en los asientos. O una hinchada de fútbol, donde los miembros se abrazan
entre ellos, cantan juntos, insultan al adversario y a veces se producen enfrentamientos violentos,
o destrucción de las instalaciones. No estamos hablando necesariamente de los “barra brava” que
parecieran tener una estructura más organizada y no tan espontánea. Pero lo que cuenta en
definitiva es que algo los reúne, comparten ese funcionamiento colectivo donde se pierden los
rasgos o matices diferentes de cada persona. Todos son uno solo y actúan como uno. “Somos del
mismo palo”, de la misma tribu, del mismo barrio, del mismo equipo de fútbol. Nos une el amor a
la camiseta, sus colores, algo que funciona como un emblema (camiseta, escudo).
Este video parece ilustrar el funcionamiento de una masa efímera
https://www.youtube.com/watch?v=TUhkwbrD4Fw

En la descripción que Le Bon hace de la masa destaca cómo desaparecen las adquisiciones
individuales, cómo se borran las peculiaridades de cada quien para dar lugar a una especie de
“carácter promedio”. Enumera algunos rasgos. En primer lugar, el sentimiento de poder
invencible. El individuo se entrega a actos que individualmente habría frenado. Pensemos por
ejemplo lo que sucede a veces con los saqueos a los comercios. ¿Quién fue? La masa es
anónima e irresponsable. En segundo lugar, el contagio entre los pares. Esto es muy fácil de
constatar, se trata de un fenómeno de índole casi hipnótica. En tercer lugar, la enorme
sugestionabilidad de los miembros, respecto de la cual este contagio es solo un efecto. En la
masa, la voluntad y el discernimiento quedan abolidos, más que en el hipnotizado, y el impulso se
acrecienta por reciprocidad entre sus miembros. El individuo se convierte en una especie de
autómata sin voluntad propia. La masa es impulsiva, antojadiza, extraordinariamente influible y
crédula. Piensa más por imágenes que por argumentos racionales. En ella no prevalecen los
cuestionamientos, las dudas, ni el pensamiento crítico. Le pide a sus héroes que actúen con
fuerza y violencia. Las buenas maneras suelen ser vistas como signos de debilidad y van en
contra de su voluntad de ser dominada y de someterse a un Amo. Esto punto es interesante. La
necesidad de contar con un elemento que exteriormente comande y que organice.
Le Bon dice que la masa es como un rebaño obediente que no podría vivir sin su amo y señor. La
masa sólo pide ilusiones, y no verdades. Necesita un conductor que en virtud de sus propiedades
personales suscite la creencia. Este líder debe tener una voluntad poderosa, imponente, y él
mismo debe estar fascinado.
Allí Le Bon destaca el “prestigio” del líder que fascina y paraliza toda crítica. Se trata de un poder
misterioso, irresistible, magnético. Ustedes en Sociología seguramente también han estado
leyendo a Weber que planteaba distintos tipos de líderes, y entre ellos incluye al líder carismático.
Parece que hay acuerdo en este punto. Sin embargo Freud critica el análisis que Le Bon hace de
la función del líder. Su “descripción” le parece brillante, pero la “explicación” no le resulta
suficiente.
Este fenómeno le resulta curioso a Freud que se pregunta dónde está el sujeto, dónde queda, por
qué alguien renuncia a su entendimiento, a su posibilidad de razonar o emitir un juicio sobre esos
actos. Parecieran que actúan como hipnotizados, sometidos a una voluntad otra, sin capacidad
de juicio ni opinión individual.
Para responderse esa pregunta, en el capítulo V, Freud privilegia el estudio de dos instituciones
sociales prototípicas de las masas artificiales: el ejército y la Iglesia. En la época de Freud sobre
todo en la gran guerra, la Primera Guerra Mundial, el enfrentamiento era atroz, cuerpo a cuerpo.
El general o quien dirigiera los diferentes cuerpos de soldados era seguido sin cuestionar, es
decir se trata de una masa con un líder claro. Estos soldados van a morir para defender la patria y
el honor de su ejército y su líder. Cada soldado no iba en nombre propio, todos iban imbuidos por
la mística del ideal, la patria, encarnado en la persona del líder.
Nosotros podemos pensar en cierto sentido en el lugar que tiene el general San Martín, como
“padre de la patria”. Ese líder que logró reunir a los primeros soldados, y llevar a cabo
colectivamente todo lo necesario en la lucha por la independencia, que sostuvo la creencia
contagiosa de que era posible fundar una nación.
En la otra institución que mencionamos, la Iglesia, el funcionamiento de la masa es un poco
diferente, pero en su estructura hay coincidencias. Todos los miembros de la iglesia comparten el
amor y la admiración por el Cristo, son todos hermanos en Cristo. El Papa como padre de la
iglesia también funciona como referente. Acá la unidad entonces se produce porque todos sus
miembros comparten la adoración a la cruz de Cristo que se encuentra presente en todas las
iglesias de las religiones cristianas.
Generalmente el líder lo encarna un individuo pero, cosa menos frecuente y no tan efectiva,
puede ser que una idea lo que esté en su lugar. La pregunta es por qué alguien ocupa ese lugar,
qué representa para la masa. Y por qué esa “conducción” unifica a los miembros de la masa. De
esa ilusión depende todo.
Freud señala que en estas dos masas cada individuo tiene una doble ligazón libidinal:
- Con el conductor (Cristo, General en Jefe), que es muy importante. Aquí cuenta
la jerarquía
- Con los otros miembros de la masa. Aquí se trata de una ligazón más horizontal.

Cuando la masa pierde el líder, se produce un momento de “pánico” (AE, XVIII, p. 91). “La
angustia pánica supone un aflojamiento de la estructura libidinosa de la masa” (AE, XVIII, p. 92).
Es interesante, esa palabra. En la clínica hablamos también de “ataques de pánico”, como modo
de presentación masivo de la angustia. Y es una orientación para nosotros ver que tiene como
condición la vacilación o pérdida de un ideal en el que alguien se venía sosteniendo. En el ataque
de pánico el paciente siente que pierde dominio de sí y de su cuerpo. Ese vértigo sobreviene
frente a la caída de los puntos de apoyo en que alguien se sostenía en la vida. A nivel colectivo,
cuando esto sucede, en política se instala la pregunta acerca de la “gobernabilidad” del cuerpo
social. Cuando se pierde el líder, se corre el riesgo de que nadie escuche más a nadie, los lazos
de reciprocidad se aflojan, y se instala una especie de “sálvese quien pueda”, pura fragmentación.
Por eso es necesario sustituir rápidamente por un nuevo jefe. “El rey ha muerto, viva el rey!”
Hasta los minions necesitaron salir a buscar un nuevo líder!!

En la misma dirección, Freud agrega que en general las masas castigan a quienes no se incluyen
en ellas, y que están prontas a la crueldad y a la intolerancia para quienes no son sus miembros.
Es una manera de mantener su cohesión interna. La idea es que se puede sostener el lazo
libidinal interno, con la condición de que haya otros por fuera en quienes descargar el odio. El
fenómeno del bullying podría encontrar allí parte de su explicación en la dinámica de los grupos.
El “nosotros” se sostiene en un líder, y en un “ellos” por fuera. En otro texto llamará a este
fenómeno “narcisismo de las pequeñas diferencias” (AE, XXI, p.111). Y es interesante además,
cómo al final del capítulo V, predice el riesgo que el incipiente nacional socialismo podía tener. “Si
otro lazo de masas reemplaza al religioso, como parece haberlo conseguido hoy el lazo socialista,
se manifestará la misma intolerancia hacia los extraños que en la época de las luchas religiosas”
(AE, XVIII, p. 94). Lejos estaba en 1921 de imaginar Freud que iba a terminar sus días como
refugiado en Londres, salvando su pellejo judío de la invasión Nazi en Austria, liderada por Hitler.
Psicología de las masas “hoy”
De todos modos, estas características que Freud nos plantea acerca de la estructura y
funcionamiento de las masas, hoy nos plantean algunas dificultades. No es que no existan las
masas tal como las describe. Pero nos resulta difícil pensarlas directamente así. Los avances de
la ciencia y del capitalismo han producido muchos cambios en los modos en que se sostienen los
lazos sociales contemporáneos, en la organización de las sociedades. Los teóricos de la
postmodernidad hace años que destacan la desaparición o caída de los “grandes relatos” como
organizadores. Dentro del psicoanálisis mismo se suele hablar y se discute bastante acerca de la
llamada “declinación del padre” y de sus incidencias a nivel de la organización del sujeto. Quizás
no sea correcto hablar de una caída o desaparición de los ideales, pero si es claro que se ha
producido una enorme fragmentación, un estallido de los ideales y por lo tanto de su poder
aglutinante, colectivizante.
Un ejemplo sencillo es lo que nos pasa con la alimentación. Los antropólogos han demostrado
que antes existía la llamada “gastronomía” (un sistema de normas propia a cada cultura que
regulaba las prácticas alimentarias, que definía un sistema de valores acerca del buen y mal
comer). Hoy, en cambio, existe lo que llaman una “gastro-anomia” (cada quien decide qué comer,
es una decisión y elección individual). “Anomia” tal como la han estudiado en Sociología
siguiendo los desarrollos de Durkheim. Y es verdad, suele pasar que terminemos un poco
perdidos frente al plato de comida: ¿Hoy qué comemos? es la pregunta que insiste y la respuesta
es variada: Ej. “hoy como saludable, mañana como rico, pasado comida oriental, después carne,
otro día vegano, otro sushi, quizás comida fusión, peruana, mexicana, a la tarde merienda fit, a la
noche pizza y empanadas, el sábado pinta gula o comida chatarra” y así sucesivamente...
Estamos lejos de nuestros abuelos que comían puchero de lunes a viernes y asado o pastas los
fines de semana.
Esta fragmentación de los ideales tiene sin dudas efectos positivos también. El cuestionamiento
de formas canónicas, únicas u ortodoxas en todos los terrenos. Un mayor margen para la
aparición y valorización de las diversidades, la promoción de los relativismos y de diversos puntos
de vista sobre la realidad de las cosas. Lo hegemónico y normativo hoy ya no tiene buena prensa,
salvo en algunos conservadores nostálgicos del mantenimiento fijo de las normas. Es claro que
no vivimos más en la época de la moral victoriana de Freud, al menos no de modo generalizado.
Pero al mismo tiempo, esto que podría ser una virtud, una exaltación de los valores democráticos
y de la convivencia plural genera un efecto de desorientación bastante extendido. Por ejemplo,
¿qué ideal o qué valor colectivizante puede llegar hoy a entusiamar a una sociedad? Forzando un
poco el concepto: ¿cuántos jóvenes estarían hoy dispuestos a morir por salvar a su patria o
defender una idea? Pareciera que poca gente está dispuesta a entregarse por un mismo ideal
compartido. El famoso chiste de Groucho Marx refleja bien este estado de cosas:

Por otro lado los liderazgos en sí mismos están muy cuestionados, a todo nivel y en casi todo el
planeta. Quien manda no son los gobernantes sino el mercado. “El cliente siempre tiene la razón”,
dice el aforismo. La identificación que el mercado propone tiene más que ver con ser un
consumidor, con el derecho a consumir, que con algunos de los ideales de la modernidad en sí
(“libertad, igualdad, fraternidad”).
Frente a alguna duda o problema existencial es más probable que alguien crea en las respuestas
que le arroja un buscador como Google que en los consejos de alguien formado en la ciencia, de
un guía espiritual o religioso. Cuando alguien consulta el médico igualmente sospecha, o
rápidamente chequea on-line qué otras posibilidades hay. Para muchos ya no es “palabra santa”,
es sólo una opinión más. Quizás todavía encontremos algo del funcionamiento de la masa que
describe Freud si vamos buscar en los grupos terroristas que se inmolan para llevar adelante un
atentado. Ahí parece que sigue vigente esto de sostener una idea, o una creencia religiosa y
actuar en masa, acríticamente, en consecuencia. En ellos parece que aún funciona algo de eso y
obedecen a un Amo. Cuando las tropas militares logran matarlo en su propio escondite, al tiempo
aparece un nuevo líder que recupera y nuclea al grupo, parten de nuevo con una tarea. Sin
embargo en occidente y en latinoamérica las cosas ya no parecen funcionar tan así.
Pero entonces, ¿qué es lo que permite hoy hacer y sostener el lazo social? Sin desconocer el
poder que tienen los ideales, hay que reconocer que los objetos de satisfacción producidos por la
ciencia y el capitalismo parecen competirle a los liderazgos ideales en ese terreno. Cuando frente
a la fragmentación de los ideales aglutinantes, los sujetos parecen desorientarse o quedarse sin
brújula que les marque el norte, son las modalidades de satisfacción las que tienden a aglutinar:
“nos juntamos a tomar merca”, “nos juntamos a jugar a la play”, “todos tenemos Iphone”, hay
páginas de anoréxicas, de cutters, etc, etc.
Hacemos todas estas aclaraciones, porque nos vienen bien para contextualizar el comentario del
texto “Psicología de las masas….” (1921), y ubicarlo en los debates contemporáneos para medir
la vigencia de su alcance. Vamos a dejar en este punto de la clase, con la descripción del
funcionamiento de la masa, planteado por Le Bon y resumido por Freud.
En la segunda parte podremos avanzar con la explicación conceptual. Tendremos que revisar el
uso que introduce aquí Freud del concepto de “identificación”, y su relación con el Ideal del yo.
Desde allí nos meteremos nuevamente con el problema de la transferencia en el psicoanálisis. No
nos olvidemos que la ética psicoanalítica va en contra de los efectos hipnóticos masificantes y
que apunta al surgimiento de la singularidad que habita el deseo y las modalidades de
satisfacción de un sujeto. No es una ética de los ideales, ni de la sugestión. No apunta a formar
rebaños donde todos los pacientes analizados serían iguales entre sí. Tendremos que retomar
también la idea freudiana de que el psicoanálisis debe evitar transformarse en una cura por el
amor. Son todos elementos a considerar a la hora de intervenir al síntoma en transferencia.

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