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a) Yo ideal e ideal del yo. La distancia entre el ideal y el yo actual. Ideal del yo y complejo de Edipo. El
lugar paterno. Ideal y sustitución. Ideal y represión.
b) La serie: hipnosis, masa, enamoramiento. Ubicación del objeto en el lugar del ideal. La cura por amor y
el psicoanálisis. Transferencia, repetición y resistencia.
Bibliografía obligatoria:
✔ “Introducción del narcisismo” (1914), punto III, AE, XIV, 89-98.
✔ “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921), caps. II, V, VII, VIII y XI, AE, XVIII, 69-77, 89-
94, 99-110, y 122-6.
✔ “Sobre la dinámica de la transferencia” (1912), AE, XII, 97-105.
✔ “Recordar, repetir y reelaborar” (1914), AE, XII, 149-57.
Bibliografía ampliatoria:
✔ “Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica” (1919 [1918]), AE, XVII, 155-63.
✔ “La represión” (1915), AE, XIV, 141-52.
✔ “Lo inconsciente” (1915), AE, XIV, 161-201.
La clase pasada estuvimos trabajando la idea del Yo como “unidad”, y junto con ello lo pensamos
como el primer “objeto” de amor. Es decir que por un lado, vimos algo que nos posibilita plantear
una organización, es decir el cuerpo correspondiente al narcisismo a diferencia del autoerotismo
donde hablábamos de un cuerpo fragmentado a nivel de la satisfacción pulsional; y desde allí las
posibles ubicaciones de la libido en los objetos, es decir las diversas formas posibles de elección
de objeto en sus relaciones con el amor.
Ahora bien, esta elección, este amor a la imagen de unidad que uno tiene de su yo, no proviene
de ninguna maduración específica. Es decir, está claro que el yo no existe como algo dado desde
el principio pero tampoco se trata de que a medida que pasa el tiempo surge espontáneamente
esta unidad como algo indicado por la evolución de la vida misma. No, este amor proviene de
“una nueva acción psíquica” (eine neue psychische Aktion) (AE, XIV; p. 74) decía Freud. Allí
ubicamos cierta identificación, apropiación de algo que viene de afuera, de aquel otro
representante de la cultura que, para decirlo de una manera rápida y simplificada, es la madre.
Hay una identificación con aquello que la madre dice o transmite que es el hijo para ella. Lo que
dice, lo que da entender en actos, en gestos, le reserva un lugar particular. Ese dechado de
virtudes, una belleza, es una fascinante unidad suma de perfecciones (recordemos el valor fálico
del hijo que trabajamos en la unidad 9). Al final del segundo apartado de “Introducción del
narcisismo” Freud menciona la frecuente sobreestimación de los padres, la actitud tierna hacia el
niño: “prevalece una compulsión a atribuir al niño toda clase de perfecciones (para lo cual un
observador desapasionado no descubriría motivo alguno) y a encubrir y olvidar todos sus
defectos” (…) “Enfermedad, muerte, renuncia al goce, restricción de la voluntad propia no han de
tener vigencia para el niño, las leyes de la naturaleza y de la sociedad han de cesar ante él, y
realmente debe ser de nuevo el centro y el núcleo de la creación. His Majesty the Baby, como una
vez nos creímos” (AE, XIV, pp. 87- 88). El yo se constituirá, vía la identificación, por la apropiación
de los rasgos de ese que en realidad no es.
En relación a esto Freud utiliza aquí dos expresiones: “Yo ideal” (Ich-Ideal), e “Ideal del yo” (Ideal-
Ich). No son sinónimos. Tenemos que pensar cómo se funda esa oposición y cómo se articulan
teórica y clínicamente.
Identificación
Ejemplos clínicos.
Algunos ejemplos clínicos pueden ayudarnos a pensar la relación entre el Yo y el Ideal del Yo. Un
primer caso que nos trae Freud es lo que llama “delirio de ser notado”, o “delirio de ser
observado” (AE, XIV, p. 92). Nos dice que es frecuente y que aflora con bastante nitidez en la
sintomatología de enfermedades paranoides. Los enfermos se quejan de que alguien conoce
todos sus pensamientos, observa y vigila sus acciones. A veces las voces que escuchan relatan
todo lo que ven de él. Se trata de casos extremos en los que el paciente está como perseguido
por esta mirada de la que no puede sustraerse, por más de que se ponga capuchas y lentes
oscuros.
Otro ejemplo donde se puede notar el funcionamiento del Ideal con cierta nitidez son algunos
casos de anorexia. Suele suceder que una paciente se encuentre muy adelgazada, incluso en
riesgo nutricional, con todas las complicaciones asociadas (endocrinológicas, etc.). Hay casos en
que llegan incluso a la caquexia. Todo el mundo las ve muy mal. Sin embargo, en el momento en
que ella se mira en el espejo, ¿qué dice?: “me veo gorda”.
1) Ideales del otro que operan en acto y precipitan el “Yo ideal” (Narcisismo, Falo,
identificación) del lado del niño.
2) Complejo de Castración y Sepultamiento del complejo de Edipo (Lugar del Padre)
3) Represión primordial
4) Ideal del yo introyectado como instancia normativa (en continuidad con el Padre)
5) Sublimación vs Represión propiamente dicha a causa del “conflicto” que surge entre el
Ideal del yo y la sexualidad.
“El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo primario y engendra
una intensa aspiración a recobrarlo. Este distanciamiento acontece por medio del desplazamiento
de la libido a un ideal del yo impuesto desde fuera; la satisfacción se obtiene mediante el
cumplimiento de este ideal” (AE, XIV, p. 96). Se trata de una satisfacción indirecta, ligada a la
sublimación, y no de la satisfacción de la moción que dio origen al conflicto psíquico.
Para intentar explicar esto, Freud recurre a complejas precisiones metapsicológicas en las que
discute y distingue las relaciones entre la idealización y la sublimación. Aclara que mientras que la
idealización es un proceso que atañe al objeto, la sublimación describe un proceso que concierne
a la meta de la pulsión. No va de suyo entonces que quien haya trocado su narcisismo por la
veneración de un elevado ideal del yo alcance en ese mismo movimiento la sublimación de las
pulsiones libidinosas. “El ideal reclama por cierto esa sublimación, pero no puede forzarla” (AE,
XIV, p. 91). Los neuróticos fracasarían justamente en este aspecto. El síntoma, en tanto retorno
de lo reprimido, es la prueba de que la represión ha sido igualmente necesaria. “La sublimación
constituye aquella vía de escape que permite cumplir esa exigencia sin dar lugar a la represión”
(AE, XIV, p. 92).
La descripción de la masa
Para comenzar su trabajo, una primera referencia a señalar es la que Freud toma de Gustave Le
Bon. Este autor describió en 1895 (“Psychologie des foules”) el funcionamiento de la masa. Allí
describe que cuando los individuos forman parte de una determinada forma de agrupamiento, es
decir un determinado funcionamiento colectivo, lo hacen de manera diferente que si estuvieran
solos o aislados. Describe características interesantes de una multitud. Ellas son capaces realizar
actos, que pueden ser heroicos o vandálicos, pueden ser una hazaña o llevar a la destrucción;
pero estos actos siempre sobrepasan las posibilidades de ser llevadas a la práctica por cada uno
de esos individuos que la conforman, cosas que no imaginaban hacer o que no hubieran deseado
hacer porque iban en contra de su raciocinio. Plantea tres preguntas ¿Qué es una masa? ¿Qué le
presta capacidad de interferir en la vida anímica? ¿En qué consiste la alteración que le impone al
individuo?
Freud nos hace un resumen de la descripción de Le Bon. Este autor habla de dos tipos de masa,
las espontáneas y las artificiales que son más duraderas y estructuradas. Un ejemplo de masa
espontánea puede ser un encuentro en un recital, todos cantamos lo mismo, nos emocionamos,
gritamos, hacemos pogo, luego nos vamos a casa y ni siquiera sabemos con quién compartimos
el lugar en la cancha o en los asientos. O una hinchada de fútbol, donde los miembros se abrazan
entre ellos, cantan juntos, insultan al adversario y a veces se producen enfrentamientos violentos,
o destrucción de las instalaciones. No estamos hablando necesariamente de los “barra brava” que
parecieran tener una estructura más organizada y no tan espontánea. Pero lo que cuenta en
definitiva es que algo los reúne, comparten ese funcionamiento colectivo donde se pierden los
rasgos o matices diferentes de cada persona. Todos son uno solo y actúan como uno. “Somos del
mismo palo”, de la misma tribu, del mismo barrio, del mismo equipo de fútbol. Nos une el amor a
la camiseta, sus colores, algo que funciona como un emblema (camiseta, escudo).
Este video parece ilustrar el funcionamiento de una masa efímera
https://www.youtube.com/watch?v=TUhkwbrD4Fw
En la descripción que Le Bon hace de la masa destaca cómo desaparecen las adquisiciones
individuales, cómo se borran las peculiaridades de cada quien para dar lugar a una especie de
“carácter promedio”. Enumera algunos rasgos. En primer lugar, el sentimiento de poder
invencible. El individuo se entrega a actos que individualmente habría frenado. Pensemos por
ejemplo lo que sucede a veces con los saqueos a los comercios. ¿Quién fue? La masa es
anónima e irresponsable. En segundo lugar, el contagio entre los pares. Esto es muy fácil de
constatar, se trata de un fenómeno de índole casi hipnótica. En tercer lugar, la enorme
sugestionabilidad de los miembros, respecto de la cual este contagio es solo un efecto. En la
masa, la voluntad y el discernimiento quedan abolidos, más que en el hipnotizado, y el impulso se
acrecienta por reciprocidad entre sus miembros. El individuo se convierte en una especie de
autómata sin voluntad propia. La masa es impulsiva, antojadiza, extraordinariamente influible y
crédula. Piensa más por imágenes que por argumentos racionales. En ella no prevalecen los
cuestionamientos, las dudas, ni el pensamiento crítico. Le pide a sus héroes que actúen con
fuerza y violencia. Las buenas maneras suelen ser vistas como signos de debilidad y van en
contra de su voluntad de ser dominada y de someterse a un Amo. Esto punto es interesante. La
necesidad de contar con un elemento que exteriormente comande y que organice.
Le Bon dice que la masa es como un rebaño obediente que no podría vivir sin su amo y señor. La
masa sólo pide ilusiones, y no verdades. Necesita un conductor que en virtud de sus propiedades
personales suscite la creencia. Este líder debe tener una voluntad poderosa, imponente, y él
mismo debe estar fascinado.
Allí Le Bon destaca el “prestigio” del líder que fascina y paraliza toda crítica. Se trata de un poder
misterioso, irresistible, magnético. Ustedes en Sociología seguramente también han estado
leyendo a Weber que planteaba distintos tipos de líderes, y entre ellos incluye al líder carismático.
Parece que hay acuerdo en este punto. Sin embargo Freud critica el análisis que Le Bon hace de
la función del líder. Su “descripción” le parece brillante, pero la “explicación” no le resulta
suficiente.
Este fenómeno le resulta curioso a Freud que se pregunta dónde está el sujeto, dónde queda, por
qué alguien renuncia a su entendimiento, a su posibilidad de razonar o emitir un juicio sobre esos
actos. Parecieran que actúan como hipnotizados, sometidos a una voluntad otra, sin capacidad
de juicio ni opinión individual.
Para responderse esa pregunta, en el capítulo V, Freud privilegia el estudio de dos instituciones
sociales prototípicas de las masas artificiales: el ejército y la Iglesia. En la época de Freud sobre
todo en la gran guerra, la Primera Guerra Mundial, el enfrentamiento era atroz, cuerpo a cuerpo.
El general o quien dirigiera los diferentes cuerpos de soldados era seguido sin cuestionar, es
decir se trata de una masa con un líder claro. Estos soldados van a morir para defender la patria y
el honor de su ejército y su líder. Cada soldado no iba en nombre propio, todos iban imbuidos por
la mística del ideal, la patria, encarnado en la persona del líder.
Nosotros podemos pensar en cierto sentido en el lugar que tiene el general San Martín, como
“padre de la patria”. Ese líder que logró reunir a los primeros soldados, y llevar a cabo
colectivamente todo lo necesario en la lucha por la independencia, que sostuvo la creencia
contagiosa de que era posible fundar una nación.
En la otra institución que mencionamos, la Iglesia, el funcionamiento de la masa es un poco
diferente, pero en su estructura hay coincidencias. Todos los miembros de la iglesia comparten el
amor y la admiración por el Cristo, son todos hermanos en Cristo. El Papa como padre de la
iglesia también funciona como referente. Acá la unidad entonces se produce porque todos sus
miembros comparten la adoración a la cruz de Cristo que se encuentra presente en todas las
iglesias de las religiones cristianas.
Generalmente el líder lo encarna un individuo pero, cosa menos frecuente y no tan efectiva,
puede ser que una idea lo que esté en su lugar. La pregunta es por qué alguien ocupa ese lugar,
qué representa para la masa. Y por qué esa “conducción” unifica a los miembros de la masa. De
esa ilusión depende todo.
Freud señala que en estas dos masas cada individuo tiene una doble ligazón libidinal:
- Con el conductor (Cristo, General en Jefe), que es muy importante. Aquí cuenta
la jerarquía
- Con los otros miembros de la masa. Aquí se trata de una ligazón más horizontal.
Cuando la masa pierde el líder, se produce un momento de “pánico” (AE, XVIII, p. 91). “La
angustia pánica supone un aflojamiento de la estructura libidinosa de la masa” (AE, XVIII, p. 92).
Es interesante, esa palabra. En la clínica hablamos también de “ataques de pánico”, como modo
de presentación masivo de la angustia. Y es una orientación para nosotros ver que tiene como
condición la vacilación o pérdida de un ideal en el que alguien se venía sosteniendo. En el ataque
de pánico el paciente siente que pierde dominio de sí y de su cuerpo. Ese vértigo sobreviene
frente a la caída de los puntos de apoyo en que alguien se sostenía en la vida. A nivel colectivo,
cuando esto sucede, en política se instala la pregunta acerca de la “gobernabilidad” del cuerpo
social. Cuando se pierde el líder, se corre el riesgo de que nadie escuche más a nadie, los lazos
de reciprocidad se aflojan, y se instala una especie de “sálvese quien pueda”, pura fragmentación.
Por eso es necesario sustituir rápidamente por un nuevo jefe. “El rey ha muerto, viva el rey!”
Hasta los minions necesitaron salir a buscar un nuevo líder!!
En la misma dirección, Freud agrega que en general las masas castigan a quienes no se incluyen
en ellas, y que están prontas a la crueldad y a la intolerancia para quienes no son sus miembros.
Es una manera de mantener su cohesión interna. La idea es que se puede sostener el lazo
libidinal interno, con la condición de que haya otros por fuera en quienes descargar el odio. El
fenómeno del bullying podría encontrar allí parte de su explicación en la dinámica de los grupos.
El “nosotros” se sostiene en un líder, y en un “ellos” por fuera. En otro texto llamará a este
fenómeno “narcisismo de las pequeñas diferencias” (AE, XXI, p.111). Y es interesante además,
cómo al final del capítulo V, predice el riesgo que el incipiente nacional socialismo podía tener. “Si
otro lazo de masas reemplaza al religioso, como parece haberlo conseguido hoy el lazo socialista,
se manifestará la misma intolerancia hacia los extraños que en la época de las luchas religiosas”
(AE, XVIII, p. 94). Lejos estaba en 1921 de imaginar Freud que iba a terminar sus días como
refugiado en Londres, salvando su pellejo judío de la invasión Nazi en Austria, liderada por Hitler.
Psicología de las masas “hoy”
De todos modos, estas características que Freud nos plantea acerca de la estructura y
funcionamiento de las masas, hoy nos plantean algunas dificultades. No es que no existan las
masas tal como las describe. Pero nos resulta difícil pensarlas directamente así. Los avances de
la ciencia y del capitalismo han producido muchos cambios en los modos en que se sostienen los
lazos sociales contemporáneos, en la organización de las sociedades. Los teóricos de la
postmodernidad hace años que destacan la desaparición o caída de los “grandes relatos” como
organizadores. Dentro del psicoanálisis mismo se suele hablar y se discute bastante acerca de la
llamada “declinación del padre” y de sus incidencias a nivel de la organización del sujeto. Quizás
no sea correcto hablar de una caída o desaparición de los ideales, pero si es claro que se ha
producido una enorme fragmentación, un estallido de los ideales y por lo tanto de su poder
aglutinante, colectivizante.
Un ejemplo sencillo es lo que nos pasa con la alimentación. Los antropólogos han demostrado
que antes existía la llamada “gastronomía” (un sistema de normas propia a cada cultura que
regulaba las prácticas alimentarias, que definía un sistema de valores acerca del buen y mal
comer). Hoy, en cambio, existe lo que llaman una “gastro-anomia” (cada quien decide qué comer,
es una decisión y elección individual). “Anomia” tal como la han estudiado en Sociología
siguiendo los desarrollos de Durkheim. Y es verdad, suele pasar que terminemos un poco
perdidos frente al plato de comida: ¿Hoy qué comemos? es la pregunta que insiste y la respuesta
es variada: Ej. “hoy como saludable, mañana como rico, pasado comida oriental, después carne,
otro día vegano, otro sushi, quizás comida fusión, peruana, mexicana, a la tarde merienda fit, a la
noche pizza y empanadas, el sábado pinta gula o comida chatarra” y así sucesivamente...
Estamos lejos de nuestros abuelos que comían puchero de lunes a viernes y asado o pastas los
fines de semana.
Esta fragmentación de los ideales tiene sin dudas efectos positivos también. El cuestionamiento
de formas canónicas, únicas u ortodoxas en todos los terrenos. Un mayor margen para la
aparición y valorización de las diversidades, la promoción de los relativismos y de diversos puntos
de vista sobre la realidad de las cosas. Lo hegemónico y normativo hoy ya no tiene buena prensa,
salvo en algunos conservadores nostálgicos del mantenimiento fijo de las normas. Es claro que
no vivimos más en la época de la moral victoriana de Freud, al menos no de modo generalizado.
Pero al mismo tiempo, esto que podría ser una virtud, una exaltación de los valores democráticos
y de la convivencia plural genera un efecto de desorientación bastante extendido. Por ejemplo,
¿qué ideal o qué valor colectivizante puede llegar hoy a entusiamar a una sociedad? Forzando un
poco el concepto: ¿cuántos jóvenes estarían hoy dispuestos a morir por salvar a su patria o
defender una idea? Pareciera que poca gente está dispuesta a entregarse por un mismo ideal
compartido. El famoso chiste de Groucho Marx refleja bien este estado de cosas:
Por otro lado los liderazgos en sí mismos están muy cuestionados, a todo nivel y en casi todo el
planeta. Quien manda no son los gobernantes sino el mercado. “El cliente siempre tiene la razón”,
dice el aforismo. La identificación que el mercado propone tiene más que ver con ser un
consumidor, con el derecho a consumir, que con algunos de los ideales de la modernidad en sí
(“libertad, igualdad, fraternidad”).
Frente a alguna duda o problema existencial es más probable que alguien crea en las respuestas
que le arroja un buscador como Google que en los consejos de alguien formado en la ciencia, de
un guía espiritual o religioso. Cuando alguien consulta el médico igualmente sospecha, o
rápidamente chequea on-line qué otras posibilidades hay. Para muchos ya no es “palabra santa”,
es sólo una opinión más. Quizás todavía encontremos algo del funcionamiento de la masa que
describe Freud si vamos buscar en los grupos terroristas que se inmolan para llevar adelante un
atentado. Ahí parece que sigue vigente esto de sostener una idea, o una creencia religiosa y
actuar en masa, acríticamente, en consecuencia. En ellos parece que aún funciona algo de eso y
obedecen a un Amo. Cuando las tropas militares logran matarlo en su propio escondite, al tiempo
aparece un nuevo líder que recupera y nuclea al grupo, parten de nuevo con una tarea. Sin
embargo en occidente y en latinoamérica las cosas ya no parecen funcionar tan así.
Pero entonces, ¿qué es lo que permite hoy hacer y sostener el lazo social? Sin desconocer el
poder que tienen los ideales, hay que reconocer que los objetos de satisfacción producidos por la
ciencia y el capitalismo parecen competirle a los liderazgos ideales en ese terreno. Cuando frente
a la fragmentación de los ideales aglutinantes, los sujetos parecen desorientarse o quedarse sin
brújula que les marque el norte, son las modalidades de satisfacción las que tienden a aglutinar:
“nos juntamos a tomar merca”, “nos juntamos a jugar a la play”, “todos tenemos Iphone”, hay
páginas de anoréxicas, de cutters, etc, etc.
Hacemos todas estas aclaraciones, porque nos vienen bien para contextualizar el comentario del
texto “Psicología de las masas….” (1921), y ubicarlo en los debates contemporáneos para medir
la vigencia de su alcance. Vamos a dejar en este punto de la clase, con la descripción del
funcionamiento de la masa, planteado por Le Bon y resumido por Freud.
En la segunda parte podremos avanzar con la explicación conceptual. Tendremos que revisar el
uso que introduce aquí Freud del concepto de “identificación”, y su relación con el Ideal del yo.
Desde allí nos meteremos nuevamente con el problema de la transferencia en el psicoanálisis. No
nos olvidemos que la ética psicoanalítica va en contra de los efectos hipnóticos masificantes y
que apunta al surgimiento de la singularidad que habita el deseo y las modalidades de
satisfacción de un sujeto. No es una ética de los ideales, ni de la sugestión. No apunta a formar
rebaños donde todos los pacientes analizados serían iguales entre sí. Tendremos que retomar
también la idea freudiana de que el psicoanálisis debe evitar transformarse en una cura por el
amor. Son todos elementos a considerar a la hora de intervenir al síntoma en transferencia.