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Reflexiones sobre Pirké Avot

por

Rav Yaakov Hillel


Rosh Yeshivat Ahavat Shalom

Pérek Alef, Mishná Bet (2ª parte)

1:2 Shimón HaTzadik fue de los últimos sobrevivientes de la Gran


Asamblea. Él solía decir: “El mundo reposa sobre tres cosas: sobre la Torá,
sobre el servicio [a Hashem] y sobre actos de generosidad”.

Con nuestro prójimo


Como ya hemos explicado, la Torá es la raíz de todo servicio a Hashem, la
fuente que nos enseña cómo cumplir Su voluntad en asuntos entre el hombre y
Dios y entre el hombre y su prójimo. El servicio, ya sea en forma de sacrificios,
rezos o realización de los mandamientos, está en el ámbito de la relación del
hombre con Dios. Sin embargo, como el mundo no puede funcionar
interactuando solamente con lo Divino, necesariamente debemos tener el
indispensable tercer pilar de actos de generosidad o Jésed, lo que constituye la
base de la relación del hombre con su prójimo.

Si consideramos que nuestra relación con el Todopoderoso es firme,


podríamos llegar a suponer que no tenemos que preocuparnos de la relación
con nuestros prójimos. Pero eso sería un error, pues los actos de generosidad,
con todo lo que eso implica, es un elemento crucial en nuestro servicio a
Hashem. Pues los primeros dos pilares no bastan para sostener el mundo, y son
necesarios los tres para que éste tenga buenos fundamentos.

Los actos de generosidad abarcan todas las mitzvot entre el hombre y su


prójimo. Pues como anteriormente explicamos, las buenas midot y la integridad
en las relaciones interpersonales también forman parte de la Torá dada en

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Sinaí. Hallamos este concepto en la famosa enseñanza de Rabí Akiva de que
amar a tu prójimo como a ti mismo es “un gran principio de la Torá” (Bereshit
Rabá 24:7). Y cuando un prosélito potencial solicitó a Hilel que “le enseñase
toda la Torá mientras estaba en un solo pie”, Hilel le dijo: “Lo que te es odioso
no hagas a tu prójimo. Esta es toda la Torá, y lo demás es comentario. Ahora ve
y estudia” (Shabat 31a). En otras palabras, Hilel le dijo a este aspirante a
prosélito que las buenas midot y la camaradería sincera entre los seres humanos
son la base del cumplimiento de toda la Torá, y sin ellos no tenemos nada.

Rabí Jayim Vital explica que aunque la Torá no prescribe buenas midot
como mandamientos explícitos, aun así son un prerrequisito esencial de todas
las mitzvot. Tener midot deficientes nos impedirá cumplir los mandamientos
activos de manera apropiada y también causará que erremos repetidas veces en
el cumplimiento de las prohibiciones (Shaaré Kedushá, parte 1, shaar bet).

El estudio de la Torá, el cumplimiento de las mitzvot y las buenas midot


están conectados por un nexo indisoluble. El Jazón Ish explica que quien no
estudia Torá a profundidad, poniendo atención en la aplicación halájica
práctica, también dejará de estudiar enseñanzas éticas (musar) apropiadamente.
Pues al enfrentarse con un dilema moral referente a las midot y las relaciones
interpersonales, con toda seguridad tal persona malinterpretará su naturaleza y
sus obligaciones al respecto. Pues careciendo de una buena base en el estudio
de la Torá, sin duda alguna errará (Emuná U’bitajón capítulo 3).

Este concepto se halla expresado en la Bendición sobre Arrepentimiento del


rezo Shemoné Esré. Todos los días rezamos en él: “Retórnanos, Padre Nuestro, a
Tu Torá, y acércanos, Rey Nuestro, a Tu servicio; y haznos retornar en
arrepentimiento completo ante Ti”. Aquí también, la Torá es enunciada en
primer lugar, seguida del servicio a Hashem. En esa bendición, la frase
“arrepentimiento completo” se refiere a servir a Hashem de todo corazón, lo
cual es imposible sin las buenas midot y el refinamiento en las relaciones
interpersonales. Es por medio de esos tres fundamentos que cumplimos la
misión de nuestra vida y llevamos el mundo a su rectificación última.

El terceto
Él solía decir: “El mundo reposa sobre tres cosas: sobre la Torá, sobre
el servicio [a Hashem] y sobre actos de generosidad”.

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En la primera mishná en Abot, los Hombres de la Gran Asamblea expresan
tres ideas: “Sé deliberado al juzgar, enseña a muchos discípulos y haz un cerco
alrededor de la Torá”. Y como vemos en la segunda mishná, Shimón HaTzadik,
uno de los últimos sobrevivientes de la Gran Asamblea, también enumeró tres
principios principales. Las tres enseñanzas de los Hombres de la Gran
Asamblea son relevantes sobre todo para los jueces, eruditos, profetas y grandes
líderes del pueblo, puesto que ellos deben hacer dictámenes con cuidado,
asegurarse que haya muchos estudiantes para transmitir la Torá a generaciones
venideras y salvaguardar la existencia continua de la Torá estableciendo cercos
halájicos según las necesidades de los tiempos. El consejo brindado por los
Hombres de la Gran Asamblea era para gente de su misma estatura, puesto que
individuos ordinarios no suelen tener que ocuparse de tales asuntos.

Los tres principios de Shimón HaTzadik, en cambio, aplican a todo


individuo en su nivel, puesto que el mundo reposa sobre tres pilares, y todo
judío tiene su parte a cumplir en su mantenimiento.

El hecho de que sean tres principios implica que justos constituyen un


vínculo firme, como se aprende del versículo: “Una cuerda de tres hilos no se
romperá fácilmente” (Kohélet 4:12). Puesto que el concepto de tres implica una
unión espiritual intensa, los Sabios resumieron sus consejos en tres principios.

Ámbitos más elevados


Más adelante en el capítulo, hallamos otra enseñanza que también se basa
en tres principios, la cual parece contradecir la mishná expuesta por Shimón
HaTzadik: “Rabán Shimón ben Gamliel dice; ‘El mundo descansa sobre tres
cosas: la justicia, la verdad y la paz’” (1:18). Ahora bien, la verdad, la justicia y la
paz no son la Torá, el servicio y los actos de generosidad.

No obstante, ambas enseñanzas no son contradictorias. Las palabras de


Rabán Shimón ben Gamliel se relacionan con el Olam HaAsiá, nuestro mundo
físico de actividad terrenal. Si éste carece de esos tres elementos básicos, la
civilización desciende a la anarquía, en la que “el hombre devora a su prójimo”
(Abot 3:2). Una sociedad civilizada y ordenada requiere de la justicia, porque
necesitamos ley y orden, y un sistema legal respetado que emita dictámenes
pronunciados por jueces responsables. Y además de ello, debe existir la verdad,
pues ninguna sociedad puede ni tener esperanza de funcionar apropiadamente

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sin ella. Y asimismo debe existir la paz, porque una sociedad sin paz se
desintegra con rapidez espantosa. El más mínimo estudio de la historia humana
muestra cuán cierto ello ha siempre sido, desde tiempos inmemoriales.

Shimón HaTzadik, en cambio, habla de otro ámbito, el de los mundos


superiores, que son sostenidos por medio de la Torá, el servicio y los actos de
generosidad. En orden ascendente, esos ámbitos superiores son Olam HaYetzirá,
el Mundo de los Ángeles, Olam HaBeriá, el Mundo del Trono, y Olam HaAtzilut,
el Mundo en que Hashem se revela a sí mismo.

Esos mundos continúan en existencia sólo por medio de un flujo incesante


de abundancia divina, y esta idea se encuentra en la primera bendición antes de
Keriat Shemá, en la que alabamos a Hashem, quien “renueva en Su generosidad
todos los días constantemente la obra de la Creación”, porque es como si cada
instante el universo es recreado por el Todopoderoso, ya que Él constantemente
lo recarga con la abundancia divina generada por nuestras mitzvot (véase Néfesh
HaJayim, shaar álef, capítulo 2).

Con ello en mente, podemos entonces entender las palabras de Shimón


HaTzadik. Las seiscientos trece mitzvot son necesarias para la existencia
continua del mundo. Cada mitzvá adicional sostiene a la creación “rectificando
el mundo subyugándolo al reinado del Todopoderoso”, y esas seiscientas trece
mitzvot se agrupan bajo la rúbrica general de Torá, servicio y actos de
generosidad, los tres pilares que literalmente sostienen al mundo.

Jésed, Din y Rajamim


Podemos asimismo entender el concepto de tres de una manera más
profunda. El Zohar y otras obras cabalísticas enseñan que Hashem rige el
mundo y se revela al hombre de muchas diversas maneras por medio de Sus
Midot, sus atributos divinos. Y tres atributos divinos contienen todos los demás:
Jésed, que es la Generosidad; Din, que es el Juicio; y Rajamim, que es la
Compasión. Estos atributos se relacionan simbólicamente con la derecha, la
izquierda y el centro. En tal sentido, nuestros Sabios enseñan que “la mano
izquierda debe alejar y la mano derecha acercar” (Sotá 47a). Porque nunca
debemos, por así decirlo, alejar a un niño, a una esposa o a cualquier otra
persona con ambas manos. Incluso cuando debemos ser firmes, rechazando
comportamiento negativo con la mano izquierda, nuestra mano derecha debe

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seguir estando extendida cálidamente, acercando a la parte castigada a nosotros
de nuevo. La mano izquierda es la que repele, debido a que simboliza el Din, y
la mano derecha es la parte que acerca, porque simboliza el Jésed. Y el cuerpo
mismo, el que está entre ambas manos, es el centro, y simboliza Rajamim, el
aspecto que provee equilibrio entre ambos principios.

Los atributos del Todopoderoso son absolutos. Su Jésed es total, puesto que
Él es pródigo con Su generosidad hacia todos, buenos y malos, tanto para
quienes merecen como para quienes merecen menos.

Nuestros Sabios describen ello como “amor que arruina la línea” (Bereshit
Rabá 55:8). Para entender esta idea, imaginemos que supervisamos la
progresión de una fila de gente que espera alguna admisión o algún servicio.
Somos justos e imparciales hasta que detectamos una cara familiar en la fila.
Uno de nuestros amigos ha llegado, pero hay veintiocho gentes antes que él.
Inmediatamente cambiamos nuestra actitud y hallamos alguna manera de
situarlo al frente. Pero, ¿fue ello justo? Pero el hecho es que ni siquiera nos lo
preguntamos, puesto que él nos es querido y lo amamos. En otras palabras, el
amor arruina la línea.

Y lo mismo es así de la conducta de Hashem hacia el mundo por medio del


Jésed divino. Pues la verdad recta y sin oscilaciones del concepto de bueno-
malo/recompensa-castigo es modificada y redefinida por el vasto amor de
Hashem hacia Sus creaturas y Su deseo de ser bueno con ellas.

Por otra parte y por mucho que nos asuste, el Juicio Divino actúa de la
misma manera. Los Sabios afirmaron que en sí mismo “el juicio atraviesa la
montaña” (Yevamot 92a). Porque las fuerzas de justicia son poderosas e
inmovibles, perforando montañas en una línea sin desviaciones comparable a la
de una flecha. El Din nos da lo que merecemos y nada más.

Por su parte, Rajamim, el atributo divino de Misericordia, es el justo medio


entre ambos, siendo Jésed y Din conjuntamente. Supongamos, por ejemplo, que
Reuvén ha pecado, no casualmente sino muchísimo. A partir de puro Din,
Reuvén debería sufrir una muerte terrible, en consonancia con la severidad de
su transgresión. Pero antes de que ello suceda, el Jésed empieza a jugar un rol,
presentando toda una serie de circunstancias atenuantes. Por ejemplo, Reuvén,
tuvo una infancia difícil y desposeída, lo que comprensiblemente dejó una
huella en él. Y vive y trabaja en un medio ambiente que le dan un mal ejemplo

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y le hacen difícil que sea piadoso. Y tiene esposa e hijos inocentes que deben
ser tomados en cuenta. Ahora bien, podría ser que tales factores no absolverán a
Reuvén de ser castigado, pero gracias al gran Rajamim de Hashem, esos factores
serán tomados en consideración en la evaluación divina, lo que le brindará un
veredicto más leve que el que ordenaría el puro Din.

Los confines del Jésed


Los tres pilares de Shimón HaTzadik se corresponden con los tres atributos
del Todopoderoso. La Torá es Jésed, como se declara: “La Torá de Jésed está en
su lengua” (Mishlé 31:26). El servicio se relaciona con Din, como parte del
proceso de arrepentimiento, expiación y perdón que mitigan el juicio y la
punición. Y los actos de generosidad, el tercer factor, es el Rajamim.

Sin embargo, el Jésed del ser humano difiere del Jésed del Todopoderoso.
Puesto que como ya explicamos, Su Jésed abarca todo, otorgándose tanto a los
malvados como a los justos. Y Dios sí puede hacer eso, pero nosotros no. Es por
esta razón que nuestro Jésed debe estar definido por la Halajá. Por ejemplo, es
una gran cosa proveer a otros con alimentos, pero estrictamente hablando no
deberíamos proporcionar alimentación a alguien que no recitará una bendición
antes de comer (véase Shulján Aruj, Óraj Jayim 169:2).

Es un principio fundamental que “tener misericordia del malvado es


considerado crueldad” (Mishlé 12:10). Es cruel tener piedad de gente malvada
porque el resultado de nuestra compasión fuera de lugar será catastrófico. Y
hallamos una trágicamente clara ilustración de ello en el encuentro que tuvo el
Rey Shaúl con un individuo terriblemente malvado: Agag, el rey de Amalek.
Hashem en Su sabiduría ordenó a Shaúl destruir completamente a los
amalequitas (Shemuel I, 15:3), pero Shaúl vaciló. Ciertamente podría permitirse
mostrarle algo de simpatía a un camarada rey, pensó él, y dejó que tal monarca
depuesto fuera el único que sobreviviese. ¿Qué mal podría acarrear ello? Shaúl
lo dejo vivir hasta el día siguiente (15:9,19), pero ese breve respiro le acarreó
desgracias al pueblo de Israel en el futuro, porque en esa noche Agag engendró
un hijo que se convirtió en el ancestro de Hamán, de Hitler y de incontables
enemigos de nuestro pueblo hasta hoy en día. Y aunque al día siguiente Agag
fue ejecutado, el daño hecho y el sufrimiento causado continuaron durante

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miles de años, debido a que efectivamente “tener misericordia del malvado es
crueldad”.

A diferencia de Shaúl, el profeta Shmuel cumplió el mandamiento de


Hashem sin dejar que simpatías fuera de lugar revocaran la sabiduría y voluntad
de Hashem. Este profeta era más grande, espiritual y santo que nadie que
podamos imaginar en la actualidad. Y sin embargo, cuando las circunstancias lo
exigieron, “Shemuel degolló a Agag ante Hashem en Guilgal” (15:33), frente a
toda la nación, la que aprendió entonces una lección tanto en crueldad como en
generosidad.

Dar doble
Nosotros los seres humanos no podemos ser indiscriminados con nuestra
generosidad. Por ejemplo, no podemos decir que creemos en ayudar a todo
mundo, independientemente de cual sea su agenda de acción, diciendo por
supuesto que apoyamos Yeshivot, pero asimismo apoyamos academias religiosas
reformistas, Dios nos libre. Nuestro Jésed debe estar equilibrado con el sólido
discernimiento del juicio, con Din. Y cuando damos caridad, necesitamos
sopesar el destino de nuestros pesos: ¿cuánto daremos y a quién? Pues
ciertamente debemos aprender a dar apropiadamente, no sólo satisfaciendo
nuestros impulsos emocionales.

Es interesante notar que cuando la Torá habla de caridad, siempre usa una
expresión doble. Por ejemplo, nos dice natón titén lo, “Debes dar y darle a él”
(Devarim 15:10), y patóaj tiftaj et yadeja leajija haanieja uleevioneja “Abre tu
mano a tu hermano y ábrela de nuevo, a tu pobre y a tu menesteroso” (Devarim
15:11). Existen muchas explicaciones de esta terminología especial. Una
historia de la vida de Rav Menajem Méndel de Riminov, uno de los tempranos
líderes jasídicos, ilustra este aspecto.

Un pobre se acercó una vez al Rebe pidiendo un donativo. El Rebe se dio


cuenta de las miserables ropas del hombre, escuchó su historia de desgracias y
de inmediato se sintió conmovido a darle una generosa cantidad de dinero. Y el
limosnero se fue, satisfecho de la suma y de la facilidad con la que la había
recibido. Pero momentos más tarde, el Rebe lo llamó de regreso. Y con un
corazón deshecho el limosnero retornó, convencido de que sin duda había

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habido un error y ahora sería remediado. Pero en vez de solicitar la devolución
de su dinero, ¡el Rebe le dio otro donativo!

Y cuando se le preguntó sobre su excepcional generosidad, el Rebe


respondió: “Cuando vi el sufrimiento de ese pobre hombre me sentí muy mal,
por lo que tenía que darle algo. Yo no podía soportar ello y yo quería sentirme
mejor. Por lo que en esencia di tal dinero para sentirme cómodo. Pero debemos
dar caridad porque la Torá nos lo ha ordenado, y no por nuestro bienestar
emocional, razón por la cual lo llamé de regreso. Y esta vez, le di el dinero no
en aras de mí mismo sino en aras de la mitzvá”.

Ello se debe a que las mitzvot no pueden ser meramente emocionales, por la
razón de que nuestras emociones pueden estar mal encaminadas. Y es por ello
que el verdadero Jésed es el ejercitado y dirigido por la Halajá, la cuidadosa
síntesis de Jésed y Din que conjuntamente crea el Rajamim.

Mirando hacia adelante


Ahora bie, esto suscita otra cuestión.

Es la voluntad de Hashem que emulemos Sus caminos y sigamos Su


ejemplo, al punto tal que eso es un mandamiento explícito mencionado varias
veces en la Torá (Devarim 11: 22, 28:9 y otros). Y al respecto, los Sabios afirman:
“De la misma manera que Él es compasivo y misericordioso, tú debes ser
compasivo y misericordioso” (Shabat 133b). Hashem viste al desnudo, visita al
enfermo, consuela al doliente y entierra al fallecido, y así debemos ser nosotros
(Sotá 14a). En suma, “Él es abundantemente generoso, por lo que tú sé
abundantemente generoso” (Rashí, comentario a Devarim 11:22). Él es la fuente
de todo Jésed. Él creó nuestro mundo y todos sus habitantes porque desea dar,
concediendo de su abundante generosidad a todos los seres creados. Como
explica Ramjal, “es intrínseco a la naturaleza de quien es bueno hacer el bien”
(Dérej Hashem, parte I, capítulo 2; Dáat Tebunot I, 42-43). Sin embargo, el Jésed
divino es ilimitado, y es otorgado tanto a quien lo merece como a quien no. No
obstante, nosotros debemos limitar nuestro Jésed a los relativamente confinados
límites que nos impone el Shulján Aruj.

Pues podríamos pensar que si vamos a emular los actos de generosidad de


Hashem, ¿acaso no deberíamos seguirlo del todo, por así decirlo, amando y

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apoyando a los malos al igual que a los piadosos? ¿Por qué nuestro Jésed debe
estar restringido, a diferencia del de Él?

Una respuesta a esta pregunta es que nosotros no podemos hacer Jésed


indiscriminadamente como lo hace Hashem, ya que carecemos de Su gran
visión. Máximo vemos el momento presente y muy poco, si algo, más allá. Mas
el Todopoderoso conoce el resultado de todos los eventos mucho antes de que
sucedan, y prevé las consecuencias a largo plazo de Su generosidad. Pero
nosotros, quienes no hemos sido bendecidos con profecía, no podemos saber lo
que pasará posteriormente. Hashem, en cambio, “dice el fin a partir del
principio”, y conoce la conclusión final de cualquier evento incluso mientras
empieza a suceder (Yeshayá 46:10, Metzudat David). Por ello que Su Jésed es
dado de manera tal que no resultará ningún daño de ello, mientras que ningún
ser humano podría concebiblemente anticipar todas las eventualidades de
manera tal.

Por lo que vemos que en ocasiones Hashem actúa con puro Jésed, y a veces
con puro Din, y en ciertos momentos con Rajamim, la síntesis de las dos. En
ciertos casos opta por dejar pasar grandes transgresiones y tratar a Sus hijos con
misericordia inmerecida. Pues podrían haber pecado tan terriblemente que
juzgado ello a partir de Din estricto, habrían merecido destrucción total, Dios
nos libre. Aunque hay que decir que Hashem nunca destruirá del todo a Su
pueblo, siempre permitiendo que una parte sobreviva, y que sirva como semilla
de rejuvenecimiento.

Quizás el mejor ejemplo de este principio es la historia de los esfuerzos de


rescate de Rabán Yojanán ben Zakai inmediatamente antes de la destrucción
del Segundo Templo (Guitín 56a, b). Este hombre santo había sido sacado
subrepticiamente de la sitiada ciudad de Yerushaláim en un sarcófago, y fue a
implorar misericordia al general romano Vespasiano. Y se ganó su buena
voluntad prediciendo que él pronto sería emperador de Roma, predicción que
milagrosamente se concretó mientras hablaban. Vespasiano magnánimamente
le ofreció a ese sabio una recompensa por haberle dado esas buenas nuevas. Y
aunque hubiéramos podido suponer que Rabán Yojanán ben Zakai se
aprovecharía de la oportunidad para solicitar que el Templo, la ciudad de
Yerushaláim y la gente fuesen perdonados, no lo hizo así, puesto que la Midat
HaDin había decretado destrucción total.

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Pero sí podía solicitar un poco, y lo que hizo fue pedir la salvación para
Yavné y sus eruditos. Ese fue un acto de puro Jésed de parte del Todopoderoso.
Pues aunque Vespasiano sin duda ninguna no se dio cuenta de la importancia
de tal gesto, Hashem sabía que tal salvación aseguraría la continuidad de la
existencia de la Torá, y por ende de nuestro pueblo, a pesar de la devastación de
la Destrucción.

Shaúl permitió que un hombre viviese un día más, llevándole la contraria al


decreto de Hashem de aniquilación, y nuestro pueblo ha sufrido los efectos de
ello desde entonces, debido a que el Jésed de los mortales es miope. En cambio,
Hashem permitió que una Yeshivá sobreviviera, mientras que el país y sus
eruditos eran arrasados, y nuestro pueblo se ha beneficiado de ello desde
entonces, porque Hashem y sólo Él, “dice el fin a partir del principio”.

Este ensayo contiene dibré Torá.


Por favor trátelo con el debido respeto.

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