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El poder de nuestro “lado oscuro” para superar la

adversidad, según Jung.


“Encuentro epidemias, catástrofes naturales, barcos hundidos, ciudades destruidas,
terribles animales salvajes, hambruna, falta de amor en los hombres y miedo,
montañas enteras de miedo”, escribió Jung en su “Libro Rojo”.

No era para menos. El psicoanalista estaba pasando por un periodo particularmente


turbulento de su vida. Las noticias de la inminencia de la Primera Guerra Mundial lo
conmocionaron profundamente. De hecho, llegaron en un momento particularmente
difícil de su vida, justo cuando Jung había roto su relación con Freud, que no solo fue
su mentor sino también un gran amigo.

Aquella fue, por ende, una etapa de profunda desorientación y seguridad interior para
Jung. A eso se le sumó su trabajo en uno de los campamentos suizos donde se acogía
a soldados enfermos y heridos en la guerra. En esos campos Jung vivió de cerca la mal
llamada “gripe española” que se cernió sobre Europa.

Aquella época oscura y tumultuosa tendría un impacto profundo en su vida. Jung, pero
no dejó que cayera en saco roto. La aprovechó para realizar un profundo trabajo de
introspección del que salió fortalecido y con la firme convicción de que podemos
superar la adversidad a través de la individuación.

Pensaba que para sanar nuestros traumas debemos concienciar nuestras sombras y
miedos, de manera que alcancemos un “yo” más integrado y fuerte. “Cuando los
conflictos más intensos se superan, dejan una sensación de seguridad y tranquilidad
que no se perturba fácilmente”, según Jung. Ese es el premio.

Las sombras que afloran en la adversidad


Cuando la adversidad toca a nuestra puerta suele poner del revés nuestro mundo. Su
cuota de imprevisibilidad nos golpea aún más, haciendo que nuestro equilibrio
mental se tambalee. En un abrir y cerrar de ojos podemos quedarnos sin asideros. La
adversidad puede arrebatarnos los puntos cardinales que hasta ese momento no solo
daban un sentido a nuestra vida, sino que también nos indicaban, grosso modo, cómo
debíamos comportarnos.

En esas circunstancias todo se nos hace muy cuesta arriba. Y en ese estado que
fluctúa entre el desconcierto por lo ocurrido y la ansiedad porque todo pase, podemos
tomar decisiones de las que después nos arrepintamos. Mostrar actitudes o
comportamientos de los que más tarde no nos sintamos particularmente orgullosos.
Venirnos abajo y tocar fondo emocionalmente. Descubrir debilidades y miedos que no
conocíamos. Ver sombras que hubiésemos preferido que se mantuvieran en la
oscuridad.

De hecho, muchas veces lo que nos impide superar por completo la adversidad no es
el hecho traumático en sí, sino lo que ha hecho aflorar de nosotros, esa parte que se
llena de arrepentimientos, culpas y recriminaciones. La parte que se pregunta qué
hubiera pasado si hubiésemos tomado otra decisión. Si hubiéramos actuado de otra
manera. Si nos hubiéramos anticipado…

Aceptar y reconocer la oscuridad que habita en cada


uno
Jung creía que tenemos una tendencia a ocultar los rasgos que no nos gustan o que no
son socialmente aceptables. Como resultado, nos fragmentamos y desarrollamos una
psique dislocada que se convierte en terreno fértil en el que crecen problemas como la
ansiedad, la depresión y/o el trastorno de estrés postraumático.

Negar nuestras sombras no solo nos impide reconocer y aceptar nuestra totalidad, sino
que también se convierte en una trampa recurrente. Jung pensaba que “aquellos que
no aprenden nada de los hechos desagradables de sus vidas, fuerzan a la conciencia
cósmica a que los reproduzca tantas veces como sea necesario para aprender lo que
enseña el drama de lo sucedido. Lo que niegas te somete. Lo que aceptas te
transforma”.

En otras palabras, tropezamos tantas veces con la misma piedra porque nuestros
comportamientos y decisiones nos llevan siempre hasta ella. No podemos esperar
resultados diferentes si siempre hacemos lo mismo, parafraseando a Einstein. Por
tanto, hasta que no cambiemos nos quedaremos atascados en el bucle que ha
generado la adversidad.

Pero “no podemos cambiar nada, a menos que lo aceptemos […] Es mucho mejor
tomar las cosas como vienen, con paciencia y ecuanimidad”, como advirtiera Jung.
Cerrar los ojos ante la realidad, pretendiendo que no está sucediendo, es una
estrategia desadaptativa, tan desadaptativa como negar la parte de nosotros que no
nos agrada.

Por eso, la aceptación radical de la realidad y de esa parte más oscura de cada uno es
una condición esencial para seguir avanzando, pasar página o cerrar capítulos de
nuestra vida. No se trata de una aceptación pasiva, una rendición incondicional o un
resignarse sino más bien de un tomar nota para reestructurar nuestro mundo.
La clave para aceptar nuestras sombras y una realidad con la que no nos sentimos
cómodos consiste en deshacerse de los juicios de valor, en dejar de pensar que la
oscuridad es negativa o mala.

Jung propone una perspectiva diferente. Afirma que “uno no se ilumina imaginando
figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad […] Incluso una vida feliz no es
factible sin una medida de oscuridad, y la palabra felicidad perdería su sentido si no
estuviera balanceada con la tristeza”.

De hecho, creía que las sombras tienen un poder enorme que podemos utilizar para
crecer como personas, siempre que seamos capaces de integrarlas en nuestro «yo».
Aceptar la sombra nos permite convertirnos en personas más equilibradas y
conscientes de sí mismas, de manera que estaremos mucho mejor preparados para
afrontar la adversidad.

Para ello, necesitamos comprender que la adversidad no se convierte automáticamente


en una epifanía, tan solo nos brinda la oportunidad de crecer a través del sufrimiento.
Si queremos. Las situaciones difíciles nos permiten poner a prueba nuestras fuerzas,
expandir nuestros límites y, por supuesto, descubrir facetas personales desconocidas o
poco exploradas.

Pero “todo cambio debe empezar en el propio individuo. Nadie puede darse el lujo de
mirar a su alrededor y esperar a que otros hagan por nosotros aquello que es
responsabilidad nuestra”, escribió Jung. Por tanto, tenemos dos opciones: nos
convertirnos en víctimas de las circunstancias o vamos más allá de la adversidad para
desarrollar un nuevo nivel de autoconocimiento.

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