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1. La sociología urbana tiene dificultades para definir su objeto de estudio y es permeable a otras disciplinas. Analiza las relaciones sociales en el contexto espacial de la ciudad pero no hay consenso sobre si el espacio urbano influye en dichas relaciones.
2. La Escuela de Chicago definió la ciudad como un ecosistema social pero luego esta visión fue criticada por reducir el papel del espacio o subsumirlo en fuerzas sociales más amplias como la economía política capitalista.
3. No hay acuerdo sobre si la sociolog
1. La sociología urbana tiene dificultades para definir su objeto de estudio y es permeable a otras disciplinas. Analiza las relaciones sociales en el contexto espacial de la ciudad pero no hay consenso sobre si el espacio urbano influye en dichas relaciones.
2. La Escuela de Chicago definió la ciudad como un ecosistema social pero luego esta visión fue criticada por reducir el papel del espacio o subsumirlo en fuerzas sociales más amplias como la economía política capitalista.
3. No hay acuerdo sobre si la sociolog
1. La sociología urbana tiene dificultades para definir su objeto de estudio y es permeable a otras disciplinas. Analiza las relaciones sociales en el contexto espacial de la ciudad pero no hay consenso sobre si el espacio urbano influye en dichas relaciones.
2. La Escuela de Chicago definió la ciudad como un ecosistema social pero luego esta visión fue criticada por reducir el papel del espacio o subsumirlo en fuerzas sociales más amplias como la economía política capitalista.
3. No hay acuerdo sobre si la sociolog
SOCIOLOGÍA URBANA: CONSIDERACIONES EN TORNO A SU OBJETO DE
ESTUDIO E IDENTIDAD DISCIPLINAR 1.1. UNA DISCIPLINA DE ESCURRIDIZO OBJETO DE ESTUDIO Y CONSTANTE INFILTRACIÓN INTERDISCIPLINAR Dos características han grabado la identidad de la sociología urbana, o, mejor dicho, sus dificultades para encontrar una identidad definida y estable en la que reconocerse. Son estas la dificultad para definir su objeto de estudio y su elevada porosidad interdisciplinar. Características que han llevado a algunos hablar de «carácter un poco atípico de la sociología urbana» (Mela, 1996: 13). Se trata este de un problema que la disciplina arrastra desde sus mismos orígenes históricos. Los fundadores de la sociología no reconocieron a la ciudad como un objeto de estudio en sí misma (Saunders, 1981; Bettin, 1982; Savage y Warde, 1993; Merrifield, 2002). Aunque los autores habían dedicado muchas páginas a analizar fenómenos que más tarde recaerían de lleno dentro de la zona de influencia del territorio subdisciplinar, como los problemas derivados de las condiciones de vida urbanas, lo habían hecho en tanto que fenómenos producidos por la estructura y la dinámica social más abarcante, la del proceso histórico de modernización/industrialización, considerando a la ciudad como un escenario privilegiado de dichos procesos, por ser el lugar donde sus efectos se manifestaban con mayor intensidad, pero no como un subsistema social dotado de autonomía suficiente para justificar una atención especializada. Desde principios del siglo XX, sin embargo, algunos autores, como Simmel, Sombart o Holbawchs, empezaron a fijarse en la ciudad como tal y no como simple emanación del sistema social mayor. Pueden considerarse, en ese sentido, los pioneros de la sociología urbana, aunque no llegaron a establecer un proyecto sistemático y coherente de creación de una nueva subdisciplina. Ni siquiera se lo plantearon, de hecho. Sus intereses eran particulares, sin visión de conjunto, y diferentes: Simmel (1903, 1908) y Sombart (1907) se 2 Francisco Javier Ullán de la Rosa dedicarían a estudiar la ciudad en tanto lugar de producción de rasgos culturales y de personalidad específicos (lo cual les da más méritos para ser considerados padres de la antropología cultural y psicológica que de la sociología urbana sensu stricto), mientras Halbawchs (1908) se interesará fundamentalmente por el aspecto material, el entorno construido, de la ciudad, por la vivienda y el urbanismo, como factores de producción de relaciones sociales. Con su decidida apuesta por los fenómenos socioespaciales fue este ultimo quien más precozmente exploró la que habría de ser la seña principal de identidad de la sociología urbana frente a otras subdisciplinas que también estudiaban (o estudiarían más tarde) la ciudad. Y es por ello que es necesario reclamarlo como uno de los padres de la sociología urbana junto con algunos exponentes de la primera generación de la Universidad de Chicago. Siguiendo aquellas incursiones pioneras, sería la segunda generación de sociólogos de Chicago, la conocida como Escuela de Ecología Humana, la primera en definir explícita y sistemáticamente el objeto de estudio específico de la sociología urbana, alumbrando definitivamente su nacimiento como disciplina, pero también el de la antropología urbana, como es reconocido por la gran mayoría de obras sobre la historia de esta (Eames y Goode, 1977; Hannerz, 1980; Low, 1999; Cucó, 2004). La separación entre competencias sociológicas y antropológicas no estaba dentro de su programa inicial. La Escuela de Chicago convertiría la ciudad en objeto de estudio por medio de un aparato teórico que adaptaba los conceptos de la ecología biológica al estudio de los fenómenos sociales. La sociedad va a ser vista como un ecosistema más, de naturaleza antrópica, cuyas relaciones vienen determinadas por la adaptación al ambiente y las leyes de la selección natural. Cada ciudad constituye, en esta lógica, un subsistema ecológico, sus barrios otros tantos nichos. El objeto de los estudios urbanos es, pues, dicho ecosistema, entendido como un espacio delimitado físicamente (el entorno antrópico construido) y las relaciones sociales que se establecen entre los que lo habitan. Relaciones que no son meros productos del sistema social en su conjunto sino que están ligadas en una relación sistémica a las características y las lógicas del ecosistema urbano. En los años cincuenta, la aplicación a los estudios sobre la ciudad del organigrama metódicamente diseñado por Parsons (1951) para acotar los objetos de estudio de las distintas disciplinas sociales, quebró la unión entre ecología (espacio) y estudios de comunidad Sociología urbana: consideraciones en torno a su objeto de estudio... 3 (cultura). El espacio sería desde entonces el feudo «natural» de la sociología urbana mientras la cultura era entregada a la nueva disciplina que ahora nacía del padre chicaguense: la antropología urbana. A partir de los años sesenta, la llamada Nueva Sociología Urbana se planteara una revisión profunda del marco teórico de la Ecología Humana, considerado deficiente, abriendo una caja de Pandora que a punto estaría de liquidar recién nacida la disciplina. La furia edípica contra el padre chicaguense se manifestó en una puesta en cuestionamiento del propio estatuto de la sociología urbana, de su pertinencia como tal. Y ello desde dos frentes, el epistemológico y el interdisciplinar, que pueden considerarse como distintos aunque en muchas ocasiones han actuado en estrecha colaboración. 1.2. EL FRENTE EPISTEMOLÓGICO: LA CRÍTICA AL ESPACIO URBANO COMO FACTOR DE CAUSALIDAD SOCIOCULTURAL Regresando al estructuralismo sistémico de los primeros sociólogos y a un etnocentrismo parcialmente inconsciente, que confundía la parte (Occidente) por el todo (mundo), algunos autores van a negar cualquier papel de causalidad al entorno construido, rebajándolo de nuevo al rango de variable dependiente del sistema social. La primera en abrir fuego fue quizá Ruth Glass en 1955 desde Gran Bretaña: «No hay un objeto propio de la sociología urbana con identidad distintiva propia» (Glass, 1989 [1955]: 51), escribió: «En un país altamente urbanizado como Gran Bretaña, la etiqueta ‘urbano’ puede aplicarse a casi cualquier rama de los actuales estudios sociológicos. En esas circunstancias carece absolutamente de sentido aplicarla» (Glass, 1989 [1955]: 56). Diez años después, Gideon Sjoberg identifica tres dificultades fundamentales en la sociología urbana: la especificación de sus objetos clave, el establecimiento de los límites entre el subsistema ciudad y el sistema social general y, su etnocentrismo (el estudio de lo urbano se había limitado hasta entonces al de la ciudad occidental, con ausencia de enfoque comparativo y de una teoría general universal) (Sjoberg, 1965). El ataque más conocido provino de la pluma de Manuel Castells, quien, en su primera reflexión sobre el tema, en 1968, se preguntaba Y a-t-il une sociologie urbaine? (¿Existe la sociología urbana?). Pregunta que volvería a formular en su obra La question urbaine, de 1972. En ella, Castells, con el objetivo de salvar la sociología urbana, 4 Francisco Javier Ullán de la Rosa elabora un programa para depurarla de toda traza de determinismo, e incluso causalidad, espacial. Parafraseando la metáfora marxiana del fetichismo de la mercancía, Castells denuncia la causalidad espacial como pura ideología, «fetichización» del espacio, una representación imaginaria que impide ver la verdadera realidad: el espacio es siempre una expresión de la estructura social, es conformado por el sistema económico, político e ideológico, el modo de producción, la economía política (Castells, 1972). Predominancia de lo relacional sobre lo físico que ya había sido (re)introducida por su maestro en Nanterre, Henri Lefebvre, en La somme et la reste (1959). En la contemporaneidad esa economía política es la del capitalismo y, al estar sus lógicas presentes en todo el planeta (campos, ciudades, primer y tercer mundo) no tiene sentido singularizar a la ciudad dentro del sistema. Si la ciudad fuera una variable independiente habría que suponer que existen ciertas prácticas sociales que solo se observan en ciudades. Esto no se sostiene empíricamente, nos dice Castells. Si el objeto de estudio fuera el espacio, habría que suponer que el compartirlo conduce a cierto tipo distintivo de prácticas sociales. En cambio, son los tipos de relaciones sociales entre personas y no su proximidad física los que dan forma a las prácticas sociales. La proximidad con tu vecino puede llevarte a amarlo u a odiarlo, el tipo de relación no se puede extraer a priori de la variable espacial (Castells, 1974). El debate sobre el objeto de estudio continuó a lo largo de los ochenta y noventa. Con la llegada de la globalización (tanto como fenómeno empíricamente observable que como moda e ideología académica) prendieron de nuevo con fuerza las viejas ideas evolucionistas que veían en la historia la consumación de un proceso global, inescapable, de urbanización. «Empíricamente — dice Zukin— si procesos globales de urbanización y “metropolitanización” cubren la faz de todas las sociedades, entonces el estudio de las ciudades per se se revela superfluo. Metodológicamente, si las ciudades se limitan a reproducir las contradicciones de una estructura social dada, entonces el estudio de las ciudades es esencialmente idéntico al estudio de la sociedad en su conjunto» (Zukin, 1980: 6) A principios de los ochenta, el neoweberiano Saunders, desde un enfoque menos materialista que el de Castells, volvía de nuevo a subsumir la especificidad de la ciudad en el magma amorfo del sistema social general. En las sociedades modernas, argumentaba, con su alta movilidad social y geográfica y la permeabilidad capilar de la cultura difundida por los medios de comunicación de masas, no Sociología urbana: consideraciones en torno a su objeto de estudio... 5 tiene sentido considerar a la ciudad o al campo como sistemas sociales autocontenidos. No hay actividades sociales que se produzcan únicamente en la ciudad o en el campo (Saunders, 1981). Y unos años más tarde Sauvage y Warde afirmaban con toda rotundidad que la sociología urbana no tiene objeto teórico y que la etiqueta de «urbano» es «mayormente una bandera de conveniencia» (Savage and Warde, 1993: 2). 1.3. EL FRENTE INTERDISCIPLINAR: LA SOCIOLOGÍA URBANA EN EL SENO DE UNA DISCIPLINA URBANA MÁS ABARCANTE El segundo ataque a la identidad distintiva de la sociología urbana no provino de aquellos que ponían en duda la naturaleza causal, estructurante, del entorno antrópico urbano sino, por el contrario, de quienes la defendían con convicción. Muchos académicos concluyeron que si el espacio urbano posee unas características tan definidas se hacía necesario, para poder analizarlo en toda su complejidad, no dividir sino, al contrario, volver a reunir los distintos enfoques urbanos dispersos transversalmente por las grandes disciplinas sociales clásicas. El movimiento en pro de crear una nueva «disciplina de disciplinas», centrada en torno al núcleo de coalescencia de lo espacial, puede y debe entenderse en el contexto más amplio de la reacción posmoderna al paradigma de la modernidad y su proyecto de división racional de las esferas del conocimiento, tachado de mera ideología (Beck, 1992; Khan, 2001). Esta reacción acabó desembocando en el nacimiento de los llamados Urban Studies, considerados ya a principios de los sesenta en los Estados Unidos como «un campo académico emergente» (Woodbury, 1960; Gutman y Popenoe, 1963). Este movimiento de «ecumenismo urbano» fue protagonizado fundamentalmente por y desde las universidades anglosajonas, y es en buena parte fruto de su estructura organizacional flexible, dispuesta ya de entrada a la interdisciplinaridad. Es en este mundo anglosajón donde la nueva disciplina iría progresivamente tomando cuerpo, con el surgimiento de departamentos, títulos universitarios, revistas especializadas y muchos manuales (Sinha y Achuta Rao, 1968; Walsh, 1971; Gloor, 1974; Loewenstein, 1977; Montero, 1978; Phillips y LeGates, 1981; Rand Corporation, 1986, 1995; Steinbacher.y Benson, 1997; Paddison, 2001; Gottdiener y Budd, 2005; Patel y Deb, 2009; Hutchison, 2010) y en ella convergieron 6 Francisco Javier Ullán de la Rosa geógrafos, antropólogos, sociólogos, o urbanistas, entre otros. Uno de los grandes difusores de los Urban Studies fue la casa editorial Sage, como puede observarse en la cantidad de manuales y obras publicadas bajo ese sello. En ese mundo anglosajón, la convergencia entre disciplinas fue especialmente fuerte, en el caso de la sociología y la geografía urbanas. En los años setenta y ochenta, con la intermediación del neomarxismo entonces imperante, «la distinción entre los dos campos disciplinarios parece desaparecer casi completamente» (Mela, 1996: 18). Ejemplo paradigmático son los trabajos del geógrafo neomarxista David Harvey (1973, 1985a y b, 1987 a y b), prácticamente indistinguibles de los de los sociólogos. La interdisciplinariedad recibiría un ulterior empujón cuando la irrupción del paradigma posmoderno en todas las ciencias sociales condujo a la geografía, la sociología y la antropología urbanas a estudiar los aspectos semióticos y subjetivos de la ciudad y su espacio construido. Enfoque que ha continuado en autores como los de la llamada Escuela de los Ángeles (Scott, 1986; Soja, 1990; Davis, 1990), que son reclamados respectivamente por la geografía (Racine, 1996), la sociología (Dear y Dishman, 2001) o la antropología (Cucó, 2004) como «de los nuestros». 1.4. LAS ÚLTIMAS DOS DÉCADAS: LA IDENTIDAD DE LA SOCIOLOGÍA URBANA SIGUE AÚN INMERSA EN EL DEBATE Desde aquellos lejanos días de Glass (1955) o Sjoberg (1965) el debate acerca del objeto disciplinar en el seno de la sociología urbana no ha cesado pero la capacidad de resiliencia de la disciplina, incluso en medio de sus más agudos ataques existenciales, es sorprendente. Como nos advierte Zukin a propósito de los nuevos sociólogos urbanos que pusieron en duda el objeto de estudio: «Sin embargo, [todos ellos] —Castells no menos que otros— han continuado generando estudios bajo esa rúbrica» (Zukin, 1980: 9). En efecto, la pregunta que se hacía Castells en 1968 no fue nunca otra cosa que mera retórica para llamar la atención sobre sus propias tesis en sociología urbana. Sus invectivas contra la «fetichización» del espacio en absoluto suponen una cancelación del mismo en sus investigaciones sino tan solo una reformulación de su papel. Para Castells, el espacio urbano si bien quizá no sea estructurante, no deja de estar ahí. La metáfora empleada (un poco confusamente) por él mismo (1974) es Sociología urbana: consideraciones en torno a su objeto de estudio... 7 la de un juego de ajedrez que se juega en un tablero abierto y dinámico. Este tablero es el modo de producción (que no la ciudad): es el quien establece las reglas del juego, lo que las piezas pueden hacer. Como en el juego del ajedrez, las piezas están constantemente en movimiento, redefiniendo a cada turno las relaciones estructurales entre ellas. Castells dice estar interesado no en el tablero en sí sino en las piezas, o mejor dicho en sus relaciones de ataque y defensa, es decir, en sus luchas de clase. Aun así la ciudad sigue estando absolutamente presente en sus análisis, como escenario pero también como actor porque Castells no se dedica a estudiar indiscriminadamente todas las «piezas» del tablero sino que decide posar su lente sobre un tipo muy concreto: aquellas que ocupan «casillas» urbanas. Así, su estudio de los movimientos sociales una Sociologie des mouvements sociaux urbains (1974). El espacio urbano, aunque no sea nada más que como factor delimitante y no estructurante está en cualquier caso bien presente. Quizá no fuera en ese momento una sociología de la ciudad pero nunca dejó de ser una sociología en la ciudad. No serán quizá las relaciones entre el espacio construido y la sociedad pero son aún las relaciones sociales en el espacio construido. Más tarde, sin embargo, al desarrollar su teoría de la sociedad-red y del espacio de los flujos, Castells volvería de nuevo a retomar la idea fundante de la sociología urbana en Chicago: la de la ciudad como subsistema dentro del sistema social. Castells retomará, entre otros, los trabajos de Berry («Las ciudades son sistemas dentro de sistemas de ciudades» [Berry, 1964: 147]). En Castells, el sistema social es la sociedad-red globalizada del capitalismo informacional, en la cual las ciudades no son meros escenarios donde ocurren cosas sino que cumplen una función fundamental en tanto tales: son los nodos del sistema-red, que producen y consumen los diferentes flujos de los que el sistema esta hecho. Por si fuera poco Castells es uno de los impulsores de lo que se ha revelado en las últimas décadas como un objeto emergente de la sociología urbana, uno que, ya por sí solo podría justificar su supervivencia disciplinar: el estudio de la gobernanza y, más concretamente, de la gestión política de los problemas urbanos en las grandes aglomeraciones metropolitanas (Castells y Borja, 1998). Esta es, de hecho, la única posibilidad de salvación que le conceden negacionistas radicales como Savage y Warde, para quienes es la única dimensión de los estudios urbanos que no puede ser reducida a otras disciplinas. Las ciudades son en sí mismas instituciones políticas que necesitan información rigurosa y sistematizada para poder gestionar la 8 Francisco Javier Ullán de la Rosa vida social en su territorio. Lo único que puede distinguir a la sociología urbana, nos dicen Savage y Warde, es su proyecto de elaboración de un cierto marco teórico para entender estos problemas. Así, aunque algunos pretendan reducir el rol del sociólogo urbano al de un mero «intermediario entre la teoría social y los problemas urbanos» (Savage y Warde, 1993: 2), ni estos, ni Castells, ni la mayoría de los que pusieron seriamente en cuestión el futuro de la sociología urbana, se han atrevido a liquidarla del todo. Tampoco en el otro frente los ataques han desembocado en conquista ni rendición. A pesar de la aparición, hace ya cincuenta años, de un rival tan fuerte como el proyecto multidisciplinar de los Urban Studies, la sociología urbana sigue hoy existiendo (o más bien coexistiendo) en el seno de la gran familia de las ciencias sociales. Y ello tanto en Norteamérica (donde los Urban Studies cuajaron con mucha fuerza) como en Europa donde (con excepción de la universidad británica) no lo hicieron. En la Europa continental, una estructura universitaria más rígida hizo prevalecer la inercia de las compartimentalizaciones académicas ya establecidas. Y es particularmente en Francia, principal foco de la nueva sociología urbana en los sesenta y ochenta y, con una aristocracia universitaria particularmente fuerte (magistralmente fotografiada por Bourdieu en su Homo Academicus [Bourdieu 1984]) donde la resistencia a derribar muros ha sido quizá mayor. Y ello a pesar de ser el foco más fuerte de las corrientes filosóficas y epistemológicas posmodernas, con sus Foucault, Baudrillard, Lyotard, Barthes, Deleuze, Guattari... Véanse como prueba los siguientes fragmentos que describen el estado de la cuestión en el mundo francófono en los albores del siglo XXI: No hay casi comunicación entre los dos grupos de investigadores que se ocupan de la ciudad [los sociólogos y los geógrafos]. Los segundos tienen la impresión de que los primeros hablan de una entidad tratada in absentia, es decir, de un ser sin cuerpo, sin substancia ni lugar […] A lo que los primeros replican que los otros analizan un cuerpo sin alma, pues la ciudad, siguiendo a Aristóteles y San Agustín, es un conjunto de hombres antes que ser un conjunto de piedras (Corboz, 2001: 25). ¿Es esta supervivencia de la separación académica de las diferentes ciencias de lo urbano una mera reacción tribal del Homo Academicus? No, las posiciones no son fruto únicamente del interés político disciplinar: existen también quienes las defienden en aras de Sociología urbana: consideraciones en torno a su objeto de estudio... 9 un renovado positivismo. Un ejemplo en este sentido es la obra de los geógrafos urbanos Pumain y Robic Théoriser la ville (1996). En este ensayo, tras haber reconocido, en lo que puede considerarse como un antimanifiesto de la interdisciplinaridad que «no existe, sin embargo, una teoría unificadora que explique de manera satisfactoria los diversos aspectos del fenómeno urbano» afirman su voluntad de limitarse «a las teorías de la ciudad» que la piensan como un objeto geográfico. Excluimos, por tanto, las interpretaciones que parten de un enfoque más bien sociológico como, por ejemplo, todas aquellas que definen la ciudad como «el lugar de maximización de la interacción social» (Pumain y Robic, 1996: 108). Este planteamiento tan atomizador supone un repliegue defensivo que trata de salvar una identidad propia ante la amenaza de dilución del objeto de estudio geográfico en el océano de los estudios urbanos pero también deja traslucir una convicción de cuño modernista. La geografía urbana atraviesa por procesos muy similares a los de la sociología urbana: dividida entre los defensores a ultranza de los confines disciplinares y los partidarios de un acercamiento interdisciplinar. Entre los segundos, y sin volver a mencionar al más conocido Harvey, tenemos, de nuevo en Francia, la geografía humanista de Racine (1996). Pero es de la primera posición de la que cabe ahora hablar. Esta posición está perfectamente ilustrada en la obra colectiva de Derycke et al. Penser la ville: théories et modèles (1996), en la cual se incluye el citado texto de Pumain y Robic: un volumen que intenta regresar a paradigmas puramente espaciales en la tradición de Crystaller (1933). En estos autores no hay ni una sola mención a la gente, sea como individuos o como grupos. Lo que se propone es el enfoque ecológico, pero en una versión no humanista del mismo, muy diferente de la que desarrolló la Ecología Humana de la Escuela de Chicago. Los textos dejan muy claro que la disciplina ha de centrarse en el estudio de la ciudad como organismo físico-espacial y del sistema espacial de ciudades en el que esta se inserta, sin entrar en su composición social interna. Es como si se estudiara la ciudad como un bosque, describiendo su forma tal y como se ve desde el aire, sus movimientos en el espacio (es decir, su expansión o contracción a lo largo del tiempo), su interacción con el entorno y con otros ecosistemas (otros bosques, sabanas, ríos, tierras cultivadas) pero sin decirnos nada de la composición y funcionamiento de los animales y plantas que en él viven y le dan vida. Esta geografía urbana purista ha encontrado sus señas de identidad, por el contrario, en una hiperreificación 10 Francisco Javier Ullán de la Rosa de la ciudad, concentrándose en estudiarla como un organismo físico (o biológico) con existencia propia al margen de sus elementos constituyentes. El reduccionismo geográfico de los Derycke y compañía es un ejercicio de hiperespecialización disciplinar que intenta levantar barreras rígidas para detener el trasvase interdisciplinar. También proveniente de Francia y siempre con el objetivo de contrarrestar el avance de unos Estudios Urbanos generales es la propuesta del sociólogo Grafmeyer (1994) defendiendo la irreductibilidad de los siguientes tres enfoques: el morfológico-funcional (terreno de la geografía urbana), el puramente funcional (feudo de la economía urbana), y el relacional (que sería, finalmente, el de la sociología urbana). Los tres enfoques tienen un denominador común, el análisis del espacio como factor estructurante de lo humano pero cada uno de ellos se ocuparía de una dimensión diferente de dicha actividad. 1.5. UN INTENTO FINAL DE DEFINICIÓN DE LA SOCIOLOGÍA URBANA Los apartados anteriores quizá hayan confundido al lector y le hayan dejado con la impresión de que deseamos concluir este capítulo con una declaración de impotencia con respecto al estatuto de la sociología urbana. Nada más lejos de nuestra intención. Planteados todos los problemas y analizados los principales debates en el seno de la disciplina, quiero ahora intentar restituir a la sociología urbana la identidad puesta bajo sospecha y ofrecer una definición de la misma que sea al mismo tiempo lo más acotada, operativa, y actualizada posible. Soy consciente de que la definición perfecta no existe y que lo que ofrezco a continuación es un acercamiento a la cuestión que puede ser sometido a ulterior crítica y a debate pero soy así mismo consciente de que una historia de la sociología urbana, como la que se presenta en este libro, necesita de una definición de la disciplina, por muy imperfecta o abierta a discusión que esta pueda ser. Y, en aras de alcanzar dicho objetivo, se debe partir, en mi opinión, del necesario cumplimento de dos condiciones iniciales: 1) La separación analítica de la ciudad de los procesos macroprocesos sociales sistémicos y la superación del mito de un planeta totalmente urbanizado. Dicho de otro modo: si la ciudad puede Sociología urbana: consideraciones en torno a su objeto de estudio... 11 observarse como un objeto de análisis en sí mismo es porque existen límites, diferencias, entre esta y otras formas de organizar a las personas en el espacio. La ciudad debe entenderse como un territorio antrópico «urbanamente» construido que se diferencia de otras formas de transformación antrópica del espacio, como las rurales o las de la vida nómada. Como han señalado Arnould et al. (2009) la predominancia de lo urbano no quiere decir que no exista ya lo rural. Lo que ocurre es que no hay separación dicotómica, sino un contínuum, algo que, por cierto, ya decía Tönnies (1947 [1887]). Lo rural y lo urbano se entremezclan de forma dinámica para dar lugar a innumerables combinaciones que, no en todos los casos, caminan en el sentido unilineal apuntado por el evolucionismo moderno. Y al mismo tiempo que hay urbanización, se observa, en los países más centrales del sistema-mundo una creciente vuelta al campo, a la agricultura ecológica, por ejemplo. 2) La aceptación sin ambages de la recíproca relación, estructurada y estructurante a la vez, entre espacio urbano construido y procesos sociales (actores y relaciones entre ellos). Así ha sido reconocido implícita o explícitamente hasta la saciedad, por la mayoría de los grandes sociólogos urbanos (Frey, 2003). La sociología urbana encuentra su razón básica de ser en el estudio de los procesos sociales que dan forma a la morfología física del espacio construido y en el estudio de las formas en que dicho espacio construido condiciona las relaciones sociales que se desarrollan en su seno. Es decir, en relación sistémica de retroalimentación entre espacio y sociedad. Una definición razonable de sociología urbana debe saber combinar y cultivar estas dos dimensiones refrenando sus tentaciones de expandir su objeto de estudio en otras direcciones. Esa definición podría, entre otras posibles fórmulas, resumirse en la siguiente: subdisciplina de la sociología que se especializa en el estudio de las funciones de los subsistemas sociales urbanos dentro del sistema social general y en el estudio de las relaciones sistémicas entre el espacio construido urbano y los procesos sociales que en este —y exclusivamente en este, lo que excluye otros espacios o hábitats como el rural— se desarrollan. La sociología urbana es la disciplina que se centra en la dimensión sistémica y estructural de la ciudad: en el rol de las ciudades en el sistema social mundial (siguiendo la estela de Castells o Sassen); en el estudio de la relación 12 Francisco Javier Ullán de la Rosa sistémica entre la forma espacial y la estructura social analizando cómo diferentes estructuras espaciales generan (o no) diferentes estructuras de relaciones sociales y modos de interacción social. La sociología urbana es aquella que continua en la senda ecológica, estudiando la distribución de los varios grupos y actividades en el espacio y las relaciones entre estos; y debe añadir a todo ello una dimensión práctica que le dé reconocimiento y sentido en la sociedad, estudiando las causas, consecuencias y posibles soluciones de los problemas urbanos (congestión, contaminación, desigualdad, pobreza, crimen, vivienda) siguiendo la estela de los fundadores de la sociología. Esta última dimensión aplicada la conduce inexorablemente también al estudio de la política urbana, aún a riesgo de meter un pie en el huerto de la ciencia política. La sociología urbana puede y debe apoyarse en los estudios culturales que hace la antropología, así como, en los estudios más puramente espaciales de la geografía, pero debe resistir a la tentación de convertirlos en sus objetivos de investigación. Así, una sociología urbana con identidad debe dejar a la antropología urbana el estudio de ciertas temáticas (que a veces, sin embargo, figuran en los catálogos de la sociología urbana), como la teorización sobre la existencia de experiencias, valores o estilos de vida urbana universales o los imaginarios culturales que construyen las identidades idiosincráticas de barrios y ciudades. No hacerlo sería despojar a la antropología urbana de su objeto específico de estudio, minando su razón de ser como subdisciplina propia y haciendo a ambas, en la práctica, indistinguibles (lo cual no dejaría de ser más que volver a los orígenes chicagüenses de la disciplina: una posición que tiene sus defensores, pero que no es la que se pretende defender en esta obra). Otra cuestión fundamental es la relación entre la sociología urbana y el urbanismo. Al hacer de la relación espacio construido/estructura y procesos sociales el objeto central de la disciplina, la sociología urbana sella una alianza indisoluble con la ciencia del urbanismo en la cual también se hace a veces difícil establecer fronteras nítidas. Desde al menos mediados del XIX la construcción del espacio urbano (las características de sus edificios, residenciales o no; sus espacios no construidos, públicos o privados; la forma en que todos ellos se distribuyen en el territorio; la gestión del tráfico…) ha dejado de ser un proceso espontáneo en muchas ciudades para convertirse en un fenómeno planificado por un conglomerado de actores sociales (públicos y privados) de acuerdo a un conjunto de directrices técnicas, legales e ideológicas. La importancia de esta construcción planificada Sociología urbana: consideraciones en torno a su objeto de estudio... 13 del espacio (o, inversamente, de la no planificación del mismo) para las relaciones sociales que en él se dan es tan grande que obliga a cualquier historia de la sociología urbana a convertirse, de alguna manera, también en una historia del urbanismo o de la forma urbana. El lector descubrirá a lo largo de los próximos capítulos que esa ha sido nuestra apuesta. Pero dicha alianza con el urbanismo, tampoco se le escapará al lector, nos devuelve de nuevo, como en un bucle sin fin, al problema de los límites disciplinares. Fijar fronteras entre la sociología urbana y el urbanismo no es tan difícil, sin embargo: la sociología es una ciencia teórica, explicativa, mientras que el urbanismo es básicamente una disciplina técnica, aplicada. La misión de la sociología urbana en ese sentido es teorizar los planteamientos urbanísticos concretos, relacionándolos con el contexto social e histórico más abarcante. El problema viene de nuevo con subdisciplinas como la antropología cultural. A los sociólogos urbanos, evidentemente, no escapa que el urbanismo tiene una dimensión cultural muy fuerte los edificios, el diseño de la ciudad, obedecen a códigos culturales éticos y estéticos determinados. Ni el urbanismo ni su compañera aún más técnica, la arquitectura, son ciencias exactas desprovistas de contexto social y valores culturales. Las ciudades y los edificios se diseñan de maneras determinadas para emitir mensajes determinados y cumplir funciones determinadas de acuerdo a ideas culturalmente construidas sobre las formas más deseables de organizar el espacio y a la gente en él. Ahora bien, hemos dicho que el estudio de la dimensión estrictamente cultural pertenece a la antropología urbana. Pero ¿cómo estudia la sociología urbana los efectos del urbanismo sobre el sistema social sin penetrar en este campo de la semiótica y la ideología urbanística? La respuesta es: no puede y, de hecho, lo hará, lo cual es, de alguna manera, volver a introducir la antropología en la sociología urbana por la puerta de atrás del urbanismo. Como vemos, es muy difícil desembarazarse completamente del dilema de los límites subdisciplinares. A pesar de todo ello, a pesar de esta innegable labilidad, creo que podemos afirmar que la sociología urbana posee atributos para reclamar una identidad propia. Ello no quita para que sus fronteras sigan siendo imprecisas, preñadas de yuxtaposiciones y de intersticios por los que se cuelan los vientos de otras disciplinas. Esa será siempre una de sus señas de identidad, inevitable. Una marca al hierro que emerge de su nacimiento en un territorio de frontera: en el confín entre lo espacial (la ciudad como realidad física, que le da su raison 14 Francisco Javier Ullán de la Rosa d’être) y lo estructural-sistémico (los procesos del sistema social que se manifiestan en la ciudad pero no son solo un producto de la ciudad). Trazar los límites entre estas dos esferas, lo espacial concreto y lo sistémico supraespacial, será siempre una tarea espinosa. Una posible solución para zafarnos de una vez por toda de este debate puede estar en propuestas como la de Racine (1996) o Kauffman (2001, 2009), quienes abogan por una tercera vía para la sociología urbana a medio camino entre el aislacionismo y la absorción en el seno de los Urban Studies. Una tercera vía que, partiendo de esta definición razonable de un objeto de estudio propio, relativiza dicho objeto reconociendo su naturaleza fundamentalmente instrumental, heurística, no absoluta, y plantea a partir de ahí la necesidad ineludible de construir una confederación (que no absorción centralista) de disciplinas urbanas para caminar, juntos todos, pero desde una eficiente división académica del trabajo, hacia el futuro. 1.6. DE LA DEFINICIÓN DEL OBJETO DE LA SOCIOLOGÍA URBANA A LA HISTORIA DE LA SOCIOLOGÍA URBANA Si el objeto de estudio de la sociología urbana ha tenido desde sus inicios problemas de definición de ello ha de seguirse, con meridiana lógica, que tampoco la historia de la disciplina presentará un cuerpo teórico de nítida silueta. En efecto, hasta un cierto punto, así es. «La historia de la sociología urbana es discontinua, imposible de reducir a una evolución lineal alrededor de un único tema» (Saunders, 1981: 10), nos dice uno de sus más conocidos exponentes. Y citando las palabras de otro, esta característica convierte a la producción sociológica urbana en «un agregado heterogéneo de resultados de investigación que giran en torno a cuestiones y problemas formulados de manera diversa en el curso de debates surgidos en momentos históricamente diferentes y en contextos nacionales con problemas sociales y territoriales no siempre comparables» (Mela, 1996: 16). Punto de partida que no debe descorazonar a quien pretende, como es el caso, realizar una crónica histórica de la disciplina. Una disciplina tan fragmentada como esta (en escuelas, estudios regionales, autores individuales difíciles de colocar en cajones categoriales) constituye, sin duda, no solo un reto para la historia de las ciencias sino una necesidad, pues es absolutamente obligado ofrecer al público (sea especialista o general) algún tipo de mapa cognitivo que le Sociología urbana: consideraciones en torno a su objeto de estudio... 15 permita navegar por su intrincada red fluvial de autores y escuelas. Este libro pretende ser un ejercicio clasificatorio y descriptivo que reduzca la diversidad fenomenológica que presenta la producción sociológica sobre la ciudad a unos mínimos esquemas panorámicos que ayuden a comprender los principales debates, propuestas teóricometodológicas, líneas de investigación y resultados obtenidos por la disciplina desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días.