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¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas? En los libros aparecen los
nombres de los reyes.
BeRtoLt BReCHt
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base a esas interpretaciones que se orienta e interactúa en él. Sobre estas
interpretaciones legas —decía— los sociólogos construyen sus interpreta-
ciones profesionales. De manera que la sociología se erige primariamente
con datos que son de los actores sociales, no de los investigadores. Plantear
interpretaciones sociológicas salteándose las interpretaciones que hacen
que el mundo sea lo que es para la gente, es un sinsentido. No se trata de
desprofesionalizar la disciplina, sí de respaldar las voces profesionales con las
voces de la gente «común», que produce sociedad todos los días impulsada
por los significados que maneja.
En El campesino queda claro que las historias de vida y las cartas no son
datos menores; lejos de ello, son ventanas para observar grandes temas
de la sociedad. Por ejemplo, a través de las biografías migrantes, podemos
asomarnos a las dinámicas familiares, a los estilos de vida, y a distintos
procesos adaptativos. Leemos a Thomas y Znaniecki:
nos indican la organización familiar primitiva por su relación con los problemas
que afronta el grupo en las diferentes situaciones de la vida. Estas situacio-
nes están condicionadas bien por procesos y eventos normativos internos y
externos a los que estaba originalmente adaptada la organización familiar (…),
bien por nuevas tendencias y nuevas influencias externas a las que no estaba
originalmente adaptada la organización familiar. (2006:201)
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Hasta donde puedo recordar, mi vida estuvo hundida en el dolor y la miseria.
La causa fue mi madrastra, que me maltrataba, me pegaba, me insultaba, hasta
que hizo que me vaya de mi casa. Mi mamá murió cuando tenía cuatro años,
por eso nunca conocí un amor de madre real. Mi padre volvió a casarse cuando
tenía cinco años. La madrastra que tomó el lugar de mi madre era una mujer
cruel, sin capacidad para las emociones. (Shaw, 1966:70)
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Fuera de la Escuela de Chicago, es preciso señalar, en 1961, un hito de
trascendencia: la aparición de Los hijos de Sánchez (2012) de Oscar Lewis,
antropólogo de la Universidad de Columbia, quien reconstruyó la historia
de Jesús Sánchez y familia, en una barriada pobre de la ciudad de México.
En su momento fue un libro revulsivo, dado el extremo realismo de los testi-
monios de los Sánchez, que Lewis (quien finalmente los editó) no morigeró.
Las páginas del libro oficiaban de aguafiestas del México que mostraba el
cine mexicano clásico de aquel entonces, de gran popularidad. Así lo expresa
Consuelo, al morir la tía Guadalupe, en Una muerte en la familia Sánchez,
el libro que siguió a Los hijos, en 1969: «Ahora mi viejita, mi ancianita, está
muerta. Vivió en este humilde nidito lleno de piojos y ratas, de porquería y
basura, escondido en los pliegues del vestido de esa dama elegante que se
llama Ciudad de México». (2012:569)
En el prólogo a la edición aniversario de los cincuenta años de su publi-
cación, Claudio Lomnitz expresa que la obra
muestra una sociedad implacable, no sólo por parte de los ricos, sino también
de los mismos pobres —los padres maltratan a sus hijos, los hombres golpean
a las mujeres, las mujeres se engañan unas a otras, y se vengan también de sus
hermanos y de sus maridos—. No es éste el mundo católico de la redención
en la pobreza, sino un ámbito en que los problemas humanos se agudizan, un
mundo que los endurece a golpes. (cit. en Lewis, 2012:10)
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Si el mundo posmoderno era sinónimo de la caída de los grandes relatos
(sobre el trabajo, la familia, el sexo, la salud, la enfermedad, lo público y
lo privado) era lógico que los individuos se pusieran a pensar de nuevo
muchas cuestiones de la vida y estallaran los microrrelatos. Y ello —dato
fundamental— con la aparición de «facilitadores» de información instantánea
como internet y las redes sociales, de descomunal impacto en la subjetividad.
Concluye Michael Rustin:
Cualquiera que sea la opinión que uno tenga del fenómeno de la «individua-
lización», no es sorprendente que un nuevo enfoque en los individuos tenga
influencia en los métodos de las ciencias sociales. En tal clima parece adecuado
para un nuevo giro metodológico hacia el estudio de los individuos, un giro
hacia la biografía. (2005:34)
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Con los mayores fue distinto. Salvo algunos casos, presentaban muchos
hechos, pero parecía que se perdían a medida que los presentaban. En un
momento tuve la sensación de que los hechos se amontonaban en una pila
que no lograba ver, parecían fueran piezas sueltas de un rompecabezas impo-
sible. Eran hechos sin claves (que más de una vez revelaban indirectamente
que no habían salido del armario en sus familias). Cuando las entrevistas
terminaban me preguntaba desde cuándo estas personas homosexuales de
más de sesenta años habrían pensado detenidamente en la cuestión.
Creo que este ejemplo lleva a pensar en términos transversales: lo aludido
no es privativo del estudio de la homosexualidad; al contrario, es alta la
probabilidad de que la mayoría de las personas nacidas con posterioridad a
1994 o con anterioridad a 1959 contesten de esta «forma» si un investigador
pregunta por cuestiones biográficas.
¿Qué variable explicaría la diferencia? Anthony Giddens diría que es la
«reflexividad» (1995). El sociólogo sostiene que las sociedades posmodernas
se asientan en un «orden postradicional» en el que se flexibilizan las nociones
fuertes de cómo debería ser un ser humano. Al auxilio de tal flexibilización
llega un conjunto de «sistemas expertos» (desde el psicoanálisis hasta el
yoga, pasando por las industrias terapéuticas, y los idearios de los activismos
sociales) que la gente utiliza como insumos para pensar y repensar su vida,
a un punto tal que la biografía queda imaginariamente modelada como un
«proyecto reflejo del yo». El panorama —señala— es ambivalente, ya que si
bien ese modelado produce tensión e incertidumbre, también sirve para
«remoralizar» a las sociedades, en el sentido de que surgirán estados deli-
berativos sobre la vida buena que se trasladarán al campo político y harán
aparecer las «políticas de la vida».
Pero las personas que hoy entrevistan los investigadores no son sola-
mente «sujetos de pensamiento biográfico» porque lo personal se vuelve
político. El declive de la sociedad salarial también produce incertidumbre
y los enfrenta a la angustiante tarea de preguntarse por su biografía en un
mundo que les mueve el piso todo el tiempo. Preguntarse por la biografía:
un camino vacío al que ellos mismos deben aportar contenidos, direcciones
y señalética. «¿Qué hago?», «¿cómo sigo?», «¿qué conviene?», «¿por dónde
agarro?», «¿qué pude haber hecho mejor?», son interrogantes de todos los
días, de los cuales sus antecesores estaban en gran medida exentos.
Como vemos, de una forma u otra, para bien y para mal, la biografía es
cada vez más un «objeto», en el sentido de que para los contemporáneos es
algo dado al estudio y la observación, algo que aparece rápidamente en el
pensamiento como un «deber–hacer». De aquí que sea posible referirnos al
«imperativo biográfico» (Meccia, 2018) en el marco de un duradero proceso
de «biografización de lo social» (Delory–Momberger, 2009).
Estas cuestiones han anclado en las agendas de investigación de las
ciencias sociales y, sin duda, impactaron e impactan en las formas con que
se encaran los estudios biográficos.
Las grabaciones de video son una práctica habitual cuando se trata de los par-
tidos de fútbol o de béisbol de los niños, y de los casamientos, los Bar Mitzvah
y las fiestas de cumpleaños. La prevalencia del video en nuestras vidas no ha
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parado de expandirse. Nosotros podemos documentar nuestras vidas según
las percibimos, y podemos registrar nuestra visión de los eventos. La razón de
ser de la explosión del video es el deseo no solamente de registrarse a uno
mismo y a su familia, sino también presentar esa visión de nosotros mismos
al yo que seremos luego de esa documentación. (1998:258)
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«curso de vida», «trayectoria», «ciclo vital», «biografía personal», «carrera
moral», «historia de vida», «relato de vida», «narrativas del yo», «itinerario
biográfico», «historia reciente», «historia oral», «línea de vida», «biogra-
fía», «autobiografía», «patrones narrativos», «testimonio», «devenir». Si se
recorren las investigaciones es muy probable que descubramos la siguiente
situación: a veces una misma palabra expresa conceptos diferentes y otras
veces un mismo concepto es expresado por palabras distintas. Veamos.
No es extraño que la expresión «historia de vida» sea utilizada tanto en
investigaciones que trabajan tanto con «hechos» como con «discursos»
biográficos, o sea, en investigaciones que, en realidad, buscan datos dife-
rentes porque tienen objetivos que también lo son. Por ejemplo: estudiar la
«historia» de la integración de una familia de migrantes latinoamericanos
recientes en una ciudad de tamaño medio en Argentina, es algo bastante
distinto a estudiar los relatos de los sobrevivientes de la Guerra de Malvinas:
en un caso, se realizan entrevistas para reconstruir —junto a otros datos— una
historia vivida; en el otro, se realizan entrevistas para estudiar el conjunto de
racionalizaciones y desplazamientos, y de convenciones retóricas y temáticas
presentes en el «relato» de un conjunto de personas que vivieron un episodio
traumático. En un caso, se toma el discurso porque interesan los hechos de
un proceso; en el otro se toma el discurso porque interesan, por un lado,
el discurso en sí mismo y, por otro, su relación con la identidad. Notemos,
entonces, como la misma palabra («historia de vida») representa cuestiones
conceptuales distintas.
También podemos encontramos con lo contrario: un mismo concepto es
expresado por palabras diferentes. Una investigación declara trabajar con
«trayectorias de vida» y otra con «cursos de vida». Aparentemente serían
trabajos distintos que se apoyarían en conceptos que también lo son. Sin
embargo, cuando nos acercamos a los trabajos vemos que uno se propone
dar cuenta del desempeño laboral de dos cohortes en una rama del tra-
bajo impactada por el cambio tecnológico, y otro reconstruir trayectorias
académicas comparadas de varones y mujeres en la universidad pública de
Argentina, es decir, serían investigaciones que, a pesar de las palabras dis-
tintas con las que se presentan, trabajan con un mismo concepto, las alienta
una misma idea: comparar desempeños (sucesiones de «hechos» laborales)
en dos escenarios.
Tratar de poner orden en el uso vivo de una lengua por parte de sus
usuarios es una empresa ridícula, además de autoritaria. Entraríamos en
un juego de desmentidas donde el autor de estas líneas tendría la última
palabra. No corresponde. El autor huye de ese lugar. Por eso, creemos que
lo más pertinente es presentar un cuadro con cuatro tipos de investigación
biográfica para cuyo armado, en vez de fijarnos en las palabras con las que
se (auto)presentan los estudios (ya vimos que a veces refieren a cuestiones
distintas), nos fijemos en cuáles son los «objetos de fondo» (Meccia, 2012)
con los que trabajan, en cuáles son los «fines» que los ponen en acción,
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estiLos de investigación Biográfica ¿para qué se utiLiZan Las Biografías?
Un episodio marcó un antes y un después en Las narrativas del yo son construcciones dis-
la vida de los individuos, e inauguró procesos cursivas a través de las cuales los individuos
de des–socialización y de resocialización experimentan la identidad social. La vida se
(relacional y cognitiva) en escenarios particu- recrea en el relato con marcas del lenguaje
lares de interacción social. indiciarias del enunciador.
Una historia de vida es solo una historia de vida. Treinta historias de vida de
treinta hombres o mujeres dispersas en toda la estructura social son solo
treinta historias de vida. Pero treinta historias de vida de treinta hombres que
han vivido sus vidas en uno y el mismo sector de producción (aquí, trabaja-
dores de panadería) representan más de treinta historias de vida aisladas:
en conjunto, cuentan una historia diferente, a otro nivel: la historia de este
sector de producción, a nivel de su patrón de relaciones socio–estructurales.
(Bertaux y Bertaux–Wiame, 1981:187)
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fue Glen Elder, reconocido representante de los estudios longitudinales y
uno de los mentores principales del paradigma del «curso de la vida» (life
course). Se propuso estudiar, junto a sus respectivas familias, un grupo de
niños y niñas nacidos por los años de la gran depresión de la economía en
Estados Unidos. Para ello utilizó información producida en otros contextos
de investigación.
Elder adscribía al programa fuerte de vinculaciones entre estructura social
y personalidad. Y desde ese lugar se preguntaba: ¿qué consecuencias puede
tener a lo largo del tiempo un episodio que altera drásticamente la estruc-
tura socioeconómica sobre las distintas facetas de la personalidad? ¿Qué
relación puede existir entre haber vivido un shock económico y la estima
de sí mismo, la susceptibilidad ante el juicio de los demás, la capacidad de
volverse emprendedor o emprendedora, de desplegar nuevos roles, de redis-
tribuir responsabilidades dentro de la familia? ¿Qué repercusiones puede
tener todo ello en la personalidad de quienes eran niños y niñas entonces?
¿Cómo se relacionan esas consecuencias con la pertenencia de clase dentro
de distintas cohortes? En realidad, el gran interés de Edler eran las estrate-
gias de adaptación de las familias ante los cataclismos económicos. En un
escrito posterior expresó:
las perspectivas sobre el curso de la vida ven al sistema familiar como causa
y consecuencia de los acontecimientos económicos. El cambio económico
externo afecta la dinámica interna y los patrones de la vida familiar, y estos
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respecto de las entrevistas (Grele, 1991; Portelli, 2003–2004, Schwarzstein,
2001). Se trata de investigaciones cuyo surgimiento es indisociable de las
grandes tragedias del siglo XX (la Segunda Guerra Mundial, el genocidio nazi,
la Guerra Civil Española, etc.) que fueron tomando legitimidad en el mundo
académico con el nombre de «historia reciente» e «historia oral»: ¿qué tienen
para decirnos las generaciones vivas acerca de los procesos históricos que
ya nos informaron los libros de historia?
El testimonio cualitativo de los actores es el dato central aunque, por
supuesto, se cotejan (sin intención verificacionista) con datos de diversa
índole: estadísticas del tipo que sea (o se encuentren), registros policiales,
judiciales, fílmicos, literatura de costumbres, etc. Resulta de interés para la
discusión metodológica pensar si son investigaciones de corte sincrónico o
diacrónico, ya que, a pesar de buscar una sucesión de hechos, es también
la memoria del testimoniante (testigo–fuente de la historia profana que se
desea reconstruir) lo que se pone bajo estudio. Los hechos son cosas del
pasado —es cierto—, pero la resistencia del pasado a convertirse en una cosa
juzgada, lleva a que nos interese la memoria, que es cosa del presente. Nótese
cómo, a diferencia del tipo de investigación anterior, aquí, el análisis de los
relatos como vehículos de la memoria (con sus «distorsiones» incluidas)
toma relevancia.
Fascism in Popular Memory. The Cultural Experience of the Turin Working
Class (1987), de Luisa Passerini es nuestro primer ejemplo. Entre 1976 y 1981
Passerini recogió un total de sesenta y siete testimonios (y muchos otros
datos) relativos a la vida de la clase obrera en Turín durante los años del
fascismo. La autora da precisiones interesantes sobre las intenciones que la
condujeron al armado de la muestra. De los sesenta y siete entrevistados,
apenas once eran militantes de los sindicatos o de las asociaciones católicas.
Entendía que a través de la vida de las personas «oscuras» y «comunes» podía
extraer hechos históricos no directamente políticos pero que informaban
sobre la vida cotidiana en ese período en el cual, justamente, el fascismo
había redefinido los límites de lo cotidiano (entendido como el espacio de
las personas) y lo político (entendido como la vida oficial de la nación).
¿Acaso la invasión del régimen a la cotidianeidad no pudo terminar fun-
cionando como un aliciente para la politización? ¿Acaso sus reclamos de
obediencia —por ejemplo, a la política de expansión demográfica— no pudo
terminar alentando todo un entramado silencioso de resistencia entre las
mujeres?, pero: ¿puede hablarse tanto de resistencia cuando un régimen
se mantuvo en el poder tantos años? Passerini tiene buenas razones para
buscar, a través de las biografías de la gente, resistencias pero también
ambigüedades, aceptaciones pragmáticas, y de las otras. Y expresa que, de
haber armado la muestra solo con «notables» (líderes católicos o sindicales,
por ejemplo), la búsqueda se habría malogrado.
Lo expresado viene a cuenta de una crítica mayor, pensar «que la subje-
tividad de los trabajadores es automáticamente política y no está sujeta a
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y en la comunidad de Berisso. Los relatos de sus experiencias, el de otras
mujeres y el de otros informantes en lo concerniente al sistema taylorista de
organización laboral, contribuyeron «a pesar» de su subjetividad a un gran
ensanchamiento del conocimiento de las Ciencias Sociales. Doña María y sus
contemporáneos permitían ver en detalle («entre bambalinas») lo sucedido
en una rama del trabajo (la industria frigorífica transnacional) a cuya sombra
creció una ciudad en un momento social particular (la llegada de corrientes
migratorias de Europa y del interior de Argentina) y en un momento polí-
tico fundacional: el ascenso y la consolidación del peronismo. Manuales de
historia profesional hay muchos —piensa el autor— lo que se necesita son
testimonios «desde abajo»:
El relato de historias es una manera de tomar las armas contra la amenaza del
tiempo. En rigor, el registro de las historias y su transcripción suele justificarse
en términos de la conservación de recuerdos y tradiciones que de lo contrario
serían víctimas del carácter efímero de la oralidad. (James, 2004:146)
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hacia la vida de los actores que los tuvieron como testigos y/o protagonistas
para encontrar nuevos hechos y nuevas versiones de los hechos conocidos.
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se encuentra con otros individuos en situación similar, circunstancia que
paulatinamente va tramitando un permiso colectivo para el habla. Justamente,
si es esta la variable de base, puede comenzar un proceso de resocialización
(por supuesto, no exento de contradicciones y recaídas) que inducirá al «yo
alcohólico» a dar un paso al costado y dejar nacer al «yo en recuperación».
Todo ello bajo las coordenadas conceptuales y la lógica práctica propia de
Alcohólicos Anónimos, en tanto entidad terapéutica especializada.
Es este tránsito —imposible de pensar si no es en términos colectivos—, lo
que quiere estudiar Denzin. Un tránsito parecido a una conversión, producto
de una nueva definición de sí que se debe mantener en el tiempo mediante
la interacción: «el yo de la persona participa activamente en la adquisición
de nuevas auto–imágenes, nuevos lenguajes del yo, nuevas relaciones con
otros, y nuevos vínculos o vínculos con el orden social». (Denzin, 1987:19)
Las reflexiones metodológicas son interesantes. Ponen de relieve el carác-
ter diacrónico de los datos. El investigador estudiaba los relatos de vida que
iban surgiendo de las reuniones. El material era rico pero se centraba —como
era de prever— en los temas propuestos por la entidad, que siempre eran
específicos. A partir de estas historias —pensaba Denzin— se puede obtener
una imagen de un yo en recuperación, pero esa imagen sería solo una foto-
grafía y hacía falta la película:
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es una cuestión de identificar, dentro de estas fases comunes, las posibles
variaciones». (2010:35)
Lo interesante del trabajo es la demostración de cómo las carreras y el
trabajo biográfico de los pacientes guardan relaciones respecto de los gra-
dos y las formas de participación en distintas asociaciones que nuclean un
público homogeneizado por la enfermedad. Las asociaciones pueden ser
reivindicativas o no:
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cómo deberíamos ser las personas. He aquí el sentido profundo —dialógico
y referido— de poner los relatos del yo al servicio de una reflexión sobre la
identidad social.
Pero la transmisión de la imagen —si bien es concomitante a la narra-
ción— es relativa. No puede relatarse cualquier cosa en cualquier momento.
Siempre el narrador intentará establecer —utilizando con algo de autonomía
una expresión de Algirdas J. Greimas— un «contrato de veridicción» (1973)
entre él y sus auditorios, una especie de acuerdo (no consensualista pero
sí interpretativo) respecto de cuáles son los alcances, cuál el sentido de sus
expresiones.
Con estas premisas, las investigaciones buscarán en la superficie del dis-
curso del enunciador huellas, indicios (o «marcas», como dijimos) que harán
pensar en su exposición crónica, en su relación abierta con las voces del
pasado que lo interpelan y con las voces en las que —hoy y mañana— quiere
impactar. Es toda esa exterioridad la que, en realidad, lo constituye como
narrador, según nos enseñara Bajtin (2003); es ese conjunto de regulaciones
sociales lo que tiene en la punta de la lengua, en fin: la materia prima del
relato de su vida.
Arfuch extrae consecuencias claras para encarar las investigaciones. Por
ejemplo, cuando argumenta que:
En Telling sexual stories. Power, Change and Social Worlds (1995), Ken Plummer,
tras recorrer algunos estudios del campo literario (inspirados en los trabajos
fundacionales de Vladimir Propp y Julien Greimas) presenta una tipología de
«patrones narrativos» que aplica al estudio del proceso de salida del armario
de gays y lesbianas en los años ochenta. Como precaución a posibles críticas
de «ahistoricismo», Plummer aclara que son relatos nuevos imputables al
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proceso de visibilización de las sexualidades no–hegemónicas que, en Occidente,
comenzó en los años setenta. Como en la investigación anterior, aquí tenemos
gays y lesbianas que, desde sus presentes, arman una historia «enmarcada»
o «encuadrada» (al decir de Erving Goffman, 2006) en un formato particular.
Primero presenta los relatos cuyo patrón narrativo es la figura de un «viaje»:
hay una progresión por etapas (con mayor frecuencia a partir de los recuerdos
la infancia más temprana) que, a través de diversas crisis, abre el camino hacia
algo. Son relatos animados por el impulso de romper un estado de cosas,
encontrar un lugar en el mundo y/o una identidad, también de volver a un lugar
añorado. Segundo, aparecen los relatos que transmiten la idea de un «sufri-
miento duradero»: en la vida siempre hubo una lucha, todo tipo de dificultades
han aparecido, hubo momentos de agonía, y otros de honda introspección.
¿Por qué esta agonía? ¿Pudo haberse evitado? ¿Qué significa (qué señales da)
el sufrimiento)? ¿Por qué seguir así? ¿Cuál es el costo?, conforman un juego de
preguntas (y respuestas) característico de este relato. Tercero, los relatos que
hacen presente la idea de una lucha: el sufrimiento se comprende por la exis-
tencia de enemigos, por quienes no gustan del narrador y le hicieron mal. Son
un blanco de ataque. Hay que despejar el terreno para dar paso a la integridad
del yo. Cuarto, los relatos que se vertebran con la «persecución de una meta»:
la trasdendencia o la abolición del yo («no–gay», «no–lesbiano») es un objetivo
que se propone el narrador, algo sentido con anterioridad aunque postergado.
El relato «muestra» todos los avatares que llevaron a su cumplimiento. Quinto
y últimos, los relatos enmarcados en la obtención de un «lugar en el mundo».
Son los más optimistas y —comparativamente— los más politizados. Finalmente
gays y lesbianas llegan a alguna parte: a una nueva identidad, a una nueva
comunidad, a una nueva política. Ese lugar no es ideal pero es un lugar propio
en el que es posible (auto)instituir un orden social nativo.
Volviendo a la relación entre marcas narrativas e identidad social o, dicho
de otra forma, a la cuestión de cómo las narrativas habilitan una lectura
pública del yo–protagonista es notable que las imágenes expresadas se
resistan a alojarse en la figura de la víctima, antes bien, aparecen gays y
lesbianas en un camino ascendente, rumbo a la emancipación, no obstante
el sufrimiento, la adversidad y la presencia de oponentes a su yo auténtico.
Dice Plummer:
En un nivel muy simple, todas las historias que hemos localizado arriba se
pueden demostrar que tienen tres elementos en común: siempre hay un
«sufrimiento» que da la tensión a la trama, al cual sigue una crisis o un punto
de inflexión o «epifanía», en la que algo se tiene que hacer: el silencio se
rompe, y esto conduce a una «transformación», a una supervivencia y, tal vez,
superación. (1995:54)
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