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Desde su publicación en 1845 hasta los albores del siglo XX, el Facundo es
sometido a lecturas varias. Hay libros que entran implícitamente en diálogo con él para
plantear un debate: Una excursión a los indios ranqueles (1870), Pablo, o la vida en las
Pampas (1869), de Lucio y Eduarda Mansilla, respectivamente, y, por supuesto, el
Martín Fierro. Otras obras, en las dos últimas décadas del siglo, se apoyan en él de
manera explícita para intentar -a favor o en contra- una comprensión de lo argentino,
desde un amplio espectro ideológico: el positivismo (Ramos Mejía, Ingenieros), el pre-
nacionalismo (Joaquín V. González), el pre-revisionismo histórico (particularmente con
David Peña). Si puede decirse que en la obra de Sarmiento hay un héroe, un programa
político, y un paisaje, me referiré aquí, en particular, al eje que pasa por la imagen
heroica y que deriva hacia su problemático entrecruzamiento con la posterior
recuperación del gaucho y de la «barbarie» como iconos fundadores de una identidad
nacional.
Sarmiento en diálogo con Facundo y con su
Facundo
El primero en releer significativamente el Facundo es Sarmiento mismo. La revisión
crítica se dirige tanto al héroe, como al libro propio. En un artículo publicado en el
diario El Debate (4-11-1885) en oportunidad del Día de los Muertos, esboza un amplio
gesto de conciliación con la figura histórica del caudillo. Facundo (y en esto Sarmiento
sigue una línea de mitificación positiva iniciada en su libro3) resulta elevado a la
categoría de héroe originario, fundador de la nacionalidad. Es, a la Argentina, lo que los
héroes primitivos, como Ayax y Aquiles, a la Grecia clásica. Ya se ha transfigurado en
perenne «forma escultural», y eso, sobre todo, gracias al «arte literario» del mismo
Sarmiento, que lo ha condenado «a sobrevivirse a sí mismo y a los suyos». En lo que
respecta a lo personal, no quedan rencores ni furias: más bien, aceptación,
identificación, reconocimiento del otro en lo más íntimo: «mi sangre corre ahora
confundida en sus hijos con la de Facundo -dice Sarmiento, aludiendo a parentescos
contraídos- y no se han repelido sus corpúsculos rojos, porque eran afines».
Otra consideración -más concreta, menos lírica, menos estimativa- es la que aparece
en Conflicto y armonías de las razas en América, donde Sarmiento insiste sobre todo,
en la programática política -versión corregida y mejorada de lo expuesto en Facundo,
afirma4- y las perspectivas de desarrollo. No hay allí capítulo que se le dedique a
Quiroga, aunque su figura cruza, en ramalazos, el relato histórico-ensayístico. En aquel
que se consagra a los caudillos (Vol. II, póstumo), se dibuja un rápido retrato que
confirma rasgos ya señalados en la biografía. Facundo es aquí el bárbaro que se jacta de
su barbarie ante la tímida esposa de Dalmacio Vélez Sarsfield. También es el
«converso» que, en Buenos Aires y en contacto con los «doctores», se arrepiente, con
desaforada violencia, de haber hecho la guerra a Rivadavia5. Pero se lo contempla sobre
todo, en su faz de turbulento hijo de la naturaleza («bárbaro, no más, que no sabe
contener sus pasiones», se ha dicho en el Facundo), y se le niega a él, y a los otros
caudillos, la condición plenamente humana y racional. Sería inútil -sostiene el autor-
buscar en estas figuras un móvil objetivo, un ideario. Artigas, Ramírez o Quiroga son
fuerzas ciegas6, «locomotoras escapadas de los rieles», no tienen pensamiento. Se
mueven por intuiciones y por instintos. Se dejan llevar por la incitación a la pelea y la
desobediencia. Se valen de las masas animales y humanas, tanto da, que se les ofrecen
como cosas y se entregan a su arbitrio en el momento adecuado: «Hay poblaciones
semi-bárbaras sin voluntad propia; hay caballos y gauchos en campos abiertos; un
momento de obrar llega...» (150). En el caso de Quiroga, la guerra contra Rivadavia
parece reducirse a las vanidades de una pelea entre guapos:
Por otra parte, y más allá del personaje -cuya gravitación se hipertrofia aquí hasta el
punto de ignorar otros factores colectivos económicos y políticos independientes del
mero «capricho» individual-, Sarmiento volvió siempre a pensar en la factura del
Facundo como libro, a meditar sobre el balance y ajuste entre la «verdad histórica», las
necesidades políticas y el elemento estético. Defiende primero las incorrecciones de su
obra, en la dedicatoria a Valentín Alsina, que figura en la edición de 1851: si bien
reconoce la justicia de las observaciones que Alsina le ha hecho, reivindica al libro de
combate como tal, y recalca, tanto su popularidad, que ha llegado hasta los mismos
gauchos, como «la lozana i voluntariosa audacia de la mal disciplinada concepción»7
que prefiere dejar en su estado prístino. Treinta años más tarde, en el comentario que le
inspira la traducción al italiano del Facundo, sigue privilegiando, por sobre la exactitud
histórica, la vitalidad de la «verdad simbólica» que ha convertido al libro en «un mito
como su héroe»8 y a la Pampa en territorio poético9. No le falta razón. Si el Sarmiento
historiador y sociólogo cosecha críticos, Facundo como mito literario conocerá una
larga fortuna que ha durado hasta hoy.
(258-59)
(259)
Se suceden las identificaciones metafóricas de Facundo tanto con las fieras, con lo
animal salvaje (el «bramido siniestro» del Tigre que le ha dado su nombre al caudillo, la
furia del toro, la melena de león, los ojos del buitre, la «fiera cebada en la matanza», la
«bestia enfurecida»), como con los elementos naturales: el incendio que devora y seca,
los vientos y los ruidos nocturnos. Gracias a esa relación privilegiada el héroe posee
también un conocimiento sobrehumano, profundo, del «libro de la tierra», que le
permite dominar tanto a la llanura como a los hombres (p. 268).
(261-262)
-1-
La reparación de la imagen heroica supone dos movimientos. Uno de ellos es
defensivo, apologético: el señalamiento de las virtudes que detentó el general de la
República Juan Facundo Quiroga y la desestimación, como calumnias, de las tachas que
la «leyenda aterradora», le ha endilgado. A lo largo del texto se van enumerando
cualidades: caballerosidad, lealtad, generosidad, valentía (116, 139-140, 145-146),
franqueza, talento natural, aptitud para penetrar en las almas humanas. Algunas de ellas
han sido reconocidas por Sarmiento (generosidad, valor, perspicacia). Pero otras se
oponen a su texto: Facundo, en contra de los rumores que Sarmiento recoge, es
descripto por Peña como un buen hijo, sensible a la opinión y a los sentimientos de sus
padres, y como un buen esposo y padre de familia, exento -aquí se afirma en Vicente
Fidel López- de los actos de «torpe lujuria» que han manchado a otros héroes
americanos, como Bolívar. También desestima Peña la presentación de Quiroga como
un gaucho y un montonero. Hijo de un hombre de fortuna, Facundo se enrola, no en la
montonera, sino en el ejército de la Independencia, y lo hace por vergüenza de
presentarse a su padre luego de haber cedido a su único vicio (el juego) y de haber
perdido una tropa de aguardiente que llevaba para vender. Aunque posee en grado
superlativo todas las habilidades ecuestres y las destrezas guerreras de los gauchos, no
es un gaucho más: lleva su propio rancho, y come aparte, con cubierto de plata. Se
asocia con ricos propietarios, como Braulio Costa, y desposa a una señorita de la mejor
sociedad riojana. Sin ser un «doctor» tiene instrucción y clarividencia, es capaz de
escribir cartas inteligentes y proclamas de asentados fundamentos, que Peña adjunta
como fuente documental.
-2-
Por otra parte, Peña reivindica la representatividad legítima y racional que ha
ejercido Facundo con respecto a los intereses provinciales. Nunca lo guía una «fuerza
ciega» (117) sino intereses concretos: reacciona ante el ataque perpetrado por Rivadavia
a las economías locales, como la conversión de las minas provinciales riojanas en minas
nacionales que sólo podrían ser explotadas por el gobierno central, asociado con los
ingleses, y la acuñación de moneda también a cargo exclusivo del Banco Nacional; no
acepta el avasallamiento que implica imponer, desde Buenos Aires, una Constitución
con la que las provincias no acuerdan. Si Quiroga triunfa contra Rivadavia tal vez se
deba a que es él, y no el estadista porteño -dice Peña- el genuino «exponente de la
civilización de aquella hora» (96). Peña impugna, tanto la deliberada alteración de los
hechos por parte de una historiografía parcial, unitaria (que también justifica crueldades
siempre que vengan del bando «civilizado»), como su uso abusivo del término
«bárbaro», que extiende esta calificación de época dada primariamente a los aborígenes,
a «los partidarios del federalismo, a Rosas, caudillos y demás gente del interior» (22, al
pie).
Se aplica también a esclarecer la relación con Rosas y niega que Facundo se haya
rebajado a ser su satélite (esta rebeldía sería, justamente, una de las causales de su
presunto asesinato por parte del caudillo bonaerense), y que exista entre ambos una
continuidad política. Quiroga aparece como el gran promotor -a pesar de Rosas- de una
Constitución nacional que respete las voluntades de los pueblos16. No es «el mito
aterrador que el nombre de Facundo evoca» sino el «general Juan Facundo Quiroga,
nervio, centro, fuerza, pensamiento y acción representativos de esas entidades humildes,
candorosas y lozanas que se llaman las provincias, en la hora crepuscular de su
incorporación a este núcleo incontrastable que formara la patria». Facundo representa el
ideal que, «unido al del vasto laboreo da origen -dice Peña- a la organización de que
hoy gozamos» (205).
(34)
(87)
Pero también puede ser terrible y Facundo es el único dotado para medirse con ella.
Frente a Paz, el matemático, Facundo aparece como:
(110-111)
Si alguna fiera puede asimilárselo, es sólo al león, rey de las criaturas, prototipo de
valentía y nobleza (109, 193). Peña mantiene, por lo demás -aunque la incline a la
afirmación positiva- la ambivalencia que caracteriza al personaje en el texto
sarmientino: Facundo es hidalgote y feroz, primitivo y culto, implacable y magnánimo,
cruel y generoso (114).
Conclusiones
Estamos en el albor de un nuevo siglo. Luego del Martín Fierro, del Juan Moreira,
del Santos Vega, un flujo continuo de literatura de cordel sucede y emula a estos héroes
perseguidos, circula en las casas más humildes. Prestará el servicio de llenar huecos
identitarios en la inmigración que se acriolla. Se fundirá en la gran operación
mistificadora del Centenario, cuando el gaucho vencido y mantenido a una conveniente
distancia épica, sea exaltado como paladín de la nacionalidad18. Aunque las plataformas
políticas de los libros sean muy diferentes, los protagonistas de Sarmiento y José
Hernández, unidos por ese hilo conductor del «gaucho» como representante
antropológico de lo argentino por excelencia19, terminan soldados en el mismo molde,
que los acepta como héroes fundadores, no como prójimos. El mito literario triunfa:
Facundo y Fierro no se despegan ya del «círculo mágico» de una «barbarie» ahora
neutralizada y sacralizada, convertida en tradición y raíz, en piedra liminar. Se exalta en
ellos al héroe primitivo y numen de la tierra, «genio de lo autóctono». Pero mientras
tanto, otros nuevos bárbaros ocupan el escenario histórico -un proletariado creciente, en
su mayor parte de origen Inmigratorio- cuyos derechos, conculcados o ignorados, el
poder sigue resistiéndose a tomar en cuenta20.
Bibliografía Consultada
Bibliografía secundaria
• ALFIERI, Teresa, Una brecha en el umbral. Ciencia y literatura en Groussac y
Ramos Mejía, Buenos Aires, Losada, 1987.
• ELIADE, Mircea, El mito del buen salvaje, Buenos Aires, Almagesto, 1991.
• FERNÁNDEZ RETAMAR, Roberto, Algunos usos de civilización y barbarie,
Buenos Aires, 1993 (2.ª ed.)
• INGENIEROS, José, Sociología Argentina, Obras Completas, Tomo VI,
Buenos Aires, Mar Océano, 1961.
• LOJO, María Rosa, «Facundo: la 'barbarie' como poesía de lo
original/originario», en La 'barbarie' en la narrativa argentina (siglo XIX),
Buenos Aires, Corregidor, 1994, pp. 45-78.
• LUNA, Félix y otros, Facundo Quiroga, Colección Grandes Protagonistas de la
Historia Argentina, Buenos Aires, Planeta, 1999.
• LUGONES, Leopoldo, El Payador, Buenos Aires, Huemul, 1972 (4.ª ed.).
• MICHEL, Pierre, Un mythe romantique: les Barbares (1789-1848), Lyon,
Presses Universitaires de Lyon, 1981.
• PELLICER, Jaime, El Facundo: significante y significado, Buenos Aires, Trilce,
1990.
• PÍO DEL CORRO, Gaspar, Facundo y Fierro: la proscripción de los héroes,
Buenos Aires, Castañeda, 1977.
• PRIETO, Adolfo, El discurso criollista en la formación de la Argentina
moderna, Buenos Aires, Sudamericana, 1988.
• RAMOS MEJÍA, José María, Las multitudes argentinas. Estudio de psicología
colectiva, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1977.
• RODRÍGUEZ PÉRSICO, Adriana, «Sarmiento y la biografía de la barbarie»,
Cuadernos Hispanoamericanos, Los Complementarios, 3, Abril 1989.
• SVAMPA, Maristella, Civilización o barbarie. De Sarmiento al revisionismo
peronista, Buenos Aires, El cielo por asalto, 1994.
• TORRES MOLINA, Ramón, Unitarios y federales en la historia argentina,
Buenos Aires, Contrapunto, 1988 (2.ª ed.).
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