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La novela, porque es una forma madura del saber y una exploración de los modos de
existencia, siempre tarda algo más que la poesía y el drama en presentarse a la escena
literaria.
Alejandro Magariños Cervantes publica su primera novela en Mágala, en 1849.
Pertenece a la primera generación romántica. Se inicia como poeta en un contexto de
nacionalismo que propone la localización de temas y escenarios, postula la
independencia intelectual frente a España y desea la reforma de las costumbres y la
sociedad con el ejercicio de la actividad literaria.
Publica una segunda novela, en 1850, Caramurú. Se concentra en un escenario
nacional, entre 1823 y 1827.
Publicó un poema narrativo (Celiar) y una tercera novela.
Un proyecto generacional
Son bien conocidas las declaraciones de Acevedo Díaz sobre una didáctica de la novela
histórica e incluso su contribución a la revalorización de la figura de Artigas es un
triunfo de esas novelas, y de la obra intelectual de su generación.
La generación del Ateneo, en ese Uruguay pesimista por culpa de las guerras civiles y
revoluciones, comienza un auto análisis histórico y la idea de fundar una patria, un país
organizado y estable. Para esto había que proporcionar imágenes, ilustraciones,
leyendas, símbolos, mitos.
En “La novela histórica” (artículo de A. Díaz de 1895): "El novelista consigue, con
mayor facilidad que el historiador, resucitar uno época, dar seducción o un relato”.
El mito, conviene aclararlo, no es una mentira ni una falsificación; podrá parecer un
disfraz posterior de una verdad de fe, como dice Martin Buber, pero no es sino el
producto de una visión formadora. Y prospectivamente, su funcionalidad es distinta:
"El verdadero propósito del mito -acalora el teólogo Rudolf Bultmann- no es presentar
una pintura objetiva del mundo como es, sino expresar la comprensión que de si
mismo posee el hombre en el mundo en que vive".
Épica e historia en “El combate de la tapera” de Eduardo Acevedo Díaz. El sentido épico de la
historia en el marco del bicentenario. Banchero y Revello
—La poesía épica es, desde la antigüedad homérica, el género que recoge la memoria de los
pueblos a través de los diferentes tiempos y espacios.
—Partiendo del supuesto del autor de que “se entiende mejor la ‘historia’ en la novela, que en
la ‘novela’ de la historia”, reconocemos que el propósito fundamental de toda su obra –
narrativa histórica– será el de demostrar el surgimiento del espíritu nacional y la formación de
esta conciencia de identidad nacional a partir de hechos históricos significativos que, a su vez
fueron novelados por el autor, creando lo que se ha dado en llamar la “nación oriental”.
—El relato en cuestión, narra la resistencia de quince hombres y dos mujeres escapados del
“desastre del Catalán” en el que las huestes orientales fueron derrotadas por los portugueses.
Estos criollos, perseguidos por un destacamento lusitano, se refugian en una tapera, y
conforman con sus caballos y sus perros, la dolorosa imagen de la derrota que, como una
sombra, se cierne sobre ellos. Allí, intentando dar un respiro a bestias y a hombres, el sargento
Sanabria elabora una estrategia que no es más que un pretexto para no ser aniquilados en la
huida y sucumbir en combate como lo exige la ética heroica. Esa intención encuentra en una
mujer, Cata –compañera de Sanabria – a la hacedora de una victoria de los orientales que es,
no podía ser de otra forma dada la fidelidad del autor a la historia, el combate y la muerte de
todo el grupo.
—Rama: “El combate de la tapera pertenece al periodo más fecundo de la vida del escritor, los
siete años que van de 1887 a 1893, correspondientes al más prolongado de sus exilios, en
tierra argentina, y en los cuales escribe Ismael, Nativa, Grito de gloria y Soledad. Fue publicado
originalmente en el diario “La Tribuna” de Buenos Aires, que dirigía Mariano de Vedia, en un
doble folletín que apareció el 27 de enero de 1892”.
—Entendemos que una característica que distancia al uruguayo de la genuina épica ho- mérica
es la ausencia de objetividad.
Esta peculiaridad, que Acevedo Díaz maneja en casi toda su obra de ficción y que tiñe
de un matiz romántico su creación realista, lo acerca a la épica virgiliana (la intención
ideológica en la construcción de la romanidad es evidente en numerosos pasajes de la
Eneida).
—Rama: “Su propósito es interpretar la historia uruguaya, para probar una tesis filosófica,
referida exclusivamente a un solo asunto: la formación del espíritu nacional”.
—El narrador se detiene describiendo a Heitor. Actúa esa descripción como un retardamiento
de la acción que al mismo tiempo que narra el maniobrar de Cata, establece por las
características de Heitor, un notable contraste con el destacamento oriental. No es mero
adorno; es, a la manera del estilo homérico, un elemento que acumula datos, algunos de ellos
sugeridos, (¿de dónde conocía Cata a Heitor?) pero nunca gratuitos. (…). En ese clima de fragor
épico el narrador deja a su personaje para iniciar una descripción en la que filtra sus opiniones
y que es la que hemos seleccionado.
—El combate de la tapera ocurre de noche, lo que lo aleja de la épica greco latina.
—El coro que recuerda a la tragedia griega: conformado por las armas detonándose, los
caballos descontrolados por el ruido y las heridas que reciben, el ladrar de perros.
La descripción no ofrece dudas, es un combate lejano al que ofrece la épica antigua pero hay
en él un despliegue de mínimos datos que recuerdan aquella (lucha cuerpo a cuerpo,
ronquidos humanos de furia –la “cólera” que se adueña de las entrañas y se vuelve aquí
“alarido”–). La energía que impone al discurso el movimiento y accionar de hombre y bestias,
es también, evocador de muchos pasajes de la Ilíada y de la Eneida.
—Como en la Eneida, el creador oriental no puede dejar de marcar una preferencia: estamos
ante una objetividad escamoteada porque el autor así lo quiere, construyendo desde la ficción
un discurso ideológicamente comprometido.
—No hay intervención divina ni destino, no son héroes a la manera de los griegos o los héroes
medievales. Los seres humanos del cuento son el extremo opuesto en cuanto a las
manifestaciones verbales de su sentir y pensar. Habla lacónica, para nada similar a los largos
discursos griegos.
Auerbach: coherencia entre lo que son y lo que hacen lo que les da esa estatura de
personajes reales que no defraudan porque sus acciones coinciden con lo que de ellos
sabemos y sus acciones son siempre posibles en el universo del relato que los
contiene.
o Hablan poco porque van a morir, porque vienen de un determinado contexto
sociocultural.
—Nos inclinamos a ver en la cruz un símbolo de la muerte y en la soledad del espacio poblado
solo por muertos, es significativa la presencia del perro como un ser unido instintivamente al
hombre, a ese hombre oriental que era un todo con el caballo y en muchos casos con el perro.
—Presencia de las mujeres, que no tenían lugar como guerreras en la épica antigua.
—El dragón–hembra, como la llama el narrador, crece como gran personaje épico pero nunca
deja de perder su condición de mujer.
Ideología y arte de Eduardo Acevedo Díaz, Ángel Rama
A pesar de que el combate ocupa el centro de la acción, el cuento es más que eso: existe como
un desarrollo orgánico que mueve personajes, situaciones voluntades, un drama, y solo dentro
de él es que el combate adquiere relevancia y significado. Su ubicación en el esquema
interpretativo acevediano de la formación de la nacionalidad le hace representativo de tres
años de luchas, peleas y derrotas: representa a Catalán, pero también a Arapey, a
Tacuarembó, etc.
Hay diferentes elementos en el cuento que alude a la acción anterior de Catalán. Van más allá
de buscar la verosimilitud: abren la perspectiva del pasado y crean la ilusión de las vidas
vividas. Comienzo abrupto del relato.
Influido por los criterios del evolucionismo positivista que se abría paso, AD se plegará a las
interpretaciones finalistas de la historia, aceptando la existencia de una ley de progresos,
inmanente, merced a la cual las sociedades emergen lentamente al plano de las ideas, dentro
de estructuras civilizadoras.
Acevedo estará dispuesto a valorar positivamente el aporte de las masas rurales, no solo desde
un punto de vista histórico como gérmenes de la nacionalidad, sino como permanentes
conductores de la vitalidad social. Estuvo fascinado por los gauchos de Aparicio, aunque le
horrorizó su brutalidad.
Así puede destacar, como base del comportamiento, la fuerza instintiva, por lo mismo
natural, por mismo cercana a la vida biológica.
Los animales acompañan a lo largo del relato las acciones de los hombres. Ambos están
movidos por la misma fuerza impulsiva, el instinto.
Hay sin embargo ciertas descripciones sobre los caballos y perro (como los que aluden a la
fatiga y al miedo) que no se traspasan a los soldados. Los hombres son, hasta cierto punto,
sobrehumanos: se sobreponen al agotamiento físico, son heroicos, confiados. No se
sobrepotencian, sin embargo, los rasgos heroicos.
La verosimilitud podría verse afectada por lo increíble de la poca fatiga de los hombres, pero
no llega a darse porque la minuciosa enumeración de las heridas y el cansancio de los animales
impregna a los hombres de su aura realista. “Proceso de contaminación”.
A medida que el relato avanza, el hombre comienza a ser vencido. Su energía física y moral va
descendiendo, pasan a ser simplemente cuerpos e ingresan al proceso implacable de la
materia en el mundo natural. Comienzan por perder sus formas (“un montón deforme…”), y
por lo tanto su identidad física, insertándolo bruscamente en lo animal.
La muerte de los hombres no nace del instinto: es una inmolación voluntaria, pero la fuerza
para hacerla posible nace del instinto.