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El facundo civilización y barbarie en las pampas argentinas

En 1845, Sarmiento se encuentra en Chile exiliado por su oposición al gobierno de


Juan Manuel de Rosas. Son varios los argentinos desterrados que, desde el exilio,
planean el modo de derrocar al gobernador de Buenos Aires, al que consideran un
tirano. El conflicto entre federales y unitarios se transforma entonces en la lucha
entre Rosas y los antirrosistas. Cuando llega a Chile un enviado de Rosas que
pretende difamarlo, Sarmiento se decide a realizar un ataque desde la prensa contra
su máximo oponente.

Por eso, el 1º de mayo de 1845 publica en El Progreso una carta dirigida a los
editores en la que anuncia que dará por entregas, en la sección de folletín del
periódico, un escrito suyo que después publicará en libro con el nombre Civilización y
barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga, también conocido como el Facundo. En este
escrito, Sarmiento ensaya una explicación de la situación que entonces vive la
República Argentina, tomando al caudillo riojano muerto hace diez años como la
figura más representativa del ser nacional, cuyos modos bárbaros utiliza Rosas para
dominar el país.

El Facundo se publica en El Progreso desde el 2 de mayo hasta el 21 de junio de


1845, fecha que finaliza las entregas con el capítulo en que se narra la muerte de
Quiroga. Cuando aquel año sale también la primera edición en libro, Sarmiento
agrega dos capítulos más, “Gobierno unitario” y “Presente y porvenir”, en los que
propone un plan de superación del gobierno de Rosas en consonancia con los
ideales de la Asociación de Mayo.

Gracias al Facundo, Sarmiento se consagra como autor, lo que en la época


significaba tener la autoridad y la responsabilidad de interceder en los asuntos
políticos y sociales de su tiempo.

El Facundo no es solamente una biografía, porque también es un ensayo histórico,


un tratado filosófico, una obra literaria; la dificultad de acomodar el texto a un género
específico hace al carácter singular de esta obra. La primera recepción de El
Facundo no es del todo favorable: hay quienes critican la obra del sanjuanino, como
Juan María Gutiérrez y Florencio Varela. No obstante, Sarmiento logra que su libro
tenga difusión, haciendo que circule en la clandestinidad dentro de la Argentina;
entre los emigrados de Chile, Brasil y la Banda Oriental; y promoviendo su difusión en
Europa y Estados Unidos.
Resumen y análisis

Introducción.

La introducción comienza con la evocación de Sarmiento a la “Sombra terrible de


Facundo”, interpelando a la figura del caudillo riojano muerto hace diez años, porque
cree que él posee el secreto que le permite explicar el modo de ser del pueblo
argentino y los conflictos que lo aquejan.
Luchar contra Rosas y contra lo que él representa es, para Sarmiento, la pelea más
importante que se debe emprender, para que el pueblo argentino siga su porvenir
hacia el progreso y la civilización. Por eso es necesario combatir desde la prensa
libre, único instrumento con el que se puede vencer el despotismo del tirano en el
destierro.

Pero Sarmiento no va a ocuparse de la biografía de Rosas, sino de la de Facundo


Quiroga, en quien ve al “personaje histórico más singular”, por el modo en que el
caudillo es un “espejo en que se reflejan, en dimensiones colosales, las creencias,
las necesidades, preocupaciones y hábitos de una nación en una época dada de su
historia” (p.16). Con este propósito en mente, Sarmiento decide dividir su escrito en
dos partes: en la primera va a reponer la fisonomía del terreno que hace al escenario
del personaje, Facundo Quiroga, sobre quien tratará la segunda parte, que dará a
conocer su vida y su forma de obrar.

Capítulo 1: Aspecto físico de la República Argentina y caracteres, hábitos e ideas


que engendra.

Sarmiento inicia este capítulo realizando una descripción del territorio argentino y
haciendo foco en su extensión, que para él es el “mal que aqueja a la República
Argentina” (p.23). Construye una imagen romántica de la inmensidad del desierto,
donde el peligro de lo salvaje acecha constantemente al punto de provocar en el
hombre de campo una “resignación estoica para la muerte violenta” (p.24).

Otro rasgo notable de la fisonomía del suelo argentino es la abundancia de ríos


navegables desperdiciados, porque el gaucho argentino, siguiendo la costumbre de
su ascendencia española, ve como un obstáculo este medio natural de
comunicación.

El río de la Plata es el más fecundo de todos esos ríos, y Buenos Aires, la única
ciudad de la República que tiene civilización en su contacto con las naciones
europeas. Por no pasarle algo de sus luces a las provincias, estas se vengaron de la
ciudad porteña enviándole a Rosas. No es culpa de Buenos Aires, afirma Sarmiento,
que la pampa sea tan mal conducto de civilización y libertad y, por más que se
intente imponer el federalismo en el país, la organización del suelo determina un
modo de gobierno centralizado y unitario.

Según Sarmiento, el pueblo de las comarcas argentinas está compuesto por dos
etnias: la española y la indígena. Esta fusión ha producido una “raza americana”
propensa a la ociosidad, la falta de industria y la barbarie (p.28). Y si en las ciudades
capitales de cada provincia existen algunos “oasis de civilización”, estos están
circuncidados por una naturaleza salvaje que los cerca y los oprime (p.29).

Mientras el hombre de ciudad vive la vida civilizada vistiendo el traje europeo, el


hombre de campo, con su traje americano, rechaza con desdén los lujos y las
comodidades citadinas. Son otros los códigos que se manejan en la vida pastoril,
que se asemeja en muchos aspectos a la tribu árabe o a la familia feudal, de
sociedades aisladas. Este tipo de organización hace imposible cualquier tipo de
asociación civilizada, y si existe en el campo el sentimiento religioso, es a través de
supersticiones incultas.

La educación del gaucho, en este contexto, se reduce al desarrollo de las facultades


físicas, “sin ninguna de las de la inteligencia” (p.34). Acostumbrado desde chico a
matar las reses, el gaucho se familiariza con actos de crueldad y derramamientos de
sangre que endurecen su corazón, a la par que se fomenta en él el odio a los
hombres cultos y a sus costumbres.

Capítulo 2: Originalidad y caracteres argentinos.

De la condición poética y musical que se desprende de los hábitos del ser nacional,
surgen cuatro tipos notables que, para el escritor, le dan un “tinte original al drama y
al romance nacional” (p.43). Son cuatro las especialidades notables del ser nacional:
el rastreador, el baqueano, el gaucho malo y el cantor.
Sarmiento afirma que todos los gauchos del interior son rastreadores, por su
capacidad de interpretar, en las señales del suelo, la velocidad del movimiento de un
caballo, las huellas que dejó tras de sí un fugitivo o las pistas que conducen al
hallazgo de un ganado robado. La del rastreador es una “ciencia casera y popular”
respetada por todos en el campo (p.43).

El baqueano, por su parte, es el gaucho “grave y reservado, que conoce a palmos,


veinte mil leguas cuadradas de llanuras, bosques y montañas” (p.45). Hace las
veces de mapa para un general que dirige sus movimientos en la campaña, y otra
cosa no se necesita para saber si el enemigo está cerca, dónde conviene refugiarse
y qué camino se debe tomar, puesto que el baqueano puede incluso reconocer en
plena oscuridad la cercanía de algún lago con solo oler y mascar la tierra.
El gaucho malo es el que está fuera de la ley porque tiene otra moral que no le
permite vivir pacíficamente con la autoridad de la campaña. Está siempre en
condición de prófugo, por eso se lo ve muy poco, cuando llega a una pulpería a
proveerse de sus vicios, para desaparecer pronto al lomo de su caballo. Es un
hombre “divorciado con la sociedad” que roba por profesión (p.47).

El último tipo, el cantor, es como “el trovador de la Edad Media” que va de pago en
pago cantando sobre hombres como el gaucho malo, “héroes de la pampa” que
viven perseguidos por la justicia (p.48). A falta de historiador, el cantor reemplaza
con sus relatos los documentos y datos que podrían componer la historia del país.
Se asemeja al gaucho malo en no tener residencia fija, y en que, a veces, el gaucho
malo es también cantor, cuando canta sus propias hazañas como maleante.

Capítulo 3: Asociación – La pulpería

Si bien la intención de la pelea a cuchillo no es matar, cuando esto sucede el que se


“desgracia” es el que mató, por lo que consigue la empatía de sus pares para
resguardarse de la justicia. Pero cuando los asesinatos se repiten, entonces el
gaucho se labra otro tipo de reputación, la que inspira horror. Este tipo de asociación
produce “sociedades despotizadas” en las que los jueces y comandantes de
campaña son arbitrarios y desalmados, y los caudillos tienen “el poder amplio y
terrible que sólo se encuentra hoy en los pueblos asiáticos” (pp.59-60).

Sarmiento explica que le da importancia a estos detalles porque servirán para


entender la revolución que, en el momento en que escribe, está sucediendo en la
República Argentina; la lucha que enfrenta a la sociedad de la ciudad con la
“desasociación [de la] asociación ficticia” de la campaña. Fue la revolución de 1810
la que produjo esta eclosión entre los dos mundos, en la que finalmente venció la
campaña con su “montonera provincial” por sobre el espíritu europeo y culto de las
ciudades.
Análisis.

El Facundo se inicia con una escena en la que Sarmiento se coloca a sí mismo como
personaje principal. Allí, narra su experiencia en primera persona de la violencia
federal, que padece mientras se escapa de su país rumbo a Chile. Como respuesta a
los “cardenales, puntazos y golpes recibidos” (p.5), Sarmiento deja un mensaje en
francés que los federales no pueden descifrar, lo que para el escritor es una
manifestación de su falta de cultura. Es tal la incomprensión que generan esas
palabras en otro idioma –y no cualquier idioma, sino el de la Europa que Sarmiento
quiere tomar como modelo para América– que los federales creen que es un
“jeroglífico”. Este primer relato escenifica por primera vez en el texto el tema de la
lucha entre la civilización y la barbarie, lucha en la que Sarmiento elige como arma
de combate la escritura, mientras su enemigo –el mazorquero, el federal, el bárbaro–
elige la agresión física.

Sarmiento nos provee una traducción de las palabras en francés –“a los hombres se
degüella: a las ideas, no”–, pero es una traducción libre, que particulariza en un acto
de violencia, el degüello, que para los antirrosistas es propio del sistema de gobierno
de Rosas. No obstante, la traducción literal –las ideas no se matan– se ha instalado
en el imaginario argentino como una frase propia de Sarmiento. Puede resultar
irónico que Sarmiento denuncie la barbarie del otro y que, en el acto de traducir y de
citar cometa una barbaridad, no solo porque nos ofrece una traducción inexacta,
sino también porque la referencia a la fuente, Fortoul, es errónea: como bien ha
señalado Paul Grossac, la frase en francés –cuya forma completa es on ne tire pas
de coups de fusil aux idées– es en realidad de Diderot. En el Facundo, hay más de
una referencia equívoca o reapropiada, lo que forma parte del modo en que el texto
está compuesto, a través de las diversas lecturas y discursos que el escritor pone a
funcionar en su escritura. Las citas de Sarmiento son una manifestación de su
confianza en el poder de la lectura para comprender la realidad.

La invocación a la “Sombra terrible de Facundo” de la introducción forma parte del


repertorio de imágenes terroríficas que nos permiten decir que el Facundo es, entre
otras cosas, un texto literario. La caracterización que de Facundo y de Rosas realiza
Sarmiento en esta parte los convierte en personajes sanguinarios paralelos pero
contrapuestos: de uno dice que es “provinciano, bárbaro, valiente, audaz”; al otro lo
describe como “falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin
pasión” (p.9). En Rosas, Sarmiento ve una metamorfosis de la pasión en razón, que
convierte a la barbarie del otro en una forma de ejercer el despotismo de forma
calculada, y esto es lo que hace que Rosas, más que Facundo, sea el gran monstruo
de su relato de terror.

A la Argentina le hace falta un Alexis de Tocqueville, afirma Sarmiento, alguien que


pueda entender las convulsiones que sufre su pueblo como el francés pudo
descifrar las condiciones sociales de Estados Unidos en La democracia en América.
En esta parte, el escritor también critica la mirada europea que trata el caso
argentino como si fuera un “volcán subalterno”, metáfora que interpreta los
conflictos locales como si fueran convulsiones de la naturaleza que se extinguirán
siguiendo su propio cauce. Sarmiento, por el contrario, cree que es necesario tener
una comprensión cabal de esas convulsiones para llegar a una explicación de por
qué se producen. Al señalar esta necesidad, sugiere indirectamente que es él quien
cumplirá el rol de Tocqueville para su nación.

“De eso se trata: de ser o no ser salvaje”. En esta disyuntiva, que vuelve a tratar el
tema de la tensión entre civilización y barbarie, la tarea que Sarmiento emprende con
su Facundo es la de utilizar la escritura para combatir a favor de la civilización. Por
eso, el tono que impera en esta parte es beligerante, y se pone de manifiesto en el
uso de recursos de la oratoria como la repetición (“¿Acaso porque la empresa es
ardua, es por eso absurda? ¿Acaso porque el mal principio triunfa, se le ha de
abandonar resignadamente el terreno? ¿Acaso…”), la exclamación y el imperativo:
“¡las dificultades se vencen, las contradicciones se acaban a fuerza de
contradecirlas!” (pp.12, 14).

El tema del telurismo, es decir, la influencia que la tierra tiene sobre las personas, se
introduce aquí a través de la figura de Facundo. En él, Sarmiento ve al mejor
representante del ser nacional, y en este punto recurre al motivo del Grande Hombre,
aquel que mejor encarna, “en dimensiones colosales”, las costumbres, los hábitos y
las necesidades del pueblo argentino. Si bien el objetivo ulterior del Facundo es
descifrar el enigma que le presenta el gobierno de Rosas, solo Facundo es
“expresión fiel de una manera de ser de un pueblo”, porque fue quien fue, “no por un
accidente de su carácter, sino por antecedentes inevitables y ajenos de su voluntad”
(p.16). En este sentido, Sarmiento tiene interés en el caudillo porque en él se ve,
mejor que en nadie, cómo “la fisonomía de la naturaleza grandiosamente salvaje que
prevalece en la inmensa extensión de la República Argentina” interfiere en el
progreso del pueblo hacia la civilización (p.16).

La cuestión de la extensión es central al capítulo 1: es “el mal que aqueja a la


República Argentina” (p.23). En la geografía sarmientina, la llanura se convierte en el
rasgo distintivo que determina la influencia telúrica del suelo sobre las personas que
lo habitan. Es una llanura que se piensa como un desierto en un sentido simbólico:
un lugar infértil, donde no puede germinar la civilización, y donde solo existen oasis
aislados de luces y progreso que, por la distancia hostil que media entre ellos, no se
relacionan entre sí.

El desierto, además de ser un símbolo de la naturaleza bárbara que oprime al ser


argentino, se relaciona con las imágenes orientalistas a las que recurre Sarmiento
para describir el espacio del territorio nacional. Estas imágenes provienen de su
conocimiento de pintores y escritores europeos que, al viajar a Oriente, construyeron
una idea europeizada de las costumbres árabes. En este capítulo, por ejemplo,
Sarmiento cita al orientalista Volney para decir que “hay algo en las soledades
argentinas que trae a la memoria las soledades asiáticas”, y luego compara al
capataz de una caravana beduina con el caudillo que manda en las campañas
(pp.26-27). De esta manera, lo oriental aparece como una imagen que atrae por su
exotismo, y que al mismo tiempo le sirve para construir una idea del despotismo de
la barbarie.
Otro tema predominante en el capítulo 1 es el de la oposición entre campo y ciudad
y su relación con los temas del telurismo y de la lucha entre la civilización y la
barbarie. Buenos Aires aparece como la única ciudad que, por una condición del
terreno, tiene el privilegio de recibir de Europa la civilización, que, no obstante, no
puede transmitir al resto de las provincias porque la llanura es, según Sarmiento, un
mal conducto de luces y progreso.

A modo de venganza, el campo le envió a la ciudad un poco de su barbarie a través


de Rosas, quien pretende establecer un gobierno federal al grito de “¡Federación o
muerte!” (p.25). No obstante, arguye el escritor, las condiciones del suelo obligan a
tener un sistema unitario que el propio Rosas ha establecido. Sin embargo, este lo
ha hecho generando la unidad “en la barbarie y en la esclavitud” (p.26). Con esto,
además de explicar el antagonismo entre el campo y la ciudad a través de la
influencia del terreno, Sarmiento recupera la disputa entre unitarios y federales para
poner en evidencia una ironía: que el gobierno federal de Rosas, por el modo en que
centraliza todo su poder en el “tirano”, es en realidad un gobierno unitario.

Sarmiento encuentra una solución al problema de la extensión del territorio nacional


en los ríos, medios de comunicación que el hombre de campo desaprovecha por la
influencia que tiene en él su ascendencia española, lo que lo hace desdeñar la
navegación. En este punto, aparece en la escritura de Sarmiento el tema del
anti-hispanismo, que además se vincula con una mirada racista que relaciona la
etnia de una persona con su comportamiento y carácter. A esto le suma también la
mala influencia que produjo en el gaucho la mezcla de su ascendencia hispánica
con la indígena, a la que Sarmiento no incluye dentro de su proyecto civilizatorio.

De esta manera, el escritor pasa de las condiciones del terreno a los individuos que
la habitan, que no pueden librarse de los malos atributos que heredaron porque la
barbarie, que acecha en todas partes, limita su acceso a la civilización. La barbarie
obliga a un modo de asociación aislada, que tiene códigos similares a los de la tribu
árabe o la familia feudal de la Edad Media. Esta última comparación, por cierto,
también se relaciona con el anti-hispanismo, porque en los españoles Sarmiento ve
la persistencia de lo medieval en la modernidad. Dichos códigos hacen que el
gaucho posea un estilo de vida muy diferente al del hombre de ciudad,
acostumbrado como está al derramamiento de sangre y a la muerte violenta.

En el capítulo 2, entendemos por qué el tema de la civilización y la barbarie se


plantea en términos de conjunción y no de disyunción: la civilización se nutre de la
barbarie en cuanto esta tiene un costado poético que se puede aprovechar para
generar una literatura original, propia del suelo argentino. Sarmiento recupera aquí la
poesía de Echeverría, en quien ve a un poeta que supo superar las limitaciones de la
poesía clásica hallando inspiración en “el espectáculo de una naturaleza solemne,
grandiosa, inconmensurable, callada” (p.39-40). De esta manera, Sarmiento adscribe
a una idea de literatura nacional característica del romanticismo, que rechaza la idea
de adecuarse a reglas y modelos preexistentes, y que en cambio busca que la
poesía emane de las condiciones particulares de su territorio.

Sarmiento ensaya esta literatura al componer escenas de la campaña con imágenes


sublimes, aquellas que generan al mismo tiempo admiración y terror. Así lo hace
cuando reconstruye un episodio característico de la pampa, en el que un viajero
solitario se enfrenta a una “nube torva y negra” que se extiende sobre el cielo
amenazante, anunciando con sus truenos la inminencia de la muerte por la
proximidad de “dos mil rayos que caen en torno suyo”. “La obscuridad se sucede
después a la luz: la muerte está por todas partes; un poder terrible, incontrastable, le
ha hecho, en un momento, reconcentrarse en sí mismo, y sentir su nada en medio de
aquella naturaleza irritada” (p.41). Mediante el contraste entre la luz y la oscuridad,
Sarmiento construye una situación en la que el poder de la naturaleza se expone en
su terrible esplendor, al punto de hacer entrar en crisis al individuo que vive esa
experiencia. Con escenas como esta, el escritor demuestra que él también es capaz
de componer en su Facundo la literatura nacional por venir.

Se comprende por el tema del telurismo que el “fondo de poesía” que surge de la
naturaleza incide sobre sus habitantes, que también tienen condiciones para formar
parte en el “romance nacional” (p.43). Sarmiento reconoce cuatro tipos gauchos a
los que rescata por poseer cualidades extraordinarias, aunque la ciencia “bárbara”
que poseen se sale de los parámetros racionales de la civilización. El rastreador y el
baqueano, por ejemplo, tienen un conocimiento de la pampa tan singular que
parecen sacados de un relato de ficción. Por eso Sarmiento ejemplifica con casos
reales, como el de Calíbar, quien podía rastrear la pista del más hábil de los
prófugos, o de Fructuoso Rivera, baqueano “que conoce cada árbol que hay en toda
la extensión de la República del Uruguay” (p.46).

Se podría establecer una relación entre los cuatro tipos nacionales que caracteriza el
escritor con los “personajes” de esta historia: Facundo, Rosas y el propio Sarmiento.
Como veremos más adelante, Facundo cumple las condiciones del gaucho malo que
vive sus propias leyes, mientras Rosas se asemeja más a la figura del baqueano,
porque se dice que “conoce, por el gusto, el pasto de cada estancia del sur de
Buenos Aires” (p.46).

En el modo en que describe poéticamente las condiciones del territorio nacional,


Sarmiento tiene también algo de baqueano y de gaucho cantor; en algún punto,
podríamos decir que el Facundo también suple la falta de un relato histórico que
todavía no se escribió, al narrar la historia de uno de sus figuras más
paradigmáticas, el gaucho Facundo Quiroga.
Al decir que el gaucho cantor es como el trovador de la Edad Media, Sarmiento
reconoce que en la República Argentina coexisten dos civilizaciones distintas: “El
siglo XIX y el siglo XII viven juntos: el uno, dentro de las ciudades; el otro, en las
campañas” (p.48). En este sentido, lo medieval aparece en el discurso de Sarmiento
como parte de este carácter romántico propio del suelo argentino que, sin embargo,
es necesario apalear, porque el campo se ha quedado detenido en una época que se
considera retrógrada y bárbara. Para el escritor, la permanencia de la Edad Media en
las campañas no permite que sus habitantes progresen como sí lo hacen los que
viven en la ciudad, que son contemporáneos a la modernidad de su tiempo.

La analogía orientalista vuelve a aparecer en el capítulo 3 para caracterizar el tipo de


sociabilidad que rige en la campaña argentina. Recurriendo a sus lecturas,
Sarmiento cita a Victor Hugo para comparar la afición que tiene el gaucho por su
caballo con la que tiene el árabe por el mismo animal, y compara el poder del
caudillo argentino con el de un Mahoma “que pudiera, a su antojo, cambiar la religión
dominante y forjar una nueva” (p.60). Con estas comparaciones, que provienen de
las lecturas de Sarmiento –lo que se inscribe en el tema del poder de la lectura–, el
autor le provee al lector una imagen orientalista conocida para darle una idea del
poder autoritario que tienen los caudillos en el interior del país.

La vía bárbara para escalar a esta posición de poder, es decir, la del caudillo, es la de
labrarse una reputación con la cantidad de peleas a cuchillo que terminan en
muerte. Aunque el objetivo del enfrentamiento no es el asesinato –porque,
irónicamente, quien se desgracia según la lógica de la campaña no es el muerto sino
el asesino–, este tipo de asociación desasociada, como la llama Sarmiento
planteando un oxímoron, puede conducir a un aumento del poder que el gaucho
tiene a través del crimen. Estos son los códigos bárbaros con los que se maneja
Rosas, quien cuando era estanciero daba siempre asilo a los homicidas, pero nunca
a los ladrones.

Anticipándose al tema que tratará en el capítulo siguiente, Sarmiento sostiene que la


Revolución de 1810 hizo que el modo de operar y de ejercer poder en la campaña se
traslade a la montonera y al caudillaje, “asociación bélica” que fue desde el principio
“enemiga de la ciudad y del ejército patriota revolucionario” (p.61). De esta manera,
se sientan las bases para el enfrentamiento entre el campo y la ciudad, que es la
revolución que en el momento en que escribe Sarmiento, según su perspectiva,
afecta al territorio argentino.

Capítulo 4: Revolución 1810


Sarmiento llega en este capítulo a lo que es el inicio de lo que llama “nuestro drama”,
con la Revolución que llevó a la independencia argentina en 1810. Para el escritor, el
objeto de esta revolución, como la de todas las revoluciones americanas, es “el
movimiento de las ideas europeas” que solo interesa a las ciudades argentinas. A la
campaña solo la benefician para sustraerse de la autoridad del rey y utiliza la
revolución como medio de canalizar “el exceso de vida” característico del hombre
del campo (p.65).

Si la Revolución enfrenta a patriotas contra realistas, una vez que los patriotas
vencen, estos se subdividen entre moderados y exaltados. Pero también surge una
tercera entidad indiferente a cualquiera de los dos bandos, una fuerza heterogénea
que es puesta en movimiento por caudillos como Artigas y Facundo: la montonera.
Es esta fuerza de “los instintos brutales de las masas ignorantes” la que Rosas
plagia para establecer “un sistema mediato y coordinado fríamente”, en el que se
ejecuta degollando en vez de fusilando (p.67).

Son dos las guerras que se libran en la Revolución: la de las ciudades contra los
españoles, y la de los caudillos contra las ciudades. El enigma de la revolución, para
Sarmiento, es que las ciudades vencen contra los españoles, pero los caudillos
triunfan sobre las ciudades, situación que persiste en el momento en que escribe.

Para demostrar el estrago que han hecho los caudillos en las ciudades argentinas,
Sarmiento toma como ejemplo a La Rioja y a San Juan. Ambas provincias tenían
antes figuras eminentes y cultas que habían empezado a asentar las bases para el
progreso de los habitantes, pero en 1845 La Rioja no tiene abogados, ni médicos, ni
escuelas, ni hombres que vistan de frac, y en el pueblo predomina el sentimiento de
terror. En San Juan, que “era uno de los pueblos más cultos del interior”, cerraron
muchos colegios, no hay ni cuatro hombres que sepan hablar inglés o francés y solo
tres estudian fuera de la provincia. Es este “nivel barbarizador”, que pesa sobre todas
las ciudades argentinas, lo que Sarmiento quiere combatir, para que las ciudades
vuelvan a su vida propia (pp.72-74).

Capítulo 5: vida de Juan Facundo Quiroga


El capítulo empieza con una escena en la que un hombre se enfrenta a un tigre en el
medio del desierto, esperando muchas horas arriba de la copa de un árbol hasta que
sus amigos lo vienen a rescatar. Este fue el momento en el que Juan Facundo
Quiroga, a quien llaman el Tigre de los Llanos, supo lo que era tener miedo.

Dice Sarmiento que Facundo causaba “una sensación involuntaria de terror” sobre
quienes dirigía su mirada de “ojos negros, llenos de fuego y sombreados por
pobladas cejas”, y que la fisonomía de su cabeza indicaba “la organización
privilegiada de los hombres nacidos para mandar” (p.81). Desde la infancia, Facundo
muestra dotes de caudillo con su actitud desafiante y reacia a toda norma, hasta
conseguir de joven una reputación infame con los primeros regueros de sangre que
empieza a dejar a su paso.
Ya de adulto, Facundo vive siempre perseguido, a veces oculto, otras jugando o
trabajando, siempre “dominando todo lo que se le acerca y distribuyendo puñaladas”
(p.82). Con la Revolución empieza su carrera de las armas, en la que puede emplear
“sus instintos de destrucción y carnicería” para alcanzar una posición de mando
(p.83). No obstante, en vez de convertirse en un héroe de la independencia, Facundo
deserta del ejército para unirse a una montonera, aunque lo atrapan y lo encarcelan
unos meses en San Luis.

La cárcel se convierte en el punto de partida de su gloria. Durante la sublevación de


unos prisioneros españoles, que liberan a los presos comunes –entre quienes se
encuentra Facundo–, el riojano acomete contra ellos enarbolando un “macho de
grillos” con el que “deja una ancha calle sembrada de cadáveres” (p.85). Con este
acto de valor, que lo vuelve a poner bajo protección de la patria, Facundo regresa a
los Llanos ostentando “nuevos títulos que justifican el terror que ya empieza a
inspirar su nombre” (p.86).

En Facundo Sarmiento ve el ejemplo del hombre grande que ha nacido así, y que no
tiene la culpa de ser como es. Es un “tipo de la barbarie primitiva” que revela en
todos sus actos al “hombre bestia”, sin que eso signifique que no tenga “elevación
de miras” (p.87). Como es incapaz de producir admiración o envidia, Facundo logra
mandar y dominar a través del terror, que infunde por igual entre sus enemigos y sus
seres queridos. Es tan amplio el repertorio de anécdotas que hacen a la reputación
infame de Quiroga que algunos hombres le han llegado a atribuir poderes
sobrenaturales.

Análisis

El tema central del capítulo 4 es el del campo vs. la ciudad, enfrentamiento que para
Sarmiento hace al drama de la Argentina de su tiempo. Este combate surge de lo
que produjo la Revolución de 1810, que, si bien significó un paso adelante hacia la
civilización movilizado por las ciudades, tuvo como consecuencia la aparición de la
montonera, la barbarie como “tercera entidad” liderada por sus Grandes Hombres,
como Artigas y Quiroga.

En la perspectiva de Sarmiento, mientras las ciudades conciben la revolución como


un medio para implementar en el territorio las ideas europeas, la campaña solo ve en
la insurrección una excusa para ocupar el “exceso de vida” que tiene el gaucho por
su naturaleza salvaje (p.65). Era la montonera un “instrumento ciego”, adverso tanto
a la monarquía como a la república, del que las ciudades se sirvieron para hacer la
revolución, sucumbiendo luego ante esa fuerza que arrasó “sus ideas, su literatura,
sus colegios, sus tribunales, su civilización” (pp.66-67). Desde la perspectiva de
Sarmiento, este es el enigma de la República Argentina que es necesario explicar: es
la paradoja de la Revolución de 1810, que en vez de conducir al país hacia el
progreso, trajo en cambio más barbarie hacia los focos civilizados del territorio.

Sarmiento vuelve a utilizar imágenes orientalistas para comparar el poder de los


caudillos y la montonera con el de las “hordas beduinas que hoy importunan con su
algazara y depredaciones las fronteras de la Argelia”. Esta analogía le sirve para
describir con detalles el modo de obrar de las “masas inmensas de jinetes que
vagan por el desierto”, que consiguen triunfar por sobre “las fuerzas disciplinadas de
las ciudades” gracias a las ventajas que les da el territorio, en donde pueden
disiparse en todas direcciones “como las nubes de cosacos” y caer por sorpresa
ante los ejércitos extenuados y desprevenidos (p.67).

El modo de obrar de esta montonera es el que existía antes de Rosas, a quien


Sarmiento acusa de no haber inventado nada; solo supo convertir las “formas
gauchas” de asesinar, como el degüello, en parte integral de su gobierno déspota, en
el que cambia “las formas legales y admitidas en las sociedades cultas, por otras
que él llama americanas” (p.67). Con esta crítica, el autor quiere denunciar el modo
en que Rosas pretende encarnar el ser nacional para justificar su empresa,
engañando a América y Europa “con un sistema de asesinatos y crueldades
tolerables tan solo […] en el interior de África” (p.68).

Las dos provincias que Sarmiento toma como ejemplo para poner en evidencia el
mal que ha hecho la barbarie en las ciudades son significativas: una, La Rioja, es la
provincia de donde sale Facundo; la otra, San Juan, es de donde proviene el propio
Sarmiento. Elige, para su denuncia, algunos elementos que simbolizan la falta de
civilización, como la ausencia de profesionales y personas instruidas, la falta de
trajes europeos como el frac y el cierre de instituciones educativas como los
colegios. En este punto vuelve a aparecer la enunciación en primera persona: “Yo,
que hago profesión, hoy, de la enseñanza primaria […], puedo decir que si alguna vez
se ha realizado en América, algo parecido a las famosas escuelas holandesas
descritas por M. Cousin, es en la de San Juan” (p.73). De esta manera, Sarmiento
demuestra que la cuestión de la educación toca en él una fibra sensible, puesto que
él había fomentado en su provincia el avance en educación siguiendo modelos
europeos, objetivo que tuvo en mente durante toda su vida, hasta convertirse en el
prócer “Padre del aula”.

Además de usar el “yo”, Sarmiento cierra este capítulo con un “nosotros”, que es el
de quienes combaten juntos “para volver a las ciudades su vida propia” (p.74). Con
esto anticipa lo que luego enunciará de forma programática en los capítulos finales,
cuando intente dar una solución al conflicto entre el campo y la ciudad que, para el
escritor, sigue estando vigente al momento en el que publica el Facundo.
Podría llamar la atención del lector que recién en el capítulo 5 aparezca el gran
protagonista del libro, dando comienzo a lo que podría llamarse la biografía de
Quiroga. Como bien nos había anticipado Sarmiento en la introducción, todo lo dicho
anteriormente sobre el territorio argentino y los caracteres que engendra configura el
escenario en el que se envuelve su figura más ejemplar. En este sentido, la
organización del Facundo nos dice algo del tema del telurismo y de cómo el escritor
ve una relación causal entre las condiciones del suelo, sus tipos característicos y el
caso singular del caudillo riojano.

El capítulo 5 empieza con una anécdota simbólica: la escena iniciática en la que


Facundo obtiene su apodo “Tigre de los Llanos”. Se trata de un episodio cargado de
tensión y de suspenso, en el que Sarmiento vuelve a demostrar su destreza literaria
en la reconstrucción de los hechos y en la descripción del tigre y del hombre que “se
disputan el dominio de la naturaleza” en el medio del desierto argentino (p.79). El
escritor solo revela que quien enfrenta a la fiera es Facundo Quiroga cuando termina
su narración, momento en el que también cita la voz del caudillo diciendo: “Entonces
supe lo que era tener miedo” (p.80). De esta manera, el capítulo da inicio a la historia
de vida de Quiroga estableciendo una correlación entre el terror que tuvo Facundo
enfrentando al animal salvaje con el terror que él mismo supo infundir luego en la
población.

Adscribiendo a otro conocimiento de la época, la frenología, Sarmiento afirma que


en la fisonomía de Facundo ya se revelaban su comportamiento y su moralidad,
puesto que la forma de su cabeza y de su cuerpo descubría “una voluntad firma y
tenaz”, la de los hombres nacidos para mandar (p.81). Esta correspondencia entre
características físicas y psicológicas –idea pseudocientífica que tuvo vigencia
durante gran parte del siglo XIX– sirve, como el telurismo, para explicar la supuesta
influencia que lo innato ejerce sobre el “hombre bestia”, aquel que permanece en
estado de naturaleza salvaje. Con esto, el escritor quiere demostrar que la barbarie
engendra individuos que pueden liderar a través del terror, pero también busca
argumentar que Facundo, como “tipo de la barbarie primitiva”, ha llegado a ser lo que
fue por condiciones telúricas e innatas de las que no es responsable, cosa que no
dirá de Rosas, en quien ve un uso frío y racional de esa pasión bárbara que
caracterizó a Facundo (p.87).

Sarmiento repone varias de las anécdotas con las que Facundo se labró su
reputación sanguinaria. Algunas de ellas, afirma el escritor, son exageradas, como
aquella en la que Facundo fue liberado de prisión por unos españoles a los que
luego asesinó: “Dícese que el arma de que hizo uso fue una bayoneta, y que los
muertos no pasaron de tres. Quiroga, empero, hablaba siempre del macho de los
grillos y de catorce muertos. Acaso es esta una de esas idealizaciones, con que la
imaginación poética del pueblo embellece los tipos de la fuerza brutal, que tanto
admira” (p.85). El renombre del caudillo se configura, de esta forma, a partir de los
relatos que circulan de boca en boca y que son atravesados por un imaginario
popular bárbaro, que idealiza al Grande Hombre haciéndolo más temible de lo que en
verdad fue. Por eso, dice Sarmiento, algunos “hombres groseros” creían que
Facundo tenía “poderes sobrenaturales” (p.88).

Pero el propio escritor también peca de exagerado o hiperbólico cuando afirma que
“es inagotable el repertorio de anécdotas de que está llena la memoria de los
pueblos, con respecto a Quiroga” (p.87). Sarmiento afirma que suprime muchas de
aquellas historias que hacen al anecdotario del terror de Facundo, omitiendo por
decoro o por pretensiones literarias lo que, por acumulación, resulta demasiado
horrible para aparecer en las páginas del Facundo. Es un recurso de su narración que
no se dé a conocer todo lo que Quiroga hizo, porque de esta manera el autor deja
que el lector imagine y se horrorice ante la idea de aquellas atrocidades que
permanecen ocultas. Lo que se omite es también parte de la construcción ominosa
del biografiado.

Si bien la fisonomía que se impone en el territorio es la llanura, que abruma por la


extensión de su lisa horizontalidad, en La Rioja –provincia natal de Facundo, en la
que Sarmiento se detiene en el capítulo 6– también aparece lo escarpado de las
montañas, que forman imágenes “pintorescas y fantásticas” (p.91). Esta geografía
trae nuevamente imágenes orientalistas, en las que se compara a La Rioja con
Palestina, semejanza del suelo que se traslada a la semejanza de sus poblaciones,
que comparten el mismo aire “grave y taimado” (p.92).

Capítulo 14: Gobierno unitario


Para Sarmiento, la muerte de Quiroga no es un hecho aislado, sino que se explica
por antecedentes sociales y es el resultado de un desenlace político concreto. El
asesinato es una “medida de Estado”, concretado por el gobierno de Córdoba y
planeado con otros gobernadores. Por eso, es necesario ver qué consecuencias
tiene en el “drama sangriento” que, cuando se publica el Facundo, todavía no ha
terminado (p.203).

Facundo muere el 18 de febrero de 1835, y el 5 de abril se elige gobernador de


Buenos Aires a Juan Manuel de Rosas, que adquiere la suma del poder público por
medio de una votación casi unánime. Pasados los cinco años, Rosas, después de
sufrir la muerte de su esposa y de su padre, decide retirarse de la vida pública. Pero
la Sala de Buenos Aires le pide que se quede y Rosas continúa por seis meses más.
Después, “se abandona la farsa de la elección” y Rosas se queda en el poder, que
conserva todavía en 1845 (p.205).
Aquel 5 de abril, el gobernador electo se retira de la Sala de Representantes dentro
de un coche colorado, acompañado por la Sociedad Popular, que carga puñal,
chaleco y cinta colorada, en la que se lee “Mueran los unitarios”. Allí se ve la
“manifestación de adhesión sin límites, a la persona del Restaurador” (p.206). Al día
siguiente, sale una proclama con una lista de proscriptos que da a entender que
quien no está con Rosas es su enemigo.

Pasado el primer año, lleno de celebraciones y festejos, el color colorado pasa a ser
la insignia de adhesión a la causa federal, como también lo es el retrato de Rosas.
Aparece la Mazorca, el cuerpo de policía federal que, con sus azotes, lavativas de ají
y aguarrás y degollamientos, es “un instrumento poderoso de conciliación y de paz”.
Se ordena dos años de luto por la muerte de Encarnación Ezcurra, la esposa de
Rosas, obligando a toda la población a ir uniformada con un ridículo ribete colorado
en el sombrero. Cantos de “¡Viva el Restaurador!” y “¡Mueran los salvajes unitarios!”
se oyen constantemente. Así, Rosas consigue crear “la idea de la personalidad del
jefe del Gobierno” (p.208).

Sarmiento argumenta que estas ideas de gobierno pueden verse en la vida anterior
del tirano, que proviene de una familia de viejas costumbres señoriales, cuya
severidad Rosas debe soportar hasta que su padre lo envía a una estancia. Allí,
Rosas se convierte en “el potro salvaje de la Pampa” (p.210), un hombre
desenfrenado que sufre arrebatos causados por su exceso de vida. En sus estancias
introduce una administración severa y una disciplina de hierro; sus peones tienen
prohibido cargar con un puñal, y cuando él se lo deja puesto una vez por
equivocación, ordena que se le den doscientos azotes. Este es el sistema que
después ensaya en la ciudad, para que la población se acostumbre a la agresión
física, a los degüellos y a los gritos de “¡Mueran los salvajes unitarios!”, hasta que ya
no produzcan réplica o escándalo.

A pesar de llamarse Confederación Argentina, la República marcha a la unidad que


proviene del terror que ejerce Rosas. El gobernador de Buenos Aires acusa a los
unitarios de asesinar a Quiroga y propone castigar a los culpables. Como juez de la
causa, depone a los Reinafé y mete preso a los que tuvieron parte en el atentado.
Este acto, que lo autoriza a condenar a otro gobernador, instaura “en las
consciencias de los demás la idea de la autoridad suprema de que está investido”.
De esta manera, Rosas se convierte en el jefe del Gobierno unitario absoluto,
haciendo de los demás gobernadores sus “simples bajáes” (p.214).

Rosas elimina los correos y establece chasques de gobierno, que despachan solo
órdenes suyas, medida que sirve para unificar en desinformación al interior. En la
ciudad, el gobernador consigue que la población afrodescendiente le sirva para
espiar dentro de las familias de la elite criolla, así como para robustecer su ejército.
Con miras a extender su poder por fuera del país, Rosas toma parte en la guerra que
tiene Chile con Santa Cruz; en la República Oriental consigue que el gobierno de
Oribe expulse a unitarios exiliados, como Rivadavia y Varela, y, cuando el doctor
Francia muere, Rosas niega reconocer la independencia del Paraguay. Su propósito,
dice Sarmiento, es reconstruir el “antiguo virreinato de Buenos Aires” (p.218).

Para demostrar el poder de su gobierno americano, Rosas busca un antagonista


europeo y lo encuentra en Francia, que en 1838 le impone un bloqueo comercial a la
Confederación Argentina. Rosas utiliza el bloqueo francés para propagar el
sentimiento de americanismo que, para Sarmiento, constituye “todo lo que de
bárbaros tenemos” (p.220). Con el periódico La Gaceta, Rosas agita este
americanismo instaurando el odio a los europeos, a sus trajes y a sus ideas. Luego
quita a los catedráticos de las universidades y a los maestros de las escuelas,
mientras la ciudad trata de salvarse, “de no ser convertida en pampa”, y por eso los
profesores siguen enseñando gratis y la Sociedad de Beneficiencia busca
secretamente suscriptores (p.221). Estas son las consecuencias morales que ha
traído la lucha entre la campaña y la ciudad para el porvenir de la República.

Capítulo 15: Presente y porvenir


En 1840, mientras continúa el bloqueo francés, se dice en América que “Rosas ha
probado […] que la Europa es demasiado débil para conquistar un Estado americano
que quiere sostener sus derechos” (p.225). Sarmiento considera que Rosas
demostró que Europa no sabe cómo hacer prosperar sus propios intereses y los de
los americanos, sin menoscabar la independencia del continente.

El sistema de Rosas hizo que la parte de la población porteña más interesada en


tener un gobierno racional se refugie en Montevideo. Allí se encuentran los antiguos
unitarios, los federales de la ciudad que estaban en contra de Rosas, los que se
arrepintieron de apoyarlo y un “cuarto elemento que no [es] ni unitario, ni federal, ni
ex rosista”: es la “nueva generación”, la juventud que aprendió de la era rivadaviana a
mirar el sistema de ideas europeos, como el romanticismo y el socialismo (p.226).
En Buenos Aires, esta juventud continúa sus estudios a escondidas mientras se
reúnen en secreto, conformando un movimiento en el Salón Literario.

Los primeros intereses de este grupo son literarios, no políticos; incluso hubo
quienes creyeron que Rosas encarnaba una verdadera civilización americana, con
sus formas originales. Los ensayos de este movimiento son al principio inexpertos,
pero de allí se desprende un grupo de personas inteligentes que se asocia
secretamente para conformar “las bases de una reacción civilizada contra el
Gobierno bárbaro que había triunfado” (p.227).
En el acta de esta organización, que Sarmiento tiene en su poder, los integrantes
juran llevar a cabo sus principios de igualdad, libertad y fraternidad a través de la
asociación de ideas e intereses que antes han dividido a los unitarios y los federales,
con los que esta nueva generación puede armonizar por su deseo de unión.

“¡Fuimos nosotros!”, dice Sarmiento, y no los viejos unitarios, los que buscaron
apoyo de Francia para salvar a la civilización, con el fin de derrocar al tirano. Antes
había demasiada preocupación por una idea de nacionalidad americana que trajo
consigo la “pasión brutal”, la América “bárbara como el Asia, despótica y sanguinaria
como la Turquía” (p.229). Los viejos unitarios, sin aprender de sus errores,
entorpecieron los planes de derrocamiento al considerar inútil apoderarse de Buenos
Aires y temiendo todavía a los gauchos, si bien tomaban de ellos sus tácticas de
guerra y sus trajes para el ejército.

Mientras tanto, en la República, los hombres que escaparon del horror de Buenos
Aires yendo a la campaña empiezan a fomentar entre los gauchos el odio a Rosas,
creando “una fusión radical entre los hombres del campo y los de la ciudad”. La
campaña deja de pertenecer a Rosas, que ahora solo cuenta con “una horda de
asesinos disciplinados” y un ejército que utiliza las armas de los unitarios: la
infantería y el cañón (p.230).

Empiezan entonces los complots para vencer al gobernador de Buenos Aires. El


coronel Maza, un jefe militar del rosismo, planea una conspiración que se demora
mucho y es descubierta, lo que termina en la muerte del coronel. Luego estalla una
sublevación en el campo liderada por el coronel Cramer, Castelli y hacendados; este
intento también fracasa. En Buenos Aires muchos quieren la revolución, pero no
tienen las suficientes fuerzas para enfrentar a Rosas y a la Mazorca.

El gobierno francés quiere ayudar firmando un tratado que deja a Lavalle a cargo de
vencer a Rosas, plan que, para Sarmiento, produce un desencantamiento con
Francia, a la que siempre se admiró por su civilización. El autor cuestiona también a
Inglaterra, que durante 20 años abandona a la República Argentina a su suerte, más
por ignorancia que por determinación, “coadyuvando en secreto, a la aniquilación de
todo principio civilizador en las orillas del Plata” (p.232). No obstante, solo del viejo
continente se adquirirá ese gusto por la navegación que tanto se necesita para
movilizar la industria en el país.

La patria está destinada a progresar, y Rosas es también instrumento de esta


Providencia, a pesar suyo. Él logra la unión que le faltaba a la República y que tanto
deseaban los unitarios. Vencido Rosas, un buen gobierno hallará las condiciones
necesarias para la unidad de la nación. Ya no existe la división entre la ciudad y las
campañas, porque ahora los guachos han simpatizado con la causa de los
citadinos. Los extranjeros, los únicos que gozan en el país de derechos y garantías,
ocupan cada vez más espacios, haciendo de sirvientes, lecheros, panaderos, peones;
así, va desapareciendo la población argentina. Y aunque Rosas no quiere que se
naveguen los ríos, existe una guerra interior y exterior que busca fomentar su
tránsito libre. Incluso el intento de Rosas de ahogar las voces opositoras a su
gobierno ha producido más gritos que resuenan por toda Europa y América.

Sin Rosas, finalmente, no se habría llegado a formar un nuevo movimiento


generacional que supere la inexperiencia y la falta de ideas prácticas de los
unitarios. “¡Nuestra educación política está consumada!”, dice Sarmiento, porque la
sangre derramada ha dado suficiente experiencia (p.238). El nuevo gobierno, cada
día más próximo, restablecerá los correos y asegurará los límites del territorio,
distribuirá a la población en territorios fértiles para levantar ciudades en el medio del
desierto, fomentará la navegación fluvial, organizará la educación pública y
extenderá el beneficio de la prensa en todo el país. También cuidará a todos los
hombres por igual y restablecerá las formas representativas del gobierno
asegurando los derechos de todas las personas, permitiendo la libertad de culto y
las opiniones diversas. Por último, el nuevo gobierno establecerá las redes
internacionales necesarias para la paz en el exterior y el interior.

La inmigración europea es el principal elemento de orden y moralización con el que


cuenta la República Argentina, que de tener un gobierno capaz de dirigir su
movimiento, podría sanar en poco tiempo “todas las heridas que han hecho a la
patria los bandidos, desde Facundo hasta Rosas, que la han dominado”. El nuevo
gobierno distribuirá a los inmigrantes por las provincias para que la República doble
su población con “vecinos activos, morales e industriosos” (pp.242-243).

Pero el remedio no vendrá solo del exterior; es necesario que el vencedor de la


Tablada, de Oncativo y de Caaguazú, “el manco Paz”, continúe su destino de “vengar
la República, la Humanidad y la Justicia” (p.244). En él deposita Sarmiento sus
esperanzas en el final del Facundo, solicitando a Dios que proteja sus armas para
que los pueblos se asocien a su causa.

Análisis.
En el capítulo 14, Sarmiento pretende revelar el rédito político que le da a Rosas la
muerte de Quiroga, gracias a la cual consigue dominar el interior del país,
instaurando aquel sistema de gobierno unitario que emana de su despotismo.
Arguye que los otros gobernadores son los bajáes de Rosas, es decir, los
funcionarios dentro de su imperio musulmán, recurriendo nuevamente a la analogía
orientalista para denunciar el autoritarismo de quien ostenta títulos de tirano, como
“Restaurador de las Leyes” o “Héroe del desierto”. Eliminando a Facundo, a quien
Rosas pretende vengar –aunque Sarmiento da a entender que fue él quien ordenó su
muerte– el gobernador de Buenos Aires puede construir, sin un rival que le dispute el
poder, el sistema de adhesión personalista con el que consigue consenso popular.

Dicho sistema es el que Sarmiento analiza en este capítulo, el primero del Facundo
que se dedica exclusivamente a su oculto protagonista, Juan Manuel de Rosas.
Podemos destacar, en primer lugar, que Rosas encarna la suma del poder público,
incluyendo “tradiciones, costumbres, formas, garantías, leyes, culto, ideas,
conciencia, vidas, haciendas, preocupaciones; […] todo lo que tiene poder sobre la
sociedad” (p.204). Con esto, Rosas está habilitado para instaurar una dictadura
temporal que pasa a convertirse en una dictadura permanente, lo que se manifiesta
en el hecho de que Rosas sigue en el poder diez años después de su elección.

En segundo lugar, está el uso de símbolos visuales, como la divisa punzó, el retrato
del Restaurador o el luto impuesto por la muerte de su esposa, elementos con los
que Rosas busca fanatizar a sus aliados y humillar a sus enemigos, al forzarlos a
vestir insignias que mancillan su civilización. De la cinta colorada dice Sarmiento
que es “una materialización del terror que os acompaña a todas partes, en la calle,
en el seno de la familia; es preciso pensar en ella al vestirse, al desnudarse, y las
ideas se nos graban siempre por asociación” (pp.207-208). Con el mismo fin de
afianzar hasta el hartazgo el partidismo político, el rosismo emplea un lenguaje de
odio dirigido a sus oponentes unitarios, a quienes se los llama "impíos", "inmundos"
y "salvajes". Para Sarmiento, en el vocabulario rosista “el epíteto unitario deja de ser
el distintivo de un partido, y pasa a expresar todo lo que es execrado” (p.215).

El terror que expresa simbólicamente la divisa punzó tiene su paralelo en el que


impone la Mazorca con sus azotes, sus lavamientos de ají y aguarrás y los
degollamientos con los que atemorizan a la ciudad. Para describir su influencia,
Sarmiento compara a la Mazorca con una serie de ejemplos históricos, como la
Inquisición y los Cabochiens de la Edad Media en Francia, grupo que también estaba
compuesto por carniceros y desolladores, según cuenta el escritor. Aquí aparece la
analogía medieval, para enfatizar que la barbarie americana solo imita de Europa
modelos caducos de un período que, en el siglo XIX, se asocia con prácticas
bárbaras y déspotas. Sarmiento señala también la asistencia de la raza africana, a la
que describe como “guerrera, llena de imaginación y de fuego, y aunque feroces
cuando están excitados, dóciles, fieles y adictos al amo o al que los ocupa” (p.217).
De esta manera, el autor pone en evidencia los prejuicios raciales de su época, que
juzgan a este grupo étnico como intrínsecamente fuerte y servil que, para Sarmiento,
le da al poder de Rosas “una base indestructible” (p.218).

Aunque en el inicio del Facundo Sarmiento asegura que no escribirá, en sus páginas,
la biografía de Rosas, en un fragmento del capítulo 14 se dedica brevemente a los
antecedentes personales de su enemigo que explican sus ideas de gobierno. En el
modo en que lo describe, Rosas es la conjunción perfecta entre civilización y
barbarie: por un lado, lo caracteriza como un potro salvaje, que tiene arrebatos
pasionales como los que sufrían otros grandes hombres, como Napoleón y Lord
Byron. Pero, por otro lado, de su familia de ascendencia hispánica aprende la
disciplina severa que aplica en la campaña y que después traslada a la gobernación
de Buenos Aires.

Es esta horrenda conjunción de civilización y barbarie lo que explica lo eficaz de su


sistema, que Rosas pretende llevar por fuera de los límites de la República hasta
restaurar el virreinato del Río de la Plata, arrasando con todo lo que se consiguió
desde la Independencia. Según Sarmiento, Rosas quiere que el suyo sea un ejemplo
de gobierno original americano, que genere una adhesión continental que rechace de
suyo a toda Europa. La lucha entre la civilización y la barbarie toma una dimensión
más grande que la del enfrentamiento entre ciudad y campo: es América vs. Europa,
oposición que Sarmiento quiere resolver para torcer el curso bárbaro que la política
de Rosas ha establecido para el futuro del país.

En el capítulo 15, Sarmiento recupera los ideales de su generación. Para ellos, es


interesante destacar que el autor enunciará desde un nosotros en vez de un yo. Se
trata de un final programático, en el que propone un plan específico para civilizar el
territorio. Su tono en este capítulo es combativo y asertivo, porque explica cuáles
son las condiciones necesarias para que advenga un nuevo gobierno que le dé a la
República el futuro próspero que se merece. Dichas condiciones las ha dispuesto el
propio Rosas, porque sin él no habría unidad en la República, ni se hubiera dado el
contexto propicio para que surja aquel “cuarto elemento” que supere las diferencias
entre unitarios y federales. El escritor habla aquí indirectamente de la Asociación de
Mayo, una agrupación clandestina liderada por Esteban Echeverría que se propuso
derrocar a Rosas para que se concreten en el país los principios humanitarios que
consideran esenciales.

La mirada eurocéntrica de Sarmiento se afianza en este capítulo más que en


ninguna otra parte del Facundo. Si antes supo valorar el costado poético de la
barbarie americana, en este final el escritor sostiene que las formas americanas, que
tanto los unitarios de la vieja escuela (que intentaron imitar los trajes y los modos de
luchar del gaucho) como Rosas han querido reivindicar solo llevan al despotismo,
que una vez más compara con las codificaciones europeas de Oriente, diciendo que
América es bárbara como Asia y sanguinaria como Turquía. Sin dejar de criticar el
error de los europeos, que no supieron cómo lidiar con la barbarie americana,
Sarmiento sostiene que solo de Europa podremos adquirir los elementos necesarios
para el progreso del país. De Europa, dice, se aprenderá a navegar los ríos, y de allí
vendrán los inmigrantes que tanto necesita la República para progresar.
Si antes Sarmiento aseguraba que la lucha entre el campo y la ciudad persistía aún
en el momento en que escribe el Facundo, en este capítulo anuncia que tal
enfrentamiento se ha terminado, no porque la campaña ha barbarizado a la ciudad,
sino porque ahora la ciudad ha fomentado el deseo de civilización en la campaña.
Esto ha sucedido también gracias a Rosas, que espantó a los hombres más ilustres
de Buenos Aires, quienes fueron a propagar sus ideas civilizadas en el interior. Ahora
que el país está unido por el temor que produce Rosas, “La idea de los unitarios está
realizada; solo está de más el tirano” (p.234). Para Sarmiento, la fórmula para
resolver el conflicto es simple: muerto Rosas, vendrá la civilización.

En una seguidilla de párrafos que empiezan con las palabras “Porque él”, haciendo
referencia a Rosas, Sarmiento vuelve a utilizar el recurso oratorio de la repetición
para enfatizar todas las cosas que ha hecho Rosas y que lo perjudican sin que él lo
sepa. Según el escritor, Rosas ha establecido las bases para su propia aniquilación.
En contraste con lo que ha hecho su terrible enemigo, el escritor utiliza verbos en
futuro que indican lo que hará el Nuevo Gobierno, conducido por su generación, para
resolver el problema de la navegación, de la distribución de la población del país, y
otras tantas medidas que forman parte del proyecto que Sarmiento comparte con
sus contemporáneos antirrosistas.

Sarmiento ve como algo positivo que desaparezca la población argentina, porque


para él es importante que aquella originalidad americana y bárbara se disuelva con
la llegada de inmigrantes europeos que se distribuyan por el territorio, generando
prosperidad donde antes solo había desierto. Finalmente, deposita todas sus
expectativas eurocéntricas en el general Paz, a quien ve como el único héroe que
puede liderar el combate contra Rosas, el que permitirá que lo que se plantea en este
capítulo como promesa a futuro se convierta en una realidad y un presente de la
República.

El último capítulo cierra así el Facundo con un mensaje esperanzador y de fuerte


presencia en el plano de lo político, porque propone una solución concreta para el
problema de la lucha entre la civilización y la barbarie. Aunque Sarmiento y los
jóvenes de la Generación del 37 deberán esperar unos años más, hasta 1852, para
ver caer a Rosas, el Facundo dejó una marca en su época como instrumento de
guerra para combatir, desde el exilio, a su principal oponente. Pero el autor no sólo
concibió su libro como un medio para intervenir en la política, sino también para
consagrarse como escritor. Fue tal el éxito de esta empresa, que el Facundo se
considera, hoy en día, uno de los escritos más importantes de la literatura argentina.

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