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HISTORIA E HISTORIADORES NACIONALES

(1940 - 1990)

Del ensayo sociológico a la historia de las


mentalidades

ANA RIBEIRO

Ediciones: C.A.P: Colectivo Anónimo Pirata

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PRÓLOGO

Cuando, en junio de 1990, asumí la dirección del Instituto de Historia, una de sus
primeras actividades, llevada a cabo en el segundo semestre de 1990, fue el "Taller de
Historiografía Nacional", dictado y coordinado por Ana Ribeiro.
El planteo del Instituto de Historia y de la licenciada Ana Ribeiro fue clarísimo:
superando escuelas y tendencias debían ser invitados a participar del Taller representantes de
todas las corrientes historiográficas que "hacen" la actual historia uruguaya, Sentíamos la
necesidad de crearle a los más jóvenes ámbitos de estudio que resistieran los análisis científicos
sin las sombras de los prejuicios ideológicos tan comunes en este medio.
El mecanismo del Taller preveía que cada historiador fuera entrevistado por los
estudiantes del curso con total libertad para exponer su pensamiento, en el clima de respeto
académico que caracteriza las aulas de la Universidad Católica.
El diálogo con los historiadores uruguayos que amable y generosamente participaron
del taller y que pertenecen a generaciones, escuelas, ideologías y metodologías diversas fue
evaluado por los estudiantes como una experiencia enriquecedora y agudizadora de un
necesario espíritu crítico.
Cuando la Academia Nacional de Letras convocó al concurso de ensayo sobre los
últimos cincuenta años de pensamiento histórico nacional, la Lic. Ana Ribeiro obtuvo el primer
premio. El trabajo premiado incluye testimonios de primera mano recogidos en el Taller de
Historiografía.
Al leer esta obra, algunos estudiosos de la Historia podrán señalar discrepancias u
omisiones muy legítimas, pero todos coincidiremos en que este libro viene a llenar un vacío y
se convertirá en obra de consulta y cita ineludible por la seriedad, erudición y poder de síntesis
demostrado en el por su autora.
Sí escasa ha sido la reflexión sobre la Historia Nacional no dudó en señalar que Ana
Ribeiro acaba de hacernos dar un paso adelante y también de facilitarnos un hilo conductor
para el análisis y la reflexión. Reflexión, por otra parte, más necesaria en este momento del
mundo en que se están generando nuevos interrogantes y realineamientos en todos los órdenes
del pensamiento.
Para terminar, creo interpretar a la autora si dejo constancia de su y mi agradecimiento
a la Academia Nacional de Letras por haber impulsado esta iniciativa tan útil y necesaria para
los estudiosos de la Historia, y a los historiadores y estudiantes que sacudiendo
encasillamientos y prejuicios supieron acercarse y dialogar con libertad y nivel científico en el
Taller de Historiografía Nacional que sirvió de telón de fondo a este trabajo....

Juan José Arteaga


Madrid, junio de 1991

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I. INTRODUCCIÓN

Historiografía es una palabra a la que pueden aplicarse múltiples definiciones, si bien


no tantas como para la discutida "ciencia", a la que tan vinculada está. La más breve y clara es
aquella que reza que la historiografía es la historia de la Historia. Antigua voz, esta última,
derivada del griego, que significa "conocimiento adquirido por investigación" y que tituló
originariamente los nueve libros de Heródoto, adquiriendo con el tiempo el significado de
"estudio del pasado". La Historia en su tarea de investigación tiene como objeto y sujeto de
estudio al Hombre en toda su complejidad, lo que la constituye en una ciencia diferente a las
exactas, cuyo rasgo esencial es su humanismo.
Como ciencia constituye para el Hombre una vía de autoconocimiento: desde el
presente, embebido en él y en su problemática, el historiador busca las raíces de hechos,
personajes y pueblos, basándose en un principio de continuidad traducido generalmente como
"conciencia histórica". Esa búsqueda es racional desde que interpreta fuentes en un doble
proceso de decantamiento (heurística y hermenéutica) que el historiador se autoimpone como
metodología.
Las disciplinas del saber suelen dividirse, desde el siglo XVIII, en nomotéticas
(aquellas que generalizan sistemáticamente bajo leyes universales) e ideográficas (aquellas que
se dedican al estudio de lo individual o particular). La Historia fue considerada durante mucho
tiempo como una disciplina ideográfica, pero en nuestro siglo se ha caracterizado por reclamar
ser considerada como nomotética. Casi todas las tendencias contemporáneas ven en la Historia
un tratamiento de lo singular que recurre a lo general para encontrar significaciones. Y esta es
la palabra que nos lleva al origen mismo de la historiografía. Porque no hay historia sin
significado: un devenir sin significado es un mero suceder. Aún más, "no hay datos sin
significación" (1). La coherencia significativa del pasado la da el historiador y, como se
señalara, lo hace desde su presente. Porque el historiador recrea el pasado, dado que la historia
no puede ser espejo de lo sucedido, que es inabarcable en su complejidad.
La realidad que el historiador recrea es una realidad decantada por varios factores: por
el tiempo, por los contemporáneos, por el historiador original, por sus intereses y fines. Esa
realidad decantada es lo que llamamos historicidad. En cada ecuación temporal hay una
historicidad cambiante, lo que llevó a Goethe a afirmar que cada generación debía escribir su
propia Historia universal. Muy plásticamente Braudel expresó lo mismo diciendo: "De hecho
el historiador no se evade nunca del tiempo de la historia: el tiempo se adhiere a su pensamiento
como la tierra a la pala del jardinero". (2) La relación entre historia (como devenir) e
historicidad (lo que se capta de ese devenir) origina la historiografía, historia del pensamiento
histórico y de la evolución técnica y filosófica de la disciplina, más allá del simple registro de
obras y autores.

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Definidos los vocablos esenciales es dable preguntarse: ¿Por qué proponerse un análisis
de lo que ha acontecido en nuestra historiografía desde 1940? No solo porque aún sea ese
espacio vacío al que algunos historiadores señalan como una de las causas de las carencias que
todavía adolece nuestra historia (3). Existe además una necesidad de relevar y evaluar los
aportes de las diferentes corrientes, la mayor o menor incidencia de supuestos teóricos y
metodológicos que provienen del mundo europeo. la adaptación de éstos al medio nacional; la
relación con lo ocurrido en la disciplina a nivel americano, la labor de la Universidad, Institutos
e instituciones públicas y privadas, etc. Porque ese relevamiento debe servir de marco
orientador al joven investigador en su elección temática e incluso en su opción metodológica.
El pasado debe ser entendido como un fluir constante, las barreras cronológicas,
geográficas o temáticas son producto de la necesidad de comprender y explicar. Pero el pasado
es un todo que incluye su expresión más cercana: la actualidad. La conexión del pasado con el
presente es causal: en el pasado está la clave para desentrañar el presente (si como Hegel
pensamos que la Historia culmina en el presente).
Nuestra historiografía, sin embargo, no siempre ha considerado que la labor del
historiador se justifica desde el "hoy", y un número importante de investigadores trabaja sobre
temas elegidos en base al puro gusto personal, o por circunstancias fortuitas que le
"impusieron" un tema. Y quizás sea, no solamente imposible de descartar como práctica, sino
hasta positivo: el trabajo menudo, no profesional, a veces reviste gran calidad. Los temas más
aparentemente alejados de los intereses del presente pueden en una nueva coyuntura, o bajo la
mirada y la reinterpretación atenta de otro investigador, adquirir nueva vigencia. De cualquier
manera, el trabajo histórico nacional se enriquecería mucho en calidad y utilidad si apuntará a
los temas necesarios. Y eso sólo puede indicarlo una historia de la historiografía que aún no se
ha escrito.
Específicamente han abordado nuestra historiografía J.A. Oddone, para el siglo. XIX,
Martínez Díaz, Zubillaga y Real de Azúa para el siglo XX* 1.
Hay, sin embargo, otros aportes que deben tenerse en cuenta: Pivel Devoto desde

1
En el momento en que este trabajo era presentado al concurso organizado por la Academia
Nacional de Letras, se editó "Los orígenes de la nacionalidad uruguaya" de Carlos Real de Azúa, un
trabajo no. solamente de "crítica de la historiografía" sino de historiografía "lato sensu", según el
mismo autor distingue. Analiza en él las distintas interpretaciones sobre los orígenes del país como
nación, pero también las connotaciones político-partidarias del tema. Fustigando especialmente la
visión romántica de la tesis independentista clásica, busca el pensamiento histórico no solo en los
textos específicos, sino también en los documentos o en los debates parlamentarios: analiza
semánticamente el "discurso" del nacionalismo. Una obra, como todas las de Real de Azúa,
fundamentalmente polémica, que no cierra definitivamente debates sino que los abre: es la historia
contínuamente sometida a revisión, que gustaba hacer.

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la Colección de Clásicos Uruguayos hace una importante labor de crítica historiográfica en
algunos de sus prólogos (a Bauzá, a de la Sota). En 1958 W. Reyes Abadie y A. Methol Ferré
prologan la obra de W. Stewart Vargas sobre Oribe. En ese prólogo hay una visión
globalizadora de toda nuestra historiografía a la luz de los sucesos económicos-sociales-
políticos nacionales, insertos en los mundiales.
Real de Azúa, con su barroquismo estilístico, su profundidad de análisis y su erudición
distingue una "vieja historia" de un conjunto de precursores de la historiografía posterior: a la
que ordena en revisionistas, la Nueva Historia y la historiografía marxista a la que considera
como un subgrupo de la anterior.
Martínez Díaz intenta un abordaje cronológico y temático, sin hacer interpretaciones
globales acerca de las corrientes de ideas sustentadas o las ideologías al uso. Carlos Zubillaga
desde el cuaderno Nº 24 del Claeh sistematiza todo el panorama del siglo XX en cuatro
escuelas: la tradicional, la historiografía de transición, el revisionismo y la Nueva Historia.
Completa este aporte con una "Antología del pensamiento historiológico uruguayo" editado
por la Facultad de Humanidades y Ciencias. A esto habría que agregar las páginas aparecidas
en diarios, periódicos y revistas desde los que hicieron crítica historiográfica: José Pedro Barrán
(muchas veces con el seudónimo de Montaldo). Benjamín Nahum, Ruben Cotelo, Washington
Lockhart y, sobre todo, Real de Azúa. Este último fue objeto de una "evocación/provocación"
desde el cuaderno Nº 42 del Claeh que encierra -entre diversos artículos- uno dedicado a Real
y la Historia, desde el que realizan un importante aporte a la disciplina los muy jóvenes G.
Caetano y J. Rilla. Muy recientemente las bibliotecólogas A. Casas de Barrán y S. Martínez
Fuentes efectuaron un relevamiento de los trabajos históricos sobre el siglo XX que se registran
en la Biblioteca Nacional.
Al igual que el pasado posterior a 1930, la historiografía del siglo XX espera aún una
obra de síntesis e interpretación: lo que no obsta a la existencia de, por un lado, incursiones
pioneras en o los temas posibles; y por otro a la manifiesta inquietud acerca de esa carencia. El
proponerse reflexionar sobre la teoría histórica es incluso uno de los rasgos que caracterizan -
y diferencian- a la generación más joven.
En el momento de emprender esa reflexión dos factores deben ser tenidos en cuenta.
"Todo parece indicar que la obra histórica tiene una segura clientela, quizás. la más fiel en el
mercado editorial del país", (4) decía Zubillaga en 1978. Un país "nuevo" en el que abundan
las obras de historia y que, sin embargo, había sido acusado de "tradicionalismo" y de "mengua
de su sentido histórico" (5) o, más directamente aún, de ser "un país que ha perdido el hilo de
su pasado" (6). ¿Contradictorio?... entre las afirmaciones citadas se debe ubicar,
cronológicamente, el boom editorial de la década del 60 y debe recordarse que desde 1955 la
crisis acentuó necesariamente la historicidad. O sea que se registra en la segunda mitad del
siglo XX un cambio cuantitativo y cualitativo en la disciplina que nos lleva a reflexionar, en
primer lugar,

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sobre el fenómeno del público en el ámbito historiográfico
El público sigue las obras de historia: Carlos Maggi, evaluando el boom editorial
afirmaba que en 1967 hubo "más lectores de libros uruguayos de letras, que espectadores de
fútbol" (7) y la producción más copiosa era la del rubro "crítica, ensayo, historia, crónica". Los
best-sellers, registra Maggi con asombro, son los ensayos sobre el país mismo. Y para reafirmar
la existencia de ese público basta pensar en el éxito de la reciente "Historia de la sensibilidad
en el Uruguay" de José Pedro Barrán.
Pero ese mismo público condiciona en base a que su "gusto" es considerado por las
editoriales comerciales como un indicador de mercado. Si bien las propias obras pueden ir
elevando el nivel del lector, no se puede impedir una concesión a lo celebratorio o a lo
conceptualmente "fácil". ¿Cuántas obras podrían ser escritas, porque hay material y trabajo
intelectual que las avalaría, pero no encuentran un espacio editorial por razones de "mercado"?
Aníbal Barrios Pintos presentó en el Taller de Historiografía Nacional de la Universidad
Católica (8), en el que fuera entrevistado, un proyecto de historia regional, riquísimo, de ribetes
braudelianos (con gran espacio para la geografía -y dando ésta los marcos de "larga duración"-
y para las economías) que no ha escrito por el señalado problema de financiamiento. Y esto es
un factor a tener de cuenta en el momento de evaluar lo que se ha hecho y lo que resta hacer en
la historiografía nacional.
Un segundo factor es: ¿Qué obras deben ser consideradas? porque en ese vastísimo
número de autores hay nombres consagrados, escuelas reconocidas, pero también
individualidades de difícil encasillamiento, historiadores locales de obra única a la que han
consagrado una vida como aficionados. A veces estos últimos realizan obras estupendas sobre
un pueblo o un hecho determinado sin el auxilio de ninguno de los supuestos metodológicos
que básicamente maneja la disciplina modernamente.
Hay obras que se mueven en el área denominada pseudo-históricas o cuasi históricas
que por nuestro proceso de formación nacional y cultural no tenemos (nos referimos a la
historia teocrática y a los mitos). Pero sí registramos la siguiente esfera: la de la épica (el epos).
La épica surge donde deficiencias historiográficas (falta de comprensión del pasado o "vacíos"
de conocimientos del mismo) promueven a los héroes como los "hacedores de su tiempo". ¿Es
legítimo incluir esas formas? Lo es en cuanto la historiografía es la historia de la lucha de la
historia científica contra las inadecuadas (9). Pierre Vilar habla de "ver nacer el espíritu del
análisis histórico" (10).
Las obras pseudo-históricas, las obras menores, las historias teñidas de partidismo, los
propios textos de divulgación histórica sirven para desentrañar la evolución del pensamiento
histórico. Pero, lógicamente debe considerárseles enmarcados en sus limitaciones y
vertebrados en tomo a las obras que sí representan espacios únicos y jalones vitales en el
desenvolvimiento de la disciplina.

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En este trabajo nos proponemos caracterizar sumariamente nuestra historiografía para
ir luego a las coordenadas (la historiografía universal y el entomo histórico) que nos permitan
abordar específicamente el período 1940-1990. Ya en él, analizaremos los autores y
características más sobresalientes de cada escuela o corriente, sin proponemos un catálogo de
obras sino la ejemplificación de rasgos y temáticas, respecto a autores nacionales que escriban
sobre temas nacionales. A sabiendas de que eso excluye, por ejemplo, la obra sobre historia
americana de Gustavo Beyhaut o la de un erudito como Rolando Laguarda Trías, especialista
en cartografía, viajes y descubrimientos del siglo XVI.
Dedicaremos un espacio fuera de toda corriente o calificación a Real de Azúa, por ser
imposible, tanto encasillarlo bajo un rótulo, como pasar por alto su creatividad y su magisterio
sobre las nuevas generaciones. Finalmente analizaremos el período 1973 a 1984 como
sinónimo de cambios que prolongan sus efectos y contradicciones en el presente de la
disciplina.

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II CARACTERÍSTICAS DE LA HISTORIA NACIONAL

1) Se ha moldeado al influjo de corrientes europeas

Esas corrientes han sido en el siglo XIX el romanticismo, el positivismo y una corriente
(derivada del romanticismo) de erudición y de construcción esencialmente documental que se
prolonga hasta el siglo XX.
Ya en nuestro siglo las influencias son más variadas, a veces ligadas a un autor (piénsese
en Toynbee, o en lo notorio que es el pensamiento de Spengler en Stewart Vargas)
generalmente ligada a corrientes. Una de las más notorias es la influencia del marxismo, que
signa a una escuela que tiene su precursor en Francisco Pintos. El materialismo histórico,
además, ha provisto al trabajo historiográfico de una batería conceptual y una reestructuración
que todos -marxistas y no marxistas- demuestran en mayor o menor grado. Se relaciona esta
influencia además con la acentuación del tratamiento de los temas desde el enfoque económico.
La influencia europea más notoria en las últimas décadas es, sin embargo, la de la
escuela de Les Annales, que influyó profundamente en nuestra "Nueva Historia". Es mucho
más amplia que esta breve reseña la influencia europea pero valgan dos ejemplos de gran
vigencia para afirmar la idea y concluir someramente la enumeración: un centro de prolífica
actuación como es el Claeh se funda en 1958 a instancia del Padre Louis Lebret, gran promotor
de la investigación sociológica de campo. José Pedro Barrán impacta nuestra historiografía
(tomándose referencia ineludible) con su análisis de la sensibilidad uruguaya, siguiendo a las
nuevas corrientes francesas de historia de las mentalidades y especialmente a Michel Foucault.

2) Tiene un necesario entronque con lo rioplatense

Evidente desde el nacimiento mismo del país, en un proceso de reducción de fronteras,


también llamado de balcanización, y luego de un largamente discutido proceso independentista
que nos separó de las demás provincias argentinas, con las que mantuvimos, sin embargo,
lengua y conflictos políticos en común. Baste la Guerra Grande como imagen.
Los estudios artiguistas, el centro temático que más ha contribuido al avance conceptual
y metodológico de nuestra historiografía, nacen en torno a la leyenda negra gestada en Buenos
Aires y mantenida por años por nombres como Feliciano Sainz de Cavia (autor del líbelo),
Mitre y Sarmiento.
El revisionismo es rioplatense y se origina en otra leyenda negra: la de Juan Manuel de
Rosas y por vinculaciones del rosismo con el partido blanco, en los orígenes del mismo, se
hacen extensivo, sobre todo, a los historiadores de ese partido (aunque no

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exclusivamente). Luego adquiere, como corriente, características que lo distinguen del
revisionismo argentino. Una de ellas es la variedad de tendencias ya que dentro del
revisionismo se desarrollará una línea marxista (con Vivián Trías) que llegará hasta el propio
y -breve- revisionismo tupamaro que recogiera en los años 70 la revista Cuestión.
Las tendencias europeas, además, llegan muchas veces "decantadas" por sus intérpretes
latinoamericanos que son "formadores", "maestros" de grupos y escuelas, como Jorge Abelardo
Ramos, José Luis Romero o Tulio Halperin Donghi, por ejemplo.

3) Son en ella fácilmente reconocibles las tendencias políticas e ideológicas

Aunque hay numerosísimos trabajos donde realidad e ideología dialogan en armonía y


con nivel científico, es imposible (por aquello de la tierra en la pala del jardinero) negar el
compromiso ideológico de los analistas nacionales. Y si se señala como rasgo es porque va más
allá de la discusión acerca de la posibilidad o no de objetividad en la Historia como ciencia.
Fin a perseguir, pero inalcanzable porque la verdad absoluta negaría el avance que toda ciencia
exige que sea constante.
Esa natural revisión a que está sujeta la disciplina es lo que llevó a Real de Azúa a
afirmar su condición "de propuesta que se acepta o se rechaza en base a los medios de
persuasión que sepa usar y a los objetos de convicción que obtengan" y agregar lapidariamente
"que mucha historia que se cree científica no está hecha de otra pasta" (11). Insistimos: va más
allá de esa discutida objetividad científica. Es un rasgo constitutivo, caracterizante, es una
impronta de expresión. "Decir que la reflexión nacional contemporánea no se realiza desde
ángulos y perspectivas ideológicas, doctrinales, teóricas o como quepan llamarlas, sería más
que falso hipócrita. Ninguno de los críticos sociológicos, históricos, económicos o culturales
de la realidad del país carece de una implantación efectiva y a veces muy obstensible en un
sistema orgánico de convicciones ni dejan de rendir homenaje, casi siempre implícito, a un
repertorio jerarquizado, coherente de valores: marxistas y socialistas, o cristianos, o
nacionalistas o liberales (para hacer solo referencias a los "ismos" más abarcadores) se
enfrentan con la reflexión sobre su medio desde esos sistemas y esos valores (...)". (12).
Este ajuste de la realidad a un dogma que nos brinda como marco previo la
interpretación de esa realidad es lo que se llama "tendencia". La tendencia surge de la conexión
de la historia con el presente, que hace de la disciplina una materia de compromiso y de tesis.
En este sentido es esclarecedora la afirmación del historiador Carlos Zubillaga: "El paso previo
para cualquier forma de accionar está dado por la comprensión de la realidad. Sin comprender,
no es posible actuar, a riesgo de confundir acción con mero voluntarismo. La necesidad de una
aprehensión cabal del

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suceder resulta así un presupuesto de la interpretación de la actualidad, de clarificación de las
opciones cara al futuro". (13).
Si sostenemos pues, que previo a la acción en el presente debe estar la comprensión de
la realidad, ésta sólo proviene de sus raíces: el pasado y de cómo lo interprete. Esto hace
comprometido el conocimiento histórico y hay múltiples ejemplos de ello. El equilibrio es
difícil y se rompe apenas se va al pasado con una postura asumida apriorísticamente. Pero
también esas instancias de ruptura, también la tendencia y el partidismo, son parte de la
historiografía, porque los historiadores son hijos de su tiempo y lo testimonian a pesar de sí.

4) Es artesanal

Hay dificultades propias del medio que hacen de "artesanal" el más ajustado calificativo
para nuestra historiografía. Y este es un rasgo que ha sido señalado en un doble sentido.
Por un lado -y esta acusación corre sobre todo para la historiografía tradicional- se ha
señalado su "acusado empirismo" (14), la "ausencia de un marco teórico preciso", que hacía de
la disciplina una afición, compartida con otras labores profesionales (la historia escrita "de
abogados leídas por abogados") (15). Quizás derive de esto una gran limitación de enfoque,
indudablemente. Pero no debemos tampoco olvidar que la profesionalización registrada desde
la década del cincuenta, instancias, fundamentalmente, de la creación de la Facultad de
Humanidades y del Instituto de Profesores Artigas, ha coexistido con un gran número de "no-
profesionales" que han enriquecido desde todos los campos la labor histórica. El ejemplo más
notable probablemente sea el de Juan E. Pivel Devoto, que escribió obras fundamentales,
organizó museos y repositorios, dirigió publicaciones reconocidas internacionalmente e
incursionó en el ámbito educativo, sin ostentar más título que el de su extraordinaria capacidad
de trabajo.
La acepción artesanal es mucho más clara (y en ese sentido ha sido utilizada con mayor
frecuencia) para referirse a las limitaciones materiales de nuestro medio. "El investigador no
es profesional, sino que debe robar tiempo a otras actividades que se las que en definitiva le
permiten sobrevivir, cuando no subvivir. Si necesita un dato estadístico no puede acudir a un
banco de datos, porque no existen. Debe procurarse las cifras y después en su casa, o centro,
con el auxilio de alguna calculadora electrónica (de algún modelo que no sobrepase los veinte
dólares) comenzar a hacer hablar el material recogido. Pensar en acudir al análisis de la
cibernética puede ser ya delirio. Y ni hablar de estar medianamente informados de lo que se
hace en otro países: el material bibliográfico es caro, gran parte del mismo ni siquiera viene al
país a duras penas se puede estar al tanto de lo que hacen los propios colegas". (16)

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Nada más ilustrativo, al respecto que lo que en 1975 "confesaba" José Pedro Barrán en
carta a Real de Azúa: "(...) no puedo estar al día con las llamadas ciencias auxiliares, de la
historia ni siquiera con ésta, porque no puedo comprar libros. De ahí, en parte, mis carencias.
Ud. me cita el trabajo de Halperin sobre los caudillos. Lo leí porque Ud. me lo prestó. El libro
de Rubén Zorrilla lo desconozco. Del ensayo de Julliard, ni idea. Carlitos: los últimos libros
que he leido me los prestó Gerard Prost, profesor francés a quien ayudé y que me obsequió
algunos textos y un volumen sobre lo que se está haciendo actualmente en historia en Francia
que casi me quitó las ganas de volver a escribir. Tan lejos estamos en este momento de la
"civilización y tan cerca de la barbarie". (17)
Si este brillante historiador que fue becario de la Fundación Ford del Social Science
Research Council, de la Fundación Guggenheim, del Consejo Latinoamericano de Ciencias
Sociales y que actualmente trabaja para la Facultad de Humanidades en régimen de dedicación
completa, tuvo tales dificultades (si bien, es cierto, en "tristes momentos" como se desprende
de su carta) ¿cuál no será el derrotero habitual para los jóvenes que se inician? Máximo, cuando
es a sabiendas que "los libros en el Uruguay no permiten vivir y menos si se trata de libros de
historia" (18).
La propia financiación externa, si bien cumple el rol de secundar y promover lo que a
nivel oficial no se puede hacer, por las consabidas limitaciones presupuestales, conlleva sus
riesgos. La financiación fue especialmente importante (a través de los Centros Sociales) en la
etapa de la dictadura, cuando la cultura, y especialmente nuestra disciplina, que
"atrevidamente" reflexionaba sobre el país como problema, sufrieron un demoledor ataque. Si
bien en esas circunstancias la financiación exterior tuvo "algo de solidaridad" y los propios
financiados aclaran que "jamás se intentó ejercer la más mínima influencia" y que "el
investigador uruguayo pudo realizar su tarea en el más amplio ámbito de libertad académica"
(19), no obstante esto, los reparos existen. Y son variados: "Ellos fijan los temas (...) los temas
predominantes, las grandes líneas de investigación, las modas metodológicas, esos son
mecanismos que vienen dados (...)" (20); "(...) el financiamiento extemo desliga al investigador
de las condiciones económicas y sociales del país en que vive. Lo sume en una especie de limbo
(...)" (21).
"Artesanal" pues, por no profesional, por carenciada económica y técnicamente, por
enfrentarse al dilema del "imperialismo cultural" (22) cuando ensaya el financiamiento externo
como vía supletoria.

5) La reflexión historiológica se ha dado escasamente

Y esto se relaciona con el empirismo antes señalado. En el siglo XIX apenas cabe
mencionar a Luis Desteffanis (23) (crudito de origen italiano en el que privó el gran

11
lector sobre el crítico) y alguna reflexión metodológica de Clemente Fregeiro (24).
Ya en nuestro siglo, Aquiles Oribe escribió sobre "Metodología científica para escribir
y enseñar historia", en otra obra comentó la doctrina de Spengler (25). Emilio Ravignani
escribe una "Introducción a los Estudios históricos" en 1945 que acompaña con una prolífera
labor docente desde la dirección del Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de
Humanidades y Ciencias. Integrante de la escuela erudita hará especial hincapié en la "versión
ne varietur" de la fuente, a la que deben ceñirse las publicaciones documentales (26). Jesús
Bentancurt Díaz escribió dos obras específicas sobre metodología, también desde la Facultad
de Humanidades, (27) en la que obtuvo la cátedra de Filosofía de la Historia con un notable
trabajo sobre Toynbee (28).
Más actualmente Carlos Rama dedicó varios trabajos al tema, algunos sobre Teoría y
otro centrado en el revisionismo americano (29). Las reflexiones específicas sobre
Historiografía ya han sido mencionadas (30).
Carlos Zubillaga desde su "Antología del pensamiento historiológico uruguayo" y en el
año 1989, señala que "el caudal de reflexiones sobre aspectos teóricos, metodológicos, técnicos
e historiográficos verificable en la producción bibliográfica, hemerográfica y periodística del
país a lo largo de casi un siglo y medio, configura el más rotundo mentís" (31) a la conclusión
de Carlos Rama (del año 1951): "el conjunto de problemas agrupados en Teoría de la Historia
apenas ha tenido cultores entre nosotros" (32). Rectifica así su propia afirmación del año 1978,
cuando calificó de "escasos" los aportes sobre la reflexión historiológica nacional (33).
Indudablemente el espacio que ésta ha ocupado no es el deseable, aunque va de acuerdo
con el desarrollo alcanzado en todos los aspectos por la disciplina. Si bien los jóvenes
historiadores manifiestan insatisfacción porque se ha incursionado "demasiado poco en el
campo de la teoría de la historia como conocimiento" (34) probablemente, al afirmar esto, no
estén apuntando a la cantidad de obras sino a la ausencia de trabajos originales y de rigor
científico que instrumenten la lectura del pensamiento histórico en su complejo desarrollo de
las últimas décadas. Si acordamos que América es un terreno privilegiado de aceleración
cronológica y de mixtión (35), es dable reclamarle un pensamiento teórico sobre la historia de
igual envergadura

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III- LAS COORDENADAS

La historiografía nacional debe ubicarse entre dos coordenadas que en su evolución irán
pautando y explicando los cambios del pensamiento histórico. Una es la de la propia
historiografía universal, dada la característica señalada de la influencia de corrientes de
pensamiento filosófico, en general, e histórico, en particular. La otra coordenada es la de la
propia historia del país.

1) El pensamiento historiográfico universal


A) Algunos "ismos".

La historia como ciencia es creación del siglo XIX. En él nacen las ciencias auxiliares,
avanza el conocimiento sobre prehistoria, nace la geografía física y la humana, la antropología,
etnología y arqueología adquieren identidad y métodos.
El siglo XX acelera hasta lo increíble los avances científicos y obliga a las ciencias
sociales a acompasarse a ese crecimiento. A la vez, se sumerge en una búsqueda de lo universal
y la trascendencia que está presente en Nietzsche, en el espiritualismo, en el pragmatismo, en
el existencialismo, el marxismo, el estructuralismo y en todos los "ismos" del siglo.
Tres son de especial importancia para el quehacer historiológico: materialismo.
historicismo y estructuralismo. Si bien no debemos olvidar que la historiografía del siglo XX
recibirá como legado del XIX un romanticismo presente en la épica, en la tendencia erudita, en
la exaltación nacional y en la noción de continuidad que proviene de la revaloración romántica
de esas raíces nacionales y que se llamará "evolución" en el positivismo y "evolución
dialéctica" en el marxismo.
El positivismo hará de la ciencia un absoluto y ampliará el horizonte de la historia,
convertida por Comte en el pináculo del saber positivo bajo el nombre de sociología. Así como
el positivismo acompañó (y expresó) el nacimiento y afirmación de la organización técnico-
industrial de la sociedad, el marxismo sería expresión de la problemática social del mundo
industrial. Y la visión histórica será un materialismo que toma al hombre y su trabajo como
centro de la historia. El hombre como ente social, se relaciona a través de lo que hace y las
formas de producción jalonan el devenir. Tomando las sociedades como sujeto de la historia,
las formas estructurales se ordenan para explicar ideas dominantes, luchas de clases y el
fenómeno de alienación.
La racionalidad de la historia, tomada de Hegel, es el hilo conductor de la oposición
dialéctica. El hombre mercancía, el ente-deshumanado es la condición histórica del hombre en
la sociedad capitalista. Esto sólo lo revertirá el comunismo, forma conclusiva que se procura
demostrar como inevitable haciendo un análisis económico del sistema que se llamará "El
capital" y que signará de economicismo al materialismo histórico y al análisis histórico de todo
el siglo XX, que tomará del marxismo varios

13
conceptos. Esa condición humana es la misma que preocupa a Michel Foucault cuando
cuestiona el saber psiquiátrico, la cárcel, la ley, el concepto de locura y el análisis
epistemológico. Al hacerlo revoluciona al saber histórico y aporta una nueva dimensión a la
llamada "historia total" global y generalizadora, rica en el juego comparativo. Historia total
que es el resultado de una reacción antipositivista evidente en las últimas décadas y que
comenzó con el concepto de historia no ocurrente (non événementielle) de Marc Bloch y
Lucien Febvre. O sea que desde el marxismo a Foucault hay una continuidad, complejidad y
entrelazamiento de las tendencias entre sí que es una constante de la historiografía
contemporánea.
Complejidad que hace que, por ejemplo, el propio término "historicismo" sea "uno de
los más ambiguos en la metodología de la historia", al decir de Jerzy Topolsky (36). Siguiendo
a este autor distinguimos los siguientes significados para ese importante "ismo" historiográfico:
a) El historicismo general, entendido como el producto del acento en el movimiento constante
y el cambio, a lo largo de los acontecimientos. b) El historicismo absoluto, propio de los
historiadores alemanes y que afirma el carácter único de los hechos históricos y el carácter
relativo de la verdad (o sea la objetividad histórica) y de los valores. c) El uso del término que
le da -y que critica- Popper, abarcando a las distintas filosofías de la historia que buscan
descubrir leyes históricas y predecir, en base a ellas, el futuro. d) En este sentido también se ha
utilizado "historicismo" como sinónimo directo de "filosofía de la historia". e) Asimismo, hay
un historicismo existencial, como parte de la doctrina existencialista, que también subraya la
historicidad del Hombre. f) Finalmente, distingue al historicismo ontológico de Marx y Engels,
que afirma que sí es posible el conocimiento objetivo del pasado y que tiene en el desarrollo
dialéctico su categoría básica.
También en el estructuralismo encontraremos esa complejidad, dada ya desde el mismo
término "estructura" (de origen anatómico o gramático) que tantas connotaciones tiene con el
marxismo. En una estructura, "(...) el todo no es en absoluto la suma de sus partes (...) Para que
haya estructura, es necesario que entre las partes existan otras relaciones además de la simple
yuxtaposición" (37).
El estructuralismo no es una escuela y ni siquiera un movimiento según afirma R.
Barthes (38). Sus autores no se sienten ligados entre sí. La "pista" más segura para detectar un
estructuralista es el uso de los términos significante-significado y sincronía-diacronía. Estos
últimos nos alejan de la lingüística y la economía (las ciencias mismas de la estructura) y nos
introducen en la historia, ya que al acordar a la estructura (o sistema) un estatuto privilegiado
como instrumento de análisis (39) se deja en evidencia la oposición a la estructura a la vez que
se registra a ésta. Dicho de otra forma: la permanencia y el cambio, que eso es sincronía-
diacronía. Y el cambio registra temporalidad, el cambio es la historia misma.
El estructuralismo enfrenta el problema del conocimiento de la universalidad, de

14
la trascendencia, del Hombre en sí, proponiendo un análisis que descomponga, desarme,
fragmente, seccione. Y luego una recomposición que comporte en sí una estructura nueva,
distinta a la primera, pues debe contener, además de la estructura original lo funcional de ésta
"atrapado" mediante una labor de inteligencia.
Claro que es más fácil descomponer el lenguaje, o las simbologías subconscientes o los
lazos de parentesco en una sociedad primitiva que en las sociedades en movimiento a lo largo
del tiempo. Por eso los historiadores contemporáneos han tendido a definir las estructuras (al
igual que los economistas) como los marcos de larga duración en los que se inscribe la historia.
Y llegado a este punto y al nombre de Braudel debemos dedicar nuestra atención a una escuela
que se alimentó de estos "ismos" y sentó sus perfiles propios expandiendo su influencia en
profundidad y en extenso por el mundo. De gran vigencia entre nuestros historiadores: la
escuela de los Annales.

B) La escuela de los Annales

Escuela que, como ninguna, marca el agotamiento de la historiografía alemana y su


sustitución por una escuela francesa que asimila la erudición de sus vecinos y le suma
originalidad y pujanza. En 1900 Henry Berr créa la Revue de Sinthèse Historique y en 1929
Lucien Febvre y Marc Bloch fundan los "Annales d'histoire économique et sociale". Nombres
como el de Labrousse y Braudel nos hablan de medio siglo de evolución de esta escuela.
Sus principios: "1) hay una sola historia: no existen compartimentos estancos entre una
historia económica, una historia política, una historia de las ideas, etc;
2) el historiador avanza por medio de problemas: los documentos sólo contestan cuando
se les preguntan siguiendo hipótesis de trabajo, en todos los terrenos (material, espiritual,
ideológico...) lo es de los hechos de masas, no de los simples "acontecimientos":
3) existe una jerarquía y un juego recíproco entre "economías", "sociedades",
"civilizaciones", juego que constituye el tema mismo de la ciencia histórica" (40).
En base a ellos la historia se enriqueció con el contacto profundo con todas las
disciplinas sociales, descartando la historia meramente acontecimental y dando lugar a obras
de sociología histórica, a estudios de historia de los modos de pensar y de los valores. Por eso
M.. Vovelle, sostiene que la historia de las mentalidades "debe escribirse a continuación de la
historia social y en interacción con ésta" (41). Emmanuel Leroy-Laduric agrega aún más: "(...)
la historia de la agricultura, la industria, el comercio, también la historia de las enfermedades,
de la biología, de los climas. historia del amor, de la muerte..." (42).
Como brillante representante de esta tendencia Fernand Braudel, en su obra
consagratoria investigó el mundo mediterránco en tres tiempos de gestación; los
fenómenos..conjugados, fueron de corta, media y larga duración. Es la historia estructural de
la que Marx era el precursor. Cuando el centro de aplicación de esta

15
secuencia temporal sea el mundo europeo entre los siglos XV y XVIII Braudel llamará
civilización material a la corta duración, vida económica a la media y capitalismo a la secuencia
de larga duración. Será una segunda obra consagratoria (43) en la que reunirá, con su estilo
literario tan rico, datos económicos y políticos, con descripción de mobiliarios y recetas de
cocina, entre otras cosas. Allí planteará una dialéctica centro (tecnológicamente avanzado) -
periferia (colonial y proveedora) que se encara en las economías-mundo que devienen,
fluctúan, se suceden.
La complejidad del tiempo, los fenómenos de tendencia (la llamada tendencia secular
de los economistas), la historia sometida a continuos replanteos, la permeabilidad de las
civilizaciones, la relación con las otras ciencias sociales a las que la historia debía convertir en
ciencias auxiliares en un proceso de crecimiento cualitativo que tuviera como centro el
presente; son algunos de los temas que la pluma de Braudel enriqueció.
Algunos de sus discípulos (Chaunu, Vovelle) vieron a las mentalidades colectivas como
el cuarto nivel de esas prisiones de larga duración (44). Habrían heredado de Lucien Febvre
esta postura, pero será Foucault la figura clave que no sólo incluirá la locura y la muerte en sus
análisis: los convertirá en centro de revisiones totales del pensamiento, de la estructura misma
del pensamiento en su evolución histórica. las mentalidades

C) La historia de las mentalidades

Michel Foucault es considerado como un filósofo que "abrió la filosofía a la historia


real" (45). Como Sartre fue un filósofo que pensó la cultura y el mundo social pero le sumó la
particularidad de hacer el mismo la investigación histórica para elaborar sus reflexiones
conceptuales.
Y estas consisten, para Foucault, en operaciones que ponen de manifiesto, luego de un
esfuerzo de visión, las determinaciones que hay detrás de cada práctica. Paul Veynes llama a
esto "rarefacción" (46). "La intuición inicial de Foucault no es la estructura, ni el corte, ni el
discurso: es la rareza (...)" (47). Los hechos humanos no son evidentes, "son raros", por eso los
contemporáneos no perciben (y muchas veces el historiador contemporáneo tampoco) el
significado que se encuentra sólo cuando, apartando la mirada, se busca ver "la parte oculta del
iceberg". La clave de esa nueva metodología está en la inexistencia de las cosas, "no hay cosas,
no hay más que práctica" (48) y "todo es histórico y todo depende de todo" (49).
Esa "práctica" resulta de difícil aprehensión porque no es ni el Ello que proponía Freud
ni un "motor" como el que propone Marx con las relaciones de producción. La parte oculta del
iceberg "no es una instancia distinta de la parte que emerge, es de hielo como la otra, pero no
es el motor que hace avanzar el iceberg; lo único que ocurre es que está por debajo de la línea
de visibilidad (...)" (50). Lo que Foucault nos dice es que se puede seguir explicando la historia
como se ha explicado siempre pero si se mira 'buscando no las cosas sino las prácticas se verá
que hay más que explicar de lo que

16
se pensaba. La práctica es una gramática sumergida que cuesta ver porque es preconceptual. El
propio Foucault lo explica cuando señala que: "(...) el hombre está dominado por el trabajo, la
vida y el lenguaje: su existencia concreta encuentra en ello sus determinaciones: no es posible
acceso a él sino a través de sus palabras, de su organismo, de los objetos que fabrica (...) y él
mismo, puesto que piensa, no se revela a sus propios ojos sino bajo la forma de un ser que es
ya en un espesor subyacente, en una irreductible anterioridad, un ser vivo, un instrumento de
producción, un vehículo para palabras que existen previamente a él" (51). En este fragmento
está presente además, el sitial de peligroso privilegio de la historia, que abarca la totalidad del
Hombre y da a todas las otras ciencias sociales (que no escapan al movimiento de historia) un
espacio cronológico y una inserción geográfica. Por eso hay quien afirman que esta es la
revolución científica que los historiadores buscaban y que "Foucault es el historiador completo,
el final de la historia" (52). Sólo la historia nos dirá si es así realmente.
Si José Pedro Barrán no hubiese escrito su "Historia de la sensibilidad" inspirada en
esta nueva tendencia, este capítulo probablemente no habría tenido su razón de ser. Pero
Foucault se proponía conquistar y, sin duda, eso lo logró. Como también ha inquietado a nuestra
historiografía esa relectura en la que Barrán nos muestra la parte oculta del iceberg de la
sensibilidad nacional.

D) La tendencia secular

La historiografía del siglo XX asiste fundamentalmente a una universalización que es


producto de los avances en materia de comunicaciones, a la profusión de publicaciones, al
importante rol de las universidades y a los varios mecanismos del intercambio de información
y de "inteligentzias". Esa universalización hace muy difícil la existencia de "ismos" aislados y
puros, lo que se suma a la coexistencia temporal de estas tendencias y movimientos, como
cuota adicional en la natural complejidad de la historiografía.
Sintetizando, podemos decir que el entorno historiográfico del siglo nos ha demostrado
la superación de la historia acontecimental (tarea cumplida fundamentalmente por la nueva
historia) y nos ha abierto nuevas perspectivas en la historia de cultura, de la civilización, de las
ideas, en la historia económica y social, en la historia de los movimientos obreros y sociales,
de las revoluciones, guerras y crisis. El siglo XX produjo además la obra monumental colectiva,
entre ellas, aquella que publicó la Universidad de Cambridge y dirigió Lord Acton es la más
conocida. Luego le seguirá la de Oxford, la "Evolución de la humanidad" de H. Berr,
colecciones como la de Nueva Clío, etc.
Las Asociaciones de historiadores, (la más influyente es el Cish) las revistas
especializadas, los congresos mundiales y regionales han proliferado y cuentan con el respaldo,
frecuentemente, de organismos internacionales (UNESCO, OEA).

17
En todo este avance en la divulgación la historia ha demostrado cómo el siglo de la
explosión tecnológica ha signado su mensaje. No sólo por el auge de las posturas neo-
positivistas, sino fundamentalmente, por la búsqueda de modelos cuantificables y del pasaje
del hecho a la ley, insistiendo en la generalización (de acuerdo con los modelos hempelianos).
Karl Popper y su ingeniería social son un buen ejemplo. El gran dilema que se plantea a la
historia es, entonces, su relación con las otras ciencias sociales y su propia identidad como
ciencia que atañe a lo humano.
Quizás un último ejemplo nos de más cabalmente la imagen de la interrelación existente
entre la disciplina y el análisis estructural, la lectura de mentalidades, las fuerzas de producción
y demás. Porque ese es el rostro de la historiografía en estas últimas décadas. Nos referimos al
reciente libro "La invención de Europa". En el, el joven historiador inglés Emanuel Todd
propone correr el velo de la realidad socioeconómico a través de la demografía-que es,
observése, insensible a la ideología e interpreta el acceso de Europa a la modemidad a través
de cuatro grandes tipos familiares delimitados a partir de las relaciones de padre-hijo y las de
hermanos hermanos. Así el tipo de familia "nuclear soberana" (liberal en la relación padre-hijo
y no igualitaria en la relación entre hermanos) en la que la laxitud de los lazos familiares
permitió mayor plasticidad social, explica fenómenos como el éxodo campesino y la formación
del proletariado. O sea, la revolución agrícola y la industrial (53).
Analiza, así mismo la incidencia de la educación en el proceso de industrialización, a
partir de la química y la electricidad y mediante mapas de alfabetización e industrialización
explica la relación profunda que existe entre cultura y economía. Si bien la cuantificación en
Europa se utiliza para definir con mayor precisión las dimensiones de los procesos históricos,
introduciendo elementos teóricos de economía o sociología, por ejemplo, es mucho más notorio
su uso en los micro-estudios estadounidenses. Los que han dado lugar a que se hable de una
nueva historia "neocientífica y matematizante".
Esta compleja coordenada nos llega como "provocación", ya que "provocado" se siente
ante los avances de la disciplina el historiador nacional desde sus limitaciones y desde su
temporalidad. Porque ya Lucièn Febvre, señalaba que América Latina es un campo privilegiado
de historia que "transforma tiempo en espacio y hace remontar al campo más alumbrado de la
historia procesos que en otras partes, por haberse desarrollado a lo largo de centenas de
milenios, escapan al conocimiento histórico y corresponde a la marcha indecisa de la proto y
de la prehistoria" (54).
Esa historiografía latinoamericana que recién en la segunda mitad de nuestro siglo se
dotó de repositorios, inventarios, guías, bibliografías y todo lo que hace una correcta
infraestructura -y todo esto aún con carencias importantes- es, curiosamente, un espacio
privilegiado. Que permite observar la historia "desde un lugar donde los lentos

18
cambios del alma se apuran como en cámara rápida. Procesos culturales que en Europa son
casi imperceptibles, duran siglos y pertenecen a la larga duración de Braudel, aquí perduran a
lo sumo decenios (...)" y eso es lo que "permite descubrir lo social con tanta facilidad, observar
el papel promotor de las clases dirigentes en los cambios de sensibilidad, sus dificultades y
fracasos, la inercia de lo cultural pero también la fuerza de los sistemas de dominación" (55).
Desde el mundo y a través de América nuestros historiadores recibieron, pues, el
quehacer historiográfico del siglo y lo trasegaron, lo tradujeron, en fin: crearon. La
historiografía universal -repetimos- es una coordenada, equidistante de otra, de vital
importancia: el propio país y su génesis.

2) El entorno histórico.

Excedería los objetivos de este trabajo hacer un racconto de la historia nacional en lo


que va del siglo. Sólo destacaremos aquellos grandes hitos que tienen repercusión palpable e
inmediata en la forma de encarar la historia.
Nuestra independencia nos sorprendió en nuestra infancia histórica (56) ya que fuimos
una colonia tardía fundada en medio del proceso de decadencia borbónica. Fuimos marcados,
además, por el triple sello de la pradera, la frontera y el puerto. En esta etapa colonial y en los
primeros años de la independencia la historiografía registra sus primeras formas: crónicas y
anales, en todas sus modalidades. Desde la crónica biográfica hasta la crónica crudita. "La
historiografía se confunde con la memoria individual de los patricios protagonistas con sus
epistolarios y crónicas, con los relatos de comerciantes extranjeros" (57).
Son formas lindantes, muchas veces con la literatura (como el diario del sitio de Acuña
de Figueroa). Pero, sobre todo se recurre a la épica para subsanar el vacío historiográfico y
responder a los reclamos de una memoria colectiva. Así Zorrilla rescata románticamente los
orígenes nacionales a través del héroe personalizado en Tabaré.
Cuando la existencia nacional queda consumada, después de la Guerra Grande, surge
una imperiosa necesidad de tradición histórica propia y a Zorrilla lo acompañará toda la
generación de principistas del 80 (Francisco Berra, Bauzá, Carlos María Ramírez) en el
propósito de fundamentar la existencia del Uruguay como nación viable. Entonces el epos se
centrará en una figura que, si bien es un caudillo, y ello lo descalifica antes los ojos del
patriciado dominante, tiene la virtud de ser anterior a las luchas partidarias de blancos y
colorados. Es Artigas, que será centro de un culto cívico que coincide con el alambrado, el tren
y el militarismo que unifican al país y lo hacen apto para ingresar en los mercados
internacionales bajo la hegemonía inglesa.
Francisco Bauza, luego complementado por Pablo Blanco Acevedo, plantea una
concepción historiográfica de la nacionalidad oriental que traduce, con rigor científico, la
invención de la mitología charrúa de Zorrilla remontando a la colonia la preexistencia

19
de la nación.
"La temática del artiguismo movilizó desde entonces casi todos los esfuerzos del
quehacer historiográfico, apuntando a la edificación de un "pasado útil" (...) (58). Toda esta
primera etapa de nuestra producción historiográfica se hará bajo la obsesión del ser nacional.
Pero es la forma en que nacemos como país lo que explica esto. Es la urgencia de viabilizar
una nación que sólo lo será cuando asuma, en y con el tiempo, lo que formalmente había
sancionado la diplomacia.
Desde ese "despuntar", la historiografía nacional recorrerá todo su camino en íntima
relación con la historia misma del país. ¿Cuáles son, pues, los hitos que esa historia nos marca?
En primer lugar el país nace con una estructura netamente ganadera que llega intacta al siglo
XX. Inglaterra era la metrópoli a la que acudían nuestras materias primas y de donde nos
llegaban las manufacturas, algunas materias primas básicas y capitales que controlaban los
servicios públicos esenciales del país y la vida política misma.
El Partido Colorado era partido de gobierno desde 1865 y el Blanco arrastraba la
tradición opositora, desde la cual había conquistado una coparticipación en base al reparto de
jefaturas políticas. La figura de José Batlle y Ordóñez, imponiéndose al caudillo blanco
Aparicio Saravia encarnaría el triunfo de la ciudad puerto sobre la pradera y llevaría al país,
merced a una coyuntura internacional favorable, al Welfare State que nos tildará de "tacita de
plata".
La democratización de la vida política se acompañará de una especial pujanza en el
ambiente cultural, donde la elevada alfabetización, una universidad prestigiosa y una educación
extensiva a los estratos medios de población serán los indicadores del "Bienestar".
En el plano económico se alienta un proyecto de desarrollo nacional que, sin llegar al
planteo de ruptura con los centros del capital mundial, busca la autonomía. El camino ensayado
para alcanzarla será la planificación económica, la sustitución de importaciones, un plan de
mayores inversiones y un incentivo al consumo interno. Para lograr eso último se prioriza la
justicia social y se desarrolla una legislación reparadora (y "previsora") (59), que alienta la
movilidad social y lleva al crecimiento de una clase obrera urbana y de un amplio sector de
clases medias. Con estos cambios el aparato estatal (que oficia ahora realmente como
"nacional") crece en tamaño y funciones e interviene en todas las instancias de la vida nacional.
Eso se acompaña de un fenómeno de burocratización que afecta especialmente a las clases
medias. El partido colorado continúa protagonizando los cambios pese a que convive en
pluralidad con el partido blanco y las primeras expresiones políticas de la izquierda nacional.
Esa prosperidad se vivió hasta 1930. En esta fecha el mundo capitalista vive a nivel
mundial la primera gran crisis económica y sus secuelas comienzan, lentamente, a

20
sentirse. Los llamados "sectores conservadores" la enfrentan con la imposición del régimen de
fuerza que caracteriza al gobierno de Terra. Primera luz de alarma acerca de los peligros que
el sueño democrático uruguayo corría.
La historiografía, sin llegar a vislumbrar la crisis claramente, acusa recibo de que, al
menos, la intuye y surgen por entonces los "precursores" que marcan la transición hacia el
ingreso definitivo en la problemática de América, a la que aún dábamos la espalda. Nuestro
puerto cara al océano, nuestra falta de raíz indígena, nos hacían menos hijos del continente;
pero ya los hombres de la transición comenzaban a "vislumbrar la raíz americana" (60).
La Segunda Guerra Mundial vuelve a convertirnos en proveedores internacionales y
esta situación se prolonga hasta los años en que la guerra de Corea era la triste base de nuestra
prosperidad. El neobatllismo retoma al estado protector de las primeras décadas y, en su línea,
completa la monopolización de los servicios públicos, perfecciona la legislación social e
incentiva la industria. Pero pasada esta coyuntura, la crisis se deja ver de un modo inexorable.
Se estanca el sector agropecuario y arrastra consigo a la industria. Aparece la inflación, el
deterioro salarial y un endeudamiento externo llamado a ser creciente y compartido con el resto
de América.
El mundo político asiste a un ensayo de cambio como paliativo: en 1958, después de
estar casi un siglo en el papel de opositor, sube el Partido Nacional al poder. Al año siguiente
triunfa la revolución cubana marcando un "rumbo distinto" en el continente (61). El socialismo
será una de las salidas propuestas a nivel nacional, por una izquierda creciente que ganará
terreno en el ámbito intelectual dando especial auge al ensayo interpretativo.
Un nacionalismo latinoamericano, complejo ideológicamente, comienza desde
entonces a crecer. Aparecerá el revisionismo en todas sus gamas, desde el hispánico
conservador hasta el marxista. La escuela de los Annales deslumbrará a nuestros intelectuales
como la llave posible para desentrañar los orígenes históricos de la crisis. La historia se hace
causal y comprometida con el presente nacional y americano.
Siendo fallida la experiencia de gobierno, el Partido Blanco retoma a la oposición: lo
acompañará una izquierda que concreta en 1971 su unidad electoral y programática. Un sector
de la izquierda pone al descubierto lo profundo de la crisis política al renegar de las luchas
electorales y optar por la lucha armada, dando lugar al fenómeno de la guerrilla urbana (MLN
- Tupamaros).
Las diversas fuerzas sociales que luchan por el control del estado no logran detener un
proceso de deterioro político y social que desemboca en el golpe militar de 1973. Este enfrenta
a los uruguayos a la ruptura de un sistema político que formaba parte del ser nacional (al menos
así lo sentían los uruguayos del siglo XX).
Por doce años el país asistió a cambios profundos: endeudamiento, descenso salarial,
degradación de la cultura y fundamentalmente un clima de opresión y de

21
impunidad para la violencia estatal. La intelectualidad emigra o es acallada en un altísimo
porcentaje. Para expresarse deberá perfeccionar sus recursos, afinar su ingenio, hacer de las
ciencias sociales el reducto del espíritu crítico. A pesar de sí, entonces, la etapa de la dictadura
se traduce en una mengua del ensayo de formulación ligera y polémica y en un enriquecimiento
metodológico de las disciplinas humanísticas. Claro que no se incursiona más allá de 1930 y el
presente y la historia, que habían llegado a conjugarse, vuelven a separarse.
Corresponderá a aquellos que desde 1985 retornaron, o pasaron a ocupar, los centros
de investigación, las cátedras e institutos, la universidad, las editoriales, los diarios y revistas,
la cultura nacional en sí, llenar los vacíos que aquejan a nuestra historiografía.
Fundamentalmente deben (ya han comenzado a hacerlo) escribir la historia de los últimos años,
abordar la contemporaneidad. Todo el avance de la disciplina debe hacerse pesar en esa
instancia, porque la contemporaneidad hace que "hasta las comas y puntos adquieran valor
político" (62).

22
IV NUESTRA HISTORIOGRAFÍA DESDE 1940

1) El legado de la historia tradicional

En 1930 los reparos de que era objeto la obra del Hermano Damasceno (de uso
generalizado en toda la enseñanza nacional, pública y privada), motivó un proyecto de ley para
realizar un concurso que dotara al país de textos de historia. Este, a su vez originó un debate
parlamentario en el que diversas acusaciones se plantearon a la obra de H.D.
Juan E. Pivel Devoto señala como descargo de quien reconoce como su gran maestro,
que él solo se remitió a sintetizar lo que los autores de los grandes libros habían hecho, pues
H.D. no era historiador ni sociólogo, sino un "didacta de raza". Bien pueden considerarse estas
acusaciones, entonces, como un involuntario resumen de nuestra historiografía hasta ese
momento.
Las "apreciaciones más certeras" las realizó Justino Zavala Muniz, quien señaló como
faltas la ausencia de una explicación de la influencia de Artigas sobre las multitudes, la omisión
en estudiar las luchas de clases así como las causas profundas de las guerras civiles y un análisis
tildado de "superficial" para los grandes cambios producidos en la época de Latorre. También
señaló la poca profundidad al estudiar el fenómeno del caudillismo, haciendo una observación
que es toda una declaración de principio de análisis histórico, un principio que se reclamaba,
curiosamente, desde el parlamento mismo. Dijo entonces Zavala Muniz: "Ningún caudillo lo
fue por la sola y violenta fuerza de su personalidad: si consiguió arrastrar a las multitudes a la
guerra con una simple divisa, breves palabras que cualquier paisano sabía repetir, fuc porque
él, como todos los hombres de la historia, no era nada más que el gesto hecho visible de un
pensamiento que estaba latiendo en lo más íntimo del espíritu de los campos de la República".
(63)
Era la tendencia de nuestra historiografía hacia lo social, buscando imponerse a los
protagonismos heredados de la épica romántica. Era lo social llamado a ser el elemento
desmantelador de la historiografía tradicional.
Las características de ésta, también llamada "vieja historia" fueron establecidas por
Real y Zubillaga en los siguientes términos:
a) Una "concepción estrechamente nacionalista" que los hace escribir de espaldas a
América Latina y que les impide abordar temas que planteen la dependencia y la condición
periférica que signa el ingreso del país a la modernidad.
b) Esto provoca una reducción cronológica en tomo al período colonial y a las luchas
por la independencia; los sucesos posteriores fueron objeto de obras menos neutrales, más
tendenciosas.
c) La historia que se relata es política, administrativa, constitucionalista y

23
personalista, sin espacio para lo social, lo económico y lo cultural en un nivel que fuese más
profundo que en el de la mera crónica.
d) Como se señalara, las masas se excluyen como posibles protagonistas y solo hay
lugar para los grandes personajes, ya sean "próceres impecables" o sus necesarios
contendientes: los "antihéroes aborrecibles".
e) El tono usado, de acuerdo a esta falsa dicotomía será "celebratorio-denigratorio".
f) Las fuentes así forzadas a consagrar o agraviar no serán trascendidas con riqueza
interpretativa. Esta pobreza hermenéutica está ligada además a cierto apego a la fuente
documental oficial como único testimonio. Las obras se movieron en el nivel de lo fáctico y en
base al estudio de textos constitucionales y de aquellos derivados del desarrollo y acción del
estado.
Se inscriben en esta corriente, en nuestro siglo, Ricardo Campos, Luis Carve, Alberto
Palomeque, Setembrino Pereda, José Salgado. Curiosamente la distancia que media, a veces,
entre la teoría y el ejercicio de la misma queda evidenciada por el último autor citado cuando
señala el mérito de la teoría materialista de la historia al resaltar "la gran importancia de los
factores económicos en la vida de las naciones"; también plantea "la dependencia en que el
momento actual se encuentra con respecto a los precedentes" (64). La historia económica y el
concepto de unicidad del tiempo histórico estaban allí, latiendo en el ambiente intelectual,
aguardando ser realmente incorporados.
Esta será tarea de un grupo de hombres que perfilan una escuela diferente: la de la
transición (hacia una historiografía de la que llegará a ser "estricta antítesis").
Pero entre la vieja historia y esos precursores u hombres de transición hay un nombre
fundamental: el de Eduardo Acevedo (1857-1948) quien ha sido calificado por Real de Azúa
como el fundador de la historiografía uruguaya moderna. Eduardo Acevedo y no Francisco
Bauzá (a quien le reconoce, empero, el carácter de obra pionera) porque la tesis de Bauzá acerca
de nuestra independencia y forja de la nacionalidad, ese "fatalismo de nuestra autonomía" de
raíz romántica pero de índole contradictoria (ya que es "providencialista y determinista",
"optimista y conformista") comporta una concepción del ser y destinos nacionales que no puede
"compartir un oriental de 1968" (65).
Las obras de Acevedo son un alegato sobre Artigas que data de 1909 y
fundamentalmente los "Anales históricos del Uruguay" (1916), siete volúmenes que ya desde
el subtítulo indican su principal característica: "contribución al estudio de la historia económica
y financiera". Es una obra claramente positivista en la que el autor efectuó un acopio de material
múltiple que habla de su "laboriosidad sin límites" (66). Reunió en ella datos económicos,
demográficos, culturales, políticos, institucionales que son en sí mismos, en su diversidad, una
novedad respecto a los trabajos históricos

24
anteriores.
Ha sido enjuiciado al punto que los mismos autores que destacaron su laboriosidad
aúnan a ésta la "mediocridad intelectual" como calificativo. Eduardo Acevedo encarnaría en
Historia lo que Batlle en la historia del país-del cual fue colaborador Osca: su gigantesco rastreo
documental tendría como objetivo testimoniar el progreso del país y el sentido de culminación
que tienen las primeras décadas del siglo marcadas por el reformismo social y la gigantesca
figura de Batlle.
Para Reyes y Methol la gran "culpa" de Eduardo Acevedo estaría en ser el fiel producto
de una de las "contradicciones dialécticas más hondas del Uruguay moderno": el querer ser una
excepción latinoamericana. Por eso es revelador, señalan, que el objetivo de Batlle sea hacer
de Uruguay una réplica de Suiza, símbolo del aislamiento democrático perfecto. También
Acevedo, como la vieja historia, se recluye en lo nacional.
La crítica que Real de Azúa fórmula versa sobre otros aspectos, más bien
metodológicos: la división cronológica por presidencias (recién superada con Zum Felde y
luego por Pivel Devoto) y especialmente señala el partidismo coloradista que tiñó sus páginas:
"(...) Eduardo Acevedo no deja de ser un historiador colorado y batllista que maneja, colaciona
o prescinde del dato histórico a su arbitrio". (67). Sin, embargo, no compartiría la acusación de
"negación de lo americano" ya que el descargo final que, más allá de errores metodológicos,
hace de su obra es el haber hecho un esfuerzo documental enorme con "positivo sentido popular
y nacional (que no excluía una firme vivencia de unidad platense)" (68).
Indudablemente el carácter de fuente de consulta obligatoria para el estudio del siglo
XIX que los Anales revisten, son la mejor credencial que Acevedo presenta para avalar su papel
de fundador de la moderna historiografía nacional.

2) La historiografía de la transición

Estará identificada con un afán de comprensión que lleva a sus representantes a ampliar
el campo de las significaciones y causalidades. Son aquellos que enfrentan el riesgo de
continuar la enorme labor de la generación del novecientos, que domina casi toda la primera
mitad del siglo XX uruguayo. Será la llamada "generación del Centenario" (1930), "generación
dependiente (...) nacida bajo el signo reconfortante, jubiloso, pesado de nuestra estabilidad (...)"
(69) pero que recibe los temas y doctrinas, básicos del mundo contemporáneo: la reflexión
sobre el Hombre y la cultura que se impone después de la Primera Guerra Mundial. Será la
Revista de Occidente de Ortega y Gasset la vía de presentación de las nuevas ideas. Estabilidad,
afianzamiento. nacional y crisis existencial universal se conjugarán así en complejidad.
Las características más generales de esta corriente son:

25
a) Se fortaleció el sentido pragmático: la historia demostraba la viabilidad del país como
encarnación de una nacionalidad que ya no tenía que ser fundamentada. Para ello la historia se
tomó más "nacional" que "montevideana".
b) La ampliación de los temas tratados, al incluirse hechos de naturaleza inusual en lo
que serán los primeros intentos de historia social y económica, de antropología cultural y de
historia de las ideas. Asimismo, se inclinan por el estudio del período posterior a 1830 aunque
sin rebasar 1900 como "barrera" cronológica.
c) La nueva temática es acompañada de enfoques también nuevos en la interpretación,
diferentes a los de la "superestructuralista" historiografía tradicional.
d) También, en aras de una causalidad más amplia, se diversifican las fuentes. c) Se
mantienen como rasgos acendrados, por un lado, la recepción de corrientes de pensamiento
diversas y por otro, un cierto empirismo en el abordaje de la disciplina.
Si bien puede hablarse de un ensanchamiento del horizonte historiográfico con nuevas
doctrinas, métodos y temas debemos recordar que la coordenada de la historiografía universal
nos legó ideas que se repitieron aquí con cierto "destiempo o asincronía" (70). Esos
"paralelismos un tanto asimétricos" son unificados por una decantación propia, nacional. El
espíritu crítico predominó sobre el creador en esa recepción ideológica y aunque será superada
luego en empuje cuestionador, esta corriente es impugnadora.
Será también testigo del surgimiento de los primeros centros de formación en Historia,
los que permitirán ir superando el señalado empirismo, formando nuevas generaciones
llamadas a enriquecer y transformar la disciplina. El Museo Histórico Nacional con la dirección
de Juan E. Pivel Devoto comienza una labor de rescate documental de gran envergadura que
enriquecerá el acervo cultural del país: el intercambio de la Revista Histórica con publicaciones
similares de América y del mundo generará una importantísima Hemeroteca.
En 1947 se funda la Facultad de Humanidades y Ciencias y en ella se crea la
Licenciatura en Historia y el Instituto de Investigaciones Históricas. El mismo estará dirigido
por el doctor argentino Emilio Ravignani, representante de la escuela crudita que tiene en Mitre
su lejano antecesor. En 1949 se crea el Instituto de Profesores Artigas, atendiendo a la
necesidad de específica formación docente. Coexistirán con el Instituto Histórico y Geográfico
que había sido reinstalado en 1915 (71).
Los historiadores que actúan en esta coyuntura serán el ya analizado Eduardo Acevedo,
en un sitial puntal y "fronterizo", seguido-entre otros- de Luis Enrique Azarola Gil, Horacio
Arredondo, Pablo Blanco Acevedo, Alberto Zum Felde, Francisco Pintos, Juan E. Pivcl
Devoto, Luis Alberto de Herrera, Carlos Ferrés. Ariosto González, Eugenio Petit Muñoz.
Sin perder de vista los puntos básicos que permiten agruparlos, cada uno caracteriza la
transición desde un especial campo y como haces, desde ellos se abren

26
paso temas, metodologías y espacios ideológicos que se perfilarán más claramente en los
períodos y corrientes posteriores. Pablo Blanco Acevedo dando perfiles definitivos a una tesis
de larga data en la historiografía nacional, Zum Felde con su enfoque sociológico y Pivel
Devoto con su labor documental, son los nombres en que nos detendremos.
Pablo Blanco Acevedo (1880-1935) reunió un museo colonial doméstico y una de las
más ricas bibliotecas del país, hoy patrimonio público. Sus obras tuvieron como centro temático
la independencia en un trabajo de 1922 y fundamentalmente "El gobierno colonial en el
Uruguay y los orígenes de la nacionalidad", título de 1929. Este último es de gran valor
estilístico y revelador de un profundo conocimiento de los clásicos. Tiene lo que Raúl Montero
Bustamante ha llamado "parentesco espiritual" (72) con la obra de Fustel de Coulanges "La
cité antique". Este autor atribuyó al factor religioso la formación de la ciudad griega y de todos
los cambios de la misma.
La "ciudad" oriental sería producto -para Blanco Acevedo- del espíritu localista,
anterior a la existencia de la propia ciudad de Montevideo y en la cual se enraban geografía,
geología, clima, elementos étnicos y los propios procesos de formación social y urbana. En su
conjunto formarían la nacionalidad los siguientes factores: el elemento étnico primitivo, la
colonización española (que nos legó una célula social más igualitaria a la del resto del
continente), la ciudad resultante y su tipo social propio: el criollo (dentro del cual distingue al
gaucho) y la penetración extranjera presente en el contrabando, la piratería y las invasiones
inglesas.
La tesis que anima toda su obra será la "independentista" o "nacionalista" en la que
Blanco Acevedo será continuador de sendos trabajos de Francisco Bauza y Mario Falcao
Espalter (que tuvieron, a su vez, a Zorrilla como manifestación épica y lírica) y que tendrán
entre los "precursores" dos continuadores de importancia: Luis Alberto de Herrera y Juan E.
Pivel Devoto.
El trabajo de Blanco Acevedo, "Centenario de la Independencia. Informe sobre la fecha
de celebración" que se mencionara, es básico para la conformación de esta tesis que podemos
caracterizar en tres puntos:
a) Ubica la voluntad independentista en el remoto pasado indígena al que supone ya
organizado como nación (en el caso de Acevedo y Bauzá).
b) No deslinda los hechos o manifestaciones de localismo de los de nacionalismo. c)
En todos éstos, por igual, ve una voluntad constante y mayoritaria (casi unánime) de ser nación.
Esta concepción de cuño romántico ha tenido gran incidencia en los niveles de
divulgación más amplios (la enseñanza, fundamentalmente). Se le ha criticado. especialmente
esa artificial prefiguración que nos hace ver como una nación nacida "coma Atenea de la cabeza
de Zeus" (73).
Alberto Zum Felde (1888-1976) fue un historiador de origen literario, crítico que

27
hizo campear su autoridad intelectual por varias décadas en las letras uruguayas. Ensayista que
sintetizó magistralmente nuestro pasado histórico e intelectual (en "Proceso histórico del
Uruguay" de 1919 y "Proceso intelectual del Uruguay" de 1930). Sumó a estas obras, otras,
escritas a veces con el seudónimo de Aurelio del Hebrón, donde alternan los poemas y prosas
con planteos filosóficos, con estudios críticos e incluso con reflexiones políticas sobre fascismo
y nazismo, realidad de aquellos años.
Fue un nietzscheano en su más temprana juventud, joven anárquico y rebelde,
modernista excéntrico que impuso desde su "magisterio crítico" (74) toda una doctrina estética,
la "vanguardia" de aquellos años. Vanguardia caracterizada por la búsqueda de formas
innovadoras y por un americanismo que apostaba, desde una base metafísica, a la existencia
-no dada aún pero posible- de una "cultura americana genuina" (75). Por eso Arturo Ardao
habla de Zum Felde como del representante de la "metafísica de la cultura", una de las cinco
corrientes filosóficas que distingue en el Uruguay del siglo XX (junto con las filosofías de la
materia, la idea, la experiencia y la Iglesia).
Las líneas de interpretación que propone Zum Felde pueden ser compartidas o
rechazadas (su partidismo se deja ver claramente), pero no puede negarse que proponen una
lectura original, profunda y coherente. En la que hay dos rasgos insoslayables: uno es la calidad
de la prosa, que atrapa como una amena obra literaria en la que van "corporeizándose"
personajes y hechos. La plástica permite al lector incorporar a los hechos históricos relatados
su propia recreación imaginativa. El otro es el concepto mismo de "proceso", inaugurado por
Zum Felde en nuestra historiografía como categoría del análisis sociológico y aún más
psicológico. Ambas vertientes -psicología y sociología- son las que le permiten trazar un retrato
como el del gaucho, por ejemplo; tipo social originado por la riqueza ganadera y captado en su
paisaje, sus costumbres, sus categorías mentales.
En ese proceso desempeña un papel determinante el factor económico, de tal modo, que
en su planteo, esa riqueza ganadera generada por la visión de Hernandarias es el punto de
partida del Uruguay mismo. El materialismo histórico -en auge a partir de los años veinte-
muestra aquí su influencia. Pero Zum Felde aclara: "No estoy de acuerdo con esa unilateralidad
(la del marxismo), pero admito y siempre admití que el factor material es de los importantes en
la vida y evolución de una sociedad" (76). Su espiritualismo lo ubica más cerca de Hegel que
de Marx, su "atenuada" forma de socialismo -confiesa- le marca un rol fundamental a lo
económico, pero con la certeza de que "todos los cambios históricos dependen de las ideas de
los hombres" (77). Lo dialéctico estará dado, para él, desde la oposición campo-ciudad,
caudillo-doctor.
Con Zum Felde estaba en marcha en nuestra historiografía, la interpretación de tipo

28
sociológico, las grandes líneas evolutivas y el país y la cultura como centro de reflexión..
Juan E. Pivel Devoto (1910) ha "marcado" medio siglo de historiografía nacional y pese
a que reconoce no tener discípulos ni haber generado una escuela, algunos de sus alumnos son
hoy los mejores exponentes de las generaciones que están en plena actividad (José Pedro
Barrán, Benjamín Nahum). Increíblemente, el propio Pivel Devoto está en actividad: con María
Julia Ardao y su equipo prepara la segunda entrega de "Los Bancos". Su prestigio proviene de
una intensa labor en la que alternó la investigación y elaboración de sus obras (libros, artículos
-escribió en Marcha de 1947 a 1973- numerosos prólogos) con la tarea de rescate del
patrimonio histórico, tanto documental como artístico, y la docencia (desde el IPA, Secundaria
e informalmente desde el Museo Histórico Nacional donde, entre 1940 y 1982, asistió a
historiadores nacionales y extranjeros).
Pablo Blanco Acevedo, el Dr. Julio Lerena Juanicó, Enrique Ferreiro, Mario Falcao
Espalter, Gustavo Gallinal y fundamentalmente el Dr. Luis Alberto de Herrera (78) son los
historiadores que influyen en la formación de este brillante autodidacta. Especialmente Herrera,
a cuya posición de neutralismo durante las conflagraciones mundiales adhirió, militando
activamente en el Partido Nacional. Al respecto ha declarado que "(...) el historiador no se
puede aislar en una torre de marfil (...) junto con el estudio disciplinado de la profesión debe
ser un ciudadano que participe en la vida política de su país" (79). Partidario de la reforma
constitucional del 51, que introdujo el sistema colegiado, llevó al plano historiográfico ese
espíritu de conciliación que vivió el país y él mismo, desde sus convicciones.
Los temas centrales de su vasta bibliografía son la revolución de 1811 (y naturalmente,
la figura de Artigas), rastreados en su génesis desde "Raíces coloniales de la revolución
artiguista", y la "Historia de los partidos políticos en el Uruguay", su obra consagratoria;
aunque también llevó sus análisis a los planteos generales (en la "Historia de la República
Oriental del Uruguay" que llega hasta 1930) y a los específicamente económicos y financieros
("Los Bancos").
Pivel Devoto es quien acuñó varias nociones interpretativas (algunas esbozadas por
Zum Felde y Herrera) que nos resultan hoy clásicas como "orientalismo y extranjerismo",
"campo-ciudad" y "caudillos y doctores", las que representan un avance con respecto a los
criterios específicamente jurídicos o políticos de la historiografía tradicional. Pivel buscó
además en todas las huellas del pasado las significaciones de esos opuestos.
Toda su obra lo presenta como un defensor de la tesis independentista ya caracterizada.
Concibe a la Banda Oriental como naturalmente autónoma, vinculada laxamente a Buenos
Aires por apenas treinta y dos años de virreinato; la experiencia artiguista de la federación
nunca fue concretada y la Misión García es el ejemplo del

29
deseo de Buenos Aires de "amputar" esa Banda Oriental centro de oposición. Lavalleja al
concretar la independencia es un continuador del artiguismo en lo que éste tiene" de
intransigente cuando defiende la autonomía de los derechos provinciales" (80).
Tanto esta tesis como la contraria, la "unionista" -que luego explicitaremos- han
recibido reproches por su forzamiento documental y por desconocer la complejidad de los
hechos que consagran la independencia. Dentro de la tesis mencionada la postura de Pivel
apuntó a las significaciones sociales hablando de "insurrección campesina" y del papel
dirigente de los caudillos en la conquista de la nacionalidad. Esta propuesta de alianza masa-
caudillos ha sido también centro de objeciones, más allá de la seducción ejercida por la fórmula.
Inobjetable, en cambio, es la labor del cuerpo documental que Pivel realizara desde
1951 en los más de veinte volúmenes del Archivo Artigas, que constituyen un brillante capítulo
en ese remontar la leyenda negra, quizás la labor central de nuestra historiografía. Las
rectificaciones de la misma estuvieron a cargo de Isidoro de María, Francisco Bauzá, José
Pedro y Carlos María Ramírez (en memorable polémica con Berra), Eduardo Acevedo en su
"alegato" de 1910 y otros. La literatura acompañó a la historia, desde Zorrilla a las novelas
históricas de Jesualdo Sosa y Elisco Salvador Porta. Esa extensa bibliografía sobre el tema fue
ordenada por María Julia Ardao y Aurora Capillas de Castellanos en 1953. Obras de
envergadura se seguirán sumando luego. Una de ellas proviene del también integrante del grupo
de precursores: Eugenio Petit Muñoz con "Artigas y su ideario a través de seis series
documentales" (1956).
La Revista Histórica ha sido la publicación nacional de historia como tema único, que
mejor aunó calidad con longevidad. En su segunda época (1941-1982) fue dirigida por Pivel
con el objetivo-así indicado en decreto del ejecutivo de ser un ámbito específico para la
investigación, que difundiera documentación con la objetividad como exigencia de método y
ese precepto signó los 44 volúmenes publicados. Los temas centrales fueron política exterior,
interior, biografía y cultura. Se centró fundamentalmente en el período 1830-70, predominando
siempre el siglo XIX como centro de estudio. Se la ha citado como ejemplo del empirismo y
positivismo que caracterizaba por entonces la disciplina (81), pero sin poder negar su
importancia ni ser emulada desde otros ámbitos.
El Archivo Artigas y la Revista Histórica son parte visible de un acopio documental
impresionante: Pivel Devoto organizó y catalogó el Fondo ex-Archivo y Museo Histórico
Nacional (casi 400 cajas de documentos y 100 de folletos a los que se sumaron innumerables
archivos privados) y el patrimonio total del Musco Histórico incluyendo la valiosa
documentación y biblioteca americanista de Blanco Acevedo en tomo a la que formó
metodológicamente legiones de estudiantes.
Deliberadamente hemos dejado como último punto su aporte al tema de los

30
partidos políticos. Estos habían motivado enfoques de acalorado partidismo: desde los
historiadores colorados de principios de siglo a Luis Alberto de Herrera desde filas contrarias.
"Tal vez haya sido Pivel Devoto el único que haya llegado, aunque trabajosamente, a una visión
más radical (no menos comprometida ni menos valiosa (...) que la de los meros bandos
políticos" (82).
Durante la segunda mitad del siglo XIX privó la idea de la "acción funesta" de los
partidos, terminología aportada por Melián Lafinur. Eduardo Acevedo, luego Herrera, pero
fundamentalmente Pivel Devoto, van dando lugar a la aceptación de la idea de los partidos
como aquellos que forjaron la nación, puesto que ellos se identifican con todo el proceso
histórico del país desde su surgimiento mismo.
Pivel lo hará no exento de partidismo, pero con ecuanimidad, profundamente influido
por la mencionada constitución del 52 y tratando, en momentos de cumplirse el centenario de
la paz del 8 de octubre de 1851, de rescatar aquel espíritu de conciliación nacional, haciendo
una historia ecléctica.
Claro que en 1942, cuando aparece la obra de Pivel, los partidos no son analizados con
ciertas ópticas que sólo luego advenirán. Francisco Pintos atenderá especialmente al aspecto
clasista y económico de los mismos, aunque con dificultades relacionadas con el policlasismo
de los partidos tradicionales. Otras visiones marxistas más clásicas se plantearán con más
naturalidad la interacción campo-ciudad-partidos (Vivian Trías). Juan Rial extenderá el análisis
al siglo XX, con un enfoque exclusivamente político en "Partidos políticos, democracia y
autoritarismo" (1984).
¿Cómo calificar a este gigante de la historiografía nacional? Ha sido considerado
revisionista por su vinculación con Herrera y sus posiciones, por ese replanteo con el que
iluminó áreas y conexiones causales. Pero su rigor documental no es característico de esta
corriente. Su figura -lo decíamos al comienzo- estigmatiza los últimos cincuenta años; eso sí
es indiscutible y va más allá de rótulos.
Muchos otros aportes provendrán de filas de la transición: Luis Enrique Azarola Gil
será un pionero en historia social: Carlos Ferrés estudiará los jesuitas y la justicia en la época
colonial con atención a aspectos sociales y climas mentales de la época: Horacio Arredondo
será un antropólogo cultural en una línea de trabajo muy poco frecuentada en el país: la de la
civilización rural y urbana, con detención en la arquitectura y reuniendo una importante
contribución gráfica y una bibliografía de viajeros. También amplia será la labor de Eugenio
Petit Muñoz y Ariosto González, sus aportes ayudan a perfilar la tesis "unionista".
Serán "unionistas" aquellos que califican de débil el deseo independentista del 11 y del
25, pues los poderes combatidos eran los "extraños" de España, Portugal y Brasil y lo sentido
como propio era la unión con las provincias hermanas. En ese marco debe entenderse la idea
de Artigas de federación, el rechazo de la comisión Pico-Rivarola, la ley de Unión de 1825. Y
le dan un importante lugar al rol jugado por los factores

31
y fuerzas extranjeras que determinaron finalmente la independencia: la intervención luso-
brasileña y fundamentalmente la influencia británica.
Los temas, las polémicas, los estudios artiguistas, las ideologías, las líneas
interpretativas globales, todo confluya en un ensanchamiento del campo historiográfico
indudable.

3) La historiografía revisionista

Desde 1950 el país entra en una etapa de cambios gravitantes. El mundo capitalista
enfrentaba los efectos de la retirada del imperio inglés, que sería sustituido por una hegemonía
de distinto accionar: la norteamericana. Pero la nueva inserción era por razones geopolíticas,
perdiendo nuestras mercaderías el carácter de necesarias que tenían: era la instalación del
receso que sucedía a la bonanza.
El imperialismo inglés consolidó estructuras que arrastrábamos desde la colonia,
cambió el signo de la dependencia pero manteniendo lo que era esencial en ésta. Y orquesto
cambios en el país que se vivieron como el ingreso a la modernidad, como crecimiento y como
holgura económica. Esto fue acompañado desde tiendas intelectuales por una especial
adaptación de las corrientes reflexivas que recibían del mundo occidental: se pensó "más desde
soluciones que desde problemas" (83). Es sintomático que esta última cita sea de Methol Ferré
y del año 58: revela que los intelectuales comenzaban a ser conscientes de la necesidad de
acompañar la evolución política económica con un cambio en el pensamiento.
El crítico Ruben Cotelo expresó las dificultades para ese cambio señalando que habrá
que esperar que la prosperidad de la posguerra (que Corea prolongó) se acabara, para que
salieran de la "ajenidad de la cultura literaria importada". Porque aunque desde el 40 el sentido
crítico creció hasta transformarse en característica nacional (y generacional de los hombres del
45), confiesa, denuncia Cotelo: "cuando segregábamos ideas, incluso revolucionarias,
artículos, poemas cuentos, una estructura socio económica deformada se expresaba por
nosotros" (84).
Las revistas Asir y Número marcaron una época: eran la expresión de la generación del
45. Simbólicamente, desaparecen en el 55 pero surgen Nexo y Tribuna Universitaria; el tono
intelectual cambió con ellas: era la sensibilización de la crisis, a la que dieron una respuesta
política que buscaba abarcar las raíces americanas del país, que lentamente salía de su aislada
prosperidad.
Muchos de estos hombres se sintieron "nacer" en 1936 con el espectáculo de la Guerra
Civil Española (85), otros con el de la Segunda Guerra Mundial, aparecida en el Río de la Plata
con la silueta del Graaf Spee, todos con la Guerra Fría que envolvió al mundo después. A todos
los impactó la tercera posición, la contestataria figura de Herrera proclamando que la Guerra
era "un festín de leones"; las reflexiones de la Generación del 98 española, llegadas a través de
la labor de Ortega y Gasset, sobre el destino nacional español (que era también de reflexión
sobre crisis y decadencia); la

32
huelga de ANCAP generando el primer resquebrajamiento en el monolito de la democracia;
las medidas prontas de seguridad de 1952. Finalmente Cuba en el 59 abrió una perspectiva
distinta para aquellos que no colmaron sus expectativas con la constitución colegiada ni con el
triunfo blanco del año anterior. Pronto surgirá la Unión Popular, a la que apostarían el diputado
del populismo blanco Enrique Erro y la socialista Vivián Trías.
Esta "tormenta de la inteligencia" encuentra un público que demanda explicaciones de
la realidad. Surge entonces el "primer signo": Alfa y en 1961 Banda Oriental y al año siguiente
el sello Río de la Plata. Es un público minoritario, aunque marque un crecimiento cuantitativo,
fundamentalmente montevideano y de clase media. Será este público, en parte, la causa de que
esta promoción sea más de "hacedores" que de "críticos", como fueron los hombres del 45.
Pese a su urbanismo, vuelven la cara al interior. Descubren el campo que Juan V
Chiarino y M. Saralegui habían registrado "ácidamente" en "Detrás de la ciudad" señalando
que "(...) el país le ha devuelto una mínima parte de la riqueza que ha producido" y que allí
"todo está, salvo (...) contadas mejoras (...) igual que a principios de siglo" (86).
Algunos buscarán en el ruralismo la solución, apostando a las clases medias rurales,
otros mirarán hacia el marxismo. Muchas veces lo harán estando insertos aún en el laxo marco
de los partidos tradicionales, desde los que, decía Eduardo J. Couture, se podía ser "radicales o
conservadores, republicanos o demócratas, tories o whigs, güelfos o gibelinos, del Papa o del
Emperador" (87).
Es en este momento que historiográficamente se perfila el revisionismo (cuyo fundador
fuera Luis Alberto de Herrera y eso lo remonta en el tiempo a los años veinte) y más tarde (pero
con éstas raíces) el grupo que adoptará las ideas y métodos de la escuela de los Annales.
Encarar el revisionismo nos lleva, previamente, a ciertas precisiones de lenguaje.
Indudablemente el término proviene de "revisar", replantear, cuestionar en sentido amplio.
Desde esa óptica toda historia es revisionista por negar planteos anteriores o agregar
testimonios a los ya existentes. Así cuando hablamos en sentido genérico el vocablo puede
aparecer ligado a obras y autores muy disímiles.
Pero cuando lo encaramos como el rótulo de una escuela específica estamos
refiriéndonos a la característica más saliente de la misma: su esfuerzo por reexaminar los temas
abordados, lo que conlleva una tarea de desautorización y crítica de las interpretaciones
tradicionalmente aceptadas. Está muy ligada al nacionalismo latinoamericano, que surge como
respuesta a la crisis y que vivirán como "el único posible". tildando a lo contrario de
"uruguayismo" (88). Oscar Bruschera, uno de sus integrantes, sintetiza claramente: "Es una
actitud crítica respecto a la historia oficial" (89).•

• Ver el apéndice 1.

33
que es la escrita por el partido de gobierno, el colorado. Por eso sus raíces serán siempre blancas
y por ende, federales.
Como los nuevos elementos de complejidad económica y social llevaron a las clases
medias y el proletariado a un primer plano, dentro de ese nacionalismo americano se abrirá
camino una tendencia socialista. Esto hace del revisionismo un movimiento complejo que
sustentará encontradas posiciones sobre el pasado, desde la tradicional, reivindicadora de la
"España negra", a las posiciones de movimientos armados de ideología marxista, el
"revisionismo de izquierda nacional".
El revisionismo uruguayo nace muy ligado al argentino, pero diferenciándose de éste
último por la escasa fuerza de las posturas ultra nacionalistas ligadas incluso al nacional-
socialismo. Por eso proponemos un breve análisis del revisionismo argentino a ser tenido en
cuenta como antecedente del nacional. No olvidemos la influencia que ejercieron en nuestros
revisionistas hombres como Vicente Sierra o Arturo Jauretche
El "pivote histórico" de este movimiento argentino es la reivindicación de la figura de
Rosas (y eso ya nos habla de resonancias rioplatenses) aunque no se puede simplificar diciendo
que revisionismo y rosismo son sinónimos. Se incursionó en temas anteriores y posteriores a
Rosas como centro neurálgico. Hacia atrás sobre todo con la leyenda negra sobre la época de
la dominación española y hacia el siglo XX tocando temas como movimiento obrero, el
irigoyenismo, la "década infame" y el peronismo.
Pese a estar integrado por muchas corrientes y subcorrientes, Carlos Rama resume en
cinco puntos sus características:
a.- Edad de oro colonial: se trata de mostrar la superioridad del modelo colonial español
respecto al inglés o francés. Se niega el coloniaje sosteniendo que la corona aglutinante
española nos incorporó en pie de igualdad. Al exaltar las raíces coloniales tomo lo autóctono
esto se vive como una forma de nacionalismo. El ejemplo estaría en Ricardo Levene, "Las
Indias no eran colonias". Y entre nosotros cuando W. Reyes Abadie encuentra en la RES
PUBLICAE (cosa pública común al vecindario reunido en cabildo) la significación de la
"república" que preconiza Artigas y niega la raíz francesa, explicitando esta postura
revisionista.
b.- La Nación argentina: este precepto es vivido incluso desde una interpretación
metafísica de la nación. Hay en esto no sólo una raíz hispánica sino además una gran influencia
germánica (sobre todo del krausismo). La réplica nacional-obviamente atenuada estaría en
nuestra tesis independentista clásica.
c.- culto del héroe como conductor nacional: esta figura de cuño romántico se encamará
primeramente en Rosas, pero también en Perón, Irigoyen, Uriburu. Será una figura paternalista,
un conductor de masas y un ultranacionalista. La escuela que ellos llaman académica (o
"historia falsificada") (90) fue la que elaboró la dicotomía

34
"civilización y barbarie" como interpretación del clivaje ciudad-campo y elaboró las "leyendas
negras" de Artigas y Rosas: Mitre, Sarmiento, Vicente Fidel López. El revisionismo argentino
los rebatirá con Adolfo Saldías, Ernesto Quesada, Carlos Ibarguren, Julio Irazusta, Manuel
Galvez, Emesto Palacios. Lo diferencial del fenómeno argentino es que llegaron a tener, en la
figura de Evita, una heroína conductora nacional (91).
Artigas como héroe nacional tiene especiales cultores entre los revisionistas. Un buen
ejemplo lo constituyen Reyes-Melogno-Bruschera con el estupendo "Ciclo Artiguista" (1969)
que hizo recomendar a Guillermo Vázquez Franco su lectura como "inexcusable consulta",
pero una lectura vigilante para sustraerse a "un cierto. cautivante proselitismo" derivado del
"tono acusadamente apologético que la informa" (92).
c.- El mito gauchesco: está unido a una exaltación del ser argentino, que pese al
señalado predominio europeo en la capital se identifica con el campesino. El gaucho es el "ser"
metafísico que acompaña al caudillo (otro baluarte del pensamiento revisionista) y que
protagoniza las guerras civiles, vistas como la lucha entre la nación y el imperialismo británico.
Fue el marxismo el principal encargado de refutar esta mitología del gaucho. En Uruguay, Julio
Rodríguez lo hará analizando la estructura socio-económica que los había creado y subrayando
cómo sobrevivieron largamente a éstas, en un largo epílogo que hizo aún más apasionado y
complejo el fenómeno del caudillismo y las montoneras gauchas.
El revisionismo histórico uruguayo nace enrabado con el argentino (que acabamos de
caracterizar) por la Guerra Grande, episodio histórico común. "Mucho antes que los argentinos
estos autores han defendido a Rosas y Oribe como representantes del tradicionalismo, del
autoctonismo, de los "valores morales", del catolicismo, de la campaña, del "orden y la
familia", del americanismo, de la propiedad terrateniente, de las "viejas familias patricias",
expresiones de la definición ideológica de derecha que representa históricamente el Partido
Nacional o blanco en la vida política uruguaya" (93) y que enfrentan el tono "progresista" del
Partido Colorado y de la burguesía comercial e industrial de Montevideo.
Claro que el ejercicio consuetudinario de la oposición, que es el distintivo más claro
que los separa del Partido Colorado, le da un carácter contestatario que no siempre condice con
el concepto de "derecha". La oposición les dará una vela emotiva, pasional, por la que se abrirá
paso una izquierda no del todo ortodoxa. Quizás sea pertinente, al respecto, recordar la
manifiesta desconfianza del revisionista argentino Jauretche, que maneja con "relatividad" los
"términos izquierda y derecha" (94).
El "retrato" de Rama bien puede aplicarse al fundador, Luis Alberto de Herrera. Llega
a la historia como ejercicio de reflexión natural en un actor de los sucesos políticos. Hijo de
Juan José de Herrera, ministro de estado, de cuyo archivo saldrá su

35
primer libro "La diplomacia oriental en el Uruguay" al que le seguirán una larga lista de títulos
centrados en la Guerra Grande y el papel de los ingleses en la vida del país. fundamentalmente.
Su estilo ha sido elogiado y criticado: "Disperso, difuso, sus libros parecen escritos al correr de
la pluma: sin poda, sin relectura, sin revisión, ganarían infinitamente con una condensación
que los aligerase. Pero también debe señalarse (...) la maestría espontánea de un escritor que
encuentra a cada paso los adjetivos y sustantivos más inesperados, el desembarazo de unos
libros que no caen jamás en el lugar común, en la expresión estereotipada, en las fórmulas
rituales" (95).
En él hay tres centros de interés que heredarán sus seguidores:
a- el de la "patria grande" concebida como unidad de destino de lo iberoamericano, en
choque a veces con su "patria chica", a la que adhirió con un ferviente nacionalismo.
b- el rol jugado en nuestra historia por los imperialismos.
c- la lucha entre "las realidades y la ideología" (96) encarnada en caudillos y doctores.
Este último tema, especialmente, fue esbozado por Herrera, pero será Pivel quien lo
moldee definitivamente. Asestarán así un certero golpe al esquema simplista de "civilización y
barbarie" y permitirán un análisis de los partidos políticos más cercanos a su real complejidad.
La primera generación revisionista la conformaron, junto con Herrera y entre otros.
Eduardo Víctor Haedo y Guillermo Stewart Vargas. Los caracteriza su neutralismo y sus
simpatías-desigualmente sustentadas-hacia el franquismo y el peronismo. Es esta línea se
inscriben, además, los primeros trabajos de Real de Azúa. La propia evolución ideológica de
este autor, tan compleja y contradictoria, es una buena imagen para captar la bifurcación de la
corriente. La tendencia conservadora, de "derecha" será tan revisionista como aquella que
adopte conceptos marxistas como elementos de análisis.
En la línea hispanista "de derecha" ubicamos una sección literaria, la de "El Debate"
(diario herrerista), que por los años 50 dirigiera Sánchez Varela, que nos ilustra acerca de este
pensamiento histórico. En ella convivían en puridad artículos de Pilirim Sorokin sobre las
lecciones de la historia, de Jasper sobre la nobleza del hombre, de Berdiaeff sobre la historia y
la vida, con poemas elogiosos a Colón, con artículos de exaltación nacionalista y con otros que
llamaban a la unidad hispanoamericana. Allí se afirmaba que ésta unidad partía de la común
aceptación de la raíz hispánica y católica que le dio a América un espíritu ecuménico y unos
principios con los que habíamos vivido en paz por unos trecientos años (97).
En artículo firmado por Rafael Calvo Serer se tilda de "decadente" a los dos caminos
planteados como únicos, al parecer, para acceder al futuro: la sovietización o la
americanización. Se aboga por la salvación de la civilización cristiana europea prediciendo la
decadencia de EE.UU. por falta de raíces culturales verdaderas (98).

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Pero quizás la intervención más definitoria ideológicamente de este primer
revisionismo sea la del mexicano José Vasconcelos reivindicando la España negra. Lo hace
refutando como inútil la "fábula maligna de una nacionalidad autóctona" ya que "nada destruyó
España, porque nada existía digno de conservarse cuando ella llegó a estos territorios a menos
que se estime sagrado toda esa mala verba del alma que son el canibalismo de los caribes, los
sacrificios humanos de los aztecas, el despotismo embrutecedor de los incas". Con España" ese
espíritu ha soplado con afán de conquistas que, lejos de subyugar, libertan" (99).
Compara, positivamente, al español con el conquistador francés e inglés y acusa a los
indígenas de no haber tenido espíritu nacional, siendo ésta la explicación de la derrota. El
nacionalismo también es de raíz hispana.
Al año siguiente, 1951 y también de filas revisionistas, un artículo de Aníbal Enrique
Alzaga (99) en Marcha (100) aparece como el embrión de un revisionismo más crítico, más
removedor, que daba un testimonio final sobre ese mundo uruguayo próspero y estable, que
desaparecía.
La huelga de ANCAP, para el asombro de la democracia sui generis, culminaría en las
medidas prontas de seguridad del año 52. La huelga motiva el artículo. Allí Alzaga señalaba la
acción social de una fuerza nueva (la clase obrera) y con ella el comienzo de la guerra social.
Profundizando en este planteo, y partiendo siempre del presente, proponía una lectura
geopolítica del país: aportaba al pensamiento histórico una dimensión no explorada
suficientemente. El Uruguay era visto como el resultado de imposiciones geográficas: un
influjo continental y una tendencia marítima conjugadas dialécticamente. Así el país es visto
como "estado tope" que "responde enteramente a (la política de fragmentación de los rebordes
continentales" característica del imperialismo marítimo.
Profundamente influenciado por Spengler piensa Alzaga que la suerte de Uruguay se
hallaba entrelazada a las dos revoluciones mundiales (a que alude el título del artículo): la
revolución mundial blanca (obreros) y la de los pueblos de color (América, Asia, África).
Por la misma época que Alzaga escribía este artículo, en el terreno estrictamente
historiográfico, Arturo Ardao publicaba "Batlle y Ordóñez y el positivismo filosófico", sin
embargo, Alzaga concluye su artículo con una sentencia que bien puede aplicarse a la
historiografía: "Los años venideros no estarán bajo el signo de la! concordia" (101). Será el
ensayo la vía ideal para la polémica.
Hacia 1953 la Tercera posición sustentada por Perón impactaba a un sector de nuestra
intelectualidad. Herrera continúa siendo la gran figura nacional que admiran. A diferencia de
la primera generación revisionista ésta (que podríamos llamar "segunda generación") estará
protagonizada por hombres que provienen de las clases medias y que políticamente adhirieron
casi unánimemente al ruralismo de Nardone.

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llevando al triunfo al Herrerismo en 1958. Real de Azúa (verdadero "patricio" en decadencia
económica) había desertado de su participación en el grupo fascista Acción Uruguaya y había
escrito "España de cerca y de lejos". Se sumará-desde las letras. para incursionar luego en
historia-a Washington Reyes Abadie y Alberto Methol Ferré. Surgirá con ellos el Centro de
Estudios Artiguistas (nardonista).
En la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) la tercera posición
hegemonizaría tendencias políticas tan diversas como el anarquismo (las Juventudes
Libertarias en las que actúan Onetti, Manolo Lima, José de Torres Wilson). el marxismo de
Rosa Luxemburgo (al que se ciñe Ares Pons), los trotskistas, los anarquistas blancos. "Éramos
víctimas de un internacionalismo abstracto" (102). recuerda Luis Vignolo. Todos, por una u
otra vía concluyen en una afirmación de nacionalismo y de antiimperialismo.
En 1955 Reyes Abadie y Methol Ferré emprenden la aventura de NEXO. Como
profesionales, en las páginas de anuncios, secundan la empresa José Claudio Williman, Carlos
Quijano, Carlos Real de Azúa, Oscar Bruschera, Arturo Ardao. ¿La historia era aún patrimonio
de abogados?
En tomo a un único principio explicitado claramente -el de la Federación
Hispanoamericana- Nexo se presentaba como "el instrumento por medio del cual una
determinada corriente (integrada por afluentes diversas) busca reconocerse a sí misma (103).
Incluía historia, cultura, religión (desde la "rara inteligencia teológica" de Methol) y política.
Se diferenciaban así de las exclusivamente literarias, como Número y Asir, que fueron vistas
entonces como productos típicos de la Generación del 45,"generación epigonal del Uruguay
rico y nada más" (104).
Pero el "nexo" del título no se refería únicamente a la complejidad ideológica de esa
corriente de opinión en plena génesis. Se refería al Uruguay mismo como nexo entre Argentina
y Brasil, unidades mayores que, en opinión de este grupo, eran el pivote desde el cual se
realizaría la unidad de América. "El tema nacional, la problemática del país, sus raíces, su
destino en conexión con la totalidad de Hispanoamérica, son ahora los puntos críticos (...)"
(105).
Otra revista los acompañaba en esa reflexión: la "Tribuna Universitaria" de la FEUU,
"algo así como el barómetro o registrador de las oscilaciones de la "intelligentsia" en el terreno
político-social" (106). La Tribuna (el primer número se llamó Revista de la FEUU) aparece
desde 1955 a 1963. Escribieron en ella Real de Azúa, J. C. Williman, R. Ares Pons, A. Methol
Ferré, Vivián Trías, G. Vázquez Franco, Femando Ainsa, Gustavo Beyhaut, W. Lockart, Luis
Vignolo, J. L. Romero, Aldo Solari, II. Rodríguez, A. Palacios.
En esta pluralidad "(...) el revisionismo histórico combinado con el marxismo que
utilizan Methol y Trías, provenía directamente del argentino Jorge Abelardo Ramos:
pero a través de él eran visibles sus raíces blancas y federales" (107). Es una revista

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sin editorial, sintomático de la diversidad que representa. La "Segunda generación" revisionista
estaba allí, pero, obsérvese que también nombres que luego vincularemos a la Nueva Historia.
La década del 60 avanza y el revisionismo se va desplazando hacia la izquierda:
haciendo que una tercera etapa del movimiento esté vinculada al nombre de Vivian Trías (1922-
1980). No estrictamente historiador, sino teórico del imperialismo como la clave para explicar
América Latina y sus problemas, se movía con soltura en los ensayos geopolíticos y los temas
de economía. En la vastedad de temas tratados por Trías (y recogidos por resolución de la
Cámara de Representantes desde 1985 en varios tomos) tres nos permiten entender su inclusión
en la escuela revisionista:
a) el imperio (el británico para explicar nuestra propia génesis e historia y el
norteamericano para explicar el presente).
b) el federalismo artiguista (la Patria Grande como planteo central de su programa de
respuesta política latinoamericana al imperialismo).
c) el fenómeno Rosas que lo llevó a "revisar" una leyenda negra e integrase en un
federalismo diferente al artiguista.
Su estilo fue el ensayo de grandes líneas interpretativas, siempre ligando la historia
nacional con las coordenadas americanas y mundiales y siempre desde el presente y su
problemática. A sus raíces blancas familiares sumó influencias varias: Abelardo Ramos, el
propio Toynbee de quien toma el concepto de proletariado extremo. Conjugó sus lecturas (no
sería pertinente hablar de erudición) con un estilo en el que el equilibrio entre realidad e
ideología fue quebrado con frecuencia, privando lo ideológico.
Esta línea de cuestionamiento del revisionismo uruguayo, fuertemente contestatario de
la historiografía tradicional, muy ideologizado y moviéndose siempre desde el ensayo, tuvo un
claro exponente en Carlos Machado. Obra ampliamente aceptada por el público que
protagoniza el boom editorial de los 60, la "Historia de los orientales", pese a sus méritos
reconocibles, peca, sin embargo por caer en extremos dogmáticos que crean "otro mito al
pretender destruir el de la historia oficial” (108).
Hay un revisionismo de izquierda desarrollado en los años 71 y 72 desde las revistas
"Cuestión" (relacionada con el 26 de Marzo y el Movimiento de Liberación Nacional) y "Para
Todos" (de línea más independiente). "Cuestión" (dirigida hasta el número 8 por Daniel Vidart)
plantea claramente que "si toda historia es historia contemporánea (...) debemos analizar desde
la actualidad, desde las cambiantes escalas de valores contemporáneas, el edificio entero del
acontecer humano" (109) y en esa línea se propuso una revisión total en "El país que nos
inventaron (Del Uruguay mitológico al Uruguay real)", firmado con seudónimo (110).
Con mucha más atención a los temas históricos, "Para Todos", dirigida por Alfonso
Fernández Cabrelli y Helios Sarthou, tocaba los mismos tópicos: las urgencias del presente
pautando la interpretación histórica, las "Patrias". Incluía

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eclécticamente citas de Herrera, Batlle, Artigas y se proponía expresamente combatir la historia
"despojada de causas sociales y económicas". "la historia oficial con óptica colorada por ser el
partido gobernante durante casi un siglo (...)" (111). Lo haría por medio del revisionismo en
una línea de "historia-verdad-documento". El tono es emotivo, de amplias adjetivaciones,
ironías y puntuaciones exclamatorias.
Desde Herrera a "Para Todos" se ha planteado esquemáticamente las múltiples líneas
evolutivas de una corriente compleja a la que, luego de esta vasta introducción. sí podemos
intentar caracterizar. Porque pese a esa multiplicidad señalada, hay características que todos
cumplen y que los enmarcan:
a) un ángulo intelectual diferente al oficial para examinar los temas, sometidos así a
revisión (característica que denomina la corriente).
b) el ensayo es su forma más frecuente de presentación, por su condición de hipótesis,
de interpretación de líneas generalmente envolventes, que se mueve en las largas
temporalidades más que en la monografía exhaustiva.
c) el presente es tomado como el punto de partida que indica las áreas temáticas a
analizar y esta característica es quizás la más perdurable que han llegado al resto de la
historiografía. Nuestros más jóvenes historiadores siguen pensando que "el sentido común",
"desde el presente" (112) indica cuáles son los temas que es válido analizar.
d) el procesamiento documental está ampliamente condicionado por esas urgencias del
presente y por el marco teórico en el que el autor inscribe la causalidad.
e) han aportado especialmente al estudio del proceso de modernización, como ecuación
temporal clave para desentrañar el resto del acontecer, así como al fenómeno del caudillismo
(en tono reivindicatorio).
A los autores ya nombrados deben sumarse los nombres de Luis Bonavita, Ricardo
Martínez Ces y Baltasar Mezzera. Este último publicó en 1952"Blancos y Colorados".
planteando el país a partir de tres elementos: el gaucho, la modernidad y el emporio
montevideano. Manejando también la literatura de su época, con descripciones atrevidas y
seductoras se introduce en la "sociedad nueva" que se originó en el campo, porque "en el
principio era el gaucho" (113).
Es de notar la profunda influencia spengleriana evidente en Guillermo Stewart Vargas
(en "Oribe" y en "Veinte perfiles significativos"). Methol Ferré, desde muchos artículos y pocos
libros, unió el herrerismo, el marxismo y el catolicismo en un planteo que -inclinándose luego
hacia una temática de cuño teológico- tuvo como centro al "Uruguay como problema".
Pero la obra más sobresaliente del revisionismo se centra en Washington Reyes Abadie,
que con su talento intuitivo y una prosa privilegiada escribirá el importante "Ciclo Artiguista"
(1968) conjuntamente con Oscar Bruschera y Tabaré Melogno. Al respecto, debe recordarse
que la figura de Artigas será la que atempere el choque historiográfico entre historia oficial e
historia revisionista, ya que provoca un consenso

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historiográfico: lo reivindican por igual los partidos tradicionales (por ser anteriores a ellos) y
como caudillo popular agrario será glorificado y estudiado por los sectores de izquierda. En
este marco el "Ciclo" fue una obra de compilación e interpretación total en su momento (el
Archivo Artigas llevaba por entonces 9 tomos).
El trabajo en equipo, ensayado en el "Ciclo", ha sido frecuente en Reyes. Con Vázquez
Romero emprendió una "Crónica General del Uruguay" que se vendió ampliamente, en forma
de fascículos. Se define a sí mismo como "docente de la historia", no como investigador y eso
es revelador de su revisionismo. Su presencia, desde Nexo a la "Historia de los Barrios" (en
colaboración con Aníbal Barrios Pintos) es quizás la más viva imagen de la escuela que
representa. Su estrecho colaborador, Oscar Bruschera, nos permitirá cerrar este capítulo con
una "profesión de fe" metodológica que probablemente explique la seducción que las obras
revisionistas ofrecen:
"Porque siempre, al interpretar los hechos, se toma posición y se juzga. Acaso por ello
dije un día (provocando el escándalo de mis colegas) que Tácito, al escribir su célebre aforismo
de que la historia debe escribirse sin ira y sin amor, incurrió en un error. La Historia, como
todo, se escribe con ira y con amor. O de lo contrario se limita a un recuento insípido de hechos
y cronologías" (114).

4) La Nueva Historia

Al plantear la segunda etapa del revisionismo se señaló que las "raíces" serían las
mismas para una corriente que se perfila algo más tarde que aquella: la "Nueva Historia".
Claramente delimitada a partir del 55, aunque toma su nombre de la corriente que nace en los
años 20, es de todas las corrientes la de más notoria influencia europea por este reconocimiento
unánime al magisterio de la escuela de los Annales. Esa influencia europea se recibió a veces
mediante una figura española (Jaime Vicens Vives, por ejemplo) más cercanos a nuestra
cultura; otras veces a través de latinoamericanos como José Luis Romero o Tulio Halperin
Donghi.
Es una corriente esencialmente universitaria que coincidirá con la madurez intelectual
de las primeras generaciones egresadas de los centros de formación creados en la década del
40. El surgimiento de la corriente se relaciona con la elevación del nivel técnico de la disciplina,
con nombres como los de Juan A. Oddone, Blanca Paris, Benjamín Nahum, José Pedro Barrán.
Pero también es contemporáneo del Centro de Estudios del Pasado Uruguayo (1964), de la rara
y monumental obra de Apolant "Génesis de la familia uruguaya" (1966), de la labor de un
acucioso investigador, imposible de encasillar bajo rótulo alguno, como Aníbal Barrios Pintos,
que comienza por entonces a divulgarse.
Nancy Bacelo organiza la Feria del Libro. El aumento de las ventas, que el sector de la
clase media urbana alimenta, permite abaratar los costos, llegando los "libros de bolsillo de
Arca" y los "populares" de Alfa a costar menos que una entrada de cine.

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Detrás del fenómeno estaba ese Uruguay que -crisis mediante-aún poseía una de las tasas
universitarias más altas del mundo: 610 estudiantes cada 10.000 habitantes. No serían esos
datos suficientes para explicar el hecho. Es el país mismo, como centro de interés, el que lo
provoca, era "la realidad la (que) reclamaba urgente atención por ser como cra" (115). "Nunca
como en estos años había enfrentado el intelectual. y en particular el escritor latinoamericano,
una obligación tan perentoria de asumir actividades ante el espectáculo de una sociedad que se
transforma, una tan insoslayable conminación a definir frente a su propio juicio el objeto y el
sentido de su obra" (116).
"Marcha" recogió toda esa efervescencia cultural en medio de la que nace inserta la
Nueva Historia. Varios de sus representantes -junto a otros ensayistas y especialistas, siempre
en amplia y plural gama- protagonizaron notas, debates y ciclos con los que el semanario de
Carlos Quijano nutrió a la historiografía nacional a lo largo de sus 1.676 ediciones y treinta y
cinco años de vida. En sus páginas hizo crítica historiográfica Real de Azúa y aportaron a
diversos temas (desde el artiguismo a musicología) Oscar Bruschera, Aurora Capillas, Arturo
y M Julia Ardao, Benjamín Nahum, José Pedro Barrán, Guillermo Vázquez Franco, Gustavo
Beyhaut, Pivel Devoto y Lauro Ayestarán, entre otros. También los "Cuadernos" fueron aportes
de ineludible lectura, sobre el país y su génesis, abordado desde el presente y para esclarecerlo.
Este rasgo, y la calidad intelectual, fueron los grandes unificadores de la diversidad que nutrió
su trayectoria.
Esa efervescencia y demanda hará florecer la ensayística histórica, económica y social,
que crecerá con diferentes criterios. Un amplio sector manejará la historia con sentido
empresarial y atenderá a ese mercado por el camino más fácil: "(...) se crearon mitos (...) se
adaptaron realidades a esquemas" (117). No está el revisionismo ajeno a esto, como vimos. La
Nueva Historia aplicará criterios más estrictos, pero manteniendo, como aquellos, una actitud
crítica frente a la historiografía oficial y un nexo -en sus análisis- con la problemática del
presente.
Las características que los distinguen:
a) una especial preocupación por la problemática económica y social;
b) la monografía como la forma más habitual de abordar sus temas. El carácter de
estudio especializado de la mismo no obsta a que incursionen también en los planteos amplios
o las síntesis abarcadoras;
c) utilizan fuentes desconocidas o desprestigiadas hasta ese momento, renovando el
trabajo heurístico: "correspondencias y papelerías privadas, documentación comercial, relatos
de viajeros, informes diplomáticos y consulares (...) material estadístico (...), la propaganda
comercial" (118) y todo dato social y económico que se desprenda de la prensa, privilegiada
por esta escuela como fuente capaz de dar la simultaneidad de elementos de un momento
histórico.
d) el "gran personaje" deja de ser el centro y el "forjador" de su tiempo y se busca

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ver en los grandes nombres el eco de una época más que a los conductores de la misma;
c) desde el punto de vista técnico (c impuesto incluso por la propia economía, a la que
se dedica un espacio creciente) se incorporaron técnicas de cuantificación, aunque con las
limitaciones propias del medio;
f) se registra una mayor preocupación por la reflexión historiológica;
g) la admisión del carácter provisorio, sujeto a revisión, de todo conocimiento;
h) se propone el abordaje de la contemporaneidad, pero no homogéneamente. En líneas
generales puede decirse que una "segunda promoción" de esta corriente se acerca a la segunda
mitad del siglo XX como tema, mientras otros autores siguen centrados en el XIX.
El carácter provisorio queda claramente explicitado por Raúl Jacob: "El gran riesgo lo
constituye el creer que se sientan verdades definitivas (...) el investigador sólo logra
aproximaciones a la realidad. Por ello no está de más señalar que nuestra tarea es modesta, que
colaboramos en una obra que forzosamente devendrá en colectiva. O si se prefiere, fijamos los
cabos por los que otros cruzarán para arribar a tierra firme. También debemos aceptar que todos
cometemos errores, que la ciencia sólo avanza confirmando y rechazando hipótesis" (119).
La conexión con el presente deviene de concebir al pasado como "la consecuencia
previa de aquello que todavía no ha sido, incluyendo en el mismo-por lo tanto- la actualidad"
(120). La "larga duración" (categoría braudeliana muy cara a esta corriente) incluye el presente.
El historiador debe estar alerta a ese presente "como forma de vitalizar su análisis hermenéutico
del «pasado»" (121).
Esto le otorga un contenido pragmático en cuanto la historia asume una misión didáctica
(que no debe confundirse con la apodíctica o exageración dogmática del pragmatismo). Pero
es saliendo de las meras obras donde hallamos, nuevamente, el verdadero contenido que ese
pragmatismo conlleva. En 1969 un docente de Física en Facultad de Ingeniería escribía sobre
la enseñanza diciendo que era "necesario cambiar el acento sobre las materias humanísticas
(...) que (tienen) ese carácter de necesariedad, de mínimo indispensable para la formación de
un joven uruguayo moderno, la que creemos puede permitirle situarse mejor ante la vida (...)
es historia; muy especialmente la Historia del Uruguay y de América Latina hasta nuestros días
y la del siglo XX hasta nuestros días" (122). Allí está también lo contemporáneo como reclamo.
El conocimiento histórico al actuar como canalizador del accionar en el presente se
ideologiza en un alto porcentaje. La presencia de un sector ortodoxamente marxista dentro de
la corriente responde a ese grado -presente en mayor o menor escala- de ideologización.
Además de la señalada aproximación al siglo XX como tema, la Nueva Historia no
tiene centros temáticos exclusivos ni diferentes a los de la historiografía tradicional o la
revisionista. Sin embargo pueden señalarse ciertos núcleos de interés.

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a) el proceso modernizador y sus consecuencias: urbanización, renovación técnica,
procesos inmigratorios y los cambios jurídicos y sociales que esto genera.
b) el país en su caracterización de periférico en el orden económico internacional, punto
derivado del ingreso en la "modernización".
c) el crecimiento del estado vinculado obviamente al batllismo, tema tratado en
confrontación con una historiografía meramente partidaria y apologética.
d) la evolución de las "banderas" del siglo XIX y la lectura económica y social del
panorama político nacional, al que le confieren un nuevo espesor de significaciones. Los
méritos más señalados de esta corriente son, en primer lugar, su capacidad para hacer preguntas
al material, superando en esto tanto a la historiografía tradicional como a la revisionista. A la
primera porque maneja categorías conceptuales que iluminan una enorme masa de material que
la vieja historia reunió, cumpliendo así con la crónica. Y al revisionismo porque en él una
respuesta preexistente condiciona muchas veces el material.
También se ha señalado que superan lo urbano para ir a lo nacional y en este sentido la
"Historia rural del Uruguay moderno" (enorme esfuerzo documental del equipo formado por
J.P. Barrán y B. Nahum) es el más serio intento por contrabalancear el macrocefalismo
montevideano, que también aqueja a la historiografía.
Pese a que esta corriente se identifica con la Universidad los dos nombres más
importantes fueron formados en el IPA y como investigadores junto a Pivel Devoto: los citados
Barrán y Nahum. El fundador es más un estudioso de los temas americanos que de los
nacionales: Gustavo Beyhaut. Se suman a ellos Roque Faraone, Luis Carlos Benvenuto, Juan
A. Oddonc, Blanca Paris, Carlos Visca.
Este último, al escribir "Emilio Reus y su época" (1963) atiende al estudio de los
problemas económicos en los años en que Emilio Reus era el centro del mundo financiero del
país, cuando éste se insertaba en la economía mundial, dominada por una Europa en plena
revolución industrial.
Oddone estudiará la inmigración y el desarrollo económico-social (1966) en "La
formación del Uruguay moderno", la "Historia de la Universidad de Montevideo" (junto a
Blanca Paris); en todas sus obras logrará aunar una impecable labor de investigación de línea
erudita con los nuevos enfoques que pautaban los Annales.
El trabajo en equipo tendrá sus cultores en Barrán y Nahum; juntos escribieron los siete
tomos de la "Historia Rural del Uruguay moderno" (aparecidos entre 1967 y 1978), las "Bases
económicas de la revolución artiguista" (1964) y los ocho tomos de "Batlle, los estancieros y
el Imperio británico" (1979-87), así cómo numerosos artículos. Con ellos nuevas categorías
interpretativas animaron antiguas periodificaciones y la economía se transformó en el esqueleto
de lo social y político. Pero fundamentalmente, esa "clave" de lo económico y social apuntó a
negar el excesivo protagonismo de los grandes nombres y a subrayar el papel de las multitudes,
"Todos

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(...) temen que aparezca el convidado de piedra: el pueblo oriental". "El mito del héroe creador
solo sirve a las clases dominantes de todas las épocas al minimizar el papel del pueblo". "El
Artigas verdadero es el conductor y el conducido" (123) son algunas de las expresiones de esa
búsqueda de lo social.
Nahum formará luego otros equipos y se centrará en el estudio de las épocas más
recientes; será Barrán quien más transite esta vía. Como toda su generación es indiferente ante
la mencionada polémica entre unionistas e independentistas (que pierde razón de ser cuando el
sentimiento nacional madura). Ve a la polémica como una evidencia del descuido por lo social
en nuestra historiografía, ya que tanto una como otra tesis ignoran deliberadamente las
tensiones sociales de 1820 y su incidencia en la salida independentista. Y propone iluminar con
la óptica de lo social el tema del sentimiento nacional: "¿por qué no infestarlo, también a él, de
lo social, si es que precisamente lo social impregna todos los procesos históricos?" (124).
Historiografía de brillantes resultados a la que se le reprocha (como consecuencia de la
influencia de Pivel) aceptar "sin suficiente crítica algunos dogmas del neo tradicionalismo
historiográficos" (125) Tres fundamentalmente: la tesis de la antigüe dad del independentismo
uruguayo (vía Ramírez-Bauzá-Blanco Acevedo-Herrera Pivel), la creencia de la existencia
madura de los partidos en el siglo XIX y el abuso, de la antítesis doctores-caudillos. "(...) han
tomado tan sin crítica y sin desbastar las bastas (sic) categorías herreriano-zumfeldiano-
pivelianas porque importándoles primordialmente otro nivel de la historia -el económico,
técnico y social- les resulta más cómodo adoptarlos" (126).
En una consideración general de la corriente debemos distinguir un grupo-que también
funcionó como equipo- formado por los marxistas: Julio Rodríguez, Lucía Sala, Nelson de la
Torre. El priorizar los temas económicos, la estructuración de los análisis y el tipo de fuente
utilizada marcan algunas de sus más notorias coincidencias con la Nueva Historia y es lo que
permite calificarlos como un sub-grupo de la misma. Sin embargo su antecedente se remonta a
los años cuarenta: Francisco Pintos, que escribiera en 1942 sobre "Batlle y el proceso histórico
del Uruguay", también una "Historia del Uruguay" y una "Historia del movimiento obrero del
Uruguay" (en 1946 y 1960, respectivamente).
Pintos aplica el concepto marxista de lucha de clases al período batllista asignando a
Batlle el rol histórico jugado por la burguesía y en ese sentido "progresista" frente a las fuerzas
rurales. Critica la "posición (que) todo lo hace depender de los "hombres cumbres", sin
permitirles ver "cómo accionaban sobre el medio social las fuerzas económicas" (127) y ve en
esta falla la explicación de hechos del pasado reciente, que es el que aborda.
Rodríguez-Sala-de la Torre, también analizarán la estructura de clases, pero en la época
colonial, aunque fundamentalmente atenderán a la "Evolución económica de la

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Banda Oriental" (1967) y al problema de la tierra (sobre todo a los derivados de la aplicación
del Reglamento del 15) en "La revolución agraria artiguista" (1969) y en "Artigas, tierra y
revolución" (1967). En este acento está el mayor logro de este grupo y, a la vez, su riesgo:
tomar meramente reflejo todo lo demás, haciendo que la historia ganara en un aspecto pero
perdiera su real consistencia, que es de complejidad y enraizamiento. Al adoptar las secuencias
del pasado europeo (desarrollado en base a la lucha de clases) se ha aplicado la secuencia
feudalismo-burguesía-proletariado a la realidad americana, irreductible a este esquema.
Pese a que no reiteraron el planteo piveliano de la estancia como núcleo feudal (en
"Raíces coloniales de la Revolución de 1811") hablan de "rasgos feudales", "feudatarios" o
"exacciones de tipo feudal", sin rastrear debidamente el proceso en que surgen, coexisten con
formas nuevas y finalmente desaparecen. O sea: también este grupo habría descuidado el
replanteo de algunas de las categorías conceptuales heredadas de la historiografía anterior.

5) El panorama historiográfico hacia 1973

Sería muy parcializado el panorama expuesto si no se mencionara la labor de docentes


que incursionaron en la investigación, así como la de centros específicos: el Instituto Histórico
y Geográfico (caracterizado por sus enfoques cruditos), el ya señalado Museo Histórico
Nacional, el Centro de Estudios del Pasado Uruguayo. Tanto de esos ámbitos como del Instituto
de Investigaciones Históricas de la Facultad de Humanidades salieron obras de cuño más
jurídico e institucional, de gran apego al documento escrito, que son de gran valía: María Julia
Ardao, Alfredo Castellanos. Aurora Capillas de Castellanos, Florencia Fajardo, Alfredo
Traversoni, Edmundo Narancio, J.M. Traibel, Flavio García, son algunos de sus autores.
Entre ellos el "estudio severo y meditado como pocos" (128) que Ardao hizo en 1962
sobre "Racionalismo y liberalismo en el Uruguay", las obras del Dr. Eugenio Petit Muñoz y
Agustín Beraza, ambos aportando a los estudios artiguistas. Las obras de investigadores-
profesionales o aficionados-apasionados por un área o tema del cual logran el dominio, como
Juan Alejandro Apolant sobre genealogía (tema al que luego se acercará también Ricardo
Goldaracena), como Eduardo Acosta y Lara sobre indigenismo, como Lauro Ayestarán sobre
Historia de la música, como Femando Assunçao y Esteban Campal sobre el gaucho y la
ganadería. Obras muy dispares nos hablan de lo prolífico de la disciplina en este período: desde
ensayos como el de Ares Pons sobre "La intelligentzia uruguaya" (1968), como el de Carlos
Rama sobre la "Historia social del pueblo uruguayo" (1972), hasta los trabajos centrados en la
economía, como los de Raúl Jacob, o el estudio sobre "Economía uruguaya en el siglo XIX"
que Reyes Abadie escribiera conjuntamente con José Claudio Williman (1969).
Desde ensayos como el que Carlos Manini Ríos, con un estilo ameno y envolvente
derivado de su ejercicio del periodismo y del manejo de una rica bibliografía, elabora

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para su planeada "Crónica política del Uruguay contemporáneo": "Anoche me llamó Batlle"
(1911-1919). "Una nave en la tormenta" (1919-1923) y "La Cerrillada" (1923 1929); hasta el
trabajo que editara en el Instituto de Historia de la Facultad de Arquitectura, Ricardo Alvarez
Lenzi, haciendo un pormemorizado estudio de la "Fundación de poblados en el Uruguay"
(1972). También procedente de la arquitectura Fernando García Esteban nos dejó por entonces
un "Panorama de la pintura uruguaya contemporánea" (1965) que cubriría, junto con la extensa
y rica obra de Lauro Ayestarán y varios trabajos de José Pedro Argul y W. E. Laroche sobre
las artes plásticas, lo referente a las expresiones artísticas nacionales.
También debe mencionarse la complejidad con que estos temas y estilos coexisten,
marcando una tendencia al eclecticismo que se acentuó hasta ser -hoy- la característica más
notable de nuestra historiografía (característica universal, además). Y la figura de Aníbal
Barrios Pintos nos servirá como ejemplo. Es uno de esos "afanosos hurgadores" al que no se
puede calificar como tributario de una escuela determinada, pero si se lo puede identificar por
su temática central: la historia local. A la que abordó desde todas las áreas, convirtiéndola en
pieza posible de cualquier análisis estructural: la microhistoria como convergencia no es un
género menor. Los estudios de áreas limitadas geográficamente están siendo revalorizados
actualmente por ser los que permiten mostrar los múltiples niveles de significaciones, la
complejidad abarcadora que tiene la historia. "La historia de un pueblo, es mucho más compleja
y variada de lo que el común de la gente supone. Comprende el poblamiento, las
transformaciones de los paisajes, la demografía, el aporte inmigratorio, la evolución social, la
economía, la producción y el consumo, la cultura, las expresiones artísticas, la educación, las
instituciones, las obras públicas, los medios de transporte y de comunicación, los recursos
turísticos, la salud pública, la religión, el deporte, en realidad todo cuanto vive en la memoria
de los hombres y por medio de ella. Debe apoyarse asimismo en la geografía, la cronología, la
arquitectura, el urbanismo y ser el registro de los hechos o períodos históricos más
representativos. Para entender mejor esta historia fáctica, a la que hay que agregar los rastros
brumosos de la prehistoria, es necesario analizar las estructuras y las coyunturas y los impulsos
que dictan los actos" (129).
Tampoco debemos dejar fuera de este balance dos importantes aportes del extranjero,
pero sobre tema nacional fundamental: la figura de José Batlle y Ordoñez, a quien Milton
Vanger (norteamericano) y Göran Lindhal (sueco) despojan del enfoque apologético-
particiario, aunque finalmente se dejen seducir por quien terminan viendo como un "hacedor
de su tiempo" y un "fundador de la democracia en el Uruguay".
Por último, hay dos colecciones que aparecieron hacia 1968-69 que nuclearon a los
especialistas y tuvieron al Uruguay, su historia y su geografía como centro. "Nuestra tierra" en
sus tres series mostró el presente del país desde su paisaje y su gente. Era una

47
obra de divulgación que combinó su bajo costo con un lenguaje accesible y abundantes
ilustraciones. Era geografía humana, era la geografía que acompañaba a la historia. La Historia
Ilustrada de la civilización uruguaya" estuvo dirigida por Ángel Rama y asesorada
historiográficamente por Julio Rodríguez. Reunió a todas las corrientes, se incluyeron ensayos,
estudios específicos, planteos polémicos, se incluyeron páginas clásicas, documentos, crónicas,
rimas y leyendas, en títulos que presentaron un valor desigual, descollando los de Oddone,
Vázquez Franco, Lockart, Faraone, Methol, Castellanos y J. Rodríguez. Su carácter de obras
de divulgación nos habla del crecimiento de la disciplina, crecimiento que se realizó -como
señalaramos- en estrecho contacto con la problemática nacional. Esta le pautará un gran cambio
a partir de 1973.

6) Un "redefinidor": Carlos Real de Azúa

Hay un nombre fundamental para el pensamiento histórico, de difícil clasificación y


trascendencia en los períodos posteriores: Carlos Real de Azúa. No estrictamente historiador
sino un gran lector que incursionó en diversas disciplinas simultáneamente y con gran
creatividad. La historia fue "el territorio más propicio para escrutar la variedad que lo cautivaba
y lo movía, fue el ensayo el método-más que el género sobradamente idóneo para canalizar sus
preocupaciones" (130). Dándole a este un contenido científico que lo diferenció del resto de la
literatura ensayística nacional, pero relativizando el alcance de la misma palabra "ciencia" ya
que entendía que "una interpretación histórica, en puridad (...) comparte con otras artes y
artificios del hombre una radical insuficiencia en términos de fundamentación y en términos
de verificabilidad" (131).
Si bien coincidió con el revisionismo en algunos aspectos y en la esencia misma del
término pues para él toda Historia era revisionista, fue "un censor implacable de la Vieja
Historia" y un "lector atento y crítico de la "Nueva Historia" (132). Incursionó vastamente en
la reflexión historiográfica. Sus temas fueron el país mismo, el nacionalismo y la
independencia; la modernización y la dependencia; la estructura social y su relación con el
sistema político; el estado y la historia cultural.
"El impulso y su freno" (1964) sobre las tres décadas batllistas, "Uruguay, una sociedad
amortiguadora" (1973) y su estudio de "El patriciado uruguayo" (1961) son sus mejores aportes
a la "historia útil" que cultivaba, dentro de una extensísima lista de artículos y ensayos (muchos
inéditos aún).
Se han subrayado su temor al encasillamiento, su condición de "dialéctico, agónico,
políticamente poco confiable", su obsesión por la "heteronomía universal y convicción de que
todo tiene que ver con todo" (133), su tradicionalismo, su erudición de patricio, su increíble
capacidad de lectura.
Las circunstancias de su muerte, el olvido impuesto, hacen que su nombre adquiera

48
especiales resonancias desde 1984, cuando nuevas generaciones comienzan a descubrirlo. Se
ha hablado incluso de su "magisterio" sobre la última generación historiográfica, que se siente
especialmente atraída por su interdisciplinariedad.
El Musco de la Palabra conserva una grabación del reportaje que en 1965 le hiciera
Domingo Bordoli y que encierra el íntimo testimonio del escritor sobre sí mismo Clave para
entender a nuestros nuevos historiadores, esa cinta guarda la levemente tartamudeante voz de
"Carlitos" extendiéndose reveladoramente sobre varios tópicos:
"Creo haber escrito siempre con un solo fin: aclarar y entender. Naturalmente que me
he dedicado a lo que suele llamarse el ensayismo, el estudio o la crítica: el "juicio" como es la
crítica etimológicamente. No creo escapar por ningún lado al sentido activista, ético, militante,
que según los estudiosos tiene en general el pensamiento en Latinoamérica, aunque tendría que
retocar este autodiagnóstico diciendo que no pude concebir nunca esta inmersión en las
circunstancias sin la vivencia alterna de la trascendencia, en su sentido más amplio, de la
trascendencia religiosa, estética y cultural. Soy de los que pienso que en las cosas no está el
principio que las ordena sino fuera de ellas".
En genial imagen de su revisionismo intrínseco agrega: "Me gustaría considerarme un
aprendiz de redefinidor, sobre todo de esos términos del orden político y cultural tipo de:
compromiso, alienación, imperialismo, democracia, libertad, arraigo (...)) (que) exigen un
esfuerzo empecinado de deslinde y desinfección para que sirvan para la comunicación entre
los hombres".
Sobre su temática, precisa: "El tema que me obsede es un tema global: es el país mismo.
Este tema del país no es el tema del país ombliguísticamente cerrado sobre sí mismo, sino por
el contrario, integrado en la ancha corriente histórica de la vida mundial y con todos nuestros
destinos individuales integrados dentro de su entraña. Todo lo veo en esta forma muy intrincado
y de manera nada especializada. Incluso podría definirme, como alguien lo hacía, de
especialista en generalidades, con una instintiva vocación por lo que hoy suele llamarse
presuntuosamente "lo interdisciplinario". En mi caso la literatura, la historia, la ciencia política,
la filosofía cultural, la religión, la economía" (134).•
La sumersión del historiador en su temporalidad, el compromiso de la historia con el
presente y la interdisciplinariedad exigida por la complejidad del proceso histórico están
presentes en esta "declaración de fe" de Real de Azúa. Y allí están las líneas evolutivas por las
que transitará la historiografía nacional.

• Ver su transcripción total en el apéndice 2.

49
7) Después de 1973

Entre 1973 y 1984 la intervención en los centros de enseñanza superior, la separación


de docentes e investigadores de sus cargos en los mismos, la censura cuando no el exilio o la
autocensura afectaron desde Pivel Devoto a los más jóvenes. Esto provocó grandes cambios en
la disciplina.
Se debió recurrir a la financiación externa (CLACSO, Fundación Ford, Fundación
Guggenheim, PISPAL, Social Science Research Council) y a la labor en el marco de
instituciones privadas de investigación en ciencias sociales (CIESU, CLAEII, CIN VE, CIEP,
CIEDUR).
De esta manera, "a pesar suyo" "la dictadura coincidió con una singular creatividad en
las ciencias sociales, particularmente en Economía e Historia" (135) al punto que Barrán habla
de "boom historiográfico".
Juan Rial, uno de sus protagonistas, lo explica así: "(...) primero, una cantidad de gente
que antes había sido profesor dejó de serlo y tenía más tiempo para trabajar (...). segundo, había
un apoyo exterior de ciertas fundaciones respecto a la posibilidad de apoyar la actividad
académica privada (...) justamente, yo empecé trabajando en Historia (yo trabajaba en CIESU)
con un programa (...) que pude "vender" como tal (si hoy lo intento no lo logro...). Fue
precisamente a partir de eso que no solo Barrán y Nahum tuvieron un mínimo de dinero para
poder seguir su tarea, sino que a su vez el CLAEH abrió su programa de Historia con Zubillaga
(que incluía una parte de formación y otra de investigación) que Jacob consiguió
financiamiento por CIEDUR. Osca que hubo una cantidad estimable (unas diez personas) que
consiguieron dinero y pudieron hacer una tarea constante en el área" (136).
Los Centros Sociales fueron sostenidos por fundaciones norteamericanas, alemanas,
canadienses y suecas. El Centro que dedicó un mayor espacio a la historia fue el Claeh, que
existía desde 1958 pero que en 1974 se redimensiona, poniendo en marcha varios equipos
interdisciplinarios y encarando la labor de formación de investigadores como tarea
complementaria de la investigación misma.
El promisorio Gerardo Caetano se formó allí entre los años 77 y 79 y subraya: "En
épocas en que el simple hecho de pensar en forma independiente, de crear conocimiento,
configuraba un riesgo, creo que los centros aportaron espacios valiosos porque eran espacios
de resistencia antidictatorial" (137). Y si esta situación llevó a la autocensura por un lado, por
otro obligó a las "intelligentsias" a tener un extremo cuidado y fundamentación de todo lo
afirmado, de tal modo que redundó en beneficio del nivel científico de los trabajos. Toda una
época de primacía del ensayo y de la interpretación más bien ideologizada quedaba atrás.
Con los Centros comenzaba, además una experiencia nueva: un estrecho contacto con
las comunidades científicas americanas, europeas y norteamericanas (fundamentalmente a
través del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, CLACSO). Cada

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Centro privilegió un área: el CIEP se centró en los temas educativos, el CINVE en análisis de
política económica, el CIESU en análisis político y demográfico, el CIEDUR en economía en
general (banca, finanzas, producción agraria e industrial. tecnología, cooperativismo, trabajo,
clc.) y el CLAEH, como señaláramos, en Historia.
Pero sectores menos comprometidos políticamente que la izquierda universitaria (que
en gran parte se refugió en los Centros) también acompañaron el boom: Reyes Abadie y
Vázquez Romero escribieron y difundieron ampliamente la "Crónica General del Uruguay",
Pivel Devoto "Los Bancos", y Aníbal Barrios Pintos continuó su serie de monografías sobre
los departamentos uruguayos.
Ediciones de la Banda Oriental prosiguió su rica labor (fue otro de esos "espacios de
resistencia"). De allí salieron dos colecciones importantes, aunque de menor aliento que obras
colectivas anteriores: "Historia Uruguaya", obra de divulgación editada a partir de 1974, hoy
en vías de completarse llegando a la historia más reciente con los tomos N° 7 (que abarca el
período 1930-58) y el N° 8 (para el período 1959-73) de Benjamín Nahum con Angel Cocchi,
Ana Frega, Ivette Trochón y Mónica Maronna. Y la colección "Los Hombres", a partir de 1976,
sobre los grandes protagonistas y con autores de filiación política coincidente, muchas veces,
con el biografiado: Marta Canessa sobre Rivera, Luis A. Lacalle sobre su abuelo Luis A. de
Herrera, José de Torres Wilson sobre Oribe, por ejemplo. Apostando al flanco humano de los
personajes, a la anécdota que ilustra y recrea, tanto como al documento, fue también una obra
de divulgación.
Historiadores jóvenes surgieron (o maduraron): Raúl Jacob con sus enfoques de historia
económica, Juan Rial sobre la demográfica, Gerardo Caetano sobre política y sociedad en las
primeras décadas del XX, Carlos Zubillaga sobre historia política c historiografía.
Especialmente los más jóvenes conformaron una generación llamada a representar la
disciplina en el futuro: Gerardo Caetano, José Rilla, Raúl Jacob, Ana Frega, Jorge Balbis,
Mónica Maronna, Dante Turcatti, Graciela Sapriza, Ivette Trochón, entre otros. En ellos Barrán
ve el "surgimiento de una opción historiográfica diferente a la de mi generación, aunque no por
completo desligada de algunos de nuestros supuestos" (138). Herederos de la Nueva Historia
europea (especialmente de Braudel) y de la local (especialmente de Barrán y Nahum),
profundos admiradores de Real de Azúa. "protagonizan un parricidio circunspecto y selectivo".
Desde 1984 han ocupado puestos claves en la docencia de tercer nivel y en la
investigación, ahora en mano de los Centros Sociales de la Universidad y de los Centros
creados por ésta (Centro de Estudios Uruguayos, CEU y Centro de Estudios Latinoamericanos,
CEL).
Pero tanto la Universidad como los investigadores individualmente se recienten

51
por el escaso financiamiento. Pese a esto, la publicación de avances de investigación
mimeografeados a bajo costo por parte de Humanidades; las publicaciones del Claeh (siempre
atento a la Historia como presupuesto para abordar uno de sus centros temáticos, y título de
una de sus colecciones: "El Uruguay de nuestro tiempo"), Ciesu y otros; la existencia de Hoy
es Historia (y con ella de un espacio para el investigador del interior) son evidencias que nos
hablan de continuidad en el nivel de trabajos, pese a las dificultades del medio.
Pero además, el éxito de ventas de José Pedro Barrán nos sigue demostrando la
existencia de un público lector considerable. Público que nos mueve a reflexión sobre la clave
de ese éxito. Porque el mismo está ligado al reproche que los historiadores anteriores le
formulan a esta nueva generación: "corren el riesgo de oscurecer el lenguaje histórico con el
prestado por otras disciplinas y circunstancia que de perpetuarse convertirá a la Historia en otra
ciencia social escrita para el círculo de iniciados, cuando, a Dios gracias, es la única que todavía
mantiene el contacto con el gran público (...)" y concluye con una frase que es la explicación
del éxito de ventas de la "Historia de la sensibilidad": "tal vez porque ha sabido hablarle
llanamente y de sí mismo" (139).
Los rasgos que más caracterizan a este grupo joven son:
a) En primer lugar su urgencia por encarar la historia contemporánea y aún más, el
pasado reciente. Batlle, el terrismo, pero también la dictadura del 73 son sus temas, pese a los
reconocidos peligros de la estricta contemporaneidad ("la ausencia de perspectiva, las
resonancias aún "calientes" de la mayoría de los acontecimientos analizados, la existencia de
procesos y trámites todavía en curso de dilucidación plena"), la tarea les resulta, desde "una
encrucijada de crisis", "tan necesaria como impostergable" (140).
b) Ensayan nuevos métodos cuantitativos: tablas, cuadros estadísticos y una
conceptuación y lenguaje emparentado con las otras ciencias sociales.
c) Incursionan en áreas inexploradas (demografía, teoría historiológica, mentalidades,
politóloga en perspectiva histórica).
d) Su forma habitual es el estudio parcializado y exhaustivo, de gran rigor científico,
por eso se expresan generalmente por la monografía y no por el ensayo y -aunque atentos a la
"larga duración"- no incursionan en las líneas sintetizadoras y envolventes.
E) Su pluralidad no es sólo metodológica, sino conceptual y por tanto ideológica.
Toman elementos de "ismos" diversos y encontrados y los conjugan heterogéneamente.
¿Son estos ítems definitorios de una "escuela" o de una nueva promoción generacional,
simplemente?... habrá que tomar-con el tiempo-una mayor perspectiva para afirmar una u otra
opción. Como dato para la reflexión queda el hecho de que

52
sea José Pedro Barrán (que viene de la historia socio-económica con profusos méritos) y no un
ignoto historiador el que categorice el camino de la nueva historia de las mentalidades, iniciado
por Silvia Rodríguez Villamil con "Las mentalidades dominantes en Montevideo, 1850-1900"
(1968). Nacido en 1934, revela la "parte oculta del iceberg" de nuestra sensibilidad (algo más
instintivo y emotivo que la "mentalidad") a través de la violencia, de lo lúdico, de la sexualidad,
de la muerte.
Esa "vanguardia" protagonizada por un "veterano" de la Nueva Historia nos está
indicando que la generación o escuela más actual (que no tiene aún nombre ni rótulo) no nace
de la confrontación con lo anterior, sino del ensanchamiento temático y metodológico. Los
"parricidas" no lo serían tanto.
Para nominarlos habrá que ensayar algún término que adjetive el eclecticismo. reflejo
a su vez, de "la resurrección mística del pluralismo" (141) de nuestros tiempos. En esa
nominación habrá que recordar, además, y de alguna manera, que en ellos culmina una larga
evolución-iniciada por nuestra historiografía alrededor de los años cuarenta que marcó el paso
de la "historia-relato" a la "historia-problema" (usando la terminología de François Furet (142).
Todo relato implica un mínimo de conceptualización, pero mientras en la historia-relato esa
conceptualización se oculta tras el gran personaje y el evento como protagonistas únicos, en la
historia-problema la conceptualización que el historiador realizó está explicitada y es
protagonista del relato.
Por eso importa, más que el dato o la minuciosidad documental, la pregunta o el
problema que en relación a ese dato el historiador plantee. Por eso, además, el acontecimiento
es superado: porque ahora se lo incluye en una lectura más amplia, ahora anima a una estructura
o es un punto en la línea de larga duración.
Pero en el paso de la historia-relato a la historia-problema se ha cuidado más lo
estructural que el valor literario que la historia tiene; se ha olvidado que la historia existe solo
a través de su vehiculización: el discurso, el "contar historias". En 1979 el historiador británico
Lawrence Stone escribió sobre esta crisis de la narración histórica (143) provocada por los
excesos en la búsqueda de un sitial para la historia, entre las ciencias. Y pronosticaba un retomo
a la narrativa, sin que esto significara darle a la historia carácter de arte ni un abandono de su
dimensión científica.
En cierta medida, la "Historia de la sensibilidad en el Uruguay" es un retomo a la
narrativa. El "nuevo narrador" que esta obra nos devela está caracterizado -y diferenciado de
la vieja narrativa-por estudiar más las conductas y formas de vida de las multitudes que de los
personajes poderosos; por conservar intacto el alto papel asignado al análisis, pero
acompañándolo de abundantes descripciones que son, a la vez, explicitaciones documentales.
Los testimonios de viajeros, protagonistas o testigos son también incluidos y explicitados; hay
análisis psicológico y búsqueda de simbología en las conductas, en una visión que rarefacciona
lo cotidiano.

53
Los jóvenes historiadores tienen en esta nueva narrativa y en la historia de las
mentalidades una vía a explorar. La especialización de la disciplina en diversas ramas (historia
económica, historia demográfica, historia política, etc.) es un fenómeno que acompaña al de la
interdisciplinariedad creciente, y que marca otros caminos posibles. La opción que realicen
signará sus métodos y contribuirá a definirlos historiográficamente.

54
V. CONCLUSIONES

Cuando un historiador establece un criterio de periodización está ordenando problemas


y hechos en el tiempo, deteniéndolos para el análisis y dándoles sentido en la sincronía y la
continuidad. Ese criterio revela el modo de comprensión de la historia, que es lo que realmente
forma el pensamiento histórico. "No es que conozcamos los principios o los fines de los
acontecimientos humanos, sino que hemos adquirido una casuística mucho más amplia de esos
acontecimientos. Tal es el único progreso de que es susceptible la historiografía" (144). El
mismo se traduce en el aumento del número de conceptos que maneja el historiador y se
evidencia, por lo tanto, en el catálogo de interrogantes que es capaz de plantearle al material.
Son los llamados TOPOI (o check list, o variables, etc.). La crónica no se los plantea-porque
los topoi implican ver por debajo de lo evidente, buscando mecanismos y estructuras.
En los estudios históricos de todos los países occidentales esa evolución marca "el
intento de sustituir esa historia acontecimental por una historia que pretende ser estructural".
(145).
En nuestra historiografía el camino no ha sido diferente. Volvamos a H.D., con quien
iniciamos nuestro análisis, y a los textos de enseñanza de la historia que tan ricamente revelan
el pensamiento historiológico de una época. Encarando la conquista del Río de la Plata como
tema, en su curso medio H.D. proponía los siguientes ejercicios para los estudiantes, sobre la
gobernación de Hernandarias:
"¿Cuál fue el cuarto adelantado?
¿Quién lo sucedió?
¿Cuál fue la primera medida importante de Hernandarias?
¿Cuál fue la segunda?
¿Dónde y cuándo murió Hernandarias?" (146)
Mientras que una Guía de estudios para Enseñanza Media, en vigencia (de un Plan
general que llega hasta los más recientes acontecimientos, incluidos ahora en los Programas)
sobre el mismo tema pregunta:
"¿Por qué plantea Hernandarias la necesidad de colonizar la Banda Oriental?
¿Qué consecuencias tendrá para la Banda Oriental la introducción de la ganadería?"
(147).
Entre uno y otro texto se inscribe el valor que historiográficamente posee el período 1940-
1990, que es el de una constante superación de la "visión espontánea" de la historia o historia
acontecimental. Nueva conceptualización y nuevas categorías mentales, más amplias y
profundas, se pueden ir leyendo en el discurso historiográfico del período: desde la
interpretación sociológica de Zum Felde a la historia de las mentalidades. De la historia-relato
a la historia-problema, de lo descriptivo a lo explicativo: es la historia en su unidad y
complejidad.

55
Podríamos sintetizarlo diciendo que lo social (las mentalidades son colectivas y por
tanto un nivel de lo social) se ha abierto paso en estos cincuenta años. Sería conveniente
recordar los tres principios metodológicos que Georges Duby (148) plantea como necesarios
para alcanzar la historia social como síntesis (que es la que predicara ampliamente la escuela
de los Annales y que no debe confundirse con la historia de la sociedad): el hombre en sociedad
como objeto final de la investigación histórica; lo económico, lo político, lo mental, captado
en sus "vinculaciones: relevantes" y "relaciones significativas", buscando hacer inteligible la
totalidad de una sociedad; lo total analizado a partir de sus partes y considerando a éstas en su
temporalidad y en los diferentes ritmos que le son propios.
La economía, determinante en el análisis marxista, explicó infraestructuralmente áreas
y temas y a la luz de sus determinaciones es que lo social madura. Pero lo hizo demostrando
que no es reductible a un mero reflejo. La historia es una "singularidad densa y cálida"
imposible de reducir a cuantificación. Imposible de abarcar sin hacer una correcta adaptación
de las corrientes universales al medio, en extremo complejo (como toda América).
El desfasaje con que esas corrientes nos llegan es evidente. Juan Rial recuerda: "Yo
egresé del IPA en 1973 y para nosotros todo lo que era teoría de la Historia y demás no pasaba
de la escuela de los Annales: había cosas que se estaban escribiendo en ese momento que
desconocíamos totalmente" (149)• . Hoy estamos tímidamente descubriendo a Foucault
(cuando no negándolo) cuando en Europa ya se está redefiniendo, con Vovelle, toda su
corriente.
Pero a pesar de lo tardío de las influencias acompañamos perfectamente la "tendencia
secular" de la historiografía: la recepción ecléctica. Lo cual dificulta el reconocimiento de
escuelas puras e incluso el deslinde generacional e introduce una variante en las características
señaladas para nuestra historiografía al comienzo de este trabajo: la creciente pluralidad de
conceptos y de métodos desplaza la acentuada tendencia política e ideológica de las corrientes.
Nos resta, pues, como unificador del quehacer historiográfico nacional, desde 19-40, el
avance de la historia social como síntesis y un adjetivo: "artesanal". ¿O deberíamos decir que
es lo sustantivo de la disciplina?

• Ver el apéndice 1.

56
NOTAS

1. Jan Vansina citado en "El taller del historiador". L.P. Curtis Jr., México, 1986.
2. Braudel F., La Historia y las ciencias sociales, 1970, pág. 97.
3. Blanca Paris de Oddone citada por Carlos Zubillaga, Historiografía y cambio social.
Cuademo del Claeh N° 24, 1982, pág. 44. 4. Carlos Zubillaga en Cuaderno del Claeh N° 7,
pág. 83, 1978.
5. Alberto Methol Ferré, ¿Adónde va el Uruguay? Tribuna de la FEUU N° 6-7 pág. 136.
6. José de Torres Wilson, La conciencia histórica uruguaya, 1964, pág. 10.
7. Carlos Maggi, Sociedad y literatura en el presente, el boom editorial. Capítulo Oriental Nº
3, pág. 41..
8. Aníbal Barrios Pintos entrevistado en el Taller de Historiografía Nacional, Universidad
Católica (UCUDAL), 24 de octubre de 1990, cinta grabada existente en el Instituto de Historia.
9. Benedetto Croce, Historia de la Historiografía, 1953. 10. Pierre Vilar, Iniciación al
vocabulario Histórico, 1969.
11. Carlos Real de Azúa, Uruguay una sociedad amortiguadora, 1984, pp. 14-15.
12. Carlos Real de Azúa, El Uruguay como reflexión, 1968, cap. I. pág. 562.
13. C. Zubillaga. Claeh N° 24, cit., pág. 33. 14. C. Zubillaga. Claeh N° 7, cit., pág. 82.
15. C. Real de Azúa, ob. cit. pág. 580.
16. Raúl Jacob citado por C. Zubillaga, Claeh N° 24, cit. pág. 44.
17. Real de Azúa-Barrán, Polémica, en La Lupa, Brecha, 20 junio, 1986.
18. J. P. Barrán (entrevista) en Mate Amargo, N° 104, 26 sel. 1990, pág. 25.
19. Danilo Astori en Las ciencias sociales en el Uruguay, El aporte de los centros durante la
dictadura por Blanca París-Milita Alfaro, Brecha, separata La Lupa, 30 abril, 1987.
20. Horacio Martorelli, ibidem.
21. J. P. Barrán, ibidem. 22. J. P. Barrán, ibidem.
23. Luis Desteffanis, De los criterios Históricos, 1889.
24. Clemente Fregeiro, La historia documental y crítica, 1893. 25. Aquiles Oribe, Tecnicismo
histórico. Bosquejo de un programa para escribir la historia y comentario a la doctrina de
Spengler, 1928.
26. Instituto de Investigaciones Históricas. Publicación conmemorativa Décimo aniversario de
la fundación del Instituto, 1957. Advertencia de Edmundo Narancio.
27. Introducción al estudio de la historia, 1949 y Criterios históricos Modernos, 1973.
-También escribió sobre historiografía antigua y medieval. 28. Ruben Cotelo, Toynbee desde
el tonel, Marcha, N° 848, 25 enero 1957, pág. 22.

57
29. Carlos Rama. Teoría de la Historia, 1959; La Historiografía como conciencia histórica,
1981; Nacionalismo e Historiografía en América Latina, 1981.
30. Carlos Real de Azúa, Uruguay como reflexión, cit., Nelson Martinez Díaz, La historiografía
uruguaya contemporánea, 1983. Carlos Zubillaga, Historiografía y cambio social, cit.
31. Carlos Zubillaga, Antología del pensamiento historiológico uruguayo FIIC, 1989.
32. Carlos Rama citado por C. Zubillaga, ibidem, pág. 5.
33. C. Zubillaga, Claeh N° 7, cit., pág. 83.
34. J. P. Barrán, El boom historiográfico, Brecha, 15 nov. 1985, pág. 11.
35. Pierre Chaunu, Las grandes líneas de la producción historiográfica en América Latina
(1950-62), 1965.
36. Jerzy Topolsky, Metodología de la Historia, 1982, pág. 110.
37. R. Barthes, Ensayos críticos, 1977, pág. 257.
38. Jean Vict, Los métodos estructuralistas en las ciencias sociales, 1973, pág. 7.
39. Capítulo Universal del Centro Editor de América Latina. Literatura Contemporánea Nº 49
- El estructuralismo y la nueva crítica, pág. 150.
40. Citados por Pierre Vilar, ob. cit. pp. 41-42.
41. Michel Vovelle, La mentalité révolutionnaire, 1985, pág. 7 (traducción libre).
42. E. Leroy-Ladurie en entrevista de Odile B. Superville. La Nación, Bs. As., 30 marzo, 1985.
43. Fernand Braudel. Civilización material, economía y capitalismo, 1984.
44. E. Le Roy-Ladurie, Braudel el innovador. La Nación, Bs. As., 22 dic. 1985.
45. Didier Eribon entrevistado por O. Baron Superville. La Nación, Bs. As., 17 jun. 1990.
46. Paul Veynes. Como se escribe la historia, 1984, pág. 213.
47. Ibidem, pág. 200.
48. Ibidem, pág. 222.
49. Ibidem, pág. 226.
50. Ibidem, pág. 210.
51. Michel Foucault. Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, 1985,
pág. 305.
52. P. Veynes, ob. cit. pág. 200.
53. Declaraciones de Emanuel Todd tomadas por Guitta Pessis Pastemak. El Día, 12 jun. 1990.
54. P. Chaunu, ob. cit. pág. 9.
55. J.P. Barrán, Historia de la sensibilidad en el Uruguay, T.I., pág. 14.
56. W. Reyes Abadie y A. Methol Ferré en prólogo a "Oribe" de G. Stewart Vargas. 1958,
señalan: "Hasta que el Uruguay no atraviese los tiempos de la Guerra Grande y de la Triple
Alianza, hasta que la vida del país no delince claramente sus contornos,

58
no hay historiografía nacional, puesto que nuestra existencia no estaba aún plenamente
individualizada y madura, sujeta a los avatares comunes de la política y la economía en el
conjunto de la Cuenca del Río de la Plata", pág. 14.
57. Ibidem, pág. 14.
58. Juan A. Oddone, Ensayística y espíritu científico, Revista Número Segunda época, año II,
Nº 3-4, 1964, pág. 155. 59. C. Zubillaga, El batllismo, una experiencia populista, Cuademo del
Claeh N° 27. jul-set. 1983, pág. 42.
60. Reyes-Methol, prólogo cit. pág. 17.
61. Historia Uruguaya T. 7, Crisis política y recuperación económica (1930-58) Nahum,
Cocchi, Frega, Trochon, 1989, pág. 147.
62. Raúl Jacob citado por C. Zubillaga, Claeh N° 24, cit. pág. 41.
63. Juan E. Pivel Devoto, La consagración pedagógica de H.D., Marcha, N° 865, 7 jun. 1957,
p. 24.
64. José Salgado (en agosto de 1903) citado en la Antología de C. Zubillaga, pp. 73 a 79.
65. Real de Azúa, Uruguay como reflexión, cit. pág. 578.
66. Reyes-Methol, prólogo cit. pág. 16.
67. C. Real de Azúa, Partidos políticos y literatura en el Uruguay, Tribuna Universitaria de la
FEUU, N° 6 y 7, pág. 106, nov. 1958.
68. C. Real de Azúa, Uruguay como reflexión, ob. cit. 579.
69. A. Methol Ferré, La generación del centenario, Marcha, 29 abril, 1960.
70. Manuel Arturo Claps, Situación actual de la filosofía uruguaya, Revista Número. Segunda
época, N° 3-4, mayo 1964 pp. 136-137.
71. Reseña del Instituto Histórico y Geográfico, Montevideo, 1987.
72. Raúl Montero Bustamante prólogo a "El gobierno colonial en el Uruguay" de Pablo Blanco
Acevedo. Colección Clásicos uruguayos v. 149, T.I., pág. XIX.
73. J.P. Barrán-B. Nahum, La independencia y el miedo a la revolución social en 1825. Servicio
de documentación de ciencia política FCU, Aspectos del ciclo artiguista, pág. 10.
74. Arturo Sergio Visca, Conversando con Zum Felde, 1969, pág. 39.
75. Arturo Ardao, La filosofía en el Uruguay en el siglo XX, 1956, pág. 183.
76. Citado por A. Sergio Visca, ob. cit., pág. 39.
77. Ibidem, pág. 54.
78. Alicia Vidaurreta, An Interview with Juan E. Pivel Devolo, Hispanic American Historical
Review, 1989, pág. 6. 79. Ibidem, pág. 5 (traducción libre).
80. Juan E. Pivel Devoto. Como se consolidó nuestra nacionalidad, Marcha Nº 909, 2 mayo
1958, pág. 24.

59
81. C. Zubillaga, La segunda época de la Revista Histórica (1941-1982). Su significado en la
historiografía nacional, FHC, 1987.
82. C. Real de Azúa, Partidos políticos y literatura en el Uruguay, cit. pág. 106.
83. A. Methol Ferré, ¿Adónde va el Uruguay? Reflexiones a través del nuevo ruralismo.
Tribuna FEUU, N° 6-7, nov. 1958, pág. 139.
84. Ruben Cotelo, El signo de los nuevos es la muerte del joven brillante, Marcha, 27
85. Luis Vignolo entrevistado en el taller de Historiografía Nacional UCUDAL, Instituto de
Historia, cinta grabada, 8 nov, 1990.
86. Juan V. Chiarino, Miguel Saralegui, Detrás de la ciudad, 1944, pp 15-16.
87. Eduardo J. Couture, La comarca y el mundo, 1953, pág 15.
88. W. Reyes Abadie entrevistado en el Taller de Historiografía Nacional, UCUDAL, Instituto
de Historia, cinta grabada, 7 nov. 1990. 96. C. Real de Azúa, Tribuna FEUU N° 1, 1958, pág.
109. dic. 1963, N° 1188, pág. 5.
89. Oscar Bruschera entrevistado en el Taller de Historiografía Nacional, UCUDAL, Instituto
de Historia, Cinta grabada, 28 nov. 1990.
90. Arturo Jauretche, Política nacional y revisionismo histórico, Bs. As. 1982, 6* edición, pp.
88-89.
91. Carlos Rama, Nacionalismo e Historiografía en América Latina, 1981.
92. G. Vázquez Franco, crítica historiográfica, Marcha 7 marzo 1969, N° 1439 pág. 30 (y su
continuación del 21 marzo, pág. 30).
93. Carlos Rama, ob. cit. pág. 115.
94. A. Jauretche, ob. cit. pp. 67-68.
95. C. Real de Azúa, citado por Rubén Cotelo en "Real de Azúa de cerca y de lejos". 1987, pp.
31-32.
97. C.M.V., Conciencia hispanoamericana, en El Debate, 12 marzo 1950, pág. 5. 98. Rafael
Calvo Serer, Meditación al promediar el siglo. El crepúsculo revolucionario, El Debate, 8
enero, 1950.
99. Aníbal Enrique Alzaga. El Uruguay ante las dos revoluciones mundiales. Marcha,
N° 600, 23 nov. 1951, pág. 16 (continuado los días 30 nov., 7 y 14 de dic.).
100. Marcha aclara que no comparte totalmente el punto de vista del autor.
101. Ibidem, 14 dic. 1951.
102. Luis Vignolo en el Taller, cit.
103. Editorial de la revista Nexo N° 1, 1955, pág. 4.
104. A. Methol Ferré entrevistado en el Taller de Historiografía Nacional, Instituto de Historia,
cinta grabada, 21 nov. 1990 (UCUDAL). 105. Nexo, editorial N° 4, 1958.
106. Roberto Ares Pons, La inteligencia uruguaya, Nexo, N° 2, 1955, pág. 28.
107. R. Cotelo, El signo de los nuevos.... art. cit. pág. 5.

60
108. J.P. Barrán en la citada Polémica con Real de Azúa.
109. Cuestión (revista) N° 0, 17 marzo 1971, pág. 3.
110. Miguel Leandro Núñez (MLN), Cuestión Nº 7, pp. 16 a 21.
111. Helios Sarthou, revista Para Todos N° 19.
112. Juan Rial entrevistado en el Taller de Historiografía Nacional, UCUDAL, Instituto de
Historia, cinta grabada, 26 nov. 1990.
113. Baltasar Mezzera, Blancos y Colorados, 1952, pág. 13. 114. O. Bruschera, Las décadas
infames, 1986, pág. 14.
115. C. Maggi ob. cit. pág. 37. 116. Mario Benedetti, El boom entre dos libertades, Marcha, 24
enero, 1969, N° 1434 pág. 30.
117. Raúl Jacob, citado por Zubillaga, Claeh N° 24, cit. pág. 43.
118. C. Real de Azúa, ob. cit. pág. 586.
119. Raúl Jacob, ibidem pág. 41.
120. C. Zubillaga, art. cit. pág. 27.
121. Ibidem, pág. 32.
122. Carlos Aragone, Universidad, Secundaria y Nuevos Preparatorios, Marcha, N 1433, 17
enero 1969, pág. 28.
123. J.P. Barrán, Artigas, del culto a la traición, Brecha, 20 jun. 1986, pág. 11.
124. J.P. Barrán-B. Nahum, Aspectos del ciclo artiguista, cit., pág. 13. 125. Real de Azúa en
Polémica citada con Barrán.
126. J.P. Barrán, en su respuesta (publicada en la misma fecha) subraya que a su entender "la
nacionalidad oriental es parte de un proceso" aunque acepta que tendría que ajustar sus
conceptos políticos.
127. Francisco Pintos, Batlle y el proceso histórico del Uruguay, 1957, pág. 16.
128. J.P. Barrán en Marcha, 22 de marzo 1963, N° 1149, pág. 22 y 23.
129. Aníbal Barrios Pintos, Prólogo de "Rivera, una historia diferente", Montevideo 1985,
Tomo 1.
130. G. Caetano-J.Rilla, Real de Azúa y la historia, Cuaderno del Claeh N° 42. págs
131. Real de Azúa, Uruguay, una sociedad amortiguadora, 1984, pp. 14-15.
132. G. Caetano-J.Rilla, art. cit. pág. 95.
133. Ruben Cotelo, Real de Azúa de cerca y de lejos, cit., pág. 39.
134. Real de Azúa entrevistado por Domingo Bordoli, transmitida por CX 26 el 11 de oct.
1965, Museo de la Palabra, SODRE, cinta grabada.
135. J.P. Barrán, Dictadura e Historia, el Boom historiográfico, cit.
136. Juan Rial, Taller de Historiografía, cinta grabada cit.
137. Gerardo Caetano entrevistado en "Los centros sociales en el Uruguay", cit.
138. J.P. Barrán, El Boom historiográfico, cit.

61
139. Ibidem.
140. G. Caetano-J. Rilla, Breve historia de la dictadura, 1987, pág. 7.
141. J. Petras citado por Raúl Latorre, W. Estellano, J. Rocca, Los intelectuales de las ciencias
sociales en el Uruguay de hoy, 1988, pág. 29.
142. François Furet, "L'atelier de l'historien" citado por Jorge Lozano, "El discurso histórico",
Madrid, 1987, pág. 138.
143. Artículo aparecido en Past and Present, N° 85, 1979, titulado "The revival of narrative:
Reflections on a new old history" citado y analizado por Jorge Lozano, ob.. cit., pp. 157 y
siguientes.
144, Bendetto Croce citado por Paul Veyne, ob. cit. pág. 139.
145. Paul Veyne, ob. cit. pág. 148.
146. H.D. (Hermano Damasceno), curso de Historia Patria, 17ª edición, 1961, pág. 14.
147. Guías de Estudio para Historia Americana y Nacional N° 6, 1986, pág. 13.
148. Citado por Ciro Cardozo, H. Pérez Brignoli, Los métodos de la Historia, Barcelona, 1979,
pág. 291.
149. Juan Rial entrevistado, Taller de Historiografía Nacional, cit.

62
APÉNDICES

Por considerarse de interés para el lector, por su relación con el tema del presente
trabajo, se incluyen fragmentos de las entrevistas realizadas a los Profs. Oscar Bruschera y Juan
Rial en la Universidad Católica Dámaso Antonio Larrañaga. En ambos casos los párrafos
seleccionados son aquellos que amplían frases y conceptos vertidos por ambos y citados en el
transcurso del trabajo.
En el caso de la entrevista realizada por Domingo Bordoli a Real de Azúa, la
transcripción que se realiza es total, dado el carácter testimonial, sobre el autor y la época, que
la misma posee.

63
APÉNDICE 1

Entrevista realizada a Oscar Bruschera en el Taller de Historiografía Nacional, de la


Universidad Católica Dámaso Antonio Larrañaga el día 28 de noviembre de 1996. (Cinta
grabada existente en el Instituto de Historia, transcripción parcial).

Alumnos del Taller - ¿Se define a sí mismo como historiador? ¿Se reconoce como
integrante de alguna escuela o corriente historiográfica en particular?
Oscar Bruschera - Yo creo que hay que hacer un deslinde: una cosa es el historiador
y otra cosa es el investigador de temas históricos. Si recurrimos simplemente al diccionario de
la lengua descubrimos que el historiador es la persona que escribe historia, vale decir, sobre
los sucesos públicos y políticos de los pueblos o sobre los hechos o manifestaciones de la
actividad humana de cualquier clase: las arte la literatura, la legislación, la economía, el trabajo,
etc. Ejemplifico para clarificar concepto: nadie dudaría en calificar al profesor Secco Ellauri
como historiador, porque ha escrito libros sobre historia. Seguramente nadie lo definiría como
investigador." sea: el investigador histórico es el que analiza, investiga, para desentrañar puntos
oscuros que toda ciencia tiene, la historia también, [sin entrar en la] discusión de si la historia
es o no ciencia. La confusión proviene de que siempre el historiador narra los hechos y los
interpreta y es bien sabido que sobre la misma trama fáctica abunda interpretaciones muy
disímiles, de cualquier fenómeno histórico (...).
Yo no vacilaría en definirme como historiador, porque algunos libros he escrito malos
o buenos pero los he escrito. Y son todos libros sobre algunos aspectos de historia nacional, de
manera que [yo] sería un historiador nacional. Pero no me animaría, mejor dicho, no aceptaría,
el calificativo de investigador. Porque los libros que yo he escrito, por citarles uno: el "Artigas",
que es un trabajo en equipo, esa no es una investigación; es una compilación de todos los
trabajos que se habían hecho hasta la fecha en que nosotros hicimos el libro. Naturalmente,
acopio de los trabajos y aportación de investigaciones de otros, pero también hay una
interpretación.
Entonces ahí aparece la segunda parte de la pregunta: si me reconozco o no integrante
de alguna corriente. Mi punto de partida es muy similar a la corriente marxista, vale decir, el
marxismo como método. Marxistas hay de muy distintas características y hay algunos que
interpretan el marxismo como una cosa mecánica: eso no es lo que yo digo. Yo digo que mi
punto de partida es marxista en el sentido de que la forma del análisis que hace la escuela
marxista me parece correcta. Me parece correcto uno de los soportes básicos de Marx que es el
principio de la lucha de clases. Eso me parece fundamental. Lo cual no quiere decir que yo sea
un marxista demasiado ortodoxo, porque no lo soy. (...) yo soy una mezcla.

64
Yo me considero muy deudor, [además], de las aportaciones de Braudel y de las
corrientes llamadas culturalistas. Algunos me dicen: "¿cómo mezclar marxismo con
culturalismo?". Perfectamente. El marxismo como método, como ese elemento de tomar la
base de la infraestructura y la superestructura, sin creer que sea un transplante mecánico.
Entonces, si el transplante no es mecánico, ya aparecen otros elementos, así, más adelante, por
ejemplo, la geografía, las ideas, etc. Así que soy un marxista mezclado, medio culturalista
braudeliano.
Y todavía, para que la "mezcolanza" sea [más] terrible, hay un tercer [elemento]:
también soy revisionista. Me gustaría hablar un poquito más de revisionismo. ¿Qué es el
revisionismo histórico? Es fundamentalmente una corriente histórica que aparece en el Río de
la Plata. No quiero decir que no haya revisionismo en otros lados, pero cuando de él hablamos
nos referimos al revisionismo del Río de la Plata. Una forma de definir revisionismo (...) es
decir que es una actitud crítica respecto de la historia oficial. ¿Revisionista es pues el que critica
la historia oficial por oficial? No, sino porque la considera errónea.
La historia del Río de la Plata, en Argentina, por ejemplo, es la historia, durante todo el
siglo XIX, de los unitarios; fueron los unitarios los que escribieron la historia. Nombres de un
gran talento, como un Mitre, porque en el fondo, si ustedes toman a Levene, que es un ortodoxo
y "escarban" un poquito, descubren que adentro de Levene el ochenta por ciento es Mitre. Y
en el Uruguay la historia oficial fue la historia que escribieron los colorados; entonces el
revisionismo aparece como una forma de réplica de la corriente federal argentina y del partido
blanco: hay como una correlación entre uno y otro.
[A eso se refiere el Dr. Herrera en "La pseudo historia para el Delfín"] (o sea al heredero
de la corona francesa le redactaban una historia-que es pseudo-historia muy acomodada a lo
que tenía que hacer) y esto era igual: era la pseudo-historia que escribían para los colorados.
Entonces yo diría que, en cierto modo, ese libro y los otros [que escribiera el Doctor Herrera]
(que además es el padre del revisionismo, en el Uruguay, por lo menos) está fundamentado
más que nada en una necesidad de tipo político. Es decir: la historia oficial hablaba horrores de
Oribe, hablaba horrores de la Guerra Grande. La Guerra Grande había sido, como decía
Sarmiento, la lucha de la "civilización" contra la "barbarie". La "barbarie" era Oribe y las
fuerzas que estaban en el Cerrito; la "civilización" estaba en Montevideo. Entonces, para
reivindicar la historia de los blancos [y] los blancos en la historia, había que reivindicar a Oribe,
a la Guerra Grande, al gobierno del Cerrito en la Guerra Grande.
Herrera toma lo que dicen los unitarios y lo destroza. Y no es diferente a lo que hizo
con Artigas el libro de Eduardo Acevedo. El libro clásico que se llama "José Artigas, su obra
cívica" tiene un subtítulo que dice: "Alegato histórico": término jurídico, forense (...) que
significa el examen de la prueba. Don Eduardo Acevedo copia las

65
cosas que decía Mitre, las cosas que decía López y, sobre todo, las que decía el famoso libelo
de Cavia (que él probó que era el origen de toda la leyenda negra) y lo destroza. Examina la
prueba contraria y demuestra que es falsa. Don Eduardo Acevedo, en cieno modo -no con esas
características que yo les acabo de significar en el caso de Herrera porque Acevedo era más
bien batllista-, pero... yo diría que también Acevedo es un revisionista. Porque el Artigas que
Acevedo mostró es un Artigas diferente al [que en el Uruguay le habían enseñado a todo el
mundo en el siglo XIX.
La corriente revisionista, en el fondo, (por eso yo digo que no hay que pensar que sea
tan difícil de compatibilizar con otras corrientes) lo que está reivindicado es el papel histórico
de los caudillos, de todos [ellos].
Les voy a contar una anécdota: uno, llevado por toda esa necesidad de revisar el papel
de los caudillos, también es muy corriente que se plantee: Rosas ¿era un sanguinario? ¿el
sátrapa de Palermo [a quien] le gustaba "beber sangre"? Entonces un día, (...) un historiador
que no voy a nombrar porque está muerto, me preguntó: "¿usted es rosista o anti-rosista?".
Entonces yo le contesté: "¿usted es bonapartista o antibonapartista?". ¡¿Cómo me va a
preguntar si soy rosista o antirosistas?!... una cosa es analizar el personaje y la época y entender
ciertas cosas que pasan, una cosa es ver el aspecto positivo, otra cosa es transformar [el
personaje] en un Dios.

66
APÉNDICE 2

Entrevista a Carlos Real de Azúa realizada por Domingo Bordoli y transmitida por CX
26 el día 11 de octubre de 1965. (Cinta grabada existente en el Museo de la Palabra del
SODRE).

Domingo Bordoli (DB) - Tenemos hoy el placer y el honor de contar personalmente


entre nosotros con la presencia del profesor Real de Azúa, al cual vamos a realizar el siguiente
cuestionario. Pero antes de enunciar la primera pregunta queremos [pedirle] al profesor amigo
que nos explique las reticencias que él tuvo con respecto a este mismo cuestionario.
Carlos Real de Azúa (CRdeA) - Bueno, yo le diría que varias de las interrogaciones
tocan puntos o asuntos sumamente íntimos y hasta dolorosos de la vida de quien se dedica a la
labor cultural. Por ejemplo, la primera interrogación, que era sobre qué opinión merece la
crítica que han recibido nuestros libros, yo diría que es uno de los temas más íntimos,
estrictamente, sobre los que se puede interrogar a quien escribe. El escritor no es un ser modesto
y hoy cabría decir que es congenialmente vanidoso. Por eso, maltratado o elogiado es habitual
que las reservas o las negaciones le parezcan sin fundamento y los elogios cortos y reticentes.
En lo que me toca, no creo poder quejarme ni del tono ni del juicio general que los pocos libros
que he publicado han tenido, y aquí siento que como el ejercicio de la crítica regular está
bastante especializado cualquier precisión ya llevaría a particularizar los agradecimientos o las
discordias. "El patriciado uruguayo", un librito mío que tuvo bastante eco, empezó siendo
escrito como un artículo y terminó-como es habitual en mis artículos-como un libro; tuvo, eso
sí, una crítica excepcionalmente benévola y hasta entusiasta. La "Antología del ensayo en el
Uruguay" y el pequeño librito sobre "El impulso y su freno" afrontaron en cambio una
consideración más desigual, y junto a notas muy cálidas (no menciono las más cálidas porque
temo olvidarme de algunas) encontraron silencios y hasta ataques desmedidos. En la
"Antología", como usted tendrá la oportunidad de experimentar cuando salga la de la poesía en
el Uruguay, asumió la primacía la queja de los excluidos, puesto que parecería que en este país
cualquier persona que haya escrito un artículo, un estudio o una poesía se siente con derecho á
entrar en una selección de esta clase.
DB - Desgraciadamente, es cierto.
CRdeA - El librito sobre "El impulso" y las tres décadas de principios de siglotoca, (
como es obvio, intereses y parcialidades políticas que están vivas. Y si en la Antología -se me
objetara inversamente la generosidad de las inclusiones y la injusticia de las exclusiones, en la
consideración de la obra de Batlle se me reprochó, ya no estar

67
embanderado en ninguna de las dos parcialidades tradicionales del país, ya no estarlo pero
reprimir simpatías en esto o en aquello que los dos pudieran despertarme. Hablando en general
el Uruguay no parece estar maduro para este tipo de exámenes o balances del pasado que son
bastante comunes en Argentina o en otros países de América, y si agregase que notas mías
sobre hechos de un siglo atrás -por ejemplo una sobre la defensa de Paysandú- fueron acogidas
con insultos por un diario presuntamente responsable, habría que pensar que nada de nuestro
pasado está libre del malhumor de los que custodian la sagrada impolutez de las divisas.
DB - Bien Real de Azúa, muy sustanciosa su respuesta. Y ahora, en cuanto a la segunda
pregunta, si usted ha sido leído por el público que deseaba, en cierto modo algo ha contestado
al responder la primera.
CRdeA - Sí, porque están todas muy enrabadas entre sí las preguntas.
DB - Si, exactamente.
CRdeA - También la interrogación a esto es muy difícil. La interrogación es difícil y
la respuesta lo es más. Nadie sabe bien quien lo lee, no solo cuando escribe libros, sino cuando
lo hace en semanarios como me ha solido ocurrir hasta no hace mucho. ¿Quién sabe quién lo
leo? Los comentarios de algunos conocidos tienen en cierto modo el valor y el significado de
sondas que se echan en el mar y que ese mar nos devuelve ya usadas. Lo de mar, en realidad,
es un término empático, digamos la pequeña laguna de la lectura uruguaya. Ahora bien,
entrando en materia y conociendo cómo es posible conocerlo los contornos generales del
público lector nacional, no me desconforma el público que supongo que en muy módicas
cantidades-me sigue. Pienso especialmente en el público de gente relativamente joven (esta
caracterización de edad la verifican todos los exámenes, todos los sondeos) de pequeña clase
media inconforme, con un desdén general hacia la forma visible del país legal y vigente y una
firme esperanza, de claro acento ético, en el país virtual, en la sociedad que podríamos llegar a
ser dentro de una Latinoamérica coherente y dueña de sí.
Digo también un público interesado en nuestro pasado cultural, político y social, pero no
hipnotizado por él, al modo de los eruditos, sino, por el contrario, que del pasado desprende
lecciones para nuestro hoy. Aunque sabe que esas lecciones deben hilarse muy finamente y
nada reemplaza ni el precedente ni la tradición- la necesaria capacidad de invención histórica
de cada generación sobre el mundo.
DB - ¿Qué fin o qué fines se ha propuesto al escribir, ha permanecido en ellos o los ha
ido modificando?
CRdeA - Bueno, no creo haberlos modificado, para empezar con el final de la
interrogación. En cuanto al principio de la interrogación, creo haber escrito siempre con un
solo fin: aclarar y entender. Naturalmente que me he dedicado a lo que suele llamarse el
ensayismo, el estudio o la crítica: el "juicio", como es la crítica etimológicamente. Primero
entenderme a mí, o mejor dicho, mis creencias, la puesta en punto

68
y en orden de mis convicciones sobre la vida, el destino y mi contorno. Esto implica también
un intento de comunicar ese esclarecimiento a quien pueda interesarse en lo que pienso, y
concluyo: (y esto siempre con miras a la acción y a la conducta) en este sentido no creo escapar
por ningún lado al sentido activista, ético, militante, que según los estudiosos tiene en general
en pensamiento en Latinoamérica. Aunque tendría que retocar este diagnóstico, este
autodiagnóstico, diciendo que no pude concebir nunca esta inmersión en las circunstancias sin
la vivencia alterna de la trascendencia, en su sentido más amplio, de la trascendencia religiosa,
estética y cultural. Soy de los que pienso que en las cosas no está el principio que las ordena
sino fuera de ellas. Pienso también que si algo me ha interesado reiteradamente es la noción
precisa de esas ideas y a veces de esas meras palabras que cada tiempo entroniza. En este
sentido me gustaría considerarme un aprendiz de redefinidor, sobre todo de esos términos del
orden político y cultural, tipo de: compromiso, alienación, imperialismo, democracia, libertad,
arraigo, [que] exigen un esfuerzo empecinado de deslinde y desinfección para que sirvan para
la comunicación entre los hombres. Este es un énfasis de la semántica en los países
anglosajones y si algo me reprocho es no haberme dedicado bastante a esa tarea.
DB - Muy bien y cuál ha sido su alegría más grande como escritor?
CRdeA - Bueno, creo que no hay ninguna alegría en el escritor como la de ser bien
entendido. Inversamente, no hay tristeza mayor que la de serlo mal y en esto puedo alegar una
larga jurisprudencia y para hablar de mí y olvidarme del "moi ensemble" de Mallarmé, podría
recapitular: en "El patriciado" se vio una especie de apología de la clase dirigente tradicional,
especialmente por los que no lo leyeron; cualquiera que lo haya hecho sabe que no lo es. Y que
tampoco es una diatriba y que casi nunca salgo del quicio que impone el sentido histórico y del
no ver el pasado con los furores y resentimientos que el presente engendra. En la "Antología"
no se discutió más que él método y las inclusiones y las exclusiones; ninguna nota en cambio
analizó lo que me importaba realmente de ella: esto es la justeza o el acierto de las noticias que
anteceden a cada autor y, de alguna manera, el manifiesto intelectual que la armonización de
todos ellos implica. Ángel Rama vio este aspecto pero no entiendo porqué lo señaló con tono
ligeramente denunciante, siendo muy obvio que no me importaba nada escamotear esta
intención. De "El impulso y su freno" podría hablar todavía con más melancolía. Una aguda
nota de Cotelo dijo, por ejemplo, que yo le hacía a Batllc el reproche de no haber alcanzado un
desarrollo autosostenido o autosustentado; cualquiera que lea el librito verá que el reproche
que le hacía es un poco distinto: haber cumplido su obra, valiosa y muy ingente, olvidando,
soslayando, que eso no se había alcanzado, ni se estaba en las condiciones, [dado] el país y su
pequeña magnitud, de llegarse a otro status que el de una economía complementaria y
periférica. Poco más tarde, no hace mucho en realidad, apenas hace un mes y algo, un eminente
editorialista

69
de semanario calificó de pueril y pretencioso (digo estos dos adjetivos con cierto escozor y
tristeza), pueril y pretencioso [repito], señalarle a Batlle lo que debió o no debió hacer.
Cualquiera que lea no ya el libro, sino una página de cualquier manual de historia, sabe que
señalar las consecuencias del acto o la decisión, en política, implica tácitamente que si ese acto
o esa decisión hubiesen sido distintos, las consecuencias pudieran serlo también.
DB - En cuanto a esta última pregunta, que usted en cierta medida también la ha
contestado, ¿qué problema-o problemas-del país son los que más le preocupan? ¿y qué tarea a
realizar como escritor es la que usted se propone?
CRdeA - El tema del país que me obsede es un tema global: es el país mismo. Este
tema del país no es el tema del país ombliguísticamente cerrado sobre sí mismo, sino por el
contrario, integrado en la ancha corriente histórica de la vida mundial y con todos nuestros
destinos individuales integrados dentro de su entraña. Esto no lo divorcio de ninguna manera
[de] la reflexión sobre mi destino como persona, que veo localizada en una circunstancia en la
que Dios me puso y que tengo que asumir para salvarme a mí mismo. Todo lo veo en esta
forma muy intrincado y de manera nada especializada. Incluso podría definirme, como alguien
lo hacía, de especialista en generalidades, con una instintiva vocación por lo que hoy suele
llamarse, presuntuosamente, "lo interdisciplinario". En mi caso la literatura, la historia, la
ciencia política, la filosofía cultural, la religión, la economía. Siendo todavía algo más íntimo
diría que me obsede desde hace muchos años, en realidad diría que desde que me siento como
un sujeto, de alguna manera, dos cuestiones (y esto es lo más íntimo que digo): una, diría que
es la necesidad de integrar en el caudal de una situación histórica mundial inestable, dinámica
y aún revolucionaria, los valores de la vida tradicional, las calidades de una sociedad estable y
disciplinada, las virtudes de la trascendencia y la contemplación. Porque pienso que estos
valores y estas calidades, que para mí hacen el precio de la vida, no se pueden salvar desde una
posición reaccionaria-por usar el término tan connotado políticamente-, esto es: desde una
posición que se cierra a la necesidad de los cambios y en el apego violento a estructuras ya
caducas. La otra cuestión que me obsede es la dialéctica entre el mal cósmico y el metafísico y
el social, o el histórico. y mi convicción de la supervivencia del segundo una vez que el primero
haya sido enjugado y vencido. Esto me hace reticente y hasta hostil al optimismo
revolucionario, pese a mi simpatía general por posturas de ese tipo. Sartre decía en una
entrevista en L'Express que un sabio soviético le afirmaba que una vez instaurada la sociedad
sin clases, el Hombre recién tendría que enfrentarse con el gran enigma de la muerte. Yo pienso,
por el contrario, que debemos actuar y pensar sabiendo que es desde ahora, no desde ningún
reculable futuro, que la vida debe asumirse frente a estos dos grandes torcedores, a la vez
angustiosos y exaltantes, de nuestra condición humana

70
APÉNDICE 3

Entrevista realizada a Juan Rial en el Taller de Historiografía Nacional, en la


Universidad Católica Dámaso Antonio Larrañaga, el día 26 de noviembre de 1990. (Cinta
grabada existente en el Instituto de Historia, transcripción parcial).

Alumnos del Taller: ¿Se reconoce como integrante de alguna escuela o corriente,
historiográfica en particular?

Juan Rial: ¿A qué escuela uno se afilia?... un buen tiempo la mayoría de la gente que
escribía [sobre] historia hubiera dado la famosa respuesta de "a la escuela de los Annales".
Hoy, yo, ni siquiera lo sostendría (...). La Escuela de los Annales [fue] una reacción muy fuerte
y razonable que se dio a partir de los años 30, y muy específicamente la divulgación [mayor]
se dio ya después de la Segunda Guerra Mundial, contra una "vieja Historia" basada
exclusivamente en aspectos políticos. Hoy, logrado gran parte de lo que fue benéfico en la
Escuela de los Annales no tiene mucho sentido seguir ( basándose en lo mismo. Es más, casi
les diría que en gran medida hay bastantes reacciones al respecto. Hoy [en Uruguay] se sigue
hablando de la Escuela de los Annales como si fuera una cosa de última generación, [cuando]
en gran parte del mundo ya no se hace (...). Por ejemplo, Paul Veynes no está de acuerdo con
un marco de estudio estructural, no cree que exista (...).
Yo egrese del IPA en 1973 y para nosotros todo lo que era teoría de la Historia y demás
no pasaba de la escuela de los Annales, había cosas que se estaban escribiendo en ese momento
que desconocíamos totalmente. Por ejemplo, el trabajo de Leroy Ladurie sobre el clima, es de
1972, o sea: no es ninguna novedad y [sin embargo], la mayoría de la gente, acá, duda mucho
de si eso realmente es un trabajo sobre historia.

Es difícil, además, reconocer que son escuelas en un momento en el que hay un


eclecticismo enorme en todo el mundo. Nadie utiliza un marco único, todo el mundo toma
cosas de todos lados. Lo que trata de hacer [el investigador] es decir: "¿qué es útil en esta
presentación y cual en esta otra y cual en esta otra?".
Alumnos del Taller: Por eso Michel Vovelle señala, por ejemplo, que la historia de las
mentalidades debe escribirse a continuación de la historia social.
Juan Rial: Claro, la idea es que no hay ruptura [entre las tendencias]: se avanza hacia
otros niveles, se vuelve a escribir historia política, solo que con otra orientación. No hay ese
viejo cierre muy estructural que intentaba "liquidar" el pensamiento histórico a través de una
escuela más o menos rígida, como era en los tiempos de

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Braudel. Eso ha cambiado notoriamente. Al mismo tiempo, hay una difusión muy diferenciada,
[en el mundo], de cada uno de los historiadores: los libros de Braudel en Estados Unidos recién
se empezaron a traducir y conocer hace seis años, hasta entonces Braudel era un excelente
desconocido (la historiografía norteamericana corre por un camino completamente diferente).
Lo más divertido, por ejemplo, es que Foucault es más conocido en Estados Unidos, porque
fue traducido antes que Braudel.
El caso nuestro era obvio: nuestros profesores hablaban francés, compraban libros
franceses y en lo único que estaban al día era en eso.

Alumnos del Taller: ¿Qué dificultades encuentran los historiadores en nuestro medio?

Juan Rial: (...) En América Latina los archivos son una cosa cuasi inexistente. [Hay,
por ejemplo], una enorme masa de papeles sobre un personaje o sobre un episodio y todo el
contexto que tendría que haber alrededor de eso desapareció. La mayoría de la metodología
que [se puede] usar en el área de historia está constreñida, entonces, a las fuentes disponibles.
No es casualidad que la mayoría de la gente trabaje en base a diarios, es lo que se tiene a mano
y es lo único que da un contexto global. Lo que ha hecho Barrán, y a través de él toda la gente
influida por él es casi una solución razonable: es la prensa lo único que hay más o menos
global para reconstituir una época. Acercándonos más en la historia hay otras alternativas que
acá se cultivan poco, por ejemplo: en Uruguay hay gente que ha escrito sobre la década del 30
y no ha utilizado historia oral, no ha utilizado el testimonio, que es un A,B,C, teniendo en
cuenta, además, que la gente se muere y hay que hacerlo antes de que ello ocurra.
[Por otra parte], no hay que endiosar demasiado el exterior. Lo que fundamentalmente
tienen (...) es tiempo para poder trabajar (y tiempo pago) [y por ende], la disponibilidad de
poder armar programas y trabajar.

Alumnos del Taller: ¿Cree que la colaboración estrecha con las otras ciencias sociales,
tan frecuente en los últimos tiempos, puede hacer perder identidad a la historia?
Juan Rial: No, en lo más mínimo. El problema mayor es el tiempo que [hay] que
dedicar a la formación personal. (...) Si yo hubiera intentado hacer lo que hago hoy
exclusivamente a partir de lo que estudié en el IPA no hubiese podido, porque hay que trabajar
bastante más (...). Hay muchos jóvenes que te dicen: "no es posible trabajar

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en estrecha relación con sociología o con ciencias políticas, antropología y demás, porque
terminas utilizando los marcos y la jerga del otro y deja de ser un trabajo de historia". Lo mismo
ocurriría al revés para todas las otras disciplinas. El punto es que uno sepa muy bien [el objetivo
de su trabajo): en un trabajo histórico, lo que el historiador está haciendo es introducir una
dimensión temporal y que esa dimensión. temporal funcione a lo largo del estudio de una
circunstancia determinada, y eso no es perder identidad de ninguna manera.
La convergencia fuerte que [existe] en toda esta área es elevadísima. Sería lo mismo
que [afirmar] que [se pierde] identidad como historiador [al] incluir ramas de la humanística
como pueden ser la lingüística (que lamentablemente es algo que no domino) [o la] crítica
literaria. Imaginensen todo lo que podrían avanzar en Historia si pudieran leer con ojo de crítico
literario la gran masa de novelas que puede haber del siglo XIX, [por ejemplo), para ampliar
conocimientos sobre [ese] tema.
Muchas veces gran parte de los que trabajan en ciencias sociales se escudan en el
vocabulario técnico cuando no tienen nada importante para decir. Gran parte de lo que se dice
en las ciencias sociales lo pueden expresar en el mismo lenguaje llano de cualquier otra
[disciplina]. Confieso que más de una vez, en lo que yo he escrito. también he usado esa "jerga"
y a veces me digo: "¿por qué diablos puse yo esto en lugar de poner la fórmula standart, lisa y
llana, que es exactamente lo mismo...?". Muchas veces con eso lo que se trata de hacer es ganar
un pretendido "prestigio" y hacer creer a los demás que eso es suficientemente difícil: "eso no
es para usted, es solo para selectos y elegidos que tenemos idea de esto".
Fundamentalmente, no hay que asustarse; creo que esa es una de las cosas que le ha
pasado mucho a la gente de historia: creer que los que están en los otros campos, por dominar
toda una cantidad de jerga de teoría social, saben más. Es falso, no saben más.

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ÍNDICE

1- INTRODUCCIÓN 3

II- CARACTERÍSTICAS DE LA HISTORIOGRAFÍA NACIONAL 8


1) Se ha moldeado al influjo de corrientes europeas 8
2) Tiene un necesario entronque con lo rioplatense 8
3) Son en ella fácilmente reconocibles las tendencias políticas e ideológicas 9
4) Es artesanal 10
5) La reflexión historiológica se ha dado escasamente 11

III- LAS COORDENADAS 13


1) El pensamiento historiográfico universal.

A) Algunos "Ismos" 13
B) La escuela de los Annales 15
C) La historia de las mentalidades 16
D) La tendencia secular 17

2) El entorno histórico. 19

IV- NUESTRA HISTORIOGRAFÍA DESDE 1940 23


1) El legado de la historia tradicional 23
2) La historiografía de la transición 25
3) La historiografía revisionista 32
4) La Nueva Historia 41
5) El panorama historiográfico hacia 1973 46
6) Un "redefinidor": Carlos Real de Azúa 48
7) Después de 1973 50

V- CONCLUSIONES 55

Notas 57

Apéndice 1 64

Apéndice 2 67

Apéndice 3 71

74

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