Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Carlos Demasi.
Área Temática 6: Historia conceptual e Historia de las ideas
Presentación
Sin duda resulta difícil reconocer el paisaje de la política en los lejanos años 50 del siglo
XIX. Conviene recordar que desde finales del Sitio Grande se percibía en el país el hast-
ío de la guerra y la conciencia de que la independencia del país había corrido serio peli-
gro; por lo tanto no debe sorprender que la firma de la paz de 1851 diera inicio a una
época de novedades políticas. Tal vez la principal era la idea de que la independencia
era un valor a preservar y por lo tanto, cualquier programa político que se aplicara en el
país debía apuntar a eliminar los factores de inestabilidad interna, en los que se veía el
peligro mayor. Fue entonces que aparecieron en Montevideo los primeros programas
políticos, que tenía la forma de directivas para la acción de los gobernantes y que enu-
meraba un conjunto de principios que guiaban los pasos para corregir los defectos ma-
yores. El primero de ellos parece ser el de la “Sociedad de amigos del país” creada en
1852. Es allí que aparece el primer repertorio de medidas mínimas: cumplimiento de la
Constitución y de la ley, orden administrativo y financiero, promoción de la inmigra-
ción… Aunque puede señalarse cierto grado de vaguedad en la formulación, el listado
ya señalaba algunos de los temas que serían recurrentes en el debate político posterior.
Si bien esta primera experiencia no tuvo continuidad, señaló el comienzo de una ten-
dencia a la reflexión de los problemas del país y ayudó a definir las medidas para resol-
verlos. En esa línea se inscribe el opúsculo publicado por Andrés Lamas en 1855.
De esta índole es una de las preguntas centrales de Lamas, que pone en crisis todo un
sistema de convicciones y desvanece las justificaciones de la acción política que eran
habituales en este país. Dice Andrés Lamas en una cita que se ha hecho famosa:
Planteada en otro contexto, esa pregunta tendría una respuesta breve y directa. “¿Qué
diferencia a un blanco de un colorado? Todo” Sin embargo, a continuación de la pre-
gunta se define el marco en el que debe incluirse la respuesta: “el más apasionado no
podrá mostrarme...” Este tipo de formulaciones retóricas instituyen un campo que im-
plica una demarcación contextual. El contenido de las respuestas posibles puede ser
muy variado pero deben incluirse como un caso en alguna de las categorías establecidas.
La enumeración taxativa de categorías instituye también el espacio donde puede des-
arrollarse el debate político, que deja de ser sobre personas y pasa a situarse en los
“principios” tales como el “interés nacional” o las iniciativas sociales, morales y “de
gobierno”. Esta no deja lugar para las reivindicaciones personales ni para acusaciones
genéricas (y también personalizadas). Las “proclamas” que daban contenido a las inex-
piables rivalidades personales de los caudillos y que se duplican en las luchas entre sus
partidarios, quedaban excluidas de la nueva legitimidad del debate político.
Aun sin leer el texto de Lamas, parece claro que luchar por el triunfo de grandes princi-
pios es más gratificante que hacerlo por mezquinos intereses personales. El problema
consiste en definir la forma de llevar adelante esa lucha, cómo hacer para que el triunfo
de esos principios se imponga a toda la sociedad. Allí aparece uno de los temas más
delicados del alegato de Lamas, que este presenta con mucha cautela posiblemente
consciente del rechazo que levantaría entre sus posibles lectores: “No hay fusión practi-
ca sin la creación de un partido, ni partido que pueda operar una fusión sin emprender
una obra que satisfaga las necesidades colectivas.” [Pág. 62]
En 1855 no había todavía mucha literatura que exaltara la acción de los partidos en la
política; de hecho, esto no se encuentra en casi todo el siglo XIX y los textos ahora
clásicos que circulaban y construían el sentido de la acción política, no tienen una opi-
nión positiva. Posiblemente sea Rousseau el divulgador de la visión más negativa; en el
Capítulo III discute las posibilidades de error que puede tener la voluntad general, y
señala particularmente una:
Podemos suponer entonces que no había mucho espacio para imaginar versiones dife-
rentes en tiempos en que predominaba una concepción atomística de la sociedad que
instalaba la satisfacción del “interés general” como el objetivo central de la política.
Aparentemente y no sin algo de ingenuidad, se pensaba (siguiendo algunas líneas de
razonamiento de Rousseau) que el interés general era evidente para todos y que además
era casi unánime ya que las diferencias de opinión predominantes serían mínimas por-
que el bien no podía tener muchas alternativas, y las escasas diferencias extremas se
anularían mutuamente. En esa construcción de la política, las “asociaciones parciales”
de ciudadanos (es decir, los “partidos”) sólo podían tener como objetivo la satisfacción
de algún interés particular y esto, por definición, era lo contrario del interés general. El
mismo concepto de “partido” implica la existencia de un segmento de ciudadanos que
pretende imponer su interés particular al interés general del conjunto de la población.
Esta parece ser la razón por la que encontramos que la descripción de la acción de los
partidos se plantea siempre en una persistente línea crítica. En la narración de los proce-
sos históricos, el “espíritu de partido” aparecía siempre como el antagónico del “espíritu
de unidad” que tendría naturalmente que predominar y que respondía al interés de la
mayoría. Sin embargo, en 1835 Tocqueville introdujo una descripción de la acción par-
tidaria que daba espacio a una visión más “benévola” de los partidos políticos que,
aunque referida especialmente de los que actuaban en el campo de la política norteame-
ricana, podía tener aplicación más general. Admitía que “Los partidos son un mal in-
herente a los gobiernos libres” (Tocqueville 1981, I 256) pero sin apartarse de esa línea
crítica los clasificaba en dos grandes grupos:
“Lo que llamo grandes partidos políticos son los que se vinculan más a los
principios que a sus consecuencias, a lo general y no a los casos particula-
res. En general estos partidos tienen características más nobles, pasiones
más generosas, convicciones más reales un impulso más franco y más
arriesgado que los otros. El interés particular, que siempre desempeña el pa-
pel principal en las pasiones políticas, aquí se oculta más hábilmente bajo el
velo del interés público. A veces incluso se las arregla para evadir la mirada
de las personas que dirige y hace actuar. Los pequeños partidos, por el con-
trario, en general carecen de credo político. Como no se sienten impulsados
o sostenidos por grandes objetivos, su carácter está marcado por un egoísmo
que se manifiesta ostensiblemente en cada uno de sus actos. […] Los gran-
des partidos transforman la sociedad; los pequeños, la agitan” (Tocqueville
1981, I 257)
Con este propósito recurre a un repertorio variado de adjetivos. Cuando trata de referirse
al concepto en el sentido del lenguaje tradicional, los llama “partidos personales”, “an-
tiguas facciones”, “odiosas divisas”. En cambio su propuesta aparece señalada como el
“nuevo partido”, “gran partido Nacional”, “grande partido de gobierno y de adminis-
tración” o el partido de “lo mejor y más inteligente”. En todo caso el esfuerzo se orienta
a señalar la diferencia entre la imperfección del pasado y la corrección de esos defectos
para el futuro. Así plantea:
Una vez instalado este marco conceptual (la política debe orientarse a principios, lo ciu-
dadanos deben organizarse en nuevos partidos) Lamas comienza a exponer lo que serían
los principios de su programa. Utilizando un lenguaje más actual, Pivel Devoto los re-
sume así:
“Creo que si no en todas las ideas que he presentado, al menos en los obje-
tos de que me he ocupado, existen las bases que deben adoptar los buenos
ciudadanos que se reúnan para arrancar al país y para arrancarse a sí mis-
mos, de las miserias en que nos encontramos. Debemos adoptar el programa
sintéticamente; pues que es humanamente imposible que un gran número de
hombres estén de perfecto acuerdo en todos los detalles de una nueva orga-
nización social. [Pág. 81]
La aspiración de promover una nueva corriente política incluye otra novedad: la posibi-
lidad de que en un futuro próximo compitan más de un “partido”. La configuración co-
rriente de la política como práctica implicaba la existencia de una sola opinión “legíti-
ma”, que era la que manifestaba la voluntad general; las otras sólo podían representar
voluntades particulares y por lo tanto, distorsionantes de la vida política. En cambio,
Lamas admite la existencia de matices (“es humanamente imposible que un gran núme-
ro de hombres estén de perfecto acuerdo en todos los detalles”) y se abre camino la idea
de que otros ciudadanos puedan proponer algo diferente: “Los que acepten nuestro pro-
grama formarán, desde luego, un partido; los que lo combatan, formarán el otro.” [Pág.
84]. Todavía está lejos la idea de formar un sistema de partidos, pero en cambio co-
mienza a desaparecer la idea de que existe una única manera de expresar la “voluntad
general”.
Pero el punto más delicado del proyecto es la definición de quién será la persona encar-
gada de llevar adelante la aplicación del programa. Los liderazgos de los partidos eran
precisamente el foco de las críticas, ya que allí se encontraba la persona que sacrificaba
la voluntad general en aras de su propia ambición. Como contrapartida, predominaba la
idea de que el mejor gobernante era aquel ciudadano que no tenía pretensiones políticas
por lo que la actitud de rechazar el cargo era una mala estrategia para quien no se sintie-
ra atraído por la política. Es llamativo el número de presidentes uruguayos del siglo
XIX que trataron de que no se concretara su elección, y se encuentra el caso de un ciu-
dadano que renunció tres veces a la primera magistratura. Parece claro el interés de La-
mas por ocupar el cargo, ya que de lo contrario no se explica que dedique más de la
mitad de la extensión del opúsculo a defender su actuación como enviado en Brasil; sin
embargo, la expresión “Quiero ser el presidente” no puede existir en el lenguaje públi-
co. Por esta razón no pierde oportunidad de declarar expresamente que no desea ser el
candidato de este nuevo partido, declara que levanta esa bandera porque es urgente po-
ner en marcha un nuevo partido, pero está dispuesto a entregarla “a quien sea digno de
llevarla” [Pág. 63] y sobre el final se defiende de la acusación que supone se le formu-
lará: “¿Es una candidatura la que presento? —Se equivoca redondamente el que lo
crea.” [Pág. 88] Cuando llega el momento de articular la instrumentación práctica de su
proyecto, propone: “Es preciso someter la parte al conjunto; y admitidas las bases, dele-
gar su ejecución á los que nosotros mismos elijamos para hacer las leyes y para ejecu-
tarlas.” [Pág. 81-82] y en algún momento asoman las antiguas prevenciones contra los
candidatos autoproclamados:
“Sólo debemos negar nuestro voto al que sea convencido de cabalar para
llegar a la primera magistratura. De veras! que hombre en su juicio no puede
aspirar á ella en los momentos actuales, sino, ó por qué sienta la altísima
inspiración del genio, ó por qué quiera convertirla en una nefanda especula-
ción. Si tuviéramos, por fortuna, algún genio salvador escondido en Monte-
video, de cierto que no se abajaría hasta la cábala.” [Pág. 83]
En un español muy contaminado del francés, la expresión “cábala” aludía a “negocia-
ción secreta y artificiosa” según el DRAE de la época. La expresión “cabalar” (es decir,
“conspirar”) definía la actitud de quien por medio de intrigas se aseguraba apoyos para
alcanzar alguna distinción. La idea de Lamas (que era corriente en la época) aparece
expresada con nitidez: un “genio salvador escondido en Montevideo, de cierto que no se
abajaría hasta la cábala”; supuestamente, la sola exposición de sus virtudes lo harían
notorio. Es claro que esa expectativa no lograba superar las dificultades que implicaba
ese sistema de selección de candidatos.
La difusión del texto de Lamas provocó rápidas reacciones en Montevideo. Como una
piedra en un espejo de agua, las ondas fueron extendiéndose hasta cubrir todo el campo
de debate. La primera reacción parece provenir desde el entorno del Gral. Flores (que en
muchos puntos es el objeto de la crítica de Lamas); desde allí se publica el folleto atri-
buido a una “Sociedad de la Paz” (aparentemente, de Mateo Magariños Cervantes) en
el que atacan personalmente a Lamas y a su desempeño como ministro en Río. Pero
rápidamente queda claro que se trata de una falacia ad hominem: las ideas de Lamas
deben ser debatidas en sí mismas y no porque provengan de Lamas, y no es buena estra-
tegia atacarlas cuestionando la personalidad de su autor. Rápidamente parece haberse
hecho camino la iniciativa de formar una asociación política con las ideas del “manifies-
to” como fundamento, y así aparecen programas que serían el fundamento de varios
proyectos de asociaciones o uniones políticas (la palabra “partido” todavía resultaba
incómoda) tendientes a aplicar los puntos propuestos por el programa de Lamas. Así
parece explicarse la ambigüedad en la designación de una de estas iniciativas, que se
denomina tanto “Unión Liberal” como “Partido Nacional” Este aspecto ha sido muy
tratado por la historiografía que desde la segunda mitad del siglo pasado ha seguido el
modelo piveliano que atribuye estas iniciativas a grupos “doctorales”. Sin embargo, es
visible que la influencia de las ideas fusionistas incluye a todos los sectores sociales, y
que los denominados “caudillos” no se vieron libres de ella. Un ejemplo de esto es el
giro que muestran los documentos políticos. En 1853, Venancio Flores lanza una pro-
clama cuando lo designan Presidente. En este breve documento similar a una nota de
aceptación de un cargo eclesiástico, el Gral. Flores declara humildemente que no está
capacitado para el cargo pero se compromete a desempeñarlo con energía y a respetar
la constitución (Anónimo 1855, 232) Dos años después firma el “Pacto de la Unión”
con Oribe, y allí se enumera un conjunto de normas que orientarían la elección del
próximo presidente. Allí, luego de un extenso preámbulo donde se hacía un diagnóstico
de la situación del país, Flores y Oribe proponían algunas iniciativas como extinguir los
partidos, promover la educación, respetar la libertad de prensa como forma de propen-
der al progreso y “extirpar” el “sistema de caudillaje” [Pivel 1942, 253-254].
Por su parte, Gabriel Pereira consideró oportuno hacer público un programa de princi-
pios que guiarían su gobierno. En un documento de tono claramente fusionista, el can-
didato a presidente resume en líneas generales las medidas propuestas por Lamas: man-
tenimiento de la paz mediante el respeto de todas las opiniones, organización de la
hacienda pública, reforma de los cargos públicos, y en un denso párrafo promete dictar
De este documento solo suele citarse una frase: “Mande quien mande, la mitad del pue-
blo Oriental no puede ni debe tener ni conservar en eterna tutela á la otra mitad. (íd, 65)]
Hay que señalar también que el redactor del documento, Alejandro Magariños Cervan-
tes, era un connotado colorado claramente identificado con la tradición de la Defensa y
con el Gral. Flores. En este caso, redactó “ese notable documento político que respiraba
amplios propósitos de concordia y en el cual se expresaba que el primer magistrado no
debía tener más colores que los de la Patria” [Pivel 1942, I 293.]
El impulso fusionista del Pacto de la Unión fue acompañado por la “Unión Liberal”,
que no presentó candidato en 1856 (el rival de Pereira era el Gral. César Díaz). Luego
de la elección de Pereira, la “Unión Liberal” emitió una Declaración en la que afirmaba:
Es decir que no corresponde señalar como enemigos de la fusión a Pereira ni a los jefes
militares que lo promovieron al cargo, ya que la asociación política más declaradamente
fusionista reconoció en él sus ideales y le brindó decidido apoyo.
Más aún, el propio presidente Pereira promovió la fundación de un partido que conti-
nuaba la línea de su programa presidencial; pero es complejo encontrar datos sobre esta
fundación. Según Pivel (1942), “Con el apoyo del Gobierno, los fusionistas quisieron
fundar [a mediados de 1857] un Partido Nacional.” [pág. 310] Y más adelante dice:
“Flores [en noviembre de 1857] no encontró ambiente en la opinión. Espiritualmente
lejos de los conservadores, no podía penetrar en el círculo de Pereira, que había llegado
a constituir el Partido Oficial” [sic] [pág. 318]. Es decir que en algún momento entre
julio y noviembre se fundó ese “Partido Nacional” que Pivel designa como “Partido
Oficial” y no con su nombre “verdadero”. Es del caso señalar que otra “fundación” del
Partido Nacional sólo ocurrirá en 1872.
Conclusiones.
Conviene insistir en el hecho de que luego del levantamiento del Sitio Grande se generó
en el ámbito de la política un profundo movimiento de fusión partidaria, basado en el
hastío generado por el largo conflicto. Todos parecen coincidir en que la guerra se había
prolongado excesivamente hasta volver irreconocible los factores que la habían desen-
cadenado, y en esa vorágine corrió riesgo la nacionalidad, un concepto que por entonces
se identificaba con el status independiente. Como puede verse, este sería un caso donde
la ausencia de una nacionalidad consolidada no impide la formulación de un “giro na-
cionalista” en el discurso. A partir de allí, varios grupos de ciudadanos trataron de for-
mar sociedades que apuntaran a promover políticas de orden y de promoción de la acti-
vidad. En ese panorama el opúsculo de Andrés Lamas vino a sintetizar las propuestas y
sirvió de bandera para la formación de lo que, desde entonces, ya casi no se duda en
denominar “partido”.
Palti señala que el surgimiento de un nuevo lenguaje político promueve una profunda
reestructuración de la esfera pública, y genera un nuevo concepto de la acción política.
(Palti 2007, 188) Desde la difusión del “manifiesto” de Lamas la acción política cambió
de carácter y se presentó como un “debate de ideas” más que como un enfrentamiento
de personas. No quiere decir esto que Lamas haya sido el radical creador de un discurso
que fue retomado por todos, sino que la formulación que encontró en su “manifiesto”
satisfizo las expectativas que por entonces tenían aquellos que esperaban otra cosa de la
política. De allí que hasta quienes identificamos hoy como los “enemigos” de las ideas
“anticaudillistas” de Lamas, aparezcan suscribiéndolas. La idea de utilizar la oposición
caudillos-doctores como principio estructurador del relato no respondería a la evidencia
documental, aunque aparece mucho en los libros. Al respecto dice Rosanvallon::
También parece poco significativo afirmar que esta postura fusionista, o su opuesta,
“representan la voluntad de la opinión pública”. Esta no está previamente constituida
sino que se construye principalmente por medio de la prensa. La difusión del escrito de
Lamas sorprendió a sus adversarios (quienes ahora aparecían integrando un nuevo par
antagónico, el de los “partidarios de las personas” que ahora se enfrentaba al de los
“partidarios de los principios”; y como estas oposiciones nunca son neutrales y vienen
cargadas de un contenido valorativo, venían a quedar del lado “malo” del enfrentamien-
to. Posiblemente por eso primero intentan defender a su líder pero luego cambian de
estrategia, y pasan a presentarlo como el mejor defensor de esos principios; pero cuando
esto ocurra, el discurso de los “principios” se habrá impuesto como la única racionali-
dad política posible.
Bibliografía
Palti, Elías, (1998), “«Giro lingüístico» e historia intelectual”, Buenos Aires, Universi-
dad Nacional de Quilmes.
Palti, Elías, (2007), “El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado”. Buenos Ai-
res, Siglo Veintiuno editores.
Pivel Devoto, Juan E. y A. Ranieri de Pivel (1966), “Historia del Uruguay 1830-1930”,
Montevideo: Medina,
Pivel Devoto, Juan E., (1942) “Historia de los partidos políticos en el Uruguay”, Mon-
tevideo:Tipografía Atlántida.
Rilla, José, (2008), “La actualidad del pasado”, Montevideo, Editorial Sudamericana,
Rosanvallon, Pierre, 1986, “Pour une histoire conceptuelle du politique. (Note de tra-
vail)”, Revue de Synthèse: IV s. Nos 1-2, Janvier-juin.
Fuentes:
Anónimo (1855), “La voz de la patria o la política para el futuro. Opúsculo escrito espe-
cialmente para la República Oriental partiendo del que ha formulado el Señor D. Andrés
Lamas”, en Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay (1943), “Andrés Lamas. Escri-
tos. Tomo II”, Montevideo, 1943. Págs. 205-255.
Lamas, Andrés (1855), “Andrés Lamas a sus compatriotas”, Río de Janeiro, Imprenta
Imp. y Const. de J. Villeneuve y Comp.
Rousseau, J.J. (2004), “El contrato social”, Buenos Aires: Bureau Editor.