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EL MAGISTERIO
D E LA IGLESIA

por C ésar I zquierdo

«Los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano


Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la ver­
dad divina y católica; los fieles por su parte, en materia de fe y
costumbres, deben aceptar el juicio de su Obispo, dado en nom­
bre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto. Este
obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo
particular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano
Pontífice» (Lum en gentium, n. 25).

La Revelación ha sido confiada por Cristo a la Iglesia, que es la de­


positaría de la misma1. La Iglesia es, como ha recordado el Concilio Va­
ticano II, al mismo tiem po e inseparablem ente «Pueblo de Dios» y
«Cuerpo Místico de Cristo». En cuanto Pueblo de Dios posee una fun­
ción profética que se expresa a través del sentido sobrenatural de la fe,
por el que, cuando los fieles creen en una verdad como perteneciente al
depósito de la fe, no se pueden equivocar: en la Iglesia que cree, actúa el
Espíritu Santo y es, por ello, infalible en su fe. Al mismo tiempo, en
cuanto la Iglesia es Cuerpo místico de Cristo está estructurada jerárqui­
camente, y en ella hay maestros de la fe que son el Papa y los Obispos, su­
cesores de Pedro y de los Apóstoles. El Magisterio de la Iglesia es, preci­
samente, la actividad y la enseñanza de aquellos que tienen la misión de
predicar el Evangelio y enseñar al Pueblo de Dios. La función profética

1 Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 84.


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que se despliega por medio del sentido de la fe está inseparablemente


unida a la que realiza la Jerarquía, al Magisterio de la Iglesia2.
La potestad de enseñar -q u e los A póstoles poseían de un modo
único, por gozar personalmente del carisma de la infalibilidad- es trans­
mitida por ellos a sus sucesores, los Obispos, junto con las potestades de
orden y jurisdicción. Así se garantiza la existencia perpetua del Magiste­
rio en la Iglesia, como una función institucionalizada -y esencial a la
misma Iglesia- al servicio de la Revelación. El Magisterio no es algo tan­
gencial a la presencia de la Revelación en la Iglesia, sino un momento
esencial, integrante de la función profética de la Iglesia toda, y no re-
ductible al mero sensusfidei.
Las relaciones entre Revelación y M agisterio aparecen descritas en
la Constitución Dogmática Dei Verbum: «La Tradición y la Sagrada Es­
critura constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios confiada a
la Iglesia. Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus
pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y en la unión, en la
Eucaristía y en la oración (cfr. Hch 2, 24), y así se realiza una maravi­
llosa concordia de pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la
fe recibida. El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios
oral o escrita, ha sido encomendada únicamente al Magisterio de la Igle­
sia. Pero el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a
su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato
divino y con la asistencia del Espíritu Santo lo escucha devotamente, lo
custodia celosamente, lo explica fielmente, y de este depósito de la fe
saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído. Así
pues, la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan
prudente de Dios, están unidos y ligados de modo que ninguno puede
subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la ac­
ción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de
las almas»3.
De este texto del Concilio Vaticano II se extraen las siguientes ense­
ñanzas:
a) El depósito sagrado de la Palabra de Dios (Tradición y Sagrada
Escritura) ha sido confiado a la Iglesia -pastores y fieles-, la cual se man­
tiene unida en la fidelidad a la doctrina apostólica, a través de la conser- ^
vación, práctica y profesión de la fe recibida.

2 Cfr. ¡bíd., »». 85-93, 889.


3 Dei Verbum, n. 10.
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b) Solo el Magisterio interpreta auténticamente la Palabra de Dios.


La razón de ello no reside en una competencia humana adquirida para
enseñar o en la previa fundamentación científica de las cosas que pre­
dica, sino en la misma autoridad de Cristo en cuyo nombre la ejerce. En
consecuencia, el Magisterio ha de ser recibido con espíritu de fe.
c) El Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su
servicio. Los pastores no gozan del carisma de la inspiración, y en ese
sentido su enseñanza no es formalmente Palabra de Dios, si bien goza de
la misma autoridad de Cristo. Esto quiere decir que el Magisterio no
tiene función constitutiva de la Revelación porque no nos llegan por él
nuevas realidades reveladas; su misión consiste en enseñar puramente lo
transmitido, siendo fiel en su tarea -que es un derecho y un deber- de en­
señar la Revelación. El Magisterio, en consecuencia, no es dueño de la
Palabra de Dios, sino servidor suyo en orden a la fe4.
a) El Espíritu Santo garantiza con su asistencia el cumplimiento del
mandato divino sobre el Magisterio. Los actos del Magisterio son escu­
char devotamente lo transmitido (el depósito), custodiarlo celosamente,
explicarlo fielmente y extraer de él todo lo que propone como revelado
por Dios para ser creído. Una fidelidad dinámica es lo que el Espíritu
Santo otorga a quienes en la Iglesia tienen el deber de enseñar la Palabra
de Dios. Este don se hace especialmente patente en el carisma de infali­
bilidad de que goza el Magisterio en las materias de fe y costumbres.

Sujetos del Magisterio

La función del Magisterio en la Iglesia se recibe siguiendo la misma


estructura de la Revelación, es decir, no como un logro de la competen­
cia humana, sino como un don que Dios hace y un ministerio que se re­
cibe. En otras palabras, los sujetos del Magisterio no son los doctores
sino los Pastores, es decir, los sucesores de los Apóstoles, que quedan
constituidos como tales por la imposición de manos a través de la cual re­
ciben el sacramento del Orden y se les confiere el Episcopado.
No tienen, en consecuencia, fundamento las pretensiones de algunos
teólogos que querrían hacer depender el juicio del Magisterio de la com­
petencia científica. Aunque los Pastores deben prestar atención a la re­

4 Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 86,


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flexión teológica y científica, la fuente de su autoridad doctrinal les viene


de la misión recibida del Espíritu Santo a través del Sacramento.
Dentro del Episcopado se debe precisar más. En primer lugar ocupa
un lugar único el Romano Pontífice, que es Sucesor de Pedro, cabeza vi­
sible y fundamento de unidad y catolicidad en la Iglesia. El Papa tiene en
la Iglesia un primado de jurisdicción -y no solo de honor, como afirman
los ortodoxos- y es Maestro universal de fe. Por relación a él, funda­
mentalmente, se mantiene la comunión de la Iglesia. El Papa puede en­
señar a todos los fieles y su Magisterio debe ser escuchado con reveren­
cia y a él se debe prestar sincera adhesión.
Los Obispos son sujetos del Magisterio en dos sentidos. En primer lu­
gar, cada Obispo es maestro de la fe para los fieles que le han sido con­
fiados, y sus enseñanzas en comunión con el Rom ano Pontífice deben
ser recibidas con sumisión y aceptadas sinceramente. En segundo lugar,
cuando las enseñanzas de los Obispos, «en comunión entre sí y con el Su­
cesor de Pedro, coinciden en que una doctrina en materia de fe y cos­
tumbres ha de ser definitiva, en ese caso proponen infaliblemente la doc­
trina de Cristo».

Clases de Magisterio

El Magisterio de la Iglesia puede ser ordinario y extraordinario. El


Magisterio ordinario puede ser ejercido por el Papa y los Obispos.
a) Los Obispos ejercen su Magisterio ordinario (auténtico) mediante
la predicación, los catecismos, las cartas sinodales, las pastorales, la vigi­
lancia doctrinal, etc. Este Magisterio va dirigido a los fieles sobre los que
un Obispo o grupo de Obispos tienen jurisdicción. Lo que un Obispo o
grupo de Obispos enseñan no es infalible. En cambio, lo que el Episco­
pado sostuviera unánimemente y en comunión con la Sede romana como
una verdad perteneciente a la fe, debe ser considerado como efectiva­
mente perteneciente a ella (magisterio ordinario universal).
b) El Papa ejerce su Magisterio ordinario (auténtico) bien por sí
mismo, bien mediante organismos auxiliares. Por sí m ism o, el Papa en­
seña como maestro universal de la iglesia mediante los Discursos, Alo­
cuciones, Constituciones Apostólicas, etc. Un modo especial del Magis­
terio ordinario del Papa lo constituyen las Encíclicas. Las Encíclicas son,
ordinariamente, documentos extensos sobre un aspecto de la fe o de la
moral, en los que las razones y aplicaciones a las circunstancias presen­
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tes se desarrollan ampliamente. Las Encíclicas tienden, normalmente, al


menos en los pasajes más solemnes, a expresar la unanimidad del Magis­
terio ordinario. El Papa ejerce también su Magisterio ordinario de un
modo indirecto, a través de organismos auxiliares, a quienes ha sido con­
fiado el instruir a la Iglesia como delegados del Sumo Pontífice. A este
género pertenecen, p. ej., las Instrucciones de la Congregación para la
Doctrina de la Fe o de otras Congregaciones romanas.
El Magisterio extraordinario es denominado así por las circunstan­
cias excepcionales en que tiene lugar. Ordinariamente -aunque no siem­
pre- desemboca en unas definiciones solemnes, es decir, en un juicio for­
mal y definitivo sobre algún punto doctrinal concreto. Sus órganos son el
Concilio ecuménico y las definiciones ex cathedra del Papa5.
a) El Concilio ecuménico es la reunión de todos los Obispos de la
Cristiandad, convocados y presididos por el Papa o sus delegados, para
enseñar con autoridad suprema sobre los asuntos que el Papa les confíe.
La comunión con el Romano Pontífice es condición esencial para la legi­
timidad de un Concilio ecuménico, y sus trabajos y conclusiones deben
ser por él aprobados. El Concilio, sin embargo, no es un mero instru­
mento del Papa, ni sus miembros unos delegados suyos. El Concilio ecu­
ménico -siempre cum Petro et sub Petro- tiene una autoridad propia y
está asistido en sus enseñanzas por el Espíritu Santo.
b) El Papa, cuando enseña ex cathedra, es decir, cuando habla como
Supremo Pastor y Doctor universal, a quien compete confirmar en la fe
a sus hermanos, se dirige a la Iglesia y proclama por un acto definitivo la
doctrina que debe sostenerse en m ateria de fe y de costumbres. Al
mismo tiempo es necesario que manifieste que enseña con la plenitud de
su autoridad y que quiere juzgar definitivamente un punto concerniente
a la fe o a las costumbres. En este caso, el Papa, y también el Concilio
ecuménico cuando enseña sobre las mismas materias, cuentan con la asis­
tencia del Espíritu Santo, y son infalibles: no se pueden equivocar.

Asentimiento al Magisterio

Al ser diversas las formas de proponerse el Magisterio, el asenti­


miento de los fieles es también diverso. Cuando una enseñanza del Ma­
gisterio solemne de la Iglesia o del Magisterio ordinario y universal, se

5 Cfr. Ib id., nn. 891 y 2035.


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propone como revelado por Dios, el asentim iento ha de ser de fe divina


y católica, es decir, asentimiento a lo que tiene como garantía, en último
término, la autoridad de Dios. En las otras formas de Magisterio, el asen­
timiento estará en relación con la doctrina de fe o de las costumbres que
enseña y con el grado de autoridad empleado. El grado de autoridad em­
pleado se conoce, bien porque se dice explícitamente, bien por la fre­
cuencia con la que una enseñanza es propuesta por el Magisterio o por
otros factores: solemnidad, tipo de enseñanza, etc.
En todo caso, al Magisterio ordinario (auténtico) se debe sumisión
interior, que incluye docilidad hacia una enseñanza autorizada, obedien­
cia y adhesión de corazón y de boca, aunque no llegue a requerirse -si no
se trata de materia dogmática- la fe. Es decir, se ha de prestar un asenti­
miento religioso del entendimiento y la voluntad y evitar todo lo que no
sea congruente con esa enseñanza6.
El fundamento de esa sumisión es, en último término, teologal. El
Magisterio enseña con la autoridad de Cristo, que ha constituido al Papa
y a los Obispos como maestros de la fe. Por eso, aunque no toda ense­
ñanza del Magisterio se refiera a m ateria de fe o costumbres, esta re­
ferencia es de diverso grado, y por ello, postula la adhesión sincera al
Magisterio que forma parte esencial de la fe católica. Al adherirse a la
enseñanza de la Iglesia, el cristiano no se mueve por motivos puramente
humanos, sino porque sabe que los Pastores están puestos por Dios y
obedecerles a ellos es obedecer, no a un hombre, sino al mismo Cristo.
Es esencial entender lo anterior para no caer en el peligro del error
o de la rebeldía frente al Magisterio. A lo largo de la historia, y también
en nuestros días, ese error sobre la naturaleza del Magisterio, o la rebel­
día frente a sus enseñanzas, ha llevado, bien al rechazo explícito (lo cual
es menos frecuente), bien a la afirmación de la independencia subjetiva.

6 En el Motu proprio A d tuendam fidem , de 18 de mayo de 1998, se lee: «Se ha de creer con
fe divina y católica todo aquello que se contiene en la palabra de D ios escrita o transmitida por
la tradición, es decir, en el único depósito de la le encom endado a la Iglesia, y que ademases
propuesto como revelado por Dios, ya sea por el magisterio solem ne de la Iglesia, ya por el ma­
gisterio ordinario y universal, que se manifiesta en la com ún adhesión de los fieles bajo la gura
del sagrado magisterio; por tanto, lodos están obligados a evitar cualquier doctrina contraria.
Asimismo se han de aceptar y retener firmemente todas y cada una de las cosas sobre la
doctrina de la le y las costumbres propuestas de m odo definitivo por el magisterio de la Iglesia,
a saber, aquellas que son necesarias para custodiar santam ente y exponer fielmente el mismo
depósito de la le; se opone, por tanto, a la doctrina de la Iglesia católica quien rechaza dichas
proposiciones que deben retenerse en modo definitivo».
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En estos casos, las principales razones que se aducen para esa forma de
actuar son las siguientes:
a) La propia conciencia no puede ser sustituida por nada que vaya
contra ella. Por tanto, si el sujeto percibe que una enseñanza del Magis­
terio -ordinario, principalmente- se opone al juicio de la propia inteli­
gencia o conciencia, se debe seguir a esta frente a aquel.
b) El Magisterio se debe acomodar a las circunstancias concretas. De
ahí que su enseñanza, que es válida en su formulación general, es, sin
embargo, relativa, en un cierto grado, a las circunstancias concretas de
los diversos lugares y personas.
c) Del hecho de que el Magisterio ordinario, en sí mismo conside­
rado, no es irreformable ni dogmático, se concluye en la práctica que el
disenso es una actitud legítima, y que ese Magisterio yerra con frecuen­
cia en sus enseñanzas.
d) La interpretación de los textos del Magisterio está lastrada a veces
por prejuicios tan fuertes que, con frecuencia, equivale a un vaciamiento
de su contenido.
Todas estas actitudes responden a una interpretación de la Iglesia
como mera sociedad humana en la que hay una autoridad y un pueblo
que ejerce un control sobre los detentadores de la autoridad. En la base
de todo hay un error sobre la naturaleza de la Iglesia y la Revelación de
Dios. Si no se admite que la adhesión al Magisterio, incluso al Magiste­
rio que no es de fe, se halla comprendida en la estructura básica e íntima
de la fe, en Dios revelador, entonces esa adhesión se ve como la imposi­
ción de someterse a una instancia exterior a la Revelación y a la fe.
Por otra parte, conviene tener presente que el Magisterio ha sido ins­
tituido para iluminar la conciencia. Por eso, «apelar a esta conciencia pre­
cisamente para contestar la verdad de cuanto enseñe el Magisterio com­
porta el rechazo de la concepción de Magisterio y de la conciencia
moral»7. También es preciso recordar que la conciencia no es la creadora
de la norma moral, que además puede equivocarse y de hecho se equi­
voca en la práctica. La norma moral viene regida por la ley natural, im­
presa en el corazón del hombre, y por la Revelación. Ambas -ley natu­
ral y Revelación- son custodiadas e interpretadas por el Magisterio de la
Iglesia.

7 J uan Pablo II, Discurso a los participantes en el l l Congreso de Teología Moral, 12-Xl-
1988. Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2035 y 2039.

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