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Film de RAUL RUIZ con Shenda Román, Nelson Villagra, Luis Alarcón, Jaime Vadell,

Delfina Guzmán. Producción: “Los Capitanes”, Chile 1968. Distribución: Continental Films.
Desde el lunes: Cines Bandera, Gran Avenida, Plaza, Nilo, Egaña, Alessandri.
Mayores de 18 años.

Raúl Ruiz: un cineasta verdadero para el cine nacional: una obra maestra
Joaquín Olalla
Revista PEC. 15 noviembre 1968.

Punto cero: necesaria introducción


Más de una vez hemos insistido sobre la situación del fenómeno cinematográfico en nuestro
país, enfatizando la diferencia que existe entre dos conceptos emparentados de cerca: cine
chileno y films producidos en Chile. Si frente a lo segundo puede computarse un incremento
de la actividad, no por ello ambos conceptos pueden hacerse equivalentes. La distinción
tiene una raíz de orden cultural, cuando el fenómeno cinematográfico se valora desde el
punto de vista de la expresión que implica la actividad artística. Aplicando esta óptica, es
posible registrar en Chiel una pequeña producción, incluso desde la época del mudo. Pero
ello no significa que haya existido arte cinematofráfico. Más aún, ni siquiera puede atisbarse
un balbuceo de lenguaje. Obviamente las excepciones exissten y conviene señalarlas, no
tanto por sus logros específicos, sino en la medida de las líneas de trabajo que los films de
dichos cineastas plantean: la búsqueda experimental de Sergio Bravo; el reportaje-
documental humano geográfico del binomio Nieves Yankovic–Jorge Di Lauro; y Pedro
Chaskel, cuyo film “Aborto” puso a prueba en nuestro medio las posibilidades del cine de
utilidad pública. En medio de una producción –tanto de largo o de cortometraje- carente de
toda orientación conceptual y estética, que además refleja una absoluta falta de sentido
cinematográfico, los cineastas nombrados señalan –dentro de sus respectivos marcos-
líneas cinematográficas válidas culturalmente.
Sin embargo su influencia dentro del campo de la actividad cinematográfic no ha tenido la
necesaria repercusión. Las causas son diversas y en última instancia una prueba más de
la falta de una conciencia cinematográfica definible en términos culturales. Por
consiguiente, responde a causas distintas de las circunstancias de orden material
(económico) que posibilitan la realización de un film. Vale decir: la cuestión cine chileno se
está planteando en un terreno de “creación” (expresión cultural) y no en los términos del
aparato industrial. (Sin ignorar, obviamente, el rol fundamental de este factor).
Punto uno: “Tres Tristes Tigres”, como un film chileno trascendente.
Críticamente, el film de Raúl Ruiz aporta un cambio de óptica desde el momento que apunta
simultáneamente a todos los puntos indispensables para definir un cine nacional chileno.
En otros términos, la “cuestión cine”, en su sentido más estricto, se plantea radicalmente.
Ya no es posible “rescatar” críticamente a cierto cine de “consumo”, cuya realización queda
justificada al asegurar la necesaria base industrial. “Tres Tristes Tigres” –al margen de lo
que en dicho terreno implica- apunta a los aspectos cinematográficos ineludibles: materia
cinematográfica y autor cinematográfico. Dicho, en otros términos: “Tres Tristes Tigres” es
una obra cineamatográfica propiamente dicha, y Raúl Ruiz, un autor cinematográfico en el
sentido cabal del término. Y ello significa una capacidad de lenguaje, entendiendo por ello
una determinada semántica, una sintaxis: en última instancia, dichos factores conjugados
de una manera propia y personal, no sólo permiten la decantación del mundo del autor, sino
definen el estilo (el modo personal de escritura) que entrega, transmite, y/o expresa
interpretativamente dicho mundo, que en una conceptualización autoral debe
sobreentendérsele orgánico y trascendente. En este punto, la imagen cinematográfica
deviene signífera, y surge la metáfora. Estéticamente hablando, se está ante la verdadera
obra de arte.
El mundo del autor presupone una riqueza que, ordenada dentro de una orientación
intelectual, pensamiento, le permite decantarse en lenguaje. Interesa, entonces, determinar
el origen de los diversos elementos que componen dicho mundo. Sucede, frente a “Tres
Tristes Tigres” –y en consecuencia, frente a su autor- que ello ha nacido de una “mirada”
del mundo chileno, lo que convierte al film en una suerte de buceo dentro de un preciso
sector de nuestra realidad, por encima del mero descriptivismo costumbrista o del
anecdotario pintoresco.
En otros términos, el autor cinematográfico que hay en Raúl Ruiz ha mirado un sector de
nuestro mundo, de nuestra “realidad”, y lo ha convertido en materia cinematográfica,
componiendo –en el sentido estético del término- el film. Y éste es un hecho por el grado
de madurez que el resultado implica, ocurre por vez primera dentro de nuestro ámbito
cinematográfico.
Punto dos: “Tres Tristes Tigres” como obra cinematográfica.
Interesa analizar los medios utilizado por el autor en el cumplimiento de sus propósitos, en
la “ejecución” de su obra, o sea, en el sistema composicional que estéticamente lo soporta.
Es decir, no interesa establecer la “tecnificación” de la concepción del film y su ejecución
material, sino el resultado estructural.
El film se organiza sobre una anécdota lineal, sencilla, de corte cuotidiano, y cuyo
enriquecimiento paulatino va siendo asegurado por la puesta en marcha de un mecanismo
cuyo resorte es una forma de azar. El encuentro casual, la participación de algunas
costumbres y hábitos de Santiago, permite un juego de entrecruzamiento de los personajes;
juego que por otra parte resulta doble, permitiendo que lo ambiental o decorativo se torne
protagónico –mecánicamente en la anécdota- decantándose una trama entregada en una
treintena de secuencias, más bien breves, organizadas en base al paralelismo de tiempo y
espacio. Un cierto mundo de la ciudad de Santiago, determinadas costumbres, una clase
media-media –por lo tanto, casi anodina, donde ciertos hábitos sociales pretenden
reemplazar la verdadera piedad- conforman el material narrativo fundamental del film, y de
los cuales Ruiz extrae su materia cinematográfica. Lo meramente anecdótico o decorativo
no cuenta como tal en la medida que se integra naturalmente a un mundo, que si bien está
“pintado” con un trazo “realista” (casi naturalista), resulta más cerca de lo fantástico.
Esta “fantasía” surge del mecanismo motor básico, que es una suerte de azar. La historia
gana en riqueza desde el momento que el tratamiento expositivo, que carece de “arco
dramático” –los clímax de cada secuencia son apenas chispazos- va dejando una suerte
de “puertas abiertas”, por las cuales cualquier personaje secundario, cualquier detalle
ambiental, surge a la superficie inmediata. Esta estructura permite, por otra parte, que la
natural complejidad de las relaciones humanas, como la multiplicidad de matices que éstas
implican, vayan quedando al descubierto. La “fantasía”, el “mundo fantástico” a que
aludíamos no es más que la realidad mirada con cierto ojo escrutador, y que el “trazo del
cineasta” ha sabido entregar en términos de “puesta en imágenes”, llevándonos a un
segundo factor, capaz de conjugarse con el azar: la sorpresa. Al margen de lo que ésta
significa como tal, narrativamente asegura la progresión del film, dado que la estructura
utilizada por el autor ubica al conflicto dramático propiamente dicho en un plano
subterráneo, que aflora a la superficie casi siempre de manera indirecta.
Esta estructura dictada por la naturaleza de los eventos exigía un tratamiento de “puesta
en imágenes” capaz de traducirla, sin desvirtuar su rico juego de varaciones y valorando
constantemente el ir y venir de la profundidad a la superficie, del materia conflictivo. Por
ello, Ruiz utiliza la “cámara en mano”, que se incorpora como el factor estilístico
fundamental, y una actuación absolutamente desdramatizada. Los personajes están
compuesto y actuados sobre una cuotidianidad casi anecdótica y movidos dentro del
“espacio cinematográfico” con una asfixiada libertad que logra mediante largos planos
“envolventes”.
El plano largo es otra de las claves de la “escritura” de Ruiz. Plano largo, pero no “plano
secuencia”. La relación encuadre-actor-ambiente permitiría hablar de una “puesta en
imágenes” de tipo documental. Sin embargo, ello es sólo aparente, desde el momento que
existe el constante pasaje de lo ambiente a lo anecdótico y viceversa.
Del film surge un mundo, una determinada fración de la realidad que, como tal, está
constantemente viva. El film de Ruiz podría decirse que es negro, pesimista, desperanzado,
sin piedad. Podría añadirse, aún, cierta sordidez en primer plano. Sin embargo, poco
interesa “computar” “impresiones”. Interesa más ver el reflejo cinematográfico de un
determinado sector de la vida. Interesa valorar la profunda y atenta observación de los
modos chilenos: desde el lenguaje –dicho sea de paso el diálogo es excelente, inédito hasta
ahora en los films nacionales- hasta las costumbres, los hábitos, en fin, la manera de vivir.
Punto tres: los méritos de un equipo.
Raúl Ruiz, autor cinematográfico, contó con un equipo cuyo trabajo sólo merece un
calificativo: magistral. Los actores, desde los protagonistas a los secundarios, han sido los
mejores aliados del realizador. Y el realizador ha sabido ver y plasmar la sensibilidad e
inteligencia de ellos. Otro hecho jamás visto en un film nacional.
La Dirección de Fotografía y la Cámara de Diego Bonacina, han sido la colaboración
fundamental al autor. Bonacina, técnicamente impecable en su doble función, posee una
sensibilidad que le permitió adecuarse, “entrar” en la “caligrafía” de Ruiz. Su trabajo de
cámara es inseparable de la concepción de “puesta en imagen” del autor. El único plano-
secuencia (el final), no es ejecución de un buen cameraman: es de virtuoso. Comparar a
Bonacina con Raoul Coutard –operador habitual de Godard- es pertinente.
La compaginación de Carlos Piaggio no es el mero ejercicio correcto de un oficio: hay una
“sabiduría” técnica, y una sensibilidad compenetrada profundamente en la idea del autor,
verificable en la justeza y precisión de corte, con un material que no hubiese tolerado un
desliz.
Idénticas observaciones frente al trabajo de Tomás Lefever, autor de los “boleros” del film
y, aunque breve, es la música cinematográfica mejor solucionada en nuestro medio. Esta
apreciación puede extenderse en la banda sonora en general, que denota una verdadera
concepción del problema y al servicio del significado total, Jorge Di Lauro ha probado, una
vez más, ser un excelente Ingeniero de Sonido.
Punto cuatro: Conclusiones
Frente al significado total de “Tres Tristes Tigres”, cabe decir llana y simplemente: es el
primer film propiamente dicho, realizado en nuestro país.
Raúl Ruiz: un autor cinematográfico. Dentro del largo metraje, el primer autor, propiamente
dicho. Además, se trata de su “ópera prima”.
Culturalmente, una obra plena de significado. Un film que podríamos llamar manifiesto: la
materialización de aquello que debe ser un film nacional, por sobre gustos o tendencias; un
film desmitificador frente a la realidad nuestra, que borra toda una impostura seudo realista.
La realidad –la manera de vivir de ciertos hombres- se ha transformado en materia
cinematográfica. Porque no se ha temido mostrar una cara de la realidad nuestra, sin
importar su belleza o fealdad; sin temerle a la sordidez, y con capacidad para levantar un
verdadero vuelo poético. Un film capaz de mostrar con los medios más legítimos sin
impostura ni estridencia, con una mirada cuotidiana, el escondido tabú del chileno: el
racismo.
Cinematográficamente: una verificación del auténtico y exacto sentido de un trabajo de
equipo.
Como producción un presupuesto mínimo; cooperativa entre actores y técnicos, y como
resultado: la “obra maestra” del joven cine chileno. Ruiz y su equipo le han dado vida.
Críticamente: la satisfacción de abordar un film hecho en Chile, por gente joven y con
idéntico rigor al utilizado frente a las obras significativas de las cinematografías modernas.
A “Los Capitanes” que posibilitaron económicamente la empresa: sencillamente, GRACIAS,
en nombre del joven cine chileno.

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