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PARTE II
Llamamos “industrial y clásico” al período que se extiende, en líneas generales, entre las
décadas del 30’, 40’ y 50’ apelando a la configuración de un sistema de estudios, un
sistema de estrellas, y un número acotado de géneros. No obstante, recordémoslo, más que
de ilustrar un período de la historia del cine, se trató de comprender los mecanismos de un
modo particular de entender (de hacer y de ver) el cine, que tuvo como objetivo la creación
de grandes espectáculos de consumo masivo.
Decididamente entramado con el sistema industrial, el decir clásico (o el Modelo de
Representación Institucional –MRI-) con el que se construyeron sus relatos, modeló los
universos de verosimilitud que, entonces, convertiría a los filmes en verdaderos objetos de
identificación por parte de sus públicos.
A la luz de una pregunta central en torno a la capacidad del cine industrial y clásico para
establecer rasgos identitarios nacionales, revisamos los casos norteamericano y argentino y,
específicamente, el western y el melodrama tanguero. Tales géneros, por supuesto, no
fueron los únicos producidos por sus respectivos países de origen, pero sí fueron los que, de
manera más evidente, sintetizaron los rasgos de identidad nacional que cada una de esas
industrias imprimió en sus películas.
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Manierismo: cuando el cine se mira al espejo, o la reflexión del cine sobre el cine
“La cabalgata del circo es un ensayo inacabado sobre la forma del cine. Un
borrador con tachaduras y arrepentimientos, en el que lo importante está escrito
en los márgenes. También una película que pone en crisis, historizándolos, los
modelos de representación vigentes” - Kohen, H. “La cabalgata del circo”, en:
España, C. (Org.). Cine argentino: industria y clasicismo: 1933-1956: vol. I.
Buenos Aires: Fondo Nacional de las Artes, 2000.2
Síntesis de mitos porteños, las películas tangueras fueron las que reunieron de manera más
evidente los rasgos del cine industrial y clásico argentino.
1
Capítulo del libro del mismo auto: La metáfora del espejo. El cine de Douglas Sirk, Instituto de cine y
Radio-televisión. Institute for the Study of Ideologies and Literature, Valencia/Minneapolis, 1986.
2
Las negritas son mías.
Más cerca del mito que de la historia, y de la verosimilitud más que de la realidad -
recordémoslo-, las cabalgatas tangueras fueron especialmente ejemplares a la hora de
configurar los rasgos identitarios nacionales. Ficcionando de manera retrospectiva una
buena cantidad de años de historia, ofrecían a los espectadores de entonces un pasado
común –improbable pero creíble- con el cual identificarse.
Una de las últimas cabalgatas, llamativamente nombrada “La cabalgata del circo” (1945 –
Mario Sóffici), siembra una duda respecto de la condición de espejo de la realidad, o
ventana abierta al mundo, que se arrogara el cine clásico.
Como es de esperar -dado que su nombre lo indica-, se trata de una cabalgata anclada en
numerosas escenas musicales que la estructuran. Narra la historia del devenir del
espectáculo popular argentino avanzando -a saltos- del circo a la pantomima criolla, de la
pantomima al drama rural, del drama al tango cantado, del tango al cine y – con todo ello –
del campo a la ciudad (y a la modernidad). Ese largo recorrido está suturado por el
protagonismo de dos hermanos nacidos en una familia de cirqueros (Libertad Lamarque y
Hugo del Carril) que se ven obligados a ir transformando su espectáculo a medida que pasa
el tiempo.
Avanzados en edad, el cine llega a la vida de los hermanos a través de los hijos de
Lamarque quienes serán los protagonistas de una película filmada en 1945, que lleva el
nombre de “La cabalgata del circo” y que narra la historia de dos hermanos nacidos en una
familia de cirqueros...
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Si vamos al caso del western, y recuperamos lo señalado acerca del film Buffalo Bill (vista
sobre el final de la bitácora “Industria y Clasicismo –Parte I”), recordaremos que, entre los
muchos personajes históricos que ficcionaliza, está el Gral. George A. Custer: afamado
integrante del ejército de los Estados Unidos, que participó tanto en la guerra de secesión
como en las guerras indias.
En Buffalo Bill, como en varios otros westerns, Custer aparece apenas configurando el
marco histórico por el que circulan los personajes protagónicos. Pero hubo otros films,
entre los que destacamos la clásica Murieron con las botas puestas (They Died with Their
Boots On – 1941 - Raoul Walsh), que tomaron su figura para protagonizar heroicas hazañas
propias de la épica del género. Invariablemente, en unas y otras películas, el personaje
Custer resulta exaltado en su valentía y honor, y en su inquebrantable compromiso con el
ejército –aun cuando desoyera algunos de sus protocolos, siempre en favor de los intereses
de la nación-. Héroe prototípico, sin más.
Ahora bien, corre el año 1948, y RKO Pictures estrena Fuerte Apache. En este western que
-si no pro-indio- al menos insinúa el racismo que subyace a la moral norteamericana, el
Coronel Thursday (interpretado por Henry Fonda) es el alter-ego evidente de George A.
Custer. Pero aquí, “Custer” (Thursday) es el fastidioso coronel que, a disgusto, se pone al
mando de un regimiento de informales, desalineados y borrachines soldados que velan por
la frontera en una rudimentaria localidad cercana a una comunidad de indios Apaches
liderados por Cochise.
Este Custer, el de Fuerte Apache, está más interesado en su trascendencia y gloria personal
que en los intereses del ejército al que sirve. Algo excéntrico, arrogante hasta el capricho,
megalómano y superficial, se ubica casi en las antípodas del héroe americano que la mítica
nacional se había ocupado de construir durante algo más de dos décadas de cine.
Su ambición de reconocimiento, lo lleva a librarse de su mejor soldado (John Wayne) y a
poner en riesgo no sólo a su regimiento sino también a la preciada frontera
norteamericana…
Por supuesto, no es la suerte de Custer lo que acá nos interesa sino la forma en que este
cine escribe la crisis de los mitos que el propio cine configuró, subrayando su
condición de mitos (es decir, su distancia respecto de la realidad). Una reflexión sobre
sí mismo, poniendo en evidencia su propio mecanismo… develándose, entonces, en
tanto que “máquina de construir mitos”.
Una vez más, como en La cabalgata del circo, la película expone su propia “mentira”.
En estas escenas encontramos, entonces, dos claros ejemplos del rasgo manierista: un
cine que se pone en crisis; un cine que hace una crítica del cine.
3
Recordemos, si no, las aperturas de los westerns silentes mencionados en la clase Industria y clasicismo –
Parte I-: La caravana de Oregon (The coverd wagen, 1923, James Cruce) y El caballo de hierro (The iron
Horse , 1924, John Ford)
- Se trata del trabajo de algunos directores…. No todos, y no cualquiera. En estos casos,
se trata de Mario Sóffici y John Ford. Dos directores que, cada uno en su
cinematografía, tempranamente adoptaron posiciones más bien críticas respecto de los
temas que llevaban a la pantalla; una práctica bastante infrecuente cuando todavía
promediaban los años 40’, y que en poco tiempo justificaría que la crítica especializada
los reconozca con el término de autores. Autores, sin embargo, no sólo por su posición
respecto de “los temas”, sino por la forma con la que narran ese posicionamiento.
Efectivamente, la puesta en evidencia de algunos de los mecanismos enunciativos de
sus películas tiende a fisurar la tersura del relato clásico que, no lo olvidemos, se
enmascara o se oculta detrás de las historias que narra. Por esa fisura, como si fuera
una hendija, empezaron a asomarse estos directores, a pesar del pesado andamiaje que
el sistema industrial colocaba sobre ellos.
Tal como lo anticipamos, entonces, el manierismo no fue un fenómeno generalizado que
marcó el ocaso de un modelo, si no la expresión de algunos directores que comenzaban
a querer intervenir críticamente sobre la pretendida transparencia de la narrativa
clásica.
- Estas películas, como todas las películas manieristas, son producidas en el seno mismo
del modelo industrial. Los Estudios San Miguel, la RKO… aun cuando no fueran las
productoras más importantes, lejos están de ser un pequeño sello independiente.
En estrecha relación con ello, ambas películas están protagonizadas por las más
reconocidas estrellas del espectáculo de la época. Cada una de ellas, rostro indiscutido
del género que habita. Géneros, a su vez, de los que no faltan prácticamente ninguno
de sus tópicos.
- Con el modelo industrial intacto y como condición de producción de estas películas, el
relato, aun fisurado y/o evidente, sigue reconociéndose en el modelo clásico: las
historias de desarrollan sin mayores sobresaltos, se configuran espacios reconocibles y
habitables para el ojo del espectador, personajes que -aunque ahora ambiguos- resultan
perfectamente legibles, acciones que se suceden con una lógica causal… En fin, los
universos ficticios en pie.
Es que el manierismo no necesita de innovadoras prácticas cinematográficas, ni supone
un nuevo “modo de ver” y entender el mundo; sino apenas una reflexión sobre el
modelo clásico (toda una manera de entender el mundo) desde el modelo clásico
mismo. No hay ruptura ni quiebre del modelo, sino inflexión o fisura dentro de la manera
clásica de disponer el orden de las cosas. Por eso, el manierismo es la crisis o crítica del
modelo, en él y por él.
Con los ejemplos fílmicos que acabamos de ver, delineamos los rasgos más salientes del
momento en que el clasicismo, luego de haber alcanzado su esplendor, comienza –en
algunos filmes- una etapa introspectiva, madura, y crítica. Como si, algo avergonzada de sí
misma, la escritura clásica tuviera que llenarse de un contenido que no iba a estar dado por
la renovación de sus historias tanto como por la capacidad de revisarlas “desde fuera de
ellas”.
Procuremos hacer ahora una síntesis de los rasgos que definen al manierismo
cinematográfico, pensándolo desde el lugar del espectador (perspectiva que recuperamos
del mencionado texto de Requena):
Para el espectador clásico, la pantalla cinematográfica encuentra su metáfora (doble) en el
espejo y la ventana –y se configura así como reflejo de la realidad o como ventana
abierta al mundo-. De apariencia pulida y cristalina, la pantalla clásica finge ser el
vehículo directo hacia el mundo; el ojo de una cerradura (pero enorme y ubicua) a través
del cual el espectador puede mirar sin ser mirado. ¡¿Cómo dudar de lo que ve?! ¡¿Cómo
sospechar, si parece haber nada entre el mundo y la mirada?!
Dicho de otro modo: los códigos de la escritura clásica (con su gradación de planos, su ejes
imaginarios, sus calculadas entradas y salidas de cuadro, su raccord…) están tan asumidos
por el espectador que no los ve, los olvida en tanto que códigos, en tanto que mediación
simbólica… Olvida el marco de la ventana, olvida la densidad del espejo, olvida su
materialidad, su hechura. En definitiva, olvida que está frente a una representación
(reglada) del mundo y no frente al mundo mismo.
Frente a ello, el manierismo puede ser entendido como aquello que irrumpe sobre la “lógica
de la transparencia”, opaca el cristal, y siembra duda ahí donde el relato clásico ofrece
certezas: ¿Serán tan buenos muchachos los varones del tango? ¿Serán tan valientes y
abnegados los hombres y mujeres del Oeste?...
El relato manierista ya no permite al espectador “verlo todo” (ni escucharlo todo, ni saberlo
todo), desplaza de su centro la mirada del espectador y la tensa hacia un “más allá de
lo dicho, más allá de lo narrado”. Le devuelve al espejo su densidad y a la ventana su
marco.
Podríamos decir, en términos un poco más simplificados, que el manierismo es la tensión
de lo representado, desde la evidencia de la representación… de la ficción de las
historias, desde lo real de los relatos. No deja de recurrir a los mitos clásicos… no deja de
operar bajo la lógica de la verosimilitud, no se produce fuera del sistema industrial. Pero si
no lo hace, es para sospechar de todo ello y llamar a su reflexión.
The searchers contiene varios elementos que valdría la pena recuperar a los fines de
señalarlo como un claro ejemplo en que el western es repensado desde el propio género;
claro exponente de la etapa del llamado “western crepuscular”5 o de lo que aquí
entendemos bajo el término de manierismo. Notemos, sin embargo, unos pocos asuntos:
- El comienzo del film plantea una situación a la que se retorna hacia el final.
Respetando la estructura clásica, la recomposición del orden perdido queda
garantizada. Incluso la composición de los encuadres de apertura y cierre son
semejantes –hasta la evidencia-: un hogar al que Etham llega sin pertenecer del todo a
él, y un hogar similar del que Etham se va antes de haber ingresado (incluso en ambas
escenas el héroe alza en brazos a la sobrina a la que le cuesta reconocer). Sin embargo
no se trata de la misma familia… los muertos fueron sustituidos por los vivos. Así, la
4
Paladino Diana: “El héroe que John Ford fundó en La diligencia pasa por un período de crisis en 1956 y
alcanza la muerte en Un tiro en la noche (1963)”, en España, Claudio: Cien años de cine, La Nación Revista.
5
En términos generales, existen algunos acuerdos entre los analistas en llamar “crepuscular” al western que,
reflexivo, tiende a poner en crisis los principios del western originario: entre ellos, la heroicidad del
protagonista, la civilidad blanca, el salvajismo indio, la promesa moderna como un buen destino.
“Crepuscular” indica, por otra parte, el ocaso de un ciclo que se inicia con la aventura de la industria y el
clasicismo. En ese sentido también se emparenta con el momento histórico en que se identifica la presencia de
rasgos manieristas en las cinematografías industriales. Los términos “súper-westerns” o “westerns
revisionistas” tienden a explicar el mismo fenómeno.
clásica recomposición del orden perdido queda interpelada en el mismo instante
en que se la afirma.
- La tendencia de Ford al re-encuadre se expone en estas escenas con una claridad
apabullante, reforzado por el contraluz. Tal elección no hace más que poner en
evidencia el trabajo de la puesta de cámara, al mismo tiempo que sintetiza
visualmente la “exterioridad” a la que queda librado el héroe en “cumplimiento de su
destino metafísico: integrase en el paisaje hasta desaparecer silenciosamente, destinado
a cabalgar eternamente su melancolía”6.
- El vaivén entre la tragedia y la comedia también es extremo en el film, exacerbando
hasta lo incómodo el recurso clásico de descomprimir con humor (generalmente a
cargo de un personaje específico) las escenas más dramáticas. En el contrapunto entre
una cosa y otra, The searchers no hace más que poner en cuestión los asuntos que se
narran en una u otra clave. Algunas escenas llegan –con su tono- al borde del
ridículo y desde allí, se abren a su crisis (veamos, si no, la imagen del ejército que se
configura en la última escena).
La lista podría continuar observando el nivel de violencia del héroe con los indios en
particular, y -con ello- la posición que el film toma respecto de los valores que
construyeron el devenir histórico de la nación norteamericana… Pero bastan los puntos
señalados para observar cómo el film pone en crisis algunos de los principios que
sustentaron a la narrativa clásica en general, y al western en particular.
No necesariamente más sutiles, pero generalmente más densos y turbios, los rasgos
manieristas encontraron en el cine negro (o film noir) su expresión más acabada y
frecuente.
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6
Bou, Núria y Pérez, Xavier (2000), El jinete solitario del western, El tiempo del héroe. Épica y masculinidad
en el cine de Hollywood. Paidos, Barcelona
Cuando el manierismo se viste de negro
“La ficción negra aparece así, desde la perspectiva evolutiva del cine
americano, como el lugar narrativo y lingüístico en el que se produce al
mismo tiempo, la maduración que lleva a la escritura clásica hasta un
grado de tensión y de complejidad nunca antes alcanzado, la evolución
que prefigura la crisis definitiva de ésta y la gestación –en el seno del
género- de las nuevas formas con las que emerge, desde Hollywood, la
modernidad cinematográfica” - Herredero, Carlos y Santamarina,
Antonio: Cine Negro, maduración y crisis de la escritura clásica, Paidos,
Barcelona, 1996.
Existen varios textos serios que procuran caracterizar el cine negro (y que describimos
hacia el final de este texto). Procuraremos una síntesis:
- Por un lado, el cine negro es aquel que, surgido entre las guerras mundiales, pero
afianzado en el período de la segunda guerra mundial, puede entenderse como
correlato de ella (de sus tantos muertos, de los miedos que generó, de las economías
que derrumbó, de las familias que se desmembraron por su causa…), y de –en
definitiva- la imposición rotunda del sistema capitalista como forma de organización
política, económica y social.
De allí que los temas recurrentes de este cine giren en torno de la violencia, la
corrupción, la muerte o la amenaza de muerte. De allí que estos temas se pongan en
escena en ámbitos urbanos (modernidad), nocturnos (oscuridad), y en muchas
oportunidades ensombrecidos por brumas espesas, y por lluvias. El “mal clima” -
literal y metafóricamente- es el ambiente por excelencia de este cine.
- Por otro lado, el cine negro lo es en la medida en que irá oscureciendo las pantallas a
partir de un trabajo lumínico que privilegiará los altos contrastes. En general, la
composición de los encuadres tenderá a la inestabilidad y al desequilibro -las
líneas oblicuas desplazarán a las horizontales y verticales, se utilizarán alturas y
posiciones de cámara no convencionales y a menudo aberrantes-… En fin, el cine
negro recurrirá, en términos plásticos, a los principios visuales de la vanguardia
expresionista alemana.
Sobre estos rasgos, además, el cine negro irá utilizando cada vez más los recursos del
fuera de campo, la voz en off, la ruptura de la linealidad del relato, el flashback...
recursos que aparecerán a medida que se abandona la narración en tercera persona
omnisciente (focalización cero) para reemplazarla por una narración asumida por la
subjetividad de uno o varios personajes. Recursos que, como sabemos, no solían
tener lugar en la narrativa de los comienzos del clasicismo ni en su momento de mayor
esplendor.
Aun cuando hasta aquí hayamos podido delinear –grosso modo- los rasgos tanto formales
como temáticos del cine negro, esto de ninguna manera nos permite afirmar que se
trata de un género. Efectivamente, no hay aquí un número relativamente acotado de
historias pasibles de ser narradas “en negro”; ni hay férreos condicionamientos en términos
de puesta en escena, estructura narrativa y montaje.
De hecho, hay comedias negras, melodramas negros, policiales negros, westerns negros…
Y es que el cine negro es más bien un estilo, un modo particular de contar historias que
bien pueden ser reconocibles en distintos universos genéricos.
Así, entonces, es condición del cine negro que en sus películas importe más “el modo”
que los temas. O mejor: el cine negro es aquel cuyos temas se encuentran menos en las
historias narradas que en el modo en que se narran. Más aún: en el modo está el tema.
Encontramos aquí, entonces, una de las razones por las que el estilo negro será la
expresión privilegiada de la escritura manierista.
De entre los múltiples géneros que se relataron bajo el estilo negro, el policial fue, sin duda,
uno de los lugares en los que se alojó de manera más frecuente. Caracterizado por tramar
historias centradas en el crimen, la delincuencia, la violencia, la corrupción… no resulta
extraño que “la oscuridad” del noir se sienta especialmente cómoda allí.
El policial negro norteamericano fue ejemplar, cuantioso, y –obviamente- exportado a
escala global. Desde El halcón Maltés (John Huston, 1941), pasando por títulos como
Citizen Kane (Orson Welles, 1941), Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1950), Double
indemnity (Billy Wilder, 1944), hasta Los sobornados (Fritz Lang, 1953) o Sed de mal
(Orson Welles, 1958), son muchas y muy estudiadas la películas que lo caracterizan.
Filmografía merecedora de un capítulo aparte, nos abocaremos acá, sin embargo, al caso
del policial argentino -mucho menos estudiado y difundido que producido-.
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7
Goity, Elena: “Cine policial. Claroscuro y política” en España, Claudio (Dir.Gral): Cine argentino. Industria
y Clasicismo 1933 -1956. Volumen II, Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, 2000.
8
TASSARA, Mabel: “El policial: la escritura y los estilos”, en WOLF, Sergio: Cine argentino, la otra
historia, Buenos Aires, Letrabuena, 1992
- Si bien sigue patrones externos, fundamentalmente norteamericanos, va a introducir
elementos propios con el afán de verosimilizarlos, haciendo reconocibles a sus
personajes y sus ambientes. Es así que el tango no será ajeno al género… bien porque
habitará en los espacios nocturnos por los que sus historias transitan, bien porque dará
rasgo malevo a sus personajes, o porque -como en el caso de No abras nunca esa
puerta (C.H.Christensen, 1952)- el tango cantado por el personaje protagónico será
fundamental en el desenlace de la historia narrada.
9
No debe llamarnos la atención que haya sido Manuel Romero, el mismo director que popularizó las
cabalgatas tangueras y llevó a la categoría de estrellas a muchos de los actores y actrices de nuestro cine
industrial. El antecedente del policial se origina en la Década de oro del cine argentino, de la que Romero fue
el director más emblemático.
VEMOS Fuera de la ley (1937 – Manuel Romero)
Fragmento final: a partir de 01:15:00
https://drive.google.com/file/d/14As2I6f_DgDqkp6rY1I__OQaKk7oF73J/view
Luego de antecedentes como el que acabamos de ver, el policial argentino hace su ingreso a
la pantalla grande presentando algunas particularidades que ameritaron que los analistas los
agruparan -según algunos de sus rasgos principales- en policiales psicológicos, melodramas
policiales, comedias policiales, y hasta policiales documentales. Es interesante, en este
sentido, subrayar el mestizaje genérico que suponen los propios rótulos.
Sin ánimos clasificatorios, intentaremos, en cambio, tomar nota de las características
generales que encontramos en los policiales argentinos, independientemente de los sub-
grupos posibles:
- Los policiales abandonan las historias de grupos (bandas de mafiosos) para pasar a
relatar casos individuales: en general, hombres y mujeres comunes que en muchas
ocasiones presentan una psicología perturbada. En este sentido, es destacable el
abandono que el policial hace de los personajes casi siempre excepcionales de las
películas de los comienzos del período industrial y clásico: destacados cantores/as,
castas, prostitutas, malos malísimos, buenos buenísimos… no existe un personaje
clásico que no sea excepcional, aunque más no fuera por su maniqueísmo.
Así, la apuesta del género policial por “personajes comunes”, es –entre otras cosas- una
apuesta por personajes menos unívocos, moralmente ambivalentes, ambiguos,
densos, conflictuados, hasta contradictorios.
- En el pasaje paulatino de la violencia física a la psicológica, en muchos casos, tanto
las víctimas como los victimarios están igualmente perturbados. En línea con lo
anterior, desde una perspectiva formal, esto supone la configuración de personajes que
abandonan el maniqueísmo.
- En muchos casos, además, estos personajes aparecen narrados por focalizaciones
internas. Con ello, la frecuente aparición del relato en primera persona (focalización
interna) supone, además, la subjetivización del punto de vista y la correspondiente
parcialidad de lo que el espectador accede a ver y conocer de los hechos narrados.
Como espectadores, ya no tendremos acceso pleno a los acontecimientos de una
historia que se desarrolla con claridad desde un narrador omnisciente; ahora el acceso
a la información está mediado por la subjetividad de un personaje que toma la
responsabilidad de construir el relato, muchas veces de manera fragmentaria.
- Se focaliza sobre todo en asuntos menores, cotidianos, llevados adelante por figuras
poco extremas pero que bordean un riesgo claro: el de pasarse fácilmente del lado
del mal. Esto se hace más frecuente sobre todo en los policiales negros, donde el mal
asecha “a la vuelta de la esquina”, oculto en las sombras, o detrás del rostro
aparentemente más inocente.
De ahí que el policial, y más puntualmente el policial negro, sea pensado como la
expresión sintomática de la verdadera escena del mundo: el malestar social. Si el
mundo está en descomposición, si el sistema está corrupto, se desdibujan los límites
entre el bien y el mal, y cualquiera puede ocupar cualquier lugar, hasta que todos
resulten igualmente sospechosos.
- En muchos casos, los avatares de la trama no se narran linealmente sino de manera
fragmentaria, con idas y vueltas en el tiempo. Aunque no necesariamente, el policial
suele tener que “recurrir al pasado” –generalmente para resolver un crimen-… y es ahí
cuando aparece con más frecuencia el uso del flashback –un recurso que muchas
veces atenta contra la lógica causal de los acontecimientos, contra la claridad
denotativa de las historias y, por ende, contra la pretendida “invisibilidad” de la
instancia enunciativa-.
- Como la mirada está centrada en la víctima y no en el victimario, la fuerza normativa
de las películas se debilita. Generalmente no desaparece (después de todo, aun
tratándose de su fase crítica, seguimos hablando del espectáculo del cine industrial y
clásico). La diferencia será que aquí no es el corolario normativo el sentido último
del film.
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La muerte camina en la lluvia. A modo de síntesis final.
- Los títulos de crédito se desarrollan sobre imágenes nocturnas de una Buenos Aires
agitada y moderna. Una mirada atenta permite descubrir que, concretamente, se trata
de la Avenida Corrientes.
Nocturno y urbano, no resulta llamativo que un policial negro se ubique allí. Sin
embargo, sí es particularmente llamativo que se trate de la Av. Corrientes cuando, al
desarrollarse el film, sabemos que no es ese el espacio por el que circulará la trama
argumental. En efecto, y allí encontramos la razón, la Av. Corrientes fue sin dudas la
coordenada de la mayor cantidad de cines y teatros de la ciudad. Es el espectáculo el
que está allí y, por tanto, es esperable que algo de él sobrevenga en este risueño (por
momentos) policial.
- Una voz off nos introduce a la historia. Se trata de la voz de los medios masivos de
comunicación –y concretamente de la radio-. Lo llamativo, es que en ningún caso
accedemos al rostro al que esa voz pertenece, como tampoco al de quienes la escuchan
(en el auto o en el hogar).
Los medios, en este film, estarán sumamente presentes (e incluso con nombre propio) y,
sin embargo, sus anuncios estarán deliberadamente revestidos del anonimato que se
necesita para que creamos: “No es una frase literaria, es una realidad dolorosa, brutal,
increíble, que estremece de horror a Buenos Aires” o, en la misma línea, “dejemos para el
cine la teoría del hombre y la bestia. S López mata para robar”.
Ni cine ni literatura, la noticia –según ella misma- es una realidad, una realidad espantosa.
Aquí, el mecanismo cinematográfico o incluso la ficción en general, con sutileza, se
pone en evidencia como algo distante/distinto de la realidad.
- Sobre esa misma voz radial se suceden las imágenes de la operatoria de uno de los
crímenes de S López, como si, omnipresente, esas imágenes le pertenecieran a ella (y,
por tanto, fueran una verdad irrefutable). Sin embargo, luego serán relegadas a la
subjetividad de un personaje clave, aunque menor, que se hará tan responsable de
brindar la ubicación del asesino como de ser un ladrón.
En la misma escena, la instancia narrativa se enmascara primero detrás de “la noticia radial,
y luego detrás de “el pianista Barquinazo”. El cambio no hace más que poner en
evidencia -otra vez- el artilugio de la puesta.
- Que el asesino se haga llamar S López, marca una pauta que trasciende la mera
estrategia de la incógnita policial. A ello debemos sumarle que se aloja en una pensión
llamada Babel, ubicada en la calle Huérfanos.
López es uno de los apellidos más populares del país. Y “S” designa a alguien que podría
ser cualquiera, nadie en particular, y por tanto todos en general. De filiación desconocida
(Huérfanos), mezclado en una notable diversidad de orígenes (Babel), la trama se
desarrolla bajo la negra consigna de que cualquiera puede ser el asesino en la ciudad
cosmopolita.
- La Buenos Aires sobre la que se desarrolla la historia es trabajada de manera que sea
inmediatamente reconocible –y creíble- por el espectador. Mapas y nombres de barrios
nos dan esa pauta.
Liberada del binarismo barrios/centro-de-la-ciudad propio del cine tanguero de los
orígenes de la industria, aquí se nos presenta una topografía de la ciudad sin
maniqueísmos, donde no se necesita recurrir a barrios malevos para verosimilizar “el
peligro” que, además, podría estar en cualquier lado.
- La policía está pasando por un momento en el que se duda de su pericia… Con
impotencia, el detective a cargo se ve amenazado por el pedido de “remoción de
autoridades”
La ley institucional debilitada e impotente, otra de las recurrencias del estilo negro
sobre la que se suma, aquí, una disputa de poder con la prensa.
- Nocturnidad, lluvia, humedad, planos subjetivos y cámaras disruptivas (es llamativo el
uso de planos interpuestos de objetos que interfieren entre el espectador y aquello que
es dado a ver). Llamativos primerísimos planos, anteojos oscuros, pilotos y sombreros
ladeados… La iconografía del género en su fase negra es indiscutible.
Muchísimo menos densa que la anterior Yo no elegí mi vida, aquí hay resolución posible.
Se devela el misterio. Caso resuelto. Los espectadores asistimos a la explicación lógica de
los eventos que se fueron entramando hasta dar con el asesino (los asesinos). Y, como suele
suceder, triunfa el orden. La institucionalidad queda a salvo.
Pero eso ya no importa… el asunto del film no es el caso S. López en sí, sino la certeza
de que ya nada es lo que parece.
Tenemos ahí, entonces, el rasgo manierista: la representación es engañosa.
Y por si con ello no alcanzara, el juego reflexivo de la película sobre ella misma: en una
sala de cine que se llama REAL, La muerte camina en la lluvia es lo que es: “un
divertimento”, una ficción, una película en cartel.
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Bibliografía de referencia:
Goity, Elena (2000), “Cine policial. Claroscuro y política” en España, Claudio (Dir.Gral): Cine
argentino. Industria y Clasicismo 1933 -1956. Volumen II, Fondo Nacional de las Artes, Buenos
Aires.
González Requena, Jesús (1986), “El sistema de representación clásico y las escrituras manieristas”,
La metáfora del espejo. El cine de Douglas Sirk, Instituto de cine y Radio-televisión. Institute for
the Study of Ideologies and Literatura, Valencia/Minneápolis.
Herredero, Carlos y Santamarina, Antonio (1996), Cine Negro, maduración y crisis de la escritura
clásica, Paidos, Barcelona.
Kohen, H. (2000) “La cabalgata del circo”, en: España, C. (Org.). Cine argentino: industria y
clasicismo: 1933-1956: vol. I. Buenos Aires: Fondo Nacional de las Artes.
Paladino, Diana (2002), "El cine en dos por cuatro (en la primera mitad del siglo XX)", Revista de
estudios históricos sobre la imagen, Nº 41.
Schatz, Thomas: “Cine de detectives (Hardboiled)”, Hollywood Genres, Temple University Press,
Philadelphia.
Tassara, Mabel (1992), “El policial: la escritura y los estilos”, en WOLF, Sergio: Cine argentino, la
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Grassi, Jorge y Bustos, Anabella (2019): “La vida es un tango: el rol del tango en la cinematografía
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