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Historia General V – Resumen general 2021

La revolución industrial y la sociedad inglesa

La revisión de la Revolución Industrial llevó a cuestionar procesos más amplios


como la formación de la burguesía industrial o el cambio de la vida en las clases
trabajadoras.
La riqueza de las clases victorianas no tendría su origen en la industria, sino
que el comercio, las finanzas y la tierra serían más importantes que las actividades
industriales. El fracaso de los industriales para alcanzar altas esferas fue atribuido a la
pasión por asimilarse a la gentry, no pudiendo convertirse en un grupo político propio, ya que
no lograron prestigio social y se mantuvieron subordinados a la tierra, el comercio y
las finanzas.
En cuanto a lo ocupacional, se ve que la población era menos agrícola de lo que
se pensaba por lo que se atenúa el impacto de la revolución en la estructura
ocupacional. En relación a los ingresos se genera una fuerte diferenciación por el pedido de
mano de obra cualificada.

Conclusiones

En los últimos años hay un cambio importante sobre las miradas de la


revolución industrial.
Se ve a la industrialización como un proceso gradual que se inicia en el siglo
XVIII y se extiende hasta mediados del siglo XIX, sin dejar de ver que las condiciones
de la revolución industrial fueron importantes (transporte, comunicación, búsqueda de
nuevos mercados); se piensan las diferentes vías y no solo el caso inglés; y se busca
poder articular diferentes artistas y problemáticas.

Hobsbawm, E. La era de la revolución, Labor, Barcelona, 1991.


Cap 1: “El mundo en 1780-1790”
Lo primero que debemos observar acerca del
mundo de 1780-1790 es que era mucho más pequeño
y a la vez grande que el nuestro, ya que tenía solo una
fracción de la población de hoy, habiendo grandes
extensiones de tierra deshabitadas. Asi mismo, las
personas eran más pequeñas físicamente.
Sin embargo, era incalculablemente vasto para
la casi-totalidad de estos habitantes. Existían pocas
posibilidades de trasporte de viajeros por tierra, y el
alto costo y la lentitud del traslado de mercancías era
de resaltar. Por otra parte, las noticias eran difundidas
por viajeros o el sector móvil de la población, y algunas
de ellas llegaban por vías oficiales del Estado o la
Iglesia, y tanto gobernantes como comerciantes se comunicaban por carta.
Por otro lado, este mundo era preponderantemente rural. Eran dos las ciudades
europeas grandes: Londres y París. El resto eran pequeñas ciudades provincianas, sin
embargo, esto no impedía que los verdaderos ciudadanos miraran por encima del hombro al
campo. A pesar de las tajantes diferencias entre campesinos y citadinos, la ciudad
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provinciana perteneció esencialmente a la economía y a la sociedad de la comarca, ya


que vivía a expensas de los aldeanos de las cercanías. Su clase media y profesional eran
traficantes de cereales y ganado, transformadores de productos agrícolas, abogados,
notarios, mercaderes, representantes del gobierno, del señor o de la iglesia. La ciudad
provinciana había declinado tristemente desde sus días gloriosos de la edad media.
El problema agrario era fundamental en el mundo de 1789.
Desde el punto de vista de la relación con la propiedad agraria podemos dividir
a Europa en tres.
1) Al oeste de Europa estaban las colonias ultramarinas, trabajadas por el
cultivador indio o negro esclavo, sometido a la coacción política. La economía característica
de la posesión era casi feudal, primitiva y autolimitada o regida por demandas regionales.
2) Al Este estaba la región de servidumbre agraria. El cultivador estaba ahogado
en la marea de servidumbre creciente sin interrupción desde fines del siglo XV. El señor
característico de las zonas serviles era un noble, propietario y cultivador o explotador
de grandes haciendas. Aquí, las propiedades de decenas de miles de hectáreas eran
numerosas.
3) Socialmente la estructura agraria en el resto de Europa no era muy diferente.
Cualquiera que poseyese una finca era un ‘caballero’ a los ojos de los desposeídos. En
muchos lugares de Europa occidental el orden feudal estaba vivo políticamente, aunque
cada vez más anticuado en lo económico.
La sociedad rural occidental era muy diferente. El campesino había perdido
mucho de su condición servil en los últimos tiempos de la Edad Media, pero sólo pocas
comarcas habían impulsado el desarrollo agrario dando un paso adelante hacia una
agricultura puramente capitalista, principalmente en Inglaterra. El típico cultivador era un
comerciante de tipo medio, granjero-arrendatario que operaba con trabajo alquilado.
Lo que surgió no fue una agricultura campesina, sino una clase de empresarios
agrícolas y un gran proletariado agrario. Técnicamente la agricultura europea era
todavía tradicional e ineficiente. La alimentación en Europa seguía siendo regional. El siglo
XVIII no supuso un estancamiento agrícola sino una gran era de expansión demográfica que
impulsó y exigió desarrollo agrario.
El mundo de la agricultura resultaba perezoso, salvo -quizá- para el sector
capitalista.
Paulatinamente empieza a crecer la comunicación y la red comercial se hace más
densa en relación a la explotación colonial.
Aunque la minería y la industria se extendían con rapidez en todas partes de
Europa, el mercader seguía siendo el
director. La principal forma de expansión
de la producción industrial fue la
denominada ‘sistema doméstico’ o
putting out, por lo cuál, el mercader
compraba todos los productos del
artesano o del trabajo no agrícola de los
campesinos para venderlo en grandes
mercados.
Esto creó inevitablemente unas
rudimentarias condiciones para un
capitalismo industrial.
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La especialización en los procedimientos y funciones permitió dividir la vieja artesanía


y crear un grupo de trabajadores semiexpertos entre los campesinos. La llave maestra de
estas formas descentralizadas de producción era alguna clase de mercader y ‘los industriales’
que surgieron o estaban a punto de surgir de las filas de los propios productores eran
pequeños operarios a su lado, aún cuando no dependieran directamente de aquel.
Inglaterra fue el país europeo más poderoso del siglo XVIII debido a su progreso
económico.
Las ciencias se dedicaron a pensar los desarrollos técnicos, y se desarrollaron
grupos masónicos, en los que no contaban las diferencias de clase y se propagaba con
celo desinteresado la ideología de la ilustración. Es significativo que los dos centros
principales de esta ideología lo fueran también de la doble revolución. Su objetivo era liberar
al individuo de las cadenas que lo oprimían (el tradicionalismo ignorante de la Edad Media)
y sacar todos los obstáculos al progreso (muchos ligados a la iglesia).
Los jefes de la emancipación por la que clamaba la ilustración procedían de las capas
intermedias de la sociedad y el nuevo orden social que nacería de sus actividades sería un
burgués y capitalista.
Es más exacto considerar la ilustración como una ideología revolucionaria, a
pesar de la cautela y moderación política, en tanto la mayor parte de quienes la
evocaban ponían su fe en la monarquía absoluta “ilustrada”.
Con la excepción de Gran Bretaña (que había hecho su revolución en el siglo
XVII) y algunos estados pequeños, las monarquías absolutas gobernaban en todos los
países europeos.
Las necesidades de cohesión y la eficacia estatal obligaron a los monarcas a doblegar
las tendencias anárquicas de sus nobles y a crear un aparato estatal con servidores
civiles, no aristocráticos. Las clases medias y educadas con tendencia al progreso
consideraban a menudo al poderoso aparato centralista de la monarquía ilustrada
como la mejor posibilidad de lograr sus esperanzas.
Pero la monarquía absoluta, a pesar de ser modernista e innovadora, no podía
zafar de la jerarquía de los nobles terratenientes, cuyos valores simbolizaba e incorporaba,
a la vez que dependía de ellos en gran parte. La monarquía pertenecía al mundo bautizado
por la Ilustración como “feudal”, y estaba dispuesta a utilizar todos los recursos posibles
para reforzar su autoridad y rentas.
Existía un conflicto latente entre las fuerzas de la vieja sociedad y la nueva
“burguesía”, que no podía resolverse dentro de las estructuras de los regímenes
políticos existentes, con la excepción de Inglaterra. Lo que hacía a esos regímenes más
vulnerables todavía era que estaban sometidos a diferentes presiones: de las nuevas
fuerzas, de la tenaz y creciente resistencia de los viejos intereses y la de los rivales
extranjeros.
La extrema rivalidad internacional ponía a prueba los recursos del estado. Una
tremenda serie de rivalidades políticas imperó en la escena internacional europea durante
la mayor parte del XVIII, y el último gran conflicto entre Gran Bretaña y Francia
representó la disputa entre los viejos y los nuevos regímenes.
Hobsbawm analiza la relación entre Europa y el resto del mundo. Para él, el
complejo dominio político y militar del mundo a manos de Europa iba a ser resultado
de los procesos devenidos durante de la época de la doble revolución.
El gran imperio chino, en la cima de su poderío con la dinastía Manchú, no era víctima
de nadie, y una parte de la influencia cultural corría del este al oeste en el campo de las artes
y la filosofía; las potencias islámicas, como Turquía, aunque sacudidas por los estados
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europeos vecinos (Rusia y Austria) distaban de ser ‘los pueblos desvalidos en que se
convertirían en el siglo XIX; y África permanecía inmune a la penetración militar europea.
Si bien hubo previamente un avance de la colonización europea ‘más allá de la
primitiva conquista del siglo XVI, la doble revolución iba a hacer irresistible la expansión
europea, aunque también iba a proporcionar al mundo no europeo las condiciones y el
equipo para lanzarse al contraataque.

Cap. 2: “La revolución industrial”

Elegir el punto de partida de la Revolución Industrial (RI) es caprichoso porque


el impacto no se hizo sentir hasta 1840, una fecha muy avanzada si consideramos el
periodo que estudiamos.
La RI debe ser abordada teniendo en cuenta dos aristas: 1) “estalló’ antes de la
toma de la Bastilla y 2) sin ella no podríamos comprender el impersonal subsuelo de la
historia en el que nacieron aquellos hijos que produjeron los sucesos más singulares
de nuestro periodo.
¿Qué significa que la RI “estalló”? Podemos pensar que un día entre 1780 y 1790
se liberó al poder productivo de las sociedades humanas de sus cadenas, y estas
sociedades se hicieron capaces de una constante, rápida e ilimitada multiplicación de
hombres, bienes y servicios.
Hobsbawm piensa que la RI es una etapa que no tiene principio ni fin, pero sitúa
al take-off (el despegue del crecimiento autosostenido) entre 1780 y 1800,
simultáneamente a la RF.
Para Hobsbawm, la RI fue el acontecimiento más importante de la historia del
mundo y tuvo su inició en Gran Bretaña.
El adelanto británico no se debió a la superioridad técnica ni científica, en tanto
las innovaciones e inventos técnicos fueron sumamente modestos y en ningún sentido
superaron a los experimentos de los artesanos inteligentes.
Las condiciones legales se dejaban sentir mucho en Gran Bretaña, donde hacía
más de un siglo el rey había sido decapitado por el pueblo, y desde que el beneficio
privado y el desarrollo económico habían sido aceptados como los objetos supremos.
Asi mismo, la solución revolucionaria para el problema agrario ya había sido
encontrada: un puñado de terratenientes de mentalidad comercial monopolizaba casi
la tierra que era cultivada y había también arrendatarios que empleaban gente sin
tierras o con tierras muy pequeñas.
La agricultura estaba preparada para cumplir sus tres funciones en la
industrialización: 1) aumentar la producción y productividad para alimentar al
crecimiento no agrario, 2) proporcionar un vasto cupo de reclutas para ciudades e
industrias y 3) ser mecanismo para la acumulación de capital utilizable por los sectores
más modernos.
El equipo general necesario estaba siendo construido (buques, puertos, caminos), y
la política ya estaba engranada con los beneficios: el dinero gobernaba y regía los intereses.
El siglo XVIII fue para casi toda Europa de prosperidad y cómoda expansión
económica. Se puede decir que esta expansión junto con una leve inflación fue lo que
impulsó a muchos países a cruzar el umbral que separaba la economía pre-industrial
de la industrial, pero debemos problematizar esta lectura, en tanto no toda expansión
industrial terminó en RI.
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Las primeras manifestaciones de la RI ocurrieron cuando el crecimiento


económico surgió de las decisiones entrecruzadas de innumerables empresarios
privados e inversores, regidos por el principal imperativo del momento: comprar en el
mercado barato y vender caro.
Para esto se requerían dos cosas: 1) una industria que ya ofreciera
excepcionales retribuciones para el fabricante y 2) un mercado mundial.
Gran Bretaña tenía un gobierno fuerte que se apoderó de los mercados de sus
competidores (un siglo de guerra con Francia eliminó a todos los rivales de los miembros
extraeuropeos).
La industria británica algodonera tuvo su origen como un subproducto del
comercio ultramarino. Más baratos que la lana, el algodón y las mezclas de algodón no
tardaron en obtener en Inglaterra un mercado modesto pero beneficioso. Sus mayores
posibilidades para una rápida expansión estaban en ultramar.
El comercio colonial había creado la industria
del algodón y continuaba nutriéndola: en el siglo XVIII
se desarrolló en el hinterland de los mayores puertos
coloniales, como Liverpool.
Las plantaciones de las indias occidentales, a
dónde llevaban esclavos, proporcionaban la cantidad
de algodón en bruto suficiente para la industria
británica. El impulso del comercio colonial bancó la
imprevisible expansión que incitaba a los empresarios
a adoptar las técnicas revolucionarias para
conseguirla.
En términos mercantiles, la RI puede
considerarse hacia 1780 como el triunfo del mercado
exterior sobre el interior.
El autor destaca dos zonas para analizar. 1) América Latina vino a depender
virtualmente casi por completo de las importaciones británicas durante las guerras
napoleónicas y en adelante. 2) Las Indias Orientales habían sido el exportador tradicional
de mercancías de algodón impulsadas por las Compañías de las Indias, pero cuando los
nuevos intereses industriales predominaron en Inglaterra, los intereses mercantiles aquí se
vinieron abajo, llevándose a cabo un proceso de desindustrialización, cambiando entonces
las relaciones comerciales con oriente. Sólo la autárquica China se negaba a comprar a
occidente, hasta que se descubrió el opio.
Los nuevos inventos que produjeron el impulso revolucionario (máquinas de
hilar, husos mecánicos, telares) eran relativamente sencillos y baratos y compensaban
sus gastos de instalación con una altísima producción. Podían ser instalados por
pequeños empresarios, pues los más ricos del siglo XVIII no invertían grandes sumas
en industrias. La expansión de la industria pudo financiarse fácilmente al margen de
las ganancias corrientes, pues la combinación de la conquista de vastos mercados y
una continua inflación de precios produjo fantásticos beneficios.
El camino evidente de la expansión industrial en el siglo XVIII no era el de la
construcción de talleres, sino el de la extensión del sistema doméstico (putting out) en
el que los trabajadores elaboraban el material bruto en sus casas, con utensilios
propios o alquilados, recibiendo y entregando el producto final a los mercaderes que
estaban a punto de convertirse en empresarios.
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La opinión de que el algodón es el primer paso de la RI es acertada. En 1830 la


algodonera era la única industria británica en la que predominaba el taller o hilandería.
Las fábricas a las que las nuevas disposiciones legales se referían fueron, hasta 1860-1870,
casi exclusivamente talleres textiles con absoluto predominio de los algodoneros. En otras
industrias hubo cambios, pero fueron más modestos y no emplearon tanta gente.
La demanda derivada del algodón contribuyó al progreso económico de Gran
Bretaña hasta 1830. La expansión de la industria algodonera fue tan grande y su peso
en el comercio exterior tan decisivo que dominó la economía total del país. Sólo la
agricultura tenía fuerza comparable y estaba en declive.
El progreso no era uniforme, claramente. Sus
más grandes consecuencias fueron sociales: la
transición a la nueva economía creó miseria y
descontento. La revolución social estalló en forma de
levantamientos espontáneos de los pobres en las
zonas urbanas e industriales y dio origen a las
revoluciones de 1848 en el continente y al vasto
movimiento cartista4 en Inglaterra.
La industria del algodón al principio disfrutaba
enormes ventajas, siendo la principal de ellas la mano de
obra barata, ofrecida tanto por hombres como mujeres y
niños. El mayor costo, el del material en bruto, fue
drásticamente rebajado por una rápida expansión del
cultivo del algodón en el sur de los Estados Unidos. Se
añade que los empresarios ganaban también por la inflación (era más barato la $ cuando
producían que cuando vendían).
Después de 1815 estas ventajas se vieron cada vez más neutralizadas por la
reducción del margen de ganancia por dos motivos: 1) la RI y la competencia causaron una
caída del precio del artículo terminado, y 2) después de 1815 el ambiente general de los
precios era de deflación y las ganancias tenían leve tendencia a la baja.
De todos los costos, el de los jornaleros era el más comprimible. Esto se podía hacer
de 3 formas: por reducción directa, por sustitución de los expertos por mecanismos más
baratos y por competencia de la máquina.
Otro problema en relación al agro: las leyes protectoras de cereales hacían que Gran
Bretaña no pudiera comprar a países no industrializados alimentos, y éstos no compraban
manufacturas a Gran Bretaña
La industria se veía obligada a mecanizarse, racionalizarse y aumentar su producción
y ventas, sustituyendo por un volumen pequeño de beneficios por unidad la desaparición de
los grandes márgenes.
El autor plantea el problema de cómo encontrar con rapidez buenos y vastos
mercados al alcance de los fabricantes.

4 El cartismo fue un movimiento popular radical que surgió en Reino Unido desde 1836 hasta
1848 y que expresaba la agitación de la clase obrera, debido a los cambios derivados de la
Revolución Industrial, la coyuntura económica y las leyes promulgadas por el Parlamento. Al
igual que el ludismo, el cartismo fue un movimiento propio de la primera etapa del movimiento
obrero, pero, a diferencia de aquel, tuvo una índole esencialmente política. Obtuvo su nombre
de la Carta del Pueblo (People's Charter), un documento escrito el 7 de junio de 1837 en el
British Coffee House de Londres, que fue enviado al Parlamento del Reino Unido en 1838.
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Semejantes mercados no existían para la industria pesada del hierro, y recién lo


hacen con la RI. La capacidad del hierro aumento por pocas y sencillas innovaciones, pero la
demanda no militar era baja y la militar remitió después de Waterloo5.
No ocurría lo mismo con el carbón, en tanto tenía la ventaja de ser la mayor
fuente de poderío industrial del siglo XIX y también el más importante combustible
doméstico. La escasez de bosques en Gran Bretaña y el crecimiento de las ciudades
hizo que se expandan las minas de carbón rápidamente.
Sus innovaciones fueron más bien mejoras que verdaderas transformaciones en su
producción. Esta enorme industria era lo suficientemente amplia como para estimular la
invención básica que iba a transformar a las principales industrias de mercancías: el
ferrocarril. Apenas se demostró en Inglaterra que era factible y útil, entre 1825 y 1830 se
hicieron proyectos para construirlo en casi todo el mundo occidental. Su capacidad de abrir
caminos hacia países antes separados de comercio mundial fue tremenda.
La razón de la súbita, inmensa y esencial expansión estriba en la pasión con la
que los hombres de negocios y los inversionistas se lanzaron a la construcción de
ferrocarriles.
¿A qué se deben las inversiones? Las clases ricas acumularon rentas tan deprisa
y en tan grandes cantidades que excedían la posibilidad de gastarlas e invertirlas.
¿Dónde podían invertir? En el extranjero, en tanto esta vía se presentó como una
magnifica posibilidad, disponiéndose el capital británico para el préstamo, invirtiéndose
principalmente en ferrocarriles.
Hobsbawm propone estudiar la movilización y el despliegue de los recursos
económicos, la adaptación de la economía y la sociedad exigida para mantener la
nueva y revolucionaria ruta.
El primer factor de despliegue fue el trabajo: una violenta disminución en la
población agrícola y un aumento de la urbana, sumando al rápido crecimiento general de
toda la población generó un brusco aumento del suministro de alimentos, una revolución
agrícola. El cambio agrícola había precedido a la RI haciendo posible los primeros
pasos para el aumento de la población. El gran aumento de la producción que permitió a
la agricultura británica en 1830-1841 proporcionar el 98% de la alimentación se alzó gracias
a la adopción general de métodos descubiertos a principios del siglo anterior para la
racionalización y expansión del área de cultivo.
La RI se logró por una transformación social más que técnica. Gracias a la
evolución de los siglos XVI al XVIII, que hizo de Inglaterra un país de escasos
terratenientes, de un moderado número de arrendatarios rurales y de muchos
labradores jornaleros, se consiguió con un mínimo de perturbaciones, aunque se
opusieran a ello las clases pobres del campo y la tradicionalista clase media rural.
En términos de productividad económica esta transformación social fue un
éxito.
En términos de sufrimiento humano, una tragedia.
Desde el punto de vista de la industrialización también tuvo consecuencias
deseables, pues una economía industrial necesita trabajadores. Los patronos ingleses
se quejaban de que los trabajadores trabajaban hasta alcanzar el salario tradicional y luego

5 La batalla de Waterloo fue un combate que tuvo lugar el 18 de junio de 1815 entre el ejército
francés, comandado por el emperador Napoleón Bonaparte, contra las tropas británicas,
holandesas y alemanas, y el ejército prusiano.
La batalla significó el final definitivo de las guerras napoleónicas.
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se detenían. La solución era establecer una disciplina laboral draconiana (en beneficio de los
patronos) pero sobre todo en la práctica de retribuir salarios mínimos.
Los trabajadores profesionales y expertos eran escasos. Junto a los problemas
de provisión de mano de obra, el de la provisión de capital carecía de importancia. La
gran dificultad consistía en que la mayor parte de quienes poseían riquezas en el siglo
XVIII (terratenientes, mercaderes, armadores, financieros) eran reacios a invertirlas en
las nuevas industrias.
Tampoco había dificultades respecto a la técnica del comercio y las finanzas privadas
o públicas. Los bancos, billetes, acciones eran cosas conocidas y la mayoría de los hombres
podían manejarlo. Además, a fines del siglo XVIII, la política gubernamental estaba
fuertemente enlazada con la supremacía de los negocios.
La Revolución Francesa proporcionó a los franceses una maquinaria legal más
racional y efectiva para tal finalidad, pero los ingleses se las arreglaron bien y mejor que sus
rivales.
Casual, improvisada y empírica, así podemos definir a la primera economía
industrial.

Hobsbawm, E. Industria e Imperio, Ariel, Barcelona, 1978.


Cap 2: “El origen de la revolución industrial”
El autor parte de la base de que la revolución
industrial no es simplemente una aceleración del
crecimiento económico, sino una aceleración del
crecimiento determinada y conseguida por la
transformación económica y social. Además, determina que
hay que explicar por qué la persecución del beneficio
privado condujo a la transformación tecnológica, ya que
no es forzoso que deba suceder así automáticamente.
En segundo término, Hobsbawm habla de la
revolución industrial como la primera de la historia, ya que
marca el paso a la modernidad en el crecimiento
económico autosostenido por medio de una constante
revolución tecnológica y transformación social. Sin
embargo, la revolución industrial no puede explicarse solo
en términos británicos ya que Inglaterra formaba parte de
una economía más amplia: la europea. Además de las relaciones con zonas “avanzadas”
existían relaciones con áreas de economía dependiente como colonias no formales
(América) o en puntos de comercio y dominio (Oriente) y, en parte, en sectores especializados
en atender demandas de las zonas avanzadas como parte de la Europa oriental.
Lo que ha movido a varios historiadores es la pregunta de por qué surge la
revolución industrial en Inglaterra y a finales del siglo XVIII. Hobsbawn rechaza las
teorías que tratan de explicarlo en términos de clima, geografía, cambio biológico en la
población u otros factores exógenos, y las rechaza en tanto las buenas cosechas se habían
dado en periodos anteriores sin generar el mismo resultado, por poner un ejemplo. Así los
factores climáticos, geográficos, la distribución de los recursos naturales, no actúan
independientemente, sino solo dentro de una determinada estructura económica,
social e institucional.
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Para el autor también deben rechazarse las explicaciones de la revolución


industrial que la remiten a “accidentes históricos”. Los grandes descubrimientos, la
revolución científica y la reforma no explican por si solas el resultado.
Finalmente rechaza teorías que ven factores puramente políticos.
Las principales condiciones previas para la industrialización ya estaban
presentes en la Inglaterra del XVIII, o bien podían lograrse con facilidad: no existió
escasez de capital ni en términos absolutos ni en términos relativos; el país no era
simplemente una economía de mercado, sino que en muchos aspectos constituía un
solo mercado nacional, y además poseía un extenso sector manufacturero altamente
desarrollado y un aparato comercial aún más; la comunicación y transporte eran fáciles
y baratos; y el desarrollo industrial estaba dentro de las capacidades de una
multiplicidad de pequeños empresarios y artesanos cualificados tradicionales. Ningún
país del siglo XX que emprenda la industrialización (“subdesarrollo”) tiene o puede
tener algo parecido a estas ventajas.
El acertijo reside en las relaciones entre la obtención de beneficios y las
innovaciones tecnológicas, porque la economía de empresas privadas tiende hacia el
beneficio, pero no a la innovación. Y, lo que es más, no es probable que el mercado de
masas crezca mucho más rápidamente que la tasa relativamente lenta de crecimiento de la
población. En criollo, un empresario hubiera seguido fabricando artículos caros para
ricos, y no baratos para pobres.
La industrialización cambia esto permitiendo a la producción que amplía sus
propios mercados, cuando no crearlos. Hay dos escuelas de pensamiento sobre esta
cuestión: la que hace hincapié en el mercado interior y la que lo hace en el exterior,
pero probablemente ambos eran esenciales de forma distinta, como también lo era un
tercer factor: el gobierno.
El mercado interior podía crecer de 4 maneras, 3 de las cuales no son rápidas:
por crecimiento de la población, por transferencia de las gentes que recibían ingresos no
monetarios a monetarios, por incremento de la renta per cápita, y por el desarrollo de artículos
industriales que sustituyeran a las formas más anticuadas de manufacturas o importaciones.
En cuanto al crecimiento de la población, deviene en mayor cantidad de mano
de obra y más barata, lo que con frecuencia se supone que es un estímulo para el
crecimiento económico en el sistema capitalista. Sin embargo, esto no es así ya que se
termina produciendo hacinamiento y estancamiento, y a su vez la mano de obra barata
puede retardar la industrialización.
Si en la Inglaterra del siglo XVIII una fuerza de trabajo cada vez mayor coadyuvó al
desarrollo fue porque la economía ya era dinámica, no porque alguna extraña inyección
demográfica la hubiera hecho así. La población creció en toda Europa septentrional y la
industrialización no tuvo lugar en todas partes. Además, la población aumentó rápidamente
en consonancia con la revolución y no la precedió. En realidad, los ingresos medios de
los ingleses aumentaron sustancialmente en la primera mitad del siglo XVIII, gracias sobre
todo a una población que se estancaba y a la falta de trabajadores.
Tenemos que pensar este proceso como un paulatino, donde se van generando
de posición, y no como un salto abrupto.
Ahora bien, desde principios del siglo XVIII se llevaron a cabo mejoras
sustanciales y costosas en el transporte tierra adentro con el fin de disminuir los
costos prohibitivos del transporte de superficie. Entonces el impulso para realizar
dichas mejoras fue el mercado interior, y de modo muy especial la creciente demanda
urbana de alimentos y combustible.
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Las industrias alimenticias compitieron con las textiles como avanzadas de la


industrialización de empresa privada, ya que existía para ambas un amplio mercado.
Asi mismo, encontramos que el consumo de carbón se realizó casi enteramente en el
gran número de hogares urbanos, especialmente londinense, y en consecuencia de
este consumo y la necesidad de traslado, surgieron las máquinas de vapor, que podría
decirse entonces que fueron producto de las minas.
La principal ventaja del mercado interior preindustrial era, por lo tanto, su gran
tamaño y estabilidad. Es posible que su participación en la revolución fuera modesta,
pero promovió el crecimiento económico y estaba en condiciones de amortiguar las
fluctuaciones y colapsos de las industrias de exportación. Es posible que el mercado
interior no proporcionara la chispa, pero suministro el combustible y el tiro suficiente
para mantener el fuego.
El potencial expansivo de las industrias de exportación se debía a que no
dependían del índice natural de crecimiento del país, sino que podían crear la ilusión
de un rápido crecimiento controlando una serie de mercados de exportación de otros
países y destruyendo la competencia interior de otros, es decir a través de los medios
políticos o semi-politicos de guerra y colonización.
Las políticas de colonización y conquista de mercados por la guerra requerían
no solo una economía capaz de explotar esos mercados, sino también un gobierno
dispuesto a financiar ambos sistemas de penetración en beneficio de los
manufactureros británicos. Aquí entra en juego el papel crucial del gobierno en tanto
el inglés estaba dispuesto a subordinar toda la política exterior a sus fines económicos.
Además su política era de agresividad sistemática, sobre todo contra su principal competidor,
Francia. La guerra contribuyo aún más directamente a la innovación tecnológica y a la
industrialización.
El modelo tradicional de expansión europea había entrado en crisis en la gran
depresión económica del siglo XVIII, dando como resultado que los nuevos centros de
expansión fueran los estados marítimos que bordeaban el Mar del Norte y el Atlántico
Norte.

Este desplazamiento no solo era geográfico sino estructural. El nuevo tipo de


relaciones establecido entre las zonas adelantadas y el resto del mundo tendió a
intensificar y ensanchar los flujos del comercio.
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La poderosa, creciente y dinámica corriente de comercio ultramarino que


arrastró con ella a las nacientes industrias europeas era difícilmente imaginable sin
este cambio que se apoyaba en tres aspectos:
1) en Europa, en la constitución de un mercado para productos ultramarinos de
uso diario;
2) en ultramar, en la creación de sistemas económicos para la producción de
tales artículos (como esclavos)
y 3) en la conquista de colonias destinadas a satisfacer las ventajas económicas
de sus propietarios europeos.
Detrás de la Revolución industrial inglesa está esa proyección en los mercados
coloniales y “subdesarrollados” de ultramar y la victoriosa lucha para impedir que los
demás accedieran a ellos.

Cap 3: “La Revolución Industrial, 1780-1840”

Hablar de Revolución Industrial es


hablar de algodón y, por ende, de
Manchester. Pero no fue solo algodón, ya
que, a pesar de perder la primacía en este
ámbito al cabo de un par de generaciones,
en esta zona se inició el cambio industrial
que sentó las bases para el posterior
surgimiento de otras regiones que no
hubieran existido a no ser por la
industrialización, y que terminaron dando
origen a una nueva forma de sociedad,
signada por el capitalismo industrial,
basada en una nueva forma de
producción desarrollada en la fábrica.
La manufactura de algodón fue un
típico producto secundario derivado de la
dinámica de comercio internacional,
sobre todo colonial, en tanto el algodón en
bruto se usó en Europa mezclado con lino
para producir una versión económica de
aquel tejido colonial llamado fustán.
La industria lanera inglesa logró en
1700 que se prohibiera la importación india, consiguiendo así una suerte de vía libre para el
mercado interior, al tiempo que abarcó exportaciones en competencia con los productos
indios.
Las plantaciones de esclavos de las Indias occidentales proporcionaron materia
prima, hasta que en 1790 el algodón obtuvo una nueva fuente, virtualmente ilimitada,
en las plantaciones de esclavos del sur de los Estados Unidos, zona que se convirtió en
una economía dependiente del Lancashire. Pero tras la Primera Guerra Mundial, cuando
indios, chinos y japoneses fabricaban o incluso exportaban sus propios productos
algodoneros y la interferencia política de Gran Bretaña ya no podía impedirles que lo hicieran,
la industria algodonera británica tenía los días contados.
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El problema técnico que determinó la naturaleza de la mecanización en la


industria algodonera fue el desequilibrio entre la eficiencia del hilado y la del tejido.
Tres invenciones equilibraron la balanza: la spinning Jenny de 1760, que permitía
a un hilador a mano hilar a la vez varias mechas; la water frame de 1768 que utilizó la idea
original de la spinning con una combinación de rodillos y husos; y la fusión de las dos
anteriores, la mule de 1780, a la que se le aplico en seguida vapor.
Así, las factorías algodoneras de la revolución fueron esencialmente hilanderías,
aunque el tejido se mantuvo a la par de esas innovaciones multiplicando los telares y
tejedores manuales.

Es necesario procesar el algodón en bruto para obtener el hilo (fase de hilado) con el que
posteriormente poder tejer (fase de tejido, de la que resulta la tela de algodón). En la imagen podemos
observar una hilandería, en el que las innovaciones técnicas permiten realizar mucho más rápido y en
mayor cantidad un trabajo que antes era demasiado lento. Se puede ver cómo se va enrollando en
cada bobina el hilo ya obtenido del algodón en bruto. El tejido continúa haciéndose de forma manual y
artesanal, pero progresivamente será realizado también por telares mecánicos.

La tecnología de la manufactura algodonera fue muy sencilla, ya que requería


pocos conocimientos científicos, y las innovaciones técnicas se tradujeron en
cuestiones prácticas, tal como la extensión de la jornada laboral a partir de 1805 mediante
la incorporación de la iluminación de gas en las fábricas. Es de destacar, así mismo la
aplicación de las invenciones más recientes de la química para el blanqueo y teñido de los
tejidos.
La novedad no radicaba en las innovaciones, sino en la disposición mental de
la gente práctica para utilizar la ciencia y la tecnología que durante tanto tiempo habían
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estado a su alcance y en un mercado que se abría a los productos con la rápida caída
de costos y precios.
El nuevo sistema se componía, según los contemporáneos, de tres elementos.
El primero era la división de la población industrial entre empresarios
capitalistas y obreros que no tenían más que su fuerza de trabajo.
El segundo era la producción en fábrica como una combinación de máquinas
especializadas con trabajo humano especializado.
El tercero era la sujeción de toda la economía (en realidad de la vida toda) a los
fines de los capitalistas y la acumulación de beneficio.
En aquel entonces estaban quienes estaban a favor de la industrialización y el
capitalismo -sin separar ambos fenómenos-, quienes estaban totalmente en contra y
quienes destacaban el avance industrial pero no la forma capitalista de explotación.
En conjunto, sin
embargo, y a excepción del
algodón y de los grandes
establecimientos característicos
del hierro y del carbón, el
desarrollo de la producción en
fábricas mecanizadas o en
establecimientos análogos
tuvo que esperar hasta la
segunda mitad del siglo XIX y
aun entonces, el tamaño
medio de la planta o empresa
fue pequeño.
Esta inestabilidad
podría haber sido su fase final, aunque sabemos que no lo fue, sino el primer paso del
desarrollo del capitalismo industrial.
La Gran Bretaña industrial primeriza atravesó una crisis que alcanzó su punto
culminante en la década de 1830-18406. Que no haya sido su crisis final no debe

6 Hacia 1830, la economía inglesa, que no había dejado de creer desde el inicio de la
industrialización, comenzó a experimentar una crisis. Pero esta crisis no era como las
anteriores, típicas del mundo agrícola, sino que fue una crisis vivida con mucha preocupación
por los industriales. De esta manera, finalizó la primer fase de la Revolución Industrial (vista
anteriormente) y se da comienza a la segunda fase.
Las crisis feudales eran provocadas por la caída de la producción, por lo que faltaban
alimentos y no se podían pagar las rentas señoriales. Pero la crisis que se produjo en 1830
en Inglaterra fue muy distinta, con características propias del capitalismo. Su características
principal no era que faltasen productos sino al contrario: ciertos bienes no lograban venderse
al precio que tenían. Por eso se habla de una crisis de sobreproducción: se producía más
que de lo que demandaba el mercado. Esta particularidad se repetiría en otras ocasiones e
iría mostrando que se trataba de una crisis de los beneficios percibidos por los empresarios.
El continuo aumento de la producción textil no fue acompañado por un igual crecimiento de
los mercados. El externo estaba formado, sobre todo, por los dueños de las plantaciones, y
su crecimiento dependía del establecimiento de nuevas colonias. Por su parte, el mercado
interno crecía lentamente, especialmente porque los niveles salariales no permitían que los
trabajadores compren más de lo estrictamente necesario para vivir.
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llevarnos a subestimar su gravedad, como han hecho con frecuencia los historiadores
de la economía. La prueba más clara de esta crisis fue la marea de descontento social,
ludistas y radicales, sindicalistas y socialistas utópicos, demócratas y cartistas.

Engels, Friederich, La situación de la clase obrera en Inglaterra7, Crítica, Barcelona,


1978, Introducción.

La historia de la clase obrera en Inglaterra comienza con la invención de la


máquina de vapor y de las máquinas para la elaboración del algodón: esos inventos
dieron impulso a la Revolución Industrial que transformó a la sociedad burguesa.
Inglaterra es la tierra de esta revolución y por tanto también el país del desarrollo
del resultado principal de esa revolución: el proletariado.
Antes de la introducción de las maquinas, la hiladura y tejido de materias primas
tenía lugar en la casa del trabajador. La mujer y las hijas producían el hilo que el marido
tejería. Estas familias de trabajadores vivían en el campo y podían arreglárselas con su
salario ya que el mercado interno no se manejaba la competencia.

Al existir un desequilibrio entre la oferta y la demanda, es decir, al haber más productos


que posibles compradores, los precios disminuyeron, mientras que los costos de
producción se mantenían constantes, y así se redujeron los beneficios de los
empresarios.
Esta caída generó la crisis que preocupaba a los empresarios: muchos fueron a la quiebra,
otros dejaron de invertir. El cierre de empresas hizo que estas dejasen de comprar y provocó
un aumento de la desocupación, lo que a su vez hizo que otros sectores de la economía se
viesen afectados por la caída de sus ventas. Así la crisis se extendió. La tasa de crecimiento
de la producción fabril inglesa disminuyó por primerva vez desde inicio de la Revolución
Industrial.
Para recibir beneficios, los empresarios debían invertir sus capitales. Pero colocarlos en la
industria textil ya no era negocio, porque no rendía las ganancias esperadas. ¿Dónde invertir
entonces? La búsqueda de nuevas actividades que fueses redituables llevó, a partir de la
década de 1840 a la expansión del ferrocarril que, además, favoreció el crecimiento de otras
ramas de la economía.
7 “La situación de la clase obrera en Inglaterra” es uno de los libros más conocidos de

Friedrich Engels. Originalmente escrito en alemán, es un estudio de las condiciones de vida


de los trabajadores en la Inglaterra victoriana. El libro es considerado como un relato clásico
de la condición de los trabajadores en la industria. Fue publicado por primera vez en 1845,
pero escrito entre 1842 y 1844, durante su residencia en Mánchester, que era entonces el
corazón de la Revolución Industrial. Engels redactó el libro a partir de sus propias
observaciones y de relatos detallados que obtuvo en la época. El resultado fue un documento
sobre la condición de penuria en que vivían los trabajadores en las áreas industriales de
Inglaterra.
Engels, hijo mayor de un próspero industrial del ramo textil, se involucró con el periodismo
radical cuando aún era adolescente. Tras mudarse a Inglaterra, se hizo aún más radical tras
presenciar los efectos de la Revolución Industrial. En esa época, entabló relación con Karl
Marx, que duraría toda su vida.

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