Está en la página 1de 32

HOBSBAWM, Eric; La era de las revoluciones. 1789-1848.

; Crítica

EVOLUCIONES
 
1. El mundo. 1780-1790
 
I.    La consecuencia más importante de la doble revolución (francesa, de carácter político, e inglesa,
de carácter industrial, fue  el establecimiento del dominio del globo por parte de unos cuantos
regímenes occidentales sin paralelo en la historia. Los viejos imperio y civilizaciones del mundo se
derrumbaban y capitulaban. La India se convirtió en una provincia administrada por procónsules
británicos, los estados islámicos fueron sacudidos por terribles crisis, África quedó vierta a la
conquista directa. Incluso el gran Imperio chino se vio obligado, en 1839-1842, a abrir sus fronteras a
la explotación occidental. En 1848 nada se oponía a la conquista occidental e los territorios. El
progreso de la empresa capitalista occidental sólo era cuestión de tiempo. Pero en el seno de la
sociedad burguesa nace una nueva ideología, contradicción de la doble revolución. La sociedad
comunista que comenzó como un fantasma, recorrió Europa y se apoderó de gran parte de ella
tiempo después.
 
     El mundo cambió “demasiado rápido”. Entre 1760 y final de siglos, el viaje entre Glasgow y
Londres se acortó de diez días a 62 horas… aunque esto solo sucedía en zonas contadas. El resto
del globo estaba masivamente incomunicado. Las carretas eran usadas tanto para el transporte de
personas como para el de mercancías (especialmente el correo). Vivir cerca del mar era vivir cerca
del mundo: Sevilla era más accesible desde Vera Cruz que desde Valladolid. De todos los
empleados del Estado, quizá sólo los militares de carrera podían esperar vivir una vida un poco
errante, de la que sólo les consolaba la variedad e vinos, mujeres y caballos de su país.
 
II.     El problema agrario era por eso fundamental en el mundo de 1789, y es fácil comprender por
qué los fisiócratas consideraron indiscutible que la tierra, y la renta de la tierra, eran la única fuente
de ingresos. Y que el eje del problema agrario era la relación entre quienes poseen la tierra y
quienes la cultivan, entre los que producen su riqueza y los que la acumulan.
     Las relaciones de la propiedad se pueden dividir dependiendo la zona del globo donde estemos.
-América: destaca la importación de minerales y otras extracciones, así como esclavos,
mucho más que productos agrarios. En este período el algodón es más preciado, en detrimento del
azúcar.
 -Al este del Elba, el cultivador típico no era libre, sino que realmente estaba ahogado en la
marea de la servidumbre, creciente casi sin interrupción desde finales del siglo XV o principios del
XVI. La zona de los Balcanes surgió como países campesinos, pero en ellos no había una propiedad
agrícola concentrada. Muchos estaban sometidos a límites cercanos a la esclavitud o eran criados
domésticos. En el ámbito de la producción, eran casi independientes de Europa, en todo tipo de
alimentos y materias primas.
 
     En general esto hacía que los aristócratas explotaran cada vez más su posición económica
inalienable y los privilegios de su nacimiento y condición. Solo unas pocas comarcas habían
impulsado el desarrollo agrario dando un paso adelante hacia una agricultura puramente capitalista,
principalmente en Inglaterra. La gran propiedad estaba muy concentrada, pero el típico cultivador era
un comerciante de tipo medio, granjero-arrendatario que operaba con trabajo alquilado. Una gran
cantidad e pequeños propietarios, habitantes en chozas, embrollaba la situación. Con el cambio,
entre 1760-1830, lo que surgió fue una agricultura de empresarios agrícolas –granjeros- y un gran
proletariado agrario.
     El siglo XVIII no supuso un estancamiento agrícola. Por el contrario, si bien seguía siendo
regional, una gran era de expansión demográfica, de amento de urbanización, comercio y
manufactura, impulsó y hasta exigió el desarrollo agrario. La segunda mitad del siglo vio el principio
del tremendo aumento de población.
    
III.  La clase media de abogados, administradores de grandes fincas, cerveceros, tenderos e incluso
el industrial parecía poco más que un pariente pobre. Era el mercader el verdadero director del
desarrollo (en tanto el señor feudal lo era en Europa oriental). Por eso el sistema más conocido era
el putting-out system, por el cual un mercader compraba todos los productos del artesano o del
trabajo no agrícola de los campesinos para venderlo luego en los grandes mercados; temprano
capitalismo industrial.
      El siglo XVIII debió toda su fuerza de desarrollo al progreso de la producción y el comercio, y al
racionalismo económico y científico, que se creía asociado a ellos de manera inevitable. Las logias
masónicas, donde no existía una diferencia de clases propagaron las ideas inglesas bajo un tupido
velo francés: la igualdad y la libertad (después la fraternidad) fueron la bandera de su revolución. El
objetivo principal de los ilustrados no fue el capitalismo, sino, a través del humanismo y las ideas
racionalistas-progresistas, la libertad de todos los ciudadanos. Las monarquías absolutas del
despotismo ilustrado encendieron la llama de la revolución intelectual y luego de la revolución
práctica.
 
 
IV.  Los reyes que se llamaron “ilustrados” lo hicieron movidos menos por un interés en las ideas
generales que para la sociedad suponía la “ilustración” o la “planificación”, que por las ventajas
prácticas que la adopción de tales métodos suponía para el aumento de sus ingresos y bienestar. La
monarquía absoluta pertenecía a la feudalidad, que estaba dispuesta a utilizar todos los recursos
posibles para reforzar su autoridad y sus rentas dentro de sus fronteras. Las únicas liberaciones del
campesinado, anteriores a 1789, fueron en pequeños países como Dinamarca y Saboya, a pesar de
que todos los grandes ministros tenían en su mente, como única solución, la abolición de la
servidumbre. Las colonias rompieron el hielo, en este caso Irlanda y Estados Unidos,  por vía
pacífica o revolucionaria.
     El enfrentamiento entre Francia e Inglaterra significó la confrontación de dos sistemas políticos
antagónicos. Los ingleses no sólo vencieron más o menos decisivamente en todas esas guerras
excepto en una, sino que soportaron el esfuerzo de su organización, sostenimiento y consecuencias
con relativa facilidad. La doble revolución iba a hacer irresistible la expansión europea, aunque
también iba a proporcionar al mundo no europeo las condiciones y el equipo para lanzarse al
contraataque.
 

 
2. La Revolución Industrial
 
I.     Si bien este acontecimiento da sus primeros pasos a principios del siglo XVIII, no será hasta
1830 cuando la literatura de Balzac y los manifiestos de Engels y Marx se hagan cargo del proletario
y la clase trabajadora hija del capitalismo. La Revolución Industrial supone que un día entre 1780-
1790, y por primera vez en la historia humana, se liberó de sus cadenas al poder productivo de las
sociedades humanas, que desde entonces se hicieron capaces de una constante, rápida y hasta el
presente ilimitada multiplicación de hombres, bienes y servicios. Esto es lo que ahora se denomina
técnicamente por los economistas take-off, el crecimiento autosostenido. Ninguna sociedad anterior
había sido capaz de romper los muros de una estructura en la que el hambre y la muerte se
imponían periódicamente. Preguntar cuándo se completó es absurdo, pues su esencia era que, en
adelante, nuevos cambios revolucionarios constituyeran su norma. Y así sigue siendo.
     Que el estallido se diera en Inglaterra no quiere decir que fuese superior científica y técnicamente
hablando. En las ciencias naturales Francia era, con mucho, el baluarte de Europa. Las lecturas de
los economistas ingleses eran tanto Adam Smith como Dupont, Quenay Turgot, Lavoisier y los
italianos. La educación palmaria no estaba en Oxford o Cambridge, sino en Escocia, de donde
surgieron los genios de esta revolución, como Watt, Telford, McAdam, James Mill. Hasta que
Lancaster impusiera sus medidas, la educación inglesa no despegó. Además, los inventos de estos
no requerían más conocimiento que el que se tenía a principio de siglo (excepto en química), y su
aplicación fue muy posterior (unos 40 años).
     Las condiciones legales eran la gran ventaja. Un puñado de terratenientes de mentalidad
comercial monopolizaba casi la tierra, que era cultivada por arrendatarios que a su vez empelaban a
gentes sin tierras o propietarios de pequeñísimas parcelas. La agricultura estaba preparada para
cumplir sus cuatro funciones fundamentales en una era de industrialización:
-aumentar la producción y la productividad para alimentar a una población no agraria
-proporcionar un vasto y ascendente cupo de potenciales reclutar para las ciudades
- suministrar un mecanismo para la acumulación de capital utilizable por los sectores
más modernos de la economía
-así como la creación de excedente para exportar material e importar capital.
 
     El dinero no solo hablaba, sino que gobernaba. Pero hay zonas que, aunque en 1850 producían
mucho más que en 1750 no habían disfrutado del salto cualitativo de Manchester o Birmingham.
Empresarios e inversores  cruzaron sus actividades. Había algo que alzaba a Gran Bretaña sobre el
resto de naciones, que además tras las guerras napoleónicas quedaron sometidas: la industria
algodonera y la expansión colonial.
 
II.     Los esclavos y el algodón fueron en paralelo. Liverpool, Bristol y Glasgow crecieron al amparo
de este tráfico de mercancías. La Revolución industrial puede considerarse, salvo en unos cuantos
años iníciales, hacia 1780-1790, como el triunfo del mercado exterior sobre el interior: en 1814
Inglaterra exportaba cuatro yardas de tela de algodón por cada tres consumidas en ella; en 1850,
trece por cada ocho. Las guerras napoleónicas cerraron Europa a este comercio, algo que volvió a
reanudarse en 1820. Pero en las colonias, la industria británica había establecido un monopolio a
causa de la guerra, las revoluciones de otros países y su propio gobierno imperial. Inglaterra dominó
financieramente al continente sudamericano. India se convirtió en la (forzada) clientela de
Lancashire. El comercio del opio, por su parte, lanzó los intercambios con China desde 1820-1830.
Los suministros ultramarinos de lana ganaron en importancia a partir de 1870.
     La gran industria del algodón se llevó por delante el trabajo manufacturero, de gran antigüedad.
Muchos se rebelaron ante la pérdida de sus puestos de trabajo cuando y ala industria no los
necesitaba para nada. Comenzaba la tiranía de las máquinas.
 
III.    La industria como tal tiene su nacimiento en base al algodón. El textil es posterior y el vapor no
se usaba mucho fuera de la minería. Con ella arrastró a otros sectores; por eso influyó en el
progreso económico de Gran Bretaña. Se pasó de importar 11 millones de libras de algodón bruto en
1780 a 588 millones en 1850 (su producción suponía casi el 50% del total). La pequeña crisis entre
1830-1840 sacudió levemente el mercado del algodón y tambaleó toda la economía británica:
queremos con esto mostrar lo importante que era el algodón para su estabilidad.
     La desviación de las rentas hacia el arrendatario, supuso levantamientos cartistas y otros en 1848
contra las máquinas, vistas como la raíz de los problemas. No solo proletariado, sino granjeros
fueron los protagonistas. Por eso los pequeños burgueses y los obreros se unieron a los radicales
ingleses, republicanos franceses o jacksonianos norteamericanos, dependiendo la localización.
     A los capitalistas solo les preocupaba el cómputo de sus ganancias; mientras tanto les daba igual
las acciones proletarias. Los tres fallos del sistema fueron: el ciclo comercial de alza-baja, la
tendencia de la ganancia a declinar y la disminución de las oportunidades de inversiones
provechosas. Inicialmente la industria del algodón tenía muchas ventajas. Su mecanización aumentó
mucho la productividad de los trabajadores, muy mal pagados en todo caso, y en gran parte mujeres
y niños. La inflación que suponía la diferencia entre el coste de la materia prima y el beneficio que
suponía la venta de la manufactura, quedó neutralizada (e incluso en descenso) en 1815.
     En los momentos de crisis había se ajustaba el presupuesto reduciendo los salarios de los
trabajadores: se podía comprimir directamente los jornales, sustituir los caros obreros expertos por
mecánicos más baratos o introducir máquinas en el lugar de un grupo. La medida más racional era
introducir maquinaria. Entre 1800-1820 hubo 39 patentes nuevas, 51 entre 1820-1830, 86 en 1830-
1840 y 156 en 1840-1850. Si bien la industria se estabilizó tecnológicamente en 1830, no sería hasta
la 2/2 de siglo cuando la producción tuviera un aumento revolucionario.
 
IV.    El problema de las producciones masivas es que necesitan un buen mercado de consumo. La
industria militar, tras Waterloo, entró en decadencia y la de productos primarios no era
excesivamente grande. Nunca falló, sin embargo, la industria del carbón: 10 millones de toneladas
(90% de producción mundial) frente a 1 millón de los franceses) en 1800. El ferrocarril es el hijo de
las minas del norte de Inglaterra: una gran producción requería una excelente movilización de
producto.
     El ferrocarril constituía el triunfo del hombre mediante la técnica. Que requiriese de una gran
inversión en hierro, acero, carbón y maquinaria pesado, de trabajo e inversión de capital, supuso que
el ferrocarril impulsó, como ningún otro invento, el desarrollo de la segunda industrialización. Carbón
y acero triplicaron su producción. La sociedad inglesa invertía sus riquezas y obtenía beneficios, la
aristocracia y la sociedad feudal se lanzó a malgastar una gran parte de sus rentas en actividades
improductivas. Esa fue la diferencia.
     Cuando el capital acumulado fue tanto que no lo pudo absorber el propio país, se decidió invertir
en el extranjero, especialmente desde la década de 1820. Pero solían ser empresas fracasadas
porque no se cumplían las expectativas: o terminaban por cobrar menos interés o el pago de este se
retrasaba unos 40 años (como el caso de los griegos).
 
V.     El factor más crucial que hubo de movilizarse y desplegarse, fue el trabajo, pues una economía
industrial significa menos población agrícola, más urbana y un aumento general de la población,
luego también se necesita mayor suministro de alimentos: una revolución agrícola. Para eso se hubo
de terminar con los comunales medievales y las caducas actitudes comerciales del feudalismo. En
1846 se abolieron las Corn laws que retrasaban la entrada del capitalismo en el campo.
     Para que la industrialización urbana triunfara, había que hacer dos cosas: mecanizar el campo
para liberar a muchos campesinos de su actividad tradicional y tentarlos a la industria y, después,
formarlos para que estuviesen capacitados en sus puestos. En un principio, se contrataron
mayoritariamente niños y mujeres (que resultaban más rentables).
     Si bien sus ciudades pronto se contaminaron y llenaron de niebla (recordad Oliver Twist!), los
ingleses supieron utilizar muy bien sus recursos. A la altura de 1780 su consumo de algodó era dos
veces el de los EE.UU y cuatro el de Francia; producía más de la mitad de lingotes de hierro del
mundo; recibía dividendos de todas sus inversiones por el mundo. Gran Bretaña era el taller del
mundo.
 
 
3. La revolución francesa  
 
I.   Si Inglaterra proporcionó la base de la Rev. Industrial, Francia lo hizo en la política. Entre 1789-
1917, las políticas de todo el mundo lucharon ardorosamente en pro o en contra de los principios de
1789 o los más radicales de 1793. Proporcionó los programas y el vocabulario de los partidos
liberales, radicales y democráticos de la mayor parte del globo.
     Ya entre 1776 y 1790 se produjo una serie de revoluciones democráticas, en EE.UU. Bélgica,
Holanda; pero fue la francesa la que más consecuencias tuvo. Fue la única verdadera revolución de
masas (1 de cada 5 europeos era francés) y radical (tanto que los extranjeros revolucionarios que se
le unieron fueron luego moderados en Francia).
De todas las revoluciones contemporáneas, la francesa fue la única ecuménica. Sus ejércitos se
pusieron en marcha para revolucionar al mundo, sus repercusiones ocasionaron los levantamientos
que llevarían a la liberación de los países latinoamericanos, y todos los movimientos revolucionarios
subsiguientes. Es por ello que es considerada como la revolución de su época.
Y sus orígenes deben buscarse en la especifica situación de Francia, que durante el siglo XVIII fue el
mayor rival económico internacional de Gran Bretaña. Además, era la mas poderosa y la mas
característica de las viejas monarquías absolutas de Europa, por esa razón el conflicto con las
nuevas fuerzas sociales era más agudo.
Luis XVI implemento una serie de reformas en pequeñas dosis que ya estaban bastante difundidas
por los déspotas ilustrados, además. En Francia fracasaban rápidamente debido a la resistencia de
los intereses tradicionales.
Se estima que la nobleza se componía de 14 mil personas, que tenían numerosos privilegios pero
que políticamente estaban privados de toda independencia y responsabilidad. Económicamente,
dependían de las rentas de sus propiedades o matrimonios de conveniencia, pero los gastos iban en
aumento, durante el siglo XVIII a los cargos oficiales que la monarquía absoluta destinaba a los
hombres de clase media (intendencias, ejercito), también exprimieron sus considerables derechos
feudales para obtener dinero. Con esa actitud, irritaba a la clase media y al campesinado.
La mayoría de la gente eran pobres, sumado al atraso técnico reinante. La miseria general se
intensificaba por el aumento de la población.
Los problemas financieros de la monarquía iban en aumento, sumado a que Francia se vio envuelta
en la guerra de la independencia americana que terminó con victoria para Francia, pero el precio fue
demasiado alto: una bancarrota total. Aunque muchas veces se ha echado la culpa de la crisis a las
extravagancias de Versalles, hay que decir que los gastos de la corte sólo suponían el 6% del
presupuesto total en 1788. Así, la guerra norteamericana y su deuda rompieron el espinazo de la
monarquía.
La primera brecha se abrió con la “Asamblea de notables” de 1787 y la convocatoria a Estados
Generales de 1789, que no se convocaban desde 1614. Todo comenzó como un intento aristocrático
de retomar el control, pero fue un error subestimar al “tercer estado” y fracaso porque la crisis
económica y social era profunda.
La Revolución francesa no fue hecha ni dirigida por un movimiento en el sentido moderno, no
obstante, un consenso de ideas entre un grupo social coherente dio unidad efectiva al movimiento
revolucionario, la BURGUESIA, cuyas ideas eran las del liberalismo clásico, formulado por los
filósofos.
Las peticiones del burgués de 1789 están contenidas en la Declaración de derechos del hombre y
del ciudadano, es un manifiesto contra la sociedad jerárquica y los privilegios de los nobles, pero no
a favor de una sociedad democrática o igualitaria. Se establecía que todos los ciudadanos tenían
derecho a participar en la formación de la ley, pero era mejor si se lo hacia a través de sus
representantes, es decir, de una Asamblea representativa.
En su conjunto, el burgués no era un demócrata sino un creyente del constitucionalismo, de un
Estado secular con libertades civiles y garantías para la iniciativa privada. Pero, oficialmente,
expresaría la voluntad general del “pueblo” al que se identificaba con la “nación francesa”. Este era
un arma de doble filo, porque era mas revolucionario de lo que se pretendía.
Aunque los pobres campesinos y obreros eran analfabetos, 610 hombres fueron elegidos para
representar al “tercer estado”, pero, algunos de ellos eran abogados y negociantes.
Luchaban por explotar su mayor cantidad de votos (componían el 95 por 100% de la poblacion),
claramente la noblexa y el clero se oponían a esto, ese fue el motivo que produjo el primer choque
revolucionario: los comunes constituyeron una Asamblea Ncional con derecho a reformular la
Constitucion, el tercer estado triunfo frente a la resistencia unida del rey, el clero y la nobleza. Pero lo
que transformo esta agitación en una verdadera revolución fue el hecho de que la convoctoria de los
Estado Generales coincidiera con una profunda crisis económica y social: un duro invierno y mala
cosecha que afecto a los campesinos, pero también a los sectores pobres urbanos, ya que
aumentaba el coste de vida y cesaba el trabajo, empezando por el pan. Esto ocasiono motines y
actos de bandolerismo en las zonas rurales.
Un pueblo encrespado respaldaba a los diputados del tercer estado. La contrarrevolución movilizo a
las masas de Paris recelosas y militantes. El resultado mas sensacional de aquella movilización fue
LA TOMA DE LA BASTILLA, que era una prisión del Estado que simbolizaba la autoridad real en
donde los revolucionarios esperaban encontrar armas. En época de revolución nada tiene mas
fuerza que la caída de los símbolos. La toma de la Bastilla, que convirtió la fecha del 14 de julio en la
fiesta nacional de Francia, ratifico la caída del despotismo y el comienzo de la liberación.
     La crisis del trigo, que el pan duplicara su precio, el bandolerismo y los motines, hicieron de la
Asamblea  “del juego de pelota”, algo más revolucionario y crítico de lo que cabría esperar. La
contrarrevolución hico a las masas de París una potencia efectiva de choque. La toma de la Bastilla
fue el símbolo del final del Antiguo Régimen en Francia: 14-7-1789.
     La revolución fue burguesa y liberal-conservadora. El tercer estado fue liberal-radical. Pr
momentos esta dicotomía oscilaba hasta que finalmente quebró. Algunos burgueses dieron un paso
más hacia el conservadurismo, al ver que los “jacobinos” llevaron la revolución demasiado lejos para
sus ideales. El tercer estado no quería una sociedad burguesa, que progresivamente adquiría tintes
aristocráticos.
     De los jacobinos, solo los sans-culottes tenían cierta iniciativa política. El resto, desarrapados y
hambrientos eran incultos y seguían a líderes bien formados. Marta y Hébert defendían los interesas
de la gran masa de proletarios, el trabajo, la igualdad social y la seguridad del pobre: igualdad, y
libertad directa. Pero su utopía fue irrealizable y más fruto de la desesperación que de un plan bien
trazado. Su memoria queda unida al jacobinismo, del que no siempre fue partidario.
 
II.  Entre 1789 pocas concesiones se hicieron a la plebe, pero sus reformas fueron las más
duraderas. Desde el punto de vista económico, las perspectivas de la Asamblea Constituyente eran
completamente liberales: su política respecto al campesinado fue el cercado de las tierras comunales
y el estímulo a los empresarios rurales; respecto a la clase trabajadora, la proscripción de los
gremios; respecto a los artesanos, la abolición de las corporaciones.
     La Constitución Civil del clero fue un mal intento, no de destruir el clero, sino de alejarlo del
absolutismo romano.
     El rey sabía que la única opción de reconquistar el absolutismo sería con una intervención desde
el exterior, pero esto sería difícil debido a la buena situación del resto de países. Pero Europa se dio
cuenta de que corría peligro su derecho al trono y se pusieron en marcha. La Asamblea Legislativa
pronosticaba la guerra y así fue desde 4-1792. Sin embargo fueron derrotados y las masas se
radicalizaron. Los altos mandos fueron encarcelados, incluido el rey y la República fue instaurada.
     La Convención Girondina se percató de que o vencían rotundamente o eran eliminados del
tablero de juego. Para ello movilizó el país como nunca se había hecho: economía de guerra,
reclutamiento en masa, racionamiento, y abolición virtual de la distinción entre soldados y civiles. Por
último, reclamaba sus fronteras naturales con dos propósitos: tumbar la contrarrevolución y
conseguir más territorios con los que hacer la guerra económica a Gran Bretaña. En este clima, los
jacobinos fueron ganando terreno palmo a palmo. Esto derivó en la toma de poder por los sans-
culottes el 2-6-1793.
 
III.   La Convención jacobina se recuerda por el almidonado Robespiere, el gigante Danton, el
elegante Saint-Just, el tosco Marat y el Comité de Salud Pública –Comité de guerra-, el tribunal
revolucionario y la guillotina. Hubo 17.000 ejecuciones en 14 meses. El terror, a pesar de lo que se
dice, fue mucho menor que el de las matanzas contra la Comuna de París en 1871 o las del siglo
XX. Pero el caso es que tras ese tiempo de muerte, Francia se estaba desintegrando por los ataque
extranjeros en todos los frentes. El resultado: la contrarrevolución vencida, un ejército mejor formado
y más barato una moneda más estable (ya casi toda en papel) y un gobierno estable (aunque con
otro color) que iba a comenzar una racha de casi veinte años de victorias militares ininterrumpidas.
     El fin del programa jacobino era un Estado fuerte y centralizado –le grande nation-, las levas en
masa y una Constitución radical que prometía el sufragio universal, alimento, trabajo y derecho a la
rebelión. Se procuraría el bien común con unos derechos operantes para el pueblo (lo que implicaba
el fin total de todo lo concerniente al sistema y los privilegios feudales).
      El rígido Robespierre venció al pícaro Danton, que acaudilló a numerosos delincuentes,
especuladores, estraperlistas y otros elementos viciosos y amorales de la sociedad. La guillotina
recordaba que nadie estaba seguro. Los procesos de descristianización disgustaron a algunos. El
27-7-1794, con la victoria en Fleurus y la ocupación de Bélgica, se dio paso a una revolución
termidoriana que terminó con los andrajosos sans-culottes y los gorros frigios. Robespierre, Saint
Just y Couthon, junto con otros 87 miembros, fueron ejecutados.
 
IV.   Termidor se encontraba con el problema de enfrentarse la clase media francesa para la
permanencia de lo que técnicamente se llama período revolucionario (1794-1799). Tenían que
conseguir una estabilidad política y un progreso económico sobre las bases del programa liberal
original de 1789-1791. Los sucesivos regímenes hasta 1870 (Directorio, Consulado, Imperio,
monarquía borbónica restaurada, monarquía constitucional, República e Imperio de Napoleón  III, no
fueron más que el intento de mantener una sociedad burguesa intermedia entre dos sistemas
antagónicos:  la república democrática jacobina y del antiguo régimen.
     El régimen civil era débil. Su constitución no fructificó como se esperaba. Precariamente, los
políticos oscilaron entre la derecha y la izquierda y tenían que hacer uso frecuente del ejército tanto
contra los agentes exteriores como contra las rebeliones internas. En este contexto, es normal que
Napoleón brotara en este clima de ambigüedad en el que los militares tenían más poder que los
gobernadores. Poco a poco el ejército fue abandonando su carácter revolucionario y adquirió tintes
de ejército tradicional y nacional, propiamente bonapartista.
     La escala se configuraba por las dotes personales y la capacidad de mando. La rigidez castrense
aún no estaba definida. El ejército no contaba con un abundante armamento, respaldado por una
industria pesada efectiva. Contaba más la efectividad de actuación. Con estos Napoleón conquistó
Europa, no solo porque pudo, sino porque tenía que hacerlo. Con él el mundo tuvo su primer mito
secular: de cónsul pasó a Emperador, estableció un código civil, un concordato con la Iglesia y hasta
un Banco nacional. El Corso hizo de la revolución liberal un régimen liberal asentado.
    Napoleón fue mito y realidad. Era el hombre civilizado del siglo XVIII, racionalista, curioso,
ilustrado, pero lo suficientemente discípulo de Rousseau para ser también el hombre romántico del
XIX. Si bien construyó las estructuras de la universidad, la legislación, el gobierno, la economía,
destruyó el sueño jacobino de la libertad, igualdad y fraternidad: ascensión del pueblo para sacudir el
yugo de la opresión… Este mito revolucionario sobreviviría a la muerte de Napoleón.
 
 
4. Guerra
 
I.    Entre 1792 y 1815 los enfrentamientos en el mundo, ya entre Estados, ya entre sistemas
sociales, fueron continuos. Casi todos los intelectuales del momento –poetas, músicos, filósofos-
apoyaron el movimiento, al menos antes y después del terror y antes del Imperio napoleónico. El
jacobinismo solo contó con apoyo en Inglaterra –a través de los escritos de Tomas Paine, como Los
derechos del hombre-; pero en el resto de lugares solo unos cuantos jóvenes ardorosos o iluministas
utópicos apoyaron esta rebelión. En los lugares donde la nobleza era fuerte el ideal jacobino
impregnó a las clases medias, pero no se pudo llevar a cabo acciones contra la fuerte nobleza, al
contrario que en Irlanda, donde el malestar del país, más las ideas masónicas de losUnited
Irishmen empujaron a la gente. No porque les gustaran los franceses, sino para buscar aliados
contra los ingleses.
     En realidad, PP.BB. Alemania, Suiza y algunos estados italianos creyeron en el triunfo del
proyecto jacobino (por particularidades de política exterior y economía).La tendencia del era convertir
las zonas con fuerza jacobina local, en repúblicas satélites que, más tarde, cuando conviniera, se
anexionarían a Francia (como el caso de Bélgica en 1795). Fue tal el crecimiento que
experimentaron los ramales de la revolución que, en 1798, Inglaterra era el único beligerante… no
podemos especular sobre una bien organizada actuación francoirlandesa; pero acaso hubieran
forzado un tratado de paz-subordinación para los ingleses.
     En otro orden, paradójicamente, la importancia militar de la guerra de guerrillas fue mayor para
los antifranceses que la estrategia militar del jacobinismo extranjero para los franceses. Socialmente
hablando, no es descabellado afirmar que estas guerras fueron sostenidas por Francia y sus
territorios fronterizos contra el resto de Europa (Austria, Rusia, España…). Gran Bretaña, por su
parte, solo quería preponderancia económica y que en el continente unas fuerzas quedaran
sometidas por las otras mientras ellos se expandían. Su objetivo no era de expansión territorial por
Europa. Este conflicto se ganó la comparación con el romano-cartaginés: destrucción total el
enemigo, que nunca pudo ser porque ninguno de los dos podía invadir con garantías las tierras del
otro.
     Quienes se enfrentaron a Francia lo hicieron de modo intermitente, pues no tenían reales motivos
políticos para chocar con ella. Los aliados franceses eran los sometidos por los antirrevolucionarios:
la enemistad de A implica la simpatía de anti-A. En este caso los príncipes alemanes contra el
emperador –Austria en este caso-, que crearon la Confederación Alemana y Sajonia –por el contra a
Prusia-. Francia no tenía militares bien formados en marina, pero donde primaba la improvisación, la
movilidad y la flexibilidad, enfrentamiento en tierra, no tenían rival: los altos mandos rusos rondaban
los sesenta años de media… los franceses no más de treinta tres años. Esto es fruto de la
revolución.
 
II.   En 1802 se consolidó la supremacía de las zonas conquistadas en 1794-1798. Los ataque que
recibió Francia entre 1805-1807 le granjearon muchas victorias que llevaron sus dominios aliados
hasta las fronteras con Rusia. Sin embargo, Trafalgar fue el punto y final en la carrera hacia una
posible invasión a través del estrecho o el establecimiento de contactos ultramarinos.      
     Tras la derrota de Leipzig, las fuerzas invadieron el imperio y sometieron a Napoleón desde todos
los puntos geodésicos. El agónico intento de Waterloo terminó con todas las esperanzas de
Napoleón.
 
III.   Debemos centrarnos en los cambios fronterizos que sobrevivieron a Napoleón: en esencia se
terminó la Edad Media y Alemania e Italia quedaban pre-configuradas. Los principados episcopales
de Colonia, Maguncia, Tréveris desaparecieron, así como las ciudades libres. Solo los Estados
Pontificios persistieron. Antes de estos cambios había Estados dentro de Estados o regiones bajo
soberanía dual, aduanas entre territorios de un mismo gobierno… “fronteras”.
     El afán revolucionario de unificación y la codicia que asolaba a los pequeños condados, señoríos
y demás, favoreció el acercamiento y conformación de naciones con más posibilidades de
competencia. Pero más que las fronteras debemos destacar la constancia, el eco que tuvieron los
códigos napoleónicos en las posteriores leyes y sistemas legislativos de Bélica, Renania e Italia. El
feudalismo había sido vencido al oeste de Rusia y el Imperio Otomano.
     El congreso de Viena anduvo con ojo. Ya se sabía que una simple revolución podía saltar las
fronteras, que la revolución social era posible, que las naciones existían al margen de los estados y
los pueblos independientemente de sus dirigentes. La Revolución Francesa abrió los ojos al mundo
para hacerles ver sus posibilidades. Una fuerza universal había cambiado el rumbo de la historia.
 
IV.      Prácticamente ningún país sufrió una gran variación de sus cifras de población más allá de la
merma que el ritmo de una guerra poco cruenta y las pocas epidemias y hambrunas que hubo podía
ocasionar. No más del 7% de la población francesa fue llamada a filas (en la I G.M. fue el 21%). Los
costes de la guerra no impidieron el crecimiento de Francia, pues los cubría con el dinero saqueado
de los territorios dominados; pero perdió el comercio de ultramar. Inglaterra, por su parte, al no
expandirse, sufrió más los efectos de las campañas porque, además, debía subvencionar a sus
aliados en el continente. Pero Inglaterra salió como vencedora y estuvo a la cabeza de todos los
estados, aún más de lo que lo estuvo en 1789.
 

5. La Paz
 
I. Tras veinte años de guerras las naciones se enfrentaban con la problemática de mantener la paz.
Los reyes no eran más inteligentes ni más pacifistas, pero estaban asustados ante un nuevo brote
social. Desde 1815 a 1914 no hubo en Europa (excepto la guerra de Crimea) una guerra en Europa
que enfrentara a más de dos potencias. Para que esto fuera posible la diplomacia francesa, inglesa y
rusa estuvo a la orden del día. Digamos que existió una tensa calma entre grandes potencias por
zonas no-europeas.
     Francia reingresó en el concierto internacional de las monarquías. Los Borbones regresaron, pero
ya nada volvería a ser como antes de 1789. En este caso se debieron respetar los cambios más
importantes y se concedió una (moderadííiiisima) Constitución, Carta “libremente otorgada”.
Inglaterra trató en Europa, tan solo, que ninguna nación fuera demasiado fuerte (por eso permitió la
independencia de Bélgica en las revoluciones de 1830).
     El principal objetivo de la Confederación de Estados alemanes era mantener a los pequeños
estados occidentales alejados de la órbita francesa. En tanto Austria haría de equilibradora de las
fuerzas en Centroeuropa (no le interesaba la inestabilidad). Rusia se expandió hacia Finlandia,
Polonia y Besarabia.
     Para mantener el orden restablecido, se crearon los Congresos de las potencias, que solo se
convocaron entre 1818-1822. No resistieron el posterior embiste. Inglaterra no apoyó la Santa
Alianza porque de este modo el absolutismo hubiera impregnado Sudamérica, y precisamente los
ingleses querían lo contrario. De hecho firmaron la Declaración Monroe de 1823 que tenía carácter
profético. La independencia de sus estados estaba cercana.
     Las revoluciones de 1830 alejaron todas las tierras al oeste del Rin de las operaciones políticas
de la Santa Alianza. Entretanto, la “cuestión de Oriente” alteraba el ritmo normal de la vida en los
Balcanes. Rusia quería un acceso al Mediterráneo. G.Bretaña pugnaba por evitarlo. El tratado de
“protectorado” entre rusos y turcos en 1833 fue visto como una afrenta por los ingleses. Desde 1840
Rusia ya estaba pensando en el fraccionamiento del Imperio islámico. Esta cuestión y la imposible
alianza con los turcos frente a los rusos, llevó a la guerra de Crimea en 1854-1856 (único gran
conflicto antes de la I G.M.).
     Aparte de este capítulo bélico, el resto de crisis fueron solo diplomáticas (Egipto profrancés,
Imperio Otomano que tenía influencia sobre Egipto, Rusia que no quería guerra por
Constantinopla…). Además, ninguna de las potencias tenía motivos para entablar lucha: todas
estaban más o menos satisfechas tras 1815, excepto Francia, que no tenía aún fuerza para
“quejarse” en alta voz. Entre 1815-1848 ningún gobierno francés arriesgaría la paz general por los
interesas de su país. Solo Argelia fue la excepción en 1847.
    Inglaterra solo buscaba mantener sus colonias –sobre todo la India- y establecer puntos
comerciales de esclavos en las cosas de África. Con las guerras del Opio (1839-1842) contra China,
Inglaterra llegó a controlar 2/3 del subcontinente asiático.
    Más importante es la definitiva abolición de la esclavitud, por humanitarismo y por intereses
comerciales: Inglaterra y Francia la abolieron entre 1834 y 1848.

 
6. Las Revoluciones
 
I.  El objetivo principal de las potencias tras 1815 era evitar una segunda Revolución francesa, o la
catástrofe todavía peor de una revolución europea general según el modelo de la francesa.
     La primera oleada revolucionaria tuvo carácter mediterráneo: Grecia, España y Nápoles, entre
1820 y 1821. La segunda reavivó los ánimos de independencia sudamericana. Bolívar, San Martín y
O’Higgins liberaron la Gran Colombia, Perú y Argentina. Iturbe hizo lo propio con México y Brasil se
separó sin más problemas de Portugal. Las grandes potencias las reconocieron rápidamente, pero
Inglaterra, además, concertando tratados económicos.
     La segunda oleada fue más amplia aún. Todas las tierras al oeste de Rusia sufrieron alzamientos.
Bélgica se independizó de Holanda en 1830, Polonia fue reprimida, pero en Italia y Alemania hubo
graves convulsiones, el liberalismo triunfó en Suiza, España y Portugal padecieron guerras civiles e
Inglaterra tuvo que aceptar la secesión religiosa de Irlanda: el catolicismo había sido legalizado. Esto
derivó en la definitiva derrota de la aristocracia para dar paso a una clase dirigente de “gran
burguesía” con instituciones liberales bajo una monarquía constitucional al estilo de 1791, pero con
privilegios más restringidos. El EE.UU. de Jackson fue más allá: extendió el voto a los pequeños
granjeros y los pobres de las ciudades. Pero hubo consecuencias aún más graves: los movimientos
nacionalistas y de la clase trabajadora.
     La tercera “gran ola” fue la “primavera de los pueblos” de 1848, cuando la revolución mundial
soñada por los rebeldes estuvo más cerca que nunca. Estalló y triunfo en casi toda Europa.
 
II.  Las revoluciones, dependiendo de su origen:
-Liberales (franco-española): con su modelo en la revolución y el sistema de 1791. La
monarquía sería parlamentaria y sus votantes restringidos por sus ganancias.
- Radicales (inglesa): cuya inspiración encuentra eco en la revolución de 1792-1793, jacobina,
cuyo ideal es una república democrática hacia el “estado de bienestar”.
-Socialista (anglo-francesa): toman las directrices de las revoluciones postermidorianas, entre
las que cabe destacar la protagonizada por Babeuf en 1796, con un carácter comunista, en la línea
de Sant-Just.
     Pero todas tenían algo en común: la lucha contra la monarquía absoluta, la Iglesia y la
aristocracia… o dicho de otro modo, aborrecían los regímenes de 1815 y lucharon contra ellos por
distintas vías, como hemos visto.
 
III.   Entre 1815 y 1830 aún no existía una clase trabajadora como tal. Solo las personas reunidas en
torno a las ideas owenistas o “Los seis puntos de la Carta del pueblo” (Sufragio universal, voto por
papeleta, igualdad de distritos electorales, pago a los miembros del Parlamento, Parlamentos
anuales, abolición de la condición de propietarios para los candidatos) empezaban a mostrarse algo
más radicales. Los discursos de Paine aún insuflaban aliento y también los escritos de Bentham.
     El deseo de luchar conjuntamente contra el zar y las naciones organizadas bajo su amparo contra
las posibles insurrecciones, favoreció la creación de grupos organizados de reacción liberal. Todas
tendían a adoptar el mismo tipo de organización revolucionaria o incluso la misma organización: la
hermandad insurreccional secreta. La más conocida es la de los carbonarios, que actuaron sobre
todo entre 1820-1821 y la de los decembristas. Desde 1806, de un modo latente, se reforzaron hasta
que se presentó el momento apropiado: 1820. Muchas fueron destruidas en 1823, pero una triunfó:
Grecia 1821, la cual sirvió de inspiración en los años siguientes.
     Las revoluciones de 1830 mostraron abiertamente el desasosiego económico y social. Los
revolucionarios se ciñeron a los modelos de 1789 y no tanto a las sociedades secretas. Además, el
capitalismo empobrecía a los trabajadores que se comenzaron a sentir miembros integrantes de una
clase: la clase trabajadora. Un movimiento revolucionario proletario-socialista empezó su existencia.
En estas fechas los liberales habían pasado de ser oposición al Antiguo Régimen a ocupar un
escalafón en la política de sus países o, al menos, a presionar a los moderados. Esta fue la lucha
que se siguió en adelante.
     Como en Inglaterra y Francia los liberales se fueron moderando e incluso reprimieron a algunos
trabajadores, estos vieron en el Republicanismo social y demócrata una salida más afín a sus
peticiones… y así sería como el movimiento obrero se radicalizó. Unos soñaban en las barricadas,
otros en los príncipes convertidos al liberalismo, pero esta última apuesta era muy complicada. En
1834 se crea la Unión aduanera alemana, con Prusia al frente.
     La falta de perspectiva de una revolución europea hacía necesario, como pensó Marx, en una
Inglaterra intervencionista o una nueva Francia jacobina y eso era imposible. Románticos o no, los
radicales rechazaban la confianza de los moderados en los príncipes y los potentados, por razones
prácticas e ideológicas. Los pueblos debían prepararse para ganar su libertad por sí mismos, por la
“acción directa”, algo aún muy carbonario. Tomar la iniciativa planteaba la duda de si estaban o no
preparados para hacerlo al precio de una revolución social.
 
IV.     En Europa y América latina este espíritu revolucionario no se consumó. En Europa el
descontento de los pobres y el proletario era creciente. El descontento urbano era universal en
Occidente. Que la política estratégica y directiva, así como las sistemáticas ofensivas de los patronos
y el gobierno, no triunfara redujo a los socialistas a grupos propagandísticos y educativos un poco al
margen de la principal corriente de agitación.
     En Francia los grupos revolucionarios no eran tan proletarios como “patronos desengañados”.
Saint-Simon, Fourier, Cabet y Blanqui protagonizaron las agitaciones políticas de las clases
trabajadores al alborear la revolución de 1848. La debilidad del blanquismo era la debilidad de la
clase trabajadora francesa. Su objetivo era instaurar “la dictadura del proletariado”.
     La división de simpatías entre la extrema izquierda y los radicales de la clase media los llenaba
de dudas y vacilaciones acerca de la conveniencia de un gran cambio político. Llegado el momento
se mostrarían jacobinos, republicanos y demócratas.
 
V.  Donde el núcleo del radicalismo lo conformaban las clases bajas y los intelectuales, el problema
era mucho más grave. El levantamiento de los campesinos en Galitzia en 1846 fue el mayor de los
movimientos campesinos desde 1789. Pero donde aún había reyes legítimos o emperadores, estos
tenían la ventaja táctica de que los campesinos tradicionalistas confiaban en ellos más que en los
señores. Por eso los monarcas aún estaban dispuestos a usas a los campesinos contra la clase
media.
    Los radicales se dividieron en demócratas (que buscaban cierta armonía entre el campesinado y
la nobleza/monarquía) y la extrema izquierda (que concebía la lucha revolucionaria como una lucha
de las masas simultáneamente contra los gobiernos extranjeros y los explotadores domésticos.
Anticipándose a los revolucionarios nacional-socialistas de nuestro siglo, dudaban de la capacidad
de la nobleza y la clase media, cuyos intereses estaban fuertemente ligados al gobierno.
     En la Europa subdesarrollada la revolución de 1848 no triunfó bien por inmadurez política de los
campesinos o por medidas demasiado férreas de los señores y monarcas, quienes odiaban hacer
concesiones adecuadas u oportunas.
 
VI. La revolución de 1830 y 1848 tenían cosas en común: estaban organizadas por intelectuales y
gente de clase media a los que, una vez el estallido, se unían los campesinos y demás gente.
Además, siguieron patrones tácticos de la revolución de 1789. Pero mientras hubo un conato de
política democrática las actividades fundamentales de una política de masas (campañas públicas,
peticiones, oratoria ambulante- apenas eran posibles.
     La liga alemana de los Proscritos (que más adelante se convertiría en la Liga de los Justos y en la
Liga Comunista de Marx y Engels), cuya médula la formaban jornaleros alemanes expatriados, era
una de esas sociedades ilegales. El credo general que se extendía era el que rezaba que los
aristócratas y reyes eran usurpadores de las libertades y que el gobierno debía ser elegido por el
pueblo y responsable ante él. Veían la instalación de la república demoburguesa como un preliminar
indispensable para el ulterior avance del socialismo.
     En el proyecto de la “Joven Europa” de Mazzini ya reflejaba el deseo de crear una sociedad
internacional masónico-carbonaria. Respecto al exilio de los militantes de izquierdas, Francia y Suiza
acogieron a gran parte de ellos. No es extraño que la I Internacional tuviera su génesis en la ciudad
de “la gran revolución”
 
7. El nacionalismo
 
I.   Desde 1830 el movimiento general a favor de la revolución se escindió. Un producto de esa
escisión merece especial atención: los movimientos nacionalistas. Los movimientos que mejor
simbolizan estas actividades fueron los llamados “Jóvenes”, fundados o inspirados por Giuseppe
Mazzini. Este apelativo (“Joven Alemania”, “Joven Turquía”) señalaba la desintegración del
movimiento revolucionario europeo en segmentos nacionales. Cada uno de esos segmentos
nacionales tenía los mismos programas políticos, estrategia y táctica que los otros, en incluso una
bandera tricolor. Aspiraban a la hermandad de todas, simultaneada con la propia liberación.
     La vanguardia de la clase media nacionalista libraba su batalla a lo largo de la línea que señalaba
el progreso educativo de gran número de “hombres nuevos” dentro de zonas ocupadas antaño por
una pequeña elite. Sin embargo, la importancia de los estudiantes en las revueltas de 1848 nos
hacen olvidar que eran poco más de 40.000 en todo el continente.
     Otro factor que ayuda a comprender el nacionalismo es la adopción en documentos oficiales y
libros universitarios, del idioma nacional como preferente. El latín y el griego, si bien continuaban
enseñándose, quedaron relegados en la Dieta húngara y en Rumanía. Entre 1820 y 1840 se triplicó
la publicación de libros en Alemania, lo cual nos habla de una evolución estratosférica en
Centroeuropa. Por su parte, Francia y Bélgica tenían un 50% de analfabetos, España y Portugal
llegaban al 80%.  En síntesis, solo aquellos países que se habían asimilado la doble revolución
tenían buenos índices de alfabetización y progreso: escandinavos, Irlanda, Inglaterra y EE.UU. sobre
todo.
     Identificar el nacionalismo con la clase letrada no es decir que las masas, por ejemplo rusas, no
se consideraran “rusas” cuando se enfrentaban con alguien de fuera. El hecho de que el
nacionalismo estuviera representado por la clases medias y acomodadas, era suficiente para hacerlo
sospechoso a los hombres pobres (si bien trataban de atraerlos con el señuelo de una reforma
agraria). Para las masas, en general, la prueba de la nacionalidad era todavía la religión: los
españoles se definían por ser católicos, los rusos por ser ortodoxos.
 
II.     Fuera del área del moderno mundo burgués existían también algunos movimientos de rebelión
popular contra los gobiernos extranjeros (entendiendo por éstos más bien los de diferente religión
que los de nacionalidad diferente) que algunas veces parecen anticiparse a otros posteriores de
índole nacional. No podemos considerar nacionales los movimientos de sij frente a los ingleses,  la
de los bereberes contra los pachás (el nacionalismo islámico está acuñado en el siglo XX) o la de los
albaneses (que no solo luchaban contra sus gobernadores provinciales, sino que reclamaban mayor
autoridad del sultán turco).
     El caso de Grecia es especial. Todas las clases educadas y mercantiles de los Balcanes y el área
del mar Negro y Levante, estaban helenizadas por la naturaleza de sus actividades. Durante el siglo
XVIII esta helenización prosiguió con más fuerza que antes, debiéndose, en gran parte, a la
expansión económica en el floreciente Mar Negro. El nacionalismo griego fue comparable a los
movimientos de elites de Occidente, lo que explica el proyecto de promover una rebelión por la
independencia en los principados danubianos bajo el mando de magnates locales griegos. La philiké
Hetairía –sociedad secreta y patriótica, protagonista de la revuelta de 1821- consiguió la afiliación de
sectores más bajos.
     La independencia griega fue la condición esencial preliminar para la evolución de otros
nacionalismos balcánicos en tanto que concentró en la Hélade a la dispersa clase ortodoxa,
balcánica y culta que se repartía por el resto de territorios bajo el Imperio turco, intensificando el
nacionalismo de los demás pueblos balcánicos.
     Los ideales de “panbalcanismo” o “panamericanismo” no eran viables, primeramente por la
variedad de pequeñas repúblicas y segundo por la variedad de culturas e ideas. Sólo México, bajo la
bandera de la Virgen de Guadalupe, inició un movimiento popular agrario, indio. El resto tan solo son
embriones de una “conciencia nacional”.
     En ninguna parte se descubre nada que semeje nacionalismo, pues las condiciones sociales para
ello no existen. El intelectual, el comerciante de turno tendría difícil luchar contra un gobierno
tradicional si los tradicionales gobernados no recogían sus ideas. Por eso, aunque se tiene a
simplificar el nacionalismo como resistencia antiextranjera, en Asia, los países islámicos e incluso
África, la unión entre intelectuales y nacionalismos, y entre ambos y las masas, no se efectuaría
hasta el siglo XX. Esto es porque el nacionalismo, como tantas otras cosas del mundo moderno, es
hijo de la doble revolución.
  
8. La tierra
 
     I. Lo que sucediera a la tierra determinaba la vida y la muerte de la mayoría de los seres humanos
entre los años 1789-1848. Como consecuencia, el impacto de la doble revolución sobre la propiedad,
la posesión y el cultivo de la tierra, fue el fenómeno más catastrófico de nuestro período. Los
fisiócratas veían en la tierra la más básica de las formas de riqueza.
     Tres medidas tratarían de reactivar la producción agraria. En primer lugar, la tierra tenía que
convertirse en objeto de comercio, ser poseída por propietarios privados con plena libertad para
comprarla y venderla. En segundo lugar, tenía que pasar a ser propiedad de una clase de hombres
dispuestos a desarrollar los productivos recursos de la tierra para el mercado guiados por la razón:
intereses y provechos, y tercer lugar, la gran masa de la población rural tenía que transformarse en
jornaleros libres y móviles que sirvieran al creciente sector no agrícola de la economía.
Terratenientes capitalistas y campesinado tradicional eran los obstáculos. Inglaterra tomó las
medidas más novedosas, Prusia las más conservadoras, montando el capitalismo sobre la estructura
feudal sin una revolución previa.
     Norteamérica gozó de la mejor situación previa: el aumento de tierras libres virtualmente ilimitado
y también de la falta de todo antecedente de relaciones feudales o de tradicional colectivismo
campesino; solo los pieles rojas dificultaban esta tarea. En general todos los que tenían un
pensamiento conservador aborrecían el liberalismo burgués.
     Mayorazgos y bienes eclesiásticos había que secularizarlos y venderlos para ponerlos en activo.
A esto seguiría la pérdida del vínculo que el campesino poseía con la tierra y todo lo demás: su
siguiente destino era la ciudad. Esto ocurrió parcialmente en las zonas no-europeas controladas por
estos.
     En Inglaterra no hubo abolición del feudalismo. Terratenientes y campesinos estaban en armonía
por la burguesía intermedia. El verdadero conflicto llegó con la inflación de los precios tras las
guerras napoleónicas y la “Ley de pobres” de 1834 que arremetía contra los últimos campesinos,
haciéndoles la vida realmente insoportable: así llegó el gran éxodo a la ciudad desde 1840.
Dinamarca, por su parte, hizo algo similar, pero en vez de enriquecerse los terratenientes lo hicieron
los propietarios rurales independientes.
 
II.  En Francia, la abolición del feudalismo, los diezmos y los derechos señoriales fue asunto de la
revolución, sobre todo jacobina que llevó las consecuencias de la política agraria más allá de los que
el mismo desarrollo capitalista hubiera deseado. Ni terratenientes, ni cultivadores… muchos tipos de
propietarios tachonaban la extensión del país galo. A partir de aquí, este ideal se trasladó al resto de
países de Europa: en algunos casos comenzó las reformas, en otros las continuó. La vuelta de los
regímenes autoritarios retrasó la cuestión.
     En general, cada posterior avance del liberalismo impulsaba a la revolución legal a dar un paso
más para pasar de la teoría a la práctica y cada restauración de los antiguos regímenes lo aplazaba,
sobre todo en los países católicos, en donde la secularización y venta de las tierras de la Iglesia era
una de las más apremiantes exigencias liberales. Las tierras de la iglesia fueron una excepción:
tenían muy pocos defensores y demasiados lobos rondándolas. Burgueses y nobles las adquirieron
para sí. Ahora bien, la venta de las mismas no formó una clase media burguesa y emprendedora.
Muchas veces los compradores fueron los mismos nobles y terratenientes que las codiciaban, de tal
modo que el feudalismo anterior, en torno al Mediterráneo, adquirió una base legal sobre la que
sustentarse.
     La influencia de la Revolución francesa, sumando al argumento económico racional de los
trabajadores libres y la codicia de la nobleza determinaron la emancipación de muchos campesinos a
lo largo de la primera mitad del siglo XIX.
 
III.    Los campesinos deseaban tierras, pero no una economía agraria burguesa: pues solo ofrecía
derechos legales a cambio de muchas pérdidas. Perderían los derechos comunales, protección
señorial… un silencioso bombardeo a unas estructuras en las que siempre habían vivido. Aquellas
tierras donde la revolución francesa no pudo dar las tierras a los campesinos, estos siguieron
apoyando su sistema tradicional, al rey y a los clérigos. Exceptuando el movimiento de 1789, el resto
buscaron el apoyo del emperador, rey o clérigo de turno. Que esto sucediera en la Alemania de 1848
condenó la revolución Solo donde se carecía totalmente de tierras había una tendencia más
revolucionaria.
     El bakunismo y el marxismo iban a ser más efectivos porque iban a convencer al pueblo de que el
rey y la iglesia eran aliados de los ricos locales y que ellos les hablaban con palabras comprensibles
y cercanas. Antes de 1848 la burguesía era mal vista y su modelo solo se dejaría sentir pasada la
primera mitad del siglo.
 
IV.    En muchos sitios de Europa, como hemos visto, la revolución legal vino como algo impuesto
desde fuera y desde arriba, como una especie de terremoto artificial más bien que como el
desmoronamiento de una tierra hacía tiempo reblandecida. Esto fue más evidente todavía donde se
impuso a una economía enteramente no burguesa conquistada por burgueses, como en África y en
Asia, sobre estructuras firmemente establecida de carácter feudal.
     La propiedad de la tierra en la India prebritánica era tan compleja como suele serlo en sociedades
tradicionales, pero no incambiables, sometidas periódicamente a conquistas extranjeras, pero
apoyadas siempre sobre dos firmes pilares: la tierra pertenecía a colectividades autónomas. Los
tributos solían cobrarse por comisionistas, por un lado, oryotwari (que trataba de hacer individual la
tasa de tributación de cada campesino, considerándolo propietario o arrendatario. En cualquier caso,
los intereses de la Compañía de las Indias Orientales estaban cada vez más subordinados a los
intereses generales de la industria británica. La aplicación del liberalismo económico a la tierra india
ni creó un cuerpo de propietarios ilustrados ni un modesto campesinado vigoroso: solo
incertidumbre. Si bien actualizó las estructuras político-administrativas, las hambrunas seguían
azotando aquellas tierras de Asia. A pesar del Parlamento, las elecciones, las leyes… el contenido
seguía siendo el mismo que antes.
 
V. La revolución en la propiedad rural fue el aspecto político de la disolución de la tradicional
sociedad agraria; su invasión por la nueva economía rural y el mercado mundial, su aspecto
económico. La agricultura local estaba muy al margen de las competencias internacionales. Solo un
gran cataclismo en la sociedad agraria. Esto sucedió en Irlanda y en la India. Los campesinos solían
ser sometidos a un altísimo tributo, mientras que solo la patata y la leche proporcionaban un aporte
de hidratos y vitaminas suficiente. Eran grandes bolsas de pobreza. Pero ahora bien: cuando la
población creciera más allá del límite de producción de patatas, se produciría una catástrofe. Y así
fue en Irlanda, 1847: más de un millón de muertos.
     En Inglaterra, entre 1790-1800, la situación no era mucho mejor. El liberalismo económico
proponía resolver el problema de los campesinos obligándoles a aceptar trabajo con jornales
bajísimos o a emigrar. La ley de pobres, 1834, terminó por agudizar el problema. Su mísera situación
no mejoraría hasta después de 1850.
     El campesinado francés, generalmente, estaba en mejores condiciones. En un nivel superior, los
americanos.
 
 
9. Hacia un mundo industrial
 
I.    Solo una economía estaba industrializada efectivamente en 1848, la británica, y, como
consecuencia, dominaba al mundo. Probablemente entre 1840 y 1850, los Estados Unidos y una
gran parte de la Europa central habían cruzado o estaban ya en el umbral de la Revolución industrial.
Salvo en las zonas angloparlantes, la realidad social de 1840 no era muy diferente de la de 1788.
     Una revolución continental sin un correspondiente movimiento británico estaba condenada al
fracaso, como preveía Marx. Lo que no pudo prever, en cambio, fue que el desnivel del desarrollo
industrial entre la Gran Bretaña y el continente hacía inevitable que éste se alzara solo.
     El notabilísimo aumento de población estimulaba mucho, como es natural, la economía, aunque
debemos considerar esto como una consecuencia, más que como una causa exógena de la
revolución económica, pues sin ella no se hubiera mantenido un ritmo tan rápido de crecimiento de
población más que durante un período limitado. También producía más trabajo, joven, sobre todo, y
más consumidores.
     Otros factores clave son la expansión del ferrocarril y las carreteras, al tiempo que los canales y el
paso de la navegación de vela a la de vapor y mayor tonelaje. Esto derivó en grandes movimientos
migratorios (hasta cinco millones de personas abandonaron sus tierras de origen) y en que el
comercio internacional se multiplicara por cuatro entre 1780 y 1850.
 
II.  A partir de 1830 –el momento crítico que el historiador de nuestro período no debe perder de vista
cualquier que sea su particular campo de estudio- los cambios económico y sociales se aceleran
visible y rápidamente. Los cimientos de una gran parte de la futura industria se habían puesto en la
Europa napoleónica, pero no sobrevivieron mucho al fin de las guerras, que produjo una gran crisis
en todas partes. Después de esa fecha todo cambió, tanto que hacia 1840 los problemas propios del
industrialismo eran objeto de serias discusiones en Europa occidental y constituían la pesadilla de
todos los gobernantes y economistas.
     Con la excepción de Bélgica y quizá Francia, el monótono período de verdadera industrialización
en masa no se produjo hasta después de 1848. El período 1830-1840 señala el nacimiento de las
zonas industriales, y los famosos centros del mundo. Los artículos de consumo estaban dejando
paso al hierro, acero, carbón, etc… Mientras Inglaterra aún practicaba masivamente la explotación
de los primeros, Bélgica y Suecia se aferraban a los segundos.
     Las grandes ciudades apenas estaban industrializadas, aunque mantenían una gran población
que cubría este déficit. De las ciudades del mundo con más de 100.000 habiatantes, aparte de Lyon,
sólo las inglesas y norteamericanas tenían verdaderos centros industriales: Milán, en 1841, sólo
tenía dos pequeñas máquinas de vapor.
     En Inglaterra, tras 200 años, no había una escasez real de ningún factor de producción para el
desarrollo del capitalismo. En Alemania, por ejemplo, existía una falta manifiesta de capital: la gran
modestia del nivel de vida de las clases medias lo corrobora. La multiplicidad de pequeños estados,
cada uno con sus peculiares intereses y sus controles, contribuía a impedir el desenvolvimiento
racional. La unión aduanera constituyó el triunfo de la mano de Prusia: garantía de inversiones y
otorgamiento de condiciones favorables eran algunos de los planes. Los proyectos de financiación
industrial de los hermanos Pererire fueron bien recibidos en el extranjero. Los banqueros, desde
1850, actuaron más como inversores que como banqueros propiamente.
 
III.  Sobre el papel ningún país tendría que haber avanzado más: tenían ingenio, inventiva, gran
desarrollo capitalista, sistemas de grandes almacenes, publicidad y ciencia. Sus financieros eran los
más importantes, como hemos visto. Fundaron las compañías de gas e invirtieron en el ferrocarril de
toda Europa. La clave para entender lo siguiente se debe a la misma Revolución francés, que perdió
con Robespierre mucho de lo que ganara con la Asamblea Constituyente de 1790. Se prefería la
inversión, la venta, el despilfarro en el extranjero en busca de la acumulación de capital.
     En tanto Estados Unidos crecía desorbitadamente. Solo un obstáculo ralentizó el proceso: el
conflicto entre el norte (industrial, granjero y proteccionista frente al extranjero) y el sur (semicolonial,
aliado comercial de Inglaterra). Rusia estaba llamada a ser otra de las grandes: por su tamaño,
población y recursos naturales. El sistema feudal ya estaba decayendo en su seno. Pero donde no
había independencia política, no había opción de desarrollo. Los mejores ejemplos son Egipto e
India.
     De todas las consecuencias económicas de la era de la doble revolución , la más profunda y
duradera fue aquella división entre países “avanzados” y “subdesarrollados”. El abismo entre los
“atrasados” y los “avanzados” permaneció inconmovible, infranqueable y cada vez más ancho.
  
 
10. La carrera abierta al talento
 
I.  Las instituciones oficiales derribadas o fundadas por una revolución son fácilmente discernibles,
pero nadie mide los efectos que de ahí se siguen. El resultado principal de la revolución en Francia
fue el de poner fin a una sociedad aristocrática… no al a “aristocracia” en el sentido de jerarquía de
estatus social distinguida con títulos. Una cultura tan profundamente formada por la corte y la
aristocracia como la francesa no perdería sus huellas. Sin embargo, la Restauración borbónica no
restauró el antiguo régimen: cuando Carlos X quiso hacerlo fue derribado.
     Los periódicos modernos, la moda, los grandes almacenes, los escaparates públicos y el teatro
abierto a la sociedad fueron inventos franceses. Balzac lo refleja bien en sus novelas. El efecto de la
revolución industrial sobre la estructura de la sociedad burguesa fue menos drástico en la superficie,
pero de hecho fue más profundo. El arado de la industrialización multiplicaba sus cosechas de
hombres de negocios bajo las lluviosas nubes del norte. La sociedad, dice J.S. Mill, estaba dividida
en señores, burgueses y obreros. Unitarios, baptistas, cuáqueros e independientes dio fuerza a los
hombres nuevos que luchaban contra los inútiles aristócratas. Había un solo dios cuyo nombre era
vapor y hablaba con la voz de Malthus.
     Dickens, en Tiempos difíciles,  nos habla de la sociedad puramente burguesa y trabajadora que
concatenó la época de la fábrica “georgiana” y la “victoriana”. Los pequeños empresarios tenían que
volver a invertir en sus negocios gran parte de sus beneficios, pero al menos existía esa opción. Las
masas de nuevos proletarios tenían que someterse al ritmo industrial del trabajo y a la más
draconiana disciplina laboral o pudrirse si no querían aceptarla. La belleza era funcional:
ferrocarriles, puentes, almacenes, un romántico horror en las interminables hileras de casitas grises
o rojizas, que, ennegrecidas por el humo, se extendían en torno a la fortaleza de la fábrica.
 
II. Puede afirmarse que el resultado más importante de las dos revoluciones fue, por tanto, el de que
abrieran carreras al talento, o por lo menos a la energía, la capacidad de trabajo y la ambición. Con
toda probabilidad, en 1750 el hijo hubiera seguido el negocio de su padre. Cuatro caminos eran la
alternativa: negocios, estudios universitarios, arte y milicia. Pero también es cierto que sin algunos
recursos iniciales resultaba casi imposible dar los primeros pasos hacia el éxito… el camino de los
estudios llegó a ser más respetable que el de los negocios.
     El hombre culto no cambiaba ni se separaba automáticamente de los demás como el egoísta
mercader o empresario. Con frecuencia, sobre todo si era profesor, ayudaba a sus semejantes a salir
de la ignorancia y oscuridad que parecían culpables de sus desventuras. El talento representaba la
competencia individualista, la “carrera abierta al talento” y el triunfo del mérito sobre el nacimiento y
el parentesco. La ciencia y la competencia en los exámenes eran el ideal de la escuela de
pensadores; en otras palabras, estaba naciendo la meritocracia. En las sociedades donde se
retrasaba el desarrollo económico, el servicio público constituía por eso una buena oportunidad para
la clase media en franca ascensión.
     El liberalismo era hostil a la burocracia ineficaz, a la intromisión pública en cuestiones que debían
dejarse a la iniciativa privada, y a las contribuciones excesivas. La administración extendía sus
brazos al tiempo que las ciudades y la población crecían: más problemas requerían mayor eficacia.
Pocos de esos puestos burocráticos equivalían a la carrera de un mariscal, además, pocos eran los
que alcanzaban un nivel social equivalente a una clase media. Para quienes los caminos de la
mejora social estaban cerrados, como las familias aledañas, la burocracia, el magisterio y el
sacerdocio eran, teóricamente al menos, himalayas que sus hijos podían intentar alcanzar. La
primera enseñanza seglar y religiosa era una salida eficaz.
    En cuanto a los negocios, la condición más importante era crear más deprisa jornaleros que
patronos. Por otro lado, la independencia económica requería condiciones técnicas, disposición
mental o recursos financieros que no poseen la mayor parte de los hombres y las mujeres.
 
III.    Ningún grupo de la población acogió con mayor efusión la apertura de las carreras al talento de
cualquier clase que fuese, que aquellas minorías que en otros tiempos estuvieron al margen de ellas
no sólo por su nacimiento, sino por sufrir una discriminación oficial y colectiva.
     La gran masa judía que habitaba en los crecientes guetos de la zona oriental del antiguo reino de
Polonia y Lituania continuaba viviendo su vida recatada y recelosa entre los campesinos hostiles.
Pero en el oeste la cosa era distinta. Los Rothschild, reyes del judaísmo internacional, no sólo fueron
ricos. También los hubo entre los intelectuales: Karla Marx, Benjamin Disraeli. La doble revolución
proporcionó a los judíos lo más parecido a la igualdad que nunca habían gozado bajo el cristianismo.
Los que aprovecharon la oportunidad no podían desear nada mejor que ser “asimilados” por la nueva
sociedad, y sus simpatías estaban, por obvias razones, del lado liberal. La situación de los judíos los
hacía excepcionalmente aptos para ser asimilados por la sociedad burguesa.
     El resto de las masas encontraban más difícil acomodarse a la nueva sociedad: el hombre que no
mostrara habilidad para llegar a propietario de algo no era un hombre completo y, por tanto,
difícilmente sería un completo ciudadano. El mundo de la clase media estaba abierto para todos. Los
que no lograban cruzar sus umbrales demostraban una falta de inteligencia personal, de fuerza
moral o de energía que automáticamente los condenaba. Además, se esperaba que, por ley
malthusiana, los pobres restringieran su procreación por el hecho de tener pocos recursos. Sólo
había un paso desde tal actitud al reconocimiento formal de la desigualdad que, como decía Henri
Baudrillart en 1853, era, junto a la propiedad y la herencia uno de los pilares fundamentales de la
sociedad humana.
     Los deberes estaban claros: trabajar. La convicción social de los derechos, de que el mérito era el
calibre correcto y no la virtud eran residuos de una revolución que había enterrado la tolerancia de
otros días más utópicos.
 
11. El trabajador pobre
 
I.   Tres posibilidades se abrían al pobre que se encontraba al margen de la sociedad burguesa y sin
protección efectiva en las regiones todavía inaccesibles de la sociedad tradicional. Podía esforzarse
en hacerse burgués, podía desmoralizarse o podía rebelarse.
    El tejedor Hauffe decía que todo el mundo había inventado métodos para debilitar y minar las
vidas de los demás. Ya nadie se acordaba del “No robarás a tu prójimo” ni de los consejos que
Lutero daba al mundo en nombre del mundo. El pobre de la Edad Media solo necesitaba
alimentarse, el del siglo XIX necesitaba comprar ropas y otros menesteres.
     Además, las dudas y vacilaciones con las que, fuera de las ciudadelas de la confianza liberal
burguesa, empezaban los nuevos empresarios su histórica tarea de destruir el orden social y moral,
fortalecía las convicciones del hombre pobre: no al individualismo. Samuel Smiles instruyó con su
literatura moral a la clase media radical. Muchos, enfrentados a la catástrofe social, empobrecidos,
explotados, hacinados en suburbios en donde se mezclaban el frío y la inmundicia, o en los extensos
complejos de los pueblos industriales en pequeña escala, se hundían en la desmoralización. El
alcoholismo era la “salida más rápida”, tanto que se expandió una “pestilencia de fuertes licores” por
toda Europa.
     El crecimiento desmesurado de las ciudades y la falta de supervisión en las nuevas zonas
industriales, favorecían el abandono urbano, el alcoholismo, la prostitución, la violencia, el suicidio, la
desmoralización, el desequilibrio mental y la aparición de la peste (que dio paso a nuevos
movimientos religiosos). La casi universal división de las grandes ciudades europeas en un
“hermoso” oeste y un “mísero” este, se desarrolló en este período. Solo cuando las enfermedades
tocaron a los ricos se procuraron sistematizar las mejoras de salubridad y control civil-policial.
     Esa apatía de la masa representó un papel mucho más importante de lo que suele suponerse en
la historia de nuestro período. Estos mismos fueron los que –no es de extrañar- menos votaron en
las elecciones de 1848.
 
II. La situación de los trabajadores pobres, y especialmente del proletariado industrial que formaba
su núcleo, era tal que la rebelión no sólo fue posible, sino casi obligada. Ningún observador
razonable negaba que la condición de los trabajadores pobres, entre 1815 y 1848, era espantosa. En
1840 esto comenzó a percibirse con mayor claridad. Por eso parece inevitable que surgieran los
movimientos obrero y socialista. La primavera de los pueblos es consecuencia directa.
    Que no se cumplieran las expectativas malthusianas, sumado a las gravísimas carestías en que
derivaban las malas cosechas, derivó en pérdidas de trabajo y mala alimentación… en una lucha por
la vida: “el pan se comía de forma voraz; tanto que si hubiese estado cubierto de fango, lo habrían
devorado igual” (McCord, The Anti-Corn Law League). Hasta la llegada del vapor y el ferrocarril a
todas las ciudades, la situación general en estas no era mucho mejor que en el campo, donde el
autoabastecimiento proporcionaba, por lo general, mejor nutrición.
     En torno a los pocos sectores mecanizados y de producción en gran escala, se multiplicaba el
número de artesanos preindustriales, de cierta clase de trabajadores expertos y del ejército de
trabajadores domésticos, mejorando a menudo su condición. Sin embargo, entre 1820-1830 el
avance imperioso e impersonal de la máquina y del mercado los empezó a dejar de lado. Entrar en
una factoría como “mano” era entrar en algo poco mejor que la esclavitud. En la década siguiente la
situación material del proletariado industrial tendió a empeorar. Lo más lógico es que toda esta masa
de trabajadores protestara.
    El rico se hacía más rico mientras el pobre se hacía más pobre. Y el pobre sufría porque el rico se
beneficiaba: “si la vida fuera algo que pudiera comprarse con dinero, el rico viviría y el pobre
moriría…” (decía el trabajador rural).
 
III.   El movimiento obrero proporcionó una respuesta al grito del hombre pobre. No debe confundirse
con la huelga, que es anterior a la Revolución Industrial. Lo verdaderamente nuevo en el movimiento
obrero de principios del siglo XIX era la conciencia de clase y la ambición de clase.
Una clase específica, la clase trabajadora, obreros o proletariado, se enfrentaba a otra, la del
capitalista o patrono.
    Esto derivó en una supervisión continua de las condiciones de trabajo: sindicatos, sociedades
mutuas, cooperativas, periódicos, instituciones, agitación. En fin, sería una cooperativa “socialista”
(no en los términos que hoy entendemos). Fuera de Francia e Inglaterra, países que habían
experimentado la doble revolución) no se conocía el término “clase trabajadora”.
     El movimiento y la conciencia proletaria estaba combinada con y reforzada por la jacobina,
conjunto de aspiraciones, métodos y actitudes morales de la Revolución francesa. Deseaban
respeto, reconocimiento e igualdad. La solidaridad y la huelga eran las mejores armas. Bajo el
movimiento “cartista” se intentaron poner en práctica estos ideales. Las campañas políticas jacobinas
se usaron para ello: periódicos, folletos, mítines y manifestaciones, motines e insurrecciones, si eran
necesarios. Sin esto no habría podido ser posible la Carta del Pueblo ni el Acta de Reforma de 1832.
    (El rompehuelgas o esquirol era el Judas de la comunidad: la solidaridad era el primer requisito).
 
IV.  El movimiento obrero de aquel período no fue ni por su composición ni por su ideología y su
programa un movimiento estrictamente “proletario”, es decir, de trabajadores industriales o
jornaleros. Fue, más bien, un frente común de todas las fuerzas y tendencias que representaban a
los trabajadores pobres, principalmente a los urbanos. El frente común se dirigía contra reyes,
aristócratas y clase media liberal.
    Los primeros sindicatos fueron las trade unions. Quienes adoptaron las doctrinas cooperativistas
de Owen eran, en su mayor parte artesanos, mecánicos y trabajadores manuales. En Inglaterra,
incluso, se comenzaban a organizar bajo sus propios jefes (por ejemplo, John Doherty, de los
algodoneros irlandeses). Artesanos, deprimidos trabajadores y obreros integraban los batallones del
cartismo.
     El movimiento obrero era una organización de autodefensa, de protesta de revolución, pero
también un instrumento de combate, un modo de vida. Nada debían a los ricos, excepto sus jornales.
Todo lo demás que poseían era su propia creación colectiva.
 
V.    Sin embargo, cuando volvemos la vista sobre aquel período, advertimos una gran y evidente
discrepancia entre la fuerza del trabajador pobre temido por los ricos y su real fuerza organizada, por
no hablar de la del nuevo proletariado industrial. Era más un “movimiento” que una organización. Si
no fue posible el intento más ambicioso de sistematizar las protestas, se debió a que los pobres de
1848 carecían de la sincronía y la madurez necesaria para ser capaz de hacer de una rebelión algo
más peligroso para el orden social.
 
 
12. Ideología religiosa
 
I.    Lo que los hombres piensan del mundo es una cosa, y otra muy distinta los términos en que lo
hacen. Durante gran parte de la historia y en la mayor parte del mundo (quizá China sea una
excepción), los términos generales en los que se concebía el mundo eran los de la religión
tradicional. La religión comenzó a ser algo de lo que uno podía escapar. Este es el cambio más
inaudito y sin precedentes: la secularización de las masas.
     El ateísmo declarado era bastante raro, pero entre los señores, escritores y eruditos ilustrados,
era más raro todavía el franco cristianismo. Más floreciente fue la masonería racionalista, iluminista y
anticlerical, sobre todo entre el sexo masculino. Pero el campesinado permanecía completamente al
margen de cualquier lenguaje ideológico que no les hablara con las lenguas de la Virgen, los santos
y la Sagrada Escritura. En síntesis, ni en el campo ni en la ciudad era popular la abierta hostilidad a
la religión.
    Los filósofos no se cansaban de repetir que una moral “natural” y el alto nivel personal del
individuo librepensador eran mejores que el cristianismo. Pero la superstición era propia del
ignorante, el ignorante era quien no tenía una mínima educación y la educación brillaba por su
ausencia entre la población campesina. Era complicado que vencer la religión tradicional.
    La burguesía estaba dividida ideológicamente entre los librepensadores, la mayoría de creyentes,
católicos, protestantes o judíos; pero el primero era el más eficaz y dinámico. La prueba más
evidente de esta decisiva victoria de la ideología secular sobre la religiosa es también su resultado
más importante. El secularismo de la revolución demuestra la notable hegemonía política de la clase
media liberal, que impuso sus particulares formas ideológicas sobre un vastísimo movimiento de
masas. Si el liderazgo intelectual de la Revolución francesa hubiera venido sólo de las masas que en
realidad la hicieron su ideología nos mostraría más señas de tradicionalismo. Por eso las
revoluciones posteriores son seculares. Por eso la ideología de los modernos movimientos obreros
está basada en el racionalismo del siglo XVIII, entre otras muchas cosas porque la cavidad de las
parroquias en las ciudades se adaptaban, como en el campo, a la gran cantidad de población.
     Además, la ciencia se encontraba en abierto y creciente conflicto con las Escrituras al aventurarse
por el campo evolucionista. Además, desacreditaban la Biblia cotejando con documentos históricos:
Lachmann (Novum Testamentum) o David Strauss (Leben Jesu). La sociedad media, sin saberlo, se
estaba preparando para las teorías de Darwin.
 
II.   El crecimiento de la población hacía aumentar el número de fieles, pero no era proporcional. Solo
el Islam y protestantismo sectario se expandieron a expensas de otras en inminente decadencia.
Cuando las sociedades tradicionales cambian algo tan fundamental como su religión, es evidente
que deben enfrentarse con nuevos y mayores problemas.
     El Islam se extendía con facilidad por África, ofreciendo una especie de sistema semifeudal a
cambio de la esclavitud a la que estaban condenados en el mundo blanco. Sin embargo, el avance
de la religión mahometana era mucho más complejo y trastabillado por el suroeste de Asia. El
aumento de comercio y navegación que forjaba íntimos eslabones entre los musulmanes del sureste
asiático y La Meca servía para aumentar el número de peregrinos y hacerlos más ortodoxos. Estos
movimientos de reforma se ven favorecidos por la crisis de los imperios turco y persa. Los
wahhabistas tuvieron mucho que ver en la extensión por Argelia y el Sahara.  Por su parte el
movimiento “bab” de Mohamed Alí era tan revolucionario que trataba de quitar el velo a las mujeres y
volver a las prácticas del zoroastrismo.
    El arco temporal 1789-1848 también puede llamarse de “resurrección del mundo islámico”. Pero
los movimientos religiosos fueron muchos, aunque en menor dimensión: elBrahmo Samaj en la India;
de las tribus indias derrotadas por los blancos en EE.UU. Los movimientos milenarios se producirían
a partir del siglo XX.
    Solo en el mundo capitalista encontramos el movimiento expansionista del sectarismo protestante.
El renacimiento religioso de los países católicos tendía a tomar la forma de algún nuevo culto
emocional, de algún santo milagroso o de alguna peregrinación dentro del armazón existente de la
religión católica romana. En el este destacan las sectas de los dukhobor y los skptsi. Sin embargo,
no eran tan numerosos como para producir un cisma. En cualquier caso, podemos hablar de una
descristianización en masa, sobre todo entre los hombres.
     En los países protestantes el sectarismo ya estaba bastante asentado: la comunicación individual
con Dios y la austeridad moral. Su implacable teología del infierno y la condenación y de una austera
salvación personal la hacía atractiva también para los hombres que vivían unas vidas difíciles. El
salvacionismo personal de John Wesley expresaba el antiesclavismo y la morigeración de las
costumbres… pero de carácter antirrevolucionario, de ahí que lo absorbieran más fácilmente los
ricos y poderosos, así como las masas tradicionales.
     Curioso es el caso del “Gran Despertar” de 1800 en los Apalaches. Cuarenta predicadores
reunían entre 10.000 y 20.000 personas con un grado de histerismo orgiástico difícil de concebir:
hombres y mujeres delirantes bailaban hasta la extenuación, entraban en trance a millares,
“hablaban distintas lenguas” o aullaban como perros. La lejanía y el duro entorno estimulaban este
tipo de “religiones”.
 
III.    Por todo ello, desde el punto de vista puramente religioso, nuestro período fue de una creciente
secularización y de indiferencia religiosa, combatidas por ramalazos de religiosidad en sus formas
más intransigentes, irracionales y emocionales. Paine y Feuerbach son dos extremos antagónicos.
     La religión anticuada, decía Marx era el “corazón de un mundo sin corazón, como el espíritu de un
mundo sin espíritu… el opio del pueblo”. Su literatlismo, emocionalismo y superstición protestaban a
la vez contra doa una sociedad en la que dominaba el cálculo racional y contra las clases elevadas
que deformaban la religión a su propia imagen.
     A las monarquías y las aristocracias, como a todos los que se encontraban en el vértice de la
pirámide social, la religión proporcionaba la estabilidad anhelada. Habían aprendido de la Revolución
francesa que la Iglesia es el más fuete apoyo del trono. Para la mayor parte de los gobiernos
establecidos era evidente que el jacobinismo amenazaba a los tronos y que las iglesias los
defendían. (Curiosidad: Sören Kierkegaard fue el primero en explorar las profundidades del corazón
humano).
     La fuerza de la Santa Alianza de Rusia, Austria y Prusia, destinada a mantener el orden en
Europa después de 1815, residía no en su apariencia de cruzada mística, sino en su firme decisión
de contener cualquier movimiento subversivo con las armas rusas, prusianas o austríacas, pues una
vez aceptado el principio de que valía más pensar que obedecer, el fin no podía tardar mucho.
     ¿No había sido el protestantismo el precursor directo del individualismo, el racionalismo y el
liberalismo? Sí. De hecho, toda la Revolución francesa y hasta la peor revolución que está a punto
de estallar sobre Alemania, proceden de esta misma fuente. El fenómeno más familiar para los
anglosajones de este período es “El Movimiento de Oxford”, un grupo de jóvenes fanáticos que
expresaban un espíritu oscurantista.
     A pesar de ello, incluso dentro de la religión organizada –al menos dentro de la religión católica
romana, la protestante y la judía- trabajaban los zapadores y minadores del liberalismo. En la Iglesia
romana su principal campo de acción era Francia, y su figura más importante Hugues-Felicité-Robert
de Lamennais (1782-1854).
     Por otro lado, también en Italia la poderosa corriente revolucionaria entre 1830-1850 envolvió en
sus remolinos a algunos pensadores católicos como Romini y Gioberti. Los judíos, por su parte,
estaban expuestos a la fuerza de la corriente liberal. Al fin y al cabo, a ella debían su completa
emancipación política y social… pues los judíos nunca dejan de sr judíos, al menos para el mundo
exterior, aunque dejen de frecuentar la sinagoga).
 
 
13. Ideología secular
 
I.     Con muy pocas excepciones, todos los pensadores importantes de nuestro período hablaban el
idioma secular, cualesquiera que fueran sus creencias religiosas particulares. El tema principal
surgido de la doble revolución fue la naturaleza de la sociedad y el camino por el que iba o debía ir;
entre los que creían en el progreso y los otros.
     Los burgueses liberales y el proletariado revolucionario creían, resumidamente, en el progreso
continuo y ascendente. Este pensamiento era racionalista y secular. El hombre tenía capacidad de
pensar y resolver los problemas de su mundo mediante esa capacidad. Filosóficamente se
inclinaban al materialismo o al empirismo, muy adecuada para una sociedad que debía su progreso
a la ciencia: cada hombre estaba”naturalmente” poseído de vida, libertad y afán de felicidad, como
afirmada los Declaración de Independencia de Norteamérica. La felicidad era el supremo objetivo de
cada individuo; la mayor felicidad del mayor número era el verdadero designio de la sociedad. Más
que el soberbio Thomas Hobbes, el filosófciamente tenue John Locke era el pensador favorito del
liberalismo vulgar, pues declaraba a la propiedad privada el más fundamental de los “derechos
naturales”. Y los revolucionarios franceses encontraron magnífica esta declaración: cada cual podría
vender sus brazos y su trabajo libremente, sin ataduras.
     La época de apogeo de la economía política tuvo su nacimiento con Hobbes y siguió con Adam
Smith y David Ricardo. Las actividades, dejadas libremente, podían regirse por sí solas: la economía
se autoregulaba y traía la “riqueza de las naciones”. Smith decía que “Podía probarse que la
sociedad económicamente muy desigual que resultaba inevitablemente de las operaciones de la
naturaleza humana, no era incompatible con la natural igualdad de todos los hombres ni con la
justicia. Eran hombres que creían, con justificación histórica, que el camino hacia delante de la
humanidad pasaba por el capitalismo.
     Per los resultados sociales del capitalismo demostraron ser menos felices de lo que se había
pronosticado. La miseria de los pobres estaba condenada a prolongarse hasta el borde de la
extenuación, o a padecer por la introducción de la maquinaria, decían Malthus y Ricardo. Las sólidas
realizaciones de Smith y de Ricardo, respaldadas por las de la industria y el comercio británicos,
convirtieron la economía política en una ciencia inglesa, dejando reducidos a los economistas
franceses al ínfimo papel de simples predecesores. Entre 1818 y 1813 se introdujo en Sudamérica la
cátedra de economía política, dato importante para percibir la expansión de esta materia.
     El liberalismo, no obstante, estaba fraccionado entre el utilitarismo, la ley natural y el derecho
natural, con predominio de estas. La Revolución trajo la creación de un ala izquierda con un
programa anticapitalista, implícito en ciertos aspectos de la dictadura jacobina. Los liberales
prácticos del continente se asustaban y preferían una monarquía constitucional con sufragio
adecuado que garantizara sus intereses. John Stuart Mill ya trataría de defender los derechos de las
minorías frente a las mayorías: Sobre la libertad(1859).
 
II.    Mientras la ideología liberal perdía su confianza original, el socialismo, basado en la razón, la
ciencia y el progreso, se alzaba como nueva ideología. Saint-Simon (1760-1850), primer “socialista
utópico” hizo de la industrialización materia sine qua non de sus teorías y sus proyectos. La solución
estaba más allá de la industria, algo que entendieron Owen, Engels y Fourier. El más importante
objeto de la existencia es la felicidad, pero esta no se puede obtener individualmente. Por eso, si el
capitalista se apropiaba en forma de beneficio del excedente que producía el trabajador por encima
de lo que recibía como salario, el trabajador jamás podría acceder, por el trabajo, hacia los méritos…
solo la abolición de los capitalistas aboliría la explotación.  
     Si el capitalismo hubiera llevado a cabo lo que de él se esperaba en los días optimistas, tales
críticas no habrían tenido resonancia. Se podía demostrar no sólo que el capitalismo era injusto, sino
que, al parecer, funcionaba mal y daba unos resultados contrarios a los que habían predicho sus
panegiristas.
     El socialismo no defendía que la sociedad fuera un conjunto de átomos individuales con propio
interés en la competencia. El hombre, por naturaleza, es un ser comunal. La sociedad era el “hogar”
del hombre –decía Marx- y no tanto el lugar de las libres actividades del individuo. Además, ahora
que el progrso y la ilustración habían demostrado a los hombres lo que era racional, todo lo que
había que hacer era barrer los obstáculos que impedían al sentido común seguir su camino. Algún
déspota ilustrado apoyó los proyectos de Saint Simon, como Mohamed Alí.
     Pero solamente cuando Karl Marx (1818-1883) trasladó el centro de gravedad de la
argumentación socialista desde su racionalidad, el socialismo adquirió su más formidable arma
intelectual. Economía política inglesa, socialismo francés y filosofía alemana se combinaban en sus
teorías. El capitalismo creaba fatalmente su propio sepulturero, el proletariado, cuyo número y
descontento crecía a medida que la concentración del poder económico en unas pocas manos lo
hacía más vulnerable, más fácil de derribar. No era una sombra extensa sin predecesores: su madre
era la revolución, su padre el capitalismo.
 
III.    La resistencia al progreso no era más que un sistema de pensamiento, actitudes faltas de un
método intelectual. El anarquismo de la competencia de todos contra todos y la deshumanización del
mercado atentaba contra el liberalismo. Los hombres eran desigualmente humanos, pero no
mercancías valoradas según el mercado. Sus integrantes solían buscar una edad de oro en el
pasado, corrompida ahora por la Revolución Industrial.
     Los pensadores conservadores no tenían el sentido del progreso histórico, tenían en cambio un
sentido agudísimo de la diferencia entre las sociedades formadas y estabilizadas natural y
gradualmente por la historia y las establecidas de pronto por “artificio”. Edmund Burke en Inglaterra y
la “escuela histórica” alemana de juristas legitimaron un antiguo régimen en función de su
continuidad histórica.
 
IV.   Falta por considerar un grupo de ideologías extrañamente equilibradas entre el progresismo y el
antiprogresismo, o en término sociales, entre la burguesía industrial y el proletariado de un lado, y las
clases aristocráticas y mercantiles y las masas feudales del otro. No estaban preparados para
seguirlo hasta sus lógicas conclusiones liberales o socialistas.
 
     El primer grupo: Jean-Jacques Rousseau fue el más importante de estos pensadores; pero ya
había muerto en 1789. Su influencia intelectual fue penetrante en los jacobinos del año II, sobre todo
en Robespierre. También influyó en personas más borrosas como Mazzini; pero también en
Jefferson y Thomas Paine. Algunos lo consideran el precursor directo del totalitarismo de izquierdas,
pero lo cierto es que, a lo largo de cuarenta años de epístolas, Marx y Engels solo lo nombran tres
veces, casual y negativamente.
    En realidad Rousseau fue más decisivo para los jacobinos, jeffersonianos y mazzinianos, fanáticos
de la democracia , el nacionalismo y un estado de gentes modestamente acaudaladas, propiedad
equitativamente repartida y algunas actividades de beneficencia. En síntesis: fue el verdadero
paladín de la igualdad.
 
     El segundo grupo Puede ser también llamado “de la filosofía alemana”. Wilhelm von Humboldt
(1767-1835), hermano del gran científico, fue uno de los más notables. Creían que era inevitable el
progreso y el avance científico y económico. También Goethe es un buen ejemplo de esta actitud.
Pretendían organizar el progreso económico y educativo, y el de que un completo laissez faire no
fuera una política particularmente ventajosa para los negociantes alemanes no disminuye la
importancia de esta actitud.
    A estos pensadores no les atraía Newton y el cartesianismo, sino más bien el misticismo y el
simbolismo. Su expresión más monumental fue la filosofía clásica alemana (1760-1830): Goethe,
Schiller, Kant, Hegel. Pero debemos recordar que este pensamiento es puramente burgués y si bien
no estaban totalmente a favor de 1789, lo veían necesario. Se sentían convencidos, no obstante, por
las teorías de Adam Smith.
     En estos, el contenido social de los ingleses y franceses se reduce a una gran abstracción: la
abstracción moral de la “voluntad”. Rechazaban el empirismo y, por supuesto, el materialismo. Kant
ve al individuo como unidad básica, para Hegel el punto de partida es el colectivo, fragmentado por
el mismo desarrollo histórico. El resultado de la revolución de 1830-1848 no fue un girondino o un
filósofo radical, sino Karl Marx, quien trató ser el economista y filósofo del siglo XIX, el arquitecto de
una sociedad bastante distinta a la ilustrada del siglo XVIII.
 
 
14. Las artes
 
I.   Lo primero que sorprende a quien intente examinar el desarrollo de las artes en el período de la
doble revolución es su extraordinario florecimiento. Medio siglo que comprende a Beethoven y
Schubert, al maduro y anciano Goethe, a los jóvenes Dickens, Dostoievski, Verdi y Wagner, lo último
de Mozart y toda o la mayor parte de Goya, Pushkin y Balzac, por no mencionar a un regimiento de
hombres. (p.258 largo párrafo con obras y autores de todas las artes).
     La literatura rusa y la americana eclosionaron. El arte floreció por toda Europa. Los poetas
nacionales alcanzan éxitos inconmensurables: Pushkin en Rusia, Mickiewicz en Polonia, Petoefi en
Hungría. Además, ningún siglo cuenta con tal cantidad de buenos novelistas: Stendhal, Balzac,
Austen, Dickens, Thackeray, Gogol, Dostoievski, Turgueniev, Tolstoi… Pero el género rey de este
período fue la ópera de Donizetti, Bellini, Verdi, Weber y Wagner. Sin embargo, la escultura estaba a
un nivel inferior que en el siglo XVII.
     En muchos cases el arte casa con la política. Mozart escribió La flauta mágica como propaganda
de la francmasonería, Beethoven la Heroica en honor a Napoleón. Goethe era funcionario de Estado.
Wagner y Goya conocieron el destierro político y La comedia de Balzac es un alegato a la conciencia
social. El arte tuvo especial importancia en los países liberales, enfrentado a un arte aristocrático.
Pero no es menos cierto que ninguna de las grandes producciones llegaron a los más pobres, si bien
literatura y música fueron usados como panfletos legibles. Además, tanto la National Gallery como el
Louvre –abiertos desde 1826-, se dedicaban más al arte de ayer que al de “hoy”.
 
II.    El romanticismo es más difícil de definir que el resto de movimientos. Ni los propios románticos,
como Victor Hugo, Nodier, Novalis o Hegel supieron dar luz a este oscuro término. Sí podemos decir
que fue precedido por lo que se ha llamado el “prerromanticismo” de Jean-Jacques Rousseau, y
el Sturm und Drang, “tempestad y empuje”, de los jóvenes poetas alemanes. El acercamiento al arte
y a los artistas se convirtió en norma de la clase media del siglo XIX y todavía conserva mucha de su
influencia.
     Aunque no está claro lo que el romanticismo quería, sí lo está qué combatía: el término medio.
Todos sus “componentes” eran de extrema, izquierda o derecha. Ninguno era un racionalista de
centro. Napoleón se convirtió en uno de sus héroes míticos, como Satán, Shakespeare, el Judío
Errante y otros pecadores más allá de los límites ordinarios de la vida. Pero no es antiburgués.
     Ninguno de nuestros artistas, ni Musset, ni Byron, ni Delacroix, ni Potoefi…. Legaron a los treinta
sin haber producido una gran obra, y muchos lo hicieron antes de los veinticinco. El artista puede ser
genio, pero nunca se comporta como tal. Se comportaban como simples profesionales: no se
consideraban privilegiados, buscaban crear una novela que pudiera venderse por entregas o una
ópera muy comercial que atrajera al público. En el mejor de los casos eran recompensados con
esplendidez por príncipes habituados a los caprichos, como el caso de Liszt, pero no de Wagner.
Pero la mayoría era pobre y revolucionaria.
    El fuerte de estos creadores no fue el análisis social preciso, aunque algo parecido se envolvía en
el místico manto de la “filosofía de la naturaleza” y las rizadas nubes de la metafísica.
 
III.   Nunca es prudente desdeñar las razones del corazón de las que la razón nada sabe. Muchos
estadistas, por muy racionalistas y minuciosos que fuesen en su análisis, no alcanzaban a ver la
profundidad moral y social de los problemas. La crítica romántica de Goethe y de Coleridge nunca
deben desdeñarse. La pérdida de armonía entre el hombre y el mundo tiene dos tipos de canto: el
del Manifiesto Comunista y el del resto de obras.
     Tres fuentes mitigaron la sed del pasado: La Edad Media, el hombre primitivo y la Revolución
francesa.
 
-Edad Media: el feudalismo, los bosques, las hadas, el cielo cristiano… algo mucho más fuerte en
Alemania que fuera de ella. Fue el medievalismo la divisa de los conservadores y especialmente
de los religiosos antiburguess en todas partes. Tenemos el caso del ya citado “Movimiento de
Oxford”. Walter Scott también alimentaba la imaginación con estas historias. El ala izquierda de
esta visión está representado por los poemas de Jules Michelet y Victor Hugo. William Jones, al
descifrar el sánscrito, contribuyó a que los ojos tornaran hacia oriente.
 
-Hombre primitivo: fue la edad de oro del comunismo y de la igualdad. El pueblo –campesino,
labrador- representaba todas las virtudes incontaminadas y su lenguaje era el verdadero tesoro
espiritual de una nación. Scott, Arnim, Tegner, Grimm… son algunos de los grandes escritores. El
ala conservadora podía dar una visión alternativa: el burgués, el capitalista iba destruyendo día a
día la viejísima tradición del país. El noble salvaje representó más para el romanticismo
norteamericano que en el europeo (Moby Dick). En Alemania, si bien la figura del romántico surge
como oposición a la revolución, pero tras las guerras napoleónicas, el corso se convirtió en un
fénix casi místico y liberador.
     Llegó el momento en el que la revolución palidecía bajo el capitalismo. Byron, Shelley y Keats
se percataron de ello. Tras 1830 nace la visión romántica de la revolución: La libertad guiando al
pueblo, de Delacroix. Las características teóricas estéticas surgidas y desarrolladas durante aquel
período ratificaron esta unidad de arte y preocupación social: La teoría del arte por el arte no podía
competir con “el arte por la humanidad, por la nación o por el proletariado”.
 
V.   El romanticismo es la moda más característica en el arte y en la vida del período de la doble
revolución, pero no la única. El estilo fundamental de la vida aristocrática seguía enraizado en el
siglo XVIII, aunque muy vulgarizado por la inyección de algunos “nuevos ricos” ennoblecidos, y sobre
todo en el estilo “Imperio” napoleónico, feo y pretencioso. La cultura de las clases media y baja no
era mucho más romántica. Su tónica era la sobriedad y la modestia. Solo entre los grandes
banqueros y especuladores se dio el seudobarroquismo de finales del siglo XIX. Los Rothschild,
monarcas por derecho propio, ya se lucían como príncipes.
     El hogar de la clase media era, después de todo, el centro de la cultura mesocrática. El estilo del
Biedermayer creó uno de los más bellos y habitables estilos de mobiliario que se han inventado:
cortinas blancas lisas sobre paredes mates, suelos desnudos, sillas y mesas de despacho sólidas
pero elegantísimas, pianos, gabinetes de trabajo y jarrones con flores. Goethe y las protagonistas de
las novelas de Jane Austen pueden servir como ejemplo. El romanticismo entró en la cultura de la
clase media, quizá principalmente a través del aumento en la capacidad de ensueño de los
miembros femeninos de la familia burguesa… y su tibia esclavitud al estar mantenidas y encerradas
en casa.
     Pero el alborozo del progreso técnico impedía el romanticismo ortodoxo en los centros
industriales avanzados. Las artes, en su conjunto, ocupaban un segundo plano con respecto a las
ciencias. La ciencia y la técnica fueron las musas de la burguesía, y celebraron su triunfo, el
ferrocarril, en el gran pórtico neoclásico de la estación de Euston.
 
VI.   Entretanto, fuera del radio de las clases educadas, la cultura del vulgo seguía su rumbo. En las
partes no urbanas y no industriales del mundo cambió poco. Las canciones y fiestas de las década
de 1840, los trajes, las costumbre, eran poco más o menos los mismos que en 1789.  Pero una
canción de campo –la cantada en la siega- no podía sobrevivir a la industrialización. Sí
sobrevivieron, desde el siglo XVIII el teatro popular, lacommdia dell’arte y las pantomimas
ambulantes.
     Las genuinas formas nuevas de pasatiempo urbano en la gran ciudad se derivaban de la taberna
o establecimiento de bebidas. El music-hall y la sala de baile habían salido de la taberna. Otros
lugares de recreo fueron la barraca, el teatro, los bulevares… pero la creación de la ciudad moderna
y la forma popular del urbanismo tendrían que esperar hasta bien entrada las segunda mitad del
siglo XIX.
 
  
15. La ciencia
 
I.   El más antimundano de los matemáticos, vive en un mundo más ancho que el de sus
especulaciones. El progreso de la ciencia no es un simple avance lineal, pues cada etapa marca la
solución de problemas previamente implícitos o explícitos en ella, planteando a su vez nuevos
problemas. Nuestro período supuso nuevos puntos de partida radicales en algunos campos del
pensamiento (matemáticas), contribuyó al despertar de algunas ciencias aletargadas (químicas) 
creó otras (geología) e inyectó nuevas ideas revolucionarias en otras (biológicas y sociales).
     Lavoisier preparó los cálculos de la renta nacional. George Stephenson, más que científico era un
hombre muy sensato y práctico, que supo hacerse un nombre en Inglaterra. En general hubo un gran
estímulo a la investigación durante nuestro período (Escuela Normal Superior, Museo Nacional de
Historia Natural, Real Academia…). Entre Alemani y Francia forjaron los modelos educativos de casi
toda Europa. Inglaterra ni los legó ni los adoptó. Allí se fundó la Asociación Británica para el Avance
de la Ciencia (1831) y la Universidad de Londres, contrapeso de Oxford y Cambridge.
     El comercio y la exploración dio talentos científicos como Alexander von Humboldt. Pero lo cierto
es que la época de las ambulantes celebridades pasó con el Antiguo Régimen. Ahora será el
periódico regular o el especializado quien viaje por las personas.
 
II.  El único de los campos verdaderamente abierto de las ciencias físicas fue el del
electromagnetismo. Galvani, Volta, Oersted y Faraday, entre 1786 y 1831 descubrieron los
fundamentos esenciales de la electricidad. Las leyes de la termodinámica, la mayor novedad.
Lavoisier en la química abrió la puerta a otros mucho experimentos, como los del oxígeno o la teoría
atómica. Woehler descubrió que un cuerpo que antes se encontraba sólo en las cosas vivas podía
ser sintetizado en el laboratorio, con lo que se abrió el campo de la química orgánica.
     Pero las matemáticas fue la más privilegiada de las ciencias: Teoría de las funciones de
complejos variables (Gauss, Cauchy, Abel, Jacobi), Teoría de los grupos (Cauchy, Galis) o la
Teogría de los vectores (Hamilton). Pero sobre todo hay que destacar a Bolyai y a Lobachevski que
desmontaron la geometría euclidiana.
 
 
  
III.   Para que naciera el marxismo tuvo que nacer la economía política y descubrirse la evolución
histórica. En ambos se apoyó el capitalismo para hacer cálculos racionales sobre las rentas, los
gastos, los beneficios, la construcción de viviendas, los puestos de trabajo… Aquí cabe encajar el
estudio de Malthus, Estudio sobre el principio de población humana (1798).
     El descubrimiento de la historia como un proceso de evolución lógica y no sólo como una
sucesión cronológica de acontecimientos fue otro de los grandes logros. Los lazos de esta
innovación con la doble revolución son tan obvios que no necesitan ser explicados. Acto seguido,
hizo su aparición la historiografía: Michelet, Guizot, Thierry…
     La recogida de vestigios del pasado, escritas o no escritas, se convirtió en una pasión universal.
Quizá fuese, en parte, un intento para salvaguardarlas de los rudos ataques del presente, aunque
probablemente su estímulo más importante fuera el nacionalismo: en algunas naciones todavía
dormidas, muchas veces serían el historiador, el lexicógrafo y el recopilador de canciones folklóricas
los verdaderos fundadores de la conciencia nacional.
     El nacimiento de la filología surgió al compás de las conquistas. Conocer nuevas zonas del
mundo llevó a estudiar sus lenguas: Jones (1786) comienza a estudiar el sánscrito cuando se
conquista Bengala por los ingleses; el desciframiento de Champollion de los jeroglíficos egipcio se
debe a la expedición de Napoleón a Egipto, el cuneiforme de Rawlinson (1835) a las campañas
inglesas en las colonias… Durante aquellas exploraciones iniciales, nunca dudaron los filólogos de
que la evolución del lenguaje era no sólo una cuestión de establecer secuencias cronológica o
registra variantes, sino que debía explicarse por leyes lingüísticas generales, análogas a las
científicas.
 
IV.    El problema histórico de la geología era, pues, cómo explicar la evolución de la tierra, el de la
biología el doble de cómo explicar la formación de la vida desde el huevo, la semilla o la espora, y
cómo explicar la evolución de las especies. En 1809 el francés Lamarck presentó la primera gran
teoría sistemática moderna de la evolución, basada en la herencia de las características adquiridas.
Cuvier, el fundador del estudio sistemático de los fósiles, rechazaba la evolución en nombre de la
Providencia. El infeliz doctor Lawrence, que contestó a Lamarck proponiendo una casi darwiniana
teoría de la evolución por selección natural, se vio obligado, ante el griterío de los conservadores, a
retirar de la circulación su Natural History of Man (1819).
     Sólo a partir de 1830 –cuando la política gira hacia la izquierda- se abieron paso las teorías
evolucionistas en la geología, con la publicación de la famosa obra de Lyell Principios de geología.
     El fosilismo del hombre prehistórico no fue aceptado hasta el descubrimiento del primer
Neanderthal en 1856. Aunque las teorías evolucionistas habían hecho muchos progresos, ninguna
estaría lo suficientemente madura –excepto la economía política, la lingüística y la estadística-. Lo
mismo ocurría con la antropología o la etnografía.
    Por otro lado, con funestas consecuencias, comenzó a debatirse entre los monogenistas y
poligenistas; en otras palabras, entre aquellos que pensaban que todos los hombres tenían las
misma raza y, por tanto, eran iguales, y los que percibían acusadas diferencias.
 
V.   Los efectos indirectos de los acontecimientos contemporáneos fueron más importantes. Nadie
podía dejar de observar que el mundo se estaba transformando más radicalmente que nunca antes
de aquella era. Apenas sorprende que los patrones de pensamiento derivados de los rápidos
cambios sociales, las profundas revoluciones, resultaran aceptables. Una vez que decidimos que no
son ni más ni menos racionales todo es cose y cantar, pero eso no sucedió hasta después de la
revolución.
     Charles Darwin dedujo el mecanismo de la “selección natural” por analogía con el modelo de la
competencia capitalista, que tomó de Malthus (la “lucha por la existencia”). La afición por las teorías
catastrofistas en geología pudo también deberse en parte a lo familiarizada que estuvo aquella
generación con las convulsiones de la sociedad. Pero no hay que dar mucha importancia a los
agentes externos: el mundo del pensamiento es autónomo y sus movimientos se producen dentro de
la misma longitud de onda histórica que los de fuera.
     Es fácil subestimar la “filosofía natural” –como competidora de la ideología científica clásica,
porque pugna con  la razón como ciencia. La “filosofía natural” era especulativa e intuitiva. Trataba
de expresar el espíritu del mundo o de la vida, la misteriosa unión orgánica de todas las cosas con
las demás, y muchas más cosas que resistían una precisa medida cuantitativa de claridad
cartesiana. Pero en conjunto, el camino “romántico” sirvió de estímulo para nuevas ideas y puntos de
partida, desapareciendo en seguida de las ciencias. Los románticos, más que crear un nuevo cuadro
del mundo, diferente al del s. XVIII, lo idearon, buscaron los términos. La alternativa romántica no
daba soluciones, pero mostraba problemas reales.
 
 
 
16. Conclusión: Hacia 1848
 
I.   Fue el medio siglo más convulso de la historia hasta ese momento. Fue una época de
superlativos. En términos de beneficios fue la mejor de las épocas, pero acaso la peor en creciente
pobreza… acaso por los residuos de la monarquía, feudalismo y aristocracia. Eso sí, la trata de
esclavos se había abolido entre 1814 y 1834, en Inglaterra.
     Entre 1840-1850 los progresos fueron más modestos. Aunque mucha población era urbana, la
mayoría seguía trabajando en el campo. La situación de los agricultores fue la misma antes que
después en Sicilia, Andalucia y el este de Europa. De hecho la mayor sublevación fue la de Galitzia
en 1846.
     La monarquía seguía siendo la forma corriente de gobierno. La solidez aristocrática dependía
cada vez más de la industria y la actividad que en ella se desarrollaba. También las “clases medias”
habían crecido rápidamente, pero su número no era todavía abrumadoramente grande. Por su parte,
las clases trabajadoras crecían naturalmente. Eran pocos y desorganizados, pero tenían su
importancia política.
     Brasil y EE.UU. tenían dos cosas en común: no tenían rivales que impidieran su extensión y
poseían mucha riqueza mineral. La diferencia estaba en que los del sur no la habían explotado. El
ritmo industrial de EE.UU. era desorbitado y eso en Europa no se tuvo tan en cuenta.
     Sólo había habido un gran conflicto internacional en este período: la guerra del opio (1839-1842)
demostró que la única gran potencia no europea estaba recibiendo la agresión militar y económica
de Occidente. Inglaterra practicaba el colonialismo económico, pues invirtió todo lo que pudo en
aquellos lugares donde había desarrollo económico. Pero los estadistas británicos advertían sobre el
poder potencial de EE.UU., Rusia y Alemania.
     Todo ello, sumado a la inquietud y el desorden, debería ser suficiente para anticipar una
inminente transformación, revolución social. Entre 1840-1850 no encontramos el sueño de los
socialistas: la desaparición del capitalismo, sino todo lo contrario, pues su quiebra se transformó en
expansión y triunfo. Pero, de todas formas, la Revolución francesa había enseñado que el pueblo
llano no tiene por qué sufrir injusticias mansamente: “las naciones nada sabían antes, y los pueblos
pensaban que los reyes eran dioses. Dicho de otro modo, los industriales, ceñidos al poder político,
solo podían ser vencidos por medio de una revolución. Statu quo o revolución eran las únicas
soluciones.
     Ampliar los derechos políticos en Francia podía introducir a los jacobinos en potencia, los
radicales en toda regla, en el poder (ya de hecho, con sufragio restringido, las elecciones de 1846
dieron un resultado adverso al gobierno). Depresión industrial, la pérdida de la cosecha de la
patata… la disposición del ánimo de las masas, siempre dependiente del nivel de vida, tensa y
apasionada. El alzamiento campesino en Galitzia en 1846 coincidió con la elección de un papa
“liberal”, una guerra civil entre radicales y católicos en Suiza y otra en Palermo en 1848.
 
Victor Hugo: “oía el ronco son de la revolución, todavía lejano, en el fondo de la tierra, extendiendo
bajo cada reino de Europa sus galerías subterráneas desde el túnel central de la mina, que es París”.
En 1847 el sonido era estentóreo y cercano. En 1848 se produjo la explosión.
 
FIN

También podría gustarte