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Maquiavelo fue en su época quien mejor vio la evolución de la política y de los gobiernos
europeos. Se dio cuenta del arcaismo de las instituciones que estaban siendo desplazadas y
nadie mejor que él aceptó con mayor facilidad el papel que la fuerza bruta estaba
desempeñando en ese proceso. El le daba un valor fundamental a la unidad nacional y esa era
su obsesión.
Maquiavelo también se sitúa en el contexto italiano donde la región estaba dividida en cinco
grandes estados, donde en ninguno de ellos apareció un poder suficientemente grande para
unir toda la península. También vamos a encontrar divisiones entre tiranos que se dejaban en
manos de franceses, españoles y alemanes, siendo el responsable de esto la iglesia.
Para él, la política y la sociedad italianas son un ejemplo peculiar de un estado de decadencia
institucional, llena de libertinaje, desenfreno y egoísmo. Época de bastardos y aventureros.
Por otro lado, su finalidad de la política es la de conservar y aumentar el poder político. Para
juzgarla hay que medir su éxito en la consecución de ese propósito. Le resulta indiferente que
una política es desleal, cruel o injusta. Le interesan en cuanto que permiten fortalecer al
estado, donde establece una separación entre convivencia política y la moralidad, condenando
a la moral cristiana por ultramundana.
Respecto a lo que se piensa, Frente a lo que se piensa, Maquiavelo sanciona el uso de los
medios inmorales por parte de los gobernantes para conseguir su finalidad, pero nunca dudó
de que la corrupción moral de un pueblo hace imposible el buen gobierno.
Maquiavelo no era imparcial con relación a la moralidad. Lo que le interesaba era un fin, el del
poder político, y era indiferente a todos los demás.