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Cuando la religión no es opio del pueblo

Manolo Pineda, un militante cristiano del movimiento obrero

“Una de las cosas que hacíamos en la Juventud Obrera Cristiana (JOC), en los años setenta, era
celebrar el Primero de Mayo, que estaba prohibido. Nos citábamos en el campo, la mayor parte
de las veces en una zona de Villanueva de la Serena que conocíamos como el Molar, que está en
la carretera de La Coronada. Nos juntábamos apenas catorce o quince, pero la Guardia Civil
paseaba por las carreteras para ver si había algún movimiento. Llegábamos al punto de reunión
tres por un camino, cuatro por otro y así. Y una vez que estábamos allí se hacía una eucaristía y
se leían los boletines de la JOC analizando la situación de la clase obrera. Me acuerdo
especialmente del año en el que la policía ametralló a un montón de obreros en Vitoria”.
El Primero de Mayo, la gran fecha rompeolas de la lucha de clases, la pesadilla recurrente de los
poderosos y la promesa imperecedera de los oprimidos. De eso nos hablan las correrías
clandestinas entre trochas y caminos que evoca Manolo Pineda. El historiador Eric Hobsbawn
explicaba que una de las razones importantes del arraigo del Primero de Mayo estribaba en “que
era vista como la única fiesta asociada exclusivamente con la clase obrera como tal”, una
celebración que no compartía con nadie y que, además, había sido “arrancada por los propios
obreros”. Los invisibles, los nada de hoy de todo el mundo salían a la luz, se reconocían a sí
mismos como una sola clase, más allá de las barreras de oficio, lengua o nacionalidad, y se
agrupaban aunque para ello tuvieran que burlar todo tipo de prohibiciones y guardias.
Manolo Pineda es un irredento, uno de esos trabajadores indomables a los que no han podido
extirpar el ansia de emancipación. Lleva toda su vida en la brega, alimentando lo que en cada
momento considera la organización y las luchas más genuinas y autónomas. La JOC, las
Comisiones Obreras, el Campamento Dignidad son solo algunos de los espacios en los que ha
participado. Pero además lo ha hecho de un modo muy especial, fundiendo evangelio y
revolución social, convirtiendo la teología en un manantial de liberación.
Manolo nació en Villanueva de la Serena hace 79 años. Su padre era sordomudo, trabajó
durante algún tiempo como barbero y años más tarde en las obras del Plan Badajoz, donde
sufriría un accidente que le inutilizó una mano. Su madre trabajaba de sirvienta en algunas de
las casas más acomodadas de la ciudad. Precisamente una de aquellas familias será la de
Antonio González-Haba Barrantes, el carismático “cura de Entrerríos”, que jugará un papel
crucial en el desarrollo de la iglesia comprometida contra el franquismo.
Durante años Pineda vive en una chabola, con sus abuelos y sus tíos. Y siendo todavía un niño
entra a trabajar en la Imprenta Jiménez. “El Manolito, como a mí me llamaban, tenía fama de
buena persona pero me llegué a convertir, a los ojos de los que mandaban, en un diablo. Cuando
empecé me tenían como recadero para llevarle los sacos de pienso a las gallinas del jefe y lo que
menos me enseñaban era el oficio. Cuando yo entré en la JOC y nos dijeron que los aprendices
teníamos también que empezar a dar la lata, la cabeza se me cambió. Ya no era el Manolito-
buena persona. Me decían los jefes que los curas me habían comido el coco. Pero yo les decía
que cuando me lo habían comido era antes, que ahora ya sabía discernir los abusos”.
La JOC será el gran abreojos, una escuela de vida que engloba conciencia cristiana y conciencia
obrera. “Yo fui siempre una persona con tendencia a lo religioso, muy observante de cultos,
ritos, procesiones, preceptos... Una religiosidad propia de lo que llamaban el “nacional-
catolicismo”, fomentada especialmente por la jerarquía eclesiástica y el régimen dictactorial,
donde muchos nos sentíamos cómodos. Ignorante en lo político, como otros muchos, a pesar de
la pobreza de gran parte de la población y la represión, de la que personalmente no era
consciente, no cuestionaba el “sistema establecido”. La relación de nuestro joven prosélito con

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Emilio González Gallardo, el Carpintero, como se le conocía popularmente en Villanueva, será
fundamental en la transformación. Comenzarán a tratarse a través de los “contactos personales”,
una práctica habitual en la dinámica de la JOC. “Fue el principio de un cambio de mentalidad,
yo diría de conversión, no en vano siempre he considerado a Emilio “mi padrino en la fe”.
Manolo se incorpora activamente a la JOC, a sus reuniones, charlas y retiros. Paradójicamente,
el vínculo con la organización supondrá una crisis religiosa, el “inicio de una maduración”. El
método de la Revisión de Vida constituye un salto cualitativo que permite trascender la religión
como mera liturgia reiterativa y alienante. El método supone desarrollar y relacionar tres
puntos: Ver, Juzgar y Actuar. Observar la realidad con ojos críticos, juzgarla partiendo del
evangelio y obrar en consecuencia. “Este método nos liberaba del sectarismo, de caer en el
fanatismo”, afirma Pineda. Como señala José María Izquierdo, también militante de la JOC
décadas más tarde y dirigente de CCOO de Extremadura, en puridad se trata de una
procedimiento marxista, una forma de filosofía de la práxis donde se condensa y renueva la
conciencia de clase. Paulo Freire lo expresará de un modo similar en su Pedagogía del
oprimido: “No hay palabra verdadera que no sea una unión inquebrantable entre acción y
reflexión”.
Conversión, maduración, crisis. Esos son los términos con los que Pineda se refiere a esta nueva
etapa. Rafael Díaz-Salazar ha resumido así la aportación de la JOC y organizaciones similares
subrayando “el hecho de descubrirle a los jóvenes: primero, su sentido de pertenencia a la clase
obrera; segundo, la existencia de explotadores y explotados; tercero, localizar actos de injusticia
contra los que hay que luchar, y cuarto, la necesidad de formarse en todos los ámbitos para
saber más claramente cómo luchar contra ellos. En definitiva, a “invertir” tiempo, personas y
medios en formar militantes sociales”. Un aldabonazo marcará ya toda la vida de Manolo. A
partir de ese momento será un militante, implicado en luchas muy diversas. En su empresa se
encarga de llevar los boletines de la JOC y de la HOAC a los compañeros y empieza a
reivindicar mejoras tanto para él -le tuvieron 15 años sin dar de alta- como para toda la plantilla.
Comienzan de ese modo también los conflictos con el patrón. Ya no será invitado, ni él ni otro
compañero que secunda las reivindicaciones, a las paternalistas y generosas comidas del día de
San Juan Evangelista, patrón de las imprentas.
Pero el compromiso del recién estrenado jocista irá más allá de su empresa. En la década de los
setenta se está dilucidando un pulso en todo el país, una pugna entre la continuidad del
franquismo sin Franco y la ruptura democrática. De esos años retornan con fuerza el recuerdo
de otras dos personas que ejercerán mucha influencia en él: Antonio Barrantes, el cura de
Entrerríos, y Antonio Guisado.
Antonio Barrantes será uno de los grandes referentes de la “Otra Iglesia” en Extremadura hasta
su temprana muerte en 1973. Su generosidad, valentía y lucidez representarán el espejo dónde
mirarse y el principal aliento en la pugna contra la curia reaccionaria al frente de la Iglesia
Oficial. Desde principios de los años sesenta en toda España hay un combate tremendo entre las
dos Iglesias. El “contencioso histórico entre la Iglesia y la clase obrera”, por decirlo con las
palabras de Esteban Tabares, se plantea ahora en otros términos. El Concilio Vaticano II y la
emergencia de la Teología de la Liberación en América Latina, expresan a la perfección una
nueva atmósfera de época. En España una parte significativa de los cristianos e incluso de los
sacerdotes ha empezado a virar hacia el mundo del trabajo y está entrando progresivamente en
conflicto con el régimen franquista. Referentes como el Padre Llanos, representan “una nueva
forma de presencia o encarnación de los cristianos” (Iknasi Anzizu). Y la irrupción del
movimiento de los curas obreros en todo el país (Francisco García Salve, Diamantino García
serán dos de los más conocidos...) profundizará la fosa entre las dos iglesias. En Extremadura, a
modo de ejemplo, podemos señalar algunos de los principales nudos de conflicto durante las
décadas de los sesenta y setenta:

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- las celebraciones del Primero de Mayo. Como recuerda Manuel Higuero, en 1968, “Badajoz
vivirá la segunda manifestación obrera después de la guerra, promovida por los movimientos de
Acción Católica. La policía por primera vez disolvió, pegó, detuvo y denunció”.
- la emergencia de curas obreros en varias ciudades. Santiago Moreno y Otilio Largo en
Badajoz; Fermín Solano, en Orellana; o el propio Antonio Barrantes que trabajará durante
algunos meses como albañil.
- la presencia activa de sacerdotes y del cristianismo antifranquista en la promoción de los
principales movimientos populares: obrero, campesino y vecinal. La influencia de la Asociación
Sindical de Trabajadores en zonas como Mérida o Almendralejo, el vínculo con la JOC y
especialmente con la HOAC y el Movimiento Rural de un gran número de líderes obreros y
campesinos (Alberto Asuar, Gabriel Montesinos, Víctor Jesús González Guerreiro, Damián
Bohoyo...). Comisiones Obreras y la Unión de Campesinos Extremeños contarán con un gran
número de militantes que proceden de la acción católica. Otro tanto puede decirse del
movimiento vecinal: por ejemplo, en el Gurugú y el Cerro de Reyes en Badajoz, o la Data y
Rosal de Ayala en Plasencia, con sacerdotes de gran influencia como Alejandro Tacoronte o
Felipe García.
- la extraordinaria expansión de la JOC y de la HOAC durante este periodo. Manolo Venegas,
Manuel Higuero o Manuel Pecellín, serán algunos de los militantes que lo impulsen.
- la extraordinaria difusión de las publicaciones de las editoriales ZYX, Zero y de revistas como
Juventud Obrera.
Antonio Barrantes será, en este marco, una de las principales puntas de lanza del movimiento.
Su lucha a favor de los campesinos, su extraordinaria formación teológica y política -hasta el
punto de dirigir un Cursillo de Marxismo en los locales de la Vanguardia Obrera de Badajoz- y
su ejemplo personal irradiarán conciencia y confianza entre sus correligionarios. Basta con leer
la última de las homilías de las que se ha conservado el contenido íntegro (9 de octubre de
1972), recogidas en el libro de Manuel Higuero, para comprobar el enorme coraje y autoridad
moral del cura Barrantes:
“Conocéis de sobra la postura del clero español y cómo ha estado y sigue estando en general al
lado de los poderosos (...) Pero también os quisiera hacer pensar cómo eso no es el cristianismo”
Manolo Pineda recuerda así a Barrantes: “Se quitó la sotana. Se fue con los campesinos, los
ayudaba a acarrear la fruta, lo que menos pisaba era la iglesia, algo que le echaban mucho en
cara. Hacía unas misas muy curiosas como Enrique de Castro en Madrid, en la parroquia de
Entrevías. El cura sin vestimenta, una mesa, el pan y el vino. Y mucha gente alrededor de la
mesa. Lo que se trataba, en nombre del evangelio, era de solucionar los problemas que tenía la
gente”. Barrantes estaba muy controlado por la policía y a Pineda le tocó varias veces quedarse
vigilando en la puerta cuando se celebraban reuniones. “Un día vimos que venía Luque, que era
como se llamaba uno de los policías secretas. Avisamos, nos pidieron el DNI, y cuando entraron
a la casa parroquial Barrantes y los compañeros estaban rezando el rosario: Santa María, madre
de Dios, ruega por nosotros...”, recuerda el inédito custodio, riéndose a mandíbula batiente.
Antonio Guisado, por su parte, es el consiliario de la JOC en Villanueva. Manolo subraya su
valor: “Era una persona muy comprometida con los temas sociales, hasta el punto de que en las
homilías subía la policía secreta al coro con una grabadora. Le grababan por si se metía en
política, con la amenaza de mandarle a la cárcel de Zamora, la cárcel concordatoria para curas
que había habilitado el franquismo con la complicidad de la jerarquía eclesiástica”. Una cárcel
por la que pasaran alrededor de cien sacerdotes y entre ellos algunos tan conocidos como
Mariano Gamo, Francisco García Salve o Lluis Mª Xirinachs. Pineda recuerda cómo el párroco
denunciaba en sus sermones las pésimas condiciones de trabajo en las dos fábricas de pimientos

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que había en la comarca. Y otro hecho muy relevante: la detención de militantes de la JOC que
se produjo en La Coronada en 1972, cuando intentaban organizar a las empleadas de hogar:
“Íbamos a tener una reunión para reclamar que se regulara legalmente su situación. Porque las
empleadas de hogar no han tenido nunca nada, siempre de sol a sol y a merced de las señoritas,
como se decía entonces. Fuimos buscando firmas para mandar un escrito y no sabemos cómo
demonios la Guardia Civil detuvo a tres militantes de la JOC y se los llevó al cuartelillo. Entre
las detenidas estaba Justi, que era un compañera muy comprometida con los temas sociales”.
Tras la intervención de Antonio Guisado y Juan Manuel Ucieda, un cura joven recién ordenado,
se consiguió que las soltaran, aunque el miedo ya había producido el efecto perseguido.
Pero, además de las laborales, Manolo Pineda arrimará el hombro en algunas otras causas que
están en marcha como la creación de una de las primeras Asociaciones de Vecinos en
Extremadura -junto a Juan Serna y otros activistas de Villanueva- y, sobre todo, en la lucha
contra la Central Nuclear de Valdecaballeros, la reivindicación que concitará la unidad y la
movilización más intensas en los años siguientes.

Otro trabajo y otra ciudad, el mismo empeño comunitario

Hermano del marginado


Al que ansías rescatarle
De esos falsos paraísos
Que atenazan sus andares.

En medio de la miseria
De un mundo enfermo que yace
Creando mil ataduras...
Esperanza es tu mensaje.
Tú te arrojas a la calle. Poema de Manolo Pineda dedicado a Juan Miguel Refoyo

En 1981, Manolo y su familia se mudan a Mérida y él consigue un empleo en el hospital.


Durante diez años trabajará como pinche en la cocina y a partir de 1991, tras sacarse el
graduado escolar y aprobar los exámenes correspondientes, su puesto de trabajo hasta la
jubilación será el de auxiliar de enfermería. Pineda es militante de Comisiones Obreras y sus
compañeros le eligen repetidamente para que forme parte tanto de la Junta de Personal como de
la ejecutiva provincial del sindicato de Sanidad.

“En el hospital empezamos a tener follones con los jefes”. A Manolo le amenazarán en dos
ocasiones con la apertura de un expediente. Pero la razón no tiene nada que ver con el
desempeño de sus tareas, sino con las denuncias públicas que tanto él como sus compañeros del
sindicato -Carmeta, Nuria, Alfonso González Bermejo- vienen haciendo. Al director del
hospital, Don Cándido Sánchez Cabrera, y a sus adláteres no le gusta que el sindicato salga al
paso de la propaganda y de las promesas de pluses de productividad, señalando la falta de
personal o la existencia de “camas cruzadas”, con tres pacientes en cada habitación, ni tampoco
que se revele, por ejemplo la escasez de toallas en el hospital. “Usted se calla”, le ordena el

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director en una de las reuniones y le cita a su despacho horas más tarde para advertirle de un
posible expediente. “Me han dado quejas en la planta y me he enterado que usted le canta
responsos a los enfermos”. La acusación no puede ser más ridícula. Sí, Manolo a veces canta,
incluso en latín, pero lo que produce entre los enfermos y sus propios compañeros no es
precisamente quejas, sino alegría cuando no hilaridad. El escrito público de uno de los colegas
de trabajo, José Cuello Florido, cuando el osado cantarín se jubile, lo deja a las claras: “ Estos
días en los corrillos de los compañeros de trabajo se comenta y se habla de un compañero que
nos deja (...) Tú, Manolo Pineda, por encima de tus utopías y devaneos progresistas has
demostrado amor con aquello que te rodea. El conseguir hacer el ambiente de trabajo más
humanizado no es tarea fácil y menos en el ambiente de dolor y sufrimiento, donde hemos
tenido la suerte de trabajar codo con codo, en medio de la desesperanza y el abandono. A dúo
fuimos capaces de arrancar una sonrisa, donde solo había tristeza. Pusimos calor donde solo
había frialdad”.
Pero el campo laboral tampoco va a ser el único ámbito donde se implique Manolo Pineda en
esta nueva etapa de su vida. Será con dos curas afines, con los que comparte orientación y
sensibilidad, con los que prolongue su militancia: Antonio Paniagua y Juan Miguel Refoyo.
Paniagua, más mayor y con el que coincidirá menos tiempo, también procede de los
movimientos de la acción católica, de la JOC y de la HOAC. “Era también muy rebelde y muy
criticado por la gente que no le interesan más que los ritos, los preceptos y las procesiones”. El
diario del veterano sacerdote, Por mis caminos. Apuntes y reflexiones vulgares de un cura del
pueblo, es un magnífico relato sobre el tardofranquismo en Mérida y Extremadura, así como
sobre la complicidad de la Iglesia oficial con la dictadura: “Diciembre de 1970, estado de
excepción: “En Badajoz, el obispo administrador encabeza la manifestación, codo con codo
con el gobernador civil, el vicario… Una foto hará época. Luego ellos juzgan a los sacerdotes
porque se comprometen, dicen que “hacen política”, y yo me pregunto: ¿Aquello no lo es?”

Paniagua ha jugado un activo papel en la promoción del asociacismo antifranquista y en la


solidaridad con las organizaciones sindicales y políticas que empiezan a plantarle cara:
“Noviembre de 1969 en Mérida. Domingo, retiro espiritual de la JOC y de la VOJ (Vanguardia
Obrera Juvenil) en el local de la capilla de la barriada de San Antonio. Empezábamos la
reunión cuando se presentaron dos policías, la brigada social”.
Juan Miguel Refoyo, el cura que sustituirá a Paniagua en la barriada de San Antonio, dará
continuidad a su compromiso y a reivindicaciones de los vecinos, tales como la canalización del
río, de la mano de “un núcleo extraordinario de personas entregadas como Isidora, Cati, Ana
Rosa o Javi”. Refoyo, en palabras de Manolo Pineda, es “un cura muy especial, un tanto
bohemio, con barbas, pantalones vaqueros y sandalias, dedicado al mundo de la marginación”.
A este sacerdote le tocará ahora enfrentarse a las consecuencias devastadoras que acarreará la
heroína en los barrios más pobres. Su comportamiento será de entrega total y absoluta: “La casa
de Refoyo era estrecha, una casa alquilada, pintada de cal, con una camilla vieja, allí metía a los
drogadictos, a algunos les escondía de la policía y luego les acompañaba a los juzgados. Él,
como Enrique de Castro, organizó una comisión de madres de los drogadictos para que
protestaran”.
En los años sesenta y setenta Manolo Pineda ha vivido la irrupción del compromiso obrero, pero
la hidra con la que se enfrentan ahora en los barrios es aún más difícil de abordar. La
combinación de droga y miseria arrambla con la vida de miles de jóvenes y se llevará también
por delante a algunos de quienes pretenden hacerle frente. Rafael Chirbes habló de la
generación bífida: a un lado los vencedores, los trepadores en la política, la cultura o los
negocios; al otro lado, los marginados, los más pobres, los más rebeldes. Al parecer el Obispo
Antonio Montero tenía bastante aprecio a Juan Miguel Refoyo y le visitaba en alguna ocasiones.
Manolo Pineda recordará así la confidencia del sacerdote de barrio: “El Obispo le decía a Juan

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Miguel: vete a una parroquia y a una iglesia pero di misa como otro cualquiera. Mira lo que te
voy a decir, Antonio, le espetó Juan Miguel: yo soy cura, no soy funcionario; yo, para extender
sacramentos como si fueran mercancías, a gente beata, que no tiene nada de cristiana, no me
voy. A mí me dejas con mis reuniones y ya está”. La generación bífida, la Iglesia también
bífida.
Refoyo enferma, se va a Madrid con su madre a desintoxicarse, pero no lo consigue y muere en
2009. “Si tuviéramos que definir a Juan Miguel en pocas palabras diríamos de él que fue un
hombre más de evangelio que de institución”, escribirá Manolo Pineda para la eucaristía que se
celebra en homenaje al joven sacerdote fallecido. “El compromiso, para ser creíble tiene que
partir de la solidaridad con los pobres y marginados y no del poder, el prestigio, el boato, el
culto tranquilizante, etc. Hay que decir en este aspecto que la vida de Juan Miguel fue un
testimonio de pobreza y desprendimiento”.
A Juan Miguel Refoyo no le faltaban enemigos entre los mismos curas, en la institución. Pero,
sin embargo, había mucha gente humilde que le quería. A Manolo se le llevan los demonios con
la hipocresía y la doble moral de los bienpensantes. “Fíjate: Don Antonio Campos, el cura de
Los Milagros, que era del Opus Dei. Se murió y le han dedicado una calle. ¡Tú te crees,
dedicarle una calle y no hacerlo con gente como Juan Miguel, que acogía en su casa a los
drogadictos y a cualquiera que lo necesitaba! Él, que los convencía para que tirasen la droga al
río Guadiana...”.

Campamento Dignidad: Los últimos serán los primeros

El mundo obrero y sus pústulas. La miseria sembrada y cultivada por el poder en los barrios
más humildes, la criminalización de los pobres. Manolo Pineda ha interiorizado la experiencia
de la barriada de San Antonio. Hay que escapar del discurso narcotizante que exalta a la clase
media, que sumerge al pueblo en los contravalores de la burguesía, en el individualismo, el
consumismo y la competitividad sistemática. Pero ninguna derrota es definitiva, la lucha sigue,
la búsqueda continúa.

En 2008 estalla la última gran crisis sistémica. El desastre para los de abajo se adivina, se
acrecienta día a día. En Mérida, como en tantos sitios, los derrotados de diversas luchas -los
derrotados que nunca se rinden- le dan vueltas a cómo organizarse, traman, experimentan, se
caen y vuelven a levantarse una y otra vez. Primero es la Asamblea de Parados, después la
Coordinadora Anticapitalista, más tarde se organiza la Contracumbre a la reunión de ministros
de la Unión Europea. En unas luchas hay demasiada carencia y corporativismo, en otras solo
flamean banderas de parte. Demasiados irreflexivos, que nunca dudan. Demasiados reflexivos,
que nunca actúan. Demasiados cosechadores, escasísimos sembradores.

Al final, en el invierno de 2010, un grupo heterogéneo de rebeldes bien temperados, acaba


desembocando en la trastienda de un pequeño comercio, el de Laura, que amablemente cede el
espacio para las reuniones. El manifiesto fundacional del Colectivo La Trastienda empieza así:
“Venimos de naufragios y viajes diversos. Unos lucharon y luchan con el nombre de Marx en
los labios, a otros les acompañó y les acompaña más el de Bakunin, el de Paulo Freire o el de
Helder Cámara. Cada uno de su padre y de su madre, pero todos anticapitalistas, todos
aspirando a que entren en la escena las dos ausentes y bellas hijas de la esperanza, la ira y el
coraje (...) La Trastienda es un espacio de búsqueda y de resistencia. Sabemos lo que no
queremos ser. No somos un partido o un sindicato, no nos presentamos a las elecciones, no
queremos subvenciones del poder. No aceptamos la dicotomía artificial entre lo político y lo

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social: nuestros pies pisan barro pero nuestros ojos no sólo miran el charco sino también el
horizonte”.

Allí está Manolo Pineda, “nuestro curita preferido”, como le gusta decir a Héctor, el hermano
argentino de lucha. Ahí está con su sonrisa, con su sorna, con su sabiduría intransigente.
“Descubrir a Jesús en su humanidad, en los pobres y excluidos... en su lucha”. Ahí está Pineda
con su evangelio, sin hacer dejación de él, pero sabedor de que, como señalaba Francisco
Fernández Buey, “el diálogo entre cristianos y marxistas debe ser más un diálogo práctico que
un diálogo teórico”.

La crisis avanza, pero la inteligencia colectiva de los de abajo también. Nace la Plataforma por
la Renta Básica y después, en la onda expansiva del estallido del 15M en las plazas, nacen los
Campamentos Dignidad, un movimiento por los derechos sociales que ha arraigado entre los
parados y precarios y muy especialmente en las barriadas, en contacto, con la pobreza y la
exclusión. En diciembre de 2013 Manolo Pineda escribe: “Lo que está pasando es algo
impensable. Y no es que me sorprendan estos fanáticos del mercado y la corrupción. Yo
pensaba, ingenuo de mí, que no iban a llegar tan lejos: Nos desmantelan los derechos sociales,
arrojan de sus casas a familias con sus niños, ¿así se protege a la infancia? -todo esto en
beneficio de los bancos a quienes no se quiere privar ni un ápice de sus beneficios- privan a los
enfermos dependientes de unos servicios y prestaciones suficientes para vivir con dignidad, a
los desesperados por el hambre para impedirles la entrada les ponen cuchillas en las vallas
metálicas lesionándoles sin piedad, tratándoles peor que a las alimañas. etc. etc. Y para colmo
reprimen y sancionan el derecho a la manifestación”.

En diciembre de 2014, él será precisamente una de las 75 personas de Mérida que, en el marco
de las luchas sociales, serán castigadas con multas. Su sanción y el motivo, cantar la canción
“La mala reputación” en una manifestación por la renta básica, que no ha sido comunicada
formalmente, serán motivo de indignación pero también de jolgorio. El periodista Pablo
Sánchez escribe: “A Manolo Pineda, un pensionista con 43 años de trabajo a sus espaldas, le
van a crujir este mes por dar el cante en mitad de la calle. Le va a costar 331 euros su mala
reputación (la canción, claro) porque así lo impuso la Delegación del Gobierno en Extremadura
y porque así se ha encargado de ejecutarlo la Agencia Tributaria. El caso es que a Manolo le
piden en cada concentración, en cada encierro de los Campamentos Dignidad que se ponga a
cantar el mítico tema de Brassens y él es fácil de convencer en estas cuestiones y volando va a
cantar “en mi pueblo sin pretensión tengo mala reputación”.
Ahí seguía Manolo, ahí sigue, en la opción por los pobres, reincidiendo en el pecado de no
seguir a los abanderados del dinero. Y actualizando las parábolas subversivas: “Los pobres, los
pecadores, los publicanos, las prostitutas, los niños, las mujeres, todos ellos eran marginados
por las leyes religiosas. Jesús no podía permitir que en nombre de Dios se legitimara esa
injusticia. Quien haya leído el evangelio no tiene más remedio que ser de izquierdas. Pero eso
sí, para mí la izquierda no son siglas, es una filosofía, es una manera de ver la vida. Ver la vida
desde abajo o ver la vida desde el capital. Porque eso de izquierda, derecha, de si eres de
Sánchez o Feijó, a mí ni me va ni me viene”.
Cómo ves la Iglesia de ahora, los curas de ahora, le pregunto. Reconoce algunos de los gestos
del Papa Francisco y vaticina que le costará mucho introducir cambios sustanciales, pero cree
que en general durante las últimas décadas se ha producido una gran regresión. “Como yo les
digo: os podéis tirar hablando tres horas de Dios y al final no decir nada. Que sí que la Virgen
me ama, que Dios me ama, pero cómo me influye eso en la vida, qué hacemos cuando hay
personas que las están desahuciando, que apenas tienen para comer, cómo nos influye eso a
nosotros. Porque esas declaraciones grandilocuentes y abstractas a mí no me valen. A mí lo que

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me vale es el Evangelio, y eso es Jesús subversivo, rebelde y de mala leche. Porque, ojo, he ido
buscando más cosas en el Evangelio y he visto que este Jesús rompe todos los esquemas y tiene
muy mala leche”. Se ríe a carcajadas, Manolo. En sus labios y en su sonrisa es imposible que la
religión sea opio del pueblo, sino justo lo que escribiera Marx en la frase anterior, “el suspiro de
la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, el espíritu de una situación sin
alma”.

Rafael Díaz-Salazar ha llamado la atención sobre el inédito histórico que supuso en España la
existencia de cristianos de izquierda durante los años sesenta y setenta. Durante esas décadas
ellos fueron, junto a los comunistas de las más diversas familias, “un sujeto central en la
creación del nuevo movimiento obrero”. Marcelino Camacho, desde Carabanchel, lo recordaba
en Charlas en la prisión y emplazaba a “eludir el anticlericalismo estrecho, que en no pocas
ocasiones ha sido promovido por la propia burguesía liberal, para desviar así a la clase obrera de
sus objetivos esenciales”.

Con la pasión común “por la primacía de los últimos”, con la honradez, coherencia y coraje del
testimonio de personas como Manolo Pineda, podremos cambiar el mundo de base. ¡Viva la
lucha de la clase obrera! ¡Viva el Primero de Mayo!

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