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Tinta y amistad que curan

Compañeros: los que comparten el pan, los que juntos se comen el pan. Cuando te lo leí, lo
confieso, pensé que era una fábula, una hermosa metáfora de las tuyas. Lo busqué ansioso en
el diccionario etimológico, y allí estaba el rastro de los yunteros, la huella de tu extraordinario
poema a los campesinos de Extremadura, tejido durante décadas. Allí, en aquella palabra
dignificada y dotada de sentido por ti, estaban mis padres y los de la inmensa mayoría de los
extremeños.

En los últimos cuatro años se ha representado en muchos pueblos y ciudades la adaptación


teatral de tu obra 25 de Marzo de 1936, que tan generosamente donaste a la Asociación y que
de un modo tan magistral ha puesto en escena la altruista compañía de actores dirigidos por
Pedro Rodríguez. La he visto unas cuantas veces y en todas ellas he temblado de emoción. La
redención de los oprimidos, el yugo obrero y campesino de siglos, el abrazo de esperanza y la
promesa de los compañeros. Todo estaba allí, en aquellas palabras amorosas, precisas,
calibradas con tu melancolía revolucionaria.

Ese es el primer agradecimiento que quiero mostrarte, compañero Víctor. El de mis ancestros,
el de nuestros ancestros, el de quienes sufrieron y sufren, el de quienes lucharon y luchan, por
una vida digna de ser vivida.

Tinta que cura. Te voy a regalar un título, me dijiste. Yo te había comentado que quería reunir
algunos de mis escritos en un libro sobre Extremadura y me sugerías ese encabezamiento. El
último día que nos vimos me comentaste que uno de los proyectos que estás ultimando se
titula Tinta hervida. Tinta pura, la de un escritor total, de una pieza, que se ha adentrado como
pocos en los abismos de la condición humana, que mira con pasmo pero sin miedo el retablo
humano de santos y demonios, de alumbrados y bastardos. Ese es el segundo motivo de
gratitud que quiero destacar: el de lector que aprende mundo contigo, el de aspirante a
escritor que aprende de un maestro herético, que mestura historia y literatura, antropología y
magia.

Pero sobre todo quiero mostrarte otro agradecimiento aún más importante para mí, el de
amigo. Hermano, me dices por teléfono, y me llena de alegría. La fraternidad, la pata proletaria
en la triada de la revolución francesa. Un hermano que ha visto tu humildad desde hace
cuarenta años, cuando ponías una pequeña mesa en la Fiesta del PCE para vender aquella
hercúlea Historia de Extremadura que los nuevos ricos y sus lacayos había condenado a la
clandestinidad. Escribías los libros y también los vendías. Tú y tu inseparable Teresa. He visto
tu generosidad a raudales, regalando libros para editar, conferencias, poniendo el cuerpo
donde la papa quema. He gozado con tus fascinantes historias, tu sarcasmo y tu cara de pillo,
relatando las industrias y andanzas de Diego Bardón, de Jesús Vicente Chamorro y Antonio
Gades, de los muertos resucitados de Logrosán y de los belloteros maltratados por salir al
rebusco, de los curas rijosos y de los campesinos cervantinos. Y también me he indignado
viendo el daño que te hicieron los miserables. Los que te convirtieron en emigrante a la fuerza,
los que te prohibieron la entrada en el templo de la literatura y de la historia, los que te
tildaban de indocumentado –incluido algunos que presumían de emblemas con rosas, hoces y
martillos-, los que decretaron tu ostracismo, los que te partieron dos costillas, los que
quisieron expulsarte de la cultura y de Extremadura. Pero, sobre todo y a pesar de todo, he
visto tu coraje. Tu coraje, tu serenidad y tu indulgencia.

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Por todo eso –y mucho más- gracias interminables, compañero, maestro y amigo Víctor. Tu
sabiduría y tu ejemplo curan.

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