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1. Neurociencia Cognitiva
El nombre de Neurociencia Cognitiva se gestó hacia finales de los setenta en el asiento
trasero de un taxi en Nueva York. La Neurociencia Cognitiva se ha ido forjando durante
estos años como una disciplina con entidad propia y reconocida por la comunidad
científica, a caballo entre la psicología cognitiva y la neurociencia. El Handbook of
cognitive neuroscience de Gazzaniga (1984), define el objetivo de la Neurociencia
Cognitiva como el estudio de las bases biológicas de la cognición humana. Creemos
pues que no fue hasta 1988-89, como se discutirá más adelante, que la Neurociencia
Cognitiva se hace explícita como una disciplina nueva, con un objeto de estudio y un
marco paradigmático –en el sentido kuhniano (Kuhn, 1962)– propios, con las
publicaciones de Posner, Petersen, Fox y Raichle (1988), Kosslyn (1988), Churchland y
Sejnowski (1988) y Gazzaniga (1989). Y no ha sido hasta hace muy poco que se han
publicado libros que con ese título ofrecen una perspectiva desde la Neurociencia
Cognitiva de las funciones cerebrales; nos referimos al libro Neurociencia y conducta,
de Kandel, Schwartz y Jessell (1997), y al Cognitive Neuroscience: The biology of mind,
de Gazzaniga et al. (1998, Recientemente ampliado y reeditado en 2002).
La Neurociencia Cognitiva se define como la disciplina que busca entender cómo la
función cerebral da lugar a las actividades mentales, tales como la percepción, la
memoria, el lenguaje e incluso la consciencia.
Para Gazzaniga (1995, 2000b), la mente es lo que el cerebro hace, y la Neurociencia
Cognitiva aboga por una ciencia que relacione genuinamente el cerebro y la cognición
de una manera mecanicista. En este sentido, la Neurociencia Cognitiva busca descubrir
los algoritmos que describen la actividad fisiológica llevada a cabo en las estructuras
neuronales, y que resultan en la percepción, la cognición y la consciencia.
Definida así, no obstante, la Neurociencia Cognitiva no difiere en mucho de las
neurociencias entendidas en el sentido más amplio. Kandel escribe “el objetivo de la
Neurociencia es comprender la mente: cómo percibimos, nos movemos, pensamos y
recordamos”. Fuster (2000) afirma, literalmente, que “toda neurociencia es cognitiva”
(p. 51). Sin embargo, aunque los límites entre Neurociencia y Neurociencia Cognitiva se
puedan estar volviendo progresivamente más difusos, la Neurociencia Cognitiva
constituye una forma de entender las relaciones cerebro-cognición con identidad
paradigmática propia, diferenciada de la neurociencia en general, y de las disciplinas
psicológicas y psicobiológicas en particular.
Para comprender la naturaleza paradigmática de la Neurociencia Cognitiva, y de
cómo supuso una revolución en el estudio de las relaciones mente-cerebro, se hace
necesario analizar los hechos y los descubrimientos que determinaron su surgimiento
(Kosslyn y Andersen, 1992; Morris, 1996). Una primera aproximación a su origen nos
revela que ésta empezó a gestarse cuando, en parte por la evolución natural de sus
presupuestos, y en parte por cierta crisis paradigmática interna, los psicólogos
cognitivos dirigen su foco de atención hacia el cerebro, en particular para plantearse
dos cuestiones fundamentales (Kosslyn y Andersen, 1992): 1) cuál es el proceso
más simple que lleva a cabo el cerebro, y 2) cómo estos procesos elementales
interaccionan entre sí para producir las actividades mentales. Ambas cuestiones
llevaron a una nueva conceptualización de la función cerebral, que surgió de la
confluencia de los descubrimientos e ideas de tres viejas tradiciones: la neurociencia, la
psicología experimental y las ciencias de la computación. La evolución histórica de
estas disciplinas durante la primera mitad del siglo veinte, y sus más recientes
desarrollos durante las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta, prepararon las
condiciones apropiadas para el surgimiento de esta nueva ciencia de la mente. En
parte, las raíces más remotas de la Neurociencia Cognitiva en la neurociencia y la
psicología son compartidas con la Psicología Fisiológica, pero sus antecedentes más
inmediatos se refieren a desarrollos en esas disciplinas que se dieron cuando la
Psicología Fisiológica se había ya establecido como una disciplina consolidada.
2.1 La anamnesis
La entrevista inicial es clave para realizar una correcta evaluación neuropsicológica. En
primer lugar, dado que es el primer contacto del profesional con el paciente, es
importante que se establezca un vínculo positivo que favorezca la colaboración activa
del paciente hacia la evaluación. Es también una ocasión para observar el desempeño
del paciente en una situación menos formal y más libre que en las sesiones de
administración de tests. Es conveniente, dentro de lo posible, contar con la presencia
de un familiar o un allegado del paciente, que pueda aportar datos que complementen
lo brindado por este.
La anamnesis y los datos que se puedan extraer del registro de historia clínica (en caso
que se cuente con ella) proveen elementos esenciales para comprender las
características y el desarrollo en el tiempo de la enfermedad de un paciente. Sirven
para orientar hacia el diagnóstico y pronóstico, e informan sobre aspectos médicos y
psicológicos que puedan afectar el funcionamiento cognitivo y emocional y, por tanto, el
desempeño en los tests. Además, indagar acerca de la historia educativa, social y
evolutiva permite conocer cómo era el paciente antes de la enfermedad o situación que
lo trae a la evaluación, de manera de poder comparar el funcionamiento actual con el
que se estima poseía en el pasado.
Hay datos que permitirán orientar el curso que tomará el proceso de evaluación. Debe
indagarse sobre el propósito de la evaluación. Es importante tener en claro cuál es la
pregunta que intenta responder el profesional que deriva al paciente.
Debe clarificarse también la motivación del paciente respecto de la evaluación y las
expectativas acerca de lo que esta le pueda brindar.
Las variables demográficas del paciente (edad, ocupación, instrucción escolar,
dominancia manual, etc) son fundamentales tanto para elegir las técnicas como para la
interpretación posterior, y además por medio de la indagación de la historia de algunas
de ellas, el profesional puede ir obteniendo algunos datos que le permitan inferir el nivel
premórbido del sujeto. No basta con conocer el oficio o profesión del sujeto y si se
encuentra en actividad o no, sino que es importante conocer las características del
trabajo (complejidad y nivel de responsabilidad), los diferentes cambios de trabajo a lo
largo de la vida, motivo de los cambios, etc.
Contar con una descripción detallada de la enfermedad actual o problema que fue
motivo de consulta (los síntomas y quejas actuales, severidad y duración de los
mismos, momento de aparición, etc). Hay que preguntar también por el funcionamiento
de aquellos dominios cognitivos que no hayan sido relevados como sintomáticos ni por
el médico ni por el paciente. Si posee estudios anteriores o evaluaciones previas, se
deben consignar los resultados.
Otro apartado lo constituyen los tratamientos recibidos, la medicación y la percepción
de su efectividad.
Conviene preguntar también sobre antecedentes médicos en general: pérdida de
conocimiento, epilepsia, ACV, enfermedad cardíaca, hipertensión arterial,
enfermedades infecciosas. Las enfermedades psiquiátricas son de particular
importancia también.
Tanto la situación actual del paciente como la composición familiar y la
dependencia/independencia de ellos permiten apreciar las capacidades funcionales y
su adaptabilidad a la vida diaria.
Se debe registrar la existencia de situaciones de conflicto actuales.
Otra fuente de datos es la observación de la conducta de aquel durante la entrevista. El
nivel de lerta, hallazgos motores, velocidad de respuesta ante las preguntas u otros
estímulos, apariencia. Las habilidades discursivas, y el habla. Se debe estar atento a la
detección de los procesos y contenidos del pensamiento y a los fallos atencionales o
mnésicos. También son esenciales el grado de colaboración y el estado anímico.
2.4. Puntuación
El desempeño del sujeto en las pruebas es objetivado en una puntuación, la cual, en la
mayoría de los casos, consiste en una sumatoria de los aciertos en los diferentes ítems
que componen la prueba, mientras que en otros casos, por el contrario, lo que se
puntúa es la cantidad de errores. Además, en algunos casos la puntuación expresa el
tiempo que le demanda al sujeto completar la tarea. Es esencial que el evaluador
conozca acabadamente la forma de puntuación de la prueba antes de administrarla
dado que, además de agilizar el trabajo al ir puntuando al mismo tiempo que el sujeto
realiza la tarea, en muchas pruebas existen criterios de interrupción luego de cierta
cantidad de fracasos o de transcurrido cierto tiempo.
Ese puntaje obtenido por el paciente (“bruto” o “directo”) no permite, sin embargo,
conocer la capacidad del sujeto en la función medida por la prueba si no se lo compara
con el desempeño de un grupo de individuos de características similares en la misma
prueba (las normas).
El rango percentil refleja el porcentaje de la muestra de estandarización que puntúa por
debajo del puntaje obtenido por el paciente.
La conversión de los puntajes a percentiles posee la ventaja de que el percentil expresa
de manera directa lo atípico o anormal del puntaje de un individuo. Sin embargo, debido
a que tal conversión sólo indica la posición ordinal del puntaje dentro de la distribución,
no provee información sobre la restante distribución por debajo del puntaje, ni indica la
cantidad absoluta de la diferencia entre puntajes. Además, el desempeño de un sujeto
determinado puede no estar demasiado alejado de la media y aún estar en el rango
percentilar extremo o puede ser que difiera varios puntos de la media y sin embargo le
corresponde un percentil promedio..
Puntajes estándar: permiten interpretar rápidamente el desempeño de un sujeto en
relación con los sujetos del grupo normativo de referencia, es decir, cuánto se alejan o
acercan al rendimiento promedio de ese grupo. Existen diferentes escalas pero todas
están basadas en la curva de distribución normal, y la unidad en que está fundada la
escala es el desvío estándar(que indica el grado de dispersión de los puntajes dentro
de una población dada). La transformación a puntajes estándar presenta una limitación
y es que la distribución de los puntajes debe ser normal.
La batería que utiliza el neuropsicólogo está compuesta en general por tests de muy
diversa procedencia y que utilizan diferentes formas de expresar los puntajes
estandarizados. Para poder tener un perfil global conviene llevar los puntajes a cada
escala estándar común, aquella con la que el profesional se siente más cómodo, o la
que crea que será mejor entendida por quien hizo la derivación y que leerá el informe.
2.5. Interpretación
El neuropsicólogo debe considerar varias fuentes de datos, contrastarlos unos con otros
para ver su consistencia y la existencia de perfiles distinguibles, e integrar todo ello en
una descripción coherente del paciente en particular.
Los datos pueden ser agrupados en dos áreas básicas, según la fuente de la que
derivan: a) datos obtenidos de la observación y de informes (del paciente, familiar,
médico, etc) y b) datos de los tests neuropsicológicos aplicados. La integración de estos
datos dependerá del juicio clínico del profesional, que estará influido por su formación,
su marco conceptual, su experiencia profesional, etc.
En la interpretación también deben tenerse en cuenta aquellas variables que influyen en
el desempeño de las pruebas neuropsicológicas. Diferentes investigaciones han
demostrado que variables disímiles como la inteligencia, estado emocional, edad,
educación, ocupación laboral, medicación, cansancio, motivación, afectan el
rendimiento de los sujetos en los tests.
Idealmente, si se utilizaron las normas adecuadas, los efectos de la edad y la educación
se hallan contemplados en los puntajes estándar.
La ausencia de corrección demográfica atenta contra la especificidad de una prueba
puesto que si se utilizan los mismos valores de corte, para sujetos de diferente nivel
educativo, muy probablemente se tienda a interpretar como deficitario el puntaje más
bajo obtenido por un sujeto de menor educación, cuando, en realidad, lo más posible es
que ese puntaje bajo sólo refleje su baja escolaridad.
El poseer una estimación de la inteligencia global premórbida del paciente (su CI) es
fundamental, particularmente para los sujetos que se encuentran en los extremos de la
curva de inteligencia. Se debe tener en cuenta que muchos sujetos con un CI inferior al
promedio tienden a tener un desempeño acorde a este en las pruebas
neuropsicológicas.
Otro aspecto a considerar en la interpretación del desempeño del sujeto está
relacionado con variables emocionales.
Además, el profesional debe conocer el efecto que algunas drogas ejercen sobre el
rendimiento cognitivo, para poder considerar si el desempeño pobre en una prueba
refleja un déficit real o si es en realidad efecto de la medicación. Algunas funciones
como la atención y la memoria, son particularmente vulnerables a algunas drogas
psiquiátricas o neurológicas.
“El pecado de la sumatoria”: dificultades que plantea utilizar puntuaciones globales que
son el fruto de la suma (promedio) de diferentes prueba. Los puntajes sumatorios
pueden ocultar los datos más significativos para la comprensión de las dificultades del
paciente.
Importancia de no sobreinterpretar discrepancias menores entre puntajes de tests.
Al examinar los datos neuropsicológicos es importante tener presente que ciertos déficit
en tareas que parecen ser de naturaleza diferente podrían estar relacionados y
corresponder a una única dificultad subyacente. Al evaluar el desempeño en cualquier
tarea, es importante considerar el grado en que ese desempeño en la tarea representa
la influencia de otros dominios cognitivos. La mayoría de las pruebas neuropsicológicas
no pueden ser consideradas medidas puras, en el sentido de que midan una única
función.
Darby y Walsh advierten tener cuidado con la “validez aparente” de una técnica: existe
el peligro de suponer que si un paciente fracasa en un test en particular debe tener una
dificultad en la función psicológica que según el manual se supone mide el test. Pero,
en realidad, la mayoría de los tests sólo tienen una relación indirecta con la variable que
se supone miden.
El grado en que los datos son consistentes es uno de los aspectos centrales de la
interpretación neuropsicológica. La consistencia de los datos debe considerarse tanto
dentro de un mismo dominio cognitivo como a lo largo de varios dominios cognitivos.
Esto implica no sólo determinar si los datos de los tests son consistentes, sino si son
consistentes con otros datos, como la historia clínica, las dificultades relatadas por el
paciente y el familiar en la vida diaria y las observaciones de la conducta.
Cuando se administran varias pruebas de un mismo dominio, el profesional debe
observar si existe consistencia en el desempeño del paciente en las mismas.
Ningún puntaje de test aislado es suficiente para llevar a una conclusión de disfunción,
puesto que en la mayoría de las evaluaciones cabe esperar una instancia de
desempeño anómalo inexplicable. La desviación observada puede deberse a un fallo
atencional o un error de medición.
Al considerar el desempeño en las diversas funciones evaluadas (el perfil), el
profesional observa si este perfil es acorde con las expectativas (basadas en el
conocimiento teórico y de investigaciones y en la experiencia previa). Estas
expectativas pueden estar relacionadas con el nivel estimado de habilidades
premórbidas, o con el patrón de desempeño que suele estar asociado con varias
enfermedades neurológicas o psiquiátricas.