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Taylor nació en 1856 en Pensilvania, Estados Unidos. Fue gerente de manufactura, ingeniero,
mecánico y, tras su investigación, se convirtió también en consultor administrativo.
Durante su adolescencia comenzó a perder parte del sentido de la vista y su cuerpo era de
complexión débil, por lo que no podía participar de los eventos deportivos. Esas condiciones lo
impulsaron a pensar cómo mejorar el rendimiento del esfuerzo físico. Para él, lo importante era
medir el esfuerzo, el lugar y los movimientos para obtener la mayor eficiencia posible.
Taylor elaboró varias hipótesis que, en la práctica, permitieron dar soluciones a esos problemas. A
través del análisis de cómo se realizaba el trabajo y de la observación directa respecto a cómo ese
trabajo afectaba la productividad, encontró las respuestas.
Su filosofía se basaba en que hacer trabajar duro a las personas no era tan eficiente como
optimizar la forma en que éstas hacían su trabajo. La obra completa de Taylor demostró que todos
los principios allí planteados podían ser aplicados en cualquier tipo de organización.
Reorganización del trabajo. Implicaba reemplazar los sistemas de trabajo ineficientes por métodos
que redujeran los tiempos de producción y la cantidad de maquinaria necesaria, entre otros.
Taylor investigó diversas maneras de alcanzar niveles óptimos de rendimiento, por ejemplo,
diseñó una pala que permitía ser manipulada durante varias horas seguidas.
Selección adecuada del trabajador. Implicaba evaluar la habilidad del trabajador para designarle
un puesto idóneo, en lugar de asignar roles sin tener en cuenta su capacidad. De este modo, se
podía mejorar el desempeño profesional porque el empleado se sentía más motivado y satisfecho
con su trabajo, lo que terminaba impactando en la productividad de la organización.
Cooperación entre directivos y el plantel. Implicaba la creación de cargos intermedios para que
actúen como responsables de supervisar y de asesorar de manera directa a los equipos de
trabajadores. De este modo, los gerentes y los operarios podían actuar bajo un mismo propósito y
alcanzar el buen funcionamiento de la organización.
División del trabajo entre los responsables y los colaboradores. Implicaba definir de manera clara,
el rol de cada integrante de la organización. Era necesario que los gerentes sean los responsables
de la planificación y la dirección de la organización mientras que los trabajadores se dedicaban a la
ejecución de dichas decisiones. Esta articulación permitió alcanzar una mayor eficiencia en los
procesos de trabajo.
Motivación de los trabajadores. Implicaba optimizar el salario del trabajador a fin de que mejore
su rendimiento además de que ocupara un puesto idóneo a sus capacidades. Taylor promovió la
idea de “un salario justo por un día de trabajo justo”, es decir, si un trabajador no logró producir lo
suficiente en un día, no debían pagarle tanto como a otro trabajador que fue altamente
productivo.
Ventajas de la administración científica
Las principales ventajas eran:
La mayor autonomía de los trabajadores. Para que puedan aplicar enfoques más apropiados en su
trabajo, rompiendo con la estructura piramidal o descendente del taylorismo donde el trabajador
no podía dar su opinión.
La gestión por objetivos. Establece que los gerentes deben participar del proceso de planificación
estratégica y unificar el consenso entre directivos y empleados, a diferencia del taylorismo que
mantenía una única estructura en la que los gerentes tomaban las decisiones y los trabajadores las
ejecutaban.
Las iniciativas de mejora continua. Implican que la empresa se cuestione todos los métodos de
productividad (no solo el trabajo del empleado) a fin de encontrar innovaciones, a diferencia del
taylorismo que sostenía que la máxima eficiencia en la producción recaía en el rendimiento físico
del trabajador.
La motivación a través de la valoración. De la persona por su aporte individual no fue contemplado
en la gestión científica del taylorismo que solo se centraba en la mecánica y su recompensa
económica.