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El arbor
“No nos dice si el nombre es de naturaleza vocal o psíquica, pues arbor puede
considerarse en uno u otro aspecto”, explicó Saussure en su Curso de Lingüística
General para afirmar que existen distintas perspectivas del lenguaje. El discurso
político precisamente es eso: un gran cúmulo de ramas con hojas al igual que su
arbor.
Quizá por ello en diversas ocasiones se puede ver a los presidentes hablar de
diversos temas o utilizando palabras domingueras: “Se suprime el formalismo
inherente a la función presidencial mediante una composición proxémica inusual y
provocadora” (Mouchon, J, op.cit;p. 113). No sorprenden entonces, políticos que
adjetivan de ratero a medio mundo.
Debe contemplarse, que según el medio en el que se difunde el discurso, los roles
en la situación de interacción cambian. El francés caracteriza tres modelos
diferentes en televisión: el impositivo, donde el periodista pregunta, el político
responde, y se rechaza la razón en dicho formato y prevalece la emoción; el
ágora, en el que un foro interpela al político pero este mismo tiene ciertas
características para estar en él; y el interactivo, donde el formato es como charla
de café.
Ante todos estos elementos, o ramas de un mismo tronco, se puede ver que el
discurso es mucho más que solamente un complemento de un corpus. Aquí es
Mouchon, Jean, (1999), Política y Medios, los poderes bajo influencia, Gedisa Editorial, pp. 126
cuando se le reza a San Saussure y a todos los grandes analistas de la lengua
para evitar la locura entre tanta rama de ese arbor llamado discurso político.
Mouchon, Jean, (1999), Política y Medios, los poderes bajo influencia, Gedisa Editorial, pp. 126