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La metodología, segundo su origen etimológico, es la teoría (-λογία) del método; éste, a su vez,
es el camino o procedimiento (μέθοδος) para alcanzar un objetivo. En consecuencia, la
metodología depende del objetivo, que, en sentido más amplio, es la producción de
conocimiento, tal como se ha dicho más arriba. Aplicado a la estructura del TFM, eso significa
que el apartado de la metodología ofrece la descripción de los procedimientos que se llevarán
a cabo para producir el conocimiento que se busca. Aparte de algunos criterios que hay que
observar a la hora de escoger la metodología (que sea adecuada, y viable, que permita llegar a
unas conclusiones firmes y rigurosas, etc.), esta constelación parece bastante sencilla. Sin
embargo, los diferentes tipos de metodologías son tan numerosas como los conocimientos que
se puedan querer producir, incluso si uno se limita a temas relacionados con la música. Sería
imposible tematizar aquí todas las metodologías que hipotéticamente se podrían aplicar en un
TFM en música; por eso, se introducirán algunos conceptos muy generales para añadir, a
continuación algunas de las posibilidades metodológicas más comunes dentro de las ciencias
que se dediquen a la música.
A nivel coloquial, a menudo el concepto del método se relaciona con las ciencias,
entendiendo éstas como un conjunto de disciplinas opuestas (o, por lo menos,
esencialmente distintas) de las humanidades; hasta parece a veces que el método sea
el criterio distintivo de las ciencias, o, al menos, que el método científico sea el más
prestigioso por su rigor. ¿Cuál es, entonces, este método científico, y por qué tiene tanto
prestigio?
Antes de responder a estas preguntas, hay que tener claro que la nomenclatura de
ciencias y humanidades no se utiliza con las mismas connotaciones en otras lenguas,
especialmente no en alemán, siendo la filosofía alemana del s. XIX una de las máximas
contribuidoras a la reflexión sobre el método y, ni más ni menos, la inventora de la
dicotomía entre ciencias y humanidades. Así, en muchos idiomas, entre ellos el catalán
y el castellano, se interpreta una exclusividad mutua entre los dos términos (es decir,
las ciencias no son humanidades y viceversa), y, consecuentemente todo el prestigio
que sugiere el término “ciencia” (del latín “SCIRE” ‘saber’) se lo llevan las ciencias. En
alemán, en cambio, los dos conceptos son considerados ‘ciencias’, pero con objetos de
estudio distintos:
El método científico (es decir, aplicado a las ciencias de la naturaleza) más conocido
consiste en un procedimiento que, muy simplificado, parte de una teoría o hipótesis que
se demuestra o refuta a través de experimentos. Imagínese un químico que establece
una teoría “sustancia A + sustancia B = sustancia C”. En una serie de experimentos
demuestra que esta fórmula efectivamente funciona así. Para que eso represente un
conocimiento nuevo y aceptable por la comunidad científica, hace falta cumplir con una
serie de condiciones, la más importante de las cuales es la reproductibilidad, lo cual
quiere decir que cualquier otra persona podrá repetir los experimentos en las mismas
condiciones y llegará a los mismos resultados.
Esta situación aparenta ser extremadamente objetiva (de hecho, parece que el químico
del ejemplo no tenga la más mínima importancia), lo cual explica, al menos en parte, su
prestigio. No es éste el lugar para tematizar las limitaciones del modelo ni de la
subjetividad inherente incluso en las más duras de las ciencias. Más importante parece,
en cambio, remarcar que aplicar este modelo a las humanidades resulta, desde el
principio hasta el final, problemático: ¿cómo aseguraría un historiador, un filólogo, un
musicólogo, etc. la reproductibilidad de su hipótesis? Se intuye aquí que hay una
diferencia esencial entre humanidades y ciencias, y que ésta sólo es metodológica en un
segundo plano, la verdadera diferencia está en las particularidades de su objeto de
estudio.
Mientras que los hechos que pertenecen al dominio de la naturaleza parecen obedecer
a unas leyes (las leyes naturales) que son a la vez universales y eternas1 – de ahí su
reproductibilidad – en las humanidades interviene una entidad que no es tan previsible:
el espíritu humano (lo cual explica tanto la terminología románica “humanidades” como
la germánica “Geisteswissenschaften” ‘ciencias del espíritu’). Esta falta previsibilidad,
que, al fin y al cabo, es una faceta de la libertad de decisión humana, obliga a un acceso
metodológico distinto. Si a esta libertad se le añade la complejidad del comportamiento
humano y el conocimiento relativamente limitado que hay a pesar de siglos de
investigación, parece evidente que no se puede explicar este comportamiento de la
misma manera como un proceso, por ejemplo, químico.
Si se acentúa la humanidad de los productos del espíritu humano, se abre una puerta
de acceso que aproxima el proceso de investigación a un modelo de comunicación que
Wilhelm Dilthey describió con el verbo comprender (opuesto al explicar de las ciencias).
Según este modelo, las humanidades tienen como objeto los productos del espíritu
humano, i éstos, dado que los generan las personas, se pueden comprender en función
de su contexto concreto y los conocimientos del/la investigador(a). Contrariamente al
modelo de las ciencias, aquí el/la investigador(a) sufre, a través del contacto con
existencias alienas, culturas y personajes del pasado y el intercambio de contenidos
intelectuales una transformación de su yo; ¡he aquí el germen de la subjetividad de las
humanidades en supuesta oposición a la objetividad de las ciencias!
c) Hermenéutica
En busca de una metodología que pudiera concretar este proceso del “comprender”,
Dilthey recorrió a la hermenéutica, una disciplina que Friedrich Schleiermacher había
sacado de la exégesis bíblica para aplicarla a textos humanos. Para él, la hermenéutica
era el arte de comprender y la técnica de la interpretación correcta (de textos). Aparte
del nivel gramatical de comprensión de un texto, hay un segundo nivel psicológico que
pretende llegar a los motivos del/la autor(a); con este giro, que ve el texto como una
expresión de la psique, la vida y la época histórica del/la autor(a), en los que el/la
1
Dejemos de lado aquí las polémicas de algunas de las ciencias más avanzadas, como la física, donde estas
leyes no se interpretan como eternas y universales, sino que sólo se les asocia una probabilidad estadística
extremadamente alta.
investigador(a) se tiene que adentrar, se abre un camino para Dilthey, que amplía la
perspectiva para incluir en ella no sólo textos, sino cualquier producto del espíritu
humano, y, enfáticamente, obras de arte.
d) El “círculo hermenéutico”
Esta situación circular obliga a una metodología que se parece a un diálogo entre dos
personas: el/la investigador(a) y el/la autor(a) a través de su producto. 2 Una de las
consecuencias es un movimiento pendular, en el sentido de que el/la autor(a),
inicialmente, parte de unos conocimientos determinados que tiene de su objeto de
estudio, su autor(a) y el contexto. Cualquier información nueva que produce sobre el
objeto de estudio genera un cambio dentro del conocimiento del/la autor(a) y del
contexto que, a su vez, modifica el conocimiento del objeto.
e) Comunicación
f) Semiótica
La semiótica es la disciplina que estudia los signos (del griego “σημεῖον” ‘signo’).
Pasando por alto la discusión sobre su relación con la lingüística5, inicialmente habría
que preguntarse qué es un signo. La teoría de signo sin duda más conocida se debe a
Ferdinand de Saussure. Segundo el lingüista suizo, el signo tiene dos partes: el signifiant
2
La figura del/la ”autor(a)” se discutirá más abajo, cf. infra.
3
Modelos de comunicación posteriores han criticado una simplificación en este sentido, dado que varios
códigos pueden intervenir a la vez (por ejemplo, lengua, dialecto, sociolecto, etc.).
4
Es decir, en una situación de co-presencialidad, el remitente y el destinatario se encuentran presentes;
otras situaciones podrían incluir separación espacial (por ejemplo, una llamada por teléfono) o temporal
(un texto producido en un momento determinado y leído o escuchado con posterioridad). En todos estos
casos se produce comunicación, pero las características son notablemente diferentes.
5
La cuestión es si la lingüística es una sub-categoría de la semiótica (porque ésta trata todos los signos,
no sólo los verbales) o al revés (porque los signos sólo representan un aspecto de la lingüística).
(‘significante’, es decir, la forma acústica o visual) y el signifié (‘significado’, es decir, el
concepto mental). Una de las caractarísticas más importantes de este binomio es la
relación arbitraria entre las dos partes. Así, el signifié ‘árbol’ recibe los signifiants más
diversos en distintos idiomas: ingl. “tree”, alem. “Baum”, pol. “drzewo”. Una notable
excepción de esta regla (que por eso no deja de confirmarla) son las onomatopeyas.
La mayoría de las propuestas de teorías de signo posteriores amplían este modelo a tres
o más partes, alegando que al modelo de Saussure le faltan elementos imprescindibles,
como puede ser el objeto real palpable (recordemos que el “árbol” del ejemplo es sólo
el concepto mental y no un árbol real que se pueda ver y tocar).
g) Texto y autor
La palabra “texto”, proveniente del latín TEXTVM ‘tejido’, entra en la esfera central de
las humanidades cuando el retórico MARCVS FABIVS QVINTILIANVS (CALAGVRRIS, 35 d.
C. - ?, ca. 96 d. C.) la utiliza como metáfora para referirse a un “tejido” de palabras. A
partir de este momento el concepto “texto” emprende un viaje que lo llevará a través
de diferentes contextos de los cuales, en la mayoría de los casos de forma implícita,
retendrá matices que lo convierten en central y problemático a la vez. Una vez difundida
la acepción metafórica como ‘tejido de palabras’, el texto desempeñará un papel
primordial en la Edad Media. En aquella época – recordémosla como un período
caracterizado por una sociedad teocéntrica y analfabeta – sólo había un texto; al menos
desde la perspectiva medieval. Este hecho choca sensiblemente con nuestro
conocimiento de la literatura medieval, que incluye un buen número de objetos que
nosotros consideraríamos “textos”. En la época, sin embargo, el único “texto”
reconocido explícitamente como tal es – la Biblia. Ahora bien, prescindiendo de toda la
crítica (también, pero no sólo) textual de la Biblia a partir de la Reforma y Bento ()ךברו
de Espinosa, para la consciencia medieval la Biblia era un texto de procedencia divina,
hoy en día diríamos un texto sagrado, y este hecho le confiere unas características
singulares. Los textos sagrados – y en esta categoría también se encuentran, por
6
Cf. infra, “Texto y autor”.
ejemplo, el Corán (al-qurʾān, )نالقرآo la torà (torah, – )הּתֹורson estáticos por definición,
porque se consideran de origen divino, y es muy difícil cambiarles ni siquiera una letra.7
El hecho que un texto sagrado se mantenga estático en una sociedad que cambia en
muchos sentidos (también a nivel lingüístico) genera la necesidad de un colectivo
encargado expresamente a trasmitir (o interpretar o traducir, en sentido amplio) su
mensaje a los creyentes; todas las tres religiones llamadas “del libro” han desarrollado
esta figura y la han dotado de autoridad: en el cristianismo, el sacerdote; en el judaísmo,
el rabino (rabbi, ;) ַירבen el islam, el imam (ʾimām, )مإما. Las consecuencias para el texto
sagrado son importantes: su autor es divino, él tiene la máxima autoridad a la hora de
interpretar el contenido. No es ninguna casualidad que la hermenéutica, ya mencionada
anteriormente, parezca evocar a Hermes (Ἑρμῆς), el mensajero del panteón griego, ni
tampoco que beba de las fuentes de la interpretación bíblica. Sólo en relación con esta
visión del texto sagrado se puede apreciar la subversión que cometió Giovanni
Boccaccio cuando, leyendo en público la Commedia de su admirado Dante Alighieri, no
sólo la interpretaba (es decir, le dedicaba una actividad en principio reservada a la
Biblia), sino que, además, la llamaba divina – un atributo que se le ha quedado hasta
hoy día.
Pasarían todavía muchos siglos durante los cuales se estudiaban principal, por no decir
exclusivamente, los textos sagrados (y también, de paso, las lenguas sagradas), hasta
que, con la atención que el clima revolucionario francés comenzó a dedicar al pueblo (o
a la nación) y sus productos culturales, ante todo, las lenguas (vernáculas) y sus
correspondientes literaturas comenzasen a estudiarse. De repente, en estas creaciones
literarias prácticamente ignoradas se buscaba el alma del pueblo (hablando con Herder;
o bien de su espíritu, siguiendo a Hegel); y, metodológicamente, el tratamiento que se
les dedicaba era el que se conocía del estudio de la Biblia: a saber, el de un texto sagrado.
En este ejemplo, que de paso ilustra cómo el pensamiento religioso llega hasta los
círculos más ateos, se ven claramente las consecuencias de este tratamiento: a) el autor
es divinizado y mantiene la única autoridad sobre la interpretación de sus obras, b) el
texto es estático y, por tanto, incambiable, y c) si hay varias variantes, la más cercana al
autor tiene que ser la más “auténtica”, relegando a las otras a un estatus de
degeneraciones o corrupciones. No hace falta subrayar que esta visión era (y en gran
parte sigue siendo) determinante para el tratamiento de las partituras en la música
(clásica, romántica y hasta contemporánea, eso sí, dejando de lado otras tradiciones
musicales más estrechamente ligadas a prácticas de tradición oral): una gran cantidad
de intérpretes pregunta por las intenciones del autor de la obra que pretende tocar (y a
menudo no pregunto en ningún momento por el pública ante el cual la tocará...), y el
culto a las ediciones urtext habla por sí mismo.
Así, el tratamiento de textos artísticos (por supuesto no todos los textos se consideran
tales, y el hecho que una excelentísima selección de ellos se reúna en un canon, de
manera comparable a los escritos canónicos del cristianismo y sus santos canonizados
no deja de subrayar el pensamiento religioso que se esconde detrás) sigue a grandes
rasgos al tratamiento de los textos sagrados. A principios del siglo XX, empero, se
producen los primeros casos que parecen poner en duda la aplicabilidad de esta visión
a, por lo menos, determinadas obras, las más destacables de las cuales son la de James
Joyce, Marcel Proust y Franz Kafka. En la historia de los procesos de edición de estos
tres autores (y especialmente en el caso de Ulysses y À la recherche du temps perdu)
resultaba que la lógica del texto más antigua y, por tanto, más cercano al autor no
funcionaba, debido a un intenso intercambio entre el escritor y la editorial.
7
Por eso la larga resistencia de la iglesia católica a las traducciones de la Biblia a las lenguas vernáculas.
A partir de los años 60, y evidentemente en estrecha relación con las nuevas ideas
políticas, filosóficas y sociales del momento, se produjo una crítica más sistemática de
los conceptos de “texto” y “autor”. La dicotomía entre capital y proletariado de la teoría
marxista se aplica aquí a la creación artística (sobre todo la literaria), con la intención de
dar más poder al lector en detrimento de la tradicional divinización del autor. En este
sentido, Julia Kristeva introduce el concepto de la intertextualidad, una propuesta
metodológica según la cual la tarea de la interpretación ejercida por el lector consiste
en descubrir las relaciones entre un texto principal con otros textos; las relaciones entre
ellos pueden ser muy diferentes (por ejemplo, a través del autor, del género literario,
del sujet, de la época, etc.). De una forma más drástica se expresa Roland Barthes a la
hora de afirmar (¿o pedir?) la muerte del autor, con la intención de liberar el lector, una
visión matizada por Michel Foucault, quien recomienda no eliminar la figura del autor
del proceso de interpretación, sino mantenerla, eso sí, considerando sus múltiples
facetas, por ejemplo, su imagen social.
h) Historia
“Historia” figura entre aquellos términos que son casi omnipresentes en nuestra cultura
y abarcan por ello significados muy distintos. En los colegios se nos enseña historia, en
las universidades hay facultades de geografía e historia, a veces un amigo nos cuenta
una historia, y a l@s niñ@s se la leemos antes de dormir. Algunas de estas historias son
muy importantes, por no decir imponentes; es el caso de los dos primeros de los cuatro
ejemplos qua acabamos de ver. Otras son más bien anecdóticas, incluso pueden ser
ficticias, carecen tanto de importancia como de veracidad. Precisamente entre estos dos
extremos oscilan las ἱστορίαι (historíai), las Historias del padre de la historiografía
occidental, Heródoto.
8
Algunos idiomas europeos, por ejemplo el inglés, conservan la dicotomía, pero dotan sus elementos de
derivados distintos de la misma raíz etimológica: cf. ingl. "history" vs. "story".
Las consecuencias de este carácter esencialmente narrativo de la Historia van mucho
más allá de la mera existencia o no de una curva de tensión y afectan, primordialmente,
dos elementos: la estructura y la perspectiva, es decir: ¿cómo se escribe Historia? y
¿quién escribe historia?
Esta última pregunta introduce un sujeto en la Historia del cual no siempre somos
conscientes. A menudo se oyen afirmaciones como "la Historia es cuanto ocurrió en el
pasado", pero infelizmente este pasado no nos habla, nos explica o nos narra nada por
sí mismo. Hace falta un intermediario, un sujeto que vierta la información sobre el
pasado en la forma de una narración. Ya Heródoto mismo era consciente del peligro que
implicaba introducir un "sujeto" en la narración historiográfica; no por nada insistía
tanto en su voluntad de representar los diferentes pueblos en sus Historíai de manera
imparcial, sin elogiar ni condenar a nadie.9 Aun así, esta perspectiva que caracteriza el
sujeto en cuanto narrador de la Historia no representa un problema solucionable; no se
trata de esforzarse por ser "objetivo", porque el sujeto nunca puede serlo, nunca dejará
de ser sujeto. Por lo tanto, lo que hay que exigir es la consciencia de este hecho, tanto
al autor como al lector de la Historia.
9
Cf. Herodoto de Halicarnaso, Los nueve libros de la historia. Traducción P. Partolomé Pou, s. l.:
eBooksBrasil, 2006, p. 19. Heródoto se distingue de manera muy positiva de la mayoría de sus sucesores
entre los historiógrafos en el sentido de que realmente consigue esta "objetividad", mérito aún más
grande considerando que escribió en tiempos de las guerras contra los persas, donde habría sido tentador
caer en una defensa de los griegos, denigrando los persas, como le ocurriría a Tucídides.
10
La historiografía también tiene en cuenta, por supuesto, fuentes no escritas, artefactos, etc., pero,
estrictamente hablando, éstas pertenecen al campo de la arqueología, que se considera, desde la
perspectiva de la historiografía, como ciencia ayudante.
Las dinámicas históricas
Tal y como en las narraciones literarias existen varios tipos de estructura o forma, el
discurso historiográfico también sigue una lógica que vincula diferentes sucesos
normalmente de manera cronológica, aunque los objetivos a los que obedecen sean
muy distintos. Aunque el número de formas estructurales en discursos historiográficos
sea muy elevado, se pueden establecer tres dinámicas especialmente importantes
(decadencia, progreso, metáfora vital) más una cuarta que, en el fondo, no es más que
la negación de una estructura.
“Tú, rey, estabas mirando, y viste una gran estatua. Esa estatua,
enorme y de un brillo extraordinario, se alzaba delante de ti, y su
aspecto era impresionante. Su cabeza era de oro fino; su pecho y sus
brazos, de plata; su vientre y sus caderas, de bronce; sus piernas, de
hierro, y sus pies, parte de hierro y parte de arcilla. Tú estabas mirando,
y de pronto se desprendió una piedra, sin que interviniera ninguna
mano: ella golpeó la estatua sobre sus pies de hierro y de arcilla, y los
pulverizó. Entonces fueron pulverizados al mismo tiempo el hierro, la
arcilla, el bronce, la plata y el oro; fueron como la paja en la era
durante el verano: el viento se los llevó y no quedó ningún rastro. En
cuanto a la piedra que había golpeado la estatua, se convirtió en una
gran montaña, y llenó toda la tierra. Este fue el sueño; ahora diremos
su interpretación en presencia del rey. Tú, rey, eres el rey de reyes, a
quien el Dios del cielo ha conferido la realeza, el poder, la fuerza y la
gloria; él ha puesto en tus manos a los hombres, los animales del
campo y las aves del cielo, cualquiera sea el lugar donde habitan, y te
ha hecho dominar sobre todos ellos: por eso la cabeza de oro eres tú.
Después de ti surgirá otro reino inferior a ti, y luego aparecerá un tercer
reino, que será de bronce y dominará sobre toda la tierra. Y un cuarto
reino será duro como el hierro: así como el hierro tritura y pulveriza
todo ¿como el hierro que destroza? él los triturará y destrozará a todos
ellos.
11
Cf. Hesíodo, Los trabajos y los días, Biblioteca de Clásicos Grecolatinos,
http://www.cayocesarcaligula.com.ar/grecolatinos/hesiodo/los_trabajos_y_los_dias.html (fecha de
consulta: 01/09/2014).
Uno de los elementos de este modelo se ha llegado a independizar del modelo en sí: el
siglo dorado. En muchas culturas occidentales se ha establecido una época dorada como
representativa del máximo esplendor, como el Siglo de oro español, la Era manuelina en
Portugal, el Danske guldalder en Dinamarca, el Gouden Eeuw en los Países Bajos, la
Latinidad Dorada de la literatura romana o el Golden Age del Hip Hop.
12
Cf. el comentario al apocalipsis del Beato de Liébana y sus múltiples copias.
13
Celico, Calabria, ca. 1130/35 - San Giovanni in Fiore, 1202.
14
Dicho sea de paso que el esquema tripartito también dejó su rastro en la vigente tripartición de los
estudios de historia en Historia Antigua, Historia Medieval e Historia Moderna, aunque se entremezclen
aquí diferentes esquemas históricos en función de la interpretación de la Edad Media como "época
oscura".
15
Cf. Fiore, Gioacchino da, Sull'Apocalisse. Traduzione a cura di Andrea Tagliapietra, Milano: Giangiacomo
Feltrinelli, 1994.
último o tercer regnum 'reino' será luego desvinculado del contexto religioso como
imagen de un reino idealizado en el futuro hacia el cual camina la historia; el ejemplo
más notorio será, por supuesto, el Tercer Reich de los nacionalsocialistas alemanes.16
Los discursos de la historia como progreso se encuentran con más frecuencia (y con más
fuerza argumentativa) en textos sobre elementos tecnológicos, por ejemplo, los
instrumentos musicales, pero también técnicas compositivas. Frente a los problemas de
argumentar satisfactoriamente por qué Picasso es mejor pintor que Velázquez (sólo por
ser más reciente), resulta a primera vista bastante convincente afirmar que la guitarra
es tecnológicamente mejor que, pongamos, la vihuela de mano (mayor volumen, más
riqueza dinámica, más estabilidad de afinación, etc.). La historia de las técnicas
compositivas también se puede leer como un enriquecimiento progresivo desde el
primitivo organum con quintas y cuartas paralelas, pasando por la polifonía, la
harmonía, hasta la atonalidad, y a menudo se presenta justamente en esta luz. Lo que
en todos estos casos se suele pasar por alto es la dependencia de la tecnología de su
finalidad (siempre que no sea una entelequia, es decir, un fin en sí mismo). En el ejemplo
de la guitarra esto significa que ella sólo es "mejor" que la vihuela cuando nuestro
objetivo estético depende esencialmente de categorías como volumen o riqueza
dinámica. Argumentar, sin embargo, que "mayor volumen" y "riqueza dinámica" sean
por sí mismos objetivos finales estéticos, resulta mucho más problemático y deja intuir
la fragilidad de tales discursos.
16
"Reich" es la traducción etimológicamente más cercana del latín "regnum", pero, en contextos políticos,
también sirve para traducir lat. "imperium", lo cual permitió la aplicación del esquema de Joachim
Florensis a los imperios alemanes: el Sacro Imperio Romano Germánico (962 - 1806, aunque no desde el
principio con este nombre) como Primer Reich; el Imperio Alemán de carácter bismarckiano (1871 - 1918)
como Segundo Reich, y finalmente el utópico Imperio Milenario nacionalsocialista como Tercer Reich.
17
Nos referimos aquí a cuantas teorías evolucionistas se centran en a las sociedades o culturas, dejando
completamente fuera las teorías darwinianas acerca de la evolución de las especies. Éstas últimas se
limitan a (y funcionan dentro) un contexto de ciencias naturales; las primeras, en cambio, pretenden
funcionar dentro de un contexto social o cultural, como sugiere, por ejemplo, el término "social-
darwinismo". No hace falta insistir especialmente en el hecho que dichas teorías están refutadas desde
hace mucho tiempo, aunque su recuerdo persista hasta hoy día en discursos racistas.
La historia como ciclo o metáfora vital
Un esquema más complejo que, de cierta manera, combina los más sencillos de
decadencia y progreso, consiste en interpretar metafóricamente la historia de un
fenómeno como el ciclo vital de un organismo. Ya en Hegel encontramos una variante
de la secuencia de imperios que se había visto en otro contexto, según la cual a cada
imperio corresponde una "edad": Oriente - infancia, Grecia clásica - adolescencia, Roma
- edad adulta, Imperio Germánico - ancianidad. En otro lugar, Hegel establece un
esquema tripartito consistente de creación - plenitud - reflexión y subjetividad.
Combinando las diferentes ideas, se llega a una dinámica que equipara las fases de la
vida orgánica con las (supuestas) fases de un desarrollo cultural o artístico:
Ciclo vital:
Edad adulta
Infancia/Adolescencia Senectud
Nacimiento
Muerte
Cultura/Arte: Apogeo
Experimentación/Consolidación Decadencia
Aparición
Desaparición
La difusión y aceptación de esta dinámica - ¿quién no ha leído nunca frases como "el
nacimiento del Imperio Romano", "la plenitud del barroco" o "la decadencia de la
tonalidad"? - se debe a su carácter fundamentalmente vital; dado que todos estamos
sujetos a procesos biológicos que incluyen nacimiento y muerte como extremos, nos
parece inmediatamente convincente que fenómenos no vivos también "vivan".
Tal como la metáfora vital se puede ver como una combinación de los esquemas de
progreso y decadencia, a otro nivel varios ciclos vitales se pueden combinar en un
macro-esquema de carácter linear (que, a su vez, puede o no tener una tendencia hacia
el progreso o la decadencia), como sucede en uno de los defensores más férreos de la
interpretación vital de la historia: Oswald Spengler18. Según la famosa cronología de su
libro La decadencia de Occidente, se suceden las culturas humanas con unas "vidas"
esencialmente paralelas como perlas en una cadena:
18
Spengler, Oswald, La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal.
Traducción del alemán por Manuel G. Morente, 2 voll., Madrid: Espasa-Calpe, 1966, passim.
5. Antigüedad greco-latina (a partir de 1100 a. C.)
Frente a los esquemas narrativos descritos se organiza en el s. XIX una crítica entorno a
la figura del historiador alemán, Leopold von Ranke19. En el contexto fundacional de la
Universidad de Berlin por Wilhelm von Humboldt se dirige contra la creciente
profesionalización de los estudios históricos y su profusión de tendencias narrativas,
intentando llegar a una metodología más "moderna". El núcleo de su propuesta, llamada
historismo en los países de lengua alemana, afirma que no hay ningún "espíritu",
"desarrollo", "evolución", etc. que vincule las diferentes épocas; cada una de ellas tiene
que ser analizada y comprendida dentro de sí misma y no con vistas a otra.
Hasta ahora, las explicaciones se han mantenido bastante dentro de los márgenes de
las humanidades e incluso la musicología, tal vez con la excepción de algunos ámbitos
muy próximos, como la filología o la lingüística. Aunque la investigación y el desarrollo
de una buena metodología siempre requieren también literatura específica, la práctica
de estudio de textos musicales (no necesariamente, sin embargo, pero en la mayoría de
los casos) históricos facilita el acceso a modelos metodológicos de una musicología
histórica tradicional. Ahora bien, ¿qué pasa si se quiere incluir elementos teóricos o
19
Wiehe, 21/24/1795 - Berlin, 23/05/1886.
metodológicos provenientes de otras disciplinas más o menos lejanas de la música y de
la musicología, como la filosofía, la psicología, la sociología o la física?
j) Trabajo de campo
20
Adler, Guido, "Umfang, Methode und Ziel der Musikwissenschaft", Vierteljahresschrift für
Musikwissenschaft, 1 (1885), pp. 5-20.
21
Como ya se ha mencionado más arriba, la historiografía se distingue de la arqueología principalmente
por el carácter escritural de los documentos que la primera estudia. A pesar de la importancia que este
hecho tiene para el análisis de una fuente, hay que remarcar que en ambos casos los documentos en
cuestión se pueden considerar textos y se les pueden aplicar métodos similares.
22
Vemos aquí la diferencia entre la etnología y el folklore sobre todo en su objeto de estudio: donde la
etnología estudia una cultura diferente de la del/la investigador(a), el folklore se dedica a estudiar la
propia cultura.
la complexidad metodológica que presupone el trabajo de campo; consecuentemente,
es muy importante calcular el tiempo y los recursos necesarios a invertir. Además,
algunas de estas disciplinas se encuentran bastante cerca de las humanidades, mientras
que tras se alejan para acostar-se a las ciencias naturales (y sus disciplinas), lo cual puede
tener varias consecuencias para el trabajo final.
Las limitaciones de tiempo y espacio de un TFM no permiten llevar a cabo una estancia
larga de trabajo de campo, ni se ofrecen mucho las áreas temáticas cubiertas por los
másteres en concreto (música clásica i contemporánea, música antigua y lied) para
iniciativas de carácter etnológico. Aún así, es pensable que haya propuestas en esta
dirección, y dado que muchas de las ideas provenientes de estas áreas se pueden (y se
tienen que) aplicar también en trabajos de campo de una extensión más limitada, vale
la pena tematizar algunos de sus elementos.
Si ya, como se ha constatado más arriba, el trabajo con textos escritos dentro de las
humanidades requiere una metodología diferente y una profunda reflexión sobre la
implicación del/la investigador(a), más lo hace todavía el trabajo directo con
informantes. De entrada, respecto a la perspectiva desde la cual se lleva a término la
investigación, se ha propuesto la dicotomia “emic – etic”23 para circunscribir los
extremos de una perspectiva exterior (= etic) o interior (= emic) de la cultura a estudiar.
Aunque la terminología se inscribe netamente dentro de una crítica sistemática del
etnocentrismo (y, más concretamente, el eurocentrismo) a la hora de estudiar “otras”
culturas, resulta muy provechoso ser consciente de ella en cualquier trabajo de campo,
independientemente del colectivo a estudiar; es más, una vez superada la polémica, se
ha llegado a reconocer los beneficios de ambas perspectivas, dependiendo del carácter
del tema a estudiar, e incluso su combinación.
Aspirando, sin embargo, al supuesto ideal de la perspectiva emic, surge una serie de
preguntas sobre cómo conseguirla (si no se da el caso especial de que el/la
investigador(a) proviene del mismo colectivo). Una parte del problema consiste en la
relación que el/la investigador(a) asume con el colectivo objeto de estudio. Una de las
propuestas, desarrollada en la segunda década del s. XX por el antropólogo social
británico Bronisław Malinowski, es la “observación participante”, donde el/la
observador(a) abandona su pasividad en favor de una participación activa.
23
Introducido por el lingüista americano Kenneth Lee Pike, los dos términos derivan de los conceptos
“fonético” y “fonémico”, cf. Pike, Kenneth Lee, Language in Relation to a Unified Theory of Human
Behavior, Den Haag: Mouton, 1967.
k) Métodos cuantitativos y cualitativos
Dentro de las ciencias sociales (y las disciplinas cercanas o influidas por ellas) existe una
división entre dos enfoques metodológicos paradigmáticos, el cuantitativo y el
cualitativo. Aunque no se excluyan mutuamente y en muchos casos se combinen, se
produjo una importante polémica entre los defensores de ambos métodos, culminando
el 1961 en el Positivismusstreit entre Karl Popper y Theodor W. Adorno. En el fondo esta
polémica no deja de reflejar oposiciones heredadas del s. XIX (entre ciencias naturales
y humanidades, cf. supra) y, a pesar de la tregua alcanzada a partir de la segunda mitad
de los años 80, de vez en cuando vuelve a aparecer.
De cierta manera los métodos cualitativos parten de una situación parecida a los
seguidores de Dilthey y la hermenéutica dentro de las humanidades, acentuando que la
relación entre l@s informantes y el/la investigador(a) está pre-estructurada por
patrones de significados que existen a priori antes de que el/la investigador(a) comience
a recoger los datos. Esto l@ obliga no sólo a una cierta flexibilidad y abertura en la
recogida de los datos, sino también a un carácter interpretativo de su evaluación.