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En un tiempo en el que los diálogos tienen muy mala fama, aparece la Fides et Ratio del
papa san Juan Pablo II. Un texto cuya pretensión no es otra que la introducir a los creyentes
y no creyentes en el diálogo entre la fe y la razón, en el que la contemplación de la verdad
debe ser un objetivo común para ambas realidades y en el que, por motivos obvios, no se
puede excluir la presencia de Dios que ha puesto en el corazón del hombre el deseo de
conocer la verdad con todas sus aristas. Y en el que, además, el espíritu humano es
presentado como un ave que posee dos alas: la fe y la razón, sin las cuales se hace
imposible el ascenso hacia la contemplación de la verdad.
El interesado en el diálogo no debe ser únicamente el creyente, sino todo hombre y mujer.
Ya en la expresión del oráculo de Delfos, “Conócete a ti mismo”, el interrogante sobre el
sentido de las cosas y la existencia misma del hombre indica que ninguno sustraerse de
aquello que no comprende. De hecho, tan es así que las demás preguntas: ¿Quién soy? ¿de
dónde vengo y a dónde voy? ¿Por qué existe el mal? ¿Qué hay después de esta vida?
Ofrecen un horizonte lleno de sabiduría entre pueblos y culturas de todas las épocas que
inspiran al hombre para que se aventure en la búsqueda de la verdad íntima de la existencia
humana.
Llegados a este punto, no podemos olvidar que la Revelación está llena de misterios, y que
solo la fe permite penetrar en él favoreciendo la comprensión coherente. Y cuando el
hombre goza de agudeza mental es capaz de reconocer cómo la razón busca la penetración
del misterio porque encuentra en él, los signos le llevan a la meditación de un encuentro
con la verdad. La razón debe saber dejarse estimular por la verdad porque existen razones
que no puede agotar, sino acoger.
La Sagrada Escritura nos presenta con sorprendente claridad el vínculo tan profundo que
hay entre el conocimiento de la fe y de la razón, como se muestra en varios Textos del
Autor inspirado, incluyendo el anterior. El deseo de conocer es una característica común a
todos los hombres, y aún así vemos que, en la inteligencia, que es don de Dios al hombre,
los seres humanos resbalan, porque no saben utilizarla ni emplearla encontrar la verdad; y
tan solo basta un poco de buena inteligencia y de sanas intenciones para comprender lo
profundo y ambicioso que significa el encuentro con la verdad.
También para los creyentes es un desafío el diálogo con la razón, no pueden sustraerse de
este diálogo menospreciando el don dado por Dios. En la razón la Revelación encuentra un
punto de apoyo fundamental. Cristo, además, se ha presentado como el Logos, como la
Razón creadora de Dios, manifestando así el vínculo insustituible entre razón y fe. La razón
es un camino privilegiado para acceder a Dios, pero un camino insuficiente por sí mismo,
ya que no ofrece todo para que el conocimiento sea absoluto; y la fe es un don
eminentísimo para confiar en Dios, pero un don inhumano si prescinde de la razón.
La filosofía además es como el espejo en el que se refleja la cultura de los pueblos. Una
filosofía impulsada por la exigencia de la teología se desarrolla en coherencia con la fe,
forma parte de la evangelización de la cultura. Se ve en la filosofía cristiana la luz de la
razón, aunque guiados por la inteligencia que le refleja la Palabra de Dios, y se puede
reflexionar una comprensión sensata para quienes no percibe aun la verdad plena que
manifiesta lo divino. (II, 1998)