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Seminario Intermisional Colombiano San Luis Beltrán

Docente: Pbro. Luis Ángel Cuenca


Materia: Filosofía del lenguaje
Estudiante: Duván Yate
Curso: III Discipulado
Trabajo. Carta Encíclica Fides et Ratio

En un tiempo en el que los diálogos tienen muy mala fama, aparece la Fides et Ratio del
papa san Juan Pablo II. Un texto cuya pretensión no es otra que la introducir a los creyentes
y no creyentes en el diálogo entre la fe y la razón, en el que la contemplación de la verdad
debe ser un objetivo común para ambas realidades y en el que, por motivos obvios, no se
puede excluir la presencia de Dios que ha puesto en el corazón del hombre el deseo de
conocer la verdad con todas sus aristas. Y en el que, además, el espíritu humano es
presentado como un ave que posee dos alas: la fe y la razón, sin las cuales se hace
imposible el ascenso hacia la contemplación de la verdad.

El interesado en el diálogo no debe ser únicamente el creyente, sino todo hombre y mujer.
Ya en la expresión del oráculo de Delfos, “Conócete a ti mismo”, el interrogante sobre el
sentido de las cosas y la existencia misma del hombre indica que ninguno sustraerse de
aquello que no comprende. De hecho, tan es así que las demás preguntas: ¿Quién soy? ¿de
dónde vengo y a dónde voy? ¿Por qué existe el mal? ¿Qué hay después de esta vida?
Ofrecen un horizonte lleno de sabiduría entre pueblos y culturas de todas las épocas que
inspiran al hombre para que se aventure en la búsqueda de la verdad íntima de la existencia
humana.

Encontramos en la encíclica el desarrollo de la revelación de la sabiduría de Dios, en


donde se dice cómo Jesús revela el Padre; y en donde el conocimiento expresa una verdad
que se basa en el hecho mismo de que Dios se revela, y es una verdad muy cierta porque
Dios ni engaña ni quiere engañar. (II, 1998) Se ve en la filosofía y la ciencia, el supuesto
orden de la razón natural; y se presenta la fe, iluminada y guiada por el Espíritu Santo,
como un supuesto necesario que no entorpece la vida del hombre, sino que la eleva. El
apóstol Juan ya nos dijo que “quien ve a Jesucristo, ve al Padre”, indicándonos con ello
que estamos llamados a comprender que el acceso al Padre se da por medio de Cristo, que
es el rostro de la Verdad.

Llegados a este punto, no podemos olvidar que la Revelación está llena de misterios, y que
solo la fe permite penetrar en él favoreciendo la comprensión coherente. Y cuando el
hombre goza de agudeza mental es capaz de reconocer cómo la razón busca la penetración
del misterio porque encuentra en él, los signos le llevan a la meditación de un encuentro
con la verdad. La razón debe saber dejarse estimular por la verdad porque existen razones
que no puede agotar, sino acoger.
La Sagrada Escritura nos presenta con sorprendente claridad el vínculo tan profundo que
hay entre el conocimiento de la fe y de la razón, como se muestra en varios Textos del
Autor inspirado, incluyendo el anterior. El deseo de conocer es una característica común a
todos los hombres, y aún así vemos que, en la inteligencia, que es don de Dios al hombre,
los seres humanos resbalan, porque no saben utilizarla ni emplearla encontrar la verdad; y
tan solo basta un poco de buena inteligencia y de sanas intenciones para comprender lo
profundo y ambicioso que significa el encuentro con la verdad.

La relación del cristiano con la filosofía requiere un discernimiento radical. En el nuevo


Testamento, especialmente en las cartas de san Pablo, hay un dato que sobresale con
mucha claridad: la contraposición entre la sabiduría de este mundo y la de Dios revelada
en Jesucristo. La profundidad de la sabiduría revelada rompe nuestros esquemas
habituales de reflexión, que no son capaces de expresarla de manera adecuada. (II, 1998)

También para los creyentes es un desafío el diálogo con la razón, no pueden sustraerse de
este diálogo menospreciando el don dado por Dios. En la razón la Revelación encuentra un
punto de apoyo fundamental. Cristo, además, se ha presentado como el Logos, como la
Razón creadora de Dios, manifestando así el vínculo insustituible entre razón y fe. La razón
es un camino privilegiado para acceder a Dios, pero un camino insuficiente por sí mismo,
ya que no ofrece todo para que el conocimiento sea absoluto; y la fe es un don
eminentísimo para confiar en Dios, pero un don inhumano si prescinde de la razón.

El deseo de conocer, al cual aluden los clásicos, no es algo meramente romántico. Es un


impulso que lanza a la persona humana hacia posibilidades impensadas y que permite
saciar el deseo que reconoce en su interior para que no se conforme con conquistas
parciales. Hay que decir también que, entre quienes ensalzan la razón, muchas veces se
levanta una mala fama de la fe. Esta mala fama es una reducción del don. La fe no alude a
pensamientos ciegos, sino a certezas superiores que se acogen por el testimonio de otros y,
sobre todo, por la Revelación.

La historia del hombre y de la Iglesia presenta también los aportes valiosos de la fe en


relación con la razón o inteligencia. A la luz de esta fe cristiana los Padres de la Iglesia, por
ejemplo, supieron leer los grandes acontecimientos de la historia y supieron ver la presencia
de Dios en cada momento anterior. También formularon sentencias iluminadoras para los
creyentes, como la que expresa san Agustín: “creo para entender, entiendo para creer”. En
la Edad Media asimismo hubo hombres dedicados que conjugaron la fe y la razón en una
empresa de suma felicitación. El Aquinante es ejemplo de ello y muchos otros tantos que
entendieron que "lo que es verdadero, quienquiera que lo haya dicho, viene del Espíritu
Santo". "La fe no teme a la razón, sino que la busca y confía en ella".

Es en épocas posteriores (específicamente en la época Moderna) que se empieza a ver cómo


se propende por una separación entre la fe y la razón, dando primacía a esta última.
"Algunos filósofos, abandonando la búsqueda de la verdad por sí misma, han adoptado
como único objetivo el lograr la certeza subjetiva o la utilidad práctica". Ya por la historia
conocemos las consecuencias nefastas que trajo esta separación progresiva entre estas dos
alas del espíritu humano. El siglo pasado sí que es testigos de eventos traumáticos que fue
preparándose desde entonces.

El Magisterio ha dicho en repetidas ocasiones cómo la Iglesia no propone una filosofía


propia ni canoniza una filosofía particular con menoscabo de otras, sino que tiene el deber
de indicar lo que en un sistema filosófico puede ser compatible con su fe. La razón, expresa
en el devenir filosófico, no puede abarcar todo lo que la Revelación ha dicho, ni tampoco es
expresión acabada, con toda su riqueza, de la verdad suprema. Lo que sí hace también es
determinar disposiciones que son contrarias a la razón como el fideísmo o el racionalismo,
desviaciones que son peligrosas. También se ha ocupado no tanto de tesis filosóficas
concretas, como de la necesidad del conocimiento racional y, por tanto, filosófico para la
inteligencia de la fe".

La filosofía en la Iglesia, especialmente entre quienes se preparan para ejercer algún


ministerio en la Iglesia es indispensable. La filosofía arroja luz al Misterio y al modo de
acercarnos a él. Debemos ser capaces de entender que el patrimonio filosófico asumido por
la Iglesia tiene valor universal. "El hecho de que la misión evangelizadora haya encontrado
en su camino primero a la filosofía griega, no significa en modo alguno que excluya otras
aportaciones", pero todos los creyentes debemos andar con sumo cuidado evitando las
herencias que vayan en contra del designio providencial de Dios, que conduce a su Iglesia
por los caminos del tiempo y de la historia.

Ya para ir concluyendo, vemos cómo en el texto se explicita la complementación entre fe y


la razón (identificado con la filosofía). Dejando en claro que la filosofía tiene un desarrollo
diverso por la pluralidad cultural y el distinto comportamiento de las personas y de la
sociedad. Por lo tanto, se considera que en la filosofía si bien hay un valor para comprender
la fe, también una limitación a la que la fe no puede verse sometida, sino que debe superar,
elevando con el ella la inteligencia humana, esto porque conviene al hombre, pero también
porque es una tarea de la Iglesia.

También es necesario insistir en la importancia que tiene dentro de la Iglesia la dimensión


racional del hombre, expresado en la filosofía, para promover en la historia del mundo el
mensaje evangélico. Solo una verdadera y sana comprensión de la verdad puede enseñar al
hombre el camino hacia Dios y que, en último término, enseña a todos el deber-ser y la
dignidad de la persona, porque la negación del ser comporta inevitablemente la pérdida de
contacto con la verdad objetiva y, por consiguiente, con el fundamento de la dignidad
humana.

La filosofía además es como el espejo en el que se refleja la cultura de los pueblos. Una
filosofía impulsada por la exigencia de la teología se desarrolla en coherencia con la fe,
forma parte de la evangelización de la cultura. Se ve en la filosofía cristiana la luz de la
razón, aunque guiados por la inteligencia que le refleja la Palabra de Dios, y se puede
reflexionar una comprensión sensata para quienes no percibe aun la verdad plena que
manifiesta lo divino. (II, 1998)

La invitación es a recuperar la dimensión metafísica de la verdad, para que el hombre no la


corrompa y desvíe a los demás. Que el trono de la sabiduría sea puerta segura para
quienes hacen de su vida la búsqueda de la sabiduría. Que el camino hacia ella, último y
auténtico fin de todo verdadero saber, se vea libre de cualquier obstáculo por la
intersección de aquella que, engendrado la verdad y conservándola en su corazón, la ha
compartido con toda la humanidad para siempre. (II, 1998)

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