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América indígena y colonial

Prof. Dra. Laura Malo Barranco


Curso 2019/2020 – Estado de alarma 2020

Los viajes náuticos se dirigieron a encontrar una ruta alternativa hacia las
Indias orientales bordeando la costa africana — en busca de conseguir una conexión
oceánica directa entre el Atlántico y el Indico —. De este modo, se deseaba evitar el
bloqueo turco de la ruta terrestre de la seda y las especias, que había roto las vías
comerciales y dificultaba la llegada de los productos orientales hacia Europa, para
conseguir acceder a dicho comercio por vía marítima. Dichas rutas con el Atlántico
como protagonista estaban destinadas a jugar un papel rival con aquellas controladas
por el Egipto selyúcida y su aliado veneciano que monopolizaban la venta en Europa
de los productos llegados desde Asia.
Esta salida al Atlántico estuvo, por tanto, guiada por toda una serie de factores
que favorecieron el avance de los futuros descubrimientos. El primero de ellos fue el
citado interés económico y comercial, ya que el cierre de vías por dominio turco había
encarecido los productos orientales que deseaban obtenerse a mejor precio para su
posterior venta. A él debe unirse el interés estratégico de los estados por ampliar sus
dominios territoriales, así como el interés religioso en busca de una extensión de la
religión cristiana por parte de la acción misional. Sin duda, fue también esencial el
espíritu aventurero de los navegantes, que imbuidos de la nueva mentalidad moderna
del renacimiento buscaban obtener fama y gloria.
Por último, es necesario destacar la importancia de la
mejora en el uso de los instrumentos técnicos náuticos. El
perfeccionamiento cartográfico de los portulanos y cartas
marinas, supuso la creación de mapas más exactos. A ello se
unió la generalización del uso de la brújula (que ayudaba a leer
dichos mapas del mar), así como del sextante y el astrolabio (con
los que se calculaba la posición de los astros con el fin de
obtener unas coordenadas cada vez más exactas). Además, se consiguió avanzar en
la construcción de barcos adecuados para la navegación en alta mar —carabelas y
naos—, que incorporaron el timón móvil, cascos más resistentes y mayores velas para
provechar la fuerza del viento.

LA EXPERIENCIA MARÍTIMA IBÉRICA

Ø PORTUGAL

En el final del siglo XIV e inicios del siglo XV, Portugal poseía unas características
idóneas para proceder a realizar empresas ultramar:
- La reconquista del territorio frente al Islam había finalizado y la monarquía
se había hecho fuerte en el poder con la llegada de la dinastía Avis.
- Sus fronteras estaban muy definidas y no podía expandirse territorialmente
por la península Ibérica tras haber conseguido su independencia de
Castilla tras la batalla de Aljubarrota (1385).
- La lucha religiosa contra el Islam continuaba en espacios del norte africano
y había llevado sus objetivos a la exploración del reino de Marruecos,

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aventura a la que se unía también un destacado interés económico y


comercial.
- El desarrollo intelectual y científico vinculado a la universidad de Coimbra
había mostrado grandes avances especialmente en el campo de la
astronomía, la geofísica, la náutica y la cartografía.

Las características propicias al inicio de la aventura atlántica se vieron


favorecidas por el punto de inflexión que supuso el cierre de las vías comerciales con
Oriente tras la caída de Constantinopla en 1453. En dicho momento, Portugal planteó
la búsqueda de un camino hacia las Indias orientales bordeando la costa de África,
con la intención de suplantar a los árabes y venecianos en el monopolio del comercio
de las especias.
En el avance ultramarino portugués pueden distinguirse cuatro etapas
diferenciadas. La primera de ellas, denominada expansâo quatrocentista, estuvo
caracterizada por la exploración, la búsqueda del oro y la colonización de las islas,
vinculadas al territorio de Marruecos y a los Archipiélagos de la zona norte de la costa
atlántica africana. Esta etapa ocupó aproximadamente la primera mitad del siglo XV y,
en ella, las aventuras de exploración fueron acompañadas por el apoyo del príncipe
Enrique el Navegante (1394-1460), fundador de una escuela náutica y cartográfica en
Sagres, muy cerca del Cabo San Vicente. Esta etapa estuvo protagonizada por la
toma de Ceuta (1415); la llegada al archipiélago de Madeira (1419); el descubrimiento
de la corriente de Canarias y la adopción de la carabela (1426); así como el
descubrimiento de las Azores o la conquista de las isla de Cabo Verde (1445).
Entre 1450 y 1475, se desarrolló una segunda etapa, más lenta en su
progresión debido al giro hacia oriente en el Golfo de Guinea de la navegación
cercana a la costa africana, y al fallecimiento del príncipe Enrique el Navegante, gran
impulsor de las empresas de
exploración. Esta etapa sirvió, sin
embargo, para fomentar el tráfico
comercial portugués, que situó en la
costa de Senegal y el Golfo de Guinea,
puntos de abastecimiento de esclavos y
productos como el oro o el marfil.
Durante el último tercio del siglo
XV, en una tercera etapa, desarrollo
comercial y avance en el conocimiento
geográfico de nuevo espacios fueron de la mano. Los viajes portugueses continuaron
descubriendo espacios hacia el Sur en busca de la ruta hacia las Indias Orientales.
En este periodo sobresalieron
dos personajes y sus gestas: Bartolomé
Díaz, quien en el año 1487 doblaba el
cabo de Buena Esperanza y Vasco de
Gama, encargado de abrir la ruta hacia
la India en 1498. La ocupación
portuguesa de la India se inició durante
el segundo viaje de Vasco de Gama,
que había partido en 1502. El

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establecimiento de fuertes y factorías en la costa de la India permitió a los portugueses


crear una red comercial que les permitió entrar en contacto en las décadas centrales
del siglo XVI con los imperios de extremo oriente, como Japón y China, estableciendo
con ellos lazos comerciales duraderos.
En la cuarta y última etapa, se consolidó el gran Imperio portugués y el
esplendor ultramarino en los reinados de dos monarcas lusos, Manuel I el Afortunado
(1495-1521) y Juan III (1521-1557). El primero de ellos representa el establecimiento
de la estructura comercial en el Indico, mientras que el segundo marca el momento de
mayor apogeo del Imperio portugués.

Éste tenía un carácter esencialmente comercial y estaba construido a través de


un sistema de factorías, compuesto por unas construcciones fortificadas en la costa
que se encontraban unidas y defendidas por al flota portuguesa. Dichas factorías
servían de base para el establecimiento de contactos con los habitantes del territorio
africano para el desarrollo de intercambios, aunque también servían de almacén y
apoyo a la navegación. Su establecimiento no suponía el inicio de una colonización o
penetración hacia el interior del continente — frenada por la debilidad demográfica
portuguesa y por los objetivos comerciales prioritarios — que fue probada en tres
ocasiones, en los reinos del Congo, Monomotapa y Etiopía, sin ningún éxito. Así, el
imperio portugués mantuvo su fuerza en la estructura de factorías extendidas en
puntos costeros con el fin de garantizar el tráfico de una limitada serie de artículos
(oro, esclavos, malagueta, marfil y goma), primero en exclusiva y más tarde en
concurrencia con los nuevos competidores europeos, holandeses, ingleses y
franceses, que llegaron también a la costa africana.
La decadencia del Imperio portugués estuvo ligada a una serie de
circunstancias que, desde mediados del siglo XVI, desencadenaron su progresivo
desmantelamiento. Dicho deterioro, llegó guiado por el proceso colonizador en
América, que ya estabilizado y hizo del destino americano el objetivo de gran parte del
comercio internacional. A ello debe unirse que Portugal fue anexionada a España y a
sus intereses en el año 1580, ganando con ello nuevos enemigos, como los
holandeses que habían ya comenzado a interesarse por estar presentes en los
espacios africanos. De este modo, la gran mayoría de las potencias europeas giraron
sus objetivos hacia el recién descubierto continente y dejaron así la opción portuguesa
ligada al comercio africano en claro declive.

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Ø CASTILLA

La situación castellana era muy distinta a la portuguesa y, por ello, la expansión


ultramarina de la monarquía castellana se puso en marcha tiempo después
fundamentalmente, a partir de la unión dinástica de las coronas de Castilla y Aragón.
Las causas de este desfase en la salida castellana al Atlántico fueron diversas:
- La inestabilidad política existente en Castilla durante el siglo XV, consecuencia
de la rivalidad entablada entre la nobleza y el autoritarismo real, y el
debilitamiento del poder del monarca en la figura de por Enrique IV de Castilla
(1454-1474), tras cuya muerte se desató la Guerra de Sucesión Castellana
(1474-1479) que enfrentó a los partidarios de la futura reina Isabel, contra los
de su sobrina Juana la Beltraneja.
- La Reconquista del territorio no había finalizado y continuaba activa en la
Guerra de Granada (1482-1492), que requería de los recursos castellanos e
impedía su destino a una posible actividad ultramarina.
- Los escrúpulos de la reina Isabel a no alterar los acuerdos de Alcaçovas
(1479), tratando con ello de evitar el enfrentamiento directo con Portugal.
- La iniciativa y éxitos de Portugal en la exploración de las costas de África que
fueron un obstáculo tradicional durante el siglo XV a la salida de los castellanos
al Océano.
A pesar de las dificultades, algunos
navegantes castellanos se habían atrevido ya a
dar el salto a la exploración del Atlántico en el
siglo XIV, fundando un precedente del futuro
proceso expansivo. La conquista de las islas
Canarias fue ejemplo de ello. Luis de la Cerda
(1291-1348), hombre de gran fortuna y
emparentado con los reyes castellanos, fue
nombrado en el año 1344 príncipe soberano de
las islas, y la primera persona a la que fue
encargada empresa de conquista de las
Canarias. Sin embargo, nunca llegó a pisar las
islas. La primera expedición de conquista
estuvo liderada por Jean de Béthencourt (1362-
1425) y su hombre de confianza Gadafier de
La Salle (1340-1415), en 1402. Juntos
consiguieron conquistar y ocupar Lanzarote,
Fuerteventura y el Hierro, siendo el relato de
dicha hazaña recogido en la obra Le Canarien.
Ya en el reinado de los Reyes Católicos,
Alfonso Fernández de Lugo (c. 1456-1525),
realizó las principales conquistas y sometió las
islas de Gran Canaria, La Palma y Tenerife.

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3.2. LOS VIAJES DE COLÓN

Nacido en Génova cerca del año 1451, Cristóbal


Colón era un dibujante de mapas y calígrafo que había
recibido la formación básica de marino. En el año 1477
se encontraba instalado en Lisboa, debido al comercio
familiar y a la creación de cartas marinas para los
navegantes portugueses. Allí contrajo matrimonio con
Felipa Moniz de Perestrello, quien le abrió los contactos
con la nobleza y la corte portuguesa.
Las lecturas científicas de Colón le guiaron a la
idea de la posibilidad de encontrar Asia navegando
hacia Occidente, una teoría que circulaba en el
ambiente del momento y que se apoyaba en un error: en
el cálculo de la proximidad de la extremidad oriental y
occidental de las tierras habitadas, separadas tan sólo
Retrato de Cristóbal Colón en la
por un pequeño mar. Pintura de la Virgen de los navegantes
(1531-36), de Alejo Fernández, en el
Con el fin de recopilar datos que pudieran Real Alcázar de Sevilla
justificar su teoría Cristóbal Colón leyó a Ptolomeo,
Aristóteles, Marino de Tiro, Estrabón y Plinio, e influyeron en sus ideas el Libro de las
maravillas de Marco Polo y el de Los viajes de Juan de Mandeville, dedicados al
mundo asiático. Pero, sin duda, la creación de su proyecto se basó en la información
obtenida de dos teóricos. Por un lado, Del humanista florentino Paolo del Pozzo
Toscanelli, matemático, astrónomo y cosmógrafo italiano (1397-1482), quien había
redactado una carta en 1474 en la que exponía como «las costas de Portugal estaban
más cerca del límite oriental de Asia de lo que muchos pensaban». Sus cálculos, que
tomaron las medidas de las palabras de Marco Polo, erraron a la hora de calcular la
longitud del océano que separaba Europa de Asia y sobre ellos, Colón exageró aún
más el optimismo relativo a la distancia entre Canarias y Japón (3.000 millas náuticas
para Toscanelli, 2.400 para Colón y 10.600 en la realidad). Por otro lado, Colón tomó
también datos del geógrafo y teólogo francés Pierre d’Aully (1351-1420) y de su obra
Imago Mundi, que también planteaba la estrechez entre los extremos de Europa y
Asia, separadas por un mar navegable en pocos días.
La idea de llegar a las
Indias orientales navegando
hacia Occidente, es decir, el
proyecto de Colón — que él
mismo denominó «empresa de
Indias» — necesitaba del apoyo
de un monarca o un noble
poderoso para su financiación.
Así, entre 1484 y 1485 Colón
realizó la propuesta de su
proyecto al rey Juan II de
Portugal (1455-1495), el cual fue
rechazado por una comisión de expertos.

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Tras la muerte de su esposa, a


mediados de 1485, Colón dejó Lisboa en
compañía de su hijo Diego para marchar a
Palos de la Frontera. Cerca de la localidad
se alzaba el monasterio franciscano de La
Rábida, donde fue recibido por fray Juan
Pérez, un personaje clave en la empresa. De
allí, marchó a Sevilla y presentó su proyecto
al duque de Medinasidonia, que no aceptó financiar la empresa; y al Puerto de Santa
María, donde se entrevistó con el duque de Medinaceli, que recomendó presentar la
empresa a los monarcas dada su gran magnitud.
En 1486, los Reyes Católicos inmersos en el conflicto granadino, se vieron
favorablemente impresionados por el proyecto y ordenaron a fray Hernando de
Talavera la organización de una organice una junta científica para examinar la
propuesta del genovés. La Junta, reunida en Salamanca y Córdoba, echó atrás el
proyecto al plantear imposible aquella estrechez que Colón aseguraba tenía la
anchura del océano.
Entre 1487 y 1488 Colón siguió a los reyes en sus viajes, con el fin de volver a
acercarles su propuesta. En esta última fecha su camino probablemente se dirigió muy
probablemente de nuevo a Portugal, para intentar por segunda vez presentar su
proyecto al rey Juan II. Sin embargo, a finales de aquel año Bartolomé Díaz regresó
triunfante de su viaje a Lisboa, habiendo doblado el Cabo de Buena Esperanza y con
ello, consiguiendo abrir la vía africana hacia las Indias. El proyecto de Colón ya no
interesaba a los portugueses.
En el año 1491,
Colón había vuelto a
Sevilla y, desde allí al
convento de La Rábida,
mientras se esperaba un
desenlace temprano de la
contienda granadina. De
nuevo en el convento, fray
Juan Pérez decidió
ofrecerse a escribir a la
reina Isabel con el fin de
poner de nuevo en valor el
proyecto de Colón. Tras la
recepción de la carta por parte de la reina, el franciscano fue llamado al campamento
de Santa Fe, en la vega granadina, donde los Reyes esperaban el final del conflicto y
la caída de la ciudad de Granada. En su entrevista, el franciscano (que era o había
sido confesor de doña Isabel) convenció a la Reina de lo favorable de la empresa,
pues la búsqueda de un nuevo camino a las Indias haría a Castilla también entrar en la
carrera comercial iniciada por sus vecinos portugueses. Finalmente, entre los días 17
y 30 de Abril del año 1492, fueron firmadas las Capitulaciones de Santa Fe, que daban
luz verde a la realización del «proyecto colombino».

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