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América indígena y colonial

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presencia estuvo focalizada en las plantaciones de azúcar del Caribe y de cacao en


Venezuela y Ecuador donde fueron una mano de obra activa en el cultivo de dichos
productos.
Entre los esclavos africanos existió un predominio de la familia nuclear, con
matrimonios legales que fueron auspiciados por la Iglesia católica. La política de los
amos tendió a favorecer la reproducción de dichas unidades familiares, pues reducía
los costos y conseguía una mayor estabilidad del grupo. En las haciendas, los
esclavos mantenían a sus propias familias por medio del cultivo de huertos para
conseguir alimento. Además, a partir del siglo XVIII en la América hispánica, a
diferencia de los que ocurría en Norteamérica o Brasil, los esclavos casados no
podían ser vendidos para provocar la separación familiar y la mayoría de los hogares
esclavos estaban encabezados por matrimonios. La venta de los hijos fruto de
aquellas uniones, se llevaba a cabo en las edad a la que aquellos descendientes
hubieran dejado de forma natural la casa de sus padres.

4.2. LA ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO INDIANO: INSTITUCIONES Y CARGOS.

La monarquía hispánica sentó las bases para


gobernar los territorios de ultramar presentando la soberanía
plena y exclusiva del monarca sobre los nuevos espacios y
sus gentes, así como la libre disposición de la tierra.
Aquellos nuevos territorios pasaban a ser reinos
patrimoniales del monarca y tierras realengas que podía
ceder a los colonos, usando igualmente su poder para la
concesión de privilegios.
La ordenación legal de la América hispánica estuvo
formada por el conjunto de las leyes de Castilla, las leyes
indianas y las tradiciones de derecho indiano conservadas
que, partiendo de las Leyes de Indias de 1590, que se
apoyaban en las Leyes Nuevas de 1542, derivaron en la
Recopilación de Leyes de los Reinos de Indias de 1681.
Con el fin de ordenar por materias la legalidad vigente, el corpus completo de la
legalidad indiana tuvo como resultado el Nuevo Código de Leyes Indianas, que fue
sancionado en el año 1792.
De acuerdo al cumplimiento de las leyes y con el fin de proceder a la
administración de los nuevos territorios, la organización del gobierno indiano se llevó a
cabo por medio de distintas instituciones que fueron creándose de acuerdo a las
necesidades ligadas a la conquista y colonización del espacio americano. Éstas
pueden dividirse en dos bloques: por un lado aquellas instituciones para el gobierno de
Indias que se encontraban ubicadas en suelo peninsular, y por otro, las que se
encontraban situadas en suelo americano. Entre las instituciones situadas en la
Península Ibérica, los asuntos americanos fueron dirigidos en un primer momento por
el Consejo de Castilla, ya que la propiedad de los territorios descubiertos recayó en el
reino castellano. El Consejo de Castilla se encargó de la organización de las primeras
expediciones, de las licencias comerciales y del control de la emigración hasta el año

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1524, cuando el aumento de los territorios conquistados hizo necesaria la creación de


órganos especializados para el gobierno de
las Indias.
En dicho año 1524 se creó el Consejo
Real y Supremo de las Indias, como
máximo organismo centralizador de la
dirección y administración de la América
Hispánica. Con funciones administrativas,
legislativas y judiciales, era el encargado de
redactar las ordenanzas de gobierno y de
actuar como tribunal supremo de la justicia de
Indias, en procesos de carácter civil y
criminal. Se encargaba, a su vez, del
nombramiento de los cargos y funcionarios;
de la administración de la Real Hacienda y de
regir el derecho de patronazgo indiano para la
elección de las fundaciones eclesiásticas en
el Nuevo Mundo. En suelo peninsular se
encontraba también la Casa de Contratación, creada en Sevilla en el año 1503, y que
posteriormente será trasladad a Cádiz, ya en 1717. La Casa de Contratación estaba
situada muy cerca de la Casa de la Lonja sevillana (actual Archivo de Indias) y tenía
como función ejercer de aduana y de oficina comercial para el tráfico de mercancías
con América. Sevilla era el puerto único por donde debían pasar todas aquellas naves
que se dirigían o venían de América, con el fin de conseguir un mejor control sobre la
emigración, el comercio y el traslado de metales precioso, en un monopolio comercial
con América que se extendió hasta el año 1765. La Casa de Contratación ejercía
como aduana y oficina comercial, al mismo tiempo que trabajaba en la mejora de las
técnicas de navegación debido a su papel como organizadora de las expediciones a
Indias. Era un centro de investigación y enseñanza náutica donde trabajaban el piloto
mayor y el cosmógrafo mayor, encargados de la realización de cartas e instrumentos
de marear que favorecieran las expediciones.

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Al otro lado del Atlántico, en suelo americano, también se crearon cargos e


instituciones de acuerdo a las necesidades de gobierno. Para su correcto gobierno el
territorio se dividió en demarcaciones administrativas llamadas virreinatos: en 1535
se creó el virreinato de Nueva España, con capital en Ciudad de México; en 1542, el
de Perú, con capital en Lima; en 1717, se estableció el virreinato de Nueva Granada,
con sede en Santa Fe de Bogotá; y, por último, en el año 1776 el virreinato del Río de
la Plata, con su centro de Buenos Aires. Como
responsable de cada una de estas
demarcaciones se encontraba la figura del
virrey, que tenía poder tanto de gobierno, como
judicial y militar sobre el territorio del virreinato.
El virrey era a la vez gobernador de su
provincia, presidente de la audiencia de la
capital del virreinato, capitán general de las
fuerzas militares y el encargado de ordenar los
pagos a la Real hacienda. Tenía también
amplios poderes en materia religiosa, pues era
la cabeza del Patronato Real en su territorio.
De su persona dependían los gobernadores
de las provincias en las que se dividía el
territorio virreinal y de las regiones fronterizas,
así como de los adelantados, aquellos
personajes que continuaban realizando tareas
de conquista y que regentaban repartimientos y encomiendas. El cargo del virrey solía
ser entregado a personas de confianza del monarca, a segundones de las grandes
casas nobiliarias o a miembros de la nobleza media castellana. Además, era un cargo
de naturaleza temporal, con el fin de ofrecer al monarca la posibilidad de revocar al
titular de su cargo y otorgarle el control final del poder en sus territorios coloniales. Las
principales decisiones del virreinato solían tomarse por medio del conocido como
«Real Acuerdo» en una reunión que incluía al virrey, a los gobernadores y oidores de
las Audiencias con el fin de resolver temas conflictivos y tomar decisiones destacadas
por medio de la consulta y el acuerdo.
Junto a la figura del virrey se encontraban las audiencias, máximo tribunal
judicial en Indias, que se encargaban de la administración de justicia en derecho civil y
criminal. Hasta ellas llegaban los delitos más graves y aquellos en los que los cabildos
y funcionarios reales eran parte litigante. El presidente de la audiencia era el virrey y
en ella trabajaban también los oidores o jueces, los alcaldes de crímenes, fiscales,
alguaciles, ministros y oficiales. El gobierno municipal estaba regido por los cabildos,
asambleas locales con poder judicial en asuntos menores y con capacidad para elegir
a las autoridades locales, conceder tierras y reclutar las fuerzas militares. Los cabildos
municipales poseían jurisdicción en el núcleo urbano y en el aérea rural circundante.
Los vecinos estaban representados por autoridades elegidas que se renovaban de
forma anual: los alcaldes ordinarios y los regidores, cuyo número cambiaba en función
del tamaño de la ciudad. Su tarea consistía también en la fiscalización de los
presupuestos y rentas municipales, en la organización del abastecimiento urbano y en

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la lucha contra la delincuencia, realizado todo ello a través de la creación de


ordenanzas para el gobierno de su territorio.

4.3. LA IGLESIA EN INDIAS. PATRONATO REGIO, EVANGELIZACIÓN Y EDUCACIÓN. LA


INQUISICIÓN EN EL NUEVO MUNDO. 4.4. MANIFESTACIONES CULTURALES Y RELIGIOSIDAD
INDIANA.

La Iglesia Católica fue un


factor central en la colonización de
América. La conquista, bajo
dirección de la Corona, tuvo un
contenido misional señalado por el
Pontífice romano a los monarcas
en las Bulas Alejandrinas, que
legitimaban su toma de posesión
de las tierras del Nuevo Mundo
sumando a la posibilidad del disfrute de tales derechos el encargo de favorecer la
evangelización de los indígenas. La labor de la Iglesia en indias se caracterizó por
plantear la expansión de la fe como responsable del proceso de aculturación de los
habitantes nativos. En dicha labor de evangelización, las ordenes religiosas recibieron
el encargo de convertir a los indígenas paganos y expandir el cristianismo por medio
de la acción misional; a la vez que el clero secular, instalado fundamentalmente en las
ciudades, debía tutelar a las comunidades cristianas de conquistadores y de sus
descendientes instalados en América, al mismo tiempo que se encargaba del cuidado
espiritual de los esclavos negros llegados desde África.
Dicha labor tuvo ciertos obstáculos que se materializaron en la doble
dependencia de los religiosos, que debían obediencia a la Papado en los asuntos de
la fe y al monarca en las cuestiones relativas a la organización de la vida en Indias. A
ella se unió el enfrentamiento entre los miembros del clero regular y secular, así como
entre las distintas órdenes religiosas, por obtener un mayor poder resultante del
proceso evangelizador.
El control de la Iglesia Católica en Indias por parte de la monarquía española
estuvo ligado a dos conceptos destacados, por un lado al Real Patronato o Patronato
Regio, practicado desde principios del siglo XVI; y por otro al Regio Vicariato, puesto
en práctica de la mano de las doctrinas regalistas del siglo XVIII. Los monarcas
españoles utilizaron a la Iglesia como un agente de expansión y colonización,
aspirando a ejercer un «patronzago» sobre la nueva iglesia indiana. Por medio de
dicho «patronzago» los monarcas hispanos buscaban practicar en los nuevos
territorios los derechos que ya habían obtenido en 1486 con la Bula Ortodoxae fidei o
bula del Patronato que, durante la campaña de conquista del reino de Granda, había
otorgado a los Reyes Católicos el derecho a decidir los espacios para erigir iglesias,
proponer candidatos para los obispados, conceder beneficios eclesiásticos y para
cobrar diezmos y primicias a los musulmanes convertidos.

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Los primeros rudimentos del Patronato Regio en Indias surgieron de la mano


de las Bulas alejandrinas concedidas por el papa Alejandro VI en 1493. En ellas,
además de otorgarse la legitimidad política y jurídica a Castilla para ejercer el control
de los nuevos territorios descubiertos, se concedió a los monarcas el usufructo de
ciertos derechos civiles y eclesiásticos unidos a los privilegios de evangelización de
las nuevas tierras que quedaron unidos al Patronato Regio. Se estableció de este
modo en América el Patronato Universal Indiano, que ponía en práctica la voluntad y
el poder de los monarcas en relación al desarrollo de la Iglesia americana. Por medio
de dicho Patronato Universal se establecieron un conjunto de privilegios para los
monarcas que provocaron el aumento el poder del rey en materia religiosa en América
pues asumía la capacidad para enviar misioneros y facilitar sus viajes; sustentar al
clero; construir iglesias, hospitales y centros benéficos; administrar diezmos; presentar
candidatos a beneficios eclesiásticos y dibujar los límites de las diócesis en el territorio
colonial.
Dichas prerrogativas fueron refrendadas por medio de la Bula Universalis
Ecclesiae, otorgada por Julio II en 1508 a petición del rey Fernando el Católico, que
consiguió el control de la Iglesia americana para sí y sus sucesores en Castilla. De
este modo, los monarcas españoles obtuvieron una mayor influencia y poder en los
nuevos territorios al tener la capacidad de presentar al Papa sus candidatos para las
dignidades de las iglesias metropolitanas, catedrales y colegios, además de formular a
los obispos las candidaturas a los diversos cargos eclesiásticos, de forma que
aquellas personas al mando y dirección de los asuntos de fe fueron leales siempre a
los intereses de la Corona.
La puesta en práctica del Patronato Regio en América vino derivada de la
imposibilidad del Vaticano a la hora de hacer frente al gasto económico que suponía la
evangelización de los indígenas. Por ello, y en compensación por dicha tarea, el
papado otorgó a la Corona española toda una serie de privilegios relativos a la
administración eclesiástica en el Nuevo Mundo. En el año 1518 Carlos I obtuvo del
papa León X el derecho a controlar la cantidad y nacionalidad de los religiosos que
podían asentarse en las colonias y, en 1522, el papa Adriano VI, a través de la Bula
Omnimoda, le otorgó la capacidad plena para la organización de las expediciones de
misioneros.
Así, el Consejo de Indias tuvo la máxima autoridad en relación a los asuntos
religiosos del Nuevo Mundo, estableciendo las leyes y reglamentos que rigieron la
administración eclesiásticas de la América hispánica. En el año 1524 se creó el cargo
de Patriarca de Indias, que recayó en la persona de Antonio de Rojas, arzobispo de
Granda. Dicho título honorífico pretendía convertir el Patronato en un Vicariato, es
decir, buscaba establecer en América a un vicario, un alto representante eclesiástico
de la monarquía hispánica, que pudiera controlar la Iglesia Americana contando
únicamente con la opinión y permiso del Papa para cuestiones de fe. Esta idea no fue
bien recibida desde Roma, lo que llevó a diversos enfrentamientos y negativas de la
Santa Sede en relación a la política eclesiástica de Indias durante el reinado de Felipe
II.
La Junta Magna de Madrid de 1568 y la Magna Real Cédula de 1574
procedieron a organizar el Patronato de las Iglesias y doctrinas de Indias. Se
estableció con ellas la administración de los diezmos en Indias, se reguló por ternas la

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presentación de candidatos para las diócesis vacantes y se fijaron los límites de las
nuevas diócesis. A partir de este momento comenzó a plantearse con fuerza la
posibilidad de que el Real Patronato derivara en la puesta en práctica de la doctrina
del Regio Vicariato, ya planteada por los frailes franciscanos en el siglo XVI y
formulada de forma teórica por Juan Solórzano Pereira, en el siglo XVII. Sin embargo
tuvieron que llegar las doctrinas regalistas del siglo XVIII, para que el Vicariato Regio
se pusiera en práctica presentado al monarca como vicario-pontificio y otorgándole el
máximo poder en la dimensión temporal y jurisdiccional de la Iglesia indiana. Con la
llegada de los Borbones al trono español la autonomía de la Iglesia americana
respecto a Roma aumentó y el rey se presentó como la cabeza de la Iglesia en el
Nuevo Continente. Además, y recuperando una disposición anterior, entre 1762 y
1768 se estableció el Pase Regio o Exequatur, un permiso que debía ser otorgado por
la Corona para permitir la llegada a Indias y la entrada en vigor de los documentos
extendidos por le papado, como una forma más de control del mundo eclesiástico en
las colonias hispánicas.

Glorificación de la Inmaculada, por Francisco vallejo, Museo Nacional de Arte (México). Representación de los dos
poderes de la Iglesia en América: Carlos III (dcha.) y el papa Clemente XIV (izq.), que tienen detrás a sus
representantes en Indias, el virrey de Nueva España por parte del monarca y el Arzobispo de México, por parte del
Papa.

La Iglesia española tuvo la responsabilidad de encargarse de la


evangelización de los indígenas en el Nuevo Mundo, es decir, de la adaptación de las
culturas amerindias a la cultura del Evangelio. Con la práctica evangelizadora se
pretendía conseguir el abandono de las costumbres nativas contrarias a las escrituras
—idolatría, magia, hechicería— y a la dignidad humaba —sacrificios humanos—. A
pesar de las resistencias y las reticencias a abandonar las creencias propias, las
órdenes religiosas y sus misiones consiguieron ocupar de forma rápida diversos
espacios geográficos para organizar sus tareas de forma muy efectiva. Los ritmos y

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las características de la evangelización tuvieron que adaptarse a los patrones


regionales, y obtuvieron una rápida evangelización en las zonas de Nueva España y
Perú, mientras surgían más dificultades en los espacios periféricos.

Los misioneros utilizaron métodos eficaces que consiguieron adaptarse a la


mentalidad indígena. Aprendieron sus lenguas, concentraron a la población dispersa
en poblados de indios (reducciones o congregaciones) y fueron seleccionados para su
labor entre los religiosos por tener un destacado carisma y ser capaces de atraer la
atención de la población nativa. Los misioneros eran formados en Colegios de
Misiones ubicados en la Península y también en territorio americano, antes de ser
enviados a su tarea. En el siglo XVI tuvieron un gran protagonismo las órdenes
mendicantes, franciscanos, dominicos y agustinos, a los que se unieron mercedarios y
jesuitas a mediados del siglo, seguidos por órdenes menores como los carmelitas
descalzos o los capuchinos. Al mismo tiempo, fue también muy destacada la gran
presencia en América de órdenes religiosas femeninas (agustinas, brígidas,
capuchinas, carmelitas, clarisas, concepcionistas, dominicas, de la Encarnación, la
Enseñanza, jerónimas) que tuvieron un gran papel en la educación de las niñas y de
los indígenas. A mediados del siglo XVII, la vida misional de las órdenes religiosas fue
decayendo, a excepción de las áreas marginales y de frontera donde la actividad
evangelizadora todavía resultaba necesaria. Las órdenes religiosas se establecieron
en el mundo urbano y las misiones se convirtieron así en «misiones ambulantes», con
el fin de refrescar y seguir enseñando los contenidos de las Sagradas escrituras,
muchas veces por medio del teatro evangelizador, de representaciones de episodios
bíblicos que favorecían la comprensión de los mismos.
Las ordenes religiosas se encargaron también de la educación por medio de la
creación de colegios —construidos junto a sus conventos — con el fin de aportar una
educación a los niños indios y mestizos centrada en la enseñanza de artes y oficios en
favor de la integración cultural. Además, surgieron en América escuelas que
preparaban a los hijos de los españoles para acceder a la educación universitaria
reservada para ellos, con el fin de que pudieran llegar a cursar sus estudios en las
universidades americanas, las cuales podían dividirse en dos tipos. Por un lado se
encontraban las universidades mayores u oficiales, como la Universidad de San
Marcos en Lima, primera universidad americana fundada en 1511, y la Universidad

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Pontificia de México (1553); y, por otro, las universidades menores y religiosas, ligadas
a un convento y a su colegio. En ellas los laicos podían estudiar derecho y medicina,
mientras los monjes dedicaban su interés a la filosofía y la teología.
Además de la labor
evangelizadora y educadora, la
Iglesia Americana también contó
con un aspecto ligado a la
vigilancia de la doctrina y
relacionado íntimamente con las
prácticas inquisitoriales. Los
tribunales de la Inquisición se
trasladaron a Indias durante el
reinado de Felipe II, tras la Junta
Magna de Madrid de 1568. En el
año 1570 el tribunal inquisitorial
se estableció en Lima, al año
siguiente lo hizo en México y en 1610 en Cartagena de Indias. La tardanza en la
llegada de la Inquisición hasta el nuevo continente vino marcada por la prudencia, por
una búsqueda de la consolidación de la sociedad indiana previa a la llegada del Santo
Oficio. Unido a ello, la situación en los nuevos territorios era menos problemática en
materia religiosa, pues la prohibición del viaje a moriscos, judíos y condenados por la
Inquisición en suelo peninsular, hacía de los nuevos espacios lugares con una menor
incidencia en delitos religiosos. Sin embargo, la necesidad de preservar a las Indias de
la amenaza protestante se produjo de forma temprana ya que grupos de extranjeros
residentes en el Caribe y Norteamérica, así como focos de población judía instalada
en los virreinatos y Brasil hacían peligrar la nueva unidad religiosa americana.
La creación de los tribunales inquisitoriales
estuvo muy ligada a la propia situación americana. En
ella se vigilaba fundamentalmente el riesgo de
corrupción de las costumbres vinculado a la mezcla
racial y a las nuevas las formas de vida y mentalidades
resultantes. A dicho peligro, se unió también la
estrecha vigilancia sobre los sacerdotes, cuyos
comportamientos se mostraron en ciertas ocasiones
alejados de la ortodoxia y cercanos al trato íntimo con
mujeres indígenas. A pesar de dicha vigilancia, el
Santo Oficio en Indias ejerció una presión mucho
menor sobre el conjunto de la población americana.
Responsable de un enorme territorio, la escasez de
personal hacía imposible mantener un control
detallado sobre las costumbres y la religiosidad de
todos los nuevos fieles. Además, el bajo número de
denuncias, dificultaba la actividad inquisitorial, ya que debido a la poca densidad
demográfica, a la dispersión de la población y a la no competencia entre cristianos
viejos y nuevos, las acusaciones personales eran muy reducidas.

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La Inquisición en América tuvo su mayor protagonismo en las capitales


virreinales. Allí, los inquisidores poseían un gran prestigio y autoridad, hecho que les
otorgaba una serie de privilegios en su aspecto externo —indumentaria y lugar
preeminente en los actos públicos—; exenciones fiscales; permiso para llevar armas y
el privilegio del fuero, que les eximía de la justicia ordinaria, hecho que dio lugar a
numerosos abusos. El puesto de ministro del santo Oficio solía ser ejercido por
peninsulares, la mayoría residentes en Indias, y era utilizado como un escalón para
acceder en un futuro a posiciones de mayor importancia dentro de la diócesis o de la
propia orden religiosa de pertenencia.
Una de las características más señaladas en relación a la Inquisición en
América fue la exclusión de los indígenas de la jurisdicción inquisitorial. Los indígenas,
por razones pastorales y por su novedad en la fe, no entraban dentro de las
competencias de la Inquisición indiana y, poco a poco, con el fin de evitar las
denuncias, alegar la condición de indio para evitar un procesamiento fue un hecho
común, sobre todo entre la población mestiza.
Dentro del carácter urbano e hispano-criollo de la Inquisición en la América
hispánica, las causas por herejía (muy escasos) y los procesos contra judaizantes
fueron los más llamativos de la actividad del tribunal. El pequeño número de dichos
procesos llevó al Santo Oficio a dirigir su atención también hacia delitos menores
como las proposiciones, la solicitación, la blasfemia, las prácticas supersticiosas, la
bigamia y los delitos del clero contra el celibato.
La sociedad del América hispánica se mostró muy religiosa en su devenir
cotidiano y en sus manifestaciones culturales. Esta característica fue el reflejo de la
unión de una población indígena con un profundo sentimiento religioso previo a la
llegada de los europeos, con un conjunto de españoles que traían el catolicismo como
seña de identidad a los nuevos territorios. La religiosidad de las colonias hispánicas se
mostró de un modo externo y ceremonial en el mundo urbano, donde se construyeron
numerosas iglesias y conventos; y de un modo sencillo y sincero en el mundo rural e
indígena. Las fiestas litúrgicas más destacadas fueron la Navidad y la Semana Santa,
siendo muy habitual que la población acudiera a escuchar misa los domingos,
actividad obligatoria en los pueblos de indios. La extensión de la piedad devocional
llevó a destacar entre los indios evangelizados la devoción a la Santa Cruz y a la
Pasión de Cristo, creando toda una
serie de iconografías originales
relativas a los «santos cristos» que
poseían diversas advocaciones o
eran bautizados con el nombre del
lugar donde eran venerados.
La principal fiesta religiosa de
los espacios americanos era el
Corpus Christi, muy celebrada en
pueblos, ciudades y capitales
virreinales, en las que se llevaba a
cabo una gran procesión muestra de
la piedad barroca y del orgullo cívico.
En dichas procesiones, la custodia

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del Santísimo procesionaba por las calles llenas de flores mientras las autoridades
portaban estandartes y los indios danzaban.

La devoción mariana asumió gran importancia en América, donde cada


ciudad o pueblo poseía una Virgen patrona a la que acompañaba un episodio
milagroso —Virgen de Guadalupe (México), de Caridad del Cobre (Cuba), de
Coromoto (Caracas)—. Del mismo modo la devoción a los santos se extendió
también a territorios americanos, con san José, san Juan Bautista, san Miguel y san
Pedro como los más destacados, que se unían a los fundadores de las órdenes
mendicantes como san francisco y san Antonio. Al mismo tiempo, los nuevos espacios
también dedicaron su devoción a santos propios americanos o criollos que vivieron en
América, los cuales obtuvieron un gran respeto por parte de la población local — santa
Rosa de Lima, san Toribio de Mogrovejo, san Luis Beltrán—. En las fiestas religiosas
sumaron importancia también los grandes sermones que eran ofrecidos en ellas, los
cuales poseían un papel a la vez religioso, político y social, pues en ellos se exaltaba
la monarquía, se enaltecían las advocaciones religiosas ligadas a los distintos grupos
sociales y se denunciaban las situaciones injustas y de inmoralidad pública.
Por último, es
necesario mencionar a las
cofradías, una interesante
manifestación de la
religiosidad indiana que, a
imitación de aquellas
peninsulares, mostraban una
expresión conjunta de
devoción al patrón y
constituían un sistema de
ayuda mutua entre cofrades en momentos de necesidad asistencial ante la
enfermedad y la muerte. Diferenciadas ente cofradías de españoles y de indios,
poseían un carácter gremial y utilizaban sus fondos para dar esplendor al culto de sus
patrones y con el fin de llevar a cabo obras educativas y de beneficencia.

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