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En tercer lugar están los que contratan a un consultor para que sea el guardián de
sus secretos. En estos casos, lo típico es que en la familia haya muchos conflictos
encubiertos que ningún miembro quiere sacar a la luz por miedo a que todo se
descomponga. Al consultor se le pide la imposible misión de intentar propiciar algún
cambio sin destapar ninguno de los temas que la familia se ha negado a afrontar
durante años.
Considere, por ejemplo, el caso de dos hermanos que han trabajado juntos durante
veinticinco años. Aunque ciertamente cordiales en sociedad, cuando se encuentran a
solas con el consultor ambos confiesan su resentimiento y falta de confianza en el
Finalmente hay quien contrata a un consultor para que sea su embajador frente al
resto de la familia o su aliado contra ellos. Estas son personas que necesitan una
autoridad exterior que defienda su caso, que legitime sus opiniones frente a los
demás, o que incluso coja las armas contra quienes mantienen puntos de vista
opuestos.
Como en el caso de aquéllos que buscan ser tranquilizados, puede que estos clientes
no estén de acuerdo con el consultor cuando en una entrevista inicial les diga:
“Aunque sea usted quien paga la factura, no voy a estar necesariamente de acuerdo
con todo lo que usted diga”.
Para ser efectivos, los consultores deben ser capaces de ofrecer un juicio
independiente sobre qué es lo mejor para la empresa. La confianza sobre el proceso
de la consulta en general, aumenta cuando el resto de la familia se da cuenta de que
el consultor no está “a favor” de nadie en particular, sino que está para velar por el
bien de la empresa y el de la familia. Como en el caso del fundador que se niega a
planificar su sucesión, los intereses del que firma los cheques no van necesariamente
en la línea de lo que es mejor para el sistema globalmente considerado. Si se siente
profundamente decepcionado la primera vez que en una reunión el consultor esté en
desacuerdo con usted, puede que no sea usted totalmente consciente de los intereses
ocultos que lo llevaron a contratarle.
Efectivamente, algunas de las razones que nos llevan a contratar los servicios de
consultores están, a menudo, más allá de nuestro conocimiento, y aunque pudiera
parecer paradójico, se puede ganar conocimiento sobre ellas haciendo un seguimiento
de las propias reacciones ante el consultor contratado.
La primera reunión con un consultor suele proporcionar abundantes claves sobre sus
asunciones ocultas. Al término de la misma, formúlese preguntas como: ¿Porqué
quiero contratar a un consultor? ¿Cuál es mi visión de lo que el consultor debe hacer
por mí, y qué es lo que debe hacer por la Empresa Familiar? ¿Qué esperamos yo y
otros miembros de mi familia sobre este consultor? ¿Estoy, inconscientemente,
guardando algún tipo de información o haciendo alguna otra cosa para sabotear el
proceso? Las respuestas a estas preguntas pueden proporcionarle útiles herramientas
para descubrir algunas de sus esperanzas ocultas.