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Es un proceso a través del que nuestro nombre se va asociando a ciertas cualidades que
van conformando nuestra identidad. Cada vez que nuestro nombre se pronuncia,
evoca a un determinado individuo. O al menos, eso quisiéramos…
Eso es ni más ni menos que una marca. Nosotros, lo queramos o no, somos marcas.
Cuando nos presentamos y vestimos de cierta manera, buscamos que el otro nos
reconozca. Que sepa quiénes somos. Que no nos olvide.
Un historiador sugirió alguna vez llamar al siglo XX como “la era de las marcas”.
Aunque no logró que su propuesta se aceptara, está en lo cierto. No solamente porque,
a partir de la revolución industrial y la producción en serie la empresas decidieron
adoptar un nombre para que sus productos fueran diferenciados de los de la
competencia. Junto con eso, hubo una toma de conciencia del valor que tiene el
concepto de marca para los individuos mismos. Políticos en campaña, artistas en gira,
muchos empezaron a hacer un uso intensivo de su nombre como marca para lograr
mayor adhesión y ampliar la convocatoria.
Pero si bien es un hecho que las marcas están indisolublemente ligadas a la evolución
de las empresas no hay que olvidar que muchas invenciones en ciencias y técnicas
recibieron en origen el nombre propio de su creador, como la pasteurización para sólo
mencionar un ejemplo.
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Aquí hay que diferenciar dos casos. El primer caso es clásico. Una personalidad
destacada, un deportista, una figura del espectáculo, puede prestar su nombre para
transferirle su propio prestigio al de un producto de consumo. El uso de celebridades es
una práctica muy habitual y generalizada en la publicidad para respaldar una marca.
Algunas veces sólo actúan como portavoces de la empresa recomendando su compra a
través de la credibilidad que su notoriedad inspira en el público. Unos pocos,
aprovechan sus quince minutos de fama para lanzar una línea de perfumes o una
colección de corbatas, aportando su cartel para alguna empresa del rubro y cobrando
derechos sobre su uso.
Sin embargo, el espíritu emprendedor no resultó tan fácil de matar. Las buenas ideas
no se matan. Y nuestro mercado cuenta con un número interesante de
emprendimientos personales que nacieron de la nada y que hoy son nombres propios
con sello de marca comercial. Habrá un secreto para el éxito ?
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comerciales, estos casos son especiales porque no resultaron de una diversificación
profesional ni nacieron del ámbito mediático.
Sin capital inicial, sin formación académica ni experiencia comercial previa, llevaron
adelante sus sueños con esa extraña mezcla de talento, tenacidad, visión, audacia y
sentido común.
Son auténticos “hacedores”. Se construyeron a si mismos hasta transmutar su nombre y
apellido en marca comercial generadora de ganancias.
Sin saberlo, estos creadores hacían marketing genuino.
Estas marcas con apellido ponen en evidencia la materia de que están hechas. Tienen
el impulso creador de los pioneros. La firmeza para ser leales al concepto de producto
que idearon y que es necesaria para pretender la fidelidad de sus clientes. Y la
flexibilidad para aprender de la propia experiencia con el viejo y siempre eficaz
método de la prueba del ensayo y el error. Para no repetirlo.
Construir una marca es una tarea que requiere infinita paciencia. Descubrir el
concepto a comunicar, posicionarlo claramente, orientarse a un segmento preciso de
mercado. Y mantenerse atento a las expectativas cambiantes de una demanda cada vez
más conocedora y exigente.
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limitados con imaginación y fundamentalmente, preservar la identidad que como
marca encarnan. Y que constituye la razón de ser de su éxito comercial.