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El documento describe cómo surgió el estado en Mesopotamia y Egipto. En Mesopotamia, el estado surgió entre 3500-3200 a.C. como resultado de la revolución urbana, que llevó a la especialización del trabajo y la estratificación social, con la emergencia de ciudades gobernadas por palacios y templos (las "grandes organizaciones"). Esto condujo a la formación de la primera burocracia estatal y la clase dirigente. Del mismo modo, en Egipto el estado surgió alrededor de
El documento describe cómo surgió el estado en Mesopotamia y Egipto. En Mesopotamia, el estado surgió entre 3500-3200 a.C. como resultado de la revolución urbana, que llevó a la especialización del trabajo y la estratificación social, con la emergencia de ciudades gobernadas por palacios y templos (las "grandes organizaciones"). Esto condujo a la formación de la primera burocracia estatal y la clase dirigente. Del mismo modo, en Egipto el estado surgió alrededor de
El documento describe cómo surgió el estado en Mesopotamia y Egipto. En Mesopotamia, el estado surgió entre 3500-3200 a.C. como resultado de la revolución urbana, que llevó a la especialización del trabajo y la estratificación social, con la emergencia de ciudades gobernadas por palacios y templos (las "grandes organizaciones"). Esto condujo a la formación de la primera burocracia estatal y la clase dirigente. Del mismo modo, en Egipto el estado surgió alrededor de
-Escriba un breve texto explicando cómo surgió el Estado en Egipto y Mesopotamia
Como surgio el Estado en la Mesopotamia:
Para saber como surgio el estado en la Mesopotamia, primero hay que remontarnos primeramente a lo que Gordon Childe llamó “Revolución Urbana”, a partir de esa revolución se van dando una serie de “saltos”, hasta llegar a el “salto” más llamativo, que es el demográfico y urbanístico, el más importante también sin duda el organizativo, que se da entre los años 3.500 al 2.800 A.C.. El origen de la ciudad es el origen del Estado y de la estratificación socioeconómica, es el origen de la Historia, porque por primera vez se da una interacción completa de grupos humanos en el interior de cada comunidad y entre las distintas comunidades organizadas a escala más amplia, con sus respectivas estrategias para competir por el acceso a los recursos y el control del territorio. Este “salto” también consiste en sistematizar la separación entre producción primaria de alimento y técnicas especializadas, y polarizar esta separación, concentrando a los especialistas en algunas poblaciones más grandes, protourbanas, y dejando la tarea de la producción de alimentos a aldeas dispersas. El mecanismo es bidireccional por principio, y supone una ventaja para el conjunto de la sociedad, pero las relaciones internas se desequilibraron a favor de los especialistas. En el vértice del núcleo especializado y urbano se sitúan quienes desempeñan funciones administrativas y ceremoniales, que garantizan la cohesión de la comunidad y organización de los flujos del trabajo y redistribución que las atraviesan. La solidaridad se convierte en orgánica y necesaria. El trabajo complementario y en secuencia de cada núcleo familiar se hace necesario para los demás núcleos, y las decisiones estratégicas afectan a todos, debiendo ser aceptados por todos (convicción o coacción). La sistematización de las especializaciones laborales, su concentración espacial y la aparición de polos de decisión son llamadas por L. Oppenheim “las grandes organizaciones”; templos y palacios. Estos grandes complejos arquitectónicos y organizativos son lo que distingue a las ciudades de las aldeas, el templo es donde se organizan actividades de culto “la casa de dios”, y los palacios, en cambio, son la residencia del jefe humano. Tanto el palacio como el templo son lugares donde se realizan actividades administrativas, y se acumulan los excedentes en los que se basa el mecanismo redistributivo, son también domicilios de talleres artesanos, almacenes, oficinas de escribas y archivos. Tanto los palacios como los templos representan el sector político. La población se divide claramente en dos grupos ante la «gran organización», que se identifica con lo que nosotros llamaríamos estado. Los especialistas son lo más selecto del estado, desde el punto de vista socioeconómico y político, pero jurídica y económicamente son “siervos” del rey, y forman parte del estado en la medida en que son mantenidos por él y se benefician directamente del mecanismo redistributivo. En cambio, el resto de la población, formado por las familias de los productores de alimento, es “libre” en el sentido de que detenta sus propios medios de producción (tierras, ganado) y trabaja para su propio sustento; pero es tributario del estado, al que debe ceder sus excedentes alimentarios. Dentro del núcleo palatino, la especialización laboral está muy marcada. Está acentuada y concentrada, la especialización del trabajo tiene algunas consecuencias importantes. Los especialistas con dedicación plena dan un fuerte impulso de profesionalidad y eficiencia a su trabajo, y están en condiciones de experimentar e inventar procedimientos más racionales. Por otro lado, el trabajo para un comprador despersonalizado y de grandes dimensiones hace que la fabricación sea más repetitiva y homogénea, y que prevalezca la cantidad sobre la calidad. Aparecen procesos de elaboración en serie. La sociedad de especialistas se convierte, automáticamente, en una sociedad estratificada en clases. Las premisas de este “gran salto” que estamos explicando sucedieron entre el 3.500 y el 3.200. La jerarquización y especialización funcional de los asentamientos es el reflejo exterior de la nueva organización política, que sobrepasa el ámbito de la aldea para asumir una dimensión comarcal: una ciudad capital, sede del poder político (es decir, del palacio, del templo o templos urbanos y del núcleo dirigente) y de la mayor parte de las funciones especializadas; una serie de centros regionales periféricos, y un elevado número de aldeas tributarias. La urbanización se ve acompañada de un rápido crecimiento de la población, provocando aumento de producción alimentaria, este crecimiento global de la población, que es la demostración del carácter positivo de la “revolución urbana”. Las concentraciones urbanas también se caracterizan por una diversificación que las distingue de las aldeas. La composición homogénea de estas últimas, por núcleos familiares, se traduce en el plano urbanístico en una serie de viviendas uniformes, de dimensiones y funciones similares. La ciudad, en cambio, con su estratificación y diversificación funcional, tiene un aspecto urbanístico complejo. En el centro destacan los edificios de los templos y palacios, con un aspecto exterior muy cuidado, para impresionar a la población. Las «grandes organizaciones» de los templos y palacios son enormes aparatos redistributivos. Los excedentes, las retribuciones, los servicios y las mercancías se entrecruzan y compensan a unos niveles de complejidad que dejan muy atrás a las modestas transferencias de radio familiar y de aldea. Cuando aparecen las grandes organizaciones de la primera urbanización, no cuentan con el instrumento de la escritura. Son precisamente sus necesidades lo que les lleva a crearla, recorriendo en una sucesión bastante rápida una serie de fases. La aparición de un sistema de registro escrito es la culminación del proceso de especialización laboral y despersonalización de las relaciones laborales y retributivas. La especialización laboral lleva a una estratificación socioeconómica de carácter estructural, es decir, no sólo circunstancial y cuantitativa, sino funcional y cualitati- va. La estratificación es vertical, porque los distintos grupos funcionales acceden de forma desigual al reparto de los recursos y a la toma de decisiones; también es horizontal, porque los grupos privilegiados se concentran en las ciudades. En el nivel más alto se sitúa el núcleo dirigente que monopoliza el poder de decisión y reside en la ciudad, en la “gran organización” central De modo que la revolución urbana conduce a la formación del estado. La formación protoestatal es un organismo basado en la desigualdad, es la formación de un núcleo dirigente que asume la responsabilidad de las decisiones y las ventajas de una situación privilegiada; y formación de una ideología político-religiosa que garantiza la estabilidad y cohesión de la pirámide de las desigualdades. El núcleo dirigente tiene que trabajar en dos frentes, el operativo y el ideológico, que desembocan respectivamente en la formación de una burocracia y un clero, El núcleo que gestiona la relación con la divinidad (clero) y el que gestiona la dirección técnica (burocracia) se sitúan muy por encima de la masa de la población productiva. Traslada las personalidades divinas la responsabilidad de hechos humanamente incontrolables, y a ganarse su favor con las formas antropomórficas de la ofrenda y el sacrificio, a ahora todo esto al nivel de la organización socioeconómica y política centralizada. La comunidad cede una parte de su producto a las divinidades, para conseguir a cambio un comportamiento favorable de los fenómenos naturales, también cede una parte de su producto a la clase dirigente a cambio de los servicios organizativos y las decisiones. La sociedad se ha diversificado por funciones especializadas, el mundo divino aparece ahora formado por una serie de personalidades que se caracterizan por una o varias funciones y sectores en los que intervienen. Una función crucial para el funcionamiento del estado, es el ejercicio de la fuerza con fines defensivos y de cohesión interna. De cara al exterior, hay que defender las riquezas y las capacidades técnicas concentradas en la ciudad, tanto frente a otras ciudades estado como frente a fuerzas organizadas de otra manera (nómadas, por ejemplo). Las tres funciones distribuidas en “oficios” especializados (administración, clero y milicia) se subliman y reúnen en la persona única del jefe de la comunidad, el rey. La función administrativa del rey ocupa la mayor parte de su actividad diaria, como jefe del palacio o “gran casa” gestionada como una empresa de grandes dimensiones. Le corresponde a él tomar decisiones estratégicas, pero también la gestión corriente. La función más llamativa es el culto: el rey se presenta como sumo sacerdote del dios de la ciudad, el gestor humano de la empresa ciudadana por encargo del dios, su dueño teórico. El templo, “casa del dios”, es el centro simbólico y operativo de la ciudad, el rey es protagonista de las ceremonias colectivas, es el garante de la buena marcha de las relaciones entre la comunidad humana y el mundo divino. Por último, al rey se le atribuye también la responsabilidad de la defensa de la ciudad y el pueblo frente a los ataques exteriores. El vaso de Uruk, hallado en el complejo religioso del Eanna de Uruk (nivel IIIa-II), constituye una de las grandes obras del relieve sumerio. De estructura cilíndrica, presenta en sus cuatro fajas decoradas y en relieve muy plano una procesión alusiva a una de las ceremonias del año nuevo: la ofrenda de las primicias agrícola-ganaderas a la diosa Inanna, que aparece en la faja superior rodeada de sus símbolos sagrados.
Como surgio el Estado en Egipto:
El hombre ha reconocido al Estado como una entidad abstracta sólo desde la época de Grecia clásica, pero su verdadera historia se remonta mucho más atrás. Primeramente la ideología se ha convertido en uno de los grandes procesos determinantes de la época moderna, puesto que se ocupan de cuestiones terrenales inmediatas. Pero hay un contraste entre la ideología y la religión, y es que refleja el punto de vista de la moderna cultura occidental; por ejemplo el islamismo y el judaísmo. A partir de una lista completa de Turín, se podía reconstruir, siguiendo una línea ininterrumpida, la sucesión de reyes desde el periodo en que los dioses gobernaron en calidad de monarcas, y gracias a la exhaustividad de los datos sentir la doble satisfacción de calcular con exactitud el periodo comprendido. Cuando la consultase, el antiguo escriba había podido saber los años que habían transcurrido en el mundo desde la aparición del primer dios creador y, a la vez, habría podido observar los reyes del pasado y sus soberbios monumentos concordaban con este mayestático esquema. La continuidad pacífica de la monarquía era la principal imagen que proyectaba el pasado. Contemplarla de esta manera resultaba ya satisfactorio y no consiguió suscrito un interés para escribir una historia narrativa, en donde se hubiese hablando de las personas y de los acontecimientos en términos que la posteridad habría entendido. Los textos únicamente documentados en papiros, fueron las obras de elucubración literaria de elites de escribas, en parte didácticas y en parte pasatiempo, y no tenían intención de ser planteamientos teológicos. Por los estudios modernos, sabemos de un periodo de inestabilidad interna que culminó en una guerra civil entre dos familias gobernantes contemporáneas, de las dinastías IX y XI, con sede en Heracleópolis y Tebas respectivamente. Antes del Imperio Nuevo hubo un segundo periodo de desórdenes internos que nuevamente culminó en una guerra civil: el periodo hicso, pero aquí las circunstancias fueron muy distintas. Todo el aparato moderno de la historia del arte en la egiptología parte de la premisa de que el estilo cambió de un periodo a otro. El Imperio Nuevo contempló un gran auge de la arquitectura de los templos en la que, al menos por lo que se refiere al culto mortuorio de los faraones, hemos de reconocer cambios importantes de significado. Los reyes de las listas compartían el mismo título: todos eran faraones del Alto y del Bajo Egipto, del valle y del delta, con este título se expresa fuertemente el concepto de unidad. Sin embargo, los egipcios rehuian las realidades desagradables de la política, pertenecen a una tradición cortesana que permitía hacer especulaciones libremente aunque dentro de unos límites. Se había propuesto una división simbólica dual, la idea de que en un principio habría habido dos reinos proporcionaba una base más segura y respetable al rol del monarca como único unificador, que la imagen de un enorme número de unidades más pequeñas o una situación extendida de anarquía. Esta faceta de la monarquía se explicaba tanto a través de la pintura como de la escritura. Incorporando la concepción de los nombres, condujo a lo que es una característica muy destacada de la religión egipcia, los nombres de los dioses se convirtieron en el elemento esencial a partir del cual se ampliaban las definiciones de divinidad. La ideología aparece con el Estado: un conjunto de ideas que complementan a la entidad política, Egipto tiene un interés especial porque parece que la formación del Estado ocurrió en ausencia de algunos de los factores más obvios; por ejemplo, no existía la amenaza de una agresión externa. En muchas canciones, parece como si la dinámica del desarrollo de un Estado fuera inherente a la circunstancia misma de una agricultura sedentaria. Son dos los factores que determinan hasta dónde y con cuánta rapidez cada comunidad recorre el camino del deseo de dominar. El primero, ajeno a las personas, son los recursos naturales, las posibilidades de acumular depósitos de bienes excedentarios que sientan la base del poder, el segundo reside en la mente humana: el poder creativo de la imaginación para forjar una ideología peculiar que, a través de una diversidad de símbolos y rituales, infunde un amplio respeto. Hay dos indicadores que nos informan de cuando el proceso de formación del Estado ya estaba en marcha, uno es el proceso de urbanización, y el otro es la aparición de recompensas, que se traslucen en un consumo y una ostentación llamativos, a quienes triunfan en esta interacción competitiva. En el sur de Egipto, y a partir de una expansión local, surgió un Estado o, lo más probable, un grupo de ellos, siempre en torno a un amplio núcleo de población. Menes pertenece a la etapa final de la formación de Estado. Una nueva faceta del Estado dinástico fue la conservación de anales escritos: breves anotaciones en escritura jeroglífica sobre los acontecimientos más trascendentales en un año de reinado. La piedra de Palermo se compiló a partir de dichos documentos. Estos registros comenzaron, concretamente, con lo que llamamos la dinastía I. Las ciudades-estado incipientes, habían entrado en conflictos más organizados por el territorio, los conflictos que habrían de conducir al nacimiento del Estado Egipcio. La dinastía I se inició ya en un Estado cuyo territorio era tan grande como el de la mayoría de los que ocuparan la parte baja del Nilo en los tiempos modernos. No hubo un largo proceso de desarrollo a partir de la expansión de las ciudades-estado, una primera forma política bastante común y que tuvo una historia floreciente en, por ejemplo, Mesopotamia. También la dinastía I introdujo un cambio radical, en una atmósfera generalizada en la que aumenta notablemente el tamaño de las tumbas por todo el país, lo que refleja el gran incremento de las riquezas y de la organización del Estado en el Dinástico Antiguo, nos encontramos a los constructores de las tumbas reales dando los primeros pasos hacia la escala monumental y un simbolismo arquitectónico característico. Uno de los logros arquitectónicos más importantes fue la Pirámide Escalonada de Saqqara, la tumba de Zoser, el primer faraón de la dinastía III. Es la primera construcción de Egipto a verdadera escala monumental y realizada totalmente de piedra, representa un importante acto de codificación de las formas dentro de la arquitectura, equivalente al que había tenido lugar en el arte a inicios de la dinastía I. La Pirámide Escalonada nos plantea un gran problema de interpretación, consta de varias partes distintas, cada una de las cuales debería encerrar un significado concreto. Una de las necesidades generales que tiene la monarquía es la de disponer de un marco oficial donde el líder en persona puede mostrarse ante el gran público o ante los representantes escogidos que componen la corte. En los periodos posteriores, las fuentes egipcias dieron mucha importancia a la “aparición del monarca” y deberíamos avanzar que cada época busco un escenario teatral para este gran momento, construido alrededor de ciertos elementos básicos: un amplio espacio descubierto, un lugar elevado donde se pudiera ver al rey dentro de un marco oficial, y un pabellón en el que podía vestirse y descansar cómodamente y en privado. En la dinastía IV, la forma de las tumbas reales cambió de una manera radical. La pirámide escalonada se transformó en una verdadera pirámide y, en vez de encontrarse en medio de un gran complejo con más edificios, se alzaba al final de una secuencia arquitectónica lineal que se extendía desde el límite de la llanura aluvial. Las pirámides de la dinastía IV y posteriores transmiten una nueva imagen de la monarquía. Ya no existe el poder puro de un gobernante supremo del territorio. Ahora el monarca está sublimado como la manifestación del dios Sol. La arquitectura transmite esta nueva conceptualización básica con el mayor efectismo posible. Todavía se conserva una documentación fragmentaria del clima social y económico que surgió el primer Estado Egipcio. La importancia de la Paleta de Narmer va más allá del personaje: su iconografía quedará fijada para el resto de la historia egipcia y todos los reyes querrán representarse como soberanos justos y poderosos que aplastan a los enemigos de Egipto