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FIGURA 19. Escenas de trabajo en la glíptica de la época Uruk. 1-2: caza Y pesca; 3-4: ganade-
ría; 5: agricultura; 6: construcción; 7-8: artesanía; 9-10: almacenamiento.
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para los demás núcleos, y las decisiones estratégicas afectan a todos, debiendo ser
aceptadas por todos (por convicción o por coacción).
La sistematización de las especializaciones laborales, su concentración espacial
y la aparición de polos de decisión llevan a lo que L. Oppenheim ha llamado «las
grandes organizaciones»: templos y palacios. Estos grandes complejos arquitectóni-
cos y organizativos son lo que distingue a las ciudades de las aldeas: las ciudades
son asentamientos en los que hay «grandes organizaciones», y las aldeas carecen de
ellas. Entre un templo y un palacio hay una diferencia importante, porque el templo
es ante todo el lugar donde se realizan las actividades de culto, la «casa del dios»
a la que acude la comunidad diaria o periódicamente, a rendir culto a su jefe simbó-
lico (fiestas); el palacio, en cambio, es ante todo la residencia del jefe humano, el
rey con su círculo de allegados (familia real y corte). Pero las afinidades también
son importantes: tanto el palacio como el templo son lugares donde se realizan acti-
vidades administrativas, y se acumulan los excedentes en los que se basa el mecanis-
mo redistributivo. No sólo son residencias reales o divinas, centros de manifestacio-
nes poiiticas o reiigiosas, son también domicilios de talleres artesanos, almacenes,
oficinas de escribas y archivos. Lo son en el sentido estricto, incluso logístico, con
locales destinados a actividades y servicios de carácter económico, y más a menudo
en un sentido más genérico, al estar rodeados de otros edificios destinados al alma-
cenamiento de víveres y a las actividades artesanales y administrativas. El complejo
formado por el palacio/templo, los edificios complementarios especializados y las
viviendas del personal dependiente (clero, administradores, mercaderes, artesanos y
guardias) representa todo el «sector público», preponderante en la ciudad y ausente
en las aldeas.
La población se divide claramente en dos grupos ante la «gran organización»,
que se identifica con lo que nosotros llamaríamos estado. Los especialistas no tienen
medios propios de producción, trabajan con los del palacio y son mantenidos por
el palacio mediante un sistema de raciones o mediante asignaciones de tierras. Por
lo tanto, los especialistas son lo más selecto del estado, desde el punto de vista so-
cioeconómico y político, pero jurídica y económicamente son «siervos» del rey (o
del dios), y forman parte del estado en la medida en que son mantenidos por él y
se benefician directamente del mecanismo redistributivo. En cambio, el resto de la
población, formado por las familias de los productores de alimento, es «libre» en
el sentido de que detenta sus propios medios de producción (tierras, ganado) y tra-
baja para su propio sustento; pero es tributario del estado, al que debe ceder sus ex-
cedentes alimentarios. Por lo tanto, entra en el engranaje redistributivo a la hora de
dar, más que a la de recibir. Lo que recibe tiene a menudo un carácter meramente
ideológico (culto religioso, propaganda política), mientras que al campo apenas lle-
ga la producción especializada, e incluso el servicio esencial de la defensa. El ejem-
plo más evidente y eficaz de cómo revierte la organización central en el campo es
la excavación de canales, una infraestructura agrícola esencial que sólo se puede efec-
tuar con una coordinación del trabajo y los recursos que la «gran organización» es
capaz de garantizar.
Dentro del núcleo palatino, la especialización laboral está muy marcada. Las lis-
tas de oficios y profesiones que aparecen ya en el periodo Uruk Thrdio son muy de-
talladas, y abarcan todo el ámbito tecnológico de la época. Esta acentuada y con-
centrada especialización del trabajo tiene algunas consecuencias importantes. Los
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FIGURA 20. Cerámica característica del periodo Uruk Tardío; el histograma muestra la estan-
darización de la capacidad de los cuencos de ración (Malatya).
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demasiado empapados. Otro obstáculo para el desarrollo en sus primeras fases, cuando
resulta difícil salvar grandes distancias, es la lejanía de las materias primas para la
construcción de los útiles (metales, piedras duras y madera). Por el contrario, si el
nicho bajomesopotámico cuenta con el equipamiento adecuado, tiene grandes ven-
tajas. El suelo, bien drenado, da un rendimiento muy elevado de cereales. Además,
se dispone de una red de comunicaciones económicas por vía fluvial. Y los grandes
horizontes invitan a superar el estrecho límite de la aldea.
El desarrollo de Mesopotamia sigue unas pautas especiales: la zona permanece
al margen del desarrollo en la época de la primera neolitización, y pasa a ocupar
una posición de vanguardia en el paso del Calcolítico a la Edad del Bronce. Es posi-
ble que un factor determinante haya sido el retroceso de las aguas del golfo Pérsico,
ya sea por un descenso general del nivel de los mares, ya sea por la colmatación de
los sedimentos fluviales. Se excavaron canales en el terreno pantanoso con la doble
finalidad de drenar las aguas y distribuir las crecidas hasta zonas apartadas, regula-
rizando la disponibilidad de las aguas y corrigiendo en parte las grandes diferencias
estacionales y anuales. La ordenación hídrica del territorio tiene sus estadios técni-
cos y organizativos. Todavía no se puede pensar en grandes canales regionales, que
muchos siglos después serán el resultado de la unificación política y de una capaci-
dad de mano de obra bien distinta. Las primeras ordenaciones hídricas son estricta-
mente locales, poco relevantes en el aspecto técnico. Pero gracias a ellas aparecen
en el interior del territorio bajomesopotámico unas «islas» colonizadas y bajo con-
trol. Luego, la propia naturaleza de los hechos hídricos hace que las distintas «islas»
se conecten entre sí: la ordenación de un tramo situado aguas arriba condiciona la
de un tramo situado aguas abajo; cada vez que se abre un canal, se desvía un brazo
fluvial o se destina una depresión a desagüe o embalse, unos terrenos salen ganando
en detrimento de otros, de modo que, si no se coordinan las iniciativas locales, se
originan conflictos. Sea como fuere, las primeras ordenaciones hídricas se remontan
a la época de 'Ubaid, y luego siguen los pasos de la colonización agrícola de la lla-
nura; pero sólo a mediados del IV milenio alcanzan una dimensión comarcal, y sir-
ven también para crear una red de comunicaciones intercomarcales, dado que el trans-
porte fluvial es mucho más barato que el terrestre.
Al tiempo que se crean sistemas de canales, la tecnología agrícola propiamente
dicha experimenta un avance. La propia existencia de agricultura de regadío, con agua
a voluntad, permite obtener rendimientos mucho mayores y estables que los de las
regiones del piedemonte, donde el agua, por lo general, es la de las precipitaciones,
menos abundante y sujeta a los caprichos atmosféricos. Además, en los suelos pro-
fundos de la llanura se labra la tierra con un apero que durante tres milenios será
típico de la agricultura mesopotámica: el arado de sembradera (en sumerio apin, en
acadio epinnu), que permite trabajar la tierra en menos tiempo (hasta una quinceava
parte del invertido en la labor a azada). Además, el arado de sembradera mesopotá-
mico es un instrumento complejo, y también reduce el tiempo dedicado a la siembra.
Naturalmente, necesita animales de tiro (4 o incluso 6 bóvidos), operarios especiali-
zados, y se adapta mejor a un paisaje estandarizado de parcelas alargadas situadas
perpendicularmente a los márgenes de las acequias. Responde, pues, a una organiza-
ción planificada de la producción agrícola. Regadío, arado de sembradera, altos ren-
dimientos de la cerealicultura (con relaciones de 1:30 y más entre simiente y cosecha)
aseguran al gran nicho bajomesopotámico una cantidad enorme y estable de exce-
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FIGURP, 21A. Ocupación de la Baja Mesopotamia en la época Uruk. Asentamientos y canales en el periodo Uruk Antiguo (izquierda) y Thrdío
(derecha).
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F1GURA 21B. Ocupación de la Baja Mesopotamia en la época Uruk. Simulación de las extensiones cultivadas en el periodo Uruk Antiguo (iz-
quierda) y Tardío (derecha).
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Por último, hay que tener en cuenta que para que el acondicionamiento del terri-
torio agrícola mediante excavación de canales y asignación de parcelas sea eficaz y
productivo, debe responder a una presión demográfica. En efecto, para la excava-
ción de un canal, ante todo, hay que reunir provisiones para cubrir los costes (que
consisten sobre todo en las raciones alimentarias de los trabajadores), y reclutar mano
de obra, aunque sea por la fuerza, pero sin que los cultivos que ya existen salgan
perjudicados por ello. Luego, una vez terminado el canal, se necesitan familias de
colonos que ocupen lo antes posible las nuevas tierras, para obtener beneficios (en
términos de excedentes centralizables) que amorticen los gastos de las instalaciones.
Se trata, pues, de un proceso cíclico: requiere un excedente de personas y alimento,
y desemboca en una ampliación de las bases productivas y los excedentes. Tumbién
son cíclicos los efectos sobre las relaciones políticas interiores: requiere una sólida
base de acuerdo y eficacia técnica para proyectar la infraestructura y realizarla de
forma racional y económica, pero a su vez genera aprobación y estrecha las relaciones
de dependencia orgánica con los nuevos colonos (control y reparto de las aguas, cen-
tralización y reutilización de los excedentes). De este modo, la demografía, la tecno-
logía y la política progresan en estrecha relación, sin que uno de estos aspectos, por
sí solo, se pueda considerar prioritario e independiente.
Las relaciones de jerarquía e interdependencia que, como hemos visto, se estable-
cen en el conjunto del territorio, también alteran el paisaje (tanto agrario como ur-
bano) a una escala más detallada de observación. En el campo se diversifica el esta-
do jurídico de la tierra. En la etapa preurbana casi. todas las tierras tienen el mismo
estado jurídico: pertenecen a las familias que las cultivan. En el ámbito de la comu-
nidad de aldea existen mecanismos que garantizan la propiedad familiar de las tie-
rras, una propiedad inalienable, al margen de los mecanismos de transmisión heredi-
taria. También hay tierras gestionadas en común por la aldea, sobre todo pastos. Con
la urbanización aparecen dos estados jurídicos de las tierras. Parte de ellas siguen
siendo propiedad de las familias «libres», mientras que otras pertenecen al templo
y al palacio. Estas últimas van en aumento, tanto por procesos de adquisición como
por iniciativas de colonización. La gestión de las tierras de palacios y templos se rea-
liza de dos maneras: una parte es explotada directamente por la organización con
mano de obra servil. Son las grandes haciendas agrícolas públicas. Otra parte es par-
celada y asignada en usufructo a los dependientes de la organización a cambio de
sus servicios. Estas tierras del templo y el palacio configuran un nuevo paisaje agra-
rio, con presencia humana más dispersa, que caracteriza sobre todo a los alrededo-
res de la ciudad y a las tierras recién acondicionadas, provocando esa marginación
de las aldeas que ya hemos abordado en el plano demográfico. Para el templo/pala-
cio los diferentes tipos de tierras suponen distintas maneras de recaudar tributos: el
diezmo (u otro porcentaje no elevado) de las tierras de la aldea, la totalidad del pro-
ducto de las tierras explotadas directamente (descontando lo necesario para la siguiente
siembra y para la manutención de los campesinos y animales de tiro), y el servicio
especializado a cambio de las tierras parceladas. Y entre las distintas tierras también
se establece una interacción económica, sobre todo porque las grandes campañas es-
tacionales, que requieren abundante mano de obra, se realizan en las haciendas de
los templos/palacios con prestaciones obligatorias de los habitantes de las aldeas (cor-
vée), lo que reduce los costes de gestión de la gran organización.
En los aglomerados urbanos encontramos una diversificación análoga (aunque
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bien distinta) que los distingue de las aldeas, cuya composición homogénea por nú-
cleos familiares se traduce, en el plano urbanístico, en una serie de viviendas unifor-
mes en cuanto a tamaño y funciones.
Las concentraciones urbanas también se caracterizan por una diversificación que
las distingue de las aldeas. La composición homogénea de estas últimas, por núcleos
familiares, se traduce en el plano urbanístico en una serie de viviendas uniformes,
de dimensiones y funciones similares. La ciudad, en cambio, con su estratificación
y diversificación funcional, tiene un aspecto urbanístico complejo. En el centro des-
tacan los edificios de los templos y palacios, con un aspecto exterior muy cuidado,
para impresionar a la población. Hay otros edificios públicos: almacenes, obradores
palatinos de artesanos, etc. Por último están las viviendas, que pertenecen a núcleos
familiares de prestigio social y recursos económicos muy distintos, por lo que tien-
den a distinguirse por tamaño y riqueza. En este tejido urbano diferenciado, el cen-
tro de atracción es sin duda el templo, o mejor dicho el área sagrada (con varios tem-
plos, de acuerdo con el politeísmo del panteón ciudadano). El área sagrada del Eanna
de Uruk, con varios templos adosados y unidos por columnatas y patios, y con la
plataforma artificial del templo de Anu, es un caso extremo por su extraordinaria
riqueza, pero no un caso anómalo.
Por último, la concentración de riqueza que proporciona la urbanización posibi-
lita la construcción de unas murallas. El enorme gasto que requiere esta obra gigan-
tesca, por el elevado número de jornadas de trabajo necesarias para la fabricación
y colocación de los adobes por parte de numerosas personas, se justifica por la pro-
tección del patrimonio contenido en la ciudad. Es un patrimonio de mercancias va-
liosas, procedentes del comercio a larga distancia, y de reservas alimentarias, proce-
dentes de la tributación, pero también un patrimonio de conocimientos y habilidades
técnicas concentradas en los talleres artesanales, y un patrimonio ideológico que se
concreta en los templos y sus riquezas. Todo ello se defiende de los posibles ataques
de ciudades vecinas o lejanos invasores. Las aldeas, en cambio, son demasiado nu-
merosas y pequeñas, y la riqueza que contienen demasiado modesta, como para que
valga la pena amurallarlas. La auténtica riqueza de las aldeas es la población, mano
de obra efectiva del palacio del que dependen, y potencial para el posible agresor.
Pero la población aldeana se salva dándose a la fuga, no fortificándose. A la aldea
abierta en medio del campo, con tejido urbanístico ralo, formada por casas de esca-
so valor arquitectónico y destinadas a una duración corta, se contrapone netamente
la ciudad rodeada de murallas, con una oposición tajante entre espacio interior y
exterior, con un tejido urbanístico muy apretado (debido precisamente a la delimita-
ción del espacio útil) y edificios de gran tamaño y valor arquitectónico, destinados
a perdurar y a ser restaurados o incluso erigidos de nuevo, por su valor funcional
y emblemático para toda la comunidad. Por lo tanto, urbanización también es sinó-
nimo de edificación monumental (del templo urbano a la muralla), como tutela sim-
bólica y práctica de la prosperidad de la comunidad protoestatal.
3. º DE LA CALIDAD A LA CANTIDAD
destas transferencias de radio familiar y de aldea. Más allá de cierto umbral de ta-
maño, los instrumentos tradicionales del saber personal y la costumbre ya no son
suficientes. Para que haya un flujo proporcionado y constante en las distintas direc-
ciones hacen falta convenciones objetivas y despersonalizadas. Tiene que haber un
sistema de pesos y medidas, un sistema de numeración, de cómputo y comparación
de valores, y por último una extensión del sistema que además de las mercancías in-
cluya el trabajo humano, el tiempo y la tierra.
Medidas (de peso, de capacidad, lineares y superficiales) ya había, derivadas de
elementos antropomorfos: el pulgar, el codo o el pie para las medidas lineares; la
carga de una persona (talento) o de un burro para los pesos, y así sucesivamente.
Estas medidas tradicionales y «concretas» eran difíciles de confrontar y variaban
de unos lugares a otros, por lo que difícilmente se podían usar en un mecanismo de
cómputo complejo. El paso decisivo consistió en integrarlas en un esquema homo-
géneo relacionado con el sistema de numeración. En Mesopotamia, este último se
basa en los multiplicadores seis y diez, y se llama sexagesimal. Los múltiplos y sub-
múitipios de una unidad determinada son 60 y 360, ií60 y ií360, y así sucesivamc:nte.
Cuando las unidades de medida se relacionan con el sistema sexagesimal, una
administración de grandes dimensiones las puede usar sin problemas. Por ejemplo,
el talento se divide en 60 minas, y la mina a su vez se divide en 60 siclos. Esta integra-
ción desvirtúa la concreción original y estandariza las relaciones. Pero gracias a ello
se pueden hacer con rapidez todos los cálculos necesarios para la administración,
tanto sumas como multiplicaciones y divisiones (por personas, o por unidades de
tiempo). Estos cálculos se realizan sobre todo para el reparto de raciones, operación
repetitiva por naturaleza, tanto cada vez que se realiza (entre un número elevado de
personas) como a lo largo del tiempo. El patrimonio de bienes que maneja la admi-
nistración (como entradas o salidas) es objeto de cómputo con cantidades elevadas
y plazos de tiempo largos, lo cual no se podría hacer «a ojo», como en el ámbito
familiar.
Las medidas estandarizadas requieren unos prototipos garantizados y custodia-
dos por la administración central. Por ejemplo, si el «palmo» tiene que ser igual para
todos y para siempre, y tiene que ser exactamente la mitad que el codo, no se podrá
medir con el palmo de uno u otro individuo, se tendrá que medir con un palmo arti-
ficial, pero oficial. De modo que la instauración de organizaciones redistributivas
de carácter suprafamiliar no sólo relaciona los pesos y medidas con unos valores nu-
méricos eiementales, también se encarga de crear ejemplares modelo. Se han encon-
trado sobre todo las pesas menores (siclos, y alguna vez minas), que eran de piedra
dura, mientras que por lo general se han perdido los modelos de las medidas linea-
res, que eran de material perecedero. A veces, las medidas de capacidad están marca-
das en recipientes hechos en serie, pero es más fácil deducirlas de las dimensiones
de los recipientes.
Una segunda operación de normalización administrativa (que no sería posible
sin haber realizado la de los pesos y las medidas) se refiere a la comparación de los
valores. Para que haya intercambio y redistribución se tienen que conmensurar cosas
distintas: mercancías, trabajo, tiempo, tierra. Cuando una de estas entidades entra
en un sistema redistributivo, hay que darle un valor en relación con las demás enti-
dades. Ya existe una relación de hecho, y de forma embrionaria: se cede una determi-
nada cantidad de un bien a cambio de otra cantidad de otro, con arreglo a su abun-
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114 LA EDAD DEL BRONCE ANTIGUO
NIVEL 16
NIVEL 17
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N1VEL 18
F10URA 23. Hacia la escritura: registros administrativos de la acrópolis de Susa. I fase (ni-
vel 18): cretula con improntas de sellos y contraseñas o fichas numéricas (que también están
incluidas en el interior); II fase (niveles 18 y 17): tablillas numéricas con improntas de sellos
y de contraseñas o fichas (que ya no están incluidas en el interior); III fase (nivel 16): tablilla
con escritura protoelamita y signos numéricos (ya no hay improntas de sellos ni de contraseñas
o fichas).
crucial en el sistema de garantías despersonalizadas por el que se rige una gran agen-
cia redistributiva. El sellado de recipientes (vasijas, sacos) y estancias (almacenes),
en el punto de acceso o cierre (cerradura o cerrojo) se convierte en un procedimiento
habitual. El nudo que cierra el recipiente o la puerta son sellados con una cretula
o bulla, es decir, una pella de barro en la que se imprime el sello del funcionario
responsable. Cuando la cretula se seca, no se puede deshacer el nudo sin romperla,
con lo que resulta imposible cualquier efracción que no esté autorizada o realizada
por el propio funcionario, el único capaz de poner otro sellado válido. El sellado
y la apertura se convierten en actos administrativos precisos e importantes, ya que
garantizan la integridad del contenido y la legitimidad de su utilización o distribu-
ción. Esto es válido tanto para los recipientes que se trasladan de un lugar a otro
(vasijas o sacos con mercancías que se exportan e importan), como para los de-
pósitos de excedentes destinados a un uso corriente. Las puertas de los almacenes
se abren y cierran incluso a diario, siempre con la supervisión del funcionario res-
ponsable.
Por eso encontramos gran cantidad de cretu/ae usadas, rotas y conservadas duran-
te algún tiempo para recordar que se ha efectuado la operación, y luego amontonadas
en vertederos situados en las inmediaciones de los almacenes. Hasta la introducción
de la escritura las cretulae son el principal, si no el único indicio para reconstruir,
por lo menos en líneas generales, el funcionamiento de los procedimientos adminis-
trativos, en lo referente a la circulación y conservación de las mercancías. La compa-
ración entre la impronta del sello (en el exterior de la cretula) y la del recipiente o
la cerradura sellada (que se advierte en el interior de la cretu/a) permite reconocer
competencias específicas. Así, la asociación constante de un sello determinado con
un tipo de cerrojo permite reconstruir la figura y la función del responsable de un
almacén determinado.
Las cretulae colocadas en recipientes o puertas de almacenes sólo guardan rela-
ción con la circulación o la conservación de las mercancías. Pero existen otras opera-
ciones administrativas que también requieren una garantía de autenticidad, sin estar
vinculadas físicamente al objeto: disposiciones de servicio, y en particular disposi-
ciones de la administración central dirigidas a funcionarios periféricos, informacio-
nes y notas. En estos casos se recurre al sellado con contraseñas simbólicas, referen-
tes a la naturaleza y cuantificación de la operación que se dispone o registra. Lo mismo
que los sellos, las «contraseñas» tienen una larga historia, anterior al periodo Uruk,
pero también asumen un valor muy distinto cuando se insertan en los mecanismos
redistributivos de las grandes organizaciones protourbanas. Se trata de objetos de
barro cocido, piedra o hueso -una especie de fichas-, cuya forma es la representa-
ción simbólica de ciertas mercancías y cantidades -por lo tanto, es una auténtica
escritura embrionaria con objetos. Una serie de contraseñas o fichas, guardadas dentro
de una especie de envoltorio de arcilla sin cocer, autenticada por fuera con el sello
de un funcionario (conocido por sus colegas) se convierte en un mensaje fácil de en-
tender, en el marco de procedimientos conocidos y repetitivos. Por ejemplo, si un
funcionario periférico debe pedir periódicamente una cantidad de cereales para dar
su ración a los obreros que tiene a su cargo para la excavación de un canal, podrá
enviar al almacén central una cretula sellada que contenga la contraseña de «ceba-
da» y las contraseñas numéricas correspondientes al total solicitado. El responsable
del almacén podrá descifrar fácilmente este mensaje de objetos, y entregará al porta-
116 LA EDAD DEL BRONCE ANTIGUO
dor la cebada que se le pide, quedándose con la cretu/a abierta como justificante
del desembolso.
El uso de cretu/ae con contraseñas en su interior evoluciona rápidamente, y se
pasa a sistemas más explícitos y prácticos. Ante todo, para poder conocer el conteni-
do de la cretu/a sin tener que romperla, se empieza a reproducir las contrasefias inte-
riores por impresión en la superficie de la cretu/a. Poco después se advierte que las
contramarcas exteriores, cuya autenticidad está garantizada por el hecho de que se
han realizado sobre la impronta del sello todavía fresca, hacen innecesaria la inclu-
sión de los objetos, que son relegados en la práctica administrativa. La cretu/a, que
al principio era un envoltorio de contraseñas, se convierte en un soporte de contra-
marcas numéricas, superpuestas al sello de garantía. Es así como se convierte en «ta-
blilla», que ya no tiene forma redondeada, sino aplastada, con dos caras lo bastante
grandes como para contener la impronta del sello y las contramarcas numéricas.
La sustitución de un código de objetos (las contraseñas) por un código gráfico
(las contramarcas de dichos objetos) es decisiva. Es el origen de la escritura, que ofrece
una ductiiidad y unas posibiiidades de desarrollo infinitamente mayores. En un es-
pacio reducido se pueden grabar numerosos signos, que ya no son contramarcas, dado
que su silueta se dibuja con un estilete de caña. Además de signos numéricos, dividi-
dos en unidades, decenas, sesentenas, etc., aparecen símbolos de cosas, tanto de aque-
llas que ya tenían contramarca (como «oveja», «tela» o «cebada») como otros nuevos,
de carácter pictográfico, que pretenden ser una representación simplificada del objeto.
Las tablillas numéricas, caracterizadas por la presencia del sello en toda su exten-
sión y la impresión de contramarcas numéricas, son reemplazadas por las tablillas
logonuméricas, con símbolos numéricos (impresos) y logográficos (marcados con es-
tilo). El sello ya resulta inútil para los registros administrativos, dado que las infor-
maciones proporcionadas por él se pueden expresar con logogramas. Sin embargo,
sigue siendo indispensable en las tablillas de carácter jurídico, las cartas y otros do-
cumentos. La tablilla puede estar dividida en casillas, para aislar distintas operaciones
o poner en evidencia los totales y los resúmenes. Por último, se empiezan a utilizar
signos pictográficos no ya para representar al objeto en cuestión, sino una palabra
que suene más o menos igual. Así, por ejemplo, una «flecha» se puede usar para
indicar «vida», porque ambas se pronuncian ti en sumerio; una «caña» para indicar
«devolver» (ambas gi en sumerio), y así sucesivamente. Ello nos permite saber ante
todo que la lengua escrita es el sumerio, porque estos juegos de palabras sólo tienen
sentido en esa iengua. Pero a los escribas les permite sobre todo expresar conceptos
abstractos, verbos, en una palabra, todo lo que no es un objeto representable. Tam-
bién permite expresar elementos morfológicos (prefijos, infijos, etc.) y construir ver-
daderas frases. Y también permite escribir nombres propios. Así pues, responde a
todas las necesidades administrativas de la época: géneros, cantidades, personas, tipo
de operaciones.
La administración, dotada de estos elementos operativos, se convierte en el tra-
bajo más especializado de todos los que se realizan en las grandes organizaciones.
El funcionario administrativo es ante todo un «escriba» que domina la técnica de
la escritura (además, naturalmente, del cálculo y los procedimientos administrativos),
y ello requiere un aprendizaje muy especial. Si en los obradores artesanales los apren-
dices aprenden con la práctica de sus primeros años de trabajo los secretos de sus
respectivas técnicas, los escribas necesitan un adiestramiento que se imparte en ver-
LA REVOLUCIÓN URBANA 117
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FIGURA 24. Origen y desarrollo de la escritura cuneiforme. Arriba, desarrollo formal de al-
gunos signos, de los pictogramas de Uruk IV a la escritura sumeria clásica. Abajo, ejemplos
de tablillas de Uruk IV (izquierda) y III (derecha).
daderas escuelas, donde los maestros enseñan a los alumnos el manejo de un reper-
torio de signos que consta de cientos de elementos. De estas escuelas sale la elite cul-
tural y política del estado: quienes controlan la realidad en el plano de las palabras
son capaces de controlarla operativamente a escala socioeconómica.
En realidad, la utilización de la escritura no es un simple avance técnico. Tam-
bién es una forma nueva de comprender y abordar el mundo. La selección de los
signos que forman parte del repertorio habitual supone un trabajo de selección y
ordenación de la realidad física. Lo mismo que la selección de los números y los va-
lores estándar, la de las cosas reales es el paso de un mundo cualitativamente rico,
pero incontrolable, a otro ordenado con arreglo a un esquema convencional y sim-
118 LA EDAD DEL BRONCE ANTIGUO
plificado. Hay una selección de tipos oficiales (objetos, plantas y animales), y una
selección de operaciones y relaciones socioeconómicas significativas, con la que se
pasa de la riqueza caótica de las relaciones personales y los conocimientos indivi-
duales a la rígida catalogación de un saber destinado a mantener la cohesión de la
comunidad protoestatal.
Por algo desde los comienzos de la escritura, junto a los textos administrativos
para los que se inventó la escritura, encontramos textos de carácter escoiar, que sir-
ven para catalogar y transmitir la propia escritura y el saber que conlleva. Y por algo
dichos textos están en forma de listas: listas de signos que son, al mismo tiempo,
listas de palabras y listas de cosas. Cuando sólo se han puesto por escrito unos textos
que son simples registros contables -es decir, cuando no hay cartas ni inscripciones
reales, plegarias ni encantamientos-, ya hay listas ordenadas por categorías (listas
de profesiones, de aves, de vasijas, de plantas, etc.) que sirven para «cerrar» un mun-
do infinito y convertirlo en algo convencional, que se puede usar, transmitiéndolo
de esta forma a los alumnos.
FmuRA 25. Templo y poder en la glíptica del periodo Uruk. 1-3: afluencia de bienes al tem-
plo; 4: la defensa de los almacenes; 5: la defensa del templo; 6: fila de guerreros; 7: fila de
prisioneros.
LA REVOLUCIÓN URBANA 121
sonaje que reúna todos los poderes y responsabilidades, y también todo el aparato
ideológico. El rey no es auxiliado por ningún organismo colegiado, representativo,
más bien es auxiliado por consejeros técnicos y responsables sectoriales subordina-
dos a él. La función administrativa del rey ocupa la mayor parte de su actividad dia-
ria, como jefe del palacio o «gran casa» (en sumerio é-gal), gestionada como una
empresa de grandes dimensiones. Le corresponde a él tomar decisiones estratégicas,
pero también la gestión corriente. La función más llamativa es el culto: el rey se pre-
senta como sumo sacerdote (en sumerio en) del dios de la ciudad, el gestor humano
de la empresa ciudadana por encargo del dios, su dueño teórico. En la fase de Uruk
todavía no hay un palacio «laico», residencia del rey. El templo, «casa del dios»,
es el centro simbólico y operativo de la ciudad. El rey es protagonista de las ceremo-
nias colectivas. El rey es el garante de la buena marcha de las relaciones entre la co-
munidad humana y el mundo divino. Por último, al rey se le atribuye también la
responsabilidad de la defensa de la ciudad y el pueblo frente a los ataques exteriores. La
glíptica del periodo de Uruk nos lo representa enzarzado en luchas más o menos sim-
bólicas con animales feroces que amenazan al templo o a los rebaños de la ciudad,
y con adversarios humanos que amenazan a los bienes acumulados en los almacenes.
Ya hemos dicho que el templo domina en el centro de la ciudad y constituye su
eje, tanto simbólico como operativo. Su mole hace ctfie destaque entre los demás edi-
ficios, y a eso se añade su acabado exterior y su mobiliario interior. Todo ello contri-
buye a poner en evidencia el poder y la riqueza del templo, que en teoría es la facha-
da con que la comunidad se presenta ante su dios, y en realidad la fachada con que
el núcleo dirigente se presenta ante la población. El papel que desempeña el templo,
de simbolizar y mantener la cohesión de la comunidad, es esencial. Alrededor del
templo hay espacios acondicionados para las fiestas y procesiones, las «salidas» en
público de los simulacros o símbolos del dios -probablemente, las únicas ocasiones
en que la población ciudadana se reúne en masa por una movilización ideológica
que posibilita (motivándolas) las movilizaciones económicas y laborales. En el caso
de Uruk, el área de los templos alcanza un desarrollo especial. Por un lado, el tem-
plo de Anu destaca verticalmente el santuario único, situado en lo alto de una eleva-
da plataforma cuyas alusiones mitológicas y cosmogónicas se suman a la evidencia
urbanística y espectacular; por otro lado, el área sagrada del Eanna (dedicada a la
diosa Inanna, máxima divinidad de la ciudad) resalta la horizontalidad, con su ex-
tensión y subdivisión en múltiples santuarios, columnatas, patios y recintos que lo
convierten en el mayor complejo ceremonial que se conoce de este periodo. Dado
que el «peso» del sector ceremonial en el conjunto urbano se puede referir en cierto
modo al grado de justificación religiosa de la disparidad socioeconómica, nos da
una idea de la «carga» que en términos materiales supone el desarrollo de la organi-
zación central a expensas de la comunidad en su conjunto.
En el periodo de Uruk todavía no se han atestiguado otras formas de justifica-
ción y propaganda político-religiosa. Al parecer, todo el peso de la justificación ideo-
lógica recae en la propia existencia del templo y en las ceremonias que se celebran
en él o en torno a él. La propia figura del rey, así como el prestigio de los funciona-
rios y sacerdotes, giran directamente alrededor del templo. La base de la formación
de las comunidades protoestatales en la Baja Mesopotamia debió ser una fe entu-·
siasta, sin fisuras ni dudas. El rey es sumo sacerdote y se aprovecha del prestigio que
refleja en él la divinidad.
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