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Breve introducción a la economía del comportamiento aplicada a las finanzas públicas.

El propósito de este texto es hacer una breve introducción a la economía del comportamiento
aplicada a las finanzas públicas (Behavioral Public Economics, en adelante: BPE). Para ello, en un
primer momento se dará una definición general del área de estudio y se establecerá su relación
con la teoría neoclásica de las finanzas públicas; en un segundo momento, se delinearán algunos
de los principales fenómenos estudiados por la economía del comportamiento; se finalizará
haciendo referencia a cómo se han aplicado los avances de la economía del comportamiento a las
finanzas públicas.

Introducción a la BPE.

La BPE trata de incorporar a la teoría clásica de las finanzas públicas los métodos y los desarrollos
teóricos y prácticos de la economía del comportamiento, con el objetivo de ampliar y mejora la
“caja de herramientas” del hacedor de políticas. Se busca, pues, lograr evaluaciones más robustas
de las políticas en el “mundo real”, desarrollar herramientas de política innovadoras y explicar por
qué las respuestas de los consumidores a los incentivos de las políticas son a veces anómalas
(Bernheim & Taubinsky, 2018). Esta línea de estudios parte de la idea de que los modelos
neoclásicos no son necesariamente los mejores para analizar e intervenir los mercados (Chetty,
2015). El comportamiento de lo consumidores, por lo general, tiende a desviarse de los
comportamientos predichos por los modelos neoclásicos: en muchas decisiones de consumo, el
comportamiento del ciudadano promedio no siempre coincide con el esperado de un sujeto
racional -con preferencias completas, ordenadas, transitivas, de consumo homogéneo, etc.-. Otro
tipo de factores del comportamiento humano -cognitivos, emocionales, inconscientes-
desempeñan un papel importante a la hora de entender por qué la gente toma ciertas decisiones.
De hecho, por lo general, en el ahorro para pensión, en los seguros, en las elecciones de vivienda o
de educación, entre otros, grandes poblaciones tienen a comportarse de manera no racional y los
programas de gobierno tradicionales basados en la teoría neoclásica, racionalista, no siempre han
logrado el impacto esperado sobre estos sujetos (Congdon, Kling & Mullainathan, 2011). ¿Cómo
poder adaptar estos modelos para predecir de forma más efectiva a los sujetos reales y conseguir
mejores resultados en las intervenciones púbicas? Es en este punto sobre el que trata de avanzar
la BPE.

Hasta qué punto las nuevas tesis de la economía del comportamiento desafían y refutan las bases
de la economía neoclásica es aún un tema de discusión. Mientras algunos argumentan que los
presupuestos de la teoría clásica y los de la economía del comportamiento son contradictorios e
incompatibles (Schettkat, 2018), otros proponen, de manera más pragmática, que se trata de
avances de la teoría que puede ayudar a responder algunas de las preguntas fundamentales de la
ciencia económica; no un desafío a ella (Chetty, 2015).

Los aportes de la economía del comportamiento.

¿Qué pasa en las personas cuando deben tomar una decisión? ¿Qué fenómenos mentales influyen
en el bienestar de un individuo? ¿Qué influencia tiene el entorno y los valores de un grupo sobre la
percepción de la felicidad de uno de sus integrantes? Este tipo de interrogantes parecen estar más
del lado de la psicología o de otras ciencias conductuales que se han interesado explícitamente por
conocer los móviles de la acción humana. Los economistas del comportamiento han empezado a
incorporar poco a poco los principios de estas disciplinas a la forma en que la economía concibe el
sujeto. El simplificado homo economicus, delineado por primera vez por filósofos ingleses durante
el siglo XVIII y formalizado a finales del siglo XIX y principios del XX, ha comenzado a complejizarse
para entender con más claridad cuáles son las causas efectivas del comportamiento humano. Así,
desde hace poco más de 30 años, muchas teorías (Kanheman & Tversky, 1979; Thaler & Sunstein,
2008; Gigerenzer, 2013; etc.) han empezado a sugerir otro tipo de factores que deben ser tenidos
en cuenta a la hora de hacer análisis económico. Los modelos mentales, la intuición, las heurísticas
o atajos mentales, el pensamiento social, por mencionar tan solo algunos de los conceptos que
han propuesto, han empezado a tomarse en cuenta para estudiar las decisiones de consumo y
ahorro, de trabajo y de ocio de las personas. Lo fundamental es incorporar al análisis los rasgos del
comportamiento que no logran ser explicados o que desbordan por completo las predicciones del
sujeto racional que ha privilegiado la economía neoclásica.

R. Thaler (2004; 2008), siguiendo de alguna manera la teoría de D. Kanheman y A. Taversky (1979),
propone que el cerebro humano está diseñado para tomar muchas decisiones automáticamente.
Decisiones que, en términos de la racionalidad económica están equivocadas. De forma general,
estos teóricos sugieren que las acciones humanas están regidas por dos sistemas de pensamiento:
uno rápido, que toma atajos para realizar de forma más fácil las acciones cotidianas, que está
sesgado por las emociones y que es menos eficiente para conseguir óptimos (sistema uno) y otro
mucho más lento, que es lógico y que realiza algo más parecido a lo que se considera
económicamente racional (sistema dos). El sistema uno implica un conjunto de atajos mentales y
sesgos cognitivos que no coinciden con el tipo de acciones que se realizan usando el sistema uno.

De ser el modelo racional el más adecuado a la realidad, el ahorro para el retiro no debería ser un
problema público de las magnitudes que hoy presenta a los tomadores de decisiones. Un sujeto
racional debería poder saber, sin dificultades, la cantidad de salario que debe ahorrar hoy para
asegurar el consumo una vez termine su vida laboral. El sujeto racional suavizaría su consumo de
tal manera que no tuviese problemas en el futuro (Chetty, 2015; Thaler & Benartzi, 2004). Sin
embargo, la evidencia muestra cosas muy distintas. En primer lugar, esta idea presupone
racionalidad completa y la capacidad intelectual suficiente como para hacer los complejos cálculos
financieros que requiere el ahorro para pensiones, además de la voluntad suficiente para dejar de
consumir en el presente. Incluso para alguien con educación económica, calcular los valores
apropiados de ahorro para la pensión es un trabajo complejo (Thaler & Benartzi, 2004; Thaler &
Sustein, 2008); igualmente, para todos resulta difícil guardar una parte de su sueldo en una cuenta
que, dependiendo de la suerte, puede nunca gastar. Aunque la mayoría de las personas sepan la
importancia de este ahorro, hay una tendencia persistente a procrastinar la decisión de ahorrar.
Esto se debe a que sobre un salario conocido -que se establece como punto de referencia-,
aumentar el ahorro implica disminuir la cantidad de consumo. Aquí la pérdida de dinero para el
consumo pesa mucho más que la ganancia futura en el dinero ahorrado. Este fenómeno se conoce
como aversión a las pérdidas.

Son este tipo de cuestiones, o sesgos, como también son conocidos (Thaler & Sustein, 2008; Ariely,
2008), las que trata de considerar la economía del comportamiento a la hora de pensar las
decisiones pública. A continuación, se esbozan algunos de los fenómenos más importantes sobre
los que este campo de estudio ha trabajado.
Sesgo Descripción
Anclaje La tendencia a ser sobre influenciados por la primera información
presentada al tomar una decisión, haciendo que la decisión final esté
sesgada hacia la primera información (“el ancla”)
Aversión a las La tendencia a preferir más fuertemente las decisiones que nos permiten
pérdidas evitar pérdidas que aquellas que nos permiten obtener ganancias. La
valoración humana de una pérdida puede ser el doble que la de una
ganancia de igual magnitud.
Sesgo del presente La tendencia a valorar más un beneficio en el presente inmediato que uno
beneficio futuro de la misma magnitud o incluso mayor.
Efecto posesión La tendencia a atribuir mayor valor a un bien que poseemos que a un bien
(endowment) idéntico que no poseemos.
Efecto enmarcado La tendencia a reaccionar, juzgar o interpretar la misma información de
(framing) maneras diferentes dependiendo de cómo es presentada o “enmarcada”
Heurística de Un atajo mental común que hace que los individuos se apoyen en
disponibilidad información inmediata o ejemplos que llegan primero a la mente al
momento de evaluar un tema, concepto o decisión.
Ilusión del dinero La tendencia a pensar en dinero en términos nominales en lugar de en
términos reales.
Procrastinación La tendencia de dejar un estado de cosa tal cual se encuentra, en lugar de
modificarlo cuando es posible para conseguir mejores resultados.
Adaptado de Ariely (2008), Kanheman (2011)

La economía del comportamiento y las finanzas públicas.

Cada vez es más frecuente el uso de ideas de la economía del comportamiento a la hora de pesar
cómo debería intervenir el gobierno. Siguiendo la propuesta de Chetty (2015) y de Bernheim y
Taubinsky (2018), al menos en tres aspectos la economía del comportamiento ha aportado a las
finanzas públicas: a) proponiendo nuevas herramientas de política, b) realizando mejores
predicciones sobre los efectos de políticas existentes y c) proponiendo nuevas implicaciones sobre
el bienestar.

a) Muchos programas gubernamentales se han empezado a diseñar con conceptos de economía


del comportamiento, dando incluso mejores resultados que los programas tradicionales. Así, por
ejemplo, uno de los mecanismos más usados tradicionalmente para aumentar los ahorros para
pensión ha sido el de subsidiar los ahorros en cuentas para retiro. Sin embargo, al incorporar al
análisis el sesgo del presente o la tendencia a la procrastinación se han desarrollado
intervenciones mucho más simples y que han logrado aumentar en mayor cantidad los ahorros a
pensiones. Tal es el caso de las opciones por defecto, la simplificación de la presentación de los
programas de ahorro (Chetty, 2015) o el famoso programa SMarT, desarrollado por Thaler y
Benartzi (2004). En estos casos, los modelos comportamentales han logrado cambiar de forma
más óptima las decisiones de los consumidores de acuerdo con los objetivos del hacedor de
políticas.

b) En esta misma medida, las predicciones sobre el impacto de las políticas existentes también
pueden ser mejoradas aplicado los principios de la economía del comportamiento. Estas teorías
sugieren algunas variables que pueden ser usadas para identificar grupos de control y crear
contrafactuales que puedan ayudar a medir el impacto de una política. Por ejemplo, identificar
grupos con aversión al riesgo o propensión al riesgo puede explicar por qué algunos incentivos
funcionan en una población y otros no. Los modelos comportamentales ofrecen ideas para
seleccionar el repertorio de herramientas y para construir nuevos grupos de comparación que den
cuenta del impacto de estas herramientas (Chetty, 2015).

c) Finalmente, la economía del comportamiento ha incorporado muchas ideas novedosas para


entender cómo es percibido el bienestar por los consumidores. La utilidad experimentada (la
felicidad o placer efectivo percibido por el sujeto al momento de la decisión) puede no ser la
misma que la utilidad esperada de la decisión (la decisión como manifestación de una preferencia
racional) de una decisión cualquier debido a algún sesgo del comportamiento (Kahneman &
Sugden, 2005), esto es, puede que la decisión de consumo de un sujeto le reporte una utilidad que
está sesgada en el presente, y que en el futuro en realidad no maximizará su bienestar (Chetty,
2015). Tal es el caso, por ejemplo, en las decisiones sobre dónde vivir. Con costos similares,
muchas familias podrían cambiar su domicilio a lugares que tendrán mucho mejor impacto para la
educación y el desarrollo de sus hijos. Sin embargo, estudios con grandes muestras en Estados
Unidos han mostrado que el sesgo del presente, la falta de acceso a la información e incluso la
escasez de recursos cognitivos pueden llevar a que no se tome una decisión de este tipo (Chetty,
Hendren & Katz, 2015, en Chetty, 2015).

Los modelos neoclásicos no son necesariamente los mejores. En la medida en que la economía se
vuelve cada vez más una ciencia empírica, las teorías económicas estarán más directamente
moldeadas por la evidencia (Chetty, 2015). De allí que resulte cada vez más importante procesar la
información empírica con métodos más sofisticados y teorías que se acoplen mas acertadamente a
la realidad. Los acercamientos desde la BPE pueden ayudar a responder algunas de las preguntas
críticas en el análisis de y para las políticas, mejorando el alcance y efecto de las decisiones sobre
cuándo y cómo debe el gobierno intervenir.

Referencias.

Ariely, D. (2008). Predictably Irrational. Nueva York: Harper Collins.


Bernheim, B. D. & Taubinsky, D. (2018). Bahavioral Public Economics. Próximo a publicar en:
Hanbook of Behavioral Economics. Nueva York: Elsevier.
Chetty, R. (2015). Behavioral Economics and Public Policy: A Pragmatic Perspective. NBER Working
Paper No. 20928
Congdon, W., Kling, J. & Mullainathan, S. (2011). Policy and Choice. Public Finance through the lens
of Behavioral Economics. Washington, D. C: The Brookings Institution.
Gigerenzer, G. (2014). Risk savvy: how to make good decisions. Nueva York: Viking.
Kahneman, D. & Sugden, R. (2005). Experienced Utility as a Standard of Policy Evaluation.
Environmental & Resource Economics, pp. 161-182.
Schettkat, R. (2018). Revision or Revolution. A Note on Behavioral vs. Neoclassical Economics.
Schumpeter Papers.
Thaler, R & Sustein, S. (2008). Nudge: improving decisions about health, wealth, and happiness.
New Heaven & Londres: Yale University Press.
Thaler, R. & Benartzi, S. (2004). Save More Tomorrow™: Using behavioral economics to increase
employee saving. Journal of Political Economy, 112 (S1), pp. S164-S187.

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