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Paz y libertad en La Ciudad de Dios

En esta ocasión, nuestra disertación discurrirá sobre los conceptos de paz y


libertad. Nos preguntamos por la esencia de la paz y de la libertad, y nos estamos
abriendo un camino. Este camino es el preguntar mismo. Por tal, nuestro camino
no es el de la paz ni el de la libertad; más bien es ¿qué es la paz y la libertad? La
respuesta que construiremos para ambas preguntas es el espacio que se abre
entre nuestro cuestionar lingüísticamente demarcado y al esencia de aquello hacia
lo cual nos dirigimos. Es menester aclarar primero, que, el camino que
pretendemos recorrer, no ha estado ausente desde que la preocupación por la
naturaleza de la vida conjunta del hombre ha investido el pensamiento de los
ociosos. Así pues, para evitar errar el recorrido, nuestro preguntar estará guiado
por la elaboración conceptual llevada a cabo por el pensador cristiano Agustín de
Hipona, en la Ciudad de Dios (capítulos XII, XIII, XIV y XV). En este orden de
ideas, el primer paso será interrogarnos por la noción de paz y responder a qué
estado de cosas específico ser refiere esta noción para Agustín; posteriormente
nos centraremos en la cuestión por la libertad; para concluir, ulteriormente, con la
relación de ambos conceptos, donde encontraremos que la libertad no es más que
una mera manifestación particular de la paz.

1. Sobre la paz: una “teleología” del orden.

Hay, según Agustín, una inclinación natural del hombre a la consecución de la


paz, “porque es tan singular el bien de la paz, que aun en las cosas terrenales u
mortales no solemos oír cosa de mayor gusto, ni desear objeto más agradable, ni,
finalmente, podemos hallar cosa mejor.” (p. 464). Hay subyacente a esta
afirmación, consideraciones importantes. Si tenemos en cuenta la doctrina
religiosa en la que se inscribe este orden de ideas, no sería difícil descifrar,
inmediatamente, que la paz está por fuera de la vida mundana, y que es en la vida
eterna en que verdaderamente se puede encontrar. Aun así, también le es propio
al hombre, en su terrenalidad, un cierto tipo de desdichada paz, acorde con su
desdichada condición. Este es el tipo de paz que aquí nos interesa analizar.
Asimismo, de lo anterior sale a nuestro encuentro una característica de la paz que
merece ser tomada con detenimiento, a saber, es un fin 1. Esto significa, que es
una sustancia que necesita un medio y un sentido para ser alcanzada, es decir, no
es una acción particular ni el fundamento para una acción posterior, sino aquello
hacia lo que se direccionan las acciones, es decir, es el objeto al que se disponen
los hombres y que en su posesión se saben en el fin. Según el Doctor de la
Iglesia, la paz no es un bien cualquiera: es el mejor, pues nada hay más
“agradable” ni “mejor” y después del cual no hay otro más deseable. Este fin es,
siempre, desde Aristóteles y también para Agustín, un bien.

Consideremos, los medios para alcanzar este deseado bien. Tal vez la forma más
adecuada para mostrar cómo los hombres alcanzan un fin, es en la ausencia de
éste. Así, se dice de la guerra como carencia de paz, aunque quien hace la guerra
no la realiza por apetencia de ella misma, sino como método para establecer un
cierto estado de cosas ordenado según las propias leyes. “¿Qué otra cosa es la
victoria sino la sujeción de los contrarios? Lo cual conseguido, sobreviene la paz.”
(p.464) La sujeción de los contrarios que se busca a través de la guerra, no es
pues, otra cosa que llevar a los vencidos las consideraciones sobre el orden que
se debe obedecer para alcanzar una prescrita estabilidad de los ganadores. Los
que buscan la guerra, la buscan, en este orden de ideas, para alcanzar la paz.
Pero resulta imprudente apresurar esta conclusión, y aunque fuese así, esto no
determina qué en sí misma la paz. Lo que sí es decisivo a este punto, es que la
paz está sujeta a un orden y unas leyes con las cuales es guiada.

Comprender las determinaciones del orden y las leyes sobre las cuales el hombre
instaura la paz, significa comprender la misma naturaleza humana, esto es, para
entender la sujeción que realiza el hombre para estructurar su realidad, es
necesario develar la condición propia del ser humano como sujeto que obedece a
una extrínseca condición natural. Para Aurelio Agustín, la estructura antropológica
es primero, y fundamentalmente, cuerpo, alma irracional y alma racional. A partir

1
Aquí, fin, no se refiere al momento de terminación donde algo se consuma y acaba así su
existencia. Por el contrario, nos referimos al sentido griego del τέλος, donde una acción encuentra
su completitud y se alcanza a ella misma como unidad inmanente, como producto funcional
de esta clasificación clásica, se nos facilita entender a qué se refiere el orden en
cada una.

1.1. El orden del cuerpo.

“Finalmente, deseaba tener paz con su cuerpo, y cuanto tenía, tanto era el
bien del que gozaba, porque mandaba a sus miembros que le obedeciesen
puntualmente” (p.466)

Cuando Agustín nos remite a pensar la paz del cuerpo, se refiere a la armonía
natural en que los miembros y las restantes partes trabajan como una unidad, es
decir, la manera en que cada parte del cuerpo obedece las órdenes que permiten
su movilidad y su integridad, para que de esa forma pueda preservarse. En su
búsqueda de preservación también hasta las fieras y las bestias, en el control de
su cuerpo, buscan además “conservar con cierta paz su propia naturaleza y
especie; juntándose unas con otras, engendrando, pariendo, criando y abrigando a
sus hijos […]”

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